Partida Rol por web

No me río ésta vez.  Ni siquiera cuando Zoex, haciendo gala de su agilidad poco humana, consigue mantenerse de pie y evitar que caiga de culo sobre el suelo.   Solo pensar en cómo quedaría cualquiera a quien la estatua aplastase con uno de esos saltos me daba mucho miedito.

No creía que agrandar la espada pudiese funcionar ahora o si supondría un cambio cuando el ataque del constructo no era precisamente una floritura de esgrima. Intentar agrandar la estatua podía ser contraproducente y los círculos de protección solían excluir a las criaturas tipo golem, por ser neutrales y mecánicos.  Pero no creía que la estatua tuviese ninguna capacidad de anticipación, era un ente reactivo que respondía a estímulos como alguien andando por la sala o ser víctima de ataques.  O eso esperaba y no que se lanzase en picado a por cualquiera que abriese un grimorio.

Isithixo esiyitshe, isithombe esihle. Qhamuka emoyeni, sichoboza isitha sami Leo las palabras del grimorio y me concentro en hacer aparecer un ídolo de piedra sobre la cabeza de la estatua justo en el momento en que Lagakh sale corriendo.  Con suerte, la caída del ídolo se sumará a la fuerza del salto de la estatua, haciéndola romperse en mil pedazos.  ,

Fette, maldiciendo, se levantó del suelo. Vio a Skarlkjia conjurar su grimorio y a Lagakh correr hacia el otro lado y el mediano no tuvo muchas dudas.

—¡Vamos Salter! ¡Con nosotros!

Le gritó mientras corría tras la semi-orca en pos de lo desconocido. Él habría ido en dirección contraria, pero separarse tanto nunca era una buena idea. Además, desde esa posición podían seguir atacando si la magia de la mujer serpiente no funcionaba,

Una vez más, las palabras del curioso grimorio de Skarlkja desaparecieron de sus páginas a medida que la mujer serpiente desgranaba los secretos que se escondían entre sus letras, secretos que desgarraban el espacio y arrancaban con mil dedos una nueva efigie dedicada a una divinidad serpiente para dejarla caer, mágicamente, sobre el blanco establecido por la mujer serpiente, con el siseo de mil coros muertos. Un agujero se abrió en el techo de la estancia, dejando caer la mole de piedra sobre el guardián de la sala, el que continuó moviendo sus miembros bajo la escultura hasta que su remota consciencia asimiló la simple realidad: había perdido toda esencia vital... Había muerto.

Por otra parte, Fette y Lagakah habían salido corriendo hacia el otro extremo de la sala. En aquella zona el edificio parecía muy deteriorado, o eso o nunca se habían avanzado las obras en el mismo, el camino a mano izquierda parecía conducir hacia una zona de terreno húmedo y oscuro, más parecido a una cueva que a una estancia propiamente dicha, y el camino hacia la derecha también parece más viejo y en desuso, pero con sus paredes talladas, indicando que tal vez haya más cámaras convencionales en esa dirección.

Sigo a mis dos, perdón, mis tres compinches a donde se dirijan.  Mis talentos son más de apoyo que la arrolladora potencia de combate de Lagakh, aunque ésta parece un poco cohibida desde que entramos en la Tumba, o la maña sobrenatural de Butlers.

—Gracias, Salter. Menos mal que tienes ese grimorio y sabes usarlo. Ya van dos veces en dos días. ¿Volvemos al pueblo? Jajaja

Fette reía para rebajar tensión, pero realmente estaba acongojado. Si salían de esta iba a tardar en volver a entrar en una mazmorra, a no ser que la paga fuera de ensueño.

Dudando qué camino coger, lanzó una moneda al aire. Vio el resultado y, con la mirada del jugador que se marca un farol, señaló a la izquierda.

—Vayamos por aquí. Algo me dice que será más interesante.

Todo volvió a temblar a nuestro alrededor cuando las palabras de la mujer serpiente hicieron caer aquello sobre la estatua. La verdad es que me perdí lo que había pasado corriendo como estaba hacia el otro lado, pero cuando conseguí ver a través del polvo entendí lo que había sucedido. 

- Ya os había dicho que esa estatua daba mal rollo... - De ahí lo que había dicho de lanzarla una piedra o algo. 

Allí dentro todo daba mal rollo y la verdad, que viendo lo que habíamos sacado de aquella tumba en la primera vuelta, tampoco tenía muy claro por qué estábamos de nuevo allí y no en otro lugar que nos fuera a resultar más productivo, pero ahora ya que estábamos dentro, lo único que podíamos hacer era seguir hacia delante. 

- Vale. - Esperé un poco a que el mediano se fuera dirigiendo hacia la zona, porque si alguien iba a ver una trampa era él y luego, tras dejar un poco de espacio entre ambos, comencé a caminar detrás suyo. 

La tropa siguió avanzando hacia la zona cavernosa de la tumba. Descendían a la luz de la antorcha que portaba Zoex y de los hongos bioluminiscentes que brotaban en algunas esquinas, peor cuyo fulgor era insuficiente como para poder iluminar el escenario. Era una suerte que casi todos los aventureros tuviesen algún tipo de visión que les permitiese distinguir el lugar con un mínimo de luz. Descendieron y descendieron, mientras a Skarlkja le parecía escuchar en lontananza, a su espalda, la voz desesperada de su hermana, a medida que se alejaba de ella, pero la curiosidad era tan poderosa...

Pasada más de media hora, el grupo llegó a una galería subterránea en la que una catarata descargaba un continuo chorro de lodos anaranjados que iluminaban y calentaban la estancia como si de lava se tratasen... O casi, porque si así fuese, los personajes se estarían calcinando hasta el hueso. A mano izquierda se veía un túnel que parecía ascender, al contrario que las galerías que hasta allí les habían conducido. 

En la poza central de la sala decenas de burbujas brotaban y estallaban. Ninguno de ellos pudo evitar dar un brinco cuando reconocieron formas moviéndose, saliendo a flote y volviendo a hundirse en aquel manantial hirviente: un brazo, una pierna, un torso... Por como brotaban y su situación, aquellos fragmentos corporales tenían que estar cortados... Y entonces surgió una cabeza gigante, que abrió los ojos para mirar a sus visitantes.

- ¿Sois siervos de la esfera? ¿Habéis venido a rematarme?- Preguntó el enigmático gigante, con una voz que sonaba a desprendimiento de roca devorado por lava. Estaba furioso, pero costaba saber por qué. - No la despertaréis ni me quitaréis a mis niños.- Sentenció, como quien sabe que no realiza una petición ni una pregunta, era prácticamente una orden para aquellos que le habían perturbado.

-Esss que ssoy assi de buena, Jahk, jahk - abro y cierro mis membranas nictitantes, halagada por tanta camaradería. - Al pueblo no volvemoss, pequeño y cálido Butlerss - mi lengua baila tras mis afilados dientes -No hassta que le demoss en el culo a los Reyess sserptiente y noss quedemosss con todo ssuss tessoros.  Y su poder.  Porque aunque no lo digo, sería la ostia conseguir la inmortalidad.  Entonces Zoexx no pondría esa cara de palo cada vez que debería reírse conmigo.  Es que era como si mirase a alguien en su lecho de muerte y me daba mucho palo.

Y así pensando, pensando, siseando y moviendo la colita, acabamos en un sitio precioso, estropeado por un gigante hecho pedazos.  Uno de esos seres tan poderosos que hasta la muerte definitiva le era esquiva.  Y que hablaba como si tooodo el mundo conociese sus problemas.  -Que egosséntrico - murmuro antes de adelantarme.   -Ssolo venimoss a por tessoross.  No a quitar niñosss ni desspertar a nadie.  Pero podemosss rematarte, sssi esstáss sufriendo. Por un precio, claro.  Sonrío, menuda lagarta que estoy hecha.  -Todo tiene un precio, mi mutilado y difícil de matar gigantón.

El camino en aquella ocasión fue bastante largo, ya que caminamos durante media hora sin ver nada que nos hiciera parar. 

- ¿Cuántas criaturas habrá aquí enterradas? - Aquello era demasiado grande. Más incluso que los cementerios humanos después de una guerra. 

Nos detuvimos en la sala de la luz anaranjada, aunque allí hacía bastante calor y bueno, por la forma de burbujear de aquel lado naranja... 

- Eso parece que está un poco calentito... - Comencé a bromear, pero claro cuando vi que había miembros flotando allí casi se me quedó la boca abierta. - ¡Joder! ¡¿Eso es un brazo?!

De primeras me sorprendió que aquellos brazos no parecían sufrir los efectos del calor y de segundas, que estuvieran flotando en un lugar como aquel. Claro que en el momento en el que apareció la cabeza me quedé de color verde pálido. 

- ¿A tus niños? - Pregunté sin entender de qué estaba hablando, aunque realmente no creía que nada pudiera estar sobreviviendo en un lugar como aquel. 

—Eehm... ¡Saludos! Venimos en son de paz. No queremos hacer daño a nadie, de verdad. Pero podemos ayudar en algo por un precio, como dice mi compañera.—dijo guiñando figuradamente un ojo a su compañera. Todo momento era bueno para rascar algo, y este gigante no parecía un alma cándida al que ayudar a cambio de nada.—¿A dónde lleva ese camino de ahí? Y ¿cómo podríamos cruzar?

El gigante sumergido pareció quedarse pasmado ante las preguntas de Lagakh y Fette, puede que en concreto, las de este último pareciesen haberlo sumido en sus cavilaciones más de la cuenta porque aparentemente le costaba ver al mediano, pero algo brilló sobre su húmedo rostro, como si hubiese realizado algún tipo de magia que le permitiese ver a su interlocutor. Pareció relajarse ante los modales de Butter y comenzó a hablar sin la ira que parecía haber cargado sus primeras palabras.

- Saludos. Estas son las cuevas bajo el pueblo de Pecresta, ese camino lleva a dicho pueblo, pero en su camino os encontraréis con la temible esfera que me mantiene cautivo en estas cavernas desde la caída de las Primeras Gentes. Soy el último de los gigantes grises, su hechicero, nacido con el nombre de Nibolc, el único que consiguió sobrevivir, si es que a este estado podemos llamar vida.- Relató superficialmente su curiosa historia.

Una cosa que llamó la atención de los aventureros es que a nadie le sonaba aquel pueblo llamado Pecresta, pero diablos, estaban en la tumba de los reyes serpiente, seguro que esta podía contener pasadizos a remotos rincones del mundo... O a otros mundos.

- Y sobre mis pequeños...- Continuó, respondiendo a la semiorca. - Las gentes de Pecresta envían a estas cavernas a sus infantes para extraer el aceite de fuego de las larvas del apocalipsis, parte de la escasa riqueza de su pueblo se basa en el comercio de este líquido con los vecinos pueblos mineros. Algunos de esos jóvenes han jurado ayudarme en mi lenta lucha contra la esfera, a cambio de parte de mi sabiduría.

Tras terminar esta frase, la cabeza se hundió en el líquido ambarino unos instantes, antes de volver a salir a flote. Parecía un sapo durmiente, hasta que sus ojos volvieron a centrarse en sus nuevos visitantes.

-Essso de essssfera del apocalipsissss suena chungo - murmuro para mis compañeros mientras el gigante seguía explicándose. Hablaba del desconocido pueblo al que se podía acceder por ese camino, pero no habían andado tanto tiempo como para llegar a un país desconocido.  -​​​​​​Odio lasss mierdass dimensssionales. Sseguro que hemoss cambiado de plano ssin querer.  Cambiar de plano era lo peor.  Mi hermana me contaba historias terribles al respecto, como aquella vez en el plano elemental de la cerveza o los planos donde el cerebro te patinaba y te volvías sinestésico perdido.

Hago el gesto ese de 'esperad, que a éste me lo camelo ', carraspeo y comienzo a hablar..

-Oh, Nibolcsss, hechicero gigante y..mmm.. griss. ¿Que podemosss hacer nosssotrosss frente a  un enemigo tan terrible como essss ssfera y, masss importante todavía...¿De que sabiduría ssstamos hablando?

Me quedé allí parada, simplemente escuchando lo que aquel gigante decía, pero con el ceño fruncido de esa manera en la que en vez de parecer que estaba pensando, parecía que estaba a punto de intentar matar a alguien. Era el aspecto que siempre terminaba teniendo una mujer de piel verde y grandes colmillos como los míos. 

Si alguien se había molestado en crear una esfera para mantenerlo allí encerrado, seguro que había sido por algo, así que no estaba demasiado segura de si lo habían hecho por joderle la vida o simplemente porque cualquier cosa es mejor que tenerlo dando tumbos por el mundo. 

Eso sí, de aquel lugar del que él hablaba yo no había escuchado hablar en mi vida. 

- ¿Quién creo esa esfera y por qué quieren tenerte aquí encerrado? - Formulé mi pregunta después de que mi compañera hiciera las suyas. Quizás pudiéramos pillarle en una contradicción si es que no era muy buena idea soltarlo. 

Fette sintió un revoltijo en el estómago que, con dificultad, logró disimular. ¿Obtener sabiduría y quedarse en ese pozo infecto de lava? ¡Ni por un millón de buñuelos de la abuela Kunchen​​​​​! Sin embargo, podían intentar sacar algún beneficio más tangible.

—¿Además de sabiduría, qué más nos puedes ofrecer si te ayudamos? Aquí buscamos dos cosas: a su hermana—dijo señalando a Salter—y riquezas. Somos gente más bien simple, al menos yo.—terminó diciendo con una enorme y satisfecha sonrisa.

La cabeza de Nibolcs, el último gigante gris, se hundió en su poza termal con expresión contrariada. Uno de sus brazos asomó desde las profundidades y la hundió en una ahogadilla incomprensible, pero si aquella criatura llevaba allí siglos, despedazada y sometida a los caprichos del lugar, que parecían volcados en alimentar su paranoia, comprender sus seres y estares podía ser tan absurdo como contraproducente.

Cuando la cabeza volvió a salir a flote escupió un chorro de lava a la pared que estaba al lado opuesto de donde se encontraban sus interlocutores, solo entonces pareció recuperar el habla.

- La esfera ha sido creada para terminar conmigo, al ser el último de mi pueblo, esa cosa seguirá reaccionando mientras adultos se aproximen a ella o mientras detecte cualquier tipo de actividad por mi parte, por eso debo mantenerme en este rincón, aislado. La esfera la crearon los Iyoi, un linage de peregrinos planares que se alimentan de la destrucción. Ya habían terminado con todo aquello que les podía dar energía en su renqueante deambular, pero son seres crueles y no querían permitirse el dejar a un enemigo indeseable a sus espaldas.- Contestó, tanto a Skarlkja como a Lagakh. - No podéis hacer nada frente a ella, más que temblar y morir, posiblemente. Esa cosa lee vuestros miedos y os enfrenta a ellos. La sabiduría que doy a mis retoños son pequeñas esquirlas de lo que un día fue mi magia, pero temo que solo las mentes que no han alcanzado la triste y limitada mirada de la madurez pueden aceptar estos dones. Unos pueden desaparecer de la vista, otros tienen el toque de la piedra, algunos ya no pueden mirar, pues destrozan el entorno con sus ojos, y otros son maestros en los torbellinos protectores, peor siempre hay lugares para sorpresas. aun así estoy viejo y los pueblerinos ya no me mandan a sus
hijos tan alegremente. Solo quedan migajas en estas manos que una vez partieron hogazas más grandes que el sol.

En último lugar se giró hacia Fette. - Yo... No tengo riquezas, y tampoco creo que me podáis ayudar, ya os he dicho que la esfera se activa ante los adultos. Tampoco sé dónde está su hermana, así pues, no puedo prometeros nada.

La extraña criatura se quedó mirando a sus visitantes, memorizándolos por temer olvidar tan singular comitiva en el paso de los próximos siglos.

Después de escuchar la conversación, en la que me perdí un poco porque aquel gigante hablaba mucho y tuve que desconectar si no quería ponerme a roncar allí mismo, me quedaron dos cosas claras, quizás porque el final de la charla sí que lo escuché: No nos puede ayudar con la búsqueda y no nos puede dar tesoros... 

- Pues nada... - Miré a mis compañeros antes de volver a mirarlo a él. - Ha sido un placer y todo eso. 

Como no nos iba a valer para nada habérnoslo encontrado y eso de encontrar la esfera y no se qué de los adultos que había dicho que no me había enterado demasiado bien...

- ¿Continuamos? - Hice un gesto con las manos, diciéndole a los demás que pasaran del gigante, que al parecer, ni nos iba ni nos venía que siguiera ahí otro porrón de años. 

Yo estaba con el hacha apoyada en el hombro, esperando a que mis compañeros se movieran. 

—Bueno, Nibolcs. Ha sido un... ehm... un encuentro curioso. Una historia triste la tuya. Y... esto... ojalá te vaya mejor.—Fette tenía un nudo en el estómago. Sentía pena por aquel gigante, pero no sabía qué hacer para ayudarle. De hecho, no podía. En ese mar de dudas se le ocurrió al menos cómo mitigar su soledad. Con el rostro iluminado por la creencia de una buena idea continuó hablando—Nosotros nos vamos ya, pero te doy mi palabra de mediano de que contaré tu historia allá a donde vaya. Quizás así vienen más personas a verte y alguien puede ayudarte o mandarte más niños para...—El mediano puso cara extraña, porque no había entendido muy bien qué hacían allí los niños—Bueno, si son voluntarios para hacer lo que hagas con ellos.

Entonces miró a Lagakh con cara de 'vámonos de aquí' y le contestó afirmativamente.

—Sí, continuemos. ¿Skarlkja?

-Ssi, vamonoss -​​​​​​ le echo una miradita decepcionada al gigante. -Aqui hay muy poco que hacer.  Lo de losss adultoss no lo entiendo, esss que esscapa a mi comprenssion.  ¿Por qué la esfera de aniquilación hacia eso? ¿La habían programado asi? ¿Los Lyoi, conocidos como las Rémoras del Caos, una raza que aparecía tras las guerras para acabar con los que habían sobrevivido, tenían un punto bueno? No me lo creía.

-Ssi, vamonoss, que essto ess muy difícil. Noss costaría añoss y, encima , lass migajass de ssabidurua essas ssuenan cutress. Petrificar, hacersse invisssible, muro de viento.. Jah, jah, esso lo venden en cualquier mercadillo de provinciass

​​​​​​Retrocedo, andando de vuelta por donde hemos venido.  Hace cuatro o cinco años igual la esfera me habría dejado pasar, pero ahora, pffff. De niñita inocente ya no tenía nada.