Estabas en el Templo de la Luna. La morada de la Suma Sacerdotisa Tyrande Susurravientas y el Sumo Druida Malfurion Tempestira. Lamentablemente, no habías visto a ninguno de los dos. Las Cazadoras se habían llevado el cadáver de su "hermana" y te habían interrogado sobre cada detalle acontecido. Tras ello, te mandaron esperar en lo que hablaban con sus superiores, y tienes que reconocer, muy a tu pesar, una cosa.
Los Elfos Nocturnos no serán inmortales, pero siguen haciendo las cosas como si así fuese. Tardaron mucho, demasiado, en que nadie se aventurase a salir del cónclave. Y tiempo ya habías perdido bastante. Según los cálculos, dos días inconsciente a manos de aquella asesina y otros dos para volver por tu propio pie, cargando con la elfa, a la ciudad. Te supiste orientar relativamente bien, y acabaste encontrando los caminos y hasta una caravana. No te faltó comida, y supiste sortear los peligros. Pese a la pérdida de tiempo, tuviste muchísima suerte.
En cualquier caso, ahí estaba. Pero no parecía, pese a ser una mujer, Tyrande Susurravientos.
La mujer bajó las escaleras peldaño a peldaño, tranquila y serena, descargando el peso de cada pisada sobre la cadera. Su apariencia te resultaba especialmente inusual, sobretodo por los cuernos, el brillo en los ojos, y su actitud un tanto distante, como si estuviese constantemente sumida en su propio trance.
— Le ruego que sepa disculparnos— dijo la elfa mientras avanzaba hacia ti.
Te miraba, pero no había iris ni pupila en sus ojos. Sólo un eterno y absoluto verde cubriéndolo todo. Para colmo, su voz era etérea, como venida de un sueño lejano. Había algo en su forma de existir que destilaba la esencia de un cuento de hadas. No porque fuese exótico, ni agradable, sino porque todo en ella resultaba propia del mundo onírico.
— El Sumo Druida está tremendamente abrumado por el curso de los acontecimientos— se excusó sin comunicar la menor emoción pese a la intensidad de las palabras—. Yo, su hija, Isilwen Tempestira, vengo en su nombre— explicó breve y someramente—. Lamentablemente, Señor Magna, la situación ahora escapa a su control— tenso silencio—. Y al nuestro— tenso silencio, otra vez—. La Suma Sacerdotisa acaba de enviar a un Druida de la Garra— intuíais vagamente que era un druida capaz de convertirse en un animal con garras—. Desea convocar una reunión de urgencia, y carácter privado, entre todos los líderes de la Alianza.
Y se limitó a mirarte con esos ojos vacíos como si esperase una respuesta. Enervante.
- Es todo un honor, Isilwen Tempestira. – digo agachando la cabeza solemnemente cuando la elfa se presenta. – No tiene que disculpar a su progenitor. Es comprensible dada la situación. - Los líderes de los pueblos se encuentran siempre extrañamente ocupados como para atender en persona a sus invitados. Es algo a lo que debo acostumbrarme.
Creo que esta elfa utiliza su mirada, esos ojos, para intimidar o impresionar a las personas que vienen de visita. Bien, le mostraré que no se puede intimidar a un enano. Mantengo la mirada sin dejar de fijarme en sus vestimentas con algunas bandas metálicas. A mis ojos no parece que puedan hacer bien las funciones de armadura, pero los elfos son raros hasta para eso. Y ésta además es druida.
Escucho luego atentamente sus palabras. Después de haberles explicado la situación, mi cometido allí y el contenido de las dos misivas… quizá esperaba otra clase de reacción, no este pasotismo.
- Entiendo que quieran convocar una reunión de urgencia. – digo tras meditar mis palabras. – Es una situación grave, y pone en peligro a toda la Alianza. –
Me froto un instante mi dolorido hombro. La verdad es que tengo muchas heridas que aunque he ido sanando, debería dejar reposar. Dos días de viaje en medio de la naturaleza no son precisamente lo que yo llamaría vacaciones. Menos si cuentas todo lo ocurrido anteriormente.
- ¿Qué hay de nuestro atacante? – pregunto sin sutilezas. Parece que están ignorando el hecho de que hay un asesino suelto en su territorio. Alguien que ha matado sin contemplaciones a una de sus guardias. - ¿Están investigándolo? ¿Puedo ayudar? –
Sigo sintiendo rabia por lo sucedido pero me puede el sentido del deber. ¿Qué es lo más correcto que debería hacer? No puedo seguir adelante sin el apoyo de los líderes elfos. Azar no se encuentra cerca y está embarcado en su propia cruzada. Y volver con las manos vacías no es una opción. Debía ganar algo de tiempo y lo único que se me ocurría era pasarme por las termas para visitar a la hija de Falstad.
- Me gustaría pedirle un favor. Transmítale mi pésame a la familia de la Cazadora. – digo de nuevo con voz solemne. - Ni siquiera tuvo tiempo de decirme su nombre pero luchó con honor en todo momento. Y cumplió muy bien con su labor. – Espero que tengan en cuenta que no es algo que los enanos solamos decir de otras razas a la ligera.
- Por otro lado me gustaría regresar a Forjaz. – añado finalmente. –Quiero visitar a una vieja conocida primero, una enana que habita con ustedes. – imagino que no tengo que pedirle permiso pero le gustará que lo esté haciendo. Los elfos son así. – Sólo será una conversación breve y luego quería pedirle permiso para usar su portal y regresar a hablar con el Consejo de los Tres Martillos. Si lo desea puedo transmitirles un mensaje de su parte. –
Creo que eso es todo así que espero pacientemente lo que decida la hija del Sumo Druida.
La Druida planar permaneció estoica e impertérrita, pero satisfecha, durante la primera parte de tus palabras. Al mencionar al atacante, se revolvió ligeramente en su sitio, cambiando el peso de pierna.
— Estamos investigándolo— dijo sin más, atajando el tema, aún con su voz emulando el rugido del mar—. Hay una sospechosa en mente— una mujer, explicó—. Agradecemos su buena voluntad, pero consideramos su caza— un término "salvaje" para decir búsqueda y captura— un asunto personal de política interna.
Fuese lo que fuese, te daba en la nariz que era algo sucio. Obviamente, querían encargarse ellos mismos. Tu olfato te indicaba que era, para variar, algo relacionado con los trapos más oscuros de la política de altas esferas.
— Transmitiré su pésame a la Suma Sacerdotisa y el círculo de Cazadoras. Y a su familia de sangre— concedió sin mayores muestras de empatía, aunque entreveías cierta unión en aquel grupo militar—. Agradezco personalmente su reconocimiento, Señor Magna. Honra a nuestras mujeres guerreras— aquello olía a feminismo a kilómetros—, nuestra organización y estrategia militar, y nuestra moral y sentido del deber. Se llamaba Ïshildra.
Tras ello, la mujer guardó un nuevo silencio, compartimentando la conversación.
Pero no parecía haber terminado. Sólo parecía pensar para si misma en la hija de Falstad.
— Jemay Martillosalvaje, sí— dijo en Élfico, o eso asumiste al traducir el apellido—. La encontrarás en las termas— volvió al humano común ¿porqué todo el mundo insistía en las termas?—. Sino, ahí sabrán indicarle dónde vive. Sea cauto. Esa mujer, para ser una enana, ha aprendido demasiado sobre las elfas más aguerridas.
Algo te decía que Isilwen no estaba particularmente orgullosa de que esa enana se pasease por su ciudad. Pero más por su personalidad que por lo que representaba que por su función diplomática... y obsoleta.
— Hablaré con las Cazadoras del Círculo de Portales— concluyó—. Le reconocerán y le dejarán volver a Forjaz. Con o sin la hija del líder del Clan Enano Martillosalvaje.
¿Te podía invitar más claramente a que te la llevases?
Al menos no usaban documentos siempre para atravesar los portales. Algo era algo.
Ïshildra. Bonito nombre para una bonita elfa. Es una lástima que tuviera que morir así. Espero y deseo que den caza a la mujer responsable de su muerte porque si cae en mis manos no tendrán la oportunidad de juzgarla.
¿Y otra vez las condenadas termas? ¿Por qué todos me remiten ahí al hablar de Jemay? ¿Qué hay en las termas? Parece un lugar interesante cuando menos. Las palabras “sea cauto” provenientes de la hija del Druida Supremo casi hacen que un escalofrío recorra mi espina dorsal pero me controlo. ¿Qué habrá ocurrido con Jemay? ¿Tanto habrá cambiado?
- Gracias. – digo de nuevo agachando la cabeza cuando me comunica que tengo permiso para regresar a Forjaz. Me da rabia no poder proseguir con mi misión pero alguien debe volver a informar al consejo de primera mano. – Ha sido un honor y un placer. – digo a modo de despedida. – Ojalá nos hubiéramos conocido en mejores circunstancias. – añado antes de retirarme.
Marcho hacia las termas en busca de Jemay o alguien que pueda indicarme dónde se encuentra. Estoy intrigado por esta enana. Me siento algo más confiado al haberme recuperado de mis heridas y al llevar puesta mi armadura, pero no pienso dejar de vigilar con el rabillo de ojo cada movimiento y cada sombra del camino. No me gustaría volver a ser emboscado.
El calor de las termas te golpeó en pleno rostro. Ante ti se alzaba un pozo lunar, una especie de círculo de piedra que hacía de pequeño estanque para aguas termales, adornado alrededor. Habías pasado ya varios, ignorando a los elfos y elfas que de allí bebían o usaban para asearse. En un par de ocasiones viste a alguien bañando allí sus heridas, y por tus conocimientos sobre curación podías asumir que aquellas aguas estaban sobrenaturalmente limpias y que hasta ejercían como un factor curativo.
Pero nada de ello era comparable a la terma que sin lugar a dudas pertenecía ya a Jemay. Lo primero que viste era un colgante clavado en el tocón de madera de la entrada. Al final, colgando, el símbolo del Clan Martillosalvaje. El lugar estaba decorado con plumas de ave, unos cuantos recipientes con líquidos de diverso color y grabados en las paredes. Al fondo, el símbolo de Forjaz y la facción enana.
La mujer descansaba sobre las aguas con los ojos cerrados. Se te encogió el corazón al verlo, y es que, aunque ya habías visto a enanas desnudas antes, aquello era distinto. Su piel estaba bruñida por el sol y no protegida por la roca. Su cuerpo lucía al aire salvajes cicatrices provocadas por garras de animal. Y aunque bajo el agua sí que llevaba una prenda íntima de piel en la cadera, por lo demás iba completamente desnuda sin demasiado pudor.
Asumías que, para los elfos, la visión de una enana casi desnuda no podía ser demasiado perturbadora. Especialmente en unas termas, y especialmente teniendo en cuenta que allí casi todo el mundo iba semidesnudo. Algo impensable en Forjaz u otros lugares más "civilizados". Pero aún así, no dejaba de ser algo perturbador.
Jemay, al percatarse de tu presencia, abrió los ojos para ver de qué se trataba. Al ver que eras un enano, y que estaba vestido, pegó un respingo en el sitio y una oleada de agua salió despedida como por arte de magia, salpicándote mientras te cubrías en guardia.
Segundos después, la mujer se aferró el corazón con un puño — en lugar de cubrirse los senos —, y suspiró largamente mientras se reía.
— Por las barbas de mi padre— saludó con una voz sorprendentemente alegre y desenfadada—, menudo susto— con la mano contraria, se acercó una jarra llena de un líquido azulado y bebió—. Pasa— dijo al terminar, invitándote con la mano—. No me lo digas, el Señor del Clan Martillosalvaje te envía.
- ¿Por las barbas de tu padre? – pregunté incrédulo tras mirarme de nuevo salpicado por el agua. – ¿Pero qué le pasa a todo el mundo en este sitio con el agua? Un poco más y es la segunda vez que me ducho hoy… - añadí finalmente, todo ello con un tono desenfadado.
- Desde que vine al mundo puedo asegurar que es el día que más contacto he tenido con el agua en toda mi vida. Y no pienso repetirlo en una temporada larga… - y si podía no lo haría en el resto de mi vida.
Busqué con la mirada alrededor por si Jemay disponía de alguna otra ropa o atuendo para cubrirse en las cercanías. – Mi nombre es Hagrim Magna, paladín y aprendiz de Azar Martillopujante. – dije a modo introductorio junto a una ligera reverencia. – No pretendía asustarte y la respuesta a tu pregunta es sí y no. – Sonreí. – Al mismo tiempo. –
Me di la vuelta para darle algo de intimidad. No me sentía cómodo en una situación así con ninguna hembra, pero mucho menos con una enana. No era apropiado ni decoroso.
- ¿Te importaría vestirte un poco? Me gustaría hablar contigo y resulta algo incómodo en esta situación… - pedí a la enana. No podía quitarme de la cabeza el tono de su piel bruñida por el sol.
- Mi misión aquí es otra. Pero de paso tu padre me pidió extraoficialmente que comprobara si te encontrabas bien. Está preocupado por ti. – expliqué. – No te voy a mentir… - continué. – Quería que te llevara de vuelta. Pero yo no puedo forzar a nadie a nada. Ni te voy a llevar por la fuerza ni te voy a tratar de convencer de nada. Sólo te transmito los saludos de tu padre y de paso compruebo cómo estás para tranquilizarle… si te parece bien. -
Las aguas de las termas no sólo parecían curativas sino también relajantes. - ¿Cómo te encuentras Jemay? En Forjaz corren historias sobre ti, pero me gustaría escuchar de primera mano la situación real. -