Morann jadeó, y se alejó entre las sábanas, aún gimiendo sonoramente, casi como si tratara de escapar de ti.
—Joder. Eso ha sido muy intenso. Mañana voy a tener agujetas —dijo, y tragó saliva. Sonrió y te depositó un beso en los labios antes de murmurar:—. Te quiero.
Contemplaste sus pechos desnudos y pequeños subir y bajar al ritmo de su respiración aún entrecortada. Morann dejó escapar una larga exhalación entrecortada y se enjugó el sudor de la frente mientras te miraba largamente. Su cabello estaba húmedo y apelmazado.
—Oye... —dijo, plantando las manos en las sábanas cubiertas de sudor mientras se detenía a recuperar el resuello—. ¿Tú has llegado ya? No estoy segura. ¿Quieres que...?
Rya emergió de entre las piernas de Morann bañada en sudor. Besó el liso vientre, encima del ombligo, antes de que su compañera pudiera escapar de sus brazos. Apenas pudo devolverle el beso, tan fugaz fue el contacto de los labios.
Todo está bien, respondió. El entusiasmo nervioso de Morann era conmovedor, pero algún día aprendería que ella no actuaba movida por el deseo de compensación, sino por gusto. Ahora solo necesito abrazarte.
Rya no era una mujer alta, ni corpulenta. Sin embargo, su pareja parecía tan pequeña y frágil a su lado, que a veces casi no se atrevía a tocarla. Lo hizo con cuidado, deslizando los dedos alrededor de las costillas, la elevó suavemente y la atrajo hasta sentarla a horcajadas sobre su regazo. La piel de Morann estaba ardiendo, como si estuviese febril, aunque la ventana estaba abierta y el aire que entraba por ella era fresco. La rodeó con los brazos y la besó de nuevo, largamente. Olía a tinta fresca y papel viejo, pero sus labios sabían a naranjas y regaliz.
¿Quieres seguir estudiando? preguntó. Morann sufría entre los libros de conjuros. La magia que había aprendido a emplear cuando era una muchacha era instintiva, no muy diferente a la de la propia Rya. Sin embargo, durante su aprendizaje había descubierto que el poder de una maga era embriagador, y compensaba los desvelos que le provocaba el estudio.
Estaba sentada con la espalda recta, examinando un grueso volumen cuando se había marchado. Horas después, al regresar del templo, Morann seguía sentada en el mismo sitio, encorvada como un junco vencido por el viento. El libro seguía bajo sus ojos, y a su alrededor, en la mesa y por el suelo, varios tomos más, pergaminos y útiles de escritura. Tenía los dedos negros y los ojos inyectados en sangre, y parecía miserable como un prisionero condenado a muerte. Rya no había tenido más remedio que rescatarla, aunque fuese por un momento, de sus penurias.
Podemos salir un rato, propuso. Te vendrá bien despejarte.
Morann cerró el libro de golpe, levantando un golpe de aire. Bufó, haciendo temblar sus labios, y se frotó los ojos.
—Desde luego, me vendrá bien. Vamos a donde quieras. A cualquier sitio, con tal de que no tenga que pensarlo yo.
Morann se colgó de tu brazo y juntas de esta guisa salisteis del almacén que se había convertido en tu hogar tras el regreso a Ciudad de Valle de la Rastra.
—Creo que me uniré a las demostraciones mágicas de las Hermanas del Misterio —te dijo, pensativa—. Desde que he llegado a la ciudad no he hecho nada de lo que me pidió el viejales. Creo que se lo debo.
Frunció el ceño.
—¿Tú has notado algo de la inestabilidad de la Urdimbre de la que habla Llewan? En tus propios conjuros, digo. No sé si has tenido muchas oportunidades de lanzar magia últimamente.
Rya se limpió el sudor con una toalla humedecida en agua perfumada, se recogió el pelo suelto con una cinta y se vistió rápidamente. Cuando estaba en la ciudad, solía llevar blusas holgadas y pantalones de estilo masculino; prendas cómodas y poco llamativas.
El deber de una maga es hacer magia, dijo. Rya estaba segura de que Elminster conocía bastante bien a la muchacha como para saber que, en cuanto la perdiese de vista, iba a hacer lo que le diese la gana. Claro que era cierto que le debía, cuanto menos, cierta obediencia a sus instrucciones. El gran mago podía haberla transformado en gorrina y dejarla un mes revolcándose en el barro y comiendo desperdicios como escarmiento. En lugar de eso, la había hecho su aprendiza. Estudiar la Urdimbre, protegerla y descubrir sus secretos. Crear nuevos conjuros y recuperar aquellos que han sido olvidados. Pero las hermanas agradecerán tu colaboración. Y yo también, añadió, dándole un beso en la mejilla. Morann era una experta ilusionista, y pocos como ella en el Valle eran capaces de demostraciones tan espectaculares como inocuas.
Guio a su compañera por las breves calles de la ciudad, hacia el norte. Rya había metido pan tierno, queso de cabra, una longaniza seca y una bota de vino en el morral. No había mejor sitio en la Ciudad que el acantilado junto al faro. Una hermosa vista, buena compañía y el relajante restallar de las olas contra las rocas.
Se encogió de hombros cuando Morann le hizo aquella pregunta. Llewan estaba más preocupada cada día, pero ninguna de ellas había notado nada extraordinario, y ambas sabían que los ánimos de la señora del misterio se habían desplomado durante los últimos meses. La tristeza y el desánimo eran malas consejeras en tales asuntos. Aun así, Llewan tenía una conexión diferente con la Urdimbre y la Dama, y era más veterana que ellas; no podían desechar sus sospechas.
Nada, respondió. Pero ya conoces mi magia. Surgió de mí en el fragor de la batalla, y no sirve a otro fin que el combate. Mystra no quiera que fallen cuando los necesite, se dijo. Su poder era tan limitado como esencial, cuando llegaba el momento de invocarlo. Con la magia más simple no he notado diferencia alguna. ¿Y tú? ¿Ha pasado algo?
Os sentasteis juntas en el suelo. Morann se encogió de hombros, con la mirada clavada en el hipnótico ir y venir de las olas del Mar de las Estrellas Fugaces rompiendo en las peñas del acantilado que dominaba la ciudad.
—Si ocurriera algo no me habría dado cuenta —confesó con un tinte de culpa en la voz—. No he tenido la necesidad de utilizar mis hechizos, y ahora tampoco tengo al viejo para que me obligue a practicar. Estudio por hábito, pero siento que me estoy oxidando en la práctica del lanzamiento propiamente dicho. Si me acomodo, pronto dejaré de estudiar también. De ahí a hacer calceta hay un paso. ¿Cuándo me he convertido en una vieja?
Morann sonrió, puso los ojos en blanco y negó con la cabeza. Tú que la conocías sabías que pasaba de la culpabilidad a bromear en un suspiro.
—El caso es que he estado pensando últimamente en hacer lo que se supone que he venido hacer aquí. Ayudar a las Hermanas en sus demostraciones e investigación podría servirme para forzarme a mí misma a practicar todos los días —dijo, y dibujó una sonrisa traviesa.
Prácticamente se abalanzó sobre ti. Te dejaste derribar al mullido manto de vegetación que cubría la cima del acantilado pues, de lo contrario, Morann no habría podido mover a alguien de tu envergadura.
—Aunque tu agradecimiento es un buen incentivo, sin duda —dijo, y te besó profundamente introduciendo su lengua en tu boca, mientras recorría tus caderas con sus manos de dedos largos y hábiles.
Se separó y te sonrió. Apoyó su cabeza sobre una mano, con el brazo acodado en el suelo mientras con la otra recorría tu cuerpo con un dedo perezoso, entre tu abdomen y tus pechos.
—¿Y tú? ¿Qué planes tienes?
Me sentiré muy honrada de vestir medias hechas a mano por mi amada, respondió Rya, sonriente.
Rya se estremeció bajo los dedos de Morann. Aún se asombraba de la forma en que su cuerpo respondía a las caricias de su compañera, como si su piel fuese un instrumento musical, y ella la más prodigiosa intérprete que lo hubiese tocado. Le hacía sentirse vulnerable. A veces, rendirse era una fuente de deleite. A veces, se resistía, por orgullo cabezota.
Esa vez, agradeció que fuese Morann quien se retirara. Aprovechó el momento para abrir el morral y sacar las viandas. Las rocas les ocultaban de la vista, pero no era propio que algún vecino que hubiese tenido la misma idea, o el viejo Hesketh desde el faro, las descubriese si no podían detener las manos.
¿Planes? ¿Sobre algo en concreto? Rya se rascó la nariz mientras masticaba un pedazo de longaniza. Estoy bien, dijo. Me agrada la congregación. Mystra no quiera que Llewan me oiga, pero prefiero que seamos pocos y bien avenidos. No podemos forzar a los rastrenses a adorar a la Dama, pero estoy convencida de que de la semilla que estamos plantando crecerá una planta de tallo recio, y que dará frutos tarde o temprano. Las cosas con mi familia no van tan bien como querría, sobre todo con madre, pero mejor de lo que tenía derecho a esperar. Los Escudos no son las Plumas, y en honestidad, no querría que lo fueran. Tengo demasiadas responsabilidades para una relación tan intensa con una banda. Ya sabes lo que pasó cuando mataron a Dorban. Ellos, nosotros, tenemos responsabilidades y somos más maduros de lo que éramos las Plumas.
Breve fue la retirada, pues un dedo de Morann volvía a explorar su piel.
En cuanto a los Guardianes… que todo esté tranquilo es algo bueno. Todo va bien. Sobre todo tú, amada, añadió, inclinándose para besar con suavidad los labios de Morann.
No tengo por qué hacer planes, concluyó. Todo lo que quiero está a mi alrededor.
Morann sollozó y rio a la vez, como si no estuviera segura de cómo debía sentirse. Se perdió unos segundos en tus ojos, visiblemente emocionada. Deslizó tu dedo por la línea de la mandíbula.
—Eres tan dulce... eres... lo mejor que me ha pasado. ¡Te quiero un montón, de verdad!
Su mano llegó a la barbilla y te atrajo hacia ella. Cerró los ojos y volvió a besarte, lenta, profundamente, con auténtica devoción. Sentiste, más que oíste, como gemía, excitada. Sus dedos se deslizaron por tu abdomen y acariciaron tu entrepierna. Sentiste tu sexo pulsar, humedecerse de forma instantánea bajo sus caricias y Morann solo había empezado a tocarte a través del pantalón. Sabías que ibas a perder el norte cuando metiera la mano por dentro. Y entonces sucedió.
Escuchaste un sonido sordo, húmedo. Cuando abriste los ojos viste el rostro de Morann asqueado, con un trozo de pera podrida aún goteándole por toda la cara. Asqueada, herida, la maga se pasó la mano por el rostro. Contempló los pedazos de fruta descompuesta en la palma de su mano con estupefacción un momento antes de levantar la vista para buscar el origen del lanzamiento. Seguiste su mirada hasta un grupo de aldeanos. Eran diez tipos que no tenían nada de especial, aparte de sus miradas iracundas y que llevaban más frutas.
Los encabezaba un tipo que conocías bien. Le había tirado los trastos a Morann cuando había llegado a la ciudad, antes que tuvieras algo con ella, y Morann lo había rechazado.
—¡Desviadas! ¡Pervertidas! —escupió el líder de aquella pequeña turba con tono burlón e hiriente, y ensayó su peor insulto:—. ¡Hechiceras!
Aparentemente no había encajado muy bien que Morann prefiriera la compañía de mujeres, y había convencido a unos cuantos amigos para unirse a la fiesta. Uno de ellos sacó una manzana del zurrón y te dio en la frente. Morann te colocó una mano en el hombro, anticipándose a tu reacción, tratando de calmarte.
—¡El Valle de la Rastra está mejor sin unas zorras como vosotras! ¡Largaos!
Rya cerró los ojos y respiró profundamente. Empezó a contar hasta diez, pero no terminó. No era necesario. Estaba en calma. Se había enfrentado a esclavistas, a asesinos, a corruptores y a bestias mágicas. Ante tales, dejaba que ardiese justa ira en su corazón. Un pelotón de aldeanos de frente estrecha no merecían tal consideración.
Morann la había contenido con una mano en el hombro. Ella respondió tocando esa mano con las yemas de los dedos. La miró a los ojos un instante. Todo está bien, decía el gesto.
El dedo índice de su mano libre trazó una circunferencia frente a ella, un gesto apotropaico que había empleado desde la infancia, inconscientemente, y que solo gracias a Kovalka había reconocido como algo más. Dio un paso adelante y protegió a Morann con su cuerpo. Se cruzó de brazos y recorrió a la manada con una mirada de suficiencia condescendiente, como solo alguien que se había educado en el privilegio, y había servido en un orden paladinesca, era capaz de adoptar.
Diez hombrecillos y ni un ápice de valía entre todos ellos. No sabéis de lo que habláis, ni a quién os estáis dirigiendo. Pedid disculpas e id por donde habéis venido. Liberó un brazo y lo sacudió, desedeñosa, señalando al camino que descendía de vuelta a la ciudad. Aquí molestáis.
Motivo: Intimidar
Tirada: 1d20
Dificultad: 16+
Resultado: 11(+5)=16 (Exito) [11]
Rya lanza escudo.
El vello de los brazos se te erizó, en aquella familiar sensación de tensión previa al estallido de la violencia. O al menos, eso era lo que siempre habías pensado hasta que Kovalka te había corregido. Esa sensación de euforia no era sino la magia recorriendo tu cuerpo. La sentiste hormiguear en tus dedos mientras intuitivamente lanzabas un conjuro protector y después... nada. Vacío donde debía abrazarte una sensación de seguridad.
Los aldeanos te vieron hacer aquel gesto y retrocedieron. Ellos no se dieron cuenta de que el hechizo había fallado de algún modo y se miraron los unos a los otros para comprobar que nadie se había convertido en rana.
—O si no... ¿qué? —te dijo el líder de aquella pequeña turba, aunque su tono no era tan firme como antes—. ¿Nos vais a lanzar una de vuestras asquerosas magias? ¿Creéis que podéis ir lanzando vuestros hechizos sobre las buenas gentes de esta ciudad?
El hechizo ha fallado.
No debía haberse sorprendido, pues Llewan lo había advertido, y no hacía más que unos minutos que Morann y ella estaban hablando de ellos, pero Rya se sorprendió de todos modos. Para un mago, lanzar un conjuro era un asunto de estudio y preparación, de cargar una energía mágica en la mente, como quien coloca un virote en una ballesta, y dispararla mediante focos y fórmulas. Para ella, era tan natural como andar. Tan natural, que no había sido consciente de lo que hacía hasta que se lo habían hecho saber, cuando ya era una mujer adulta.
Abrió los ojos como platos, y se dio media vuelta para mirar a Morann con preocupación. No todo estaba bien. Tenían que probar otros conjuros, en otros lugares. Tenían que ir a la Casa de Mystra y organizar una investigación. Y disculparnos con la pobre Llewan, sin demora.
Era imperativo de espantar definitivamente a la turba y ponerse en marcha. De repente, estaba agitada como no lo había estado en años.
No, replicó, avanzando hasta estar cara a cara con el líder de la canalla. No sobre las buenas gentes. Pero vosotros no lo sois.
No obstante, no merecéis que malgastemos magia en vosotros. Insistís en que nos marchemos, y sois contumaces en vuestros insultos y la negación de justas disculpas. Por mi honor y el de mi amada, debería enviaros a casa con los dientes en las manos, pero por mis votos me debo al respeto a la ley. Mas soy familia directa de las autoridades que administran justicia, y no puedo asegurar un justo arbitraje en la cuestión.
Rya hizo una pausa, fingiendo que estaba pensando. Una pausa corta, pues sí pensaba, pero lo hacía en el conjuro fallido.
Lo arreglaremos de otro modo. Mañana, al despuntar el alba, acudiremos a este lugar, tú y yo, cada uno con un testigo. Dirimiremos el asunto con un combate. El perdedor abandonará el Valle durante la próxima semana, con el compromiso de no regresar jamás.
Morann correspondió a tu mirada de preocupación, pues ella sí que se había percatado de lo que acababa de suceder. Volviste a encarar al tipo que había liderado aquella pequeña turba. Tus palabras le hicieron titubear. No era ningún idiota, sabía tan bien como tú que le partirías los dientes en justa lid, con o sin tus conjuros. Sus amigos también lo sabían y empezaron a cuchichear y a reír en voz baja. El tipo miró por encima de su hombro un momento antes volver a trabar la mirada en ti.
—Cuidado —susurró en tono amenazante—. Sabemos quiénes sois y dónde vivís.
Con más rapidez que dignidad el hombre giró sobre sus talones y se largó de allí caminando a grandes zancadas. Sus amigos lo siguieron, pero hubo un par de ellos que te dedicaron una última mirada jocosa, rozando lo cruel, antes de marcharse. Poco después, mientras vigilabas que se fueran por donde habían venido y antes de que tuvieras tiempo de hablar de lo sucedido con Morann, aparecieron tres figuras que conocías bien. Savinian encabezaba la marcha, miró a los diez tipos como si buscara algo entre ellos y después os miró a Morann y a ti, como si comprobara que estuvierais de una pieza. Detrás de él caminaba a paso apresurado Galatea acompañado de aquella masa de esponjoso pelaje blanco de su lobo, Áscalon.