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Vamos, Gadeo... -le dijo su compañero religioso-. Levanta, hemos de irnos, los señores se marchar.

Y este hombre, ¿también lo quedaremos aquí? -replicó el fraile, mientras seguía mirando esas grafías hechas a hierro y fuego en el pecho del cadáver-. Debemos enterrarle junto a esta cruz.

No podemos enterrarlo; este sitio es propiedad de los monjes dominicos, y no podemos hacer nada salvo tener problemas con dicha orden... -respondió-. Tampoco podemos llevárnoslo, bastante carga y miedo llevamos ya, que casi nos matan -se refería a los bandidos-. Quizá haya más maleantes por la zona. Avisaremos en el castillo a los soldados, para que ellos los recojan, y luego les den sepultura donde sea menester.

Quedó así convencido fray Gadeo por boca de su hermano fraile, y se levantó del suelo y se dispuso a emprender viaje de nuevo, como vosotros. La niebla no volvió a aparecer.

EPÍLOGO de la Parte I.

La lluvia siguió azotando durante aquella la tarde, más o menos fuerte según qué zonas pero no habrá ni rastro de la niebla. Por ello, así que pudísteis regresar al camino, avanzar por el collado y alcanzar la Garganta de Jaranda, un arroyo de rápidas aguas cristalinas nacido en lo alto de la Sierra. Mientras cruzan el último puente de la travesía antes de entrar en la localidad, podrán ver bajo sus pies algunas truchas en el amplio volumen del cauce.

Una vez alcanzásteis las casas típicas de aquella zona, pasásteis junto a una picota de planta octogonal y tres gradas de altura, y no tardásteis mucho en poder acceder al castillo de Jarandilla por su puerta principal. La precedía de un puente fijo, y estaba escoltada por dos torres cilíndricas. Nicolao enseñó el documento con el emblema imperial que el mayordomo Luis Méndez os había proporcionado para entrar en la fortaleza sin problemas.

El trasiego en el castillo era pronunciado, y tras presentaros ante los soldados y entregar dichos documentos identificativos de parte del Emperador, los criados del lugar comenzaron a cargar el carro de Vellosa con provisiones. Fray Gadeo y fray Tomás comentaron a los soldados que había cuerpos junto al Olivar del Fraile, y que era lugar peligroso donde los hubieras, para así ponerles alerta. Después ambos clérigos os agradecieron vuestra compañía, ya que tras ello se despidieron de vosotros (harían noche allí y volverían a Segovia al día siguiente). Estaba claro que los dos monjes jerónimos tendríán algo “interesante” que contar en su sede eclesiástica, aparte de la vivencia con el Emperador en Yuste.

* * *

Una vez estuvo preparado el cargamento (cinco cajas, seis toneles de cerveza y tres barriles de vino, así como cuatro sacos con alimentos de todo tipo), uno de los siervos os entregó una nota. Os dijo que se trataba de la relación de productos que íbais a llevar de vuelta al Emperador; algunos, según dijo, eran cortesía del señor conde (se refieren a Fernando Álvarez de Toledo y Figueroa, III Conde de Oropesa y señor de Cabañas y Jarandilla, incluido este castillo), y otras proceden de otros lugares peninsulares.

Asique, tras descansar y darle descanso a Vellosa, pusísteis rumbo de vuelta, antes de que las horas de luz hicieran mella.

* * *

Tras marcharos, Nicolao leyó la nota para confirmar lo que llevábais (pues a simple vista, estando los productos tan bien armados y guardados en sacos y toneles, no se distinguían). De boca del de Maella pudieron saber sus compañeros que viajábais de vuelta, además, con un juego de vajilla flamenca, barriles de cerveza alemana, lampreas portuguesas, pastel de angulas o longanizas picantes de Tordesillas, entre otros productos.

Fue entonces cuando Nicolao quedo sorprendido mientras leía.

La nota cerraba, a modo de últimas grafías, con un par de caracteres, justo en la parte central e inferior de la misma: un caracter “V” y otro “T”, entrelazados entre sí de forma tosca, letras que también comparte un pequeño tonel de cerveza bien clausurado...