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Los asuntos del Emperador

Parte II: "Gran remedio para un hombre; harto mal a tantos otros"

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27/03/2023, 22:13
Juan Melet

Por supuesto, Majestad... -agachó la cabeza, como pudo, pues aún estaba convalenciente aquel boticario, y enseguida preguntó por alguien dado a las hierbas. Van Overstraeten acudió enseguida, y parecía que ambos se conocían de algún encuentro anterior. Entonces Melet comenzó a dar instrucciones al extranjero, y éste marchó corriendo para preparar ungüentos y algunos frascos. Traedme todo lo que os he dicho, y que los siervos enciendan un buen fuego: esta bebida se suministra caliente -dijo con decisión-.

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27/03/2023, 22:16
Director

No tardásteis todos, Emperado incluido, en visitar la alcoba de Juanelo. Estaba en un dormitorio dedicado ahora a sus cuidados: un sillon con cojines de plumas, varias cortinillas con paños diversos sobre las ventanas y un fuego de chimenea que mantenía siempre el calor de tal lugar. Dos siervos acompañaban al malogrado, quien hallábase inconsciente, tendido bocarriba sobre la cama, y arropado hasta el vientre. Cualquier diría, al ver tal escena, que estaba aquel hombre en su lecho de muerte, pero no era así, al menos no del todo.

* * *

Dos horas tardó en componer Juan Melet aquel Resucitamuertos: gotas de esencia de muérdago, ajo molido, aplastado; extracto de hojas de Laurel machacado con un polvillo blanco (no identificado). Agua hirviendo con una disolución metálica, a partes iguales, era mezclada en ella. Sin duda que algo olía terriblemente mal en aquel taller, lugar donde se preparaba, en parte, el gran Brebaje. Y otra hora más para dejar que macerara rápidamente, de una forma magistral, el líquido obtenidos.

Como si de varios testigos se tratase, hubísteis de estar presente en aquel lugar, en aquel dormitorio, a la hora de suministrar el líquido. Una especie copa cilíndrica, a modo de embudo, fue colocado en la boca de Juanello. El Emperador miraba a vuestro lado, muy expectante. Melet, con la supervisión de Overstraeten, introdujo el líquido milagroso (enfrascado en un botijo pequeño), a través de la copa.

El líquido viajó por la garganta del relojero, y en pocos segundos un hilillo de sangre salió de sus orificios nasales. Melet tranquilizó a los presentes, añadiendo que aquello era normal, minutos después, el relojero Turriano...

... movió un dedo.

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27/03/2023, 22:41
Su Majestad Carlos I de España

* * *

El Emperador miraba, a la mañana siguiente, sus naranjos. El patio estaba a rebosar de criados limpiando las hojas, segando el césped

No sé cómo agradecéroslo -os dijo, levantántose mientras os acercábais allí-. Juan Melet había estado toda la noche con Overstraten, ambos vigilando a Juanello. El relojero, a la hora del suminstro, movió un dedo más, luego la mano, y luego ambas piernas. Finalmente despertó y habló algunas palabras. No recordaba nada de nada en las últimas horas, y el bebedizo había hecho efecto-. Sin vosotros, y ese tal Juan, mi querido Juanello no estaría hoy con nos. He de deciros que la suerte es la mia, por tenervos aquí: Beltrán, Manuela, Nicolao, Cristovao...  -os miró a los cuatro-. Mi vida ahora quedaría en las vuestras manos si necesidad así tuviera...

* * *

Tiempo después, y tras la muerte del Emperador Carlos, Beltrán fue recompensado con unas mejoras palacio en su palacio de Medina de Pomar, así como uno de los relojes del Emperador, tan míticos y bien labrados; Manuela quedó con un baúl lleno de prendas del César, así como de un taller de sastreía en Oropesa. También con el favor, intercedido por el testamento del César, de Alonso de Orozco, religioso místico, a quien vistió numerosas veces cuando regresó a su natal localidad. Hablando de Nicolao, el propio Emperador, días antes del fallecimiento de éste, entregó al alquimista un fervoroso regalo, que guardaba celosamente: el libro de la Potencia, de un tal Aptolcater. Sólo Nicolao, años después, logró descifrar parte del mismo: contenía ciertos hechizos y numerología relacionada con la cábala. Y a Cristovao, al ser natura de Quacos de Yuste, entró a servir a Luis Méndez de Quijada, figura importante que cuidaría de uno de los hijos secretos de Su Majestad...

FIN

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27/03/2023, 23:00
Director

LA VERDAD.
A continuación se cuentan los hechos verídicos de esta historias, algunos ligeramente destapados...

1. El Emperador y sus aficiones mágicas
Ocurre que don Carlos Emperador no es que fuera usuario de la magia, pero sí que conocía de su existencia y algunos entresijos que la manejaban. Si ya contaba con amuletos y anillos aparentemente mágicos (con propiedades curativas dedicadas a atenuar diferentes dolencias) éstos no eran más que meras atracciones para que los súbditos que le rodeaban hablaran de sus banales extravagancias. Sólo algunos de su hombres de confianza, como el relojero Juanello Turriano entre otros, sabía que Su Majestad, pese a lo indisiciplinado de su tesón, se esmeraba en leer las aportaciones de viejos filósofos griegos y algunos médicos musulmanes de hace centurias, quienes no ocultaban su afición por las “artes mágicas”.

Podría decirse que don Carlos era un erudito levemente iniciado en el entendimiento de libros antiguos, de referencias mágicas y de remedios caseros y alejados de la cotidianidad y la religiosidad. Ello no quita que fuera devoto, pero en su dilatada vida y los conflictos que ha enfrentado y soportado, se ha rodeado más de una vez de alquimistas, magos y hechiceros ocultos en oficios más comunes, y de cuyos poderes se ha valido para convencer, disponer y gobernar sus reinos. ¿Cómo sino ha sido el hombre más poderoso de la Tierra? En su biblioteca personal del monasterio, muy cerca de las celdas habitadas por los Jerónimos de Yuste, descansaban algunos volúmenes de ciencias ocultas, como el Libro de la Potencia de Aptolcater, entre otras joyas ocultas. Y al monarca no le desagradaba dedicar cuantiosos ratos muertos a tratar de comprender todo el potencial que encierra.

2. El medallón y la presencia de San Cassiano
En este ámbito de hechicería, muchos años atrás llegó a las manos del Emperador un fino volumen de piel negra de cordero. Cuando ocurrió, ni siquiera aún se había planteado su retiro al remoto monasterio de Yuste. El caso es que en sus arcones, tambaleándose por el vaivén de su transporte sobre una bestia de carga, este ejemplar, junto con otros, accedió años después entre los benditos muros del monasterio Jerónimo. Muy infames tenían que ser los textos como para aguantar la influencia religiosa del santo lugar. El interior del volumen albergaba un conjunto de notas inconexas escritas en latín sobre la vida religiosa de los monjes benedictinos de la abadía de San Cassiano, a las afueras de la ciudad de Narni, en el centro de Italia. Lo curioso es que en el interior del volumen permaneció cosida durante siglos un par de hojas añadidas, ambas firmadas por un tal “Braccio” en el año de 1402.

Escritas también en latín, hablaban sobre una presencia que atormentaba a los benedictinos de ese monasterio; una presencia que los perseguía y atormentaba. Ambas páginas aseguraban que, a través de una serie de exhortaciones (descritas a la perfección), podía invocarse a esa presencia y materializarla ante los ojos de los clérigos para así tratar de expulsarla fuera de los muros de San Cassiano. El tal Braccio narraba en los últimos párrafos que a pesar de los intentos, aquello nunca fue posible. Más de cien años después, el Emperador Carlos, con tal volumen en su poder, mandó traducirlo del latín antes de llevárselo, junto con la traducción, a su retiro monacal en Yuste. Mas de una vez leyó las exhortaciones necesarias, tratando de desentrañarlas por pura curiosidad. Tras ello, y desde que puso pie en la Península en su último viaje (en el desembarco de Laredo) hasta la llegada al monasterio Jerónimo, ciertos eventos de extraña naturaleza han sucedido a su alrededor: bestias de carga encabritadas, extrañas tormentas aparecidas en mitad de días soleados o susurros a deshora que turbaban el descanso del Emperador... Pero todo ello en diferentes lapsos de tiempo, eventos muy distanciados entre sí como para que el monarca lo relacionara con el volumen de piel de cordero... hasta hacía bíen poco.

Los extraños eventos ocurridos en el monasterio y después en torno a vosotros (como el encuentro con la extraña mujer en el camino hacia Jarandilla) hicieron entender a Su Majestad que la presencia de San Cassiano, una entidad espiritual de dudosas intenciones, había sido invocada por él accidentalmente, y en tales momentos estaba muy cerca de él, para bien o para mal. En vuestro periplo, ello se ha traducido en la aparición de los medallones (símbolos usados por la entidad); Todo ello no hacía sino advertir el mal que estaba a punto de suceder: el envenenamiento del relojero Turriano, como si de una increíble advertencia de futuro se tratase. ¿Tal vez aquella presencia intentaba avisar al Emperador del mal de su relojero? La verdad de todo esto es que... sí: aquella entidad (fuera lo que fuera), no tenía malas intenciones. La presencia de aquel manuscrito integrado en el volumen de San Cassiano no era sino parte del hechizo “Susurro de los Secretos” (que para los entendidos, sabrá de qué se trata).

Las exhortaciones seguidas meses atrás al pie de la letra por el Emperador atrajeron a un espíritu de corte benéfico junto a éste (al menos eso parece), y desde entonces le acompañó en su último viaje peninsular. Dicha presencia trató de llamar la atención del monarca y también de aquellos de quien se rodeaba para evitar el mencionado mal posterior, traducido en el intento de evitar que los Jugadores recogieran la carga de provisiones en Jarandilla que, albergando el extraño objeto, dañaría posteriormente a Juanelo Turriano.

3. La pieza enviada al Emperador
Ya se ha dicho que el Emperador no era usuario de la magia, pero la toleraba y la admiraba (o al menos a aquellos que sí eran capaces de controlarla). La pregunta es la siguiente: ¿para qué querría don Carlos ese extraño potenciador de brebajes de color amarillento? Resulta que el último encargo secreto del Emperador para el grupo “Verón de Tesque” fue el diseño de la enigmática y compleja caja mecánica de resortes destinada a almacenar un componente liquido muy concreto hasta su largo viaje al monasterio. Se trataba de un extraño componente líquido ansiado por el monarca, que, mezclado con el resto de ingredientes necesarios (como el jugo de Celidonia) esperaba utilizarlo para encontrar a sus enemigos luteranos en los recientes focos heréticos surgidos en el sur peninsular... Sin embargo, en su largo viaje en dicha caja, desde su composición hasta su apertura, el líquido se corrompió, y tras ser liberado, con el contacto con el aire del ambiente hizo envenenar a Juanelo Turriano. El resto ya se sabe.

4. Sobre Juan Melet, la Serrana y el resto de desaparecidos
Hace casi un año, el boticario Juan Melet descubrió en la sierra de Tormantos algo singular: una joven mujer de aspecto bellísimo que vivía sola en una cueva junto al pico de Fuente Alta. Mujer de pocas palabras, desde muy pronto se interesó por ella, procurándole aquello que necesitaba (que no eran más que enseres cotidianos que él recogía del campo o le traía desde Garganta, como leña o alimentos). Incluso trató de convencerla para instalarse en la población y no en la recóndita altura en la que vivía, sin éxito alguno. Semanas después, sin aún saber su nombre, el boticario dejó de acudir a ver a Quintera, que es como comenzó a llamarla. El motivo radicaba en el constante cuidado de su padre, también natural de Garganta, aquejado de unas altas fiebres. Tras varios días, y pese a que éste ostentaba el oficio que le caracteriza, no era capaz de remitir tales dolencias.

Ocurrió que una noche apareció en su casa Quintera, vestida de absoluto negro, y le entregó un extraño brebaje para su padre, cuya ingestión hizo desaparecer del todo las fiebres del enfermo. Juan Melet no supo entonces si aquella mujer era un demonio o una bendición. El caso es que se debió a ella por completo a través de una lealtad inquebrantable. Sabía que sus conocimientos farmacopédicos eran superiores a los suyos, y Juan le suplicó que le enseñara algunas de sus cualidades y remedios, a lo que ésta accedió, pero sólo en su cueva de la Fuente Alta. Tiempo después, cuando el padre de Juan murió, retomó sus visitas a la sierras, y de ella aprendió su fórmula del Resucitamuertos. Finalmente, la bella mujer le mostró su verdadero rostro, era en realidad una meiga Xuxona al servicio del demonio Agaliaretph, quien por alguna razón se instaló en esta sierra.

Sin embargo, desde las últimas semanas, la Serrana, que con tal nombre hasta el día de hoy consideramos, necesitaba otros requerimientos: se complacía comiendo carne humana (sin que el boticario Melet sepa porqué). Él creía que era algún tipo de ritual dedicado a su mentor infernal, o por alguna otra razón. El caso es que el boticario cumplió el encargo de atraer a alguien hasta la sierra de Fuente Alta: un pastor de Garganta Flores. El miliciano de la Santa Hermandad fue la siguiente víctima, engañada y arrastrada por Melet hasta la sierra (le dijo que había avistado bandidos en cierto lugar y, tras sacarle del lupanar de las Muñecas, lo guió en plena noche hasta un risco cercano, próximo al lugar donde Flores desapareció).

Dos de los compañeros de la Hermandad (quienes buscaban a su compañero), así como un bandido llamado Morán (llegado recientemente a la sierra y compañero del preso de la Casa del Azor), fueron sus últimas víctimas, o casi las últimas: ocurrió que el mismo Juan Melet cayó finalmente entre las garras de aquel engendro (pese a que había sido su acompañante y pupilo desde hacía tiempo), a la espera de ser también devorado en su cueva. No obstante, llegásteis vosotros.

Y es que el hambre de la Serrana no entiende de lealtades.

FIN