“Una entrada poco discreta.” Se dijo sintiéndose tonta por entrar por la chimenea. Alcanzó la sala, revoloteando el lugar y haciendo volar algunos papeles sueltos. En unos rápidos instantes se percató de que allí estaba Clarice y Soros, junto a dos personas desconocidas.
Antes de formar todo el revuelo, Helena juró oír al hombre que brujo les ayudaría, y con el brujo se referían a Soros, que parecía estar confortablemente sentado y bebiendo vino.
Tras la entrada triunfal de Helena, la mujer gritó horrorizada al ver la lechuza, y desmayándose sobre la alfombras de pieles, lo cual ofendió a Helena. Se posó en forma de pájaro en la alfombra, junto a la mujer desmayada y aleteó junto a ella. Parecía estar dándole aire la señora, pero de pronto un empalagoso olor llegó hasta a ella.
“¡Oh! Mi Klaus!” pensó al reconocer el aroma del hechizo de los sueños.
Plegó sus alas, para no airear la sala y caer en el sueño y anduvo dando saltitos alrededor de la sala para encontrar la salida. Siguió a Soros por la salida en su forma animal, no se fiaba que los mundanos estuvieran por completo hechizados de sueño.
Cuando salieran de la sala y comprobara que no había nadie más, pensaba transformarse otra vez en humana y contestar a Clarice.
Aline se giró sobre si misma para regresar por la puerta azul, pensando en encontrar a sus compañeros. Aún le quedaba un viaje muy largo, ya que había estado vagando por los túneles de la Alianza hasta encontrar aquella sala.
Sin embargo, al volver a revisarla tras cerrar la puerta de los duendes, encontró algunas cosas cambiadas. La puerta azul se había cerrado, y pequeñas luces, de las que habitualmente iluminaban el techo y las paredes de la Alianza, refulgían en el suelo indicando un camino desde donde ella estaba hasta la puerta "mundana".
Aline se acercó con pasos titubeantes. Las cuevas, una vez más, le indicaban el camino más corto hacia su destino pero no podían abrir la puerta por ella. En cualquier caso ya había llegado hasta allí, así que empuñó con firmeza la llave.
El mecanismo cedió con un fuerte chirrido y un leve olor a óxido se desprendió de la cerradura. Un pasillo y unas escaleras ascendentes aguardaban al otro lado. La hermosa iluminación de los túneles se había reemplazado por antorchas comunes, y flotaba en el aire suave olor a incienso. Aline no tardó en alcanzar la portezuela al otro lado de la subida, y la abrió sin dificultad.
La hechicera se encontró entonces saliendo de debajo del altar mayor del pequeño templo del monasterio de... San Martín, dedujo, a juzgar por la decoración. Benasque. Por suerte para ella, el único monje en la iglesia dormitaba plácidamente en el banco. Sonreía, satisfecho, y un hilillo de baba le había mojado el hábito. Aline hizo un esfuerzo por no despertarlo y caminó hacia la salida; abrió silenciosamente la puerta del templo y salió cautelosamente al claustro, donde encontró otros dos monjes y un novicio profundamente dormidos.
Los ronquidos del novicio bien podrían haber despertado a todos los monjes hasta Toulousse. Sin embargo no había ni rastro de ningún monje despierto.
Me he permitido moverte un poco a Aline para ahorrarnos algunos turnos de transición. Sé que no te vas a enfadar.
Te diría que salieras del convento en cuanto pudieras, pero no quiero atentar más contra tu libre albedrío XDD
- ¡Claro! - respondió la anciana, y una sonrisa de complicidad iluminó su rostro mientras traía unos cuencos en los que repartió la sopa. Dante y Wulfila pudieron observar que mientras hacía el reparto, reservaba para los magos las mejores tajadas. Una vez había llevado a la otra viuda su ración, se sentó junto a ellos y engulló en silencio su parte. Después, levantó la mirada al techado que cubría parte del patio y que servía de pobre refugio para los días de lluvia.
- Creo que puedo garantizaros un cuenco de comida a vosotros y al niño - dijo - durante tres días si pudieseis reparar esa techumbre. Mis huesos, con la humedad, se resienten tanto... ¡Pero habéis de venir por la noche! No me gustaría tener aquí al prior hurgando en mis asuntos
Nota de reglas:
Habéis de saber que los alimentos creados con magia no tienen propiedades nutritivas si no se utiliza vis. En este caso, dado que no ha sido "Creo" sino "Muto" y que el objetivo era engañar al hambre lo he dado por bueno, pero tened en cuenta que no se puede alimentar a nadie a base de magia.
Los pasos silenciosos de Clarice cruzaron el patio hasta el exterior de la casa de los Auset. Tras ella, el aleteo casi imperceptible de la lechuza y Soros, que cerró suavemente la puerta tras de sí, procurando no hacer ningún ruido que despertara a los señores.
- Quería que lo ayudaran a volver a casa - dijo Soros, encogiéndose de hombros - Teníamos que salir de allí.
El sol brilló en el cielo y Helena entrecerró los ojos. El día se estaba despejando, y la luz molestaba los delicados ojos de la lechuza. La hechicera recuperó su forma humana en menos que un parpadeo, y carraspeó, sacudiéndose las plumas. Justo a tiempo para que el padre Jaume doblara la esquina y se acercara a la casa con pasos decididos, aporreando la puerta nerviosamente.
Los corredores de la Alianza, con su mágica conciencia, le habían señalado el camino más corto hacia su destino... a través de la puerta mundana. Aline ascendió por aquel pasadizo y sus escaleras hasta abrir no sin dificultad la última portezuela. Los ecos de la sólida piedra labrada y el silencio le recordaron su perdido sancta sanctorum en Corbieres, hasta que en su mayúscula sorpresa descubrió que había accedido al interior de un templo. Nada se movía en el lugar, salvo el titilar de las candelas de algunos cirios, y un monje dormía plácidamente en un banco.
La aparición de una vieja bruja en una iglesia precisaría demasiadas explicaciones para una mente recién despierta –razonó la Maga-. Mejor será que le dejemos dormir y salgamos discretamente de aquí.
Piamente se arrodilló y persignó ante el altar y luego, procurando no hacer ruidos innecesarios, Aline abandonó el lugar e ingresó en el claustro. Allí otros tres religiosos dormían profundamente también entre ronquidos satisfechos. Excesivamente satisfechos, quizá. Y nadie más a la vista.
Un poderoso duende rondaba la abadía, recordó la anciana. Ella misma había empujado a los seres faéricos hacia allí. ¿Sería posible que la criatura hubiese desafiado al mismo Dios y sumido en aquel sueño a la congregación? Aline no quiso encontrarse con él, como no quería que la descubriesen los monjes. Procurando ampararse en las esquinas, fue escurriéndose, sala tras sala, en busca de la salida. Sus sodales debían andar por allí cerca, mas posiblemente no dentro del monasterio.
Siempre es bueno seguir las indicaciones del Dedo de Moisés xD
Dante miro a la techumbre y luego asintió, añadiendo - Tan rico guiso bien merece el trabajo-. Dijo poniéndose en pie. - Aun quedan algunas horas de luz, voy a caminar un rato-. Termino la frase y con una ligera reverencia se despidió de Wulfila y Yago.
El mago caminaba por las polvorientas calles de la aldea con la cabeza puesta en el pequeño. No le preocupaba su salud, ya que estaba bajo los cuidados de uno de sus sodales, pero no podía evitar sentir un ligero malestar al no ser él su protector.
De pronto se encontró deambulando sin rumbo fijo, pensativo, como siempre.
Una vez fuera de la casa, Clarice contó a sus compañeros lo que había averiguado sobre el brujo.
—Lo que he averiguado es que nadie recuerda su rostro, aunque recuerdan su bonita sonrisa y que es amable a pesar de que no habla. Todo parece indicar que no desea que nadie lo reconozca y utiliza algún hechizo en las personas con las que tiene contacto. —Contó Clarice a Helena y Soros— Ah y a veces ha sido visto en compañía, o bien de un muchacho bien vestido, con una piel blanca de un animal sobre sus hombros o bien con una mujer harapienta, con marcas en la cara y siempre con frio.
Justo cuando terminó de hablar, unos golpes en la puerta de casa de Isabel, hicieron girarse a Clarice. Era el Abad del monasterio donde habían estado ella y Helena.
—O tratamos de evitar que despierte a los señores, intentando llevárnoslo de aquí o bien desaparecemos rápidamente. Si se despiertan y le cuentan lo sucedido, vamos a ser sus siguientes objetivos en su caza de brujas. — Dijo Clarice a sus compañeros.
La mujer escuchó el relato de Clarice, no le sorprendió que nadie conociera realmente al brujo, pero si le sorprendió que tuviera acompañantes. Eso le parecía más misterioso, pues todavía no habían dado con él ni con ninguno de sus sodales. Ante la descripción de la mujer, Helena tuvo la ligera sensación de conocer aquellas características que describía Clarice sobre una mujer con marcas en la cara.
Pero de seguida desapareció de su cabeza cuando el padre Jaume apareció con prisas y con rostro preocupado.
-Parce decidido a encontrarlos, será mejor que nos marchemos. – Dijo a ambos en voz baja par evitar que el clérigo cayera en la cuenta de que estaban allí.
Aline recorrió el monasterio sigilosamente. Sus pisadas quedaron cubiertas por el eco de los ronquidos plácidos, puerta tras puerta, esquivando los enseres que los monjes habían dejado caer sin más al quedarse dormidos. Fue el último portón, el que daba a la calle, el que chirrió atronadoramente tras ella. La hechicera cerró los ojos y contuvo la respiración durante unos instantes. Cuando volvió a abrirlos, Clarice y Helena, seguidos de Soros, caminaban apresuradamente (quizá demasiado apresurados para quien intenta ser discretos) calle abajo hacia ella. Sin dejarle dar ninguna explicación, Aline se unió a ellos.
Casi a la salida del pueblo Helena, que iba delante, arrolló a Dante. La Bjornaer se levantó rápidamente y apremió a Dante, que empezaba a sentirse torpe, a hacer lo mismo; volviendo a pasos acelerados a las cuevas. Hacia mitad del camino Wulfila, en forma de animal, y Yago los alcanzaron. La agilidad del pequeño era sorprendente, pues no había perdido paso al lado del lobo. Pronto ambos encabezaron la marcha, pero, cuando estaban casi llegando a las cuevas, Wulfila se detuvo en seco.
En la orilla del lago dos hombres a caballo conversaban. Por su indumentaria ambos eran magos; el primero llevaba la mitad de su ropa verde y la otra mitad violeta, contrastando con el caballo irrealmente blanco. El segundo llevaba ropa exótica, quizá árabe, y una capa azul cuya capucha cubría gran parte de su rostro, excepto la sonrisa.
- ¿Estás seguro? - dijo el primer mago - Siempre están en guerra, pero desde la muerte de mis maestros los magos ya no tenemos que tomar parte. Y allí eres bien recibido.
El segundo mago desmontó con agilidad del caballo gris y tocó la superficie del lago, dibujando ondas en ella.
- No estamos solos - prosiguió el que aún estaba sobre el caballo - Como quieras entonces. Ya sabes dónde encontrarme -. dijo, haciendo caracolear a su animal y dirigiéndose por el camino a las montañas
El mago se irguió y miró en la dirección en la que estaban los compañeros, y descubrió su rostro. Era un hombre de mediana edad, rasgos árabes y ojos de un azul profundo y tranquilo como el fondo de un lago, que chispearon violetas cuando su voz les golpeó en la mente. La sensación desagradable de la magia se mezcló con un tenue aroma a especias
- Podéis salir, sois bienvenidos - dijo afablemente, sin despegar los labios - Soy Nuruk al Saahir, el Brujo.
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Epílogo
El padre Jaume levantó las Sagradas Escrituras que acababa de leer y las besó. Se trataba de una de las múltiples parábolas de la vida de Jesucristo en las que se mencionaban demonios, pero la había leído en latín, por lo que la mayoría de los asistentes a la eucaristía no habrían entendido una palabra.
Sus pasos resonaron en la ermita dirigiéndose al púlpito mientras más de la mitad del pueblo aguardaba en un escrupuloso silencio. El padre se tomó su tiempo. Quería causar una fuerte impresión.
En el primer banco se habían sentado los señores Ausset. Isabel permanecía con gesto devoto mientras su marido se movía inquieto, visiblemente incómodo. No era la primera vez que acudía a la iglesia obligado por Isabel; de un tiempo a esta parte, una extraña afección se había apoderado de él. Echó en falta a las viudas y a los pastores; desde que aquellos extraños aparecieron en el pueblo se les había visto juntos, pero nunca asistían a los oficios. Las dádivas a los monjes también se habían visto afectadas, si bien Isabel era suficiente generosa en sus donaciones para permitirles vivir bien. Había visto aquello antes, cuando extraños hombres poblaban las montañas, la grey los prefería a las oraciones de los monjes. Pero Jaume era un hombre recto, y no le preocupaban tanto las monedas como la santidad de sus parroquianos.
- Demonios - comenzó, casi con un suspiro - ¡Demonios! - repitió, y el eco de su voz hizo temblar los corazones - Nuestro Señor nos advirtió sobre ellos, pero nosotros dejamos que caminen entre nosotros. Pensamos que estamos a salvo, pero ellos quieren apartarnos del camino de Dios. ¡Mirad esos pobres niños nacidos! oh, sí, caminan entre nosotros, y nos tientan, y nos arrastran hacia el infierno. ¡Los tratos con ellos llevan a la perdición del alma! Los que realizan portentos reservados a Nuestro Señor, no son sino las fuerzas del Maligno. Temed, hijos míos, y guardaos de la tentación, pues aquí, en Benasque, el Príncipe de las Tinieblas está más cerca de lo que creemos. Sed fuertes en vuestra fe, y no hagáis ofrendas ni sacrificios más que a Nuestro Señor. ¡En ello va la salvación del alma!