"Bajo los Montes Malditos vive un terrible Brujo. Tiene más de 200 años, y es inmortal, porque tiene un trato con un demonio. Puede desafiar a todo el Tribunal él solo, y está siempre rodeado de ladrones y asesinos; magos perversos que rompieron el Código. Acoge a su lado a todo el que quiera unírsele, y que cuando reúna su ejército marchará contra la Orden... ¡Tristes días nos esperan entonces! Ahora duerme, pequeño. Mañana hay mucho que hacer. Tienes que ser un mago poderoso para poder derrotar al Brujo algún día"
El aprendiz cerró los ojos, y soñó.
Sus sodale lo perseguían, para darle caza como a un ladrón indigno. En su sueño, huía, sin dejar de correr hasta llegar a unas montañas cuya cumbre se perdía en las nubes. El aprendiz miró a sus perseguidores; y justo cuando se abalanzaban sobre él, despertó, bañado en sudor.
¿Acaso los magos de la montaña serían más terribles que los propios cazadores de la Orden?
Llegar a las faldas de los Montes Malditos no es tarea sencilla. No solo es preciso un gran sentido de la orientación, sino una buena forma física: los Montes están a unas 400 varas (unos 2000m) de altitud. Por supuesto intentar el ascenso en invierno es un suicidio; la nieve llega a la altura de la cintura y es inestable; fácilmente se podría quedar sepultado en ella.
Durante el ascenso a veces falta el aliento, y no solo por la presión o el cansancio. Ríos de aguas cristalinas, lagunas de un azul irreal o prados de intenso color esmeralda indican, incluso para aquellos que no están familiarizados con la magia, que se está atravesando territorio féerico. Además de los duendes o de la propia naturaleza, los caminos están plagados de bandidos.
Buscando a los "hombres de las montañas" (como los llaman los pastores que, por cierto, hablan una lengua casi imposible de entender) finalmente se alcanza el pequeño remanso de Aigualluts. Y ahí parece terminar todo. No hay ni rastro del camino o de algún símbolo hermético o mágico, y por supuesto, no hay ni rastro del brujo. Sin embargo, cuando la desesperación por la falta de un refugio se adueña del corazón, las aguas de la sima se separan, mostrando una escalera descendente.
Aunque es evidentemente un lugar mágico, está abandonado. En algunas habitaciones hay restos de un incendio, pero otras, por suerte para los nuevos inquilinos, están intactas.
Lo que fue la Alianza de los magos proscritos es un complejísismo sistema de cuevas comunicadas por túneles y escaleras. A pesar del tiempo que los magos han dedicado a explorar en el último mes, tienen la certeza de que no han llegado a descubrir ni el 10% de la extensión total; máxime cuando los mismos recorridos llevan, a distintas personas, a distintos lugares. Wulfila encontró con facilidad todas las salidas al exterior del sistema de cuevas en su primer paseo; y la distancia entre ellas le pareció corta, como si estuviera recorriendo un atajo. Los túneles tienen la estructura de una madriguera de conejos, con múltiples salidas útiles para escapar, siendo la entrada principal la que queda debajo del lago.
A medida que pasan los días, los magos han podido comprender que la cueva entiende, de algún modo, la voluntad de sus habitantes, y les facilita el camino más corto para desplazarse desde donde están hasta donde quieren ir.
Las paredes de los túneles, más allá de donde llega la luz del sol, están iluminadas por miles de puntos de luz azul, cuya densidad se incrementa en lo que fueron las habitaciones. Salas, cocina, biblioteca y sanctas no necesitan ningún tipo de iluminación extra; la luz en ellas no es menor que en cualquier día nublado.
Todo el sistema ha sido construido tallando las rocas con agua, y no afectando directamente a la piedra. Paredes y suelos tienen acabados redondeados y aquí y allá hay pequeñas fuentes de agua limpia y azul, aunque no hay exceso de humedad. En las cuevas se percibe aura mágica, no obstante, los magos, bien por falta de poder o de Vis, no han podido realizar el ritual del Aegis, por lo que no cuentan con más protección de la que les proporciona su excelente camuflaje.
En "La Biblioteca" iré colocando las descripciones de los principales lugares de la Alianza que ya habéis descubierto, pero si os queréis inventar alguna otra sala o habitación, adelante, sin miedo.
Durante mucho tiempo el horror le impidió saber dónde se hallaba, ni cómo encontrar lo que en su desesperación andaba buscando. Estuvo semanas enteras al borde del delirio, y eso sí que lo sabía. Cuando sus maltrechas carnes le permitían dormir, soñaba cosas horribles. Soñaba con gallos negros que tenían muchas manos voluptuosas y la boca venenosa de Stavros, soñaba con relámpagos sulfurosos y llamaradas. Eran pesadillas dolorosas y llenas de angustia, pero no la atemorizaban. No, porque a través de ellas había conocido la manera de salvarse de sus sodales.
“Un terrible Brujo bajo los montes, que acoge a su lado a todo el que quiera unírsele”.
En todo caso, aquel era un sencillo acertijo: en el fondo del lago no cae la lluvia.
Era seguro que Aline estaba proscrita, sin duda como toda su antigua Alianza. Pero también estaba casi segura de que hasta el momento no la perseguían. Sus huesos así parecían afirmarlo, aunque uno no debe poner ciega confianza en los huesos...
Por fortuna, Corbieres no se hallaba demasiado lejos del Pirineo, pues en su débil estado Aline no habría resistido un viaje mucho más largo. Los montañeses, pastores supersticiosos, habían orientado sus pasos, agradecidos de las predicciones que les había hecho... y de no sufrir ninguna maldición. A pesar de su ayuda, Aline jadeaba cuando llegó al lugar por vez primera. Largamente observó los lagos y las rocas, las yerbas y los árboles que le susurraban bajo las nubes, pero hasta que no se mojó los pies en el agua helada, la Escalera no se reveló ante ella. Saber lleva a ser, pero sólo ser permite saber.
Se adentró maravillada en las grutas luminosas, explorando sinuosos pasillos donde, extrañamente, parecía difícil perderse. A pesar de la sutil falta de conexión lógica, Aline intuyó que había un cierto sentido en ello. El Agua había dado forma a la Tierra y el Fuego había destruido lo creado, pero nada puede perderse en nada, y allá donde alguien habitó, alguien habitará. Cómoda en un sitio donde todo parecía ser algo más, Aline supo que había alcanzado una especie de hogar.
No dejó de recorrer las salas, fascinantes y abandonadas, donde el aire untoso delataba la presencia de la Vis. Temía hallar al Brujo de la leyenda, a la vez que temía no hallarle. Y aunque para su alivio no lo encontró, descubrió para su alivio que tampoco estaba sola. Otros Magos habían viajado hasta allí con razones tan oscuras o vergonzosas como la suya, y enseguida Aline les saludó abiertamente, procurando congraciarse con ellos. Podía tratarse de asesinos, de ladrones de Vis, de traidores o de algo peor, pero eran personas desterradas, y a pesar de la inicial desconfianza y de lo peculiar de sus personalidades, ninguno hizo por rehuir el contacto con los otros. Las sombras huyen siempre, pero las serpientes buscan el calor.
Si bien no había ganado la protección de nadie, al menos podrían construir un refugio entre todos. Todos lo comprendían así, y aquello era un firme punto de partida.
-Klaus, nos hemos perdido – dijo quejosa Helena sentándose sobre una piedra junto al agua de la laguna cristalina- No existe ninguna Alianza, llevamos días explorando los Montes Malditos- sumergió su cantimplora en el agua y bebió -Y tan malditos – respiró afligida apoyando su mano en su pecho por la falta de aliento.
Cuando hubo recuperado el aliento continuó –Además a mi edad no puedo continuar huyendo, ¡o caeré enferma de Gota o algo peor! –Dijo escandalizada – Quizás podría buscar protección en... – En ese instante las aguas de la sima se separan dejando ver una escalera seguido de pasos. Alguien estaba subiendo por ella, el ruido del exterior debió de llamar la atención. –Oh Klaus, ¿Qué hago? – preguntó susurrando, mientras con movimientos dubitativos se levantó sin saber si marcharse o permanecer allí.
Sin decidir nada claro, Helena optó por quedarse quieta cuando ante ella se presentó el mago que acaba de subir por la escalinata. –So…sodale – tartamudeó mirando nerviosamente alrededor del mago – usted debe ser el bruj…, que diga el mago del que hablan –corrigió avisada por algo. Y extendió su mano.
El mago, extrañado por escuchar desde el interior lo que parecía una conversación, solo pudo ver una mujer madura con su equipaje, con la mirada a veces perdida.
Tras la presentación, el mago la acompañó al interior. Helena quedó maravillada al instante de entrar, las paredes iluminadas por miles de puntos parecían reflejar el cielo desnudo. Pero lo que de verdad asombró a Helena, fue toparse con una amplia sala que tenía una salida al exterior en el techo. El suelo estaba lleno de plumas y egagrópilas, en el centro, un árbol se alzaba hasta el techo, con las ramas atravesando la sala. Helena, divisó que uno de los numerosos huecos del árbol ya estaba habitado por una pareja de mochuelos. Sonrió y bautizó la estancia como “La sala de las aves”.
Doy libertad por si alguno de los magos masculinos quiere ser con el que se encuentra Helena y confunde con el Brujo. Si nadie quiere no pasa nada, lo cambio.
“¡Aquí es!...Este es el lugar del que te hablé”, le dijo el gran cuervo al lobo que portaba un hatillo entre sus fauces. Éste soltó la pequeña bolsa y comenzó a rascarse detrás de la oreja.
“Pues no es lo que imaginaba”
El ave levantó el vuelo sin prestar atención a la transformación que había tenido lugar delate de sus ojos: el lobo con quien hablaba era ahora un desgarbado hombretón desnudo que continuaba rascándose con fuerza.
“Ten cuidado con tus modales…no estarás solo”, dijo el cuervo a modo de despedida dejando caer unas alas negras como la noche.
Wulfila cogió su modesto equipaje y se adentró fascinado en las grutas iluminadas…aquel era el inicio de su nueva vida.
-Dicen que en esas montañas, hay un refugio habitado por un brujo.
-Ah, si. Yo también he oído hablar de eso. El brujo tiene un trato con un demonio y acogen a magos proscritos.
- Solo son habladurías. Ni yo, ni ninguno de mis amigos pastores hemos encontrado pista alguna de un hábitat de magos en las montañas.
- Pues yo conozco a pastores, que aseguran haber oído decir, que se encuentra por el pirineo de Huesca.
....
Clarice no necesitó escuchar más de aquella conversación, entre pastores, y subió a la habitación a dormir.
Se hospedaba en una posada de Toulousse. Andaba tras la pista de la alianza de magos de la que habían hablado los pastores, pero hasta ahora solo sabía que estaba por algún lugar del pirineo. Esos pastores acababan de concretar más, y esperaba que según fuese acercándose durante su largo viaje, los rumores fuesen más concretos en cuanto a su localización.
Se levantó con los primeros rayos de sol, en una mañana con cielo azul, y fresca brisa, como correspondía a los primeros días de Abril. El viaje duraría muchas semanas, y la luz diurna todavía no duraba mas de unas 10 h, por lo que tenia que aprovecharla para llegar a otro pueblo.
Un mes y medio mas tarde, se encontraba ya tras la pista, en plenas montañas. Había logrado reducir el cerco a una montaña que tenía sendero para ascenderla en los meses de verano. Además, se decía que en las últimas semanas, se habían visto varios forasteros por la zona.
Estaba convencida de que podían ser magos como ella, en busca de esa alianza, y confió en su instinto.
Ascendiendo por los Montes Malditos, siguiendo los ríos, entró en unas praderas verdes como la esmeralda que denotaban que era zona féerica. Clarice pensó que ya se encontraba cerca, pero cuando alcanzo Aigualluts, el rastro pareció desvanecerse, hasta que de pronto vio como las aguas de la sima, dejaban entrever una escalera que descendía separando el agua en dos caídas.
Cuando bajó, lo que encontró que en aquella cueva el aura mágica era fuerte, y que no se encontraba sola en aquellas estancias, que habían sido esculpidas por la fuerza del aguas.
Mas magos y magas, se encontraban también allí. Supuso que debían haber llegado huyendo de algo o alguien, tal como ella había hecho. Pero eso tendría que descubrirlo poco a poco.
Soros estaba fatigado. Echaba de menos su confortable cama en su tranquila Leon. Ahora era afortunado el día que conseguía dormir sin ser molestado por animales bajo algún arbusto. Llevaba ya meses de camino, tanto que había empezado su éxodo echo un chaval con treinta y tres años a sus espaldas y a día de hoy ya tenía treinta y cuatro.
Aún recordaba la noche de su cumpleaños, de las mejores que había tenido en mucho tiempo, rodeado de... nadie y en la tranquilidad del bosque. Y el tiempo, a Soros aún se le dibujaba una sonrisa ni viento ni ausencia total del mismo, ni calor ni frió, un clima perfecto en definitiva.
Pero en fin, eso era pasado, como lo era el día que por fin encontró la entrada a su nuevo hogar. Era un día especialmente caluroso y el sudor se resbalaba por la cara del mago hasta hacerle perder la paciencia, que por otra parte era una cualidad de la que no disponía en cantidades abundantes. Mientras ascendía la ladera iba maldiciendo en voz alta, tal que así:
-Maldito monte, donde se encuentra el maldito refugio, lleno de malditos, ¡Maldita calor!-La desesperación iba en aumento-¿Y tu que miras estúpido conejo?-
Pero lo dicho, eso era pasado, el presente era ahora, y el ahora era que mientras se daba uno de sus paseos había escuchado susurro, de una mujer juraría él.
Al descubrirla ella le habló.
–So…sodale – tartamudeaba mirandole nerviosamente– usted debe ser el bruj…, que diga el mago del que hablan –y le extendió su mano.
-Por su puesto- le respondió Soros.-Yo soy el brujo y usted es la insensata que le da la mano al brujo- continuó.-Ya estamos presentados, el brujo y la insensata-y dicho esto la guió hacia la entrada de su hogar esperando que fuera otro el que hiciera de anfitrión para la anciana.
La brisa nocturna mecía las hojas del árbol donde Dante se había recostado. El viaje estaba cerca de terminar si todas las habladurías sobre el brujo y un alianza estaban en lo cierto.
Mientras su cuerpo descansaba, su atención estaba puesta en una moneda que se deslizaba entre sus dedos. La moneda a simple vista podía parecer como cualquier otra de las escasas piezas que se movían por todo el territorio, pero esta era especial. Tenia un grabado extraño en una de sus caras y la palabra “Tempus” en la otra.
Los ojos de Dante seguían la moneda mientras recordaba como conoció a su dueño y lo que este había significado para él.
Maestro... Porque todo tuvo que acabar así.... Pensó el mago al dejar volar sus recuerdos.
Sus ojos se abrieron después de un merecido descanso, los últimos rescoldos de la hoguera anunciaban que había dormido lo suficiente. Mas descansado continuo la ultima etapa del viaje, estaba ya cerca, un poco mas arriba se encontraba Aigualluts.
Un ultimo paso dejo a la vista el hermoso paisaje. Aquel era el lugar, pero no había nada... miro de nuevo mas pausadamente. pero nada encontró. En un acto de rabia saco la moneda y llevo el brazo que la sostenía hacia atrás, quería deshacerse de ella en las tranquilas aguas para vengarse. Fue solo un instante pero sus ojos apreciaron movimiento. El agua dejo a la vista unos escalones que descendía en la oscuridad.
Recorrió el sistema de cuevas consciente de que no era el único que se encontraba allí, podía sentir la presencia de otros como él, pero sin saber el lugar exacto donde se encontraban solo se limitaba a caminar. Un paso y luego otro, cada vez se iba adentrando mas por aquellas salas de roca.
Por un instante vio algo de luz delante y cuando se adentro en la nueva estancia quedo mareado por su riqueza en Vis. Parte de la sala estaba ocupada por un lago de agua cristalina, que a su vez era iluminada por una apertura en el techo, haciendo que los rayos del sol reflejados en el agua dirán al lugar un aspecto bellísimo.
Dante se quedo un rato disfrutando de la tranquilidad que le inspiraba aquel lugar y después volvió sobre sus pasos con intención de encontrar a los otros.