Mirando a Gabriel mientras habla, y luego hacia los caballeros cuando preguntan, salto. ¡Nobles señores, del monasterio de Montserrat venimos et los monyes volviéronse locos! El pou del patio esconde unas cámaras donde se selebran ritos oscuros, et siendo nosotros descubiertos... ¡Trataron de matarnos! ¡De aquesta guisa tras la huida nos encontrámos!
Permanezco cerca pero a distancia del caballo, no sea que me pegue una coz en el hocico
Poco habituado a aquellas carreras, Bernardo resoplaba con fuerza procurando no quedarse atrás, temeroso de sus perseguidores. Al ver ascender por el sendero a la hueste armada realizó un último esfuerzo para llegarse hasta ellos y cayó de rodillas resollando.
-Gloria in excelsis Deo*! –jadeó en cuanto pudo controlar su respiración-. Caballeros cruzados, soldados de Cristo, la Providencia sin duda os envía en esta hora. Allá arriba, en el monasterio, mis falsos hermanos se han entregado a la adoración de Belial. Unos nos persiguen para que no descubramos su secreto, otros sin duda en este momento querrán huir del lugar. Id, apresuraos, os lo ruego, y no os dejéis engañar por los hábitos que mancillan. Apresadlos para que respondan de su crimen ante la Santa Madre Iglesia.
Escuchando asimismo las palabras del caballero, tomó conciencia del estado en que se encontraban, e incorporándose se aproximó a don Bertrán.
-Despojaos, mi señor, de estas ropas empapadas. Mala cosa sería que, tras escapar del peligro espantoso que hemos corrido, cayeseis malo de un pasmo. Sin duda estos hombres podrán ofreceros ropaje seco o mantas con la que defenderos del frío.
*¡Gloria a Dios en las alturas! -por si necesitaba traducción.
Lo primero es lo primero Bernardo, esos hereticos han de acabar con sus actos impuros. Dirijo d enuevo la vista hacia los caballeros ¿Entonces, ayudaréisnos a reclamar el monasterio para nuestro señor Jesucristo?
Miro esperanzado a los hombres, tratándo de reconocer al lider de la columna. Sin duda estos hombre habrian de dirigirse al monasterio, pero ¿Cómo se tomarian nuestra presencia y las graves acusaciones que de nuestros labios salian? Como último recurso para aportar más credibilidad a mis palabras me atreví a pronunciar un juramento. ¡Juro por mi honor, y Dios es testigo de lo que digo, que lo que decimos es cierto, et que me arrastren si miento!
¿Qué intentáis decirnos, hombres? -estaba claro que los de Montesa habían oído perfectamente la acusación de cuatro "correcaminos" contra la plantilla de eclesiásticos del monasterio más arriba ubicado... Sin duda alguna aquello era una...
...¡Tremenda blasfemia! -dijo el de a caballo-. ¿Habéisdenos decirnos que los monacales de allá arriba -miró como el precipicio que alzábase sobre las cabezas- os persiguen, y por ende habláis de crímenes? ¿E vos también, Padre? -refiriéndose a Bernardo, que se había identificado como clérigo-. ¡Sin duda el frío y la ventisca ha llevado a la zozobra vuestra razón! ¡Resguardadlos, hermanos! -ordenó finalmente-.
Y otro de la hueste se acercó hacia Gonzalbo y Bertrán para darles un par de pieles, que no eran sino mantas, más que capas.
La pista y los rumores nos llevan aquí, a Montserrat, como ironía de la maldad del Caído -se refería a que en un lugar tan emblemático, santo y simbólico para la cristiandad, Montserrat, estaban como persiguiendo algo no muy limpio en ese bello y bondadoso lugar-; hablan de batidas en la noche y criaturas más altas que tres caballos en altura... Mas jamás esperéme escuchar que algo tuvieran que ver los propios monjes... -Ahora la cara del caballero era seria; su semblante se tornó más que de la sopresa de veros a la indignación de escucharos-.
Ahora mismo subiremos a hablar con los monjes, y habréis de responder de tales acusaciones cuando acabe de ver y hablar en claro con el su abad y... ¡¡¿¿EEEHHH??!!
Fue entonces cuando mirásteis hacia atrás, pues un tremendo ruido se aproximaba. Pisadas. Eran pisadas, ¡y múltiples! ¡Como cuando los aldeanos van a cazar al monte al lobo que mata a sus ovejas!
Del camino descendente apareció tras la esquina rocosa donde os topásteis con los caballeros de Montesa una masa enfurecida de color marrón..., marron oscuro. No era sino el grupo de monjes de Montserrat, que andábanse embozados en la capucha, y muchos de ellos portaban cuchillosen sus manos... Bajaban del monasterio corriendo, y nada más doblar el recodo que impedía ver la ascensión de los de Montesa al monasterior, la masa se detuvo, como cegada por la blancura de sus sobrevestas, y como si la cruz negra y pefectamente bordada y pintada les quemase los ojos, las manos, los dedos, y hasta el alma.
Vosotros os escurrísteis entre los caballeros y las patas de las monturas, colocándos tras ellos a resguardo, y entonces hubo una ínfima pausa (a la vez que eterna, por la enorme cantidad de preguntas que se hacían Montesos y clérigos mirando a los otros respectivos). El caballero que dudaba de la vuestra palabra, entonces, emitió un alarido a sus aguerrido fráteres, y en breves los primeros cabalgaron y los de a pie corrieron contra ellos, comprendiendo que vuestras premisas eran ciertas, y que el eje del mal que venían persiguiendo no eran sino aquellos de los que avisásteis, en un principio, como inutilmente...
Los monjes, cuyos ojos no eran del todo tan claros como cualqueir hombre (sino que tenían un brillo especial) intentaron repeler el embestida de los caballos y sobrevestas blancas, que comenzaron a sacudirlos... Los que estaban más atrás lograban subir camino arriba, de vuelta al monasterio, mas los primeros fueron atravesados con los filos y las lanzas con tanta facilidad como era posible el resbalarse en esos entornos, o tan siquiera coger un buen catarro por las ventiscas de la zona...
Los caballos corrían monte arriba, rompiendo las filas, y algunos de los monjes caían por el abierto precipicio de la ladera nevada, mientras que otros caían muertos o agonizandes, y eran pisoteados por los caballos de vanguardia que ascendían también. Aquello era como una ola que, irremediablemente, moja la arena de la orilla en plena playa, sin posibilidad de evasión. Gritos, alaridos, rugidos y arengas, no hacían sino eliminar poco a poco la vida de aquellos monjes, perdíéndolos en el vacío o desfaciendo sus vidas al instante...
Finalmente los caballeros de la órden llegaron al patio de la cumbre, el exterior, donde se alzaba ya el monasterior. Les seguísteis camino arriba y vísteis cómo tan sólo quedaba uno de aquellos endemoniados hermanos, perfectos herejes y ejemplo claro de dedicada y justa condena por cualquier tribunal inquisitorio o bélico. Aquel tipo no era sino el abad Gregorio (le reconocísteis por la larga barba que le sobresalía de la cara, puesto que también llevaba la capucha puesta). Desde la lejanía, observásteis cómo monturasa e infantería le rodeaban, y éste soltaba el cuchillo como rindiéndose. Sin embargo, al hacerlo, comenzó a porferir severos bufidos, tal y como cualquier serpiente o reptil contra los de Montesa, como intentando repelerlos, mas sin éxito.
Y pareciera que aquestos nobles caballeros estaban bien entrados en éstos menesteres, que si asustados eran, lo eran por dentro, puesto que aguantron el tipo. Sólo el caballero que os habló antes no se contuvo: se bajó del caballo, y con su espada en alto le propinó un tajado a la altura del estómago... Lo último que vísteis fue cómo aquellos caballeros, entre unos pocos, cortábanle la cabeza al que una vez fue don Gregorio (si es que no os mintió desde el principio), metiéndola finalmente en un saco y cargándola en alforjas de montura...
Tras ello, y disponiéndose en fila de a dos para salir de allí cuanto antes, los aguerridos de Montesa bajaron a suave trote por el camino descendente, dejandoos allí no sin antes miraros y, según os pareció, compadeciéndose de las maldades que seguramente habríais pasado (comprendiendo vuestra petición de auxilio). Mas no dijeron nada, y tan sólo se limitaron a huir de allí.
* * *
De lo que pasó al respecto nada se sabe, nada se dijo, nada se supo... El monasterio de Montserrat estuvo unos meses ocupados por fráteres de la órden de Montesa, los cuáles se dedicaron a hacer algunas reparaciones y tapar unos huecos y paredes (según oísteis antes de abandonar la comarca), aunque el proceso se llevó con el más cauteloso cuidado. En breves Montserrat volvió a ser ocupado por nuevos frailes, y en vuestro recuerdo quedó aquella estancia tan funesta, tan infausta, tan inverosímil, y peligrosa.
¡Que hasta el Diablo mete la mano en la pila del Bautismo!
:: FIN ::