—Llueve sobre el trigal y la hoz está sedienta. Sobre el eje del acero, arco dorado, la tierra se remueve en tiempos de cosecha—repetía el anciano, siseando a la corriente áurea que se tendía sobre el suelo, el espectro se suspendía sobre el hilo como el agua siguiendo el curso de un río hasta llegar a su desembocadura.
En cierto momento las palabras del fantasma se decantaron sobre el suelo en un vano intento por despertar a su simiente del letargo—¿Cuántos frutos serán arrancados de entre estas semillas tibias y dormidas?—inquirió al tiempo que sus espectrales dedos se hundían taladrándola como un ave en busca de un insecto huidizo. El brazo se hundió como un árbol extendiendo sus raíces hasta el límite donde descansaba su simiente, negando con la cabeza—Están vestidas de silencio, desde la raíz hasta el ápice de sus hojas, no escuchan el sonido del sol, ¡están sordas!—su cara reflejaba un hondo pesar—¿Quién osa retener su primavera?—la pregunta gravitó en el vacío mientras continuaba su avance hasta llegar al otro extremo del hilo.
Casi cuando hubo llegado al apículo, un piélago de contorsiones de fonemas delirantes, repetitivos y desordenados, ascendían hacia el sol y descendían hacia la tierra, se escurrían y arañaban las espigas, pero la voz que se estaba desgajando en matices y tonalidades cada vez más variables dejó de reconocerse como la de su filia, el sonido que hacía temblar las briznas era un sonido ronco y gutural, un sonido grave y descarnado. Los ecos crepitantes se quedaron tendidos en el aire, atrapados en un limbo en el que comenzaron a reintegrarse para hacerse cada vez menos audibles.
No le hizo falta ni preguntarse qué estaba haciendo cuando la voz pasó a ser la del centauro. Tal suceso era algo que él mismo había experimentado en sus propias carnes cuando los mundanos llegaban hasta su puerta con alguien inconsciente, en ocasiones desconocido y moribundo. A falta de poder requerirle palabras de su propia boca, sabiendo que el tiempo se le escapaba entre las manos, ahondaba en sus recuerdos como ahondaba entre vísceras y fibras musculares. Quebraba su intimidad para poder comprender qué le había sucedido, y no en pocas ocasiones se encontraba con la visión de su asesino, la última que tendría el desdichado que habían traído a su puerta antes de abandonar el mundo terrenal para internarse en otro reino.
El rostro de Cæteris estaba lívido y reflejaba dolor, se contorsionaba como las palabras que salían de su boca, el anciano comprendió que se había producido una transmisión agónica de sucesos en su mente. De no ser por sus ecos restallantes, y la neblina espesa que despedía su respiración y el movimiento de sus manos, de puertas para fuera nada parecería estar sucediendo más allá de la visión de una famélica joven encharcada en sudor y enclavada en el suelo junto a una criatura inconsciente, realizando una singular danza silente con sus extremidades superiores.
Hafez se estremeció como las espigas, el extremo del hilo estaba aún tensado, y sus brillantes y cristalinos orbes imantados sobre el mismo.
Un sudor agrio y ácido cubría el agitado cuerpo de Cæteris, que permanecía estática con los ojos aún velados hacia el interior, unos iris que no tardarían en volver a reflejar las verdes aguas de Circe.
Los cierres de sus manos, en cambio, se habían desanudado; las extremidades descansaban lacias sumidas en un dulce sopor pegadas a sus costados, ajenas por completo a su labor de focalización y transmisión. La densa nebulosa de ecos disidentes se empezó a difuminar dejando paso al rítmico crujir de las briznas, que reclamaba su lugar de partida tanto como lo hacía el pulso de la joven, que hasta entonces se había desbocado de forma irregular. La respiración no tardó en acompasar a la del centauro que sosegado, regresaba a un estado de calma tras haberle desvelado parte de sus secretos.
Cuando el último susurro dejó de ser perceptible, los ojos volvieron a enfocar alrededor. Se pasó la mano por las cervicales, estaban tan rígidas que parecían un bloque fundido de hierro. Giró la cabeza trazando un círculo desde el hombro izquierdo hacia el hombro derecho, las vértebras crujieron mientras sus músculos que los recubrían bregaban por salir de su anquilosamiento. La Criamon no pudo evitar dejar escapar un gemido que reflejaba su molestia.
La forma borrosa que tenía delante recobró los rasgos cincelados y broncíneos de la criatura. Cæteris notó la boca seca y pastosa. Con dificultad, pues el brazo parecía pesarle un quintal, se llevó los dedos de su diestra al interior y barrió con ellos la lengua para deshacerse de los restos de la hebra que había utilizado como conexión arcana. Su rostro, que empezaba a recobrar algo de color, presentaba dos surcos húmedos y salados que tenían el cauce de orígen en sus orbes, y cuyo torrente había desembocado hasta su boca. Habían brotado sin medida al replicar en su interior el sentimiento de pérdida y desesperación que Abraxas albergaba al perder a su amado hermano. Sus esfuerzos por defenderlo de la Bestia que amenazaba al trigal y a sus gentes, y cuyo rostro su memoria se negaba a recordar, habían sido infructuosos.
Y cual Deméter buscando a su hija ausente, descuidando su labor sobre la tierra y los cultivos, que la necesitaban para no perder su vigor y quedar condenadas a una esterilidad manifiesta, así se imaginaba ella la ausencia de Daxa para su hermano, condenado a no saber su paradero, condenado a buscarle y saber si seguiría con vida. Un torrente de profunda compasión la perfundió, compasión por una tierra que sufría, y compasión por aquella criatura condenada como ella a repetir el mismo horror bajo el yugo del tiempo.
Sus piernas profirieron espasmos musculares cuando decidió moverse, estaban tan rígidas como su cuello. No en vano, extendió con lentitud sus dedos para aferrar con delicadeza el extremo del hilo dorado que Abraxas tenía en la mano, deslizándolo con lentitud hasta la suya. A simple vista era similar al que llevaba trenzado en el cabello. lo cual la contrarió al punto de querer determinar su naturaleza, pertenencia y orígenes.
Aquel ápice de ese particular rayo de sol que ahora descansaba en su mano y que se perdía entre las espigas, fue sostenido y presionado firmemente entre el dedo corazón y el dedo pulgar de su zurda. El dedo índice se plegó hacia adentro, su yema reposaba sobre el pliegue de piel del que emergía el pulgar, mientras que el anular y el meñique permanecían ligeramente abiertos y relajados. La mano derecha en cambio, volvió a adquirir la misma posición que en el anterior conjuro, los dedos corazón e índice apuntaban hacia el cielo inquiriendo una respuesta, el dedo meñique y el anular, apuntaban hacia abajo, llevando la contraria a los otros dos, manifestando un equilibrio de opuestos.
Cerró los ojos y se focalizó en el tacto de la fibra dorada que aferraba entre sus dos dedos. Volvió a acompasar la respiración con los cierres de sus manos, la zurda permaneció estática, mientras que la diestra se desplababa fija de lado a lado acercándose y alejándose del hilo en cada inhalación y exhalación. Con cada ciclo de repeticiones el hilo manifestaba cambios, como su voz al manifestar las palabras de su conjuro, un murmullo de voces se volvió a escuchar, pero esta vez los sonidos que despedía eran menos audibles, así como sus gestos, visiblemente más taimados.
En el primer ciclo, el hilo se mantuvo lacio, no hubo ningún cambio apreciable; en el segundo cuando una mano se aproximó a la que se mantenía fija, la hebra se tensó como una exhalación desprendiendo un resplandor y un olor metálico, que tuvo su contraparte en los ecos que en ese instante de duración se elevaron como un coro al unísono durante un segundo. En el tercero, el rayo de sol que sotenía en la zurda comenzó a sisear y a deshilacharse, las voces tuvieron el mismo discurrir, los siseos ascendieron y se colaron por uno de sus conductos auditivos. En el cuarto ciclo, salíeron despedidos junto con otro resplandor aún más visible, el ambiente se llenó de un intenso olor a azufre, los aúreos susurros ascendían hasta su oído derecho, salían por el izquierdo y se volvían a integrar en el hilo. El resto de ciclos, estas repeticiones de desprendimiento y regreso de siseos se fue amplificando. El hilo crujía, provocaba un espasmo de luz y azufre en cada reiteración como si llevase la contraria a la hilandera Cloto. La Criamon pronto se vio envuelta en un halo de murmullos azufrados que viajaban junto con las convulsiones luminosas, cada vez que una mano tocaba la otra para cerrar un ciclo en aquel ejercicio de revelación.
Motivo: Obtener información hilo dorado
Tirada: 1d10
Resultado: 4(+15)=19 [4]
HECHIZO ESPONTÁNEO (con fatiga)
InVim (Nivel mínimo 10: Detecta cualquier magia activa. Detecta restos de magia poderosa. Detecta presencia reciente de magia débil) Efecto: Averiguar tipo de magia aplicada si procede, e información pertinente sobre la naturaleza del portador.
Bono de lanzamiento: Vit2 + In5 + Vim8 = 15
Resultado(ver apartado de la tirada):
[Vit2 + In5 + Vim9 + 1d10]/2 = 19/2 = 9,5
Hafez se detiene flotando en medio de ese trigal. Ha encontrado el origen del hilo dorado. O más bien debería ser decir el dueño del hilo dorado.
Ante sí, un ser monstruoso de más de 6 varas de alturas se encuentra de espaldas al guardian espectral. Recuerda cuando eran un niño haber visto a hombres con una espalda desproporcionada como aquella. Eran los lanceros nubios al servicio de la infantería egipcia. Auténticos especímenes hercúleos producto de miles de cruces y niños desechados en el proceso. Una vez los niños tenían las aptitudes adecuadas los entrenanban en el arte del uso de la lanza mediante un entrenamiento cruel y despiadado. Solo los más aptos conseguían sobrevivir a aquel infierno dentro del infierno de ser un esclavo. Eso sí los que lo conseguían obtenían gracias a sus ancestros una musculatura desproporcionada que causaba el pánico en sus enemigos ya solo con su presencia.
Pues como si fuese el comandante de los lanceros nubios egipcios, el ser que tenía ante si tenía unas proporciones abruptas, exageradas, casi imposibles. Sí, la palabra sería esa, imposible. Sus brazos tenían el grosor de las columnas jónicas de un templo a Mercurio. Las venas azules se podrían observar a través de su piel cerúlea casi transparente.
Algunos cabellos se habían acumulado en los musculos superiores y otro pequeño penacho justo donde se encontraba la rabadilla.
Su cabeza era anormalmente grande, con una mata de pelo negro irregular. Muchas pretuberancias surgen de su rostro pero a Hafez le es imposible percibirlo desde su posición. Así que decide moverse de modo que pueda ver ese rostro.
Si Hafez no hubiese sido un espectro, se habría quedado blanco igualmente allí. Aquella cara deforme de proporciones imposibles era imposible de describir. Un único ojo triste miraba fijamente al horizonte. Aquel ojo, se giró de de repente hacia Hafez como si fuese capaz de verlo.
- ¿Quiendh edehs tu? - pregunto aquella lengua enorme dirigiéndose al guardian espectral.
Hafez horrorizado se retiró inmediatamente hasta donde se encontraba su fillia. Allí ya había visto suficiente....
Un halo verde rodea a ese hilo, un hilo verde que te indica que la magia a la que pertenece este hilo es magia feérica. Aunque es extraño.
Observas que el mismo halo rodea al centauro que descansa convaleciente en el suelo. Eso puede ser un problema ya que pensabas protegerlo con un círculo de protección pero no puedes protegerlo de su propia esencia. Eso podría matarlo.
El mundo de lo feérico es muy extenso. No solo los duendes y las hadas pertenecen a este mundo. Tu maestro te ha enseñado también que con la llegada del Dios cristiano, los dioses paganos y otros antiguos seres se han extinguido o se han visto relegados a un segundo plano. Se encuentran en un mundo entre lo mágico y lo divino.
Es un halo intenso, muy oscuro, como las aguas de la isla de Erea.
Has visto objetos mágicos de origen feéricos en otras ocasiones y el resplandor verduzco que producen es mucho más claro e intenso. Recuerda al color de los helechos de los bosques.
Pero este parece un color diferente. Parece que los seres mitólogicos tienen este color identificativo. Si es así, el ser que hay al otro lado de este hilo también es de origen mitólogico. ¿Quien será? ¿Teseo? ¿Perseo?
En estas cábalas te encuentras cuando Hafez aparece de entre el trigal con los ojos abiertos de par en par, agitando los brazos y hablando a gran velocidad. Más que hablar parece que se está santiguando.
Eso que tiene en la frente... no, no puede ser.... ¿es sudor? ¿Cómo puede ser que un espectro sude?
¿Qué haces?
Cæteris observó el rostro desencajado y sudoroso de Hafez, cuyos ojos estaban desorbitados. Su forma de hablar era entre atropellada e inconclusa, las palabras del espectro salían despedidas y entremezcladas de su boca en su idioma natal, el árabe, que acabó virando hacia otros derroteros. En la extraña torre de Babel que se había instaurado repentinamente con su manera de discurrir, pues a veces se entremezclaba con el griego o con el alemán, creyó entender que alguien le había visto, lo cual resultaba entre inverosímil y peligroso. Incapaz de poder asimilar algo de aquella amalgama errática de fonemas, se mantuvo en su lugar hasta que el anciano, enterrado en su propio piélago de disquisiciones y gesticulaciones, completamente alterado, se volvió a perder de su vista desapareciendo gradualmente, quedando como último atisbo de su presencia su Stigmata, una sombra estructural de su propia sombra espectral, que se reconfiguró mostrando diversas e intrincadas geométricas danzantes, que acabaron por esfumarse.
La joven negó con la cabeza apesadumbrada, le preocupaba que el espíritu de su parens hubiera quedado en extremo trastocado desde que abandonase su cuerpo, se le antojó que su raciocinio se estaba resquebrajando cuanto más tiempo transcurría, pero era algo difícil de determinar, pues su forma de proceder seguía siendo tan desconcertante como cuando estaba vivo.
Con cierta dificultad consiguió levantarse del suelo. Las piernas parecían no responderle, trastabilleó ligeramente pero consiguió recobrar el equlibrio haciendo contrapeso con el torso y el resto de sus extremidades, que parecían salir de un largo periodo de hibernación. Realizó un barrido con su mirada alrededor desde su posición, buscando algún atisbo de presencia que se pudiera estar desplazando entre las lacias espigas, para asegurarse de que el centauro, aún debilitado, no se viera sorprendido por alguien que pudiera atentar contra su bienestar.
Sosteniendo aún en su mano el hilo que había examinado, y cuyo áura era tan inverosímil como la que expelía el centauro, comenzó a enrrollarlo con suma delicadeza entre sus dedos, cual Cloto dando forma a una madeja, avanzando hasta su orígen. Durante el trayecto no pudo evitar que en su mente se dibujase la escena de Teseo dando caza a los centauros, gallardo y regio, descargando sin resuello un pesado garrote, mas lo que había visto distaba un millar de estaciones de la criatura que les atacó, un gigante cuyos rasgos eran difíciles de reconocer, mas no así su indistinguible envergadura.
Lo que se encontró al otro lado la dejó completamente lívida y horrorizada, al igual que a su maestro. Instintivamente dió un respingo hacia atrás llevándose la mano que tenía libre hacia su boca, con el fin de tapiar un grito que afortunadamente no llegaría a cruzar el umbral de su garganta, pues se había quedado completamente patidifusa.
El grotesco ser que tenía ante su presencia expelía el mismo aura enigmática que el hilo que sostenía enrrollado en su mano. Sus orbes relampaguearon después de unos segundos de restablecimiento. Las verdes aguas de Circe se agitaban para arrastrar hasta la orilla de su percepción los velos oscuros de Érebo. El vaivén oscilante de su oleaje los retiraba, inundando profusamente las facciones de aquel ser, con la intención de desvelar la limpia desnudez de su forma originaria.
Las verdosas fluctuaciones se llevaron consigo tan sólo la espuma de su lividez inicial, para traerle de vuelta algo en lo que no había reparado: El ánima que yacía debajo de las capas de carne y hueso de su deformidad, la clase de calamidades que habría tenido que padecer, dado su descomunal y monstruoso aspecto, o las burlas y ataques hostiles y desproporcionados, cuando no miradas desorbitadas acompañadas de gritos alzados de campesinos huidizos, aterrorizados por sus desproporcionadas facciones, que lo último que desearían al verle sería entablar un diálogo con él.
Aún impresionada por la inusual envergadura de la criatura, y observando con cautela en derredor, por si ésta contaba con algún elemento con que pudiera atacarla, dado que no conocía cuáles eran sus intenciones ni qué le había vinculado a Abraxas más allá de la hebra que aguardaba en su palma, elevó la suya provocando que el hilo se tensase ligeramente, mientras la mano contraria se mostraba vacía hacia la criatura, dándole a entender que no pretendía atacarle, que estaba desarmada.
Tragó saliva y con dificultad desanudó las hebras de palabras enredadas en su garganta, que bregaban por salir en busca de alguna respuesta—¿So-so-so-sois...?—se tomó unos segundos, los suficientes para darle impulso suficiente a los vocablos para que salieran despegados de su boca con una celeridad relampagueante—¿Sois vos el portador de este hilo?—inquirió atropelladamente dando un ligero tirón a la madeja que había cercado entre sus dedos, tomándose tiempo para la siguiente pregunta, mientras las palabras volvían a partirse—Tra-tra-tranqu...¡hilo!—espetó alzando de nuevo la mano vacía para sosegarle, aunque más bien la que necesitaba sosiego era ella—Acabo de auxiliar a un maltrecho centauro que portaba este hilo en su mano, de-de-de-cidme, ¿có-co-co-como habéis llegado hasta aquí?, ¿de-de-de qué le conocéis?—refrenó sus palabras y se vio sepultada de nuevo por el horror—¿Habrá sido este ser la bestia que les atacó?, ¡imposible!, se llevó consigo a Daxa—caviló confusa, apretando los ojos para revivir el momento exacto en el que Abraxas le dio acceso entre punzadas de dolor a su verdugo, al tiempo que se masajeaba la sien de forma frenética con la mano que tenía despejada, intentando encajar las piezas de aquel rompecabezas.
Motivo: Desvelar verdadera forma
Tirada: 1d10
Dificultad: 6+
Resultado: 10(+5)=15 (Exito) [10]
Tirada de revelación de la verdadera forma: Percepción 2 + Clarividencia 3
P.D.: Gracias mil por tomarte el tiempo de hacer y compartir esta ilustración surgida de tu mano :)
Y la reina dio a luz u hijo que se llamó Asterión.
APOLODORO, Biblioteca, III, I
El ser se da la vuelta tranquilamente al observar el tirón que le das en el hilo que lleva en la cintura. Un cinturón dorado bellamente ornamentado parece el origne de ese hilo. De un fino agujero en la parte trasera parece ir surgiendo ese hilo dorado.
Te observa impasible. Con confianza.
Su único ojo te observa cuidadosamente y puedes percibir una gran tristeza en ese gran orbe oscuro. Un cansancio que parece acumularse desde hace mucho.
- Commmo el fidosofoh, pienzoh que nadah ezh comudicableh pod eld adte de la padabra – te dice mientras esa enorme lengua se mueve para intentar gesticular esas pocas palabras apenas inteligibles.
Su único ojo, vuelve a tener toda tu atención. Un ojo grande y negro. Que te recuerda al de una vaca o un ternero.
De repente, sientes que caes, pero no es el suelo lo que cede a tus pies sino el horizonte. Caes hacia adelante. Caes directamente en ese aro que es el enorme ojo vacuno de ese ser. Caes y caes, hasta que te encuentras en su interior, cayendo como en el interior de un pozo. Mueves las manos de forma frenética y fútil .Sigues cayendo cada vez más deprisa. La sensación de vértigo se traslada a tu estómago donde sientes como si algo te aplastase las entrañas con una gigantesca mano. Sigues cayendo y cayendo. Cada vez más profundo y todo se vuelve borroso. Colores en espiral forman las paredes del pozo sobre el que te precipitas. Al final la velocidad es demasiada para tu mente y caes inconsciente.
Al abrir los ojos observas a tu madre que te observa feliz y a la que agarras con tu manita. Una manita muy pequeña. Unos gorjeos de alegría surgen de tu garganta. Pero entonces ves a tu padre. Él es el rey y no está nada contento. Intenta evitar mirarte. Finalmente, te lanza una fugaz mirada. Sus ojos no te miran con el amor de tu madre. Vuelves a cerrar los ojos.
Abres los ojos y observas un dibujo hecho con pinturas y sus manos. Unas manos grandes para tu edad pero que poco a poco estás consiguiendo que sirvan para crear estas pinturas que tanto le gustan a tu mamá. Pero te das cuenta que la pintura azul se ha acabado.
Te levantas y vas a buscarla a la sala donde están las tintas, los mapas y los papeles. Allí te encuentras a tu padre hablando con su arquitecto llamado Dédalo. Al verte entrar te observan muy serios y dejan de hablar sobre el gran papel que tienen delante suyo. Esperan a que recogas la pintura azul y te vayas para reanudar su conversación. Decides que este dibujo se lo vas a dar a padre para ver si así deja de estar tan enfadado. Y corres a tu habitación a acabar el dibujo. El azul va a quedar muy bien para el color de la túnica de papá.
Abres los ojos, oyes gritos sofocados por las paredes de piedras. Vienen del dormitorio de madre y padre. Te escabulles hasta el pasillo y te acercas a la puerta. Tu padre está acusando a tu madre de haberle sido infiel. Tu madre se defiende entre llantos prometiendo que no le ha sido infiel. Le dice cosas horribles como que ha estado con un toro, con un caballo o un ciervo. Tu madre le dice que lo promete por la tumba de los abuelos que no ha estado con nadie y que solo le quiere a tu padre. Que simplemente tú has salido diferente. Has salido diferente pero que eres bueno, cariñoso y que los quieres a ambos. Madre tiene razón. Los quieres a ambos pero te entristece que peleen por tu culpa. Decides irte a tu cuarto y abatido te metes en la cama. Cierras los ojos y esperas que mañana las cosas mejoren cuando padre vea el cuadro que le has dibujado.
(***)
Te acusan de soberbia y misantropía e incluso de locura. Acusaciones que ya castigaras a su debido tiempo. No te dejan salir de la casa que te han construido. Una casa con infinitas puertas que están abiertas de día y de noche a los hombres y a los animales. Para que entre el que quiera. En tu casa reina la quietud y la soledad. No hay ni un solo mueble en ella. Lo curioso es que tú eres prisionero en tu propia casa. No hay puertas cerradas ni cerraduras pero tampoco hay salida. Dédalo se ha encargado de ello.
Solo una vez encontré la salida por la noche y antes del alba ya había vuelto a mi casa por mi propio pie. Volví por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas como la mano abierta. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, crees , se ocultó bajo el mar.
Tu madre te decía siempre que eras único. Te encerraron en tu casa antes de que pudieses aprender a leer. A veces lo deploras porque las noches y los días son largos.
Pero has aprendido a distraerte de otros modos. Corres por las galerías de piedra hasta rodar por el suelo, mareado. Te agazapas a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juegas a que te buscan. Hay azoteas desde las que te dejas caer hasta hacerte sangre. Aunque tu juego preferido es fingir que otro Asterión viene a visitarte. Le enseñas la casa; “ahora volvemos a la encrucijada anterior”, “ahora desembocamos en otro patio” o “ahora verás una cisterna que se llenó de arena”. En ocasiones te equivocas y os reís buenamente los dos.
Cada nueve años tu padre introduce en la casa nueve hombres. Delincuentes, asesinos, violadores. Padre quiere que los liberes de todo mal. Oyes sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corres alegremente a buscarlos. La ceremonia dura poco. Uno tras otros intentan atacarte y caen sin que ni siquiera consigan hacerte sangrar las manos. Donde cayeron se quedan y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Uno de ellos profetizó en la hora de su muerte que algún día llegaría tu redentor. Desde entonces no te duele la soledad porque sabes que vive tu redentor. Ojalá te lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas.
(***)
Vuelves a ser Caeteris, estás tendida en el suelo, abres los ojos y tomas una larga bocanada de aire. Te incorporas todavía aturdida para ver ante ti a Asterion que no se ha movido ni un ápice mientras carga con Daxas en su hombro.
- Ahoda ya sabesh quien zoy. Él nozh eztáh llamando a todosh. Debemozsh ird – dice tranquilamente y mirándote ahora con tristeza.
Se gira y con una mano traza una especie de círculo en el aire. Un portal se abre ante él tras terminar su movimiento circular. Puedes observar que el interior está formado por unas galerías de piedra y puertas abiertas.
Se interna en ese portal todavía con el centauro inconsciente sobre su hombro. El portal comienza a cerrarse. Se da la vuelta y te mira.
- Nozh volvedemozh a vedh y entoncezh me llevadazh a un lugadh sin galediazh y con menoz pueddtaz, ¿verdad? - te dice tranquilamente y aunque es difícil suponerlo en un rostro como ese, dirías que justo antes de cerrarse ese portal puede observar como una sonrisa se esboza en su tez.
Tu clarividencia te muestra que es su forma verdadera y además también es la que te ha permitido conocer la historia de Asterión en forma de retazos.
(***) El texto entre estos paréntesis no es mío, sino que es un extracto del cuento La Casa de Asterión de Jorge Luis Borges.
P.D.: Gracias mil por tomarte el tiempo de hacer y compartir esta ilustración surgida de tu mano :)
Un placer. En esta ocasión he preferido mostrar una imagen mejor que intentar describirlo. De ese modo le daba el aspecto que quería a Asterion porque era importante. Ya que el mito habitual dice que tiene cabeza de toro y lo que no quería es que te imaginases justo eso :)
—¡¿Quién es él?!, ¡¿quién os está llamando?!, ¡no os lo llevéis, os lo ruego!—el reguero de palabras temblorosas que emergió de la boca de Cæteris, como una exhalación, llevaba consigo el río de la desesperación ante el fatídico desenlace del encuentro con aquella criatura, un encuentro que no era más que un eclipse con Asterión erigido en su centro, oscureciendo el sol del porvenir del centauro, antes siquiera de que pudiera evitar que se desviase de su trayectoria hacia el ocaso del círculo que daba entrada a la prisión de Dédalo. En un impulso irreflexivo se arrojó con las manos abiertas y los ojos desorbitados en dirección al portal, pero el único rastro suyo que quedaría atrapado en su interior serían sus angustiosos vocablos, que crepitaron al rozar el interior de aquel eclipse que acabó por restallar en el vacío sin dejar rastro.
La maga, en su desesperación, hizo temblar las espigas del trigal con un sonoro alarido. Había tenido delante la posibilidad de evitar el desastre, el mito se había materializado ante sus ojos y sabía el destino cruento que tenían los cuerpos de los desgraciados que eran llevados al laberinto, la mayoría de ellos acababan sirviendo para marcar un lugar de tránsito, pero Asterión nunca cruzaba la puerta, siempre se quedaba dentro, siempre jugaba a perseguir y ser perseguido, nunca salía al mundo exterior—¿Qué clase de entelequia es ésta?, ¿bajo la voluntad de quién se ha obrado esta desgracia?—se lamentaba intentando buscar respuestas en vano.
En el suelo, en el mismo lugar donde se cerró el portal, sentada sobre sus talones, comenzó a enrrollar y retorcer con la fuerza del gigante Briareo uno de los jirones de su capa, sus escuálidos dedos lo cercaban de la misma manera con la que apretaba la venda cuando terminó su intervención. Retorcía su ansiedad, su rabia e impotencia, les daba vueltas hasta estrangularlas, las hacía añicos en cada giro que daba la capa sobre sí misma, mientras su cuerpo enjuto oscilaba levemente hacia adelante y hacia atrás de forma repetitiva, acompasando a los giros del jirón, en actitud alterada. Por la rendija de su boca se escurrió el sabor a salitre de sus verdes aguas turbias.
Un halo cargado de geometrías armónicas y oscilantes dibujó el contorno del anciano, que apareció inclinado en la misma posición que su filia, frente a ella, en el mismo lugar donde se hubo abierto el portal. Resopló con aspereza y reposó sus etéreas manos sobre las de su aprendiz, para consolarla en un gesto lleno de ternura, pero inane al no poder proyectar peso o densidad alguna.
—Los frutos que son arrebatados cuando no es tiempo de cosecha, serán mordidos con avidez, mas no se arrancará de ellos el ánima que los nutre de sabor, porque ésta estará ausente, anidando aún en el interior de las paredes de la raíz de donde procede. Y volverán los frutos a surgir de la simiente oculta, pues guarda la tierra su secreto en lo más profundo de sus sentidos—Hafez se detuvo unos segundos, dejando reposar sus palabras, que intentaban dar a entender el proceso de muerte y renacimiento inexorables, y lo inevitable de la pérdida.
—Todos estamos prisioneros, pequeña. En el laberinto habita el dominio de lo irresoluto, es en él en el que nos movemos, es en él en el que meditamos, somos sus moradores. Hay laberintos que no se componen de muros, galerías, pasadizos, escaleras o puertas, son laberintos intangibles, tan diáfanos como las arenas del desierto, por donde se avanza entre sombras y espejismos. Si Asterión es una sombra que vive en el interior de la desmemoria, tú eres el espejismo de Teseo. En la liberación de la soledad del laberinto reside su esperanza, mas cuando su verdadero liberador llegue, no volverá a arrebatar más frutos—afirmó, sosteniéndo que el minotauro vivía encerrado en su propio tiempo, marcado por las agujas de cada ser, el fruto sustraído, que se adentraba en sus dominios, esperando la llegada de Teseo—Los acertijos caen en el laberinto de la misma forma en que caen las sustracciones de Asterión, jugamos a perseguirlos y al mismo tiempo somos perseguidos por ellos, no nos dan descanso hasta que desentrañamos su naturaleza, sólo entonces son liberados, pasamos de ser Asterión, perviviendo en el corazón del laberinto, a convertirnos en Teseo—concluyó, evidenciando la ambivalencia que escondía la relación entre ambos a la hora de hallar respuestas.
—En la Senda, amad a los que viajan con vosotros. Amad al bruto que acarrea el peso de la expiación, tanto suyo como vuestro. Amad los zapatos que caminan fatigosamente. Sus rasguños y arrugas son las vuestras. Todo destino necesita viajeros. Llevad con vosotros a los que han caído. Amad al camino. Aunque dañe vuestros pies, la reciprocidad es justa—tras replicar algunos de los versos que componían el Quindecim, y que invitaban a un ejercicio de inmersión en el comportamiento de Asterión, así como un recordatorio de que el simple acto de avanzar por una vía requería de sacrificios, Hafez guardó silencio, permitiendo que el crujir de las espigas del trigal les envolviera, recobrando su dominio sobre el aire.
La joven permanecía sustraída, las palabras de Hafez se prendieron en algún lugar de su mente inconsciente a pesar de que no le oía, descansaban en algún lugar de su memoria. Su cuerpo se tensionaba y oscilaba repetidas veces con el jirón de la capa entre sus manos, retorciéndolo en sentidos opuestos y contrarios, desobedeciendo el sentido en el que avanzaban las horas, llegando al punto muerto para volver a desanudarlo proporcionándole el sentido que habían perdido, estaba realizando un descenso hacia su propio laberinto. Su mente había sufrido un quiebro.
El pecho se le hizo pétreo entre el espacio que habitaba entre un segundo y el siguiente, en el espacio de detención entre sístoles y diástoles que frenaban en seco el paso de avance de su sangre. No estaba entre las espigas del trigal, sus labios balbuceaban pero no salia ningún sonido de su boca.
-Aquel laberinto era mi casa, fuera de ella me revolvía sin descanso pensando en cómo sus paredes se secaban. Aquel laberinto eran también mis frutos, que se pudrieron convirtiéndose en materia punzante.
Sístole, diástole. La sombra del reloj se desplazó. El cuerpo de la joven, rígido como un témpano de hielo, ajeno al espacio y al tiempo, seguía oscilando. Las aguas de Circe giraban sin descanso.
-Los días se estiran y se contraen dentro de este laberinto. El primero de los días tuve conocimiento de una temprana extensión contraria frente a mí. Era un pan redondo contenido en el abrazo de una madre. Era tierno, tenia un caparazón cobrizo de sol, y un interior de algodón masivo. Con cortinas agujereadas de aire, confundidas con trozos de nubes, ese pan era un cielo aprisionado dentro de otro.
Sístole, diástole. La sombra se volvió a desplazar sobre la superficie en la que marcaba las horas. El ritmo de su respiración y de sus puslaciones comenzó a descender paulatinamente, así como las oscilaciones de su cuerpo y la presión sobre el jirón que apretaba entre sus largos dedos.
-Al segundo día el pan se removió entre mis dientes, sus cortinas cerraron la luz del sol, que ahora se tornaba del mismo color que el barro, las nubes se precipitaron, quedándo en su interior tan sólo paredes de cal, aún había en ese pan ventanas que querían respirar.
Sístole, diástole. Se acercaba hacia el descenso, como una pluma encontrando el resuello al descender al suelo.
-Al tercer día se sustrajo la luz, el color del barro era ahora tierra seca en pan redondo, en su interior sólo había sal, las ventanas se habían encostrado, las nubes terminaron de deshacerse hasta desaparecer.
Sístole, diástole. La sombra del reloj regresó a su posición de partida cerrando el círculo.
-Cuando caiga el último residuo del reloj, mis entrañas se mudarán de edificio, y entonces desconoceré de qué materia estoy hecha. Mis paredes se desfragmentarán en ríos humeantes, y las cuencas que guían mi cárcel hacia el exterior se rasgarán con sus propias pestañas. Y a plena luz del día, todo se oscurecerá, se habrá diluido entre rendijas de sacrificios, donde no habrá más que cuerpos con almas suicidas atrapadas en el tiempo.
El descenso finalizó, el rostro borroso del anciano se perfiló ante sus ojos, estaba recitando el Quindecim, sus palabras eran como el sol en invierno buscando recobrar la primavera. Restitutían el orden perfecto que seguían los acontecimientos, le traían de vuelta al camino, le pedían que regresase, que no se perdiese. Ya no era Teseo, ni Asterión, ni un pan redondo, ni un fruto caduco, ni una pared de barro y de cal. Las espigas crujieron y su sonido recobró las horas del día que no había reconocido. El jirón descansaba relajado entre sus manos, que ahora eran lacias.
La hebra de hilo dorado ha desaparecido y con ella el modo de encontrar a Abraxas rápidamente.
Comenzáis a intentar localizar donde estaba el centauro recuperándose pero sois incapaces de encontrarlo. El trigal tiene una altura que casi os cubre por completo.
Le pides a Hafez que gane altura para intentar localizarlo desde el aire. Pero parece que toda esta experiencia no solo te ha marcado profundamente a ti sino también a tu maestro. Cuando le solicitas que haga algo no parece ni escucharte. Solo vanalidades e incoherencias surgen de su interior. Deambula como un animal perdido o un loco sin objetivo.
Ante lo futil de tu compañero decides buscar por ti misma al centauro. Pero es como buscar una aguja en un pajar.
Otro grito de frustración surge de tu garganta. De nuevo el trigo tiembla ante tu ira, ante tu impotencia.
Cuando llega la noche y ves que no queda ni rastro de lo que ha ocurrido te hace dudar si realmente ha sucedido. O ha sido todo un sueño. No sería la primera vez, ¿verdad?
La oscuridad se cierne sobre ti, sentada, derrotada, sin encender un fuego, sin comer, sin ni siquiera plantearse cual es el siguiente paso. Hafez está dando vueltas alrededor tuyo mientras sigue farfullando incoherencias. Te planteas si has perdido el juicio igual que tu maestro.
Una de tus manos se desliza sobre uno de los bolsillos de tus vestimenta de forma inconsciente. Allí, encuentras unos restos de pelos. No son muchos. No más de media docena. Son cabellos negros, recios y fuertes. Son cabellos de la crien de un caballo. Seguramente se han quedado en ese bolsillo como parte de un acto reflejo mientras estabas en trance. Seis u ocho cabellos, son suficientes para crear una poderosa ancla con la realidad. Un ancla al que te aferras. Estrujas con fuerza esos pelos de la crin de Abraxas hasta que los nudillos se quedan blancos. La determinación vuelve a ti como un volcan que entra en erupción.
Te levantas y preparas un campamento. Has tomado la determinación de ir a ese lugar, a Durenmar. La única forma de cambiar el destino es enfrentarse a él.
- Tus creencias se convierten en tus pensamientos, tus pensamientos se convierten en tus palabras, tus palabras se convierten en tus acciones, tus acciones se convierten en tus hábitos, tus hábitos se convierten en tus valores, tus valores se convierten en tu destino (*) - piensas hacia tu fuero interno.
El resto del trayecto transcurre sin más incidencias. Te mueves siguiendo el itinerario que Ideicus te contó. Evitando las grandes urbes. No pasa desapercibido para ti que el hambre y el frío está patente en todas las tierras que visitas.
Has conseguido llegar a justo a tiempo. Ya puedes observar las murallas imponentes de la alianza. Del centro mismo de la Orden.
Continuas por el sendero de tierra que te lleva hacia las puertas de la muralla y observas que otras personas ante ti llevan el mismo camino.
Echarás de menos las noches tranquilas al raso con el manto celeste para arroparte.
--- FIN PRÓLOGO DE CAETERIS ---
(*) Mahatma Gandhi
Con esto finaliza la introducción de Caeteris. Gracias por tu excelente interpretación!
Continuaremos en el capítulo 1 "Unheimlich"