La campana junto a Mindon Eldaliéva resonó sobre la colina de Túna marcando el fin del ciclo de Telperion. Las luces de los árboles se mezclaron sobre los muros al oeste de Tirion y la ciudad empezó a despertar. Pero no para Lissël. Su casa se encontraba sobre el lado oriental de la ciudad, con las ventanas abiertas hacia el Calacirya y la bahía de Eldamar. permanentemente bañadas por la luz de la estrellas. Lissël había dejado atrás algo muy preciado para ella al otro lado del mar, y ver aquellas estrellas de su juventud la calmaba.
Pero ella no se encontraba en su habitación. Se había levantado bastante antes para bajar a los establos que se encontraban en la planta baja de la casa. Allí había sus caballos, criados como Oromë le había enseñado, entrenados para cabalgar por las oscuras estepas y bosques de Valinor. Mairacelvo, con su crin oscura como el carbón, era su montura en aquellos días, un corcel macho de cruceta alta, galope poderoso e inteligencia casi élfica. Sus ojos oscuros estaban tristes mirando a su padre, el viejo Failacelvo, que estaba echado sobre un lecho de paja con Lissël cepillando su crin y su piel y susurrándole palabras de cariño al oído. Yeguas y corceles miraban la escena desde la distancia, levemente iluminados por las primeras luces doradas que entraban por las ventanas, en una letanía dolorosa repetida cientos de veces.
Failacelvo había sido un gran caballo, fuerte e inagotable, con el que Lissël había cabalgado una y cien veces los bosques al sur de Valinor junto a Oromë, al igual que hiciera con el padre del corcel y el padre de su padre. Pero siempre llegaba el día en que un caballo envejecía demasiado para montar como antes, y se quedaba en Tirion para paseos hasta Valmar o Alqualondë primero, y luego símplemente para pastar en las praderas que rodeaban la ciudad a la espera del fatídico día en que la vida se le acababa. Aquella mañana parecía ser la última de Failacelvo.
Un pequeño turno de introducción para Lissël. Ten libertad de describir su vida, sus amistades, gente que pueda acudir a sus establos en busca de monturas para los viajes.
Y su dolor y perspectiva única entre los Eldar. Ella perdió a su esposo, y cada pocos años pierde un caballo. Los Valar llaman al dolor que siente Lissël como producto de la mácula de Arda.
Es una introducción para el personaje, nada de acción por ahora, así que tienes libertad.
El pelaje se deslizaba cálido bajo la palma de su mano, oscuro contra la blancura de los dedos que dejaban leves surcos a su paso. Podía sentir como el pesado cuerpo se estremecía presa de escalofríos, y Lissël se inclinó de nuevo sobre la poderosa cabeza y le recordó los días en que era un potro y pastaba junto a su madre en las praderas bajo la dorada luz de Laurelin, y las salvajes cabalgadas cuando fue un semental poderoso e incansable. Habló en su mente del olor de la hierba tras el rocío, del agua fresca del arroyuelo, de las yeguas que había cubierto y de los potros que había engendrado. Sumidos estaban en el recuerdo de la calidez de los días dorados de su juventud cuando llegó por las ventanas el coro de voces que saludaban al nuevo día, y mientras el canto ascendía y las paredes parecían vibrar bajo el sonido, cabalgaron juntos como antaño y Lissël se sentó en el prado para que Failacelvo cabalgara entorno a ella dejando que la luz arrancara mil reflejos a su pelaje bajo los poderosos músculos.
Poco a poco fue entonces desvaneciéndose el canto hasta no ser más que un rumor sobre el distante batir de las olas y cuando por fin terminó como quién despierta de un sueño, la fatigosa respiración de Failacelvo cesó y todos los corceles y yeguas que observaban bajaron la testa en duelo. Lissël descansó entonces su mejilla contra la quijada y permaneció así, encomendando el alma del viejo semental a Ilúvatar para que la reuniera con el alma de su padre, y la del padre de su padre, y juntos cabalgaran para siempre los prados inacabables de Su Creación.
Unos pasos leves en la entrada atrajeron su atención y cuando alzó la vista vio a la joven Leriel detenida en el umbral con la blanca mano sobre los labios conteniendo una exhalación. Cómo para la mayoría de sus congéneres, la muerte era solo una idea indefinible sobre la que nadie se detenía a pensar más de un instante; esta era posiblemente la primera vez que la veía fría y descarnada como era. Hizo ademán de marcharse para dejar a Lissël a solas con su ritual, pero esta le hizo un gesto para que esperara y con cuidado depositó la gran cabeza sobre el heno y salió a recibirla.
- No quiero molestar, puedo volver más tarde si lo prefieres.- dijo la joven cuando estuvo cerca.
Lissël negó con la cabeza y sonrió con suavidad, sus ojos brillaban.
- Tuvo una vida larga y llena de dicha, aunque breve. No dejes que esto te entristezca Leriel, pues tus ojos no fueron hechos para llorar. - la tomó de la mano y la llevó a otra zona de la cuadra desde donde no se viera el cuerpo del caballo. - Dime qué puedo hacer por ti.
La muchacha, claramente incómoda, dudó un instante pero al cabo de un momento contestó.
- Sûlgim me ha invitado a pasar el día en el barco que su familia acaba de botar- explicó. Sûlgim vivía en Alqualondë y su familia fabricaba los barcos más hermosos. Podía verlos a menudo por la ventana, con las velas blancas recortadas sobre el añil del mar- Creo que va a pedir mi mano, si mi padre concede.
Su tez se sonrojó traicionándola pero de inmediato temió haberle traído recuerdos tristes, pues todos sabían de la historia de Lissël Helceriel, pero en lugar de encontrar una mirada triste o contrariada se encontró con una sonrisa sincera en los labios de la dama y se sintió más tranquila.
- Llévate entonces a Lossetári- respondió al cabo Lissël, llevándola de la mano al lugar donde aguardaba una hermosa yegua blanca que alzó la cabeza al verlas llegar y resopló a modo de saludo.- Es una yegua tranquila y le vendrá bien volver a los caminos con un paseo hasta Alqualondë. Tú serás una visión gloriosa y Sûlgim se sentirá doblemente bendecido si aceptas su petición.
Leriel era una joven dulce y Lossetári una yegua dócil cuyo potro había dejado atrás la lactancia recientemente. La muchacha al ver a la yegua aceptó complacida y aguardó a que Lissël la ensillara para ella. Cuando le tendió los arreos, estos eran dorados y las jaeces iban adornadas con gemas azules y cascabeles, y tintineaban suavemente a cada paso que el animal daba. A Lissël no le preocupaba en absoluto la estancia de la yegua en Alqualondë, pues conocía a los propietarios de las caballerizas y sabía que el animal estaría en buenas manos hasta su regreso.
La joven marchó cabalgando y era en verdad una hermosa visión; Lissël se demoró hasta que ambas desaparecieron entre los jardines y los edificios próximos. Cuando por fin las perdió de vista suspiró, sintiendo como la buena esperanza de Leriel y la marcha de Failacelvo se equilibraban en su espíritu proporcionándole paz. En esta paz de espíritu acometió la última tarea para despedir para siempre a Failacelvo y cuando todo estuvo hecho, regresó a sus estancias.
El silencio reinaba entre las blancas paredes de la casa, con tan solo el rumor de las olas como telón de fondo. Aún era temprano y Jaelen no había llegado de modo que la casa parecía todavía más silenciosa sin el sonido de sus pasos o el chasquido ocasional de su lanza contra el suelo de alabastro. Cómo aún tenía tiempo aprovechó para refrescarse en la pequeña fuente de su patio y contempló como la luz de Laurelin se abría paso sobre los edificios convirtiendo su piedra fría en ardientes dorados. Agradecía no tener que presentarse ante Oromë aquel día, de igual modo que le complacía que el Rey hubiera marchado en uno de sus viajes a Lórien y por tanto no tuviera que acudir a la Corte. Aquellas tareas no le resultaban tediosas, pero aquel día no se sentía con ganas de tratar con nadie más allá de los visitantes ocasionales a sus caballerizas o el propio Jaelen para su entrenamiento. Jaelen era un joven excepcional tanto en sus aptitudes como en su aspecto, pues su aprendiz de cazador tenía el cabello rubio de los Vanyar pero en un tono tan claro que bajo la luz de Telperion era blanco, pero su estatura y hechuras así como las líneas firmes de su rostro eran claramente del pueblo de los Noldo. Esta combinación hubiera sido natural si sus padres hubieran sido una de aquellas parejas de distintos pueblos pero en el caso de Jaelen tanto su madre como su padre eran Noldo, ambos hijos de Noldo a su vez y ella había conocido a estos y había emprendido junto a ellos el camino hacia el Oeste.
Al tiempo que recordaba aquella travesía a lomos de Tol Eressëa, Jaelen apareció bajo el arco de la entrada del patio cargado como siempre con su lanza y con el cabello despidiendo destellos dorados bajo la luz de Laurelin.
- Aiya.- saludó sonriente al verla junto a la fuente, pero en seguida percibió en ella aquella expresión que tan pocos sabían identificar y la sonrisa desapareció de su rostro.
Lissël le devolvió una sonrisa débil y no hicieron falta más palabras. Al trabajar juntos durante tanto tiempo cada día en los entrenamientos y en las cabalgadas por las colinas habían llegado a conocerse muy bien, tanto que ella sabía que Jaelen estaba respetuosamente enamorado de ella y que él sabía que no era correspondido. Pese a todo la trataba con respeto, casi con reverencia, y entendía mejor que nadie qué era aquel halo indefinible que la envolvía y que era con toda probabilidad la causa de su amor por ella. No en pocas ocasiones se había preguntado Lissël si, de haber sucedido las cosas de otro modo, hubiera podido corresponderle, cómo hubiera sido ceder y claudicar entre sus brazos. Y aquel pensamiento derivaba siempre en el recuerdo cada vez más lejano y difuso de amar y ser amado, de aquel sentimiento tan absoluto que Ilúvatar les había concedido en Cuivienen y que ella había perdido.
El entrenamiento les sirvió para recuperar el ánimo y Jaelen acometió todas las tareas que su maestra le encomendó con suma eficiencia. Cuando hubieron terminado bajaron de nuevo a los establos y dedicaron el resto del día a montar con cada uno de los caballos, pues también ellos sentían la pérdida de Failacelvo. Cabalgaron por los prados alrededor de Túna y aprovecharon para bajar hasta la orilla del mar, donde observaron en silencio el cielo estrellado reflejado contra el añil intenso del mar. Permanecieron allí en silencio hasta que la campana anunció la hora de Telperion y entonces emprendieron el regreso. Durante todo el trayecto Jaelen se mostró más meditabundo de lo habitual y cuando se despidieron de nuevo bajo el arco del jardín, Lissël supo (y él lo sabía) que sopesaba - e iba ganando- la opción de romper por fín aquella fría barrera invisible. Pero el momento pasó y cuando el cazador se despidió, volvía a ser el perfecto ejemplo de la corrección y el respeto.
La luz argéntea de Telperion lo bañaba todo cuando Jaelen desapareció entre los edificios tras los cuales había desaparecido Leriel en la mañana. Cuando el ecos de sus pasos fue tan lejano que se perdía bajo el rumor de las olas, Lissël regresó sola a la playa y se sentó en la arena con la vista siempre fija en el Este, donde había dejado las estrellas y al hermano de su corazón.
Aquí está. Creo que si no me hubiera autoimpuesto unos plazos el texto habría seguido y seguido. Creo que por ahora como introducción a su vida es suficiente: solitaria pero no ermitaña, fría en apariencia pero todo un mundo por dentro, la percepción de los demás, sus habilidades psíquicas con los animales, esa leve percepción que mantiene con Jaelen y que él parece compartir... Si quieres que cuente algo más, dímelo. En cualquier caso no excluyo volver a postear si me surge alguna idea que quiera incluir y amplío el relato.
Cuando Lissël abrió los ojos se dio cuenta que había dormido largas horas junto al rumor de las olas. Un escalofrío le recorrió las extremidades, entumecidas por la humedad y el eterno frescor de la oscuridad que se extendía sin límite hacia el este. En su cinto colgaba un pequeño vial con un líquido claro que llevó a sus labios, e inmediatamente el calor regresó a su cuerpo y se desentumeció. Descansada y con ánimo renovado, admiró por última vez aquel día el Belegaer desde su orilla y las estrellas sobre él, y dirigió sus pasos hacia el Calacirya para regresar a Tirion sobre Túna.
Una sombra grande como tres eldar esperaba al pie del camino como una majestuosa estatua de ébano. A Lissël no le sorprendió encontrar a Mairacelvo esperándole, y se acercó contenta de ver a un buen amigo preocupado por ella, pero cuando se acercó al corcel y le palmeó el costado del cuello se dio cuenta que el caballo también estaba buscando su compañía. Mairacelvo era un caballo muy inteligente, y quizás por ello entendía más que otros de su raza el dolor de perder a un padre. Hundió su gran cabeza entre los brazos de su señora, y Lissël paseó sus largos dedos por su crin, haciendo fuerza para que el corcel notase su tacto a través de la gruesa piel. Sólo pasados unos minutos el caballo se separó de ella y, con la cabeza, empezó a hacer gestos invitándola a subir.
Sin silla ni manta para montar, Lissël tomó algo de carrerilla y ágilmente saltó a la alta grupa de Mairacelvo. Tras eso, empezaron la ascensión. La elfa podía sentir la tristeza de su montura, y también algo más. Ahí, bajo la neblina del dolor de la pérdida, había un fuerte latido del instinto. Lissël suspiró, sabía lo que estaba por llegar, y sabía que era necesario aceptarlo tal y como era. Susurró al oído de Mairacelvo algunas palabras y éste arrancó un trote ligero por el camino de subida. Al poco el trote se hizo más rápido hasta convertirse en un poderoso galope. Lissël tuvo que hacer acopio de todos sus sentidos para seguir el ritmo de su corcel, excitado por sus instintos y por la inminente batalla por la supremacía en la manada. Lissël deseaba que Mairacelvo ocupase el lugar de su padre como señor de sus caballos, y mostrándole que era capaz de ascender el Calacirya a galope tendido le demostraba que era poderoso como ningún otro corcel en Tirion. Los árboles, las rocas y el camino quedaban atrás a una velocidad de vértigo, y sólo los largos años junto al Cazador permitían a Lissël aguantar sobre el lomo de aquel caballo de pelo negro como el carbón.
Llegaron al fin a Tirion, al son de la campana de Mindon Eldaliéva, cuando las luces de los árboles se mezclaban anunciando la llegada de un nuevo día. Mairacelvo resoplaba con fuerza, el sudor corriendo a chorros por su piel, su corazón retumbando como un tambor bajo Lissël. Ella bajó de un salto y él fue directo al abrevadero, sin mayor ceremonia. Lissël entró en el establo y empezó a abrir, una a una, las cuadras de todos los caballos macho. Dos de ellos salieron prácticamente a la carrera, corceles jóvenes que se creían preparados para desafiar a cualquiera por el señorío de Failacelvo. Los demás eran más pacientes, o quizás conocían mejor sus posibilidades, y salieron al paso. Lissël salió la última de las cuadras bajo la atenta mirada de las yeguas, cuyas cabezas asomaban con curiosidad tratando de ver cuanto les fuese posible. En el patio del establo una docena de machos se miraban los unos a los otros, pero sobretodo miraban a un Mairacelvo que les desafiaba desde la entrada al lugar. Hubo bufidos, cabezas subiendo y bajando con agitación, pero ninguno de los caballos inició pelea alguna en aquel lugar. Respetaban demasiado a Lissël y sabían que su señora no permitiría indisciplina alguna. Lissël cruzó hasta la verja de la entrada y descruzó el cerrojo abriéndola. Uno por uno, la mayoría de los caballos salieron al paso del establo, y tomaron el camino que llevaba fuera de la ciudad hacia los prados junto a los pies de las montañas. Allí dirimirían quién sería el nuevo señor de los caballos. Sólo tres machos quedaron atrás, uno demasiado joven y dos demasiado viejos. Los tres bajaron sus cabezas en señal de sumisión y Lissël la aceptó, y cuando el último caballo hubo salido del lugar, cerró la verja y los devolvió a sus establos. Rezó en silencio una plegaria para que ninguno de los corceles hiciese tontería alguna y dañase a uno de sus hermanos. No era frecuente, pero en ocasiones sucedía. Por lo demás no tenía dudas sobre que Mairacelvo sería un digno sucesor de su padre, pero aquello era algo que debían dirimir entre ellos los animales.
Saliendo de nuevo al patio hacia su casa para lavarse y cambiarse, le sorprendió ver a un joven elda de fuerte complexión y oscura vestimenta ribeteada en rojo y dorado, los colores del príncipe de los noldor. Pero no era el príncipe, sino uno de sus jóvenes compañeros de fatigas, con una sonrisa divertida en los labios y algunas preguntas en los ojos.
- Vos sóis Lissël, ¿no es así? La señora de esta casa.
- Lo soy. Y por vuestro aspecto vos sóis uno de los amigos del príncipe Fëanor.
- Lo soy, y me llaman Sarandil. Mi señor me envía a hablar con vos.
- Así que el príncipe ya es lo bastante mayor como para salir a caballo a algún lugar lejano y explorar los confines de Valinor. ¿A dónde se dirige?
- Nos dirigimos hacia el sur, más allá de los bosques de Oromë.
Un escalofrío recorrió la espalda de Lissël. Muchos lo desconocían, pero ella había recorrido aquellos bosques muchas veces con el Cazador y conocía los secretos de aquel lugar. Para los habitantes de Valmar y de Tirion, los bosques de Oromë no eran más que el lugar que el vala empleaba para sus partidas de caza, tierras llenas de venados y jabalíes con los que frecuentemente llenaba los festines de valar, maiar y eldar. Pero para los aprendices de Oromë aquello sólo era una máscara de tranquilidad hacia sus vecinos. Más allá de los bosques y las llanuras al sur el mundo aún era salvaje, y en sus sombras en ocasiones se escondían restos de Arda Maculada. No eran muchos, y el cazador y los suyos los mantenían lejos de las tierras habitadas del centro del continente, pero existían y eran peligrosos, sobretodo para un joven e inexperto príncipe que probablemente desconocía su existencia.
- No - dijo cortante Lissël.
Aquello sorprendió a Sarandil, cuyo gesto de divertimiento se tornó en uno de contrariedad. Lissël no perdió cuenta del cambio, y le irritó por un momento la altivez del joven noldo mostrada por su sorpresa al serle negado algo.
- ¿No? ¿Por qué no? Dicen que vuestros caballos son los mejores de todo Tirion, y que han cabalgado esas tierras con vos a menudo. Necesitamos guía en aquel lejano lugar.
- Un caballo no es un guía, y mis corceles están ahora en los prados bajo las montañas decidiendo quién de ellos será el nuevo señor de los caballos. Ayer murió el viejo señor. Hasta que regresen, no enviaré ni caballo ni yegua lejos.
-¿Y cuánto tardarán?
- Un día, una semana... En una ocasión tardaron un mes entero.
- Eso no será problema alguno.
Lissël fue la contrariada en ese momento. Había esperado que aquel joven, o el propio príncipe, hubiesen decidido emprender aquel viaje como capricho o como modo de combatir el aburrimiento de la vida en Tirion para alguien joven y ardoroso. Que la espera no fuese problema alguno era algo que no esperaba.
- Los caballos no conocen las tierras más allá de los bosques de Oromë, no os podrán guiar tan lejos.
- Guiadnos vos, entonces - replicó él confiado.
Fëanor está montando una compañía para ir hacia el sur - como se puede ver en el prólogo de Aman pacífico -, y desea ir con algunos de sus jóvenes compañeros. No tienen mucha idea de a dónde ir, pero Lissël sabe que esas tierras no son del todo seguras.
Finwë acaba de irse de viaje, así que no hay nadie ante quién respondan, salvo quizás Mahtan. Si Lissël quiere consultarle en el turno, el herrero bendecirá el viaje, pero más que nada porque desconoce que haya peligro alguno en Valinor.
Sarandil es un nombre dado por sus compañeros a Fëaruth, que según entiendo del nombre, no es un nombre que se haya dado a sí mismo aún. Desconozco la historia del personaje, pero creo que lo adecuado será que se lo dé a sí mismo cuando Finwë muera a manos de Melkor. Descríbelo a tu gusto. A fin de cuentas, es su primer encuentro con Lissël.
Debes decidir si aceptas ser guía de Fëanor y sus amigos o por contra haces cualquier otra cosa.
Mairacelvo sólo necesitará un día para someter a los demás caballos a su señorío, así que si tratas de ganar tiempo por ahí hasta la llegada de Finwë, poco puedes esperar. Finwë, por cierto, no va a llegar a menos que esperes muchas semanas. Lo suyo va para largo.
Lissël enmudeció.
El primer impulso que nació en su garganta fue prohibir semejante expedición pero en el mismo instante y con la misma claridad en su mente se manifestó una certeza todavía más ineludible: Que el Rey escuchara su consejo no le daba autoridad para censurar las actividades del Príncipe y estando Finwë en uno de sus viajes, el propio Curufinwë tenía la edad suficiente para tomar sus propias decisiones y atender a los consejos de quien tuviera su confianza. Podía sencillamente limitarse a negar cualquier montura para la expedición, pero semejante posición podía tener consecuencias insospechadas en su relación con el Rey y tampoco aseguraba que se cancelara el viaje, de modo que decidió reconducir sus esfuerzos como haría con el más testarudo de sus corceles.
- Parece que el destino del viaje ha sido meditado y elegido con criterio.- dijo relajando su postura y su gesto, permitiendo incluso que una leve sonrisa se intuyera en sus facciones.
Su aparente claudicación tuvo el efecto esperado en el joven Sarandil, quien relajó los hombros y cuyo rostro se volvió menos imperativo.
- Por supuesto – respondió el noldo acercándose ligeramente, visiblemente cómodo con aquel giro en la conversación. – El príncipe es concienzudo, no dejaría algo así al azar. Teniendo los mapas, solo necesitamos los caballos – se inclinó con elegancia en su dirección- y un guía.
Lissël percibió una sonrisa furtiva en los labios del joven y un brillo particular en sus ojos, como si disfrutara de una broma privada. Aquello despertó su curiosidad, pero había algo más importante que había atraído su atención.
- ¿Mapas? – inquirió intrigada- ¿De más allá del bosque?
Ella misma había mapeado aquella zona durante sus viajes con Oromë, pero nunca había pensado que estuvieran al alcance de aquellos que no eran cazadores, por su propia seguridad.
- Mapas – aseveró Sarandil, complacido por su sorpresa- de su maestro Mahtan.
Por supuesto, Mahtan era discípulo de Aulë y maestro de Curufinwë. Su conocimiento sobre los metales que se encontraban en las montañas era grande y no resultaba extraño que tuviera sus propios mapas, transmitidos por el Vala Aulë durante sus enseñanzas. Sin embargo ignoraba si Aulë había compartido con su discípulo los peligros que acechaban más allá del bosque y si este era consciente de a qué se enfrentaba el príncipe en su viaje.
Necesitaba hablar con él y poner en común sus conocimientos, tal vez entre los dos podrían convencer al joven Príncipe para dirigir sus esfuerzos a otras zonas menos arriesgadas. Pero primero debía hablar con el Príncipe mismo, orgulloso cómo era, pues merecía el respeto de ser consultado en primer lugar sobre sus propias intenciones.
- Sarandil, - contestó al cabo– regresad y decid al Príncipe que deseo hablar con él de su viaje, si tiene bien a recibir a una amiga que conoce bien los territorios que desea visitar y cuyo consejo su padre el Rey escucha y valora.
Sarandil arqueó una ceja, pero se inclinó con sobriedad al escuchar sus palabras, aquel brillo divertido ya mucho más sereno en sus ojos.
-Sea, señora. - contestó - Llevaré vuestro mensaje y tendréis vuestra respuesta.
Se dirigió con estas palabras hacia la arcada de salida. Allí se detuvo y se volvió de nuevo, sonrisa y brillo regresando a su gesto, como si no lo abandonaran nunca por demasiado tiempo.
-Tenna rato, si el Príncipe concede. - dijo desde el umbral, con la luz que se filtraba entre las hojas de los árboles bailando sobre su rostro- Y por favor, reconsiderad vuestra postura. Somos un grupo divertido y bien avenido. Será un buen viaje, os lo aseguro.
Y dicho esto hizo una última reverencia muy poco formal y desapareció entre los edificios. De pie junto a la fuente, Lissël sonrió al recordar la marcha de Jaelen por aquel mismo camino justo la noche anterior y lo muy distintos que eran ambos jóvenes. Con aquella sonrisa volvió a entrar en la casa para ocuparse de los caballos que no habían marchado.
***
Aquella misma noche, ya largamente pasada la hora de Telperion, recibió el mensaje de que el Príncipe Fëanor la invitaba a reunirse con él en sus estancias y Lissël decidió prescindir de los caballos para acudir a su reunión. Las calles de Tuna aún tenían vida, pero todo resultaba mucho más apacible que durante el día, ya que en aquellas horas el resto de su pueblo prefería dedicarlo a la intimidad de sus hogares. Encontró en su camino a algunos conocidos que la saludaron con respeto pero que no la retuvieron y de esta manera llegó hasta las puertas de la Casa de Finwë, la más señorial de la ciudad a parte de las estancias del Rey de los Vanyar.
Lindon, el heraldo que custodiaba la puerta la saludó cuando se detuvo ante él.
-Salud, Lissël de Cuivienen- dijo, pues era conocida en aquella casa dado su posición en la corte.- El príncipe os espera; un paje os conducirá a sus estancias.
Lissël agradeció su recibimiento con una leve inclinación de cabeza y saludó al paje que se adelantó para llamar su atención. El joven debía formar parte de la compañía de Curufinwë, pues su rostro apenas le resultaba familiar.
- Por aquí, mi señora – indicó, y la precedió por los pasillos de aquel magnífico palacio, dejando atrás a otros miembros de la corte y criados que servían en la Casa del Rey.
Caminaron en silencio dejando atrás la parte del palacio que conocía y se adentraron en otros pasillos menos transitados. Una melodía como un rumor llegó a sus oídos y poco a poco fue haciéndose más clara. Era el sonido de un arpa y la melodía tenía una calidad mística, casi etérea pero en nada parecida a la música que hacían los habitantes de Alqualondë ni nadie que ella hubiera conocido. Estuvo tentada de preguntar a aquel paje, pero enseguida se dio cuenta de que se estaban acercando al origen del sonido y decidió aguardar, deleitándose en el sonido.
Enseguida llegaron a unas puertas dobles en un pasillo desierto, de donde parecía provenir la melodía y el paje se detuvo, cediéndole el paso.
- Adelante – dijo inclinándose- Encontraréis al Príncipe al otro lado.
Lissël abrió la puerta y el sonido del arpa se detuvo como una burbuja que estalla, llenándola de una insospechada melancolía. Una oleada de calor le le sobrevino durante un instante, erizando su piel y se encontró entonces en una amplia sala iluminada por unas lámparas de luz ambarina, cubierta de densos tapices. Una gran chimenea ardía en uno de los laterales y de pie junto a ella aguardaba Curufinwë, el hijo del Rey. Lo veía con frecuencia en la Sala de su padre, silencioso y solemne a la diestra de Finwë, pero era la primera vez que tenía la oportunidad de conocerlo en su propio entorno. Era en verdad un noldo fuera de lo común, ya tan alto como su padre y aún seguiría sobrepasando a sus mayores durante unos años más. Junto a él, una figura mucho más conocida.
Mahtan, sólido y conocido, se adelantó abriendo los brazos para recibirla.
- Bienvenida, Lissël.- dijo el artífice con una sonrisa sincera en sus labios llegando hasta ella– Os estábamos esperando.
- Bienvenida, Lissël.- convino Curufinwë acercándose desde su posición junto a la chimenea.- Sarandil trajo vuestro mensaje, lamento la hora tardía.
Tras aquellas palabras, una figura bajó de un escalón donde al parecer había un asiento. Sarandil se acercó a la chimenea para que pudiera reconocerle y le dedicó un discreto saludo. Tal vez fuera el juego de las llamas en su rostro, pero de nuevo le pareció apreciar aquel brillo divertido en los ojos y aquel aire de sonrisa secreta.
Lissël saludó a Mahtan y se inclinó hacia el príncipe. No había esperado que maestro y aprendiz estuvieran presentes pero aquella nueva circunstancia le permitía afrontar la cuestión de una manera más directa y sincera. Lo prefería, sin duda.
-Al parecer, tenéis algunas reservas sobre el viaje que planeo – dijo Curufinwë mientras él y Mahtan la conducían junto a la chimenea, donde aguardaban butacas y una mesa con un pesado libro con las páginas abiertas por un mapa.
Tomaron asiento y la miraron, aguardando. Ella pidió permiso con un gesto para acercarse el libro y lo tomó con suavidad cuando se le concedió. Viéndolo más de cerca, podía comprobar que como había sospechado, era un libro sobre el trabajo de los metales y el mapa representaba el Calacirya y las Pelori y todos los territorios circundantes, al este el Beleager, al norte el yermo helado de Helcaraxë.
- Cómo sabéis – comenzó Lissël mirando a sus interlocutores – he tenido oportunidad de visitar los territorios de las Pelori del Sur en compañía de Oromë.
Ambos asintieron. Ella deslizó el dedo por aquella región en concreto señalándola en el mapa.
- Creo que es justo para vosotros y necesario para mi conciencia ser sincera en este punto: No es una zona en la que me sienta segura si no es en compañía de mi maestro o con el apoyo de un escuadrón de cazadores.
Mahtan entrecerró los ojos, escuchándola con respeto pero de algún modo sorprendido. Curufinwë por su parte, ya fruncía el ceño.
- Debéis entender que no digo esto a la ligera. Si podemos celebrar que siempre hayamos regresado los mismos que partimos,- continuó suavemente pero con firmeza- es debido a una sólida planificación y a la capacidad y habilidades de los cazadores de Oromë. Pero esa zona no es segura. Mahtan, Curufinwë, por el amor que siento por vosotros y vuestras familias debo recomendar fervientemente que otro destino sea elegido.
El príncipe se volvió hacia su maestro, concediéndole intervenir antes que él. Mahtan se inclinó reposando los antebrazos sobre sus rodillas.
- El objeto de esta expedición se encuentra solo en esa región, Señora, y en ningún otro. - dijo el herrero- Mi maestro Aulë así me lo aseguró y así se lo transmití yo a mi aprendiz.
- ¿Entiendo pues que se trata de algún metal o gema? - inquirió ella, viendo ya lo estéril de su aproximación al tema.
Curufinwë se puso en pie. Su talla imponente se unía a un aire de fuerza contenida, como aquellas mismas llamas en la chimeneas que podrían arrasar un bosque de ser libres.
- Estoy preparando una pieza y cuando la termine, será la más grande y perfecta de todas cuanto he hecho y quien sabe si de todas cuanto haré.- dijo.
Lissël asintió.
- Entiendo vuestra postura y aunque dudo que alcancéis tan prematuramente la más grande de vuestras obras, entiendo también de la fuerza y la pasión que ponéis en todas vuestras piezas, pero de nuevo os recomiendo que elijáis otra piedra, otro lugar. Vuestro padre tiene...
- Es para mi madre- interrumpió Curufinwë con ímpetu. Lissël enmudeció y el joven enseguida reparó en lo brusco de su intervención, disculpándose con una leve inclinación de cabeza- Es para mi madre, señora, a quien vos conocéis. Nada que no sea un zafiro estrellado puede adornar su frente y lo sabéis. Nada. Y no es solo por ser la más grande y bella de todas las gemas de Arda. ¿Qué clase de hijo sería si regalara a mi madre una gema que los mineros de mi padre consiguen en las minas cada día? ¿Una de tantas que se usan para decorar las calles y las plazas?
Enlazó sus manos tras la espalda y comenzó a andar con paso pausado frente a la chimenea, totalmente arrobado en sus propias palabras.
- La piedra debe honrarla, sí, pero también la ordalía. Debe ser digna de la frente de quien abrió los ojos antes que sus iguales, de quien cruzó el Beleager a la cabeza de nuestro pueblo. - se detuvo junto a ella y la miró desde toda su estatura, con respeto pero también con determinación- La piedra no puede ser otra, señora, y tras vuestro consejo que agradezco, tampoco el camino.
Lissël bajo la mirada y suspiró quedamente. Era como había temido; conocía del temperamento de Príncipe pero también debía admitir que sus palabras y su pasión le conmovían, aunque fuera algo que debiera lamentar. Era ya una certeza que la expedición se llevaría a cabo, y del mismo modo lo era que no podía dejar que sucediera lo que sucedió en Cuivienen, no podía dejar que el hijo de Finwë ni ningún otro se arriesgaran por su inconsciencia o su inacción.
Cuando volvió a levantar la vista, era la más clara imagen de la serenidad.
- Veo que estáis decidido y vuestras palabras me conmueven. Estoy de acuerdo con vos en que no puede ser otra la piedra y, aunque con reticencia, tampoco el camino. Es por ello que además de apoyaros, os acompañaré. Habrá que hacer preparativos. ¿Saben vuestros hombres luchar?
Curufinwë asintió firmemente. Lissël se puso en pie, lo mismo que Mahtan.
- Se les proveerán armas. -continuó- Además solicitaré la compañía de otros dos cazadores y acudiremos con los caballos de mi propia cuadra.
- Tenemos nuestros propios caballos, señora – adujo Sarandil, que había permanecido en silencio y en un respetuoso segundo plano mientras hablaban. Curufinwë se volvió hacia él cuando habló y asintió antes de volver su mirada hacia ella de nuevo.
Lissël arqueó las cejas.
- Lo sé, pero mis corceles están ya entrenados para no espantarse con facilidad , siendo dóciles y raudos a la vez, a parte de saber participar en los enfrentamientos. Ahora se encuentran dirimiendo el liderazgo de su pueblo de modo que no podremos partir hasta que regresen. Os mandaré un mensaje en cuanto suceda y podremos partir en cuanto esté todo listo.
Terminó de hablar, con la vista de los tres presentes puesta en ella. Mahtan asentía juiciosamente y el brillo divertido en los ojos de Sarandil parecía haberse incrementado. Sin embargo, Curufinwë permaneció en silencio con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho.
El silencio ganó consistencia y tensión. Sin embargo el temperamento de Curufinwë había dado con la horma de su zapato. La mirada de Lissël no flaqueó, tampoco su postura. Sabía que era el modo en que debían hacerse las cosas y no estaba dispuesta a claudicar en ese punto, no a costa de las vidas de los demás y de su propia paz de espíritu. Mahtan cambió de postura, delatando inquietud, pero Sarandil permanecía en silencio igual que su señor, y su postura no varió ni un ápice, la más clara imagen de la lealtad.
Al cabo, Curufinwë descruzó los brazos y los apoyó en sus caderas, aunque su ceño apenas se relajó un poco. Todo en su cuerpo clamaba que había tomado una decisión.
Bueno, y lo dejo ahí porque si no escribo yo directamente la aventura y listos XD. Imagino que habiéndole ofrecido caballos y guía no podrá ninguna pega pero igual el tema de los caballos o que Lissël lleve tanto la voz cantante no le gusta, así que así se queda.
La idea es pedir a Jaelen que venga y por lo menos otro cazador. Y repartir arcos y lanzas de los arsenales de los cazadores porque teóricamente los demás no empiezan a forjar armas hasta el enfrentamiento entre los hijos de Finwë. Preparar exhaustivamente el camino, planificar todo y que todos tengan muy claro cómo deben comportarse si quieren que todo vaya bien.
El que tocaba el arpa es Sarandil.
Estoy pensando que otro de los requerimientos de Lissël si el tema prospera es que vayan a su casa los miembros de la compañía para practicar un poco y que así ella pueda asegurarse de en qué nivel y hasta qué punto van a saber protegerse. El príncipe no, por supuesto. También podría hacerse en la casa de Finwë, pero algo me dice que la casa de Lissël estará mejor preparada para esto. Lo ideal es que venga Jaelen también para que se conozcan y ver qué tal se coordinan: mejor ir con todo medido al milimetro, que con el hijo del rey en el grupo no se puede dejar nada al azar.
- Acepto vuestra propuesta - fue la respuesta de Curifinwë, bajando la cabeza con un deje de comprensión.
Lissël respiró aliviada, hizo una leve reverencia y se retiró. Había logrado lo que quería conseguir y carecía de sentido quedarse.
- En tal caso, me retiraré. Que tengáis una plácida velada.
- Esperad. Me gustaría que mientras esperamos a vuestros corceles se preparase la expedición. ¿Podemos vernos mañana por la mañana con los que vendrán?
- Venid a mi casa. Allí tengo todo lo necesario.
- Sea. Os agradezco vuestro tiempo y comprensión, mi señora. ¿Hay algo que la casa de Finwë pueda hacer por vos?
Aquello tomó algo descolocada a Lissël, que no se había planteado pedir nada por sus servicios. Ahora que la posibilidad se había planteado no sabía qué responder, pero sabía también que no era una buena idea rechazar de plano aquel gesto.
- Lo pensaré, mi príncipe. Por el momento, no, pero os agradezco el ofrecimiento.
Y sin mayor ceremonia se despidió y regresó a las calles de Tirion. Encontró a Jaelen en la puerta de su casa, su gesto preocupado.
- He oído que te habían visto en el palacio de Finwë - dijo a modo de saludo -. ¿Todo bien?
- Aiya, Jaelen.
- Ah... Aiya, Lissël. Disculpas.
Lissël se encogió de hombros mientras entraba en su casa, y Jaelen la siguió dentro. Se sentía algo irritada por aquella preocupación que mostraba el joven noldo por ella. En parte era bueno saber que alguien se preocupaba por ella, pero también la incomodaba. Ella, que estaba sola por gracia y obra del Destino, había aprendido a vivir su soledad. ¿Por qué Jaelen, que tenía la libertad de no estar solo, hacía aquel tipo de cosas? En ocasiones, resultaba incómodo.
- Habrá una expedición. Me gustaría que nos acompañaras.
- ¿Dónde vamos?
- Al sur del bosque de Oromë. Será una misión de prospección minera, y guiaremos al príncipe Curufinwë tan bien como nos sea posible.
Jaelen meditó las palabras oídas unos momentos y frunció el ceño.
- Me dijiste en una ocasión que aquellas tierras no son seguras.
- Por eso voy. Si quieres venir, mañana por la mañana nos reuniremos aquí los expedicionarios.
- Entiendo. En tal caso, iré a descansar, se hace tarde. Os veré mañana.
Jaelen abandonó el recibidor de la casa y Lissël se quedó sola. Otra vez sola en su casa. Ascendió al piso donde se encontraban sus habitaciones, pues la planta baja estaba reservada para los caballos. La estancia era amplia y tenía una sutil elegancia, pero ni de lejos podía compararse con lo recargado del palacio de Finwë. Jamás había habido un arpa en aquel lugar, que parecía haber desterrado la alegría de vivir de cada rincón. Había un agujero en la vida de Lissël, y era como si viviendo de aquel modo ella misma se prohibiese tentación alguna de atreverse a enfrentarse a su propio destino.
Esa noche, perdida en una cama demasiado grande para ella sola, recordó como un eco lejano qué era sentirse amada. Para su horror descubrió que le costaba recordar el rostro de su esposo. Trató de imaginarlo iluminado por la luz de Laurelin, y le invadió la amargura al entender que no recordaba su color de ojos. ¿Habían sido azules? ¿Verdes? ¿Acaso oscuros? Los años de los árboles habían discurrido sin compasión golpeándola con la soledad, y en su alcoba no habían caballos para hacerle compañía. Dejó su camisón, se enfundó sus vestimentas de caza y se puso las altas botas de montar. A oscuras bajó abajo y abrió la puerta del establo donde descansaba una de las yeguas a las que tenía más cariño. Mardë era la madre de Mairacelvo, una yegua entrada en años de pelaje marrón oscuro que descansaba recostada sobre un limpio lecho de paja. Bajo la pálida luz de Telperion los ojos de animal y elda se cruzaron, y Lissël vio en ellos su propio dolor reflejado. A fin de cuentas, Mardë había perdido ese día a su compañero en la vida.
- ¿Puedo quedarme contigo esta noche?
No recibió respuesta hablada, pero Mardë agradeció la compañía. Lissël sintió el dolor de la yegua, un dolor igual al suyo aunque infinitamente más reciente. Se acurrucó contra su vientre y dejó que la respiración de Mardë inundase sus sentidos hasta caer rendida.
Un relincho la despertó tras la mezcla de las luces. Oyó voces en el patio de su casa y salió para encontrar al príncipe Fëanor y sus compañeros.
- Aiya, Lissël.
- Buenos días, mi príncipe.
A la luz del día y sin su holgada túnica de anchas hombreras el príncipe seguía pareciendo alto, pero tenía aún la estilizada figura de un joven elda. Apenas un niño alto. A su lado, sus compañeros parecían mucho más mayores. Ahí estaba su tutor en armas, el fogoso Úruvon, y también un divertido Sarandil. No estaba Mahtan, pero sí su hija Rilleculdë. Para ser nolde, eran tan inusual como su padre, con su cabellos rojizos y su constitución recia. Jaelen también estaba allí, y debió ser quién abrió las puertas del patio al príncipe y los suyos.
- ¿Mahtan no ha venido?
- Mi padre tiene asuntos que atender esta mañana - dijo su hija -, pero os envía sus saludos y vendrá con nosotros a la expedición.
- Bien.
Como por el momento vamos algo mejor de tiempo que los demás turnos del prólogo, he decidido hacer un turno intermedio para manejar la propuesta que hiciste de entrenarlos. Te dejo el manejo de la sesión matutina a tu gusto, para dar una mejor visión de qué significa para ti ser una cazadora de Oromë y qué esperar de semejante tropa de jovenzuelos.
Veronick puede poner una introducción a Úruvon aquí si lo considera adecuado, pero lo recomendable es que Morag postee primero.
Si queréis interaccionar entre vosotros, os recomiendo marcar en off-topic unas directrices o trazar cómo hacer el turno en modo más o menos coordinado. A ver si el experimento funciona.
Lissël estudió a los recién llegados. Todos eran jóvenes y llenos de energía, siendo el más joven y enérgico el propio príncipe Curufinwë. Venían vestidos con ropas cómodas y apropiadas para el ejercicio, de modo que en ese sentido estaba complacida. La joven Rilleculdë llamó poderosamente su atención por su hermosa cabellera cobriza, tan poco habitual, y por su constitución de amazona más que de tímida doncella.
Se dio cuenta de que los cuatro miraban con atención los soportes que tras ella sostenían las armas. Eran su colección personal, obras de exquisita manufactura pero firmes y afiladas, respladecientes bajo la luz de Laurelín. Eran armas letales como no las había en las casa de Tirion, armas forjadas para combatir la Mácula de Arda. No escapó de su atención que Uruvon contemplaba una de las armas en particular, aquella que se mantenía a parte y alejada de las demás en su propio soporte. Lissël sonrió para si, aquella era su arma predilecta y la más excepcional de su colección.
- Bienvenidos todos,- dijo sacándolos de su estupor.- Como dijisteis, mi príncipe, es de crucial importancia para esta expedición que todos estemos preparados para lo que pueda suceder, y siendo la zona de nuestro destino en particular, la cautela de mi maestro en aquel territorio me hace esperar lo peor.
Aquellas palabras secuestraron su atención. Jóvenes cómo eran estaban pletóricos de una energía a la que rara vez las costumbres de la corte permitían dar rienda suelta. Aquello sería bueno para su propósito de entrenarles, pero era un arma de doble filo. Aquella misma energía podía volverlos peligrosamente audaces en el peor de los momentos.
- La clave de un viaje seguro será la capacidad para actuar al unísono y protegernos entre nosotros. - continuó- ¿Estáis familiarizados con las lanzas?
Los cuatro asintieron, aunque Uruvon y Sarandil con mayor seguridad.
- Adelante, pues
Con un amplio gesto de brazo concedió permiso al grupo para acercarse a las armas.
- Estas lanzas son algo distintas a las que podáis estar acostumbrados.- dijo. Sus nuevos aprendices cogieron las lanzas y las sopesaron.
- Son más pesadas que las de caza - señaló Rilleculdë frunciendo el ceño.
Lissël asintió.
- Lo son. La lanza debe soportar los embates sin quebrarse, mientras que las jabalinas y las lanzas de caza están diseñadas para obtener el mejor vuelo y puntería a distancia. Estas armas, por el contrario, deben ser sólidas y firmes, fiables.
Rilleculdë asintió y siguió manipulando la lanza, tratando de encontrar un agarre de su gusto mientras comentaba sus impresiones con sus compañeros. Lissël se acercó entonces a Uruvon, que había tomado una lanza y se había acercado de inmediato al arma que había llamado su atención al llegar.
- Es un arma portentosa - dijo Uruvon, arrobado en los colores que parecían brotar del metal- ¿Quién fue el herrero? ¿Mahtan?
Lissël iba a contestar pero la joven Rilleculdë la sorprendió llegando por su espalda y negando con la cabeza fijando su mirada en los grabados del asta.
- No es un arma que haya hecho mi padre.- aseveró, cautivada.
No lo era.
- Esta lanza fue un obsequio de mi maestro Oromë.- explicó- Fue fraguada por Aulë a su petición.
Uruvon arqueó las cejas, sinceramente sorprendido.
- ¿Puedo?
Lissël asintió complacida y Uruvon le entregó su arma antes de coger la lanza de su soporte con manos firmes. Era evidente que no era la primera vez que sostenía una de aquellas. Como para confirmar sus sospechas, Uruvon se alejó unos pasos y ejecutó algunas figuras con cierta destreza. Cuando hubo terminado regresó junto a ellas e intercambió con Lissël las lanzas.
- Portentosa, sin duda.- aseveró asintiendo con firmeza.
Con una sonrisa, Lissël les condujo hacia Sarandil y Curufinwë, que durante aquel breve tiempo parecía haberse puesto manos a la obra y que recibían algunas correcciones por parte de Jaelen, que iba paseando entre ellos y observando sus posturas. Curufinwë fue el que mejor aprovechó los consejos de su aprendiz pero Sarandil, a quien Jaelen oservó sin hacer ninguna corrección, parecía el más diestro de entre sus compañeros, con cierta seguridad que ninguno de los demás presentaba a excepción de Uruvon. Siguieron mostrando sus habilidades con la lanza hasta que Lissël comprobó que su capacidad, aunque algo ajustada, quedaba compensada por su presencia en la partida, y la de Jaelen.
- Bien - intervino satisfecha - ahora que vuestra capacidad ha quedado demostrada, el siguiente paso es intentar tirarme al suelo.
Siguió un silencio conmocionado.
La carcajada de Jaelen resonó en el patio. A él en su día le había pasado exactamente lo mismo. El cuarteto le observó perplejo. Curufinwë y Sarandil miraron suspicaces a su joven aprendiz, temiendo que se tratara algún tipo de broma, Rilleculdë se había sonrojado hasta la raíz del pelo y Uruvon parecía realmente conmocionado, pero Lissël seguía mirándoles, claramente esperando algo.
Curufinwë sintió que cómo príncipe debía hablar por sus compañeros y dio un paso adelante.
- No lo entiendo - dijo suspicaz y todavía disimuladamente espantado - ¿Tiraros al suelo? ¿A...agrediros?
Lissël suspiró de buen humor.
- No es una agresión, - explicó con benevolencia pero deleitándose en sus expresiones - sólo es un ejercicio básico para comprobar vuestro equilibrio y vuestra capacidad para mantener una posición de ser necesario. Observad. Jaelen, por favor.
Jaelen asintió y Lissël afianzó sus pies en el suelo, flexionando ligeramente las rodillas. Lo que sucedió a continuación fue demasiado rápido para los ojos desacostumbrados de su público, que solo percibió algo parecido a un borrón y de repente a Jaelen tumbado de espaldas en el suelo, jadeante y Lissël triunfante todavía firme en su posición. Ambos rieron, obviamente de buen humor y Lissël tendió una mano a su aprendiz para ayudarle a ponerse en pie.
Se volvió de nuevo hacia el grupo.
- Como veis, no es ni remotamente agresivo. Incluso diría que es vigorizante.- no le faltaba el aliento y parecía tan serena y convencida como antes del ejercicio- Entenderé si preferís caminar sobre una verja pero ¿En verdad no queréis probarlo siquiera?
- Yo quiero intentarlo.- dijo Sarandil desmarcándose de sus compañeros. El espanto había desaparecido de su rostro y había sido reemplazado por una firme determinación.
Lissël arqueó las cejas.
- Adelante pues.
El joven se lanzó contra ella y de nuevo sucedió el borrón, esta vez cambiando la figura caída de Jaelen por la de Sarandil. Lissël le tendió la mano para ponerle en pie, sonriendo.
- Buen intento.- le felicitó.
Sarandil se sacudió las ropas y frunciendo el ceño dijo:
- Otra vez.
Lissël asintió y se puso en guardia, pendiente de sus movimientos. Escuchó de fondo la voz de Curufinwë.
- Uruvon, atácame.
Y la voz del cohibido Uruvon.
- Mi señor, yo...
Sarandil cargó. Esta vez todo sucedió un poco más despacio, y aunque el resultado volvió a ser el fornido joven en el suelo, el baluarte de Lissël parecía menos firme. Cuando volvió a tenderle la mano para levantarle, había reconocimiento en sus ojos.
- Eres fuerte -reconoció Lissël cuando el joven se puso en pie- Pero tu fuerza juega en tu contra. Puedo desviarla fácilmente y utilizarla para hacerte caer.
El joven asintió con seriedad y durante un breve instante se miraron sin decir nada, hasta que las carcajadas de Rillëculdë resonaron en el patio y ambos se volvieron para mirar. Uruvon y Curufinwë yacían en el suelo, enredados en un extraño abrazo, y pronto sus carcajadas se unieron a las de la hija de Mahtan, y también las de Jaelen, las de Sarandil y finalmente las de la misma Lissël. Fueron carcajadas liberadoras como no recordaba haber reído nunca, aunque tampoco entendía bien qué era lo que le hacía reír. Las propias risas generaban risas nuevas y durante un momento el único sonido en el patio fueron las carcajadas como un coro de campanas hasta que poco a poco fueron desvaneciéndose hasta desaparecer. Cuando reinó de nuevo el silencio, todos estaban sonrojados y jadeantes.
- Bueno -resopló Lissël sintiendo por primera vez que le faltaba el aliento- creo que es un buen momento para hacer un descanso.
Todos asintieron y se dirigieron a la fresca sombra de la casa.
***
Ojo, no acaba aquí, tengo intención de seguir que aún falta gran parte de la mañana y todas las horas de la tarde. Ahora van a pasar el rato dentro de la casa y por la tarde seguirán pasando el rato de alguna manera. Y tienen que volver los caballos además.
Veronick, espero no haber maltratado mucho a Uruvón ni haberlo interpretado demasiado mal. Siéntete libre de postear a partir de aquí si quieres (si no vas a querer, avísame, pliz). Como dije, pasarán un rato en la casa (austera pero elegante, algo fría y no precisamente de temperatura. Si quieres, narra tu visión de los eventos de la mañana o describe tu rato en la casa. Yo retomaré la acción con Lissël en el rato de la casa y las actividades de la tarde.
Cómo invocados por ensalmo, unos pajes de la Casa de Finwë comenzaron a disponer unas mesas a la sombra y dispusieron sobre ellas algunas viandas y bebidas. El grupo sofocado y sonriente se acercó charlando y enseguida fueron servidos en finas copas y acomodados en algunos bancos dispuestos también para descansar. Hablaban animadamente de la experiencia mientras Curufinwë y Sarandil se dedicaban a probar entre ellos la técnica para tirar al otro al suelo ante la mirada divertida de Rillëculdë.
Lissël tomó asiento junto a Úruvon y a Jaelen y procedió a dar su valoración al primero, que parecía ser el responsable del grupo.
- Me alegra ver que están preparados y de tan buen ánimo, aunque algún quedan algunas cosas que me gustaría comprobar.- miró a las lejanas praderas y su mirada se perdió durante un instante- Me hubiese gustado tener aquí a los caballos, pero no parece que vayan a regresar tan pronto. Ojalá todo vaya bien.
Úruvon asintió, sonriendo.
- Me preguntaba - dijo de buen humor- si os parecería bien dedicar algo más de atención al príncipe. Se merece el mejor maestro que pueda obtener; al fin y al cabo es el hijo del Rey y el resto de nosotros no.
Lissël tuvo que reconocer que haber tenido al joven Curufinwë corriendo entorno a sus rodillas de niño en la corte podía verse como una falta de deferencia hacia la Casa Real. Iba a tranquilizar a Úruvon cuando la voz de Curufinwë le sorprendió, llamándola desde su posición con Sarandil.
- Señora, mi padre me ha contado en alguna ocasión que la vuestra es una casa poco habitual y que tenéis una gran sala para practicar - inquirió el príncipe con cortesía - Me gustaría verlo, si no es abusar de vuestra hospitalidad.
Lissël sonrió ante la cortesía del joven.
- Mi príncipe, mi casa es vuestra casa. Si lo deseáis podemos trasladar el ágape al interior y os enseñaré el interior, aunque temo que desmerezca lo que vuestro padre haya podido contaros.
Curufinwë hizo un gesto a los pajes, que inmediatamente recogieron lo dispuesto en la mesa. Cuando todos estuvieron listos para entrar en la casa, el príncipe hizo una reverencia breve y cortés.
- Cuando digáis, mi señora, guiadnos.
Les condujo al interior a través de las cuadras, ya que era el acceso más rápido desde el patio.
- Faltan muchos caballos ¿Verdad? - inquirió curiosa Rilleculdë mirando las cuadras vacías mientras caminaba.
- Los que veis son las yeguas y los potros,- explicó Lissël, que había llegado al cubil de Mardë y le acarició las quijadas con suavidad - así como aquellos machos que son demasiado mayores para todo lo que no sea un tranquilo paseo.
- ¿Dónde están los demás? - preguntó la joven.
Lissël reemprendió el camino mientras contestaba, seguida por el grupo.
- Como le expliqué al príncipe anoche, se encuentran dirimiendo el patriarcado de su familia en las praderas al norte. Cuando regresen, lo harán con un nuevo cabeza de familia y nosotros podremos partir.
Ascendieron las escaleras que llevaban al interior de la casa y pronto se encontraron en el centro de la vivienda.
- No es muy grande, como podéis ver -se disculpó Lissël, de nuevo consciente de la austeridad y frialdad en comparación con las cálidas habitaciones del príncipe la noche anterior.
Curufinwë restó importancia a aquello y la siguió mientras les mostraba a la gran sala que utilizaba para practicar sus movimientos con la lanza. Era una sala de grandes dimensiones y alto techo, cuyo suelo descendía por tres escalones en todo su perímetro hasta el centro, dejando un amplio espacio pese a todo. Había lámparas en las paredes, reflejando su fría luz azul contra las paredes de alabastro. Una figura de madera descansaba en un rincón, de forma vagamente animal y con una gran y agujereada diana en su pecho.
- Aquí es donde suelo practicar y donde entreno a Jaelen - explicó, y su voz rebotó en las paredes desnudas de la sala - Normalmente las armas están aquí y puedo elegir la que prefiero en cada ocasión.
- Esta sala no desmerece en absoluto lo que se puede decir de ella -la tranquilizó el príncipe- Es hermosa en su sencillez y absolutamente práctica.
Los demás asintieron con cortesía y reemprendieron el camino.
- La casa no es mucho más grande- continuó Lissël guiándoles.- Tiene lo habitual de cualquier otra casa y mis estancias.
No quiso abundar en el tema ni remarcar lo ya evidente. Era la única persona en la casa y por tanto carecía de las múltiples estancias de los habitantes de las otras casas. Ninguno insistió sobre el tema, como si entre todos tuvieran el acuerdo tácito de no acercarse a un tema tan privado y delicado.
Llegaron al salón, donde los pajes dispusieron de nuevo el refresco. Lissël se aseguró de que todos estuvieran cómodos y poco a poco retomaron las conversaciones animadas que habían comenzado en el patio. El sonido de las voces y las risas entre aquellos muros se clavó en su corazón, hablando de todo lo que pudo haber tenido y que había perdido, llenándola de una poderosa sensación de tristeza que la estremeció por completo. Se disculpó apresuradamente y salió del salón en busca de un rincón donde serenarse.
Sus pasos la llevaron al exterior de la casa, donde el sonido de las voces no llegaba. Respirando profundamente, se inclinó sobre la fuente y se arrojó agua fresca sobre el rostro. Sintió como poco a poco aquella aplastante sensación de tristeza se desvanecía y se reconvino por aquella flaqueza que ponía en jaque su entereza, su bastión más importante. Unos pasos a su espalda le hicieron envararse.
- ¿Estás bien? - inquirió la voz preocupada de Jaelen.
Sintió de nuevo aquella irritación que le sobrevino la noche anterior.
- Sí. -espetó sin volverse- Vuelve dentro.
Pudo sentir como Jaelen se envaraba tras ella. Se arrepintió de su tono cortante en el mismo instante en que las palabras abandonaron sus labios. Se volvió para encontrarlo tenso y con un gesto indescifrable en el rostro.
- Perdona, - se disculpó con suavidad, pero no se acercó a él - es sólo que no estoy acostumbrada a tanta agitación en mi propia casa.
Jaelen no contestó y se miraron en silencio durante un momento. Finalmente su joven aprendiz respiró profundamente.
- Está bien- dijo al fin- Puedo dejarte sola si lo deseas.
Lissël negó con la cabeza suavemente, sintiendo que de nuevo aquel tácito acuerdo que existía entre los dos se restablecía.
- No,- sonrió, reconstruyendo su fortaleza interior- volvamos dentro.
Jaelen asintió y regresaron al interior. Nada más cruzar el umbral, Lissël sintió que de repente toda su piel se erizaba deliciosamente antes de entender siquiera la razón.
Como un rumor, la hipnótica melodía de un arpa reverberaba en las paredes y los pasillos. Mientras avanzaba en dirección al salón y al origen del sonido, se preguntaba intrigada quién tocaba. Era sin duda el mismo arpa y los mismos dedos que la noche anterior habían guiado sus pasos hasta las estancias de Curufinwë. Solo podía ser el propio Curufinwë o Sarandil.
Las voces en el salón sonaban más calmadas. Úruvon, el príncipe y Rillëculdë conversaban tranquilamente en una mesa, mientras sentado frente a la ventana, el joven Sarandil rasgueaba distraídamente las cuerdas del arpa mientras su mirada se perdía en el cielo perennemente estrellado más allá de la Bahía de Eldamar.
Continuará.
Por la tarde el grupo se encontraba de nuevo en el patio grande e iban turnándose para disparar con un arco contra una diana fija. Lissël los supervisaba y corregía sus defectos en la postura y la tensión mientras tras ellos Jaelen practicaba algunas rutinas con la lanza.
La joven Rilleculdë, que había sido la más inexperta en el uso de la lanza, parecía tener alguna destreza con el arco y tanto Úruvon como Sarandil no parecían tener problemas, de modo que Lissël decidió dedicar más atención al príncipe siguiendo la sugerencia de Úruvon. El joven Curufinwë tenía serias lagunas debidas a su juventud e inexperiencia, pero su disposición para aprender era envidiable; sólo tenía que hacerle notar un fallo una vez para que lo corrigiera y al cabo de un poco de práctica lo dominara con excelencia. Realmente era un pupilo que cualquier maestro envidiaría y ahora era capaz de entender el orgullo de Mahtan ante el que era su aprendiz.
Al cabo de un par de horas de práctica, Rilleculdë y Úruvon pasaron a practicar el hilarante ejercicio de la mañana, quedando en la mayoría de las ocasiones la joven en el suelo, aunque al cabo de un par de intentos consiguió que todo quedara en tablas. Lissël acababa de dejar a Curufinwë probando con la lanza de nuevo cuando Sarandil se acercó a ella con aquella determinación en la mirada.
- Quisiera intentarlo de nuevo.- dijo con seriedad, refiriéndose a los fallidos intentos de la mañana.
La cazadora arqueó una ceja, escéptica.
- ¿Has entendido cómo funciona?
Un brillo divertido destelló en los ojos del noldo.
- Eso creo. – dijo, y añadió - Sois engañosa, señora. -le reconvino con humor y de nuevo aquella sonrisa furtiva asomó a sus labios - Parecéis una delicada y hermosa criatura de hielo y cristal pero habéis conseguido tirarme al suelo dos veces en lo que va de día. Quisiera pensar que no habrá una tercera.
- Sea, pues.- aceptó el reto Lissël.
Se pusieron en posición, se enfrentaron y Sarandil golpeó el suelo por tercera vez. El noldo maldijo al golpear al suelo, pero en esta ocasión su mirada cambió sustancialmente, con un brillo de comprensión que antes no había estado ahí. Se puso en pie rápidamente.
- Otra vez, por favor- pidió, y había en su tono una sospechosa jocosidad.
Lissël aceptó, sintiendo un aleteo de inquietud ante aquello que se le escapaba. Sarandil se posicionó y ella se preparó para prestar una atención excepcional a cualquier cosa que pudiera suceder en aquella ronda. Respiró hondo, sintió las manos del noldo aprisionando sus brazos.
El suelo desapareció bajo sus pies.
Sintió el vértigo al caer hacia atrás sin un asidero hasta que una mano grande y firme la sostuvo por la espalda al tiempo que la otra frenaba la caída sujetándole con fuerza la mano. El rostro de Sarandil apareció de pronto frente al suyo, con una descarada sonrisa de satisfacción en sus labios.
- ¡Ah!- rió el noldo con suavidad, pero no hizo amago de incorporarse sino que permaneció inclinado sobre ella, clavando en su rostro dos ojos intensamente azules.
Lissël se envaró. En más de cien años de los árboles no había estado tan cerca de otra persona y sintió que su piel reaccionaba contra su voluntad, erizándose, y que el rubor acudía a su rostro. Antes de asimilara lo que sucedía, Sarandil tiró de ella para ponerla en pie y retrocedió un paso, dándole espacio. Sintió que se llenaba de una insospechada indignación pero antes de que pudiera protestar por aquella audacia, una conmoción en el patio le hizo volver la vista.
Por el camino de las montañas se aproximaba una densa polvareda a gran velocidad, desvelando bajo ella una figura negra que galopaba hacia la casa seguida de otras muchas. Lissël sintió que cualquier emoción que la hubiera embargado hasta aquel instante se desvanecía en un intenso regocijo.
- ¡Mairacelvo!- exclamó corriendo hacia la puerta para que la estampida entrara en el patio.
Sus invitados corrieron hacia la verja y se apoyaron en ella para contemplar con asombro aquella fuerza primaria que eran una docena de sementales en un galope desbocado. A medida que se iba acercando, el suelo empezó a temblar y el sonido de los cascos golpeando la tierra retumbaba como truenos en una tormenta. Lissël se embebió de aquella magnificencia, llena de orgullo, y se volvió hacia Jaelen, que se encontraba cerca.
- ¡Deja salir a las yeguas! - gritó, haciéndose por encima del estruendo. El joven asintió y corrió hacia las cuadras.
Tras ser liberadas de los cubiles, las hembras más jóvenes salieron apresuradamente de la cuadra, seguidas de aquellas que tenían potros y por último de Mardë, que permaneció en un segundo plano, digna matriarca de aquella familia.
Por fin los sementales irrumpieron en él y el sonido de sus cascos contra el suelo empedrado fue ensordecedor. Dieron una vuelta por el perímetro reduciendo su velocidad hasta que se detuvieron en el centro sudorosos y todavía inquietos, mientras la imponente figura negra de Mairacelvo se adelantaba a todos los demás para presentarse ante las hembras. Aquellas alzaron orgullosas la testa y las más valientes salieron a hacerle frente, haciendo resonar sus cascos contra el suelo y valorando el resultado de los enfrentamientos en la mañana.
La decisión no fue difícil, Mairacelvo era sin lugar a duda el semental más fuerte, el más hermoso con su pelaje de ébano, con sus ojos brillantes e inteligentes, y había engendrado potros vigorosos. Pese a todo una de las hembras jóvenes se acercó más que las demás, desafiándole. Era la llamada Raumë por su manto gris tormenta, y también la más exigente, pues desde que tuviera edad de concebir no había permitido que ningún macho la cubriera.
Lissël contemplaba exultante como dirimían aquel enfrentamiento, comprendiendo de qué colores serían los próximos potros que nacieran en sus cuadras. Apenas era consciente de las presencias abrumadas de sus compañeros tras ella, tan sobrecogidos por lo que veían que eran incapaces de pronunciar palabra.
Finalmente y una vez ratificada la decisión de los sementales, todos los corceles entraron tranquilamente en las cuadras salvo Raumë, que apenas se retiró unos pasos en dirección a las cuadras y el propio Mairacelvo, que se volvió hacia Corazón de la Manada con la testa erguida y el poderoso cuello sudoroso. Lissël corrió entonces hacia él y le abrazó con fuerza.
- Sabía que serías tú, mi fiel amigo – susurró en su oído con suavidad, clavando los dedos en el lustroso pelaje negro .- Bienvenido a casa, señor de los caballos.
El corcel inclinó la cabeza, rindiéndose ante las alabanzas de Corazón de la Manada, orgulloso y complacido. Tras ellos, Raumë resopló impaciente golpeando con fuerza el suelo bajo sus cascos. Lissël rió, llena de dicha.
- Tu consorte te espera– susurró en el oído de Mairacelvo- Ve , amigo mío, y engendra un potro que tenga en su interior tu fuego incansable y la fuerza de las tormentas.
Liberó al semental de su abrazo y retrocedió, permitiendo que se alejara. El caballo agitó la testa a modo de saludo y caminó hasta la puerta, seguido de cerca por Raumë. Lissël y los demás observaron como se alejaban al galope en dirección a los prados de las montañas. Cuando por fin desaparecieron en la lejanía, los eldar agitaron las cabezas como si despertaran de un hechizo.
Lissël suspiró, sintiendo las comisuras de su boca doloridas de tanto sonreír y drenada de toda energía. La llegada de los caballos suponía la entrada en una nueva etapa de aquella expedición y había mucho trabajo que hacer. Se volvió hacia sus compañeros.
- Me temo que nuestro día de entrenamiento termina aquí- anunció acercándose a ellos – Los caballos han vuelto y esto significa que podemos partir de inmediato, aunque agradecería disponer del resto del día de hoy y mañana para ocuparme de ellos y asegurarme de están todos bien.
Curufinwë asintió, todavía algo sobrecogido por lo que había sucedido.
- Sea, Lissël. Preparad vuestros corceles. Yo por mi parte prepararé las provisiones para el viaje y me aseguraré de que disponemos de todo. -se volvió hacia los demás- En tres días a partir de hoy nos encontraremos aquí mismo.
Úruvon, Sarandil, Rilleculdë y Jaelen asintieron con decisión.
- Descansad hasta entonces. - les despidió Lissël acompañándoles hacia la cuadra- Yo os esperaré aquí para que podamos partir sin demora.
La comitiva del príncipe montó los caballos que habían traído y se despidió animadamente. Jaelen marchó tras ellos.
- ¿Quieres que te ayude con los caballos? - preguntó con suavidad deteniéndose en la puerta
De inmediato se envaró, temiendo haber incurrido de nuevo en su desagrado. Lissël sonrió pero negó con la cabeza.
- Creo que puedo aprovechar algunas horas de soledad .- contestó con serenidad, realmente se sentía sobrepasada por la intensidad de la mañana- Ve y descansa, nos espera un largo viaje.
- Volveremos a vernos en tres días entonces – asintió su joven aprendiz- Si necesitaras ayuda en algún momento o puedes aprovechar la compañía, envíame un mensaje.
Se despidieron con la promesa de que Lissël le haría llamar en caso de necesitar ayuda y Jaelen desapareció por el camino entre los edificios vecinos, más cercanos a la ciudad. Lissël regresó entonces a las cuadras donde los caballos agotados descansaban pacientemente en sus cubiles. Con un suspiro de satisfacción, la cazadora tomó un cubo y un cepillo y se abandonó al aseo de sus corceles bajo la luz ambarina de los fanales.
Solo una parte más, lo prometo.
Pasaba largamente la segunda mezcla de las luces cuando Lissël ascendió por fin las escaleras que la llevaban a su vivienda, invadida por una serenidad que había ido imponiéndose en su espíritu tras las largas horas deslizando el cepillo por los mantos de los caballos. Mairacelvo y Raumë habían regresado hacía algunas horas y descansaban atendidos y agotados en sus cubiles, de modo que por fin podía descansar del intenso día.
Se desvistió con languidez en su camino hacia el baño y cuando descendió los escalones hasta el agua caliente de la bañera, hasta el último de los cabellos de su melena se estremeció de placer. Se recostó bajo el agua y suspiró con satisfacción, dejando que la calidez del agua relajara sus músculos agarrotados tras las horas en las cuadras y llenara su mente de una agradable nada. Había sido en verdad un día extraño. Parecía que habían pasado semanas desde que aquella extraña tristeza que le atenazara el pecho y hubiera tenido el desencuentro con Jaelen. Sin embargo era como si todavía pudiera oír el sonido de las risas resonando en las paredes de la casa, llenándolas de una alegría que ella hacía mucho que había olvidado. Sonrió al recordar las carcajadas en el patio como un coro de campanas. Suspiró.
Cuando sintió que empezaba a quedarse dormida salió del agua y procedió a acostarse, anticipando el placer de sus músculos al reposar en las mullidas mantas. Recostó la cabeza con un suspiro de satisfacción y cerró los ojos dispuesta a dormir hasta bien entrada la mañana.
Unos ojos azules como el mar embravecido le devolvieron la mirada.
Abrió los ojos sobresaltada, no había esperado ver nada en su sueño y mucho menos aquellos ojos. Sarandil... Que joven tan extraño con su mirada divertida y su sonrisa furtiva, como si conociera un secreto que los demás ignoraban. Le irritaba sentir que se le escapaba algo. Hacía gala de una seguridad que rozaba la arrogancia, no, era definitivamente arrogante.
Para su desconcierto, el recuerdo de su mano firme en la espalda la hizo estremecer. Se había irritado cuando por fin la ayudó a levantarse, ofendida por su audacia, pero hasta entonces no había sabido muy bien si enojarse o regodearse en su cercanía.
Se incorporó bruscamente y salió de la cama, contrariada por aquella traición de su cuerpo. No había dominado el arte de la frialdad y la soledad para reaccionar de aquella manera y ante aquel joven arrogante para mayor indignación. ¿Qué derecho tenía a tomarse semejantes confianzas con ella? ¿Cómo podía ella flaquear así? ¿Qué prendía aquel joven irritante? Bueno, dominaba la frialdad pero sabía algunas cosas de la vida y podía entender hacia donde se dirigían sus intenciones. Negó con la cabeza para sí, pero bajo su determinación sintió recordando su mano en la espalda y su cercanía.
Resopló de mal humor. Necesitaba dejar de pensar en aquello, no le hacía ningún bien. Se dirigió a oscuras hasta la sala de entrenamiento, donde los pajes de Curufinwë habían recogido las armas. Tomó con mano firme su lanza predilecta y comenzó a ejecutar rutinas para arrancarse aquellas sensaciones del cuerpo y aquellas ideas de la cabeza. Había tenido su oportunidad de sentirse amada y la había perdido por nadie más que ella misma. Debía recuperar la razón. Ella era Helceriel, la dama de hielo, y suyo era el reino de la soledad.
Continuó repitiendo aquellas palabras en su fuero interno como un mantra mientras danzaba con la lanza con los pies descalzos sobre las baldosas de la sala y cuando hubo recuperado la serenidad, volvió a la cama.
Dormió de un tirón hasta la mañana y cuando despertó, no quedaba ni rastro de los desvelos de la noche anterior.
Fin.
Una tenue neblina inundaba el camino que descendía Túna cuando partió la compañía del príncipe. Curufinwë iba al frente junto a Lissël, quien encabezaba la expedición como la elda de mayor edad y conocimiento. Tras ellos iban los jóvenes seguidores del príncipe, y cerraban la formación Jaelen y Úruvon. Por culpa de la neblina no podían ver muy lejos, pero las últimas luces de Telperion se apagaban ya y pronto, con la luz dorada de Laurelin, se despejaría el camino.
Pero no se dirigían hacia Valmar. El camino descendiente desde Tirion pronto se bifurcó hacia el sur, hacia el bosque de Oromë, que lamía en su parte más norteña las vertientes occidentales del Taniquetil. Allí también nacía el camino que iba hacia la cumbre, hacia el dominio de Manwë. El camino estaba bien transitado en aquel lugar, pues los noldor de Tirion lo empleaban a menudo para nutrirse de leña. No tardaron en encontrarse con un grupo de leñadores que desbrozaban el sotobosque en busca de ramas y troncos caídos para servir de leña para las cocinas y hornos de la ciudad, y algo más tarde cruzaron su camino con una elfa que llevaba un cesto repleto de setas. Intercambiaron algunas palabras y prosiguieron internándose hacia el sur.
A mitad de la jornada dejaron atrás las últimas colinas al sur de Taniquetil y llegaron al puente que cruzaba el Lórellin. A pies de Taniquetil el río era rápido y correoso, nada que ver con el ancho río que llegaba mucho más al oeste al gran lago en el centro del bosque de Lórien. Abrevaron a los caballos y descansaron un rato. La neblina se había levantado, y el sonido del rio se fundía con los sonidos del bosque.
- ¿Dónde va este camino? - inquirió el príncipe -. Conozco muy pocas cosas sobre este bosque, y me sorprende ver lo bien transitado que está este lugar.
- No son los Eldar los que normalmente transitan este puente, mi príncipe. Aunque estas tierras son cercanas a Tirion, somos pocos los que nos adentramos en el bosque. Al caer la noche llegaremos a los dominios de Arafin, un seguidor de Oromë.
- Nunca he oído hablar de él.
- Pocos necesitan oír su nombre en Tirion. Su tarea es vigilar los bosques norteños y mantiene a raya los depredadores para que no crucen el Lórellin. Por eso nunca hay lobos ni osos en las zonas que frecuentan los Eldar.
En los ojos de Fëanor brilló un fugaz momento de comprensión, y también de vergüenza. El joven elda aún no había aprendido a esconder sus emociones, y al darse cuenta que Lissël había notado aquella vergüenza, se produjo un momento tenso.
- Os entiendo - dijo ella -. Es como tener un padre vigilante y ser sólo un niño a sus ojos, ¿verdad?
- Pero no lo entiendo. Los noldor somos poderosos, podemos cuidar de nosotros mismos. ¿Por qué entonces Oromë no nos permite hacer esta tarea por nosotros mismos?
- En realidad, no es por nosotros. Es por los animales.
- No lo entiendo.
- Precisamente porque somos poderosos, podríamos exterminar todo depredador si así lo deseásemos. Si en el futuro Tirion sigue creciendo, no será suficiente el borde del Lórellin para abastecer la ciudad. ¿Entonces, dónde irán los depredadores? ¿Qué será de los lobos, de los osos? ¿Quién cazará a los jabalíes?
- ¿Los jabalíes?
- Lo destrozan todo, ¿sabéis? Llegan a una nueva zona, y remueven la tierra en busca de setas y brotes. Donde están ellos, nada vuelve a crecer bien en mucho tiempo. Y se multiplican rápido. Sin los lobos, pronto los bosques de Oromë serían pasto de jabalíes y poco más. Todo en el bosque tiene una relación. Hacen falta cazadores, y hacen falta presas.
Fëanor se quedó pensando un rato, reflexionando sobre las palabras de Lissël. Para el joven noldo aún había muchas cosas que le resultaban desconocidas, y en aquel viaje se había alejado ya mucho más de nunca antes del mundo que su padre Finwë le había mostrado. De pronto, el mundo abría sus ventanas y sus puertas a su mente, y Fëanor se percataba que su comprensión del mismo se limitaba a aquello que hasta ese momento había experimentado. Lissël pudo sentir la frustración que causaba aquella idea en él, y sonrió al ver cómo su orgullo le empujaba a saber más.
- Háblame de Arafin.
A buen ritmo, llegaron a los pies de la colina en que se encontraba la Casa de los Lobos. Aunque el bosque alrededor de la colina estaba lleno de abedules y encinas, viejos robles dominaban la colina, y ya desde su base distinguieron dos casas hechas de madera. A medida que subían el camino hacia lo alto de ésta pudieron distinguir otras seis casas, incluyendo la imponente casa de Arafin. Las paredes eran troncos enteros apilados en horizontal. Los techos estaban cubiertos con negra piedra, y en la parte más alta una gran plaza se abría alrededor de un enorme roble centenario. Una de las casas se reveló como un enorme establo donde algunos caballos y yeguas se movían a su libre albedrío, sin puertas que cerrasen su paso. Un corcel gris salió a su encuentro y, al ver de cerca a Mairacelvo, se acercó y bailó ante él. El negro corcel no pudo reprimir su alegría y también bailó a su alrededor. El príncipe desmontó al señor de los caballos mientras Lissël hacía lo propio con Mardë. Los caballos acudieron al establo donde los animales del lugar los recibieron como si de viejos amigos se tratasen. En realidad, así era. Mairacelvo estaba emparentado con los caballos de la Casa de los Lobos por parte de su padre, que había sido hijo de una de las yeguas del lugar. Tampoco era la primera vez que venía a aquel sitio, aunque sí era la primera vez que lo hacía como señor de los caballos de la casa de Lissël.
Una figura esbelta vestida en tonos ocres y verdes se acercó a ellos desde una de las casas. Llevaba un gran arco al cuello y un largo cuchillo atado a su cinturón, y su fána era semejante al de los noldor, pero ningún Eldar podía ver a uno de los suyos en aquel recién llegado.
- Bienvenida a la Casa del Lobo, Lissël de los noldor - dijo éste -. Veo que venís acompañada.
- Viajamos hacia el sur, Bortasco. Pensaba pasar unas horas de descanso en la Casa, si vuestro señor accede a ello.
- Eso nunca ha sido ni será problema, aunque Arafin se encuentra de patrulla cerca del borde de las montañas y no volverá al menos hasta que Laurelin florezca mañana.
- Es una lástima. Quizás a nuestro regreso pueda verle.
- Quizás. ¿Y quiénes son estos jóvenes que os acompañan?
- El príncipe Curufinwë de la casa de Finwë y sus compañeros. A Jaelen ya le conocéis.
Bortasco se acercó a Jaelen y le estrechó la mano efusivamente. Los demás pudieron sentir el extraño olor a musgo que despedía aquel habitante del bosque, un olor a tierra y humedad que contrastaba con el limpio aire de la Casa del Lobo.
- Es un placer volver a veros, Jaelen. ¿Querréis practicar conmigo el tiro con arco, como la última vez?
- Será un placer, maestro.
Bortasco sonrió y se apartó del aprendiz de Lissël. Su cabello oscuro estaba despeinado y enredado en varios sitios, contrastando con las pulcras trenzas y recogidos que los Eldar empleaban en su viaje a través del bosque.
- ¿Maestro? - susurró al oído de Jaelen una curiosa Rilleculdë.
Jaelen se sobresaltó momentaneamente al sentir a la nolde tras él, pero rápidamente recuperó la compostura.
- Es un maestro arquero. El mejor arquero, pero también el mejor flechero de la Casa del Lobo. También conoce todos los secretos de las cosas que crecen de la tierra en un bosque.
- Pues no parece gran cosa.
- Si no te lo parece, ven conmigo más tarde. Detrás de esa casa hay un rellano donde practicar el tiro con arco sin miedo a perder las flechas colina abajo.
- No pienso perdérmelo.
Entre tanto Lissël abrió la puerta de la gran casa que destacaba sobre todas las demás. Era larga, abriéndose a la plaza desde un lateral, y en ella había una larga zanja que la cruzaba de lado a lado. La zanja estaba llena de ceniza, salvo en un lado donde un pequeño fuego era alimentado por dos noldor que tenían una olla al fuego donde preparaban algún tipo de sopa. Al ver a los recién llegados ambos se levantaron y se acercaron. Vestían al modo de Bortasco, con cuero y pieles, pero a diferencia de éste no tenían aquel peculiar olor a tierra. Sus largas cabelleras azabache estaban recogidas en elaboradas trenzas y moños trabados con pequeñas piezas de madera y de hueso.
- ¡Lissël! - dijo uno de ellos, alegre al ver a una vieja amiga -. ¡Qué alegría verte! Ven, estamos preparando sopa de setas...
Fue entonces cuando sus ojos reconocieron al joven príncipe, y el noldo se quedó perplejo por un momento. A su lado, el otro noldo también debió reconocer a Curufinwë, pues mostraba un gesto parecido de sorpresa.
- Yo también me alegro de verte, Quelleranco. Y a ti, Sarandil.
- Alteza - dijo Quelleranco dirigiéndose a Fëanor -, es un honor teneros aquí. Bienvenido a la Casa del Lobo.
- Os lo agradezco. Esa sopa huele bien.
- Son setas blancas, recogidas esta misma tarde - respondió Sarandil -. Con algunas raíces y verduras que cultivamos en el huerto.
- ¿Cultiváis? ¿Vivís aquí?
- Tenemos casa en Tirion, si es lo que os preguntáis, pero estamos estudiando bajo Arafin la sabiduría de los bosques. Esta es su casa, la Casa del Lobo, y aquí es donde los cazadores del norte del bosque acuden para hallar refugio, descanso y compartir noticias.
Mientras decía aqueñño Sarandil señaló el techo de la casa. Era un techo en pico, bastante elevado, y a lado y lado colgaban bien dispuestas pieles de lobo y de oso enteras, siguiendo el ángulo de bajada del techo. Entre los lobos, había pelajes de todos los colores, desde los casi negros hasta los plateados.
En las paredes lanzas y arcos viejos - y no tan viejos - decoraban el lugar, incluyendo dos precisosos tapices de enorme tamaño mostrando al vala Oromë en una cacería con perros. Sarandil miró los canes con curiosidad.
- ¿Cazáis con perros? No he visto ninguno.
- Se los ha llevado nuestro maestro en su patrulla. Los perros son lo mejor para rastrear una manada de lobos, y hay una manada cerca de las montañas que podría cruzar las fuentes del Lórellin si no se vigila.
- Descansaremos aquí unas horas - dijo finalmente Lissël -, y aceptamos encantados vuestra hospitalidad. Traemos algo de fruta fresca de Tirion, y también pescado salado de la bahía de Eldamar.
- ¡Pescado! - sonrió Quelleranco -. Venid, sentáos junto al fuego, tomad asiento...
La Casa del Lobo es un refugio que pertenece a un maia menor seguidor de Oromë, y normalmente aquí viven otros espíritus seguidores del Cazador encarnados en formas semejantes a la de Bortasco. Él es ahora el único habitante del lugar, que aunque es espacioso, en realidad no tiene muchos habitantes permanentes, pues los vigilantes suelen estar patrullando y sólo acuden de vez en cuando para descansar y aprovisionarse. Quelleranco y Sartafion precisamente están ahora descansando tras una larga patrulla.
Puedes calcular que aquí hay media docena de noldor en total viviendo y patrullando, y otro tanto de los seguidores de Oromë. Lissël ha pasado temporadas aquí y conoce a todo el mundo, al igual que Jaelen.
El turno es un buen momento para descubrir la sociedad de los siervos de Oromë, maiar menores con tareas concretas que no tienen problema en enseñar lo que saben a los Eldar.
Si quieres desarrollar la escena de la galería de tiro, Lissël sentirá una extraña sensación en Jaelen y Rilleculdë. Hay un cierto grado de atracción incipiente de Rilleculdë hacia Jaelen, y esto pone nervioso al joven noldo, que ante todo parece confuso.
Entre otras cosas, aparte de la gran casa - un hall típico pre-germánico -, hay un almacén con provisiones, un secadero de pieles, la caballeriza, la perrera y la enfermería para los heridos. Porque a veces hay accidentes. En la enfermería hay hierbas y remedios extraídos del bosque, de los que Bortasco es el mejor conocedor.
Mientras Lissël sacaba de la mochila el pescado y la fruta que iban a compartir, Jaelen fue solicitado como guía por la compañía para conocer el lugar. El joven noldo pareció sorprendido por la súbita atención del grupo sobre su persona, pero el hecho de que Bortasco se hubiera dirigido a él había hecho que adquiriera una posición algo más atractiva a ojos de sus compañeros, como si reconocieran que su mundo era más amplio que los blancos muros de Tirion sobre Tuna. El alegre grupo salió de la casa hablando animadamente y cuando la puerta se cerró tras ellos por un momento reinó el silencio roto solo por el crepitar del fuego.
- Es una nutrida compañía la que te acompaña en este viaje – dijo Quelleranco mirándola con curiosidad sin dejar de remover la sopa- Y no poco insigne.
Lissël sonrió mientras desenvolvía la pieza de pescado sobre la mesa.
- El príncipe solicitó un guía para una expedición, desea viajar más allá de los Bosques de Oromë.- explicó con sencillez- Como es un grupo grande, preferí traer a Jaelen conmigo.
Sartafion se había acercado para inspeccionar la fruta con ojos golosos pero al oír sus palabras frunció el ceño, extrañado.
- No es un destino habitual.- aseveró, cogiendo disimuladamente un par de manzanas y volviendo a su puesto- ¿Qué le lleva tan lejos? Es una zona escarpada y poco accesible, no es destino para una cabalgata.
Quelleranco asintió a las palabras de su compañero.
- No es una zona transitada, por lo que sé – añadió, se inclinó sobre la sopa para olerla y asintió complacido para sí.- Nunca me he alejado tanto, de hecho es posible que solo los cazadores de Oromë hayáis frecuentado esa zona.
- Tampoco podría decir que la haya visitado con frecuencia, apenas he estado allí en un par de ocasiones y siempre en compañía de mi maestro.- explicó la noldo envolviendo el pescado ya limpio en amplias hojas para su cocción.- Sin embargo el príncipe están interesado en visitar la zona para sus prospecciones.
Enterró el pescado envuelto entre las brasas y se sacudió las manos. Quelleranco arqueó las cejas con escepticismo.
- Sin duda hay zonas mucho más accesibles para prospectar, señora mía.- dijo entrecerrando los ojos.
- Sin duda las hay, amigo mío, pero tanto Mahtan como Curufinwë se guían por un mapa del propio Aulë que señala ciertos yacimientos justo en esa región y no en otras.
Ambos noldor asintieron intrigados pero no insistieron, reservando su curiosidad hasta que el propio príncipe pudiera hablar de sus intenciones si lo tenía a bien, ya que no había razón para acosar a Lissël con preguntas sobre asuntos que no eran decisión suya. Hablaron entonces del tiempo que había pasado desde que se vieran la última vez, y dieron sus condolencias a Lissël por la muerte de Failacelvo, pero se alegraron cuando ella les comunicó la coronación de Mairacelvo y de su unión con Raumë, de la que esperaba un potro en poco tiempo.
Al cabo, el delicioso aroma del pescado asado lo llenó todo. Al olor de la comida, los jóvenes volvieron a entrar en la casa llenando el espacio con sus voces y suspiros ante los deliciosos aromas y sus vientres hambrientos como si hubieran ayunado durante largos días. Tomaron asiento cerca del fuego y se sirvió la sopa, y durante unos minutos volvió a reinar el silencio. Hubo vítores cuando el pescado fue repartido y de nuevo regresó la conversación mientras compartían sus impresiones sobre lo que habían visto hasta el momento. Apenas habían viajado medio día desde Tirion, pero los jóvenes que habían nacido en la ciudad nunca se habían alejado tanto de sus blancos muros y para ellos era un mundo inmenso e inesperado el que se revelaba ante sus ojos. Para Lissël nada era más lejano a la realidad. Para ella existía otro mundo al lado del mar, un mundo lleno de maravillas y misterios bajo la luz de las estrellas que nunca volvería a visitar. Escuchaba las conversaciones de los jóvenes con una sonrisa en los labios, rememorando su propio sentido de la maravilla cuando vió el mundo por primera vez.
Bortasco se unió a ellos cuando terminaron de comer y recordó al joven Jaelen su invitación para practicar con el arco, la cual no solo el aprendiz aceptó sino también toda la compañía, que salió al trote tras el maia como si fueran de nuevo niños siguiendo a un titiritero. Solo Lissël quedó atrás con los demás adultos reposando tras la cena, compartiendo historias e incluso en un momento dado Quelleranco sacó un pequeño tonel de miruvor y se sirvieron en pequeños vasos de madera. El dulce licor reconfortó sus cuerpos y reavivó su ánimo adormecido tras la comida y no pasó mucho tiempo hasta que Sartafion encontró de nuevo oportuno preguntara Lissël por el mapa del que les había hablado.
- El mapa lo dibujó Aulë, de quién Mahtan es aprendiz – explicó ella de buen humor – como parte de un libro sobre metales y gemas y con el que obsequió al príncipe, que es un aprendiz perspicaz como jamás antes he conocido.
Quelleranco llenó amablemente su vaso y a continuación sirvió a Sartafion y a él mismo.
- No dispones del libro para que podamos verlo ¿Verdad? – inquirió con suavidad el cazador, curioso como un niño.
Lissël asintió y se levantó para buscarlo. Al cabo de un instante regresó con el gran libro que había visto en las estancias de Curufinwë y se lo tendió a sus anfitriones, que se acercaron para poder verlo a la vez. Sus ojos reflejaban una curiosidad como solo los noldor podían sentir y contemplaron los mapas con deleite ya que estaban ejecutados con maestría, sin embargo sus expresiones se entristecieron cuando intentaron leer los textos allí escritos ya que no estaban en una lengua que supieran leer.
- Valinoreano ¿Verdad?- suspiró Quelleranco súbitamente decepcionado.
Lissël asintió, pero Sartafion gesticulaba vigorosamente.
- ¡Podemos preguntar a Bortasco! – se puso en pie de un salto. Le respondió una protesta perezosa pero se pusieron todos en pie y salieron de la casa en busca del maia, que debía encontrarse en la galería de tiro con los más jóvenes.
Cuando salieron de la casa les recibió la tenue mezcla de las luces, que a aquella distancia y en el interior del bosque era mucho más débil que en Tirion. Lissël aspiró hondo el olor de los pinos, la tierra y la resina en los árboles, deleitándose en aquella penumbra tan familiar mientras caminaba tras los dos cazadores que encabezaban su pequeño grupo. Ella paseaba perezosamente detrás disfrutando de la tranquilidad de aquel lugar, tan diferente de las bulliciosas calles de Tirion y los salones de la corte. Rodearon la gran casa, pasando entre otras edificaciones más pequeñas y dejando atrás las cuadras. El lugar parecía desierto a excepción de Quelleranco, Sartafion y ellos mismos y reinaban el silencio y una paz indefinible en aquel lugar. En no pocas ocasiones Lissël había buscado solaz allí.
Las voces de los jóvenes llegaron hasta ellos a medida que se acercaban a la galería de tiro y cuando por fin llegaron encontraron al pequeño grupo reunido y observando cómo cada uno tiraba por turnos. En aquel momento era Jaelen quien sostenía el arco con firmeza bajo la mirada aprobadora de Bortasco mientras los demás observaban y comentaban sus propias oportunidades. Curufinwë, Sarandil y Úruvon parecían más enfrascados en comentar sus experiencias que en el tiro de Jaelen, pero Rilleculdë observaba al aprendiz de cazador con atención, como si pretendiera grabar a fuego en su mente la postura correcta de la que hacía gala. Lissël sonrió con orgullo ante la visión de su aprendiz: ciertamente su postura era impecable, la tensión en su cuerpo y la atención de su mirada tan perfectas que en no pocas ocasiones se había sorprendido por haber sido capaz de entrenarle de aquella manera. No podía evitar pensar en él como si fuera lo más próximo a un hijo que pudiera tener, aunque se reconvenía íntimamente cuando tales pensamientos irrumpían en su mente. Se unieron al grupo de los jóvenes y observaron con atención, ya que la pista había sido modificada para añadir dificultad al tiro.
La diana estaba a doscientos pies, una distancia de dificultad media, pero en el recorrido Bortasco había animado un mecanismo que agitaba obstáculos en la línea de visión con un cierto compás, lo que obligaba al tirador a concentrarse no solo en el objetivo, sino también en el tiempo y en el entorno. Jaelen parecía una estatua tallada en piedra, inmóvil, y su respiración resultaba casi imperceptible mientras aguardaba el momento óptimo para liberar su flecha.
Lissël acompasó su respiración a la oscilación de los obstáculos, totalmente abstraída en el tiro como si ella misma fuera la tiradora.
- Es su segundo intento – susurró Sarandil a su oído- Falló la primera vez, pero Bortasco le ha dado algunas indicaciones para que lo vuelva a intentar.
Se dio cuenta entonces de que todos habían guardado silencio y que tan solo se escuchaba el crujido del mecanismo en marcha. Todos tenían su atención puesta en la silenciosa figura de Jaelen, aunque algunos fijaban su atención en el tirador, otros en los obstáculos y otros en la diana.
De pronto una exhalación, un zumbido, un golpe. Jaelen bajó el arco e inspiró profundamente. La compañía entera contuvo la respiración expectante mientras Bortasco detenía el mecanismo y se acercaba a la diana. El maia llegó hasta el objetivo y alzó el brazo con energía: su mano sostenía la flecha disparada.
El grupo felicitó al tirador y Lissël pudo percibir una oleada física de admiración que fluía desde el grupo hasta Jaelen, aprobación desde ella misma y Bortasco, reconocimiento por parte de Quelleranco y Sartafion, todo sublimado por un pequeño aire de encantamiento cuyo origen no tardó en reconocer. La joven Rilleculdë miraba a Jaelen con las mejillas arreboladas y los ojos brillantes, resplandeciente ella misma como imbuida de la luz de las estrellas ante los sensibles ojos de Lissël. Sonrió y se acercó a su aprendiz para descansar la mano en su hombro y trasmitirle así su aprobación. Jaelen la observó, triunfal y comedido, y asintió agradeciendo el reconocimiento que todos manifestaban, aunque no pareció percibir aquel cálido canal que brotaba de Rilleculdë hasta él.
Pasado el momento de la celebración y cuando los ánimos se relajaron, Sartafion pareció recordar lo que les había llevado allá, y se dirigió a Bortasco.
- Lissël ha traído un libro escrito en Valinoreano- explicó- ¿Podrías leerlo para nosotros?
Bortasco pareció incómodo por la petición y la rechazó con desgana.
- Seguro que hay en Tirion quien sepa leerlo -respondió mientras revisaba las piezas del mecanismo ya detenido.- Tengo otras cosas de las que ocuparme y las letras nunca han sido lo mío.
Sartafion pareció decepcionado, pero sin embargo fue la voz de Curufinwë la que intervino.
- Este libro fue un obsequio de mi maestro Mahtan, escrito para él por el mismo Aulë. Nunca ha pertenecido a Lissël- dijo irritado mirándolos con enfado- Y puesto que mío es, no debió cogerlo y mostrarlo sin mi permiso o mi conocimiento.
Dicho esto arrancó el tomo de las manos de Sartafion y lo sujetó celoso contra su pecho.
Contrariada por la excesiva reacción del príncipe, Lissël se contuvo para no reconvenirle en presencia de los demás y trató de aplacarlo. Y de nuevo se encontró tratando a un joven noldo como a un caballo rebelde.
- No pretendíamos ofenderos, mi príncipe- le apaciguó con voz calmada, no exenta de firmeza- Pensé que tal vez si podíamos leer el texto que acompaña al mapa, podríamos saber de antemano lo que nos encontraremos una vez lleguemos allí. Sin duda si el libro lo escribió Aulë, debió explicar en él las particularidades del terreno, así como las criaturas que cabe esperar encontrar más allá del bosque.
Curufinwë la miró fijamente y durante un instante se sostuvieron la mirada mientras el grupo a su alrededor parecía contener la respiración., sin atreverse a intervenir. Sin embargo fue el propio Bortasco quien rompió la tensión.
- ¿Más allá del bosque?- inquirió, revelando cierto interés- ¿Qué bosque?
Lissël miró a Curufinwë un instante esperando algún desplante por su parte, pero ante el maia el príncipe se mantuvo en silencio.
- Este bosque, las Pélori del sur.- contestó ella.
Bortasco suspiró, como si aquello despertara su interés a su pesar.
- Está bien, vayamos dentro y miraré de leerlo para vosotros.
El grupo pareció respirar más tranquilo cuando el príncipe asintió ante las palabras del maia y todos se encaminaron de nuevo hacia la Casa Grande. La luz de Telperión era apenas un resplandor casi místico en conjunción con la bruma que se levantaba del río y aunque Sarandil y Curufinwë hablaron durante el camino de vuelta, lo hicieron en voz baja como si temieran perturbar aquel mágico ambiente. Llegaron al fin a la Casa Grande y abrieron la puerta para ser recibidos por la luz cálida del fuego y un agradable calor. Quelleranco se apresuró a extender las llamas por parte de la banda de cenizas que cruzaba la sala y así permitir que todos pudieran tener hoguera junto a la que sentarse, mientras Sartafion sacaba más vasos y servía miruvor a todos los presentes.
El suave licor aligeró sus espíritus y el ánimo se volvió menos sombrío mientras cada uno extendía sus mantas y tomaba asiento junto al fuego. Lissël extendió la suya junto a Rilleculdë mientras Bortasco hojeaba el libro.
- Ah, sí, reconozco esta caligrafía.- dijo el maia deslizando su mirada por la página que acompañaba el mapa- Es de los tiempos posteriores a la caída de Almaren, cuando las Pélori fueron alzadas. En aquella zona ayudó Farvel a levantar el Hyarmentir y, aunque formalmente ayudaba a Aulë, era un enamorado de la obra de Varda así que enterró algunas estrellas bajo tierra. También habrá en otros lugares, pero a los pies de la montaña encontraréis lo que buscáis sin duda alguna, si hablamos de los zafiros.
Curufinwë asintió con sequedad pero no dio más detalles.
- ¿Farvel?- inquirió la voz somnolienta de Rilleculdë, que había recogido sus rodillas contra el pecho y descansaba la cabeza sobre ellas.
Bortasco levantó la mirada del libro como si se sorprendiera de que hubiera alguien allí.
- Vive en Valmar – explicó- enseñando los secretos de la joyería de Aulë a los Vanyar.
Lissël se volvió hacia Bortasco.
- ¿Qué dice de la zona? ¿Algo que debamos saber? ¿Algo de lo que debamos cuidarnos? Mi señor Oromë siempre ha sido precavido cuando ha visitado el lugar. Esperaba que el libro aclarara algo más al respecto.
El maia cerró el libro sobre su regazo.
- Tras levantar las Pélori el continente siguió siendo muy grande, demasiado- narró - y sus zonas más alejadas del centro quedaron deshabitadas y nunca se poblaron. Más allá solo patrulláis los seguidores de Oromë, pero en ocasiones hay… cosas que aprovechan su abandono para entrar en Valinor, y es de eso de lo que debéis cuidaros. Sin embargo con una cazadora como tú en la compañía y el joven Jaelen, no creo que tengáis ningún problema.
- ¿Cosas? - Inquirió esta vez Sarandil, frunciendo el ceño.
Bortasco suspiró, con el reflejo de las llamas trazando sombras danzantes en su rostro.
- Tras la Ainulindalë, la mácula de Arda dejó grietas por el mundo, grietas abiertas al vacío. Aunque esto no es algo que deba angustiaros, ya que a día de hoy las que quedan son pequeñas y están cerradas y vigiladas.
Aunque las palabras del maia pretendían tranquilizarlos, todos sintieron de pronto que el fuego calentaba menos y se arrebujaron en sus mantas.
Era tarde y se prepararon para dormir. Lissël, sin embargo, sintió como un agujero profundo parecía abrirse en su alma al recordar el bosque primordial y las sombras oscuras que acechaban en la espesura, y cómo había desoído las advertencias de sus iguales y había propiciado que la llamada Mácula de Arda quedara grabada a fuego en su carne durante el resto de la eternidad. Recordó los susurros en la oscuridad, y las sombras furtivas y los ojos brillantes y rojos en las sombras. Aquello no le había asustado entonces, pero ahora se cernía sobre su espíritu como una ola de negrura. Contempló las llamas mientras todos se quedaban dormidos, incapaz de conciliar el sueño.
De pronto el tañido de un arpa le hizo levantar la vista. Varias mantas más allá, el joven Sarandil tocaba sin apartar su propia mirada del fuego y la melodía que de sus cuerdas brotaba habló de la luz de Laurelin y los cantos de bienvenida al nuevo día cuando la luz dorada se derramaba por los blancos muros de Tirion y la ciudad despertaba. Lissël le observó en silencio. Parecía tan tranquilo, tan lejos de todos aquellos horrores... Se recostó sobre sus mantas y dejó que el sueño se la llevara mientras la melodía del arpa mantenía a raya la oscuridad.
Bueno, aquí está. Si solo estaban Sartafion, Quelleranco y Bortasco en la Casa del Lobo, no he visto manera de incluir nada referente a los maiar. La idea es hacer noche en el refugio y salir por la mañana temprano pero sin prisa.
P.D- Editado para sacar a Mahtan de escena.
La larga noche dominada por Telperion traía una calma extraña a la Casa del Lobo, inundada por los sonidos del bosque. Un cuco cantaba en algún lugar no muy lejano. El techo empezó a repiquetear con sonidos sordos cuando empezó a llover, y no pasó mucho tiempo antes que oyesen el lejano clamor de truenos acompañando breves destellos de lejana luz.
Lissël se acercó a una ventana y observó el agua deslizándose sobre el bosque. El camino que ascendía la colina donde se levantaba aquel refugio fue convirtiéndose ante sus ojos en un pequeño torrente de agua. En sus cuadras, pudo oír un relincho de caballo, aunque no era ni de miedo ni de angustia, sino de regocijo. Reconoció el relincho como el del más mayor de los caballos que había traído, un viejo corcel muy manso que había entregado a Rilleculde. "El muy bribón sabe que con esta lluvia no saldremos, y puede descansar más." Lissël se resignó a la larga espera y regresó junto a los demás.
Sarandil tañía su arpa con delicadeza, como si quisiese disimular sus notas con el cada vez más fuerte sonido de la lluvia. Lissël se sentó a su lado y se recostó, y antes que se diese cuenta puso palabras a la melodía, uniéndose en un susurro a la música. El príncipe dormía no muy lejos. Lissël lo observó mientras cantaba, y se dio cuenta de cuán cansado estaba tras aquella travesía del bosque. A fin de cuentas, apenas era un niño crecido, demasiado joven para entender muchas cosas. Y por mucho talento que tuviese, Lissël tenía claro que el príncipe aún desconocía el límite de sus fuerzas.
Perdida en aquel pensamiento, giró su mirada hacia Jaelen. Rilleculde se había acurrucado cerca de éste, donde Jaelen podía verla si abría sus ojos. A Lissël le pareció que su pupilo tenía los ojos entreabiertos, perdidos en la oscuridad de la cabellera rojiza de la nolde, y aunque no había abierto sus pensamientos, podía sentir el nacimiento de una duda en su corazón. "Es mejor así", pensó la primera nacida. "Él no nació para estar solo, como yo".
- Es cruel estar solo - susurró Sarandil.
Lissël se sonrojó, dándose cuenta que en su relajación por la música y la lluvia había habierto de par en par su corazón y su pensamiento, y Sarandil había podido sentir su soledad. Hizo un esfuerzo para esconder sus pensamientos antes de responder con una sola palabra.
- Cruel...
La tempestad pasó lejana, pero la lluvia no amainó, y para cuando la compañía se levantó la noche seguía gris y oscura. Salieron de la Casa del Lobo, donde unos porches cubrían una larga bancada de madera. Se cubrieron bien con sus capas de viaje, pues la lluvia había refrescado el ambiente extinguiendo el calorcito de la jornada. El cielo sobre ellos era un tapiz de tonos oscuros y plateados, allí donde la luz de Telperion alcanzaba a iluminar las nubes.
- No es buena idea cabalgar por el bosque con esta lluvia - explicaba Jaelen a los demás -. Si un caballo resbala y se rompe una pata, por desgracia lo mejor es darle muerte para que no sufra.
- Pero eso es horrible - dijo una escandalizada Rilleculde.
- Por desgracia, un caballo que se rompa una pata en el camino no podrá llegar a ninguna parte. Deberá tumbarse para curarse, pero su propio peso le aplastará las entrañas y lo matará. Es muy doloroso.
La joven nolde intentaba encajar en su concepción del mundo la idea de la muerte de un caballo, y a tenor de su reacción, tal encaje le estaba resultando complicado. Lissël suspiró desde su asiento, algo alejado de los jóvenes, tratando de recordar la época en que ella habría podido escandalizarse con la idea de la muerte. Pero aquel tiempo era ya muy, muy lejano, y se descubrió recordándolo con vaguedad. Cerró los ojos tratando de ver el rostro de su esposo, pero la memoria le traicionó y sólo pudo recordar un perfil sin ojos ni boca.
Las horas pasaron lentas y la lluvia alternaba con momentos de pausa. Si seguía mucho más tiempo, pronto el bosque sería un cenagal y los caballos tendrían serios problemas para moverse por según qué zonas. Lissël se empezó a preguntar cómo encajaría el príncipe un retraso en el viaje por causa de aquella lluvia, pero lo cierto es que los animales poco o nada podrían hacer hundiéndose hasta media para en barro fresco. El relincho del viejo caballo cobraba cada vez más sentido.
Finalmente el príncipe despertó, pero lo que vio a su alrededor lo dejó frío. Para un joven de mente tan brillante no pasaba desapercibido el torrente de agua que sin cesar había golpeado el lugar, ni el aspecto de las frías nubes oscuras que lo cubrían todo mecidas por un viento insistente y pesado. Sin mediar palabra se acercó al umbral y abrió la puerta, para cerrarla momentos más tarde. Se acercó entonces a su guía, que estaba recostada junto a un ahora dormido Sarandil.
- ¿Cuánto nos va a retrasar esta lluvia?
"Directo al grano", pensó la Primera Nacida. Otros quizás habrían recargado la pregunta con comentarios previos.
- A caballo, al menos dos días a partir que termine la lluvia, para que el barro se seque. Esta zona del bosque está llena de zonas llanas que se anegan con facilidad, y los caminos se dibujan y desdibujan. A pie, podemos marchar cuando queráis.
- ¿Y cuánto durará esta lluvia?
- Sólo Eru lo sabe. Para esta época del año, a veces duran un día entero, rara vez más. Creo que cuando Laurelin florezca ya habrá terminado, pero eso no quita que todo esté anegado de agua.
- ¿Y qué sugerís?
- Sin los caballos podremos avanzar más rápido, y en terreno boscoso sin caminos claros no suponen una diferencia muy grande para avanzar. Pero no podremos usarlos para cargar muestras de la expedición.
Curufinwë sopesó las ventajas y desventajas de seguir a pie, y Lissël pudo ver un gesto de rabia contenida en algún lugar de su ser. Pero sus dudas se despejaron casi un instante después.
- Esperaremos a que mejore el tiempo. Mi madre deberá esperar un poco más. Sería egoísta de mi parte forzar la marcha de tan buenos compañeros por un capricho mío y arruinar mucho de lo que pueda hacerse en nuestro destino.
Dando media vuelta, Curufinwë dejó a Lissël a solas con su pensamiento. "Así que el príncipe es capaz de no ser caprichoso. Eso es algo bueno."
Sarandil despertó un tiempo más tarde, pero Lissël ya no estaba a su lado. La encontró en las cuadras, con un caballo viejo al que parecía reprochar algo.
- He oído que de momento nos quedamos.
- Al menos una jornada, sí.
- ¿Y qué vamos a hacer?
- Tomárnoslo con calma - dijo Lissël -. A veces el bosque es así, y tienes que aceptarlo.
- ¿Puedes enseñarme? A cazar, quiero decir.
Fue una petición algo brusca, pero también algo sorprendente.
- ¿Por qué quieres aprender a cazar, Sarandil?
- Algo me dice que es importante. Era algo que nuestros padres hacían a menudo en Beleriand, pero nuestra generación lo ha olvidado. Y no estoy seguro que sea algo bueno.
- Para nosotros la cacería siempre ha sido un acto de necesidad. Tirion, Valmar y Alqualondë tienen suficiente para que nadie necesite cazar. Y aunque los seguidores de Oromë seamos llamados cazadores, rara vez damos caza a animales. No me gusta matar sin necesidad.
- Al menos enséñame lo básico.
- Puedo enseñarte a rastrear. Pero no será fácil.
- Me gustan los retos.
Lissël y Sarandil pasaron lo que quedaba de noche juntos, con la elfa contando al joven todo tipo de cosas sobre los rastros, los olores y cómo seguirlos. Llevaban varias horas así cuando oyeron ruído fuera del establo.
La noche estaba ya cercana a su fin, y Telperion empezaba a ver cómo la luz de Laurelin se encendía y mezclaba con la incipiente propia. Un grupo de cazadores, arropados por una fina manta de lluvia, acababan de llegar. Lissël salió para saludarlos, sobretodo a los dos noldor que acompañaban a uno de los seguidores de Oromë. Colgado a su espalda podía verse un brillante arco de plata.
- Aiya, Tilion - declamó Lissël, inclinándose respetuosamente ante el poderoso maia -.
- Lissël de los noldor - respondió éste -. ¿Has vuelto al bosque?
- Sólo de paso hacia el sur con un grupo de jóvenes.
En la penumbra, bajo la lluvia, los cabellos plateados y los ojos pálidos de Tilion refulgían tibiamente bajo la gruesa capucha echada de su gruesa capa. Sus acompañantes eran considerablemente más bajas que él, y eran dos cazadoras gemelas que habían decidido seguir los caminos de Oromë abandonando la cómoda vida de Tirion. Se acercaron, y Lissël les abrazó brevemente intercambiando un beso cortés en sus mejillas. A sus ojos ya no eran las dos niñas que habían llegado al bosque unos años atrás, sino experimentadas rastreadoras que habían aprendido de uno de los mejores.
- Mi corazón se alegra de veros bien, Aicanassë y Thúriquessë.
- Y nosotras nos alegramos de veros de nuevo en casa, Lissël - respondió Aicanassë.
"En casa..."
Para Lissël, la vida en Tirion era un recordatorio de lo anómala que era su vida, sola sin nadie a su lado. En el bosque tal cosa nunca había sido importante, y cuando estaba en compañía de Oromë nunca se había sentido diferente por su soledad. Por supuesto, las gemelas la habían visto en Tirion, y en una ocasión la habitualmente reservada Thúriquessë había dicho a Lissël que le costaba reconocerla en la ciudad. En parte tenía razón, aunque la cría de caballos también le llenaba, si bien de un modo muy diferente.
- Bienvenido al refugio del lobo - dijo Bortasco, acercándose -. Estáis muy lejos de vuestros territorios de patrulla, Tilion.
- Hemos venido a consultar con mi pariente Arafin.
- Se encuentra en el bosque. Pero debería regresar con el cambio de luces, si esta lluvia no le retrasa. Entrad en la casa, tenemos un barril de cerveza abierto, y el príncipe ha traído algo de fruta fresca desde Tirion.
- ¿El príncipe?
Desde unos pasos tras Lissël se adelantó la alta y sombría figura de Curufinwë, y mimetizando la reverencia de Lissël en respeto por la importancia del recién llegado, se presentó.
- Soy Curufinwë, hijo de Finwë. Es un honor conocer a tan conocido cazador.
Tilion miró silencioso al joven elda y asintió con gesto inescrutable, para después ponerse a cubierto dentro de la casa. Todos entraron, y Jaelen se apresuró en echar algunos troncos al fuego. Sartafion sirvió a los recién llegados jarras de cerveza, y Bortasco sacó una olla llena de sopa que puso a calentar.
- Decidnos, Tilion - empezó Bortasco mientras servía un tazón de sopa a una de las gemelas -. ¿Qué noticias traéis del sur del bosque?
- Extrañas. Fuimos a consultar con nuestro señor Oromë, pero se ha ausentado para acudir al Máhanaxar. Así que decidí acudir a mi hermano. Hace seis días, cuando las luces de Laurelin volvieron el cielo del color del océano, el bosque estaba cubierto de una gruesa escarcha. El frío era intenso, como si algo hubiese quitado el aliento a la tierra misma.
- ¿Eso fue en el sur? - preguntó Lissël.
- En efecto. Os dirigís allí, ¿cierto? - y Lissël asintió.
Bortasco se quedó pensativo y terminó de servir sopa a los recién llegados.
- No es buena señal - señaló Jaelen -. En las tierras del sur debería hacer calor.
- No, no es buena señal - reafirmó Lissël -. ¿Cómo de grande era la región helada?
- El calor de Laurelin derritió la escarcha rápidamente, pero encontramos signos de la helada durante más de media jornada hacia el norte.
Eso era mucho territorio. Lissël sabía de las cosas que pululaban en ocasiones en los límites de Arda, y recordaba cómo a su paso la luz parecía atenuarse y la alegría desvanecerse
- Esperemos a mi hermano y descansemos un poco - sentenció Tilion, tomando una primera cucharada de sopa -. Ha sido un camino largo, y para ellas, duro.
Las gemelas comieron la sopa y algo de fruta antes de retirarse a un rincón para descansar. Lissël pudo ver cómo Sarandil las seguía con cierto interés con la mirada antes de retirarse a practicar con su arpa. Y Bortasco se quedó con Tilion, hablando en voz baja.
Turno terminado. Como la vez anterior, vamos a usar el hilo general para armarlo.
Poco después que descansen llegará Arafin y la demás gente de la Casa del Lobo. Te dejo libertad para recrearlos, sobretodo porque puede haber entre ellos amistades importantes de Lissël - algún antiguo aprendiz, algún antiguo compañero de cacerías, etc. -. Como guía general, la descripción de Tilion hará pensar a Arafin que esto puede haber sido causado por el paso de algún tipo de criatura del vacío, o de muchas ellas, ya que la ausencia de frío por la mañana significaría que han pasado de largo. También podría ser un fenómeno natural, incluso si es inesperado. Recomendará organizar una partida de batida para estar seguros y, ya que os dirigís a la zona, os invitará a participar. Tilion, por cierto, ha enviado algunos de sus cazadores a rastrear la zona, así que al llegar puede que obtengáis más información.
Lissël observó en silencio como las gemelas se recogían en un rincón y caían dormidas casi en el acto. Se encontró sonriendo ante el sentido de la oportunidad que venía asociado a la vida del cazador, de tomar el descanso allá donde se encontrara uno. No recordaba haber sido incapaz de conciliar el sueño ni una sola noche en la Casa del Lobo, hacía tantos años; sin embargo no era extraño que pasara noches en vela con los caballos o con la lanza en Tirion. Se volvió para observar a Sarandil tocando el arpa con la mirada perdida en las llamas. En los últimos días desde que llegaran a la Casa del Lobo el joven se había revelado como un noldo reflexivo, cosa que no hubiera sospechado en la ciudad. De nuevo se sorprendió preguntándose qué estaría pensando con la vista fija en el fuego, por qué lugares vagaría su mente en aquellos momentos de solaz. Turbada por aquel interés tan inoportuno se puso en pie y salió al porche.
Seguía lloviendo, un incesante manto de plata centelleante bajo la luz de Telperión, y el olor a la tierra mojada la inundó por completo sus matices herbáceos. Inspiró profundamente el aroma de los pinos y la tierra, que hablaban de los lejanos años en que su vida había transcurrido en la espesura, contemplando aquella misma penumbra cada noche, con las charlas junto a la hoguera hasta que la luz de Laurelín clareaba en la mañana. Se dio cuenta de que recordar aquellas cosas hacía que una daga invisible se clavara en su corazón. ¿Por qué se había marchado? ¿Acaso su soledad no era más evidente en Tirion, dónde sus pares compartían sus vidas con los compañeros de sus almas? Se frotó vigorosamente los brazos para alejar el frescor de la noche y se reconvino por regodearse en su propia desgracia. Marcharse a Tirion fue una decisión meditada y tomada a sabiendas de sus consecuencias: el Rey había manifestado su aprecio por ella y por su consejo y le había pedido, aunque no de manera directa, que se uniera a la corte en Tirion. Aquel cambio no suponía abandonar sus labores como Cazadora de de Oromë y era cierto que la ciudad la había cambiado. Ella misma lo notaba en la nostalgia que el bosque despertaba ahora en su corazón, aunque no podía permitir que aquel sentimiento permeara en su alma: estaba atada a Tirion por sus propios compromisos ¿O eran solo excusas para no regresar a la Casa del Lobo? ¿Tan apegada estaba a su soledad que necesitaba excusas para mantenerla siempre visible? ¿O regresar era aceptar que estaría sola para toda la eternidad? ¿Por qué de repente aquel pensamiento le arrebataba el aliento? Un puño de angustia atenazó su garganta y se maldijo ¿Por qué se sentía así? ¿Qué había cambiado?
Percibió entonces en la oscuridad del bosque un suave resplandor ambarino se acrecentaba a medida que se aproximaba. Sonrió, los habitantes de la Casa del Lobo regresaban al hogar y aquello siempre le traía alegría. Aguardó a que la cercanía le permitiera distinguir quién se acercaba mientras sentía como el puño en su garganta se desvanecía poco a poco y su turbación se calmaba como las aguas tras la tormenta. Eran dos los recién llegados y venían embozados en sus capas, pero en cuanto estuvieron los suficientemente cerca, Lissël comprendió por qué tanto más cerca estaban, más ligero se sentía su corazón.
- ¡Nelyanië! - exclamó sinceramente complacida cuando el dúo llegó bajo el porche y retiró las capuchas.
La recién llegada hubiera podido pasar por una elfa con su cabello ambarino y sus mejillas sonrosadas, pero al igual que Bortasco olía a bosque y todo él tenía una presencia feral, Nelyanië siempre era acompañada por su particular aura de sosiego allá dónde iba.
- Lissël.- sonrió la maia tomándola de las manos con suavidad- Qué alegría verte de nuevo. Hacía mucho que nuestros caminos no se cruzaban.
A su contacto, Lissël sintió un aleteo en su alma y una quietud que era como la luz de Laurelín en la mañana. Vestida con aquellas ropas verdes y con el cabello adornado con hojas, Nelyanië parecía una maia al servicio de Oromë, pero su lealtad estaba con Nienna y suyo era el poder de aligerar los corazones y sanar las heridas del alma. Lissël era, sin lugar a duda, la criatura más susceptible a aquel aura de sosiego pues no existía el dolor en Valinor más allá de las fronteras de su propia pérdida y su soledad. La Primera Nacida siempre se alegraba con la presencia de Nelyanië, pero su compañero también complacía a su corazón. Timor era otro de los maiar al servicio de Oromë y Lissël había compartido con él largas patrullas en su tiempo en el bosque. Ambos maiar sentían un gran aprecio el uno por el otro y cuando Nelyanië manifestó su amor por los bosques, el cazador se convirtió en su guía y su guardián, aunque el tiempo que ambos pasaban en los bosques habían convertido a la primera en una exploradora más que eficiente.
- Salud, Lissël, en verdad es bueno verte de nuevo. - Timor parecía genuinamente complacido de verla y aquello la alegró.- ¿Qué te trae a la Casa del Lobo?
- Llegué en la compañía del Príncipe Curufinwë con la intención de viajar al sur para unas prospecciones, pero Tilion ha llegado poco antes que vosotros y ha hablado de una singularid en aquella zona.- explicó la noldo.- Estamos esperando a Arafin, que debería llegar esta noche, para debatir los pasos a seguir.
Timor frunció el ceño ante sus palabras.
- Nosotros venimos del norte y no hemos tenido noticia, lamento no poder traerte más información.-explicó el maia- Pero si Arafin ha de llegar, sin duda él podrá esclarecer el asunto. Creo que en esta ocasión salió con una compañía numerosa, de modo que podemos preparar para que encuentren acomodo cuando lleguen y podamos comenzar la planificación cuanto antes ¿Qué os parece?.
Lissël asintió pero fue Nelyanië quien respondió.
- Vayamos dentro entonces.
Los tres asintieron y regresaron al interior, dónde todos alzaron la vista para ver quienes eran los recién llegados. Bortasco y Tilion saludaron desde su posición y les invitaron a unirse a ellos. Tomaron asiento junto al fuego y Bortasco sirvió sopa para Nelyanië y Timor. Lissël ya había cenado pero agradecía la calidez del fuego después de aquel rato en el exterior, de modo que aguardó en silencio mientras escuchaba a los maiar poniéndose al día de las novedades, como cuando era una aprendiz hacía ya tanto tiempo. Estaba escuchando pacientemente cuando se dio cuenta de que la melodía distraída de Sarandil había cambiado, se había vuelto mucho más serena, como si él también sintiera la influencia de la presencia de Nelyanië, aunque sus ojos azules seguían fijos en las llamas. Casi sin darse cuenta y de nuevo como si fuera una joven aprendiza, sintió como la calidez del fuego la adormecía y pronto .
Una figura arrodillada apareció en sus sueños. Era una elfa de cabello rojo, que parecía al borde de su fuerzas y sollozaba mientras sus puños casi inertes golpeaban unas inmensas puertas. Aquella figura emanaba tal tristeza y soledad como Valinor no había conocido, pero las inmutables puertas no se abrieron para ella. Quiso consolarla, pero no existía el consuelo para aquel dolor, y tan pronto como lo supo, comprendió que aquella elfa era y no era Nelyanië, y que de alguna manera su aura se había invertido tal era su dolor, y donde antes llevara paz, ahora emanaba congoja. Sintió que su tristeza la atrapaba, le oprimía el pecho asfixiándole y quiso alejarse de ella.
Se vio entonces en las ruinas solitarias de una ciudad abandonada. Sus blancas calles resplandecían bajo una luz argéntea, pero esta era distinta a la luz de Telperión. Allá en el cielo un extraño cuerpo brillaba blanco sobre el manto de la noche, y se preguntó si estaba teniendo una visión del pasado, de la Era de las Lámparas de la que hablaban los sabios. La ciudad, junto al mar, era extrañamente hermosa y fantasmal,y un blanco fantasma vagaba por sus calles solitarias. Era de nuevo una elfa y de nuevo supo que era Nelyanië, aunque ya no era Nelyanië. Tenía el pelo rojo y una lágrima de plata en la mejilla izquierda, y su vestido blanco arrastraba sobre el blanco suelo y la lágrima de su mejilla resplandecía como una pequeña gota de luz.
Cualquier rastro de la congoja que la acompañaba ante las puertas había desaparecido y su gesto y su aura emanaban paz, pero estaba tan profundamente sola, sola y olvidada....
Despertó sobresaltada por el sonido de la puerta al abrirse. Todavía estaba aturdida por aquel extraño sueño y su alma se estremecía aún en la congoja ante las puertas, tan terrible por provenir de quien provenía. Y el olvido en la ciudad abandonada, como un abismo insondable, tan profundo que no conocía fin... Respiró profundamente y la realidad se reconstruyó lentamente a medida que miraba a su alrededor. Volvía a estar en la Casa del Lobo, el fuego seguía ardiendo y Timor y Nelyanië todavía disfrutaban de la sopa caliente que Bortasco les había servido, de modo que había debido dormir realmente poco. Al cabo de un instante, su turbación se había apaciguado bajo el benévolo influjo de la maiar de Nienna, que se volvió hacia ella y la miró fijamente, como si de algún modo percibiera el mal que se llevaba. ¿Sabía ella lo que había visto? ¿Había sido un sueño o una visión?
Continuará.
La puerta se abrió de pronto y el momento se desvaneció como una pompa de jabón que estalla. Un grupo de cazadores entró en la sala cubiertos con capas perladas de gotas de lluvia. El primero de ellos, un maia de brillantes ojos verdes, fue el primero en retirar su capucha y colgar su capa en un perchero junto a la entrada.
- Esta si que es una sorpresa – dijo el recién llegado, revisando los bultos dormidos junto al fuego y sonriendo a Lissël cuando sus ojos repararon en ella.-Nos marchamos de una casa solitaria y regresamos para ver a la familia reunida. Salud, Lissël, bienvenida a casa.
- Salud, Arafin- saludó Lissël poniéndose en pie para recibirle – Te estábamos esperando.
Arafin arqueó una ceja con curiosidad pero en aquel momento Tilion saludó a su hermano desde su posición junto a la caldera y el maia acudió a su encuentro. Fue entonces cuando pudo Lissël prestar atención a sus acompañantes que eran tres, dos hombres y una mujer. Ella tenía el pelo de un negro profundo y los ojos color miel. Su nombre era Aelfeth y era una seguidora de Yavanna, había llegado a la Casa del Lobo poco antes de que Lissël abandonara el bosque y no había tenido oportunidad de conocerla en profundidad. Pero a quien sí conocía era a los dos noldo que la acompañaban, de hecho estaba tan sorprendida de verles que fueron ellos quienes la saludaron primero.
Eldaran, quien la tomó de las manos y la saludó con respeto, había sido su aprendiz y tras su instrucción se había convertido en uno de los cazadores más eficientes en los Bosques de Oromë. Había madurado, ya no era el joven inexperto que había entrado bajo su tutela, y pudo contemplar con orgullo cómo había cambiado.
- Maestra, feliz encuentro.- dijo el joven cazador.- No sabía que os encontraría aquí esta noche.
- Feliz encuentro, Eldaran- respondió ella- La lluvia nos ha retenido en la Casa del Lobo más tiempo del esperado. En realidad contábamos con estar en camino desde hace dos días.
Aquello mereció una mirada de curiosidad en Eldaran, que se asomó sin discreción para ver quién más había en la Casa. Como no conocía a Sarandil y Jaelen estaba durmiendo, colgó su capa junto a la puerta y acudió junto al humeante puchero.
- Los jóvenes de hoy en día soportan muy mal un poco de hambre – bromeó el último visitante, a quien Lissël conocía especialmente bien.
- Valandil, parece que esta noche está destinada al reencuentro de los viejos amigos – dijo ella sonriendo- Me alegro mucho de verte, viejo oso.
Valandil rió con sonoras carcajadas y la agarró en un tremendo abrazo que la levantó dos pies del suelo a pesar de sus protestas.
- ¿A quién llamas viejo, señora del hielo?- protestó el cazador con humor dejándola en el suelo.
Sarandil, sorprendido por aquel gesto, interrumpió su interpretación con el arpa y los observó con interés. Valandil no pasó por alto aquel detalle y pasó el fuerte brazo sobre los hombros de su antigua compañera, llevándola junto al resto de cazadores.
- ¿Tienes un admirador, señora mía, que con tanto celo nos vigila?- bromeó con discreción, pero no insistió a razón de la mirada que Lissël le dirigió.
Tomaron asiento todos junto al fuego y los recién llegados fueron recibidos con sopa caliente y reconfortante miruvor, de los que Eldaran dio cuenta con especial voracidad. Como las voces no eran discretas, algunos de los que estaban dormidos despertaron y de este modo Jaelen acudió a saludar a los recién llegados mientras Rilleculdë seguía dormida, y Curufinwë y Sarandil se acercaron para ser presentados y saber de las novedades que traían.
- Lissël, dijiste que me esperabais – dijo al fin Arafin cuando todos hubieron terminado de comer.- ¿Qué puedo hacer por tí?
- Guío a la compañía del príncipe Curufinwë en una expedición a las tierras del sur que han sido afectadas por la singularidad de la que te habló Tilion.- explicó la noldo- Cualquier precaución es poca y esperábamos que hubieras tenido ocasión de verla de cerca y tal vez de determinar su origen.
Arafin la escuchó con gravedad y cuando fue su ocasión de responder dijo:
- Nos dirigimos al sur a petición de mi hermano pero para cuando llegamos a la zona, no quedaba rastro alguno de la helada, de modo que fuera lo que fuera, ya se había marchado.
Lissël y Valandil intercambiaron una mirada, fruto de la costumbre, y cómo siempre Valandil supo formular el pensamiento que se había formado en la mente de la noldo.
- No pasamos por alto, sin embargo, que la extensión afectada por la helada tal y como la describió Tilion implica que fue una hueste numerosa de lo que fuera, si abarcaron tanta amplitud de territorio.- explicó el cazador mirando a su antigua compañera.
- ¿De qué clase de criaturas estamos hablando si tienen tal efecto sobre el bosque?- inquirió el príncipe Curufinwë con gesto grave.- ¿Criaturas del vacío?
Lissël maldijo en su fuero interno por haber sembrado pensamientos tan lúgubres en el espíritu del príncipe, pero Aelfeth pareció detectar su frustración y explicó con suavidad.
- No solo, mi príncipe. También hay eventos en la creación de mi señora Yavanna que podrían presentar esos efectos en el bosque. No olvidemos que el mundo es joven y está en perpetua mutación.
Quelleranco y Sartafion asintieron a sus palabras, sin embargo Bortasco, quien en primera instancia hubiera podido confirmar o desmentir aquellas afirmaciones guardó silencio.
-Fuera lo que fuera - dijo Sarandil con el ceño fruncido- si los efectos ya han pasado, el camino está libre y es transitable ¿No?
Esta vez fue Jaelen quien intervino.
- Puede que el camino sea transitable, pero si la helada fue a causa del paso de una criatura del vacío o de un evento natural, aún está por determinar si es una zona segura. Si fueron criaturas del vacío, será necesario saber a dónde fueron a parar si fueron tantas. Si es un evento natural, debemos saber su alcance aunque sea solo por conocer más íntimamente el mundo en que vivimos.
Lissël sonrió al escuchar a su aprendiz hablar con tanta sensatez y vio la misma aprobación en los ojos de Valandil y Eldaran, lo cual la llenó de una calidez insospechada. Supuso que aquello debía ser parecido a lo que se sentía al tener una familia.
- Jaelen habla con sabiduría – concedió Tilion, y los demás maiar asintieron a sus palabras- Creo que es de interés para todos los presentes que entendamos más profundamente qué es lo que ha sucedido y para ello es menester que acudamos allí.
Todos asintieron.
- Propongo que organicemos una partida de reconocimiento para batir la zona, aprovechando que somos bastantes para cubrir un área más amplia. - se volvió hacia Lissël- Puesto que viajáis hacia el sur, supongo que querréis acompañarnos, de este modo vosotros podréis gozar de un tránsito más seguro y nosotros podremos aprovechar unos cuantos ojos más.
Lissël estaba de acuerdo en la conveniencia de unirse a la compañía de los maiar, aunque por deferencia a Curufinwë se volvió hacia él para que fuera el príncipe quien decidiera, bien que la otra opción era regresar a Tirion y olvidarse del zafiro estrellado. Como esperaba, el príncipe asintió y Lissël lo imitó en dirección a Tilion.
- Contad con nosotros, será un placer y un honor viajar en vuestra compañía.
Hubo murmullos de acuerdo y aprobación, y también algún bostezo.
- Bien entonces, en cuanto remita la lluvia nos pondremos en marcha, de modo que recomiendo que todos descanséis esta noche. Con suerte, mañana con la luz de Laurelín podamos emprender el viaje.
Se pusieron en pie y Lissël notó de repente como su cuerpo clamaba por algo de descanso. Apenas se había ejercitado en el tiempo que llevaban en la Casa del Lobo, pero fue como si su espíritu reaccionara en previsión de la aventura que estaba por venir, aprovechando cualquier descanso que pudiera conseguir. Sonrió para sí al reconocer el oportunismo del cazador surgir de nuevo en ella, como hacía tanto tiempo. Poco a poco se fueron retirando cada uno a sus mantas. También como antaño Lissël tendió su manta junto a Valandil mientras observaba como el joven Eldaran y la bella Aelfeth tendían sus mantas uno junto al otro en una zona más apartada. Esta vez no hubo música de arpa para ayudarle a conciliar el sueño, sólo el sonido de la lluvia, pero su espíritu se sentía tan arropado por la única familia que había conocido que cayó dormida enseguida y durmió sin soñar hasta la mañana siguiente.
Fin
Al despertar Lissël se unió a los preparativos de la marcha. La lluvia había amainado unas horas atrás, y la tierra empezaba a drenar el exceso de agua. Mientras sortearan las zonas más pantanosas, atravesar el bosque sería seguro con los caballos. De la despensa de la Casa del Lobo tomaron viandas curadas y otras provisiones, y poco antes de estar preparados para partir Arafin llamó a los diferentes guías de cada uno de los grupos que habían formado. Lissël, por supuesto, seguía al frente del grupo del príncipe.
- Mi grupo y el de Tilion descenderán por las rutas más directas hacia la Casa del Ciervo, en la zona sur del bosque. Si hay alguna cosa todavía en el centro deberíamos cruzarnos con ello.
- ¿Por dónde iré yo? - inquirió Lissël.
- Seré franco - dijo Arafin a la vez que se ensombrecía su gesto -, no me gusta lo que Tilion ha encontrado en el sur. Hace unos días me encontré con Menelhir, una de las grandes águias de las Pélori del sur, y me dijo que algo había pasado por las montañas desde el mar. Algo que había asustado a sus presas.
- ¿Desde el mar? - preguntó extrañado Tilion -. ¿Qué tiene que ver el Belegaer con el bosque?
- No lo sé, y por eso mismo enviaré a un mensajero a Valmar para informar a nuestro señor Oromë de la situación. Sartafion se quedará en la Casa del Lobo, y Bortasco tomará el camino hacia en Anillo del Juicio.
Lissël sintió una preocupación naciente en sus entrañas, pero sobretodo tenía una pregunta que necesitaba respuesta.
- ¿Y mi grupo? Si vosotros tomáis las rutas más directas, ¿nosotros iremos detrás vuestro?
- No, vosotros daréis un rodeo y os acercaréis por el costado de las montañas. Sea lo que sea que ha pasado en el sur, viene de esa zona, y por ello será también la zona donde el peligro de un encuentro será menor. Tus acompañantes son jóvenes, impetuosos, orgullosos y sobretodo faltos de experiencia. Enviarles de vuelta ahora sería una afrenta a su orgullo que difícilmente tolerarían o perdonarían.
- La prudencia es comprensible, pero son inteligentes.
- Si no saben que lo que sea que hay en el sur vino desde el mar, no sospecharán que es una ruta más segura. Por eso no dije esto antes ante ellos.
Lissël se quedó abrumada. Arafin había sido capaz de entender en un mero instante la dimensión de la situación, el orgullo de los jóvenes noldor y la necesidad de mantenerlos a salvo de cualquier amenaza y de sus propios ímpetus de juventud.
- Además, hay algo que quiero que hagáis. No iréis a la Casa del Ciervo, sino a la Garganta Gris.
La Garganta Gris era el lecho de un riachuelo que descendía de las Pélori a través de un bosque de roca granítica. Era una zona escarpada en su parte alta, con pocos pasos por los que vadear el agua. Atravesar aquella zona sería complicado, pero sobretodo incómodo.
- No podemos llevar los caballos por esa zona. Seremos más lentos. ¿Quieres que lleguemos al sur cuando todo haya terminado?
- En parte sí, y en parte no. Antes de venir a la Casa del Lobo supimos por los animales al norte de esa zona que Barro de Ciénaga, el viejo oso que mora cerca de las Fuentes Grises, se ha vuelto loco y ataca a todo animal que se acerca a su territorio, sea presa o no. Tienen miedo y evitan la zona, y hay que darle una buena muerte antes que haga más daño. Le daréis caza vosotros.
Lissël enarcó una ceja, sorprendida por la tarea encomendada.
- Yo sola puedo manejar una situación así - se quejó la nolde.
- Si tus jóvenes son capaces, esta cacería será un buen modo de comprobarlo. Son de ciudad, desconocen el conflicto físico, el miedo a ser heridos. No puedo lanzarlos a una cacería de criaturas del vacío sin haberlos fogueado al menos una vez.
Aquello tenía sentido, pero sería complicado llevar a cabo aquello sin que los jóvenes se diesen cuenta que era a la vez una distracción y una prueba.
- Cuando acabemos en la Garganta Gris, ¿vamos a la Casa del Ciervo?
- No, seguid las Pélori hasta llegar al Hyarmentir. Llevad vuestras monturas, dejadlas en el Refugio del Cuervo antes de ascender hacia la Garganta Gris, y después retomad vuestro camino. Con suerte lo que sea que haya en el sur ya estará arreglado por aquel entonces.
Arafin se acercó al porche de la casa y silbó tres fuertes y breves silbidos agudos. Un batir de alas le respondió desde la lejanía y en su brazo se posó un magnífico halcón plateado. Lo acarició, y le dio un trozo de carne seca que sacó de una bolsa de cuero atada a su cinturón para, a continuación, entregarlo a Lissël. La elda sintió el peso del animal sobre su brazo, pero sobretodo sintió su elegancia y su inteligencia.
- Mi halcón sabe cómo encontrarme, esté donde esté, y nos mantendrá en contacto. Llévalo contigo, Lissël.
Pues eso. Arafin reconoce que la situación puede ser grave, y de entrada no quiere exponer una panda de novatos a algo desconocido. Aún así conoce lo suficiente el corazón de los noldor para entender el agravio que puede ser sentirse menospreciados o ninguneados, de modo que la compañía vaya hacia el sur pero con un papel secundario.
Será trabajo de Lissël, por supuesto, ver cómo lograr no dañar los sentimientos del príncipe y sus allegados. Arafin querrá saber el resultado de la prueba que les ha impuesto con el oso, de modo que dependiendo de cómo vaya la cosa, aceptará que tomen un papel más o menos relevante.
El turno será hasta un refugio normalmente vacío cerca de la zona montañosa, el Refugio del Cuervo. Te doy libertad para liderar la expedición y llevar el asunto con los muchachos.
Respecto a un oso que enloquece con la edad, no es algo extraño, y por lo comentado el oso vive en una zona mucho más al norte de donde el águila mencionó, de modo que parece que son sucesos no relacionados. Lissël decide cómo manejar la situación al respecto.
Una vez recibidas las instrucciones, Lissël se dirigió a su compañía, que la aguardaba expectante junto a la entrada de la cabala principal con los caballos. Aunque los jóvenes se habían conducido con absoluta dignidad durante su forzosa estancia en la Casa del Lobo, era evidente que ante la previsión de la súbita actividad trás varios días de indolencia, había despertado su impaciencia. Todos parecían igualmente curiosos ante las asignaciones que les correspondían, pero aguardaron en silencio mientras se aproximaba y esperaron a que fuera ella quien hablara.
Los observó antes de comenzar, no libre de cierta frustración por verse relegada con los más jóvenes por su compromiso de guía del príncipe cuando había algo tan intrigante en marcha. Aprovechó el silencio para relegar aquellas sensaciones a lo más profundo de su mente y decidió que todos era lo suficiente adultos y sensatos para acatar las decisiones de sus mayores. También se dijo entonces que sino lo eran, sería tan buen momento como cualquier otro para asumir la contrariedad. La paciencia era una virtud que nunca había perjudicado a nadie y más de uno de los miembros de su partida podría encontrarle algún uso.
- Las compañías de Arafin y Tilion harán un reconocimiento del área antes de accedamos al Hyarmentir. Mientras tanto, y puesto que ya hemos descansado lo suficiente - se permitió sonreír levemente- les daremos varias jornadas de ventaja haciéndonos cargo de otro asunto de camino hacia allí.
- ¿De qué se trata?- inquirió Jaelen poniendo voz a la pregunta que rondaba la mente de todos ellos.
- Al sur, de camino al Hyarmentir si viajamos en paralelo a las Pelóri, hay una criatura de Yavanna que ha enloquezido y cuya alma es necesario liberar: en su dolor mata y destroza el bosque y a sus criaturas, y mi responsabilidad como cazadaora y por extensión la vuestra, es liberarla de su tormento. Para cuando hayamos acometido esta tarea, las Pelóri del sur deberían estar ya aseguradas por la compañía de Aragin y podremos proceder a la prospección de inmediato y con tranquilidad.
Lissël reparó en que Curufinwë fruncía el ceño y suspiró para sí: había contado con su disconformidad, orgulloso como era. Sin embargo el príncipe no dijo nada y aquello la sorprendió por su compostura. Aprovechó entonces que los jóvenes se encontraban atentos y no añadían nada para continuar con su explicación.
- Como la garganta en la que se encuentra el oso es una zona muy accidentada y peligrosa para los caballos, cabalgaremos hacia el sur hasta el Refugio del Cuervo y desde allí seguiremos a pie. Es una zona de singular belleza y poco accesible.
Se volvió entonces hacia Curufinwë, que aunque respetuosamente callado, seguía frunciendo el ceño.
- Lamento demorar todavía más vuestra expedición, mi príncipe, pero el juramento de los Cazadores es ineludible y por el bien de todos, noldo, maiar y criaturas de Arda, el equilibrio debe ser restablecido.
Jaelen asintió vigorosamente para reforzar el efecto de sus palabras, pues también era suyo el compromiso. Rilleculdë asintió tambien, pero el príncipe aún pareció meditar un instante el efecto de aquello sobre sus propias previsiones y fue cuando al fin resolvió con un sucinto "Entiendo" que sus compañeros se sumaron a la conformidad. Había esperado más resistencia, no, total disconformidad por parte del príncipe pero aún cuando a este no le agradaba el plan, supo ceder a lo que entendía que superaba su voluntad o capricho.
Lissël se sintió agradecida por la acquiescencia de todo el grupo.
- Entonces ha llegado el momento de partir. Recogeré algunas provisiones más que podamos llevar con facilidad cuando dejemos los caballos y cuando regrese marcharemos.
Los jóvenes corrieron entonces a despedirse de los amigos que habían hecho durante su estancia en la Casa del Lobo y Lissël se dirigió a la despensa para recoger las provisiones. Cuando se disponía a regresar se encontró con que Jaelen la esperaba apoyado contra e umbral.
- ¿Tan malo es? - inquirió el joven, quien había reconocido la prudencia en las consignas de los maiar.
Lissël suspiró.
- No necesariamente, pero no quiero arriesgar innecesariamente la vida de ninguno de nosotros. Si los maiar quieren supervisar la zona, no sería sabio desoír sus consejos.
No quería mostrar a su aprendiz sus propios frustación y descontento por verse relegada con los jóvenes como era una cazadora tan capaz como cualquier habitante de la Casa del Lobo. También ella entendía que su compromiso como guía del príncipe debía cumplirse y que a los ojos de los maiar ella era tan joven como sus acompañantes.
Jaelen asintió indicando que entendía, y algo en su mirada delató que tal vez sus pensamientos no habían sido tan privados como hubiera esperado. Pero si el joven había vislumbrado tan profundamente en su espíritu nada dijo y se retiró para asegurarse de que todos estaban listos. Lissël le siguió cargada con las nuevas previsiones y encontró con su compañía montada ya y aguardando.
- Está bien, en marcha.
Y así la compañía reemprendió su viaje, marcando la tierra mojada en su camino hacia el sur.
No me encuentro particularmente inspirada por la escena, así que siéntete libre de seguir con la narración.