El rostro de Imlarië se reflejó sobre las oscuras aguas junto al bote, y una sonrisa acudió a éste cuando se vio coronada de estrellas. No había una sola nube sobre la bahía de Eldamar, y el gran océano estaba tan en calma que parecía un lago inmenso, tan inmenso que sólo su costa occidental se recortaba bajo el fulgor plateado de Telperion refulgiendo sobre las altas cumbres nevadas de las Pélori y el manto de estrellas que Varda había tejido durante el principio de los tiempos para gloria de Ilúvatar.
E Imlarië cantó suave y en voz baja, con voz delicada, porque sintió alegría en su corazón. Gaerel estaba sentado al otro lado del bote, remando con tanta suavidad que éste se deslizaba prácticamente en silencio, como si las aguas no quisieran perturbar la canción de Imlarië. "Quizás sea así", pensó el teler, y se dejó llevar por la música a un lugar lejano y conocido, a las aguas de Cuiviénen lejos en el este, donde despertara tanto tiempo atrás. Era una canción sencilla, casi infantil, pero era a fin de cuentas un canto de juventud, creado por el padre de Imlarië junto a las orillas del lago del despertar mucho antes que Oromë encontrase a los quendi. Un pez saltó a la diestra del bote blanco, como si estuviese deseoso de escuchar la canción renacida en labios de aquel que se perdiese tiempo atrás en la lejana Tierra Media.
Las luces del puerto de Alqualondë fueron empequeñeciendo tras ellos a medida que avanzaban, fundiéndose con el negro del cielo como si algunas estrellas hubiesen caído a la tierra. Ante ellos, quizás a media milla, las velas de la Glingaeril estaban plegadas, escondiendo el emblema estrellado de la casa de Olwë. La nave cisne se fue haciendo cada vez más grande, su blanca madera de mallorn refulgiendo pálida contra la negrura estrellada que la envolvía por el cielo y el agua. Al frente, el pico y los ojos de oro brillaban. A bordo, diminutas figuras bailaban al son de una música que poco a poco fue haciéndose audible. Imlarië cambió poco a poco el tono y el ritmo de su melodía para fundirla con la música de las flautas de los teleri, y cuando al fin el bote alcanzó el costado de la Glingaeril sumó su voz al coro de voces de a bordo.
Una escalerilla de cuerda se desenrolló, y la teler ascendió presta mientras Gaerel amarraba el bote por el cuello de su propio cisne y los demás pasajeros se preparaban para ascender al barco. Al pasar sobre la borda vio una veintena de bailarines moviéndose al son de dos flautas y un pequeño coro de voces. Una grácil teler de cabellos dorados tocaba una pandereta, y tras ella otra de larga trenza cobriza agitaba sus muñecas y sus tobillos de los que pendían cascabeles y campanillas de agudo tintineo. Sobre el puente una gran arpa engarzada en plata sobre madera blanca tañía una melodía que evocaba el ir y venir de las olas. Eärwen, con su larga cabellera plateada, pasaba con maestría sus dedos sobre las cuerdas del arpa, vistiendo una sonrisa plácida en sus labios. Tras ella, recostado sobre cojines, su padre y señor Olwë contemplaba la danza saboreando una copa de vino.
Mientras la gente del bote iba subiendo por la borda, Imlarië se acercó al arpa sin dejar de entonar su canto, aunque sus manos acariciaron la flauta de caracola que colgaba de su cuello. Dio un saltito, dio dos más y giró sobre sí misma uniéndose a los bailarines. Las voces callaron un momento para dejar a las flautas seguir la melodía e Imlarië se sumó a ella sin dejar el baile recién comenzado. El arpa se sumó a las flautas, y de nuevo las voces vibraron a coro, y la larga falda de Imlarië se abrió como los pétalos de una flor cuando giró riendo y alzando sus brazos. La pandereta encontró un tambor surgido del bote, y el ritmo se aceleró volviéndose extrañamente frenético. Los pies trotaron sobre el suelo de madera convirtiéndolo en un enorme tambor y toda la nave resonó al ritmo de los bailarines. Las voces de ellas se alzaron agudas y las de ellos descendieron graves, y antes que nadie se pudiese percatar de lo que sucedía Imlarië se encontraba en el centro de la nave girando veloz. Todo temblaba, todo el coro resonaba como un único y enorme animal marino, y el cisne que navegaba majestuoso por las aguas tranquilas de la bahía parecía despertar a la vida, dejando atrás su condición de ser de madera, para alzar un vuelo imposible hacia las lejanas estrellas.
Imlarië cayó al suelo, su falda completamente extendida a su alrededor, y al tiempo la música cesó. Hubo un momento de silencio, de respiraciones aceleradas, de sudor perlando las pieles de los bailarines y músicos por igual. Fue el aplauso de Olwë lo que rompió el silencio, y la alegría brotó en aplausos, risas y palabras de bienvenida. Gaerel subió al puente e hizo una reverencia ante su señor, que le recibió con un abrazo y le ofreció él mismo una copa de vino de la Isla Solitaria. Imlarië siguió los pasos de su buen amigo pero a quién se acercó fue a la joven Eärwen. La besó en la mejilla y la miró dos veces.
- Has crecido.
- Ha sido un largo viaje, maestra.
Eärwen usaba aquella palabra para irritar levemente a Imlarië. Era cierto que Olwë le había encargado educar en las artes de la música a su hija y en ese sentido era maestra de Eärwen, pero la joven teler tenía un talento tan grande que ya superaba a muchos de sus congéneres de mayor estatura y edad. La música fluía por sus dedos cuando se sentaba al arpa, y su voz contenía una alegría tal que parecía no poder cantar a la tristeza. Quizás por ello no se prodigaba en el canto, y aquello entristecía a Imlarië, pero no perdía la esperanza que a medida que aquella niña madurase encontrase los registros de los que aún carecía.
- ¿Te ha gustado Tol Eressëa?
- Es... Diferente, maestra. Siempre sumida en la penumbra, no como Alqualondë. En casa siempre tenemos el fulgor de los árboles sobre nuestras cabezas, pero allí los árboles son sólo una lejana aurora. Ahí no hay cielo azul cuando brilla Laurelin. Pero aún así tienen tanta luz... ¡Hay luces y velas por todas partes en Avallónë! Cuando son las horas de Laurelin brillan con luz dorada, para marcar el paso del tiempo. Cuando cambian las luces, las velas ya gastadas se cambian por otras que brillan con pálida luz blanca. Con mi padre bromeábamos cuántas abejas deben trabajar en los campos para nutrir la ciudad cada día.
Imlarië se mostró complacida y dejó que Eärwen siguiese contándole las maravillas que había visto en su viaje, pero algo en su interior la hizo sentirse observada. Había estado ahí desde el momento en que subiese a bordo, pero sólo ahora con la tranquilidad y la intimidad de sus palabras con Eärwen se había convertido en una certeza. Sus ojos buscaron un instante el origen de aquel sentimiento y hallaron a un noldo de cabellos negros como la noche sin estrellas apoyado en la borda del navío. Sus ojos se cruzaron un instante, pero aquel segundo fue como un golpe de ariete.
- ¿Quién es? - preguntó ella a Eärwen regresando su mirar a su pupila.
- Un emisario de Finwë.
He tomado como base lo que escribí para Javitasis y he tomado tu trasfondo para alterar el turno inicial. He establecido tu relación con la casa de Olwë y he puesto pie para conocer al futuro esposo de Imlarië. Cómo quieras desarrollar en esta escena las cosas es cosa tuya, puede ir desde una simple ignorancia hasta donde tú quieras llegar.
Si quieres ideas o directrices para desarrollar la escena, coméntamelo. Si no, eres libre de desarrollarla a tu gusto. Eärwen será más adelante la esposa de Finarfin, y en este momento es muy joven para los estándares élficos, quizás unos 10 o 12 años humanos, apenas una niña.
También puedes, si lo deseas, añadir a Elulindo a la escena. Elulindo es un hijo de Olwë conocido por su habilidad cantora, y aquí sería un joven de 30 ó 40 años humanos. Demasiado joven para instruir a su hermana, pero quizás haya sido alumno de Imlarië en el pasado.
Gaerel es un Despertado y la persona que ha ayudado a Imlarië desde que ella se separase de su madre. Puedes considerarle un tío a efectos de afecto. Si quieres inventarte su esposa, eres libre de ello.
Por primera vez desde que tuviese conciencia, el mundo se había quedado mudo. Allí, en la cubierta de la blanca Glingaeril, acompañada de los quendi más dotados para la música, entre ellos Earwën y, sobretodo, su hermano, el brillante Elulindo, y donde se podían escuchar las melodías más hermosas de todo Aman salvo, seguramente, las interpretadas por Vána en los jardines de Valmar, ningún sonido llegaba a sus oídos. Las flautas, la pandereta, el tambor, las armoniosas voces de las teleri, incluso la imponente voz de su rey y señor Olwë hablando con su adorado tío Gaerel, se habían desvanecido. Tampoco el mar de la bahía de Eldamar parecía dispuesto a hacerse escuchar.
Y, de pronto, lo oyó. Débil, casi imperceptible en primera instancia. Era un sonido sordo y amortiguado, rítmico y constante. Un sonido que, lentamente, iba aumentando de volumen, apoderándose poco a poco de todo su cuerpo hasta hacerlo vibrar con una fuerza que jamás había experimentado. Era el sonido de su propio corazón.
Aún estaba intentando asimilar aquello cuando captó un nuevo sonido, parecido pero a la vez muy diferente. Instintivamente se giró hacia la proa del barco, donde instantes antes un tambor se había unido a su canción, pero enseguida se dio cuenta de que aquel rítmico martilleo no provenía de allí sino que su fuente se hallaba unos metros hacia la derecha. Alto e imponente, de larga melena oscura y con el orgulloso porte que caracterizaba a todos los Noldor, el corazón del emisario de Finwë sonaba fuerte y poderoso, casi como si intentará doblegar los latidos del de Imlarië. Pero en el preciso instante en que sus negros ojos se cruzaron con los de la teler quedó atrapado bajo el embrujo de su mirada color turquesa, sus latidos se unieron y allí mismo, en perfecta comunión, sin necesidad de palabra alguna, sellaron un acuerdo que uniría para siempre sus corazones, sus cuerpos y sus almas inmortales.
- "Imlarië, querida, ¿puedes acercarte un momento?" - la voz de Gaerel la devolvió a la cubierta de la Glingaeril y, de nuevo, el ambiente se llenó de los sonidos y las melodías más variadas. El momento había pasado pero el hechizo obrado jamás se rompería. Dejando a un lado aquel impulso que la atraía hacia su alma gemela se dirigió hacia su tío.
En realidad aquel alto teler no tenía ningún lazo de sangre con ella salvo, tal vez, el que los unía como miembros del pueblo de Olwë. Sin embargo Gaerel era lo más parecido a una familia que había tenido, sobretodo después de separarse de su madre. Cariñoso y amable, la había protegido durante el resto del viaje hasta las orillas del Belegaer y en el trayecto por mar desde allí hasta la bahía de Eldamar. Incluso cuando decidió trasladarle a Alqualondë no lo dudó, sacrificando su gran amor por Tol Eressëa y todo lo que esta representaba.
Su madre le había encargado que cuidase de ella pero Imlarië sabía que aquella petición solo había sido una formalidad, un mero trámite, y que era la profunda amistad que lo había unido a su padre en los días de Despertar lo que realmente alentaba a Gaerel a cumplir con su cometido. Existía en el elfo una necesidad vital de protegerla, casi una obligación, como si su tío estuviese pagando una deuda... O expiando un pecado. Sea como fuere, la teler había llegado a quererle.
- "Siempre tengo tiempo para ti, tío. Ya lo sabes." - contestó, al tiempo que se colocaba a su lado, se colgaba de su cuello y le daba un cariñoso beso.
- "¡Imlarië!" - replicó Gaerel, sin poder ocultar el rubor en sus mejillas. - "Compórtate, estás ante nuestro señor Olwë..."
- "Perdón tío." - contestó con la más inocente de sus voces y con fingido arrepentimiento. Le gustaba hacerle sentir incómodo en situaciones como aquella. Alegre y desenfadado como era se volvía un quendi serio y estirado cuando se encontraba delante de su rey, aún cuando el mismísimo rey de los Teleri fuese uno de sus mejores amigos. Aquello lo sabía también Olwë, que no pudo evitar que la sonrisa aflorara en su rostro.
- "El gruñón de tu tío y yo estábamos hablando del poder de evocación que tiene una voz. No puedo dejar de pensar en las Tierras de Aquende y todo lo que dejamos atrás al oír tus hermosas melodías."
- "Mi señor, mucho se quedó allí, pero mucho más hemos conseguido al haber completado nuestro viaje. Es bueno honrar a los que ya no están con nosotros a través de los recuerdos pero mucho más importante es centrarnos en lo que tenemos." - Sabía del peso que cargaba Olwë en su corazón y por eso intentó redireccionar la conversación... Por eso y porque no le gustaba compartir sus recuerdos con nadie, ni siquiera con su Rey. - "Fíjese en su hija, es preciosa, con una voz incomparable y una sonrisa que eclipsa la luz de los Árboles. Y su hijo Elulindo, seguramente se convertirá en el mejor de los cantores teleri que jamás haya existido..."
El Señor de Alqualondë miró a sus hijos instintivamente. En sus ojos asomaba el orgullo de un padre. Pero aún así...
- "Imlarië, necesito saberlo. Tu que escuchas la voz de nuestro señor Ulmo con la mayor de las claridades, ¿qué hay de mi hermano? ¿Está vivo?"
- "Señor, sabe que no puedo contestar a eso. El Vala de los Mares jamás habla de los que se quedaron atrás. Ni siquiera se nada de mi madre..."
La reconfortante mano de Gaerel se posó en su hombro.
- "Hija, tu madre estará bien, me encargué de ello cuando partimos. Sabes que la dejé al cuidado del sobrino de mi mujer. Beleg es un joven muy capaz y no me fallará. Puedes estar tranquila. Por cierto, hablando de jóvenes y de hijos...."
- "Cierto." - Interrumpió un ya recompuesto Rey teler. - "Comentaba con tu tío que no eres mucho más joven que yo y, como bien dices, yo ya tengo dos hermosos hijos. Tal vez sea momento de ir pensando en ello. ¿No te parece?"
Imlarië notó como el rubor que tanto le divertía ver en la cara de Gaerel se estaba apoderando de sus blancas mejillas. De repente se sorprendió observando al imponente Noldo que, desde la borda de la Glingaeril, no le quitaba ojo de encima.
- "Tal vez lo sea, señor. Tal vez lo sea."
Eärwen se acercó donde conversaban su padre y señor con los otros teleri y se fundió en un cariñoso y espontáneo abrazo con Imlarië. La joven teler reía entusiasmada.
- ¡Imlarië! ¡No les hagas caso! Estos viejos teleri no saben cuándo es momento de divertirse.
- Sin embargo, siempre lo es para ti, según veo.
Si quería sonar seria no lo consiguió. Difícilmente lo conseguía con su alumna.
- Lo es hoy - y su fingido arrepentimiento dio paso de nuevo en la más hermosa de las sonrisas -. ¡Cómo no va a serlo si has venido a verme!
Eärwen se separó de su maestra y dio un giro que revelaba su vestido de color gris con pequeñas cuentas de madreperla.
- ¡Mira! Es un regalo de nuestros parientes de Tol Eressëa. ¿A que es precioso?
Y lo era, más aún vistiendo a aquella joven dama que cada día era más y más mayor. Imlarië se limitó a sonreir y a asentir, y luego alzó una mano que tomó Eärwen para dar un giro e iniciar un nuevo baile. La música de la cubierta había vuelto a empezar y parecía que Gaerel y su señor Olwë habían pasado a ponerse al día sobre lo acontecido durante el viaje. A Imlarië poco le importaban aquellos asuntos, y de la mano de Eärwen los dejó atrás para unirse a la nueva danza.
Un pensamiento cruzó su mente, y enseguida aquel pensamiento creció y buscó el modo de convertirse en realidad. Tomó su flauta de caracola y se unió a la música dando pequeños saltitos y girando rítmicamente al son de la melodía que se iba tejiendo a su alrededor. En los Eldar la música no era una cosa inmutable, sino que con su maestría lograda a través de los años se volvía en un ser mutable que seguía el corazón de los músicos. Uno podía reconocer un ritmo o una melodía común a otras ocasiones en que la pieza se hubiese interpretado, pero su forma final dependía del ánimo del momento. Imlarië usó su maestría para tomar el ánimo festivo y lo mezcló con su pensamiento, y enseguida los bailarines empezaron a bailar unos con otros y a atraer a aquellos que aún permanecían ajenos a la danza.
Repentinamente, con sorpresa en sus ojos, el alto noldo de oscuros cabellos se vio arrastrado por la vorágine de la danza teler. Su torpeza sólo duró lo que su sorpresa, y tras un instante de duda se sumó como uno más. Imlarië entonces entretejió nuevamente su pensamiento con la melodía de su flauta y el ritmo se volvió más suave. Brotó entonces de su garganta su clara voz, y los instrumentos fueron rebajando su intensidad para volverse más íntimos. Y con un último giro, Imlarië aterrizó en brazos de otra pareja, y el noldo se quedó hechizado al ver a la teler en sus brazos y oir su voz de cerca.
El pensamiento de Imlarië se había hecho realidad, y en su pecho su corazón latía con intensidad. Las demás voces se habían vuelto un rumor semejante a las olas, y las parejas ahora bailaban abrazadas. Imlarië recostó su cabeza en el hombro del noldo poniéndose de puntillas, pues él era alto, tan alto que casi le sacaba una cabeza. Su voz aterciopelada se volvió el vuelo de un ave sobre las olas, y cuando el ave se posó en la playa la música cesó. Imlarië sonrió al ver que él no la apartaba al terminar la melodía, y tardaron aún unos momentos antes de hacerlo.
- Soy Imlarië - dijo ella sin esperar a que se presentase él, o que le pidiese su nombre, o pudiese romper de algún modo estúpido aquel momento.
- Yo soy Sartango - respondió él, y haciendo una reverencia besó su mano con cortesía -. Qué voz tenéis, señora mía.
- Gracias...
Sus ojos eran ónice brillante. El halago, aún cuando era común, fue suficiente para que Imlarië se sonrojara levemente.
Aún hubo muchas más danzas y melodías aquella noche, pero lo común a todas ellas fue que Sartango e Imlarië ya no se separaron. Bailaron, rieron, conversaron y se halagaron. Cuando al cambiar las luces de los árboles el cielo sobre las Pélori se tornó azul, parecía que se conociesen desde siempre.
Fue con las luces de la mañana que la Glingaeril entró en el puerto de Alqualondë, y fue entonces cuando Gaerel se acercó a Imlarië.
- Imlarië, nuestro señor Olwë desea que vengas esta tarde al consejo que celebrará en su casa. ¿Podrás venir?
Aquello sorprendió un poco a la teler, que nunca antes había participado de aquellos asuntos. Tampoco solían ser de su interés. Aún así, accedió de buena gana. Se despidió de Sartango no sin arrancarle la promesa de verle antes de su partida hacia Tirion sobre Túna y regresó a su hogar.
Se echó sobre su colchón de plumas de cisne para descansar de las emociones de la noche pasada, repasando con el pulso acelerado cada detalle, cada paso, cada palabra. Había querido descansar, pero sencillamente había demasiado en su cabeza para lograr dormir siquiera un momento. Las horas pasaban, pero su mente regresaba una y otra vez a Sartango.
Las campanas de la tarde la sorprendieron aún ensoñada en cama cuando un rincón de su memoria recordó a Gaerel y su invitación. ¡Llegaba tarde! Con prisas, se vistió de modo adecuado para tan gran honor, con una túnica sencilla gris y un cinturón de plata, sin mayores adornos. Con aire solemne salió a las calles de Alqualondë y ascendió las laderas donde se asentaba el puerto para llegar al palacio de Olwë. Por primera vez se sintió algo nerviosa por ir al concilio, y por primera vez se preguntó el por qué era necesaria su presencia. De pronto le cruzó un pensamiento: ¿y si el enviado de Finwë estaba casado y había hecho algo inapropiado?
Cuando cruzó el umbral de los jardines de Olwë vio a algunos de los más importantes teleri de la ciudad discutiendo de pie alrededor de una gran mesa. Había un mapa allí, y parecían discutir algo señalando el gran pergamino desplegado. Nadie pareció reparar en su presencia salvo Sartango, que la saludó inclinando su cabeza antes de regresar su atención a lo que decía un teler que Imlarië no conocía. Vestía de un modo diferente a como lo hacían las gentes de Alqualondë, e Imlarië entendió que debía ser un emisario de Tol Eressëa. Su cara le resultaba vagamente familiar de la noche anterior.
- ...pero aún no tenemos claro el significado de esto.
- Aún así, son aguas que desconocemos. Deberíamos consultar a nuestro señor Ulmo antes de hacer conjetura alguna.
La mención de Ulmo llamó la atención de Imlarië, que inmediatamente intentó entender qué se hablaba en aquel lugar. El mapa mostraba la costa de Valinor y la Isla Solitaria. Había una descripción de las aguas, de los peces que había en cada región, y alguien había puesto una figurita con un barco cisne muy al sur de Alqualondë. Viendo lo cerca que en el mapa que estaban Tirion y el puerto teler, Imlarië entendió que el barco marcaba un lugar muy lejano.
Gaerel se acercó a Imlarië y se puso a su lado.
- Llegas tarde.
- No sabía qué ponerme para la ocasión - mintió ella -. ¿Qué sucede?
En su fuero interno, Imlarië agradeció que la invitación no fuese una reprimenda. Le habría sorprendido, pues no adivinó ni por un momento que el noldo estuviese casado.
- Una expedición de exploración de Tol Eressëa viajó hacia el sur hace unos meses en busca de nuevos bancos de peces. También querían cartografiar la costa de Valinor - añadió Gaerel señalando el mapa -. Más o menos donde está el barco en el mapa descubrieron que el mar está vacío. No hay peces.Nada. Está muerto.
- Eso no puede ser.
Olwë alzó la voz sobre los demás y la discusión cesó.
- Escuchadme todos. Estamos de acuerdo que este misterio es preocupante, y también estamos de acuerdo en que lo mejor es consultar con el vala Ulmo. Esta es Imlarië, que es aprendiz de Ulmo.
Para este turno haremos dos partes en tu respuesta. La primera será el concilio de Olwë. Si tienes preguntas o cuestiones, pásamelas por el hilo de off-topic y te las responderé.
Tras eso, puedes preparar el viaje hasta los salones de Ulmo. Te doy libertad para describirlos. Puedes contar que al menos un consejero o dos te acompañarán, así que te doy libertad para elegirlos y darles personalidad. Gaerel y el emisario de Tol Eressëa pueden ser buenas opciones.
Dejo en tus manos elegir si el noldo te acompaña, o si quieres desarrollar la relación entre ambos.
Ulmonan se encuentra al otro lado del continente, en las costas del Ekkaia, de modo que es un viaje largo.
La definición que su señor Olwë había dado de ella en el consejo nunca le había gustado. Y no porque considerase un deshonor ser aprendiz del vala de los mares, sino más bien al contrario. Tenía la gran suerte de haber heredado el don de su padre y también que Ulmo hubiese decidido que era lo suficientemente buena para hacer uso del mismo. Podía oír la voz de Rey del Mar con claridad meridiana y disfrutar de su música como ninguno de los eldar. A través del líquido elemento, sus cantos, nacidos en lo más profundo, la acompañaban y le trasmitían las sensaciones y el sentir del Vertedor. Aquello actuaba como un catalizador que hacía reaccionar su menudo cuerpo y, sobretodo, su espíritu que se fundía con el agua trasformado en música, entretejiendo las melodías que brotaban de su interior con las que provenían de las venas de la Tierra.
Jamás podría vivir en el agua, respirar bajo ella, ni adaptarse a su forma. Nunca influiría en las mareas ni desataría el poder de las olas. No era como aprender a cabalgar o a disparar un arco. Su relación con el vala era diferente, más íntima, espiritual. Cantaba en singular armonía con Ulmo, señor de los mares de Arda, y eso, no podía negarlo, la llenaba de orgullo.
Sin embargo, en ese momento, nada debía hacerla vacilar. Se encontraba rodeada de los teleri más renombrados de Alqualondë y delante del rey de los mismos. Esperaban que diese su opinión, que arrojara algo de luz sobre un asunto del que nunca había tenido noticia hasta ese instante. No le incomodaba verse observada por tan ilustres compañeros; nunca había tenido ese problema. Ella era Imlarië, la que escucha el mar, la que había perfeccionado su música con Ossë, el mejor cantante de Endor, sentada a su lado en una roca cerca de la orilla de la playa en la desembocadura del Sirion donde miles de sus hermanos se deleitaban con las melodías que ejecutaban en comunión. Y, sin embargo, jamás había sentido el peso de unos ojos sobre ella con tanta claridad como notaba los brillantes ojos negros de Sartango.
Pero ni siquiera la apabullante presencia del noldo iba a conseguir perturbarla. Había aprendido la ciencia del mar de mano del Impredecible y, como ya le había dicho a Gaerel, lo que allí se comentaba no podía ser posible. Dando un paso adelante al escuchar su nombre, Imlarië ejecutó mecánicamente una pequeña reverencia, sutil, casi imperceptible, como siempre hacía cuando iba a dirigirse a un grupo de oyentes, y se centró en el problema.
- "Ciertamente señor el fenómeno que aquí estamos tratando es del todo inusual. De hecho, jamás he oído nada parecido, ni en la época en la que morábamos a orillas del Gran Mar, en el este, ni más recientemente. A partir de ahí, como bien decís, intentar adivinar que causa esta anomalía me parece una perdida de tiempo. Si alguien tiene respuestas es el Rey del Mar. Tal vez un viaje a Ulmonan podría resultar clarificador."
Dejó que el coro de teleri hablara sobre ello mientras se sumergía en sus pensamientos. Hacía mucho tiempo que no viajaba a las Estancias de Ulmo, demasiado según su tío. Gaerel siempre le recordaba que debía estar más en contacto con el Vala y aunque ella había intentado explicárselo el teler no podía comprender que lo vínculos que la unían a su verdadero Señor iban mucho más allá de lo físico y lo material.
Imlarië no podía dejar de acordarse de la primera vez que visitó su palacio en Ekkaia y de como la recibió el Vertedor. Ya lo había visto en otras ocasiones cerca de la costa del Gran Mar pero jamás lo había disfrutado en todo su esplendor. Enorme y poderoso, protegido con una capucha de cadenas y una brillante cota que refulgía con todo el espectro de colores que despliega su elemento, desde el azul puro de las bendecidas aguas de las Eithel Ivrin al verde oscuro de la sima más profunda del Belegaer. Una enmarañada y cambiante barba negra que en ocasiones llegaba a parecer un cúmulo de largas e informes algas marinas remataba aquel imponente fana.
Pero por encima de todo lo que más recordaba era, como siempre, un sonido. Lo había escuchado muchas veces pero jamás hubiese podido imaginar cuan bello e hipnotizante era en directo. Acompañando su viaje los últimos 50 kilómetros los Ulumúri no habían dejado de sonar, indicando que el Señor de los Océanos se encontraba en casa. Era un sonido familiar, que le llegaba en ocasiones a través de las venas de la tierra y que ya conocía. Cuando finalmente estuvo delante de Ulmo y este se llevó el enorme y hermoso cuerno de blancas conchas marinas y madreperla a la boca se dio cuenta de que el vínculo con su Señor se había completado para siempre. Fue como si todos los mares, ríos y océanos de Arda la golpearan a la vez, revolviendo lo más profundo de su cuerpo y de su espíritu, imprimiendo en cada rincón de su ser la esencia más pura del vala. Lloró, lloró de alegría y de emoción, de felicidad y de gratitud, pues su Señor acababa de entregarle el regalo más grande que le hubiese podido ofrecer jamás.
La teler sabía que un viaje a las costas de Ekkaia no era algo que uno debía tomarse a la ligera. No resultaría tarea fácil encontrar al Espíritu de las Venas de la Tierra en Ulmonan, y aunque pensaba que consultar aquel misterio con Ulmo no solo era recomendable sino también necesario, urgía asegurarse de que él estuviese allí en el momento en que llegasen. El Señor de los Océanos era un ser solitario y autónomo, patrullaba su reino de un confín a otro, desde el más profundo de los lagos de Ëa al río más caudaloso de Endor. Sus viajes y ausencias podían ser muy prolongadas, tanto que raramente se dejaba ver por Valmar. Antes de marchar había cosas que hacer.
- "Por lo que oigo, señores, estamos de acuerdo en ir a Ulmonan. Es mucho más fácil encontrar a Ulmo en sus palacios que en Valmar. No obstante este largo viaje nos asegura el éxito. Debemos saber que nos estará esperando."
Las caras de los presentes reflejaban la preocupación por sus palabras, todos sabían lo errático que era el Señor de los Mares y se les antojaba difícil solventar el problema. Imlarië miró a su tío y este asintió levemente.
- "Señores, mi Señor Olwë, necesito tiempo." - dijo mirando hacia el este en dirección a Ezellohar. Laurelin empezaba a superar claramente a Telperion imponiendo la calidez de su luz, que se derramaba sobre el puerto y sobre las cubiertas de los barcos mudando su blanco habitual por un brillante color dorado. Amancecía un nuevo día. - "Un ciclo de luz, es lo que necesito. Cuando la Las luces vuelvan a mezclarse volveremos a encontrarnos aquí y decidiremos cual es el camino a tomar."
Respiró. Esperaba respuestas, objeciones y alguna que otra palabra subida de tono. Pero, como siempre, nadie replicó. Nunca dejaría de sorprenderle la carga de autoridad y convicción con la que era capaz de imbuir su voz.
- "Sea." - sentenció el Rey de los teleri dando por concluida la reunión.
Imlarië descendió por la suave y húmeda pendiente de la pequeña cueva. Entrar en aquel lugar tan lleno de música siempre embriagaba sus sentidos y liberaba su mente. Sentía el lastimero canto del agua al resbalar por las lisas paredes que la rodeaban en contraste con la ágil y divertida melodía que ejecutaban las desenfadadas gotas que, rítmicamente, golpeaban el suelo a su alrededor. Bajo sus pies el melancólico ronroneo de las poderosas aguas subterráneas que formaban parte de la sangre de las venas del mundo amenazaban con envolverlo todo, y en la distancia, muy profundo, la armoniosa y tranquila balada del lago subterráneo al que se dirigía parecía estar anunciando su llegada.
Sin embargo aquella vez fue diferente. Oía la música, sabía de su existencia, pero no penetraba en su mente. No era de extrañar pues su cabeza rebosaba de dulces y agradables recuerdos; recuerdos que la ilusionaban, recuerdos que la llenaban de felicidad, recuerdos de Sartango, de como había abandonado la reunión anhelando que él la siguiera y de como, cuando la decepción se apoderaba ya de su corazón, oyó como la llamaba por su nombre . No necesitó volverse para saber que el noldo corría a su encuentro.
- "Imlarië..." - notó como su gran mano le agarraba la cintura.
- "¿Si?" - impregnó su pregunta con la más pura de las inocencias.
- "Dejo Alqualondë en una hora, mi señor Finwë me reclama en Tirion sobre Túna, y por lo que he oído también tu tienes que partir con premura." - Había tristeza en sus palabras. - "Deseaba compartir el poco tiempo que me queda en la ciudad contigo pero ahora veo que no podrá ser."
- "Tal vez no este tiempo pero si muchos de los que están por venir."
Sus profundos ojos color azabache se llenaron de esperanza al escuchar aquellas palabras.
- "¿Vendrás a verme?" - rogó.
- "Nada ni nadie sería capaz de impedírmelo."
El más puro de los besos selló aquella promesa.
Aún sentía el calor de sus suaves labios cuando llegó a su destino. Tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad para apartar el cúmulo de sentimientos que embotaban sus sentidos y centrarse en su cometido. Necesitaba estar tranquila, mantener el ánimo sereno, vaciar su mente y abrir su espíritu. Tenía que sentir a su señor Ulmo.
Lentamente se acercó a las oscuras aguas que ocupaban la mayor parte de la gran caverna en la que se encontraba, desabrochó el cinturón que sujetaba su vestido y dejó que este resbalara por sus hombros, sus pechos y su cintura. Sin vacilar se introdujo en el lago. El agua estaba terriblemente fría, casi helada, pero Imlarië ni siquiera lo notaba. Avanzó despacio, hundiéndose poco a poco hasta la cintura, en dirección a una pequeña porción de tierra iluminada que se encontraba a escasos metros de la orilla y allí, rodeada de decenas de velas de llama titilante, cruzó las piernas, cerró los ojos y se sentó a escuchar lo que su Señor tuviera a bien revelarle.
Las luces de los Dos Árboles estaban cerca de compartir intensidad cuando el puerto de Alqualondë, moteado de barcos cisne de blancas velas, apareció ante sus ojos. Se acercaba la hora de la reunión, una reunión en la que todos esperaban lo que ella tuviese que decir.
Imlarië no estaba preocupada pues las sensaciones que había captado en su meditación no dejaban lugar a la dudas. Como imaginaba, Ulmo no estaba en sus estancias. No era extraño que el vala estuviese visitando algún remoto lugar de su vasto reino. Tampoco había sido una sorpresa comprender que el Señor de los Océanos ya estaba enterado de la anomalía que sufría la zona del mar donde los peces habían desaparecido. Eran sus dominios, los gobernaba y vigilaba; era inimaginable pensar que el Vertedor no estuviese al tanto. Si era así cabía la posibilidad de que hubiese informado al Máhanaxar. Al fin y al cabo el asunto parecía lo suficientemente grave.
Valmar se le antojaba el lugar más indicado para buscar respuestas. Sin embargo no iba a ser el único sitio que debían visitar. Tirion sobre Túna estaba de camino a la ciudad de los Valar y allí se encontraba alguien al que debía ver. ¿Por qué? ¿Por qué el nombre del noldo había llegado a ella justo al final de su meditación? ¿Qué sentido tenía? Eran preguntas para las que no tenía respuesta. Indudablemente Ulmo quería que Sartango la acompañara en su viaje y ese hecho le brindaba una escusa inmejorable para volver a verle. Aquella posibilidad inmediata la llenaba de felicidad. Al fin y al cabo, ¿quién era ella para contradecir al Señor de los Mares?
Corto aquí porque esto ya parece el antiguo testamento. Por eso y porque dijiste que ibas a dividir el turno en dos. Creo que es el momento ideal para plantear una reunión 2.0 con la información definitiva. Así te da la opción a ti también de añadir cosas que han podido quedarse en el tintero.
Inicialmente sigo lo hablado contigo. Como tu sugieres en el turno anterior, Gaerel y el teler de Avallonë serán mis acompañantes. Aparte de Sartango pero eso aún hay que montarlo en el turno siguiente que supongo transcurrirá en Tirion sobre Túna. A mi parecer debería pedir permiso a Finwë para que Sartango pueda venir.
En cuanto a algún acompañante más, como comentamos en el chat, la idea es pedir a Olwë que deje venir a Elulindo y así poder desarrollar un poco la relación que Imlarië y él tuvieron ( relación maestro/alumno se entiende ). Si le gusta tanto cantar es lógico que Imlarië haya tenido influencia en él. Lo de Eärwen lo dejo a tu disposición, al fin y al cabo eres el master. Imlarië no va a pedir que la princesa venga, puede mostrar reticencias pero no se va a oponer. A mi entender es aún muy joven, una niña, pero está en las manos de Olwë decidir si quiere que ella venga por el motivo que sea.
Nada más, si veo que me he dejado de comentar alguna directriz sobre lo que Imlarië quiere ya te lo comento por chat o en el Off topic.
- Así, ¿te vas de viaje con Imlarië? - inquirió Eärwen a su hermano mayor.
Éste asintió, preparando las alforjas con sus ropas y sus enseres. Había esparcido sus cosas sobre la cama y estaba eligiendo lo más adecuado para largas jornadas en el camino, pero también para posibles encuentros con dignatarios de los vanyar y los valar.
- Yo también vengo.
No fue una pregunta. Tampoco fue un ruego. Fue una afirmación tal que Elulindo no pudo sino contemplar a su hermana pequeña entre aturdido y maravillado. Maravillado porque su resolución era inaudita, más propia de alguien ya adulto que de aquella que había sido siempre una niña a sus ojos. Y aturdidora porque, aunque había crecido en altura y cumplido su primer año de existencia, seguía siendo a ojos de todos una niña. Una niña con talento, nada caprichosa y de agradable compañía, de mente inquisitiva y de sonrisa elegante, pero una niña a fin de cuentas. Por ello aturdía su firmeza de palabra.
- Eso deberás hablarlo con nuestro señor padre.
- Lo sé. ¿Cuándo partís?
- Mañana.
- Ahí estaré.
Se fue, dejándolo solo con su equipaje. Eärwen rara vez había abandonado Alqualondë, siendo su viaje a Tol Eressëa su primer cometido como princesa cisne realmente lejos de su hogar. Su señor padre Olwë había juzgado que, con el año cumplido, había llegado el momento de aprender los deberes de una señora de la tercera casa de los Eldar, dándose a conocer a su gente en la Isla Solitaria y dejando que la conocieran.
La actividad en el astillero del puerto rara vez era frenética. Construir un barco cisne era una compleja obra en que cada tronco de mallorn, cada clavo, cada capa de brea, eran puestos a conciencia. No había un patrón único con el que construir la flota de Alqualondë. En su lugar, cada vez que se creaba un nuevo barco se probaba en el mar, sus nuevas ideas eran contrastadas contra las olas y los vientos. También cada barco reflejaba el alma de su capitán. Porque un barco nuevo nacía con su capitán y su tripulación, y siempre éstos participaban de su construcción aún cuando Olwë fuese su maestro y director de orquesta.
El navío en que Olwë trabajaba en aquellos días era una nave pensada para ser rápida. Su casco en proa estaba reforzado, pensado para romper finas capas de hielo mientras bordeaba las aguas norteñas. Una expedición anterior había surcado la costa hacia el norte el año anterior, encontrando pedazos de hielo desgajados de alguna fuente aún más al norte, y al ver los efectos devastadores sobre su nave habían regresado sin poder cartografiar aquella durísima costa. El navío nuevo era para aquellos mismos navegantes, y era más esbelto, como una flecha ágil capaz de maniobrar con velocidad en lugares con escaso espacio.
Ante una mesa llena de planos y esquemas encontró Eärwen a su señor padre Olwë. Discutía con el capitán sonre cómo incluir pértigas en los costados del navío para apartarlo de las montañas de hielo, y mientras Olwë creía que sería suficiente con ponerlas a los lados, el capitán pedía ponerlas también hacia el fondo. La joven teler, bien educada y discreta, se quedó en un segundo plano esperando a que sus mayores terminasen su discusión.
- Os digo en verdad que esos bloques de hielo no son más que una pequeña parte de lo que realmente hay. El hielo que flota en el agua se esconde bajo ésta, y si ves una colina en la superficie, significa que hay una montaña debajo. Con pértigas a los lados no es suficiente. ¿Y si para cuando nos hemos acercado lo bastante como para usarlas, por debajo ya tenemos el hielo oculto y desgarra el fondo de la nave?
Olwë sopesaba aquella información mientras dibujaba algunos esquemas sobre el papel extendido en la mesa. Dibujó dos o tres variaciones, logrando poco a poco el acuerdo del capitán del futuro barco, hasta que finalmente ambos se pusieron de acuerdo.
- Sí, eso puede que funcione - asintió el capitán -. No me desagrada.
- Harán falta metales en cantidades que no tenemos aquí. Daré un listado a mi hijo para que pida a los noldor lo que nos hace falta.
Con un choque de manos y un abrazo breve ambos sellaron su acuerdo y, por fin, Olwë se giró hacia su hija.
Las luces de la mañana se mezclaban en el cielo y en la tierra a medida que Telperion se apagaba y su mellizo iniciaba su floración. En una plaza de Alqualondë Imlarië ajustaba a su montura las alforjas con sus enseres de viaje. De su cuello colgaba la flauta de caracola, y cuando hubo terminado todas las comprobaciones la acarició pensando en una nueva melodía que había acudido a su mente en su lecho nocturno. Desde que conociese a Sartango la música parecía acudir a ella a una velocidad de vértigo, y no había finalizado una melodía nueva que dos más brotaban y le pedían paso para ser interpretadas y cantadas.
Poco a poco fueron llegando los demás expedicionarios al punto de encuentro. Imlarië saludó al enviado de la Isla Solitaria, que se mostró inquieto por ir a un lugar en el que el mar no podía divisarse. Pero fue cuando llegaron Elulindo y su hermana cuando Imlarië se quedó boquiabierta.
- Mi señor padre me ha dado el permiso - dijo la joven teler tras algunas palabras.
- Si es la voluntad de Olwë no puedo oponerme - respondió Imlarië a regañadientes.
No le hacía mucha gracia llevarla con ellos. Iba a ser un viaje largo, y aunque el camino era benévolo, significaba también que no podrían usar un paso muy veloz. ¡Cuánto tiempo alejada de Sartango, pues!
- Creí que te alegrarías de tenerme contigo - leyó su aprendiz en su alma.
- Y me alegro por ti - cerró Imlarië, y tuvo el cuidado de cerrarse a los escrutinios de su aprendiz para no mostrar más. No tenía ganas de ser preguntada por la joven sobre algo tan privado, aún cuando fuese tan evidente a ojos de todos.
La larga jornada de ascenso a través del Calacirya alternó canciones y conversaciones. Con Elulindo y Eärwen en la compañía era ineludible que junto a su maestra no compusieran piezas a coro sobre el valle iluminado, el resonar de las campanas de Tirion sobre Tüna, la belleza de la bahía de Eldamar, la majestuosidad de Taniquetil. En cuanto al emisario de Tol Eressëa, de nombre Iúlon, resultó ser un gran conversador. Habló de su hogar, de las diferencias entre la vida en la isla y la vida en aquella costa. Y por supuesto les enseñó las canciones propias de su tierra. Eärwen le acompañó con gusto, pues en su reciente viaje había estado en compañía de músicos y, como una esponja, había absorbido tanta música como el tiempo le había permitido.
Pero hubo una pieza que conmovió especialmente a Imlarië. Era sobre el hermano perdido de Iúlon, que quedó atrás en Beleriand durante la búsqueda de Elwë.
En las costas de Beleriand
Esperamos vuestro retorno
En las grutas junto al mar
Rogamos al vala Ulmo
¡La hora es, de partir!
Nos decía el señor del mar
¡Al oeste, a vivir!
En la tierra de los valar.
Pero nos faltaba nuestro señor
¡Elwë! Perdido está
¡Cómo abandonar nuestro amor!
¡Señor! Por favor, regresad...
Pero la fecha fue fijada
y hubo quien no quiso marchar
Abandonada, atrás dejada
nuestra gente quedó atrás
Adiós, hermano mío
Adiós, Círdan de mi sangre
Te esperaré sobre un navío
en las costas de Avallónë...
Llegada a Tirion.
Finwë no está, se fue a Lórien en viaje privado y lo último que se sabe de él es que iba en dirección a Valmar, donde al parecer planeaba quedarse algún tiempo. Tampoco está el príncipe Fëanor, que ha partido hace poco en una expedición de prospección.
Por ello, Sartango planea unirse a vuestra compañía e ir a Valmar al encuentro del rey.
Turno pues bastante libre para descubrir Tirion. Os alojaréis esta noche en su casa de huéspedes.
Por mucho que, en principio, le hubiese molestado el hecho de llevar consigo a Eärwen ya se había arrepentido de sus palabras y no podía negar lo innegable. La compañía de la hija de Olwë era una fuente inagotable de gozo y felicidad. Su risa, su inocencia, su sencillez, su belleza y, sobretodo, un corazón puro como la luz de Telperion, reconfortaba el espíritu de cualquiera que se encontrara a su alrededor. Era arrebatadoramente preciosa, aún siendo tan solo una niña, e irradiaba frescura y juventud. Era, sin ningún género de dudas, la princesa de los teleri, la Doncella de los Cisnes de Alqualondë.
La quería con todo su corazón, y su relación iba más allá del vínculo entre un maestro y su alumno. Aunque gran parte de sus enseñanzas versaban sobre el canto, la música y la importancia capital que esta tenía en el mundo que los rodeaba, Imlarië intentaba impregnar cada una de sus lecciones con algo mucho más importante: una actitud positiva en la vida, el respeto hacia los demás y sobretodo, la capacidad de tomar decisiones propias. Estaba satisfecha: la muchacha tenía una personalidad abrumadora.
Con su hermano había sido diferente, más impersonal, casi aséptico. Siendo como fue su primer pupilo, como suele suceder cada vez que se recorre un camino nuevo, uno no puede adivinar que se esconde detrás del siguiente recodo. Sin ninguna duda, en Elulindo convergían todas las cualidades objetivas que se pueden buscar en un músico y mejor cantante: potencia, timbre, color, vibrato y tesitura. Poseía una asombrosa capacidad melismática y un control total del diafragma y la respiración. Un amplísimo registro vocal, potencia mastodóntica, agilidad endiablada y una habilidad innata para sostener notas agudas de forma suave o muy fuerte, modificando las mismas in crescendo. Todo ello al servicio de una técnica que rozaba la perfección y de una voz aterciopelada que se apoyaba en un vibrato pesado y potente. Era, técnicamente, el alumno perfecto.
Pero ahí acababa todo. El joven teler acudía a sus clases con diligencia intentando diseccionar todas y cada una de sus lecciones, como un científico. Se preocupaba de la teoría y del mejor método para ejecutar una pieza u otra. Sin embargo era incapaz de dejarse llevar por la emoción del momento y fundirse con el espíritu de la música, una música que sin duda le entusiasmaba. Del mismo modo Imlarië tampoco fue capaz de llevar su relación más allá de lo estrictamente profesional; no consiguió escalar el muro que su alumno mantenía permanentemente levantado, ni dejar su sello en la personalidad del mismo. Tal vez había comenzado a trabajar con él demasiado tarde y Elulindo tenía ya el carácter definido, un carácter que lo llevaba a observar las cosas desde cierta distancia para poder analizarlas con frialdad, sin estar sometido al albur de los sentimientos. Era el carácter de quien sabe que algún día deberá estar preparado para tomar decisiones, el carácter de un príncipe teler.
Sin embargo, no había ninguna duda, era un buen chico. Bastaba con observarle un poco, allí, en medio del Calacirya, junto a su hermana, cantando a duo. Imlarië pudo vislumbrar mucho más del interior de Elulindo en aquellas horas de distendido viaje que en todo el tiempo que lo tuvo como alumno. Sabía por que: el aura que irradiaba Eärwen, toda despreocupación y alegría, era capaz de derribar la más sólida de las barreras que cualquiera tuviese a bien levantar entorno a su alma.
Aquella influencia no solo había obrado la magia con su hermano sino también con todos los que la rodeaban. Gaerel, tan formal y serio cuando se trataba de asuntos oficiales, se había permitido el lujo de aplaudir al compás de la música y también de reír la gracias y ocurrencias de la jovencita. Incluso se había atrevido a ironizar sobre la cara de felicidad que últimamente se reflejaba en el rostro de Imlarië y a asegurar que esta parecía más abstraída de lo normal, cosa que a su entender siempre había creído imposible. Aquello ruborizaba a la teler pero, lejos de enojarse, acrecentaba su gozo.
También, a consecuencia del ambiente distendido que reinaba, pudo, por fin, ubicar al emisario de Tol Erëssea. La canción que había interpretado, todo un canto al amor fraternal, al dolor de la separación y a la tristeza del recuerdo, había dejado al descubierto que Iúlon, así se llamaba, era hermano de Círdan.
"Con razón me era familiar su cara." - pensó Imlarië.
Aquel teler había sido, junto con ella, el más caro en el corazón de Ossë. Mientras a ella la instruía en la ciencia del mar y perfeccionaba su don, Círdan era adiestrado en el arte de la construcción de naves cisne. Juntos bebían de la profunda sabiduría y del extenso conocimiento que su maestro les proporcionaba. No obstante, Imlarië siempre se había preguntado porque el maiar ponía tanto empeño en mantenerlos unidos y en fomentar sus vínculos afectivos. Incluso llegó a pesar que había alguna razón oculta, y aunque era bien cierto que su compañero era un ser excepcional, reflexivo, sabio y complaciente, su interés por él jamás fue más allá de una mutua admiración y una sincera amistad.
Fuese como fuese, aquella relación se truncó el día en que Ulmo les anunció que volvía a por los teleri. El Señor de las Aguas Costeras, impredecible y, en ocasiones, colérico no estaba dispuesto a dejar marchar a los eldar que tanto había llegado a amar e intentó convencerlos para que continuasen junto a él, en las costas del Gran Mar. Círdan fue uno de los primeros en escuchar sus palabras, y junto con él muchos otros que lo respetaban y lo veían como un líder. Sin embargo Ossë no estaba satisfecho.
- "Imlarië, mi más preciada alumna, ¿no te quedarás aquí, junto con tu maestro?"
- "Sabes que Ulmo me reclama. Ha sido así desde el día en que nací."
- "¡Ulmo no estaba aquí mientras yo te instruía!" - su voz tronó. Se avecinaba tormenta. - "¿Así me lo agradeces?"
- "Diez edades serían insuficientes para devolverte todo lo que me has dado. Tengo una deuda de gratitud contigo que nunca podré pagar, maestro. Sin embargo..."
- "...no te puedes quedar. ¿Ni siquiera por tu madre?¿Ni siquiera por Círdan?" - se calmaba.
- "Mi madre tomó una decisión como yo he tomado la mía. Ella intuía que mi camino divergía del suyo, y aunque la tristeza de la separación siempre pesará en nuestros corazones ambas sabemos que la elección fue la correcta. En cuanto a Círdan..." - Los ojos de Ossë rebosaban amargura y, sobretodo, decepción. - "...estará bien. Es un buen elfo, sus iguales lo quieren, y presiento que está destinado a hacer grandes cosas."
- "Lo se. Pero no a tu lado..." - había claudicado.
- "No, maestro, no a mi lado."
Jamás volvimos a hablar de ello.
Hacía solo un par de horas que las campañas de Mindon Eldaliéva les habían dado la bienvenida. Desde la ventana de su habitación en la casa de huéspedes de Finwë, Imlarië observaba una ciudad preciosa, resplandeciente y pura, diferente de Alqualondë, mientras se preguntaba en que lugar de la misma se encontraba Sartango. En el Puerto de los Cisnes los muros de blanco mármol y las calles adornadas con miríadas de perlas extraídas del mar de la siempre rica Bahía de Eldamar lo impregnaban todo de un color nacarado potenciado por la luz de cientos de lámparas que iluminaban los malecones del puerto. Sin embargo en Tirion sobre Túna el color blanco de sus paredes y terrazas refulgía con la luz de los Árboles que, al contrario de Alqualondë, llegaba sin ningún impedimento desde Ezellohar. No eran necesarias las lámparas y solamente la que ardía en lo más alto de la Torre de Finwë destacaba por encima de aquella perpetua claridad.
La compañía había recorrido sus amplias calles engalanadas de diamantes y piedras preciosas en dirección a la Gran Plaza, donde se encontraba el Palacio del Rey, subiendo por interminables escaleras de cristal que se encaramaban por la colina donde estaba construida; lo que iban dejando a sus espaldas se convertía en un espectáculo colosal cada vez que giraban la vista. Cuando llegaron a la cima y Galathilion les recibió habían dejado que la belleza del lugar anegara sus espíritus. Detrás del mismo se alzaban las blancas paredes del palacio de Finwë que no hacía mucho había estado en Alqualondë invitado por Olwë, pues era bien conocida la amistad que unía a los dos reyes. Rápidamente les habían dado la bienvenida y conducido a sus aposentos. Después de discutir el plan de acción para el día siguiente cada uno se había retirado a su habitación.
Imlarië había logrado que la dejaran sola; era lo que quería y no deseaba que nada la apartara de su objetivo.
- "Ya habrá tiempo para eso, hija." - había sentenciado su Gaerel dejado patente su disconformidad.
- "Demasiado caro me es el tiempo en este momento como para perder un segundo más del estrictamente necesario, tío."
Así pues Gaerel, Iúlon, Elulindo y Eärwen se encargarían de los actos protocolarios. El Rey de los Noldor se encontraba de viaje a Valmar y su hijo Curufinwë de expedición; aún así era necesario rendir honores a la casa real. Además el príncipe Elulindo llevaba una carta importante de su padre y, al parecer, debía tratar el asunto con Mahtan, el gran herrero noldo, y el consejero más apegado a Finwë. ¡Que ellos se encarguen de los asuntos mundanos! ¡La suya si era una tarea importante!
La puerta sonó. Unos golpes débiles, indecisos.
- "¡Sartango!" - exclamó al vez al noldo de oscuro pelo y profundos ojos negros.
- "Me han dicho que estabas en la ciudad." - contestó a modo de excusa.
- "Es muy tarde..." - fue lo único que acertó balbucear.
- "No podía arriesgarme a que te fueras sin verte." - sonrió. - "¿No me dejas pasar?"
La luz de Laurelin los sorprendió abrazados.
- "Mañana partimos hacia Valmar. Necesito que me acompañes en este viaje, Sartango. ¿Lo harás?"
- "Ni todas las huestes del Innombrable me apartarían de tu lado. Mi cuerpo, mi corazón y mi alma te pertenecen. Ahora soy tuyo para siempre."
- "Ahora soy tuya para siempre." - susurró Imlarië mientras sus labios se unían de nuevo.
Bueno, no se si he tomado el camino correcto pero lo hecho, hecho está. He preferido usar este turno libre para profundizar en las relaciones de Imlarië con los elfos con los que tiene, ha tenido o tendrá relación. Me ha parecido mucho más productivo que describir Tirion, el Calarirya, el palacio de Finwë o una recepción oficial.
Aprovechando voy pincelando la historia de amor entre el noldo e Imlarië. Con razón nunca roleo mujeres. Esta es mi primera fémina y me cuesta horrores. Espero no pasarme de "cursi."
También me ha parecido muy importante aprovechar tu curro para mostrar partes interesantes del pasado de Imlarië. He creído que era un desperdicio no usar la canción de Iúlon y he trasformado las referencias que ella da en parte "viva" de la historia. Creo que ha quedado bien.
Para cualquier duda, tirón de orejas o corrección de error ya sabes que estoy atento a todo.
- ¡Es tan alta! - clamó Eärwen mirando Taniquetil, que se elevaba majestuosa sobre el lado derecho del camino que habían dejado atrás.
Habían dejado atrás ya la larga bajada desde Túna y se adentraban en las fértiles tierras orientales de Valinor. Era una tierra inundada perennemente con la luz de los árboles, que brillaban siempre como dos luces suspendidas sobre la tierra de occidente. Para la joven teler aquella era una visión extraña, pues por vez primera contemplaba una tierra alejada del Belegaer. Podía, si prestaba atención, oír en algún lugar el correr de un río o riachuelo, pero el olor a sal y a mar estaban ausentes de sus sentidos, sustituídos por la fragrancia de campos de trigo, de árboles frutales y de pastos verdes.
Se habían detenido en un recodo del camino, donde el límite de un pasto ofrecía un buen lugar para dejar a sus monturas y detenerse a comer. Sartango reunió algo de leña de una arboleda cercana mientras los teleri habían puesto algunos anzuelos en un riachuelo cercano. No tardaron mucho en pescar dos peces de buen tamaño, truchas de palmo y medio de largo, y al poco prendieron un pequeño fuego sobre el que pusieron las truchas yuna olla llena de verduras y especias.
- Es la montaña más alta del mundo - respondió Sartango -, el trono de nuestro señor Manwë.
- Pero, ¿vive ahí arriba, donde la nieve?
- En efecto, ahí está Ilmarin, y desde ahí arriba dicen que puede verse todo Aman hasta las Puertas del Amanecer. Esas nieve no se derrite jamás, por eso los noldor la llamamos Oiolossë. No es un buen lugar para vivir para sus seguidores, así que hay un palacio más bajo el nivel de las nieves, en la ladera que da a los árboles. Fíjate, ¿ves ahí?
Sartango señaló unos escarpados salientes a gran altura, donde la roca parecía afilada como cuchillos. Sobre los salientes había algo, pero desde la distancia era difícil distinguirlo con claridad.
- ¿Ahí? ¿Sobre los salientes?
- No, eso es la Casa del Águila.
- Nunca oí hablar de ella.
- A veces los seguidores de Manwë desean pasar tiempo cerca de las águilas. Eso es un refugio sobre sus nidos, lo llaman la Casa del Águila.
- ¡Tan arriba! Debe ser impresionante.
- Nunca he subido hasta allí, pero un pariente mío pasó un tiempo allí hace mucho. Decía que el mundo parecía girado, con el cielo a tu frente y el suelo a tu espalda. Pero decía que lo peor eran las rachas de viento, que son tan fuertes que pueden empujarte al vacío si no eres cuidadoso cerca de un borde.
- ¡Qué horror!
Sartango rió suavemente, una risa profunda de un adulto tomando el pelo a una niña.
- Hay cuerdas en los pasos para agarrarse, así que si se es cuidadoso he oído que no hay problema alguno. Aún así hay que respetar a la montaña.
- Pero entonces, ¿dónde está el palacio que decías? - preguntó nuevamente Eärwen.
- Mucho más abajo. Sigue los acantilados de las águilas, y baja a su izquierda, hacia Tirion. ¿Ves esas rocas de color blanco?
- Las veo... No son rocas. ¿Eso es el palacio de Manwë?
- La Casa de Roca, sí. Lo construyeron usando la piedra del lugar, por eso cuesta distinguirlo. El camino que vimos al salir de Tirion sólo alcanza hasta ahí, y desde su interior asciende un largo camino excavado en la roca hasta el corazón de la montaña. Dicen que lo cavó Aulë mismo.
La joven trató de imaginarse cómo sería ascender media montaña a través de su interior. ¿Cuántas escaleras habría? ¿Cómo sería la piedra en aquel lugar? Por más que se esforzaba le costaba siquiera concebir aquella senda. Sartango siguió señalando lugares en la montaña cuando la voz de Imlarië interrumpió a ambos.
- ¡A comer!
Eärwen se sentó junto a su maestra, que le sirvió un bol con un trozo de trucha, verduras y un trozo de pan del camino. La compañía comió con avidez, y tras eso se dispusieron a echar una siesta.
- Maestra, ¿habéis subido alguna vez a los palacios de Manwë?
- En una ocasión fui allí de peregrinaje - admitió la teler -, quería ver esta tierra bendita que había sido tan difícil de alcanzar.
- ¿Cómo es, ver el mundo desde tan arriba?
Imlarië calló por un momento y contempló la lejana Casa de la Roca. A su memoria acudió la fina senda que rodeaba la roca hasta la Casa del Águila, con el mundo terminando a sólo dos pasos de sus pies con una caída casi infinita. Recordó la gran águila que había acudido a su llegada, y sus dedos sintieron por un momento su denso plumaje como lo sintieran antaño.
- Inmensidad.
- ¿Inmensidad?
- El mundo es muy grande, Eärwen, mucho más que Alqualondë. Para nosotros los teleri es una suerte vivir junto al inmenso océano, porque lo recordamos a nuestro modo cada día. Pero el océano siempre es parecido. Desde lo alto de la montaña ves tierras muy diferentes: ríos y colinas, bosques y campos, nubes y niebla. Es un mundo ancho y grande, Eärwen, y creo que sería un error ignorarlo.
La tierra de Valinor fue transformándose con el camino. Dejaron atrás las zonas con bosques moteando aquí y allá el paisaje por tierras donde los campos y los frutales eran la norma. Los árboles cada vez parecían más y más cercanos, y aún así por algún extraño motivo nunca llegaban a molestar ni a deslumbrar.
Tirion ya era una visión lejana, y Taniquetil aparecía recortada sobre la bruma que cubría aquel caluroso día como un pálido fantasma. Las granjas se habían convertido en parte del paisaje, con grandes rebaños pastando en los campos aquí y allí, y habían sido buenos lugares para descansar. Las gentes de aquella tierra recordaron a Eärwen a los suyos, con sus elegantes cabelleras rubias y doradas recogidas en grandes trenzas para la vida del campo, aunque los vanyar eran claramente más altos que los teleri y tenían un acento algo diferente en su modo de hablar.
Una gran cúpula apareció ante ellos junto al camino, y Eärwen no tuvo que preguntar por ella, pues reconoció el Anillo del Juicio por las descripciones que había oído del lugar donde los Valar se reunían. Tras la cúpula distinguió al fin las primeras torres de Valmar, coronadas con sus afamadas campanas. Pero había algo más. Junto al camino se alzaban diversos pabellones donde eldar y maiar parecían haber montado un campamento. Fue Sartango quién habló primero.
- Parece que los Valar se han reunido.
Eärwen se quedó en silencio escuchando a sus mayores, y contempló la escena que se revelaba a medida que su montura avanzaba. Tres docenas de pabellones fueron apareciendo con sus brillantes colores y coronados con estandartes. Vio un enorme pabellón de color verde oscuro, pero no tenía paredes. En lugar de eso, en su interior parecían descansar diversos animales. A su lado otros pabellones mucho más pequeños moteaban el lugar, y se había formado una gran plaza en el centro del lugar donde parecía haber mucha animación.
- Veo el pabellón de mi señor Ulmo, y también veo el de Salmar a su lado.
Imlarië señaló un gran pabellón de color verde oscuro junto a otro de blanco y azul. A su puerta había una gran caracola del tamaño de un elfo montada sobre un pequeño carro. Inconscientemente acarició su flauta de caracola, regalo del maia, y se alegró de la oportunidad de verle de nuevo.
No tardaron en llegar hasta el lugar. En la plaza se oía música y jolgorio, con varios vanyar llegados desde Valmar charlando, bebiendo y comiendo con los seguidores de los distintos valar. Algunos de los presentes habían instalado pequeños talleres junto a sus pabellones, y uno podía oir el repiqueteo de un par de joyeros labrando piedras recién llegadas de los dominios de Aulë, o ver cómo una de las seguidoras de Yavanna trenzaba cestos.
Imlarië no tardó en encontrar a Salmar, que vestía una túnica con los mismos colores que su pabellón y, laúd en mano, animaba con su música los comensales de la improvisada taberna que se había montado junto a una fogata a un lado de la plaza. Al verla llegar, Salmar sonrió bajo su oscura barba castaña y la invitó a sumársele. Así lo hizo, y a media pieza se sumó con su flauta para deleite de los asistentes. Era una pieza que conocía bien, que evocaba el tiempo en que los Eldar cruzaron el Gran Mar para llegar a las Tierras Imperecederas.
La pieza terminó como un susurro, arrancando los aplausos del público presente mientras Imlarië y Salmar se fundían en un abrazo.
- Qué sorpresa encontraros aquí, mi menuda amiga.
- Sorpresa y fortuna, viejo amigo, pues nuestros pasos nos llevaban hacia Ulmonan. ¿Está nuestro señor en el Máhanaxar?
- En efecto.
Salmar, siempre amable y sonriente, de espíritu positivo e inasequible al desaliento, amante de la risa por la risa y el mejor de los amigos que una pudiese desear. A diferencia de sus compañeros, él era un maia diferente, singular. Sin cargas ni responsabilidades tangibles, no estaba destinado a guardar ninguna parcela del reino de Ulmo sino que, intrínsecamente a su forma de ser, tenía la libertad de ejercer su don como y cuando lo desease. Y eso era algo que sucedía continuamente.
Imlarië jamás había visto a nadie con una facilidad tan grande para crear música. Conocía grandes cantores, había sido pupila del mejor de ellos, y también excelentes interpretes de técnica depurada y voz perfecta, pero nadie que tuviese aquella innata capacidad. Las notas brotaban de su interior como un torrente de aguas vigorosas, salvajes; era, simplemente, un creador. Y no solo de melodías sino también de objetos, sobretodo, musicales.
El laúd con el que acababa de interpretar aquella alegre pieza era una obra de arte. Imlarië lo conocía de sobras, pues había tenido la suerte de estudiarlo en multitud de ocasiones : la caja de resonancia estaba sacada del caparazón de una tortuga y el mástil construido a partir de un hueso extraído del costillar de una ballena gris, abierto por la mitad y pulido por la parte redondeada. Los trastes, de fina madreperla, estaban incrustados en el mástil y las clavijas, doce pequeñas conchas de berberecho, servían para afinar seis pares de cuerdas elaboradas con finísimos hilos de alga marina laboriosamente trenzados. En sus manos, el instrumento cobraba vida propia y la música que de él manaba parecía imbuida por las cualidades de los animales que habían contribuido a su creación: la tranquilidad y sosiego de la tortuga junto con la potencia y majestuosidad de la ballena, la belleza de la madreperla hermanada con la simplicidad de los bivalvos, y todo ello aderezado con pragmatismo y eficiencia de las algas. Era pura inspiración.
También ella tenía la suerte de poseer una de las obras de Salmar: su preciada flauta de caracola. Su viejo amigo se la había regalado tiempo atrás, cuando su amistad era aún joven y su voluntad había flaqueado a orillas de las Aelin-Uial. ¿Cuánto tiempo había pasado allí, contemplando aquella tierra pantanosa moteada por decenas de lagunas de aguas puras y donde la presencia de Ulmo era casi tangible? Imposible decirlo. Sabía lo que debía hacer pero el deber quedaba contrarrestado por la añoranza. Cuando se separó de su madre no dudó pero a medida que se alejaba de ella su soledad se acrecentó hasta tal punto que llegó un momento que era incapaz de dar un paso adelante, hacia su destino, ni un paso atrás, en busca de su madre.
Apareció un día, sin más. Ni siquiera le oyó acercarse. Cuando abrió los ojos se lo encontró allí, a su lado, con aquella sonrisa perpetua en los labios, mientras hacía girar levemente las conchas de berberecho de su laúd con un gesto casi mecánico. Por su torso desnudo, tallado a cincel, resbalaba aún el agua en la que se encontraba empapado haciendo que los dibujos en forma de olas que recorrían sus brazos y hombros resaltaran a la luz de las estrellas. La barba, húmeda, se adivinaba perfectamente recortada, al igual que la abundante y larga cabellera. Era atractivo.
- "Aiya." - saludó jovialmente.
- "Aiya." - contestó prácticamente sin proponérselo. Se le antojaba extraño pero la presencia del recién aparecido no la turbaba lo más mínimo. Era como si lo conociese de toda la vida.
Mientras empezaba a rasgar las cuerdas de su extraño laúd preguntó sin más:
- "¿Bailas?"
Y allí, al compás de aquella alegre melodía que había poseído sus pequeños pies, las dudas que enturbiaban su alma empezaron a desvanecerse.
Había pasado el tiempo, sin embargo el maia no había cambiado lo más mínimo; continuaba irradiando la misma alegría y despreocupación que el primer día.
- "¿Es este uno de los Ulumúri, Imlarië?" - preguntó Eärwen sin poder disimular su admiración.
- "Lo es. Y tenemos la gran suerte de poder verlo aquí. No es frecuente encontrar uno fuera de las estancias de Ulmonan." - Decididamente había sido todo un acierto llevar a la princesa teler con ellos. La joven bebía de todo cuanto la rodeaba y absorbía los conocimientos que aquellas experiencias le proporcionaban como si de una esponja se tratase. Imlarië sabía que todo lo que pudiese aprender del mundo en que vivía trabajaba en beneficio de su educación. Por mucho que ella se esforzase en contarle historias antiguas y en instruirla, la vivencia personal era lo que más enriquecía. Y en aquella tarea Sartango estaba jugando un papel muy importante. El noldo era un compañero de viaje agradable, de conversación amena y siempre dispuesto a contar alguna anécdota sobre tal o cual lugar. El corazón de Imlarië se llenaba de gozo cada vez que veía como Eärwen le acribillaba con decenas de preguntas y como él, lejos de aborrecer la tarea, respondía de modo afable y con una sonrisa en la boca.
- "¿De que está hecho? ¿Para que sirve?" - continuó preguntando con la curiosidad que otorga la juventud de espíritu.
- "¿Sabes qué? Creo que aquí hay alguien que te puede contestar mejor que yo a eso." - dijo la teler señalando en dirección al maia. - "Eärwen, este es mi viejo amigo Salmar. El construyó los Ulumúri."
- "¿De verdad?" - exclamó asombrada mirando en dirección al interpelado.
- "De verdad joven princesa."- Incluso con aquella larga y seria túnica blanca, impropia para su fana, Salmar no podía esconder su naturaleza despreocupada. - "Los Ulumúri están hechos de madreperlas y conchas blancas engarzadas entre si de forma especial para impedir que ni una sola brizna de aire escape por hueco alguno cuando se sopla por ellos. Sirven para reproducir la música del mar. De ese modo Ulmo consigue que su voz llegue a los lugares más alejados de su reino."- Hablar de aquello divertía al maia que, lejos de darse importancia por tan magna creación, explicaba las cualidades de su obra como si se tratase de una vulgar flauta de pan. No obstante la emoción que embargaba a Eärwen no hacía más que crecer.
- "¿Puedo oír como suena?" - rogó. - "Por favor, Imlarië."
- "No creo que eso sea posible en este momento. Soplar un Ulumúri está fuera de nuestro alcance."
- "Pero Salmar si puede, maestra." - dijo sin darse por vencida aún. - "El los fabricó..."
- "Cierto." - interrumpió el maia de forma desenfadada. - "Sin embargo no es mi instrumento jovencita. Un instrumento musical debe ser tratado como un ente vivo, con un alma propia que se liga al alma del propietario. Solo cuando instrumento e interprete funden dichas almas en un solo ser se consigue el más puro de los sonidos. Eso convierte la relación entre ambos en algo único."
Imlarië aún recordaba el lejano día en que Salmar le explicó lo mismo, a orillas de las Aelin-Uial. Fue la primera vez que lo vio ponerse serio, aunque solo fuese un instante. Momentos después ya había abandonado aquel gesto adusto, tan alejado de su forma de ser, y había asido sus pequeñas manos sin avisar. Empezó a acariciar sus menudos dedos uno a uno y con suavidad, como si estudiase sus características, y dijo:
- "Hablando de instrumentos....¡ya me he cansado de tocar solo!" - su fingida indignación potenciaba la comicidad que atesoraba - "Creo que ha llegado la hora de que de empieces a tocar de verdad." - Y, sin decir nada más, se zambulló en la laguna desapareciendo al instante. Regresó al cabo de unos días, como hacía siempre, apareciendo al lado de la teler sin que esta se diera cuenta, y saludando como en su primer encuentro:
- "¡Aiya!" - exclamó entre sonrisas.
- "Aiya." - la eldar no pudo evitar que se le escapara una sonrisa.
Sin mediar palabra Salmar colgó una preciosa flauta fabricada con una hermosa caracola marina del cuello de Imlarië y mientras empezaba a rasgar las cuerdas de su laúd preguntó divertido:
- "¿Tocamos?"
Un obstinado “pero” la sacó de sus pensamientos. Eärwen no quería dar su brazo a torcer; la joven teler nunca se daba por vencida hasta lograr su objetivo. Conseguir venir en la expedición a Ulmonan daba fe de ello. Imlarië fue a hablar pero Salmar se adelantó:
- "Jovencita." - rió. - "Haré todo lo posible para que puedas escuchar el Ulumúri antes de marcharte. Hablaré con Ulmo cuando termine el Consejo, te lo prometo."- Aquello, de momento, pareció satisfacer a la princesa. Ciertamente era complicado resistirse a los encantos del maia, aún siendo una niña.
- "Hablando de Ulmo..." - aprovechó Imlarië - "...necesitamos verle con premura. Tenemos asuntos urgentes que requieren su atención."
- "Veré lo que puedo hacer, mi querida amiga. Mientras, sentiros como en vuestra propia casa." - Y despidiéndose del grupo con su característica sonrisa emprendió el camino hacia Máhanaxar.
Creo que hasta aquí es lo adecuado. Aunque hayas comentado que, tal vez, pudiese meterle mano a la reunión con Ulmo creo que es más correcto que seas tu el que la escriba. Al fin y al cabo tu tienes las respuestas y sabes hasta donde puedes explicar y que te tienes que callar, si es que hay algo que callar.
Las preguntas a hacer ya las sabes. Se han escrito e insinuado en los turnos anteriores y conversaciones contigo así que tienes todo el material para montarlo.
Cualquier duda, incorrección o lo que sea, estoy aquí para lo que sea menester.
La siguiente hora discurrió animada entre los pabellones que rodeaban el Anillo del Juicio. Reunidos en aquel lugar estaban algunos de los más allegados de los valar, tanto elfos como maiar que habían acompañado a sus señores en su viaje desde sus respectivos dominios. Aunque era habitual que los valar viajasen o incluso acudiesen a Valmar, era relativamente raro encontrarlos a todos reunidos. Sólo los asuntos de máxima importancia requerían tales reuniones, y en general se decía que sólo cuando los valar trataban de discernir la voluntad del Único era realmente necesario que lo hiciesen.
Pronto supieron algunos detalles gracias a algunos de los vanyar locales. Un grupo numeroso de éstos se había acercado desde la ciudad, y al igual que la compañía de Imlarië, vagaban curioseando por el lugar, admirando las maravillas concentradas allí de todas las tierras de Aman. Uno de ellos les dijo:
- He oído que Finwë, señor de los noldor, se reunió con Manwë y con Námo recientemente. Desde entonces es huésped en la casa de Ingwë en Valmar, y los valar se han empezado a reunir. Sólo faltan Irmo y Estë, Elbereth y Tulkas.
- En ese caso deberé ir a Valmar - dijo Sartango -, pues vine para encontrarme con mi señor Finwë.
- Nosotros no podemos ir, debemos esperar a Salmar - respondió entristecida Imlarië.
Pero no insistió. Sabía que el deber era algo importante para Sartango, y ya se había preparado para que sus caminos se separasen en Valmar, aún cuando fuese sólo por un tiempo. Ahora que el momento había llegado resultaba incómodo, más cuando no era en las circunstancias que había imaginado.
- Si terminamos rápido vendremos a la ciudad - continuó entonces Imlarië -. A menos que haya mucha prisa en regresar, me gustaría que Eärwen pueda conocer el hogar de Ingwë.
- Sería estupendo. Trataré de enviar un mensajero cuando sepa más de mi situación, si yo mismo no puedo regresar al Anillo del Juicio.
Los dos eldar se separaron del resto y se despidieron con un beso y un largo abrazo, y Sartango retomó el camino dejando los pabellones atrás. Cuando Imlarië regresó con los otros Eärwen estaba sentada junto a uno de los seguidores de Aulë, que estaba dándole una pequeña clase magistral sobre los distintos tipos de piedras preciosas que guardaba la tierra. En pie junto a ellos Elulindo parecía estar entreteniéndose con la charla, e Imlarië aprovechó la circunstancia para dejar a los dos hermanos solos. Regresó a la pequeña plaza improvisada donde había encontrado a Salmar, pero éste aún no había regresado del enorme edificio que ocupaba la colina sobre el pequeño campamento. El Máhanaxar, con sus grandes columnas y su cúpula, dominaba una visión realmente impresionante, más aún cuando desde donde se encontraban podían ver a la diestra de la colina los dos árboles en la lejanía, y a la izquierda la ciudad. Las cúpulas de Valmar refulgían con los colores del oro sobre las altas torres blancas, y la casa de Ingwë destacaba por encima del resto desde su posición privilegiada en lo alto de una loma que dominaba toda la ciudad. Fue entonces cuando apareció Iúlon.
- No se parece en nada que haya construído una mano elda - comentó el emisario de Tol Eressëa mirando el edificio circular.
Era cierto. Vanyar, noldor y teleri tenían sus costumbres y sus modos de hacer, pero todos ellos tenían un modo de hacer que en el fondo en poco se parecía al de los valar. Habían aprendido mucho de ellos, pero con aquellos conocimientos habían creado algo propio. Visto de cerca, el Máhanaxar era un edificio imponente pero de una belleza fría. Era muy grande, en cierto modo imposiblemente grande, con columnas de una decena de metros que dejaban el techo interior muy elevado. Aún así, donde uno esperaría un lugar lleno de luz, el interior parecía ensombrecido, como si una nube hubiese cubierto el sol justo en ese lugar. Por supuesto, no era así, y aquello sólo llevaba a una pregunta: ¿qué era tan importante o secreto como para hacer que los valar no deseasen ser vistos mientras gobernaban en mundo?
Pero la frialdad del edificio quedaba patente en la falta de detalles. Las columnas eran de un material y factura exquisitas, sin una sola grieta o imperfección en el mármol blanco, pero no había relieves, ni estatuas, ni decoración de clase alguna. Era un edificio a la vez imponente y austero. Y para alguien con una sensibilidad artística tan grande como la de Imlarië, era un desperdicio en muchos sentidos. Aquel lugar era lo más parecido que existía en Valinor a un lugar dedicado al Único, y aunque no estaba cerrado a los eldar, rara vez éstos ponían pie en su interior. No había nada, salvo el tamaño y la pureza de su mármol blanco, que enalteciese la creación de Eru. ¡Y había tantas cosas que valían la pena en ella, y que podían glorificarlo! ¿Cómo era posible que aquel sitio careciese de ellas? ¿Dónde estaba la alabanza a la música de la creación? ¿A las cosas vivas bajo la luz de los árboles? ¿Y a las demás maravillas del mundo?
Pasó otra hora antes que Salmar regresase al campamento.
- Los valar esperan a sus hermanos rezagados para debatir una cuestión de suma importancia - resumió el maia -, y me temo que hasta que dicho debate haya tenido lugar no saldrán para nada.
- En tal caso, ¿creéis que me daría tiempo para acercarme a Valmar?
- Sin lugar a dudas.
Corto aquí por el momento. Puedes quedarte en el campamento y seguir indagando, o puedes acercarte a Valmar, sea sola o con los demás.
Por el off-topic responderé a tus preguntas, sobretodo las relacionadas con lo que puedas encontrarte en la casa de Ingwë si finalmente decides ir a Valmar.