El camino ascendía perezoso hacia la colina coronada con la luz plateada de Telperion. De vez en cuando, entre los árboles, podían distinguirse las cúpulas de Tirion sobre Túna bañadas en la luz del más tenue de los dos árboles, para pronto desaparecer en otro recoveco del camino. Era un ascenso suave desde la bahía de Eldamar a través del valle de Calacirya, y los caballos disfrutaban yendo al trote tan pronto sus jinetes les daban ocasión para avanzar más rápido.
Al frente de la compañía se hallaba Finwë, señor de los noldor, que regresaba a casa tras pasar unos días en Alqualondë invitado por su viejo amigo Olwë. Le habían acompañado algunos de los mejores artesanos de Tirion, que regresaban con las alforjas cargadas de los dones del mar de los teleri. Las perlas las cultivaban tal y como habían aprendido de los siervos de Ulmo, y las aguas de la bahía traían extraños tesoros desde el fondo del mar, piedras de colores hermosos y únicos redondeadas y finas al tacto. Conchas de fina madreperla se mezclaban con telas blancas y plateadas creadas por los mismos artesanos que tejían las velas de los barcos cisne.
Mahtan adelantó su montura para ponerla junto a la de su señor. El elfo era único entre los suyos, pues una fina barba cubría su rostro. Él la portaba con orgullo, como si de su propio blasón se tratase. Una fina diadema de cobre fijaba sus cabellos, que bajo la luz de las estrellas eran oscuros, pero bajo la luz de los árboles adquirían tonos marrones y rojizos.
- Tengo ganas de ver a vuestro hijo, mi señor - empezó el herrero -. Quiero ver qué ha hecho con los metales que me pidió antes de nuestra partida.
- Fëanor trama algo, lo sé - respondió Finwë -. Y sea lo que sea, lo esconde de mi.
- Es joven - rió Mahtan, y alzó un brazo haciendo un gesto con la mano para quitarle importancia -. Creo que está practicando un nuevo modo de trenzar el oro.
- ¿Sólo lo crees? Eres su maestro, deberías saber mejor qué hace tu alumno.
- A veces creo que él es el maestro. Vuestro hijo me maravilla en ocasiones, sólo he visto semejante habilidad con las manos en mi señor Aulë, cuando yo mismo era un aprendiz. Pero Fëanor en ocasiones se precipita. Puede pasar horas en un único trabajo sin cometer un solo error, y de pronto hacer algo inesperado y arruinarlo. Si algún día consigue ser paciente, será el mejor herrero de toda la ciudad.
Mahtan se encogió de hombros, pues el título de mejor herrero de la ciudad se lo disputaba informalmente con otros compañeros herreros. Se acarició la barba y miró colina arriba. Desde donde estaban aún podían divisar la luz de las estrellas, pero pronto Telperion empezaría a brillar, y en la ciudad eso apagaría su luz de los cielos. Se había acostumbrado a su compañía en Alqualondë, le recordaba los tiempos en que su pueblo viajó bajo las estrellas a través de tierras salvajes e innombradas. Era una de las pocas cosas que no le gustaban de la ciudad de los noldor cuando la luz dorada lo cubría todo y volvía el cielo azul.
Transcurrieron algunas horas más, y cuando la luz de los árboles empezó a mezclarse la compañía alcanzó al fin la cima del camino. Las primeras casas recibieron a los viajeros con sus largas sombras, y los noldor más madrugadores les saludaron a medida que se dirigían hacia sus tareas del día. Finwë dio un rodeo al pasar cerca de las calles que habían pertenecido a la gente de Ingwë. Era sabido que al señor de los noldor le entristecía ver una parte de Tirion abandonada desde que los vanyar decidiesen ir a vivir junto a los Valar, y aquello no sorprendió a nadie. Lo que sí sorprendió a los compañeros del rey era su semblante apesumbrado. Desde su salida de Alqualondë apenas había hablado con nadie, y se había limitado a hacer comentarios breves a cualquiera que tratase de entablar una conversación con él.
Pasaron así de largo de la alta torre de Mindon Eldiélava, cuya luz de plata brillaba con fuerza aquella radiante mañana de cielos limpios, y llegaron a la gran plaza de la ciudad. El árbol blanco de Yavanna apareció ante ellos, viva imagen de Telperion, y las blancas paredes de la casa de Finwë con él. La compañía se detuvo y desmontaron, dejando a los caballos beber en una de las fuentes que rodeaban la gran plaza. Las campanas de una torre cercana empezaron a sonar, avisando a los habitantes de la ciudad que su señor había regresado. Mientras empezaban a quitar las alforjas de los caballos, empezaron a llegar a la plaza esposas y hermanos de los miembros de la compañía, y poco a poco ésta se fue dispersando entre despedidas y promesas de verse pronto. Pasado un tiempo sólo Mahtan y Finwë quedaban en el lugar.
- ¿No vas a ir a casa? - le preguntó el herrero a su señor -. Fëanor debe estar en el taller, he visto humo saliendo de su chimenea hace un rato.
- Sí, supongo que tienes razón.
Los dos elfos entraron cargando sendos sacos con los regalos de Olwë y otros bienes que Finwë había traído. Como era de esperar Fëanor no estaba en los salones de la casa, pero pronto le encontraron en el taller rodeado de extraños moldes de arcilla. El joven elda se alegró al ver a su maestro y le dio un abrazo cariñoso. Con su padre se tensó y le saludó con una sonrisa.
- ¿Habéis tenido un buen viaje, padre?
- Sí... Aunque debo partir enseguida, hijo - respondió Finwë.
- ¿Tan pronto? ¿Y a dónde váis? - inquirió Fëanor.
- A Lorien.
Se hizo un silencio momentaneo. Mahtan se sintió fuera de lugar, y discretamente se acercó a la puerta del taller para salir de la conversación que intuía entre padre e hijo.
- Vengo contigo.
- No - cerró tajante Finwë.
- Es mi madre.
- Y es mi esposa.
- Regresará. Lo sé.
- Sí, hijo, regresará... - pero Finwë dijo aquello con escaso convencimiento.
- Y por eso vengo.
- He dicho que no - insistió Finwë -. No me hagas enfadar, hijo.
Los ojos de Fëanor habrían podido quemar, si se hubiesen dirigido a un trozo de tela o de madera, pero su padre soportó estoico aquella mirada indignada.
- Está bien - capituló el joven -. Obedezco, pero a disgusto.
Fëanor dio media vuelta y se acercó a la mesa de trabajo, donde cubrió con un mantel su trabajo de los últimos días. Finwë, que no esperaba ya nada más de aquel encuentro, no dijo más y se fue. Mahtan se quedó a solas con el primogénito de Finwë.
- Escucha, hijo. Tu padre está cansado después del viaje. Déjale un poco de tiempo para hablar con él, ¿de acuerdo?
Fëanor al principio pareció como si quisiera aumentar su rabia interior, pero las palabras de Mahtan le desarbolaron por completo y se tranquilizó.
- Pronto hará dos años que mi madre me dejó solo. ¿Qué hay de malo en querer verla? No puede irse de Arda hasta que el mundo cambie, así que sé que volverá. Si voy a ella, quizás vuelva antes.
Mahtan no supo qué responder al joven Elda, así que se limitó a echar un vistado a los trabajos de su pupilo. Una diadema hecha de oro con trenzados de plata parecía ser el objeto más reciente, la obra suprema de sus aprendices. Era un trabajo magnífico.
- Aún tengo que ponerle las perlas - se quejó Fëanor -. Y aún estoy buscando una piedra digna de la frente.
Mahtan le palmeó el hombro asistiendo y suspiró.
Fue al día siguiente, con Finwë ya en camino, que Mahtan regresó al taller de Fëanor. Lo encontró devorando un tratado sobre aleaciones y propiedades de los metales, y a juzgar por algunas piezas de forja sobre una mesa cercana, había estado practicando. Fëanor alzó los ojos primero, y después fue su rostro el que los siguió para esbozar una sonrisa tranquila a su maestro en los misterios de la forja. Aquello fue tranquilizador, pues significaba que el joven había logrado dejar atrás su enfado del día anterior. Siempre era así, cuando su espíritu se arremolinaba alrededor de una idea, su pasión podía llegar a ser imposible de contener, y si era algo que le hacía enfadar, con mucha más razón; pero del mismo modo era capaz de abstraerse de sus pasiones mundanas y centrarse en la creación y la artesanía, y aquello le templaba y le devolvía la calma que a veces le abandonaba.
Mahtan extrajo de su zurrón un tomo grueso, encuadernado con cuero de un color marrón oscuro, aunque los bordes estaban bañados en oro. Tomándolo con cuidado entre sus manos lo entregó a su pupilo, que rápidamente enrolló el pergamino sobre metales para descubrir qué maravilla le había traído su maestro. Examinó el título, y alzó la mirada con una pregunta en sus ojos.
- Esto no son sarat de Rúmil. Esto está escrito en valarin.
- Del puño y letra de mi maestro Aulë - fue la respuesta de Mahtan -, que me entregó hace tiempo cuando abrí mi taller en Tirion sobre Túna.
- Yo no sé valarin - se quejó Fëanor -, al menos no lo suficiente como para leer esto. ¿Qué dice aquí? "De la tierra", y "rocas"...
- "De los tesoros de la tierra y sus maravillas". Al menos, esa traducción es la que me dio en su día un viejo amigo vanya que me visitó. Yo tampoco sé mucho valarin, Fëanor, pero decías que buscabas una piedra digna de la frente de tu madre.
Mahtan abrió el volumen directamente sobre las manos de su pupilo, y tras hojearlo un poco, llegó a una página con algunas ilustraciones de piedras preciosas. Estaban presentadas en tintas de distintos colores, con una exquisita riqueza en el acabado. Por encima de las demás ilustraciones destacaba la de una gema de color oscuro, que parecía brillar con la luz de una estrella en su interior.
- Zafiros estrellados. Extremadamente raros. Cuando uno mira uno, puede contemplar una estrella brillando en las profundidades de la joya. Aulë decía que los zafiros estrellados nacieron durante la Canción de la Creación, cuando su voz y la de Varda unieron por un momento el cielo y la tierra.
- No los conocía, y jamás he visto uno. Me gustaría uno para el regalo.
- Lo imaginaba - sonrió Mahtan, y giró la página del manuscrito -. Mira, aquí hay un mapa de las Pélori del sur.
El dedo del maestro se posó en un lugar alejado de la baía de Eldamar, accesible sólo desde las tierras interiores, a como mínimo una semana de viaje hacia el sur. Había algunas indicaciones escritas junto al mapa, pero no podía leerlas.
- Si he leído bien, en esta región hay unos afloramientos que contienen estos zafiros estrellados.
- Eres el mejor maestro de todo Valinor - dijo Fëanor -, y un verdadero amigo.
El joven se levantó y dejó el libro a un lado, y después se fundió en un abrazo fuerte con un Mahtan sorprendido por la reacción de su alumno. Sólo tras un momento de pausa devolvió el abrazo con unas palmadas al hombro.
- Me alegro que te haya gustado mi idea.
- Será perfecto.
Habían transcurrido varios días desde que Finwë dejara Tirion sobre Túna hacia el este primero, y hacia el sur después. Sólo unos pocos allegados sabían a dónde se dirigía, aunque estaba tranquilo yendo solo porque el camino era un viejo conocido para él. Más le preocupaba lo que le esperaba al final del recorrido.
Al principio los campos y las granjas que moteaban los paisajes de Valinor se le antojaban como el preludio a la esperanza, pues cada vez que tomaba el camino hacia Lórien ardía en su corazón el deseo que su amada esposa despertaría al fin al llegar a su lado. ¿Cuántas canciones había compuesto en aquel camino? ¿Cuántas poesías? Amor, lamento, esperanza, desesperación. Los caminos de Valinor habían conocido aquello y mucho más. Al pasar junto a un estanque en que había tomado por costumbre descansar en sus viajes recordó las amargas noches de lágrimas, lejos de la mirada de sus súbditos y de los demás habitantes de las Tierras Imperecederas. Ni siquiera sus amadas estrellas eran testigos de aquellos momentos de intimidad, ocultas tras la plateada luz de Telperion que todo lo inundaba.
Tras cruzar aquella tierra una fina niebla todo lo cubría, y los campos se tornaban bosques. El aire templado se llenaba con el fragrante aroma de los cedros y los tejos en las horas en que Laurelin descansaba, y en la hierba pequeñas luciérnagas iluminaban aquellas horas crepusculares. Cuando el cielo se tornaba azul la tierra se llenaba de vida, con los cantos de los pájaros resonando desde todos los rincones de la tierra.
Una tarde un canto lejano empezó a sonar en algún lugar, fundiéndose con los trinos de los ruiseñores. Pero a medida que avanzaba el señor de los noldor frenaba su caballo de modo inconsciente, y cuando se percató de ello ya se había detenido por completo. Entre la tenue neblina que empezaba a formarse con la mezcla de las luces alcanzó a ver una mujer vestida con el color de la luz de las estrellas, y su voz era un triste lamento de solitud. Finwë bajó del caballo y saludó con respeto a la dama, agachando la cabeza. Tras eso, se quedó quieto escuchando la voz de aquella habitante de las Tierras Imperecederas, que detuvo su paso al ver al elda. La melodía se fue apagando hasta que sólo los cantos de los pájaros llenaron el vacío dejado por el silencio. La mujer casi parecía irradiar una tenue luz, acentuada por sus tristes ojos pálidos, aunque sus cabellos eran tan oscuros que parecían de la misma materia que el cielo en la Tierra Media.
- Os saludo, Finwë. Bienvenido a los jardines de Lorien.
- Es un placer volver a veros, dama Melilóth.
- Mi señor Irmo predijo vuestra llegada y me envió a vuestro encuentro nuevamente. ¿Habéis tenido un buen viaje?
- Como los anteriores - respondió esquivo Finwë.
Melilóth se acercó a Finwë y en sus manos había algo envuelto en una tela sedosa. Finwë aceptó con humildad el pan de viaje, desenvolviéndolo y tomando un bocado. Entonces ella extrajo de su cinto una pequeña botella y sirvió a Finwë un fino aguardiente que reparó todo cansancio en él.
Finwë se volvió hacia su montura y le palmeó el grueso cuello. Después sacó un par de manzanas de un zurrón y las dio de comer al caballo, que las aceptó encantado y glotón.
- Encuéntrame aquí mañana, cuando las luces se mezclen al atardecer - le susurró Finwë mientras le daba la segunda manzana, y el caballo se alejó al trote contento de poder vagar libre por aquellos parajes.
Finwë entonces siguió a Melilóth a través de las laberínticas arboledas, internándose en aquellas tierras tan diferentes de las que su gente moraba. Al principio se sintió algo mejor, algo que Lorien siempre le provocaba, pero pronto su dolor regresó y fue desvaneciendo toda la paz que le daba aquel sitio.
- Decidme, señora. ¿Qué era esa canción que cantábais?
- ¿Sabéis por qué mi señor Irmo siempre me envía a mi a buscaros, Finwë de los noldor?
- Me respondéis con otra pregunta, que además se me antoja un acertijo. Pero desconozco la respuesta. Creía que vos érais la encargada de guiar a los visitantes hacia el interior de estos jardines.
- No vine yo a recibiros la primera vez que estuvisteis aquí, ni muchas de las siguientes. Sólo desde hace un tiempo, desde que vuestra pérdida parece no terminar nunca. Yo también he perdido a alguien, y espero su regreso.
- ¿Es pues dolor por su pérdida lo que podía sentir en vuestra voz?
- Dolor, y esperanza menguante quizás. Porque ya hace mucho que mi hermana mayor se fue a la Tierra Media, y temo que no quiera regresar a estos jardines.
Finwë asintió en silencio. La canción le había tocado algo en el alma y quizás era porque ambos habían perdido y esperaban recuperar algún día a un ser querido.
- ¿Cuánto hace que esperáis?
- Desde que Oromë os encontrara en Cuiviénen. Mi hermana se marchó a vuestro encuentro poco después.
- Eso es mucho tiempo. ¿Cómo conserváis la esperanza?
- No la conservo. Sé que no regresará.
Aquello dolió a Finwë. ¿Qué trataba de hacer Irmo, enviándole a alguien con tal pérdida a Finwë?
- ¿Puedo saber el motivo?
- Encontró lo que buscaba, y ahora reina un reino en Beleriand junto a su esposo Elwë.
Finwë se quedó perplejo. Elwë había sido uno de sus mejores amigos y compañeros, y su pérdida en las tierras salvajes de Beleriand durante la larga marcha hacia el Oeste aún pesaba en él.
- ¿Elwë vive?
- Eso me dijo uno de los siervos de Ulmo. Mi señor Irmo cree que si os llego a conocer bien, podré entender mejor a mi hermana y sus motivos.
Aquello disipó un poco los miedos de Finwë. El vala no había enviado aquella mujer a él para hallar consuelo en sus penas mutuas, sino tan sólo para mitigar las de Melilóth. El corazón de Finwë se regocijó sin embargo, pues su amor por Elwë era grande, y saber que vivía y que había creado un reino en algún lugar le reconfortó como pocas cosas lo habían hecho en mucho tiempo.
El camino siguió en silencio, pero los pensamientos de Finwë regresaron al tiempo en que visitara junto a Elwë aquellos parajes tiempo atrás. Su memoria regresó a la primera vez que pisó Lórien, y de pronto recordó a las damas de Estë que cantaron y danzaron en su honor. Borrosa pero sin duda presente, vio a alguien muy parecido a Melilóth en sus recuerdos.
Pasó largo tiempo antes que alcanzaran al fin el lugar donde descansaba Míriel. Estaba rodeada de amapolas en flor, recostada sobre una fina manta de lana clara a los pies de un enorme árbol blanco rodeado de cedros. A su lado una de las damas de Estë guardaba el cuerpo inerte tocando una melancólica flauta apenas audible de cuán bajo brotaban sus notas. La melodía se interrumpió al llegar el viajero, y la dama se alzó para darle la bienvenida.
- Y yo os estoy agradecido por cuidar de mi esposa.
- Sólo podemos asegurarnos que el cuerpo siga incorrupto, para que pueda regresar a él cuando haya descansado en Mandos.
La dama de Estë no dijo más y se alejó en dirección a un pequeño torrente que cruzaba el bosque no muy lejos de ahí. Melilóth se sentó a descansar en un lugar cercano mientras Finwë se sentaba junto a Míriel tomando su fría mano entre las suyas. Se quedó largo tiempo en silencio, con lágrimas cerca de sus ojos.
- Mi amor, ¿por qué no regresas? ¿Por qué no quieres regresar a mi lado?
Pero como todas las veces anteriores no hubo respuesta.
- Fëanor ansia tanto conocerte, quiere tanto que llegue el día en que dejes las Estancias de Mandos... - y cortó sus palabras con un fuerte suspiro.
- Pero algo me dice que no quieres regresar. De querer hacerlo, ¿acaso no habrías ya regresado a mi lado? Estoy solo, Míriel. Me has dejado solo. ¿Por qué? Fëanor no puede llenar el vacío que ocupabas tu.
Había dolor en las palabras de Finwë, pero también había desesperación y rabia.
- ¿Por qué no se lo preguntas? - dijo Melilóth -. Namo acude a menudo a Valmar desde las Estancias de Espera. ¿Por qué no le pides que hable con ella?
Finwë se quedó aturdido ante aquellas palabras.
- ¿Es eso siquiera posible? ¿Puede un alma en Mandos siquiera hablar?
- Con el señor de las Estancias, desde luego que sí.
Finwë jamás imaginó aquello posible. Ahora que lo sabía, sólo podía pensar en regresar a Tirion y pedir audiencia ante los Valar.
Ante las puertas doradas de la ciudad de Valmar se extendía el Anillo del Juicio, donde los Valar se reunían y donde los eldar pedían audiencia ante estos. El corcel de Finwë bufó al detenerse ante el edificio de blanco mármol. Era circular, sobre una pequeña loma, y estaba abierto por todos lados pues en lugar de paredes tenía columnas sustentando una gran cúpula dorada. Se encontraba cerca de la collina de Ezellohar desde donde los árboles iluminaban Valinor, y las luces de Laurelin y Telperion bañaban los tronos de los Valar, visibles desde la distancia.
El señor de los noldor desmontó y su corcel se acercó a un prado cercano para pastar. Finwë se sentía nervioso. Una larga escalinata ascendía recta hacia el Máhanaxar, y junto a su entrada pudo ver un poste donde el águila que Manwë le había regalado tiempo atrás reposaba. Era la misma águila que había enviado desde Tirion pidiendo audiencia ante el señor de los Valar. Tras ella, entre las columnas, pudo distinguir la figura alta y plateada del señor de todo Valinor.
Se acercó un paje a ofrecerle bebida y pan, que Finwë aceptó de buen grado. Estaba tenso. Sabía que lo que le llevaba a aquel lugar era algo que muchos no podrían entender, y había emprendido el viaje solo. Por el camino había encontrado caras conocidas, pero había rechazado su compañía por temor a acobardarse de sus intenciones. El agua apagó su sed, y el pan mitigó su cansancio. Tras tomarlos, ascendió las escaleras bajo las últimas luces de Laurelin de aquella jornada. Nadie le molestó, los Valar rara vez requerían la presencia de siervos en aquel lugar en que los eldar podían sentir la presencia de Ilúvatar con más fuerza que en ninguna otra parte. A mitad de su ascenso se dio cuenta que uno de los tronos estaba ocupado, una figura oscura que sólo podía ser Namo.
Al llegar a las puertas del Anillo del Juicio Finwë tornó sus ojos momentaneamente hacia los árboles, y vio cómo Telperion había empezado a brillar. Las luces se mezclaron y su corazón bombeó con fuerza. Regresó la mirada ante lo que le esperaba, y vio que su señor Manwë había tomado su trono a la zurda de Namo. Finwë entró a través de las columnas y se dirigió en silencio al centro del Anillo, su cabeza gacha en señal de respeto.
- Finwë de la Segunda Casa de los Eldar, te encuentras hoy ante mi en el Anillo del Juicio. ¿Qué te trae a este lugar?
La voz de Manwë sonó serena. No era una voz atronadora, ni desafiante, ni superior. Era la voz de un ser sabio y preocupado porque entendía que aquel viaje en solitario sólo podía significar que algo importante vivía en el pensamiento del señor de los noldor. Finwë hizo una reverencia ante Manwë, y la repitió ante Namo. Sólo tras ello se atrevió a responder a la pregunta.
- Mis señores Manwë y Namo, os pido disculpas por este asunto que me trae hasta aquí y que atañe únicamente a mi persona. Conocéis bien mi deber para con mi gente, y sabéis que rara vez pido para mi. Pero estoy desconcertado, y os pido vuestro juicio en este asunto que acae sobre mi casa.
- Hablad pues con libertad, Finwë. Os escuchamos.
Y Finwë relató la historia ya conocida, de cómo su amada Miriel había dejado atrás el cuerpo y ahora yacía muerta e incorrupta en Lórien bajo los cuidados de las damas de Estë. Narró cómo su corazón sufría, y recordó la promesa de los Valar sobre Valinor la Bendecida, donde todos los sufrimientos del cuerpo y el alma tienen curación.
- Y yo anhelo, mis señores, crear mi linaje. Mis amigos y mis vasallos florecen bajo las luces de los árboles, y sus casas se extienden bajo las estrellas. Pero yo sólo tengo a mi hijo Fëanor, y el dolor que me produce ver a mi esposa yaciente en Lórien quema mis entrañas con cada día que pasa. He sabido recientemente que mi señor Namo puede hablar con los espíritus que viven en Mandos, y os ruego si tal cosa es cierta que me digáis por qué mi esposa no regresa a mi lado. ¿Cuándo lo hará? ¿Cuándo hallará sanación en esta tierra bendita?
Un extraño pesar pareció descender sobre los hombros de Manwë, pero Namo se mantuvo imperturbable todo aquel tiempo. Se produjo un largo silencio mientras el señor de los Valar pensaba su respuesta.
- Tu petición es harto compleja, Finwë de los noldor, pues la muerte no es el destino que reservó para los tuyos Ilúvatar. Sobre esto debo meditar, y te daré respuesta.
- Y yo puedo darte respuesta a tu pregunta - añadió Namo -, pues he conversado con Miriel en más de una ocasión. Y no es su deseo regresar al mundo de los vivos.
Finwë se quedó perplejo.
- ¿Por qué?
Pero el señor de Mandos no respondió.
- ¿Por qué no quiere regresar? ¿Qué he hecho para que no quiera regresar?
- Por favor, Finwë de los noldor. Os pedimos que os marchéis hasta que tengamos respuesta a estas, vuestras cuestiones. Debemos consultar a los demás Ainur sobre esto, pues tal situación es extraña y debemos discernir cuál es el juicio de Ilúvatar.
Finwë se quedó aún más perplejo, pero tras un momento de incredulidad bajó la cabeza en señal de respeto y acató las palabras de Manwë.
- En tal caso, esperaré el juicio de los Valar. Y si es posible, mi señor Namo, me gustaría que respondiérais a mi pregunta. ¿Por qué mi esposa no desea regresar a mi lado, a su esposo y a su hijo? ¿Acaso no entiende cuánto desea Fëanor conocerla? ¿Cuánto anhela aprender de ella y tener una madre? Pues sólo él en todo Valinor es un hijo sin madre, y eso es algo que ningún elda puede sanar. Pronto hará dos años de los árboles que abandonase su cuerpo para descansar en Mandos. ¿Cuánto tiempo más necesita reposar?
- El alma que se encuentra en Mandos es libre de dar o no esa respuesta. Si la da, os la transmitiré.
Finwë pareció contentarse con aquella respuesta de Namo. Hizo una última reverencia y se encaminó hacia las escaleras, dejando atrás el Anillo del Juicio y los Valar que moraban en él. Si se hubiese girado habría visto el rostro de Manwë apesumbrado. El águila que había en la puerta entró tras Finwë y se posó en el centro del edificio.
- Amiga mía - dijo Manwë -, convoca a nuestros hermanos y después regresa al lado de Finwë. Arda Maculada aún tiene heridas que sanar, y necesito de su sabiduría para este empeño.