"Preservation Hall. Now that's where you'll find all of the greats." — Louis Armstrong
La historia de Preservation Hall se remonta a la década de 1950 en Associated Artists, una pequeña galería de arte en 726 St. Peter Street en el French Quarter de Nueva Orleans. Al abrir la galería, el propietario Larry Borenstein descubrió que restringía su capacidad de asistir a los pocos conciertos de jazz locales que quedaban y comenzó a invitar a estos músicos a realizar "sesiones de ensayo" en la galería.
Preservation Hall se estableció en 1961 para preservar, perpetuar y proteger el Jazz tradicional de Nueva Orleans. Siendo como es un lugar de música está dividida en, una banda de gira (la Preservation Hall Jazz Band), un sello discográfico y una organización sin fines de lucro, Preservation Hall continúa su misión hoy como la piedra angular de la música y la cultura de Nueva Orleans. Situado en el corazón del French Quarter, Preservation Hall organiza conciertos íntimos y acústicos de jazz de Nueva Orleans todas las noches con algunos de los mejores intérpretes de Nueva Orleans, mostrando un legado musical que se remonta a los orígenes del jazz.
Habéis coincidido una noche de invierno, aún no ha empezado el ambiente de carnaval, no lo hará hasta el día 6 de Enero y es una época relativamente tranquila en Nueva Orleans, hay turistas, pero no tantos como dentro de unos meses.
La música invade el local dando vida a sentimientos humanos que casi habiaís olvidado, casi podéis sentir ese característico calor humano que os ayuda a no perderos en un camino de no retorno. Bienvenidas al Preservation Hall.
Esta noche te apetecía salir y observar sin ser molestada, estas tranquilamente sentada, difrutando de la música con una copa delante, cuando entra una pareja de cainitas al local.
Ella poseedora de una belleza espectacular parece iluminar todo el local, hasta el punto de que algún músico, fascinado por su presencia, pierde el hilo de la partitura y por un segundo se detiene la música para de nuevo volver a continuar.
Él la sujeta del brazo con firmeza y delicadeza a la vez.
Dejo a tu criterio decidir si conoces al acompañante XD.
Entras al local y las miradas de muchos curiosos se fijan en ti, es normal, estás acostumbrada y a Jeremy le gusta. Le gusta que seas su joya, pero que seas suya, y no libera tu brazo.
Sin embargo, de entre todas las miradas hay una que llama tu atención, una elegante dama sentada tranquilamente tomándose una copa.
Era temprano, la clase de hora nocturna donde los humanos revoloteaban alegres, descuidados y en grupos, alentados por el jolgorio y la incertidumbre que la noche siempre traía consigo, en particular durante los meses fríos y lánguidos, donde buscaban refugio en bares y locales similares hasta la hora de cierre: 2am. Aquella podría haber sido una velada como cualquier otra, amenizada por la música y el prestigio de aquel lugar y, sin embargo, la coincidente presencia de tres Vástagos resultaba imposible de obviar.
Preservation Hall era un hito histórico, un lugar del que Lavonne había oído hablar íntimamente y sobre el cual había leído cuanto había sabido encontrar en la red. Podría, de haber querido, contar historias y anécdotas como si hubiese estado presente ensu acontecimiento, pero aquella noche era tan sólo para disfrutar y dejarse envolver por la esencia única e inimitable del lugar. Era una parada obligada, siéndole imposible ocultar la emoción de estar allí, de ser partícipe de su carácter y resonancia tan diferente a cualquier local de jazz que había visitado en Londres. Por eso, quizás, no reparó de inmediato en la presencia de aquella dama, embriagada por la novedad y la excitación.
Habían llegado media hora antes, aproximadamente, ella cogida del brazo de él del modo que haría cualquier pareja. Sin embargo, no había color entre ellos; la mujer, en apariencia ligeramente más mayor que él, arrastraba toda la atención sin esfuerzo alguno, como un don otorgado para el que evidentemente no había tenido que trabajar en absoluto. Era esa clase de belleza elegante y natural, rodeada por un halo de inocencia que iba con la palidez de su piel y el color rubio de sus rizos. Pero la gran diferencia se hallaba en que, mientras él evidenciaba esos rasgos sutiles pero apreciables de un Vástago, ella no. Ella estaba a un suspiro de ser humana, de no ser por las gafas de sol, grandes y con forma felina, que evidentemente encubrían algo que no debía ser visto. Ambos permanecían junto a la barra, en un recodo ligeramente apartado, intercambiando comentarios breves sin llegar a conversar en profundidad, aparentemente disfrutando más de la música que de la presencia mutua. No fue hasta que cruzó varias miradas con la dama que decidió levantarse, inclinándose sobre el oído de su acompañante, extendiéndose la conversación casi un minuto, antes de recoger su copa y recorrer el local hacia ella esgrimiendo una cálida sonrisa perfectamente ensayada.
-Disculpe, Madam -interrumpió, inclinando ligeramente la cabeza en su favor a modo de saludo-. ¿Sería mucha molestia acompañarla si no espera a nadie?
La música, el aire fresco de la noche que trae en sus brazos retazos de la tibia dulzura de las flores me hace ensoñar sentada en la mesa del antiguo e histórico lugar, mis brazos están cruzados sobre mi regazo, mis piernas también aunque uno de mis pies, el que está colgando en el aire, se mueve acompañando la melodía de la batería. No estoy a la defensiva como dirían los lectores del lenguaje corporal, sino ensimismada, íntima, encerrada en una crisálida intangible e invisible.
Por eso, la voz suave y meliflua me saca de mi mundo interior como un lago de superficie cristalina y calma en el que se posa el pétalo fragante de una flor inmaculada. La armonía se ha roto, pero casi que vale la pena... O mejor dicho, está por verse.
Levanto la cabeza lentamente y admiro largamente a la muchacha ante mí, tiene un halo muy particular; puedo asegurar sin vergüenza alguna que me quedo anonadada por su belleza etérea. Finalmente, tras unos largos segundos vuelvo a la vida -Por supuesto -señalo el asiento junto a mí, al otro lado de la mesa redonda y pequeña. Me siento afortunada de que tan encantadora criatura hubiera decidido acercase a mí en un lugar tan concurrido, debe tener cierto apetito por la fatalidad, asumo. El acento británico me hace sentir un poco en casa y un poco fuera de lugar también -Mi nombre es Angélica, ¿Cuál es el tuyo, querida? -devuelvo con el mismo tono acelerado de Londres.
Mil perdones por la tardanza, pero al fin he podido hacerme tiempo! :)
-Lavonne. Marie-Lavonne -puntualizó, dejando notar la procedencia francesa de su segundo nombre, a pesar de que con los años la pronunciación fuese ya en su totalidad anglosajona. Le tendió la mano para estrecharla en aquel gesto tan frío y propio de los americanos, antes de tomar asiento dejando a un lado su copa-. Mucho gusto.
Parecía sencillamente deleitada por el mero hecho de compartir mesa con una dama tan singular como ella, llevando aquella perpetua sonrisa que habría sabido sostener hasta incluso en un terremoto. Volvió el rostro ligeramente hacia la banda que animaba el lugar entre suaves acordes y una percusión que acentuaba de forma elástica la sensualidad del saxofón. Había hecho bien en insistir por acudir a aquel lugar. Después devolvió su atención a Angélica sin quitarse las gafas, y se permitió perderse un momento en las facciones de su rostro, amoldadas por las ondas de su pelo atezado, y lo elegantemente perfilados que estaban sus labios. Tenía porte, de una forma que le resultaba imposible obviar o no admirar. Estuvo segura de que era alguien importante o que, si no lo era todavía, iba a serlo.
-Siento que he interrumpido un pensamiento profundo -excusó con calma-, pero no he podido evitar acercarme. Parecía disfrutar del jazz como si lo estuviese escuchando por primera vez.
¿Y no era esa una sensación sencillamente maravillosa? Como redescubrir un libro olvidado o volverse a enamorar, percibir el aire fresco y pesado de una tormenta que está por llegar y refugiarse junto al fuego en un haz de olvido. Y había notas tristes y lacónicas en aquella canción que empujaban los sentidos con delicadeza hacia un estado de ensimismamiento. Eso también podía entenderlo, sentirlo, pero sobre todo disfrutarlo en la compañía apropiada.
Que bonita canción! <3
Mi mano estrecha la suya, aunque sin sacarme los guantes de encaje que llevo hasta el codo. Qué par de mujeres enigmáticas que somos, ella con sus anteojos y yo con mis guantes, ella rubia y yo morena, en cierta forma la luz y la oscuridad. Bebo un sorbo de mi martini y retengo en mi boca su amargor, me despierta los sentidos y me hace apreciar lo que me rodea con más detalle. Asiento silenciosamente cuando me dice que es un gusto conocerme como diciendo al mismo tiempo que el gusto es mío y dándole la razón de que es un gusto el conocerme también. Sonrío socarrona.
-No interrumpió un pensamiento profundo, sino un sentimiento -explico -Una de las cualidades que más me gusta del jazz es que por más veces que se oiga una melodía siempre existe una variante del intérprete que le da una nueva perspectiva, profundidad o matiz -explico, alzando mi voz por sobre la música pero sin que fuera grosero o resultara incómodo -Es un efecto que permite obtener la sensación de, como bien ha señalado, escucharlo por primera vez -apoyo un codo en la mesa dejando mi mano en alto, mi muñeca gira acompañando un movimiento elegante y algo dramático -¿Y qué la trae a Nueva Orleáns, señorita Marie-Lavonne -cito su nombre tal como ella lo dijo -Será el turismo, será el amor... Será la muerte -sopeso para mí misma apoyando la yema del índice en mi mentón -¿No le molesta que la llame por su nombre, verdad? -trato de escudriñar esos ojos que sé que me miran a través del vidrio oscuro -Si nos hacemos amigas habremos dado un paso adelante y si no nos volvemos a ver podremos recordar esta charla con un grado de intimidad más ameno -justifico y me termino el trago de una sentada, luego la miro de costado y muevo la copa divertida de lado a lado hasta que la dejo sobre la mesa. Llamo al mesero para pedir otro trago, un Long Island Iced Tea -¿Usted desea algo? -pregunto con voz seductora mirándola.
-Oh. En absoluto, Angélica -respondió cuando sugirió aquel trato más cercano, lo que siempre era una frivolidad a degustar tras la fría etiqueta de inglaterra-. La noche es joven y estamos de paso; siempre estamos de paso. Me encantará recordar esta velada con el misterio y la sensibilidad que juntas aportemos.
Observó sus manos, el movimiento elegante y perfectamente descuidado de sus muñecas envueltas en aquellos magníficos guantes de encaje.A veces echaba de menos ciertas modas, el tacto suave y envolvente en fiestas donde el champán y el vino dulce corrían por cuenta de otros. Pero apreciaba sencillamente poder tocar, sentir con total libertad deslizando las manos discretamente; algo que hasta en eso las señoritas de su época se habían visto privadas.
La joven sonrió quedamente ante su pregunta, acercando el mentón a la línea que dibujaba su clavícula bajo el vestido en un gesto tímido, avergonzado casi, y arrebatadoramente genuino, como si fuese la primera vez que alguien la galanteaba. Una ocurrencia que, evidentemente, era tan improbable como que el sol amaneciese por el Norte.
-Tomaré lo mismo -pidió. Después se volvió hacia ella, contemplando sus profundos ojos oscuros a través del cristal tintado con la misma creciente sensación de quien contempla un abismo por descubrir. -Así tendremos algo más en común.
Lavonne se inclinó ligeramente en favor de la mesa, apoyando el codo sobre la superficie con la mano en alto dispuesta en un elegante gesto de bailarina sobre el que reposó el mentón mientras se perdía en la música y después en dirección a la barra. El caballero que las acompañaba las contemplaba desde allí, con el semblante fijo, impermeable a las emociones que, por otro lado, la música avivaba en ambas mujeres como un fuego crepitando en la oscura noche.
-Creo que ha errado en el orden -comentó suavemente tras meditar el comentario-. Creo que la muerte llevó al amor y este, bueno, ¿a qué no llevaría el amor? -Volvió a sonreír de nuevo, siempre con esa nota ingenua y arrebatadora perdida en la comisura-. Es señora, por cierto. Y Lady, si me apura. No es como si tuviese alguna relevancia ya después de tantas décadas pero sigue habiendo cierta distinción en decirlo en voz alta. Lady… -pronunció con pompa, con el mismo aire que se habría dado la realeza hacía más de medio siglo-. ¿Echa usted de menos el viejo mundo?
-Es cierto, el amor es un guante de seda y una corona de espinas -afirmo bajando levemente los ojos. Aspiro como si estuviera suspirando también, como si un recuerdo que cruzara mi mente en aquel momento doliera tanto que me quitara el aire y así sería si estuviera viva todavía... Aunque en cierta forma lo estaba, nadie podía sacar esa certeza de mí.
-¿Lady? -inquiero luego sorprendida -Pero qué honor -digo inclinando levemente la cabeza, sin un atisbo de sarcasmo -Esos títulos no valen nada en la eternidad, pero sí son muy prácticos para la presencia -expreso mi opinión, reconociendo de pronto al acompañante de la muchacha, ¡El mundo es un pañuelo!Ante su pregunta de si extraño el Viejo Mundo contesto -No. ¿Extraña el esclavo las cadenas? -sonrío de lado y alzo las cejas. Me inclino hacia ella -Dígale a Jeremiah que se nos una, que no sea antipático -me río con algo de maldad y muevo el brazo en dirección a él, saludándolo.
—Oh. —Tardó un segundo en recapitular, cerciorándose de que no había mencionado a su acompañante en la brevedad de la conversación.
Cadenas.
¿Era esa la razón por la que Jeremiah había rechazado acompañarla para saludar a Angélica, porque la conocía? No pudo evitar fruncir el ceño ante la incógnita, distinguiendo su esquiva figura entre la gente, gesto que quedó velado tras las amplias gafas de marca que cubrían gran parte de su rostro.
—¿Se conocen? Goodness, qué habilidoso es el destino. Cuanto más se esfuerza uno en evitarlo, más lo encuentra —comentó sin llegar a recordar del todo una cita de Jean de la Fontaine que le rondaba la mente—. Permítame excusarlo en su nombre. Hoy se encuentra algo flemático, me temo. El jazz no es santo de su devoción, pero no podía pasar por Nueva Orleans y no asistir a un concierto en Preservation Hall. Eso llevo diciéndole semanas. Y, bueno, aquí estamos.
Su sonrisa se ensanchó, volviéndose una fina pincelada rosada sobre su níveo rostro. Cadenas. Había algo en aquella mujer que no terminaba de captar, una sombra esquiva en la profundidad de su mirada que parecía bailar a su alrededor de forma incesante. Algo de su pasado, quizás, o de su presente, que traslucía brevemente en ocasiones colmándola con un aura de intrigante y tentador misterio. Era la nota discordante de la fiesta, una luz invertida que atrapaba con indiscreción todo lo demás. O algo así, sentenció sin pronunciar palabra.
—Nueva Orleans... Dígame, Angélica —pronunció con cuidado, deleitándose en la sonoridad de su hermoso nombre. Y por primera vez la miró deslizando ligeramente con los dedos las gafas hacia la punta de la nariz, inclinando el rostro, dejando entrever la peculiar luz de sus ojos y a la vez escudriñando su rostro al fin sin el emborronado tinte oscuro—. ¿Qué tiene esta ciudad que seduce tanto a Vástagos como a humanos por igual?
Quería saber más.
Lo excuso para que no tengan que venir los masters aquí a interactuar. Está para darle veracidad al personaje de Lavonne, al menos en esta escena :)
Miro hacia Jeremiah cuando lo excusa con una sonrisa socarrona entre los labios. -Oh, está flemático -me llevo una mano al mentón sosteniéndolo suavemente -Algunas cosas nunca cambian... -mis ojos van de él a los de ella, que están velados por sus lentes. Juego con el sorbete del trago con mi lengua -Espero que usted, my lady sea de temperamento sanguíneo o alguno más vivaz, de otra manera... ¡Qué aburrimiento! -expresé pecando de atrevida. Luego cambio mis manera a unas un poco más formales -Sí, nos conocemos de Londres. Viví mucho tiempo allí -sostengo como no dando importancia al asunto.
El sorbete se me queda entre los labios y no puedo evitar quedarme inmóvil cuando baja sus gafas y me muestra unos hermosos ojos, límpidos como los cielos del pueblo norteño que me vio nacer. Contengo la respiración con una mezcla de fascinación y horror, las sombras a mi alrededor se agitan imperceptiblemente ante ese destello ominosamente bello. Parpadeo un par de veces, esforzándome por salir del embrujo y finalmente logro ladear mi cabeza, con el espíritu herido aleteando dentro de mi pecho como cuando ve alguna obra de arte hermosa.
Las luces a nuestro alrededor bajan su intensidad, afectadas por mí, hasta quedarnos casi en penumbras. Esta pequeña oscuridad a nuestro alrededor me da ánimo y me envaro en la silla retomando mi postura de dama, me inclino hacia ella para hablar en confidencia -Esta ciudad es una ciudad mágica -susurro como si estuviera recitando las palabras de un hechizo guardado bajo siete sellos, puedo sentir a las sombras arremolinarse a mis espaldas dando textura a los espacios vacíos -No en sentido figurado, si no en todo sentido.
Con un movimiento preciso y elegante abandono el vaso en la mesa y me siento orientando mi cuerpo hacia mi interlocutora indicándole que en ese momento existo solo para ella -Esta construida sobre la sangre de indios y esclavos, sobre los sueños de los colonos y migrantes, sobre las palabras de Cristo, los redobles del candomblé y los muñecos del vudú -me mojo los labios aunque no es necesario sonriendo maléficamente -Tiene el libertinaje de los criollos franceses y el puritanismo de nuestros padres ingleses. Una arquitectura que evoca lo más fino de Europa y una naturaleza que engloba lo más abyecto y salvaje...-alzo las cejas divertida -Una perla inmaculada hundida en un pantano fétido lleno de alimañas... -me río pausadamente -¿Cómo no íbamos a querer vivir aquí? Me extraña que un ángel terrible como usted no quiera despertarse cada crepúsculo con el olor de las glicinas y las madreselvas, con la música de jazz flotando en el aire como una premonición... Hay mucho para amar y mucho para odiar aquí y todo está esperando por nosotros.
Su primera frase ya la cautivó por completo. Mágica…
La voz de Angélica se volvió un susurro íntimo que acompañaba la suave caída de la luz, algo de lo que ni siquiera fue del todo consciente. La atmósfera que la LaSombra creó la fue envolviendo cuidadosamente, sumergiéndola en la narración. De repente, se encontró incapaz de interrumpirla o apartar su atención de aquellas palabras que parecían estar hechizándola por completo, ejerciendo un control abrumador sobre sus sentidos.
Casi sin darse cuenta, Lavonne se inclinó hacia ella entrelanzando las manos en alto, justo debajo del rostro, posando el mentón sobre los dedos; uno de ellos, el índice, permanecía cuidadosamente sobre sus labios. ¿Qué era aquello? Parecía estar tocando todas y cada una de las teclas de un magnífico instrumento, creando la trampa perfecta compuesta por las palabras de un volumen antiguo y fascinante.
—Amar y odiar… ¿Quiere saber un secreto, Angélica? —Se acercó un poco más, casi molesta por el espacio inamovible de la mesa que había entre ellas, nadando en la seductora oscuridad de su mirada. —Llevo décadas ansiando descubrir los secretos de este lugar con una profunda desesperación, como si me hubiesen robado el alma y necesitara encontrarla a toda costa. —Sus ojos se perdieron un instante en dirección hacia la banda y su música, que no hacía sino completar aquella fortuita y exquisita charla. —En realidad, soy escritora, y no puedo evitar que mi mente se pierda entre la marea de infinitas posibilidades que se ocultan ante nuestros ojos. Tenemos el privilegio de vivir para siempre y, sin embargo, nos perdemos en nimiedades, como si fuésemos humanos, cuando podríamos ser dueños de tantas, tantísimas cosas… Empezando por nuestro propio destino. He retratado durante décadas a los nuestros, las torturas del alma y las pasiones escondidas con las que la noche los alimenta; le macabre... La crueldad. Y también lo bello. Pero aquí, en Nueva Orelans… —Suspiró quedamente, apresando el labio inferior con sus dientes perlados. —Todo eso converge y se mezcla desdibujando las líneas de lo que es y no es, y necesito saber por qué. Espero que si volvemos a vernos, pueda ayudarme, Angélica —pronunció con suavidad, deleitándose en la sonoridad de su nombre como si fuese un exquisito manjar.
Y lo más extraño de todo es que aquella ilusión genuina, la pasión velada de sus palabras y su entusiasmo, nacían nada más y nada menos que de la más sincera e inocente curiosidad.
Lavonne flirteando sin darse cuenta xD
-Sin duda las bases mágicas sobre las que está asentada la ciudad tienen mucho que ver con su atmósfera actual -reflexiono llevándome un dedo al mentón. La observo, sus gestos y su tono de voz; me doy cuenta de que su belleza es más arrebatadora porque es casual, para nada prefabricada. Por un instante me imagino fantaseando con todo lo que podría hacer con ella, y de ella, si la tuviera a mi merced.
-Quizás sí te han robado el alma -deslizo malvadamente con una sonrisa a la par -Con aburrimiento -bromeo y miro hacia su Sire mientras me termino el fondo del trago. -Los años y el desgaste pueden hacer de lo idílico una rutina asfixiante -sugiero pecando de entrometida. Saco de mi bolsito una tarjeta y se la extiendo -Si alguna vez quieres recuperar tu alma, podría ayudarte. Digamos que dando un paseo por la ciudad, ¿Te parece bien para comenzar, querida?
Me levanto y decido poner fin a nuestro encuentro, el tiempo es tirano a pesar de tenerlo todo para uno. Me acerco por el costado de la mesa y dándole la espalda a su Sire me coloco entre el rango de visión de Jeremiah y ella. Me inclino para hablarle al oído -No tengas miedo, llámame. Puedo devolverte el alma... o darte una nueva.
Creo que podríamos cerrar :)