La noche es fresca, incluso tratándose del mes de marzo.
Sentado solo, en la más absoluta oscuridad contemplo el melancólico espectáculo que acontece frente a mi: Desde la grasienta ventana del Motel uno alcanza a ver el tráfico que todavía a esta hora de la noche transita la interestatal y, partiendo de la misma, como si de una vena secundaria se tratara, la carretera que serpentea desde esa arteria hasta mi posición. 

El lugar es sórdido, miserable. Un sucio alojamiento de carretera situado a unas ochenta millas al sur de Union City. Un sucio cuchitril cuyos fulgurantes neones rosados no consiguen apaciguar los húmedos quejidos que supuran de alguno de sus departamentos.
Un oscuro grupo de casas prefabricadas, solo iluminadas por los letreros de la autopista. Bungalows unifamiliares para nada adecuados al propósito que depara al que ocupo y en el que espero pacientemente, sumido en la oscuridad la llegada del resto, de los otros.

Inapropiado. Si.
Discreto. También. 

El apartamento, este bungalow en el que me encuentro, cuenta con la premeditada adición de un sótano muy útil a nuestras particulares demandas de modo que parece todo listo para lo que la noche depara.

Al fin aparecen los coches: Tres berlinas oscuras, una detrás de otra, procedentes de vaya usted a saber donde pero perfectamente coordinadas para llegar al sitio al mismo tiempo. 
Serpentean escuálidamente el tramo de carretera que separa la Interestatal del Motel hasta que sus faros iluminan el aparcamiento de graba y se paran el tiempo justo para permitir la salida de tres figuras, una en cada coche, antes de desaparecer nuevamente engullidas por la noche y el asfalto. 

El momento ha llegado. Por fin. 
Sonrío desasosegadamente. 
Como Sacerdote que debe oficiar el parto de nuestra Manada dispongo de algo más de información. 
No mucha, solo la justa y necesaria para que todo llegue a buen puerto.

Sed bienvenidos - les digo ya situado en el umbral de la puerta, invitándolos a acceder al bungalow. 
Tomad asiento... Sentaos por favor... - ya situados en el interior.

Los prolegómenos y convencionalismos sociales no son lo mío de manera que me muestro algo incómodo en mi papel aunque no tengo dudas en su ejecución, soy perfectamente consciente de que es mía esa responsabilidad y de ninguna manera pretendo eludirla. 

El interior del departamento es algo reducido y utilitario: Una cocina comedor con una pantalla plana de televisión atornillada a una de sus desconchadas paredes; una puerta que da a una habitación con una cama maltratada por las prostitutas de la zona y un minúsculo cuarto de baño que cubre las necesidades básicas. 

El rato de más que llevo en el lugar me ha permitido prepararlo para la llegada de la compañía de manera que ya he retirado la mesita y alfombra del comedor descubriendo la trampilla que desciende al sótano. A pesar de ello me ha parecido oportuno dedicar un minuto a presentarnos y saber con quién vamos a jugarnos los cuartos en este próximo pedazo de eternidad. 

Ella es Samantha - rememoro el pequeño dossier que me facilitaron y que, una vez estudiado meticulosamente, mandé a la destructora de documentos -. Samantha Patricks - preciso -. El arzobispado le ha encomendado la complicada misión de liderar a nuestro grupo; de ser nuestra Ductus. Hagámosla digna de ese cargo - reclamo humildemente.

Klaus Rümpler - describo indicando al hombre que parece observar con cierta estupefacción, aparentemente incrédulo u ofendido ante la idea de tener que rebajarse a alternar con el resto. 

Y ella es Ginger - introduzco a la morena de pelo corto y ojos claros que parece tan incómoda o más que todos los ocupantes del meublé.

Yo soy Andrei - mis pupilas centellean nerviosas, alternando de uno a otro a los futuros integrantes de La Manada -. Si me lo permitís, seré vuestro Sacerdote; vuestro guía espiritual - aclaro con un encogimiento de hombros que precede a un sofocante y perturbador silencio que se expande rápidamente por el espacio haciéndolo irrespirable.
La oscuridad imperante, teñida del inquietante rosa chicle de la iluminación exterior dota a la escena de un ambiente irreal, fantasmagórico. 
Como debe ser. 

Bajemos - decido repentinamente azorado por la creciente incomodidad. 

Del bolsillo extraigo una pequeña cadena con una llave plateada que según me contaron debía abrir la trampilla y que, efectivamente, ejecuta esa misión.
Desciendo el corto tramo de escaleras que conduce al sótano en el que como también me aseguraron parece todo listo: Cuatro ajadas sillas dispuestas frente a una mesa en la que reposa lo necesario para el acto; un cáliz y un cuchillo afilado y unos camastros en un rincón dispuestos para sobrevivir a nuestro primer día como grupo. Nada más.

Sin mediar palabra los feligreses se sientan frente a la mesa expectantes ante mi actuación.
Para todo hay una primera vez y en mi caso ese es el debut en algo que llevo tiempo ensayando. No es como una operación, tal vez no sea algo tan delicado pero su trascendencia es mucho mayor.
Pronuncio, a pesar de todo, las palabras adecuadas antes de infringirme un severo corte en la muñeca con el que vierto mi esencia, el viscoso plasma que me dota de unas facultades increíbles al sencillo cuenco metálico, para nada ostentoso.
Como dicta el protocolo paso la vasija a nuestra futura líder que, también debidamente adiestrada, reproduce mis movimientos para ceder la copa a Klaüs y Ginger que repiten la acción devolviéndome el vaso que elevo por encima de mi cabeza no en muestra de respeto ante Dios sino todo lo contrario: Un gesto de veneración a nuestra Sangre mancillada que se mezcla místicamente en ese cáliz para dotar de personalidad propia al curioso grupo que formamos.

De nuevo pronuncio las palabras justas antes de ingerir un trago de la mezcla y pasar el cáliz al resto de Manada.
Todos beben y uno supondría que ese acto fundacional debería elevarnos a un estado de shock o alucinógeno que no llega a materializarse.
Todo es como hace unos minutos.
Pero ya nada volverá a ser igual...

Nos miramos inquietos los unos a los otros... escrutadores, tratando de descubrir a unos individuos que se suponen nuestra familia pero a los que todavía no hemos alcanzado a conocer.

Me retiro en silencio a uno de los camastros, la madrugada está próxima y pronto se empezarán a notar sus efectos.
Descansar un día, mañana nos trasladarán a nuestro Refugio en Union City para dar nuestros primeros pasos como Manada.