Partida Rol por web

14 de Febrero de 1979

El departamento de aurores estaba más alterado de lo normal y los agentes se movían de un lado a otro revisando papeles mientras las pajaritas encantadas revoloteaban sobre sus cabezas. Al parecer a la gente le había empezado a entrar el pánico y no hacía más que enviar denuncias y avisos de avistamiendo de encapuchados. Por supuesto todas eran falsas alarmas, pero había que atenderlas igual.

Aquella oficina estaba en la segunda planta del Ministerio, pero en ese momento el jefe de aurores se encontraba un par de puertas más adelante, donde se iba a proceder a inspeccionar el cadaver el mortífago.

 Finlay, como las pajaritas, revoloteaba con los pies en el suelo por el Departamento de Aurores. Esquivaba a agentes y secretarios y demás trabajadores del departamento. Tenía algo importante que decirle a Boxley. Cuando salió de la reunión no vino directamente aqui, sino que se pasó por su casa, dio una vuelta, se dejo ver incluso por el Knocktum y vino para acá de repente. Su paso era firme y andaba a largas zancadas apoyadas por un vistoso y elegante bastón de ébano negro en cuyo pomo se echibía la cabeza de un azor, símbolo inmemorial de los McKenzie. Cuando llegó a la puerta del despacho de Boxley llamó tres veces cortas y otras tres más rápidas. Era como una especie de contraseña. Solo él llamaba así, y así Boxley lo conocía.

A pesar de todo, le indignó. Es decir, Emma sabía para qué estaban allí, pero era siempre lo mismo, y vaya, era la secretaria de Boxley. Oh, sí, el señor Boxley podrá atenderle ahora, pase. Ese era su trabajo. Siempre lo mismo con los aurores.

Miró de reojo a Finlay y volvió a los archivos que había sacado esa mañana acerca de otros grupos terroristas antimuggles o que defendiesen la pureza de sangre. Sólo para de vez en cuando para atender a alguien, registrar las idas y venidas de aurores y contestar notas de Brenda Stuart, de Encantamientos Experimentales. Había preparado, también, una "nota anónima" para lo de los hombres lobo. En realidad, sólo había cogido a un amigo muggle, le había dado un trozo de pergamino y una pluma y le había dicho lo que tenía que escribir, asegurándole que era para una broma para otra persona. No le había gustado tener que hacerlo, prefería mantener a sus conocidos muggles separados de su vida mágica.

Decidió esperar a que McKencie hablara con Boxley. Aún no había decidido si presenciar la autopsia o no. Suponía que no le costaría mucho, era su deber tomar notas y registrar cosas, pero no era una perspectiva agradable. Y podrían obtener los datos después.

Edna entró con prisas en el departamento y fue directamente a la mesa de Emma.

-Emma, cariño, ¿podrías ir a la sala de autopsias? Boxley necesita un testigo y alguien que tome notas. Vamos, a ti. Espero que no te importe ver un cadáver… -la miró apoyándose en la mesa- No está mal, ya sabes, solo tiene el cráneo algo apachurrado –dijo Edna mientras se ayudaba con la mano libre para señalar la zona en la que el cadáver tenía las heridas-. Yo me quedaría para el espectáculo, pero me toca atender una de esas falsas alarmas. Estoy hasta las narices de las viejas chochas que no tienen nada mejor que hacer que creer que su vecino es un asesino. Bueno, cuento contigo. ¡Adios!

Y Edna se fue tan rápido como entró. Ahora le tocaba a Emma buscarse un compañero para la autopsia le gustase o no.

Cuando Edna Flemming apareció en escena, Finlay se estirño como si se tratase de un soldado que slauda a alguien cercano a su mando. Asiqeu Boxley ya estaba en la sala de autopsias. Ya le habían dicho a la entrada que Boxley estaba en la autopsia del muerto, pero lo había pasado por alto.

 - Señorita Angove, si no le importa, me gustaría acompañarla a la autopsia. - Le propuso Finlay a Enma

Atendió a Flemming con las cejas arqueadas, y después con un gesto de disgusto. Le caía muy bien Edna, pero en momentos como aquellos hubiera preferido un poco más de... ¿delicadeza? Se puso un poco pálida.

-Eh, claro. Ahora mismo voy -le dio tiempo a decir antes de que la aurora se marchase. Dudaba, de todas maneras, que la hubiese oído.

Miró a McKenzie con el ceño fruncido, y asintió levemente con la cabeza.

-Sí, sí. Vamos -dijo, cogiendo un rollo de pergamino, una carpeta en la que apoyarse, una pluma y un tintero.

Acompañada por el auror, se dirigió hacia Boxley, nerviosa.

La sala de autopsias se encontraba medio en penumbra y el único foco de luz provenía de un conjunto de esferas que levitaban sobre una mesa metálica en la que había un bulto cubierto con una sábana. Presumiblemente se trataba del cadáver. Cuando Emma y Finlay se acercaron, el jefe de aurores levantó la cabeza y les invitó a acercarse. Él se encontraba al otro lado de la mesa junto con el experto.

-Habéis sido rápidos -se sorprendió-. Bueno, creo que no he de recordaros que todo lo que veáis y oigáis aquí es totalmente confidencial... Señorita Angove, tome apuntes de todo aquello que crea relevante. McKenzie, usted hará de testigo. Nos os prohíbo hablar, así que si crees que pasamos algo por alto más vale que lo digáis... -les advirtió levantando una ceja.

Con un gesto le indicó al forense que podía proceder, así que el hombre levantó la sábana dejando ver el cuerpo desnudo de un hombre joven con el lado derecho de la cabeza ensangrentado.

 Finlay se acercó a la Sala de Autopsias y abrió la puerta, dejando el paso a la joven que le acompañaba con una de sus mejores sonrisas. Finlay no era de los que hacían eso para causar buena impresión. Simplemente Finlay hacía eso porque le salía. Desde niño le habían educado de tal manera, y ahora no concebía otra forma de ser. Ofrecía asientos en el autobus a ancianas, madres y discapacitados. Ofrecía su ayuda para cosas tan banales como cruzar la calle, o conseguir un taxi a alguien con poca garra. O simplemente dejar pasar a quienes van tras él.

 Cuando entró saludó a Boxley con una inclinación de cabeza. No dijo nada. Su jefe, y amigo, bien sabía que eso significaba que Finlay no quería distraer con saludos, ni fórmulas educadas. Quería que siguieran como si no hubieran entrado, y ya se lamentó del parón que debió hacer Boxley para saludarles. Mientras Enma tomaba notas, él se paseó una vez y otra al rededor del cadaver, silencioso. Con las manos en la espalda y el bastón, de cabeza plateada, en sus manos. 

-Edna Flemming nos avisó, señor Boxley -aclaró, sin apartar la vista del bulto.

¿Sería aquel el mismo con el que se había encontrado ella en Camdem? Se sorprendió a sí misma deseando que lo fuera. Se quedó un poco atrás, entre Boxley y Finlay, y apoyó el pergamino en la carpeta, lista para tomar notas. Entonces descubrieron el cuerpo, y se quedó mirándolo, fascinada y horrorizada a la vez. Apartó la vista enseguida del cadáver y empezó a tomar notas.

A Finlay le suena horrores la cara del hombre y tras unos segundos recuerda de qué le conocía.

Se trataba de Wilkes un tipo que había visto alguna que otra vez en el Caldero Chorreante. Le había oído alguna vez desbarrar sobre su jefe entre copa y copa, alguien del ministerio.

-Se trata de un sujeto de unos treinta años, pelo castaño y ojos… grises –comenzó a decir el forense mientras le abría los párpados al muerto–. Ninguna marca relevante en el rostro ni en la boca… Ni tampoco en el cuello… Tiene un par de contusiones en el pecho, pero muy superficiales. Probablemente provocadas por algún hechizo aturdidor. Creo que está claro que murió con la caída al golpearse en la cabeza…

El forense cogió entonces el brazo del cadáver y lo levantó unos centímetros.

-Lo único digno de mención es el tatuaje.

-La calavera y la serpiente… -murmuró Boxley-. Apunte eso, señorita Angove. Al parecer el sujeto se tatuó la marca que convocaron en el cielo.

Apuntaba diligentemente todo lo que escuchaba. Eso le obligaba a mantener la vista fija en el pergamino. Cuando mencionaron el tatuaje, sacó la varita del bolsillo y levantó la vista, tratando de fijar toda su atención en la marca del antebrazo. Apunto con la varita al pergamino y susurró unas palabras; el resultado fue que una réplica de la marca se dibujó en el pergamino. Sintió un escalofrío, al recordar la marca del cielo.

-¿Cuánto tardará en identificársele, señor? -preguntó, y volvió la vista hacia el pergamino para apuntar un par de cosas más. No era necesario, pero así evitaba mirar al muerto.

Finlay observó al muerto y frunció el ceño al reconocerlo. Sabía de quien se trataba, y eso no le gustaba lo más mínimo. Si fuera un cliente más del Caldero Chorreante, le daría igual de quien se tratase. Pero no solo era miembro del Caldero. Se trataba de Wilkes. Y era miembro del Ministerio, Finlay postaría su vida en ello.

 - Señor Boxley, puedo decirle el nombre. Se trata de Wilkes. Lo he visto más de una vez en el Caldereo Chorreante y... - Se dirigió a Enma Angove. - Señorita Angove, ¿sería tan amable de buscar en los archivos del Ministerio de Magia el nombre del muerto? Si, trabajaba aqui. En cuanto bebía se le soltaba la lengua como a un demonio y se ponía a despotricar sobre su jefe, el ministerio y todo lo que se ponía por delante...