Miércoles 19 de Noviembre, 2008.
Brooklyn, Nueva York. EE.UU
Amanece a duras penas en la ciudad del asfalto y los rascacielos... El invierno comienza a bostezar, junto a ti, dejándose sentir con una brisa fría y húmeda que envuelve las calles y empaña tu ventana. Como cada (odioso) día de diario, te toca madrugar.
La lujosa vida del estudiante... Madrugar para coger el metro atestado de gente, y soportar unas 7 horas de cárcel voluntaria y personal, junto a maravillosos macarras adolescentes, Cumbres Borrascosas y lecciones de química que sólo podrían aplicarse a la creación de recetas caseras de cocktel molotov.
Y aún así, hay algo en la niebla que se asoma despacio desde tu ventana, que te hace sonreír. Tal vez sea raza, y tu sangre irlandesa se sienta cómoda en los días nublados y tristes. Sin embargo, aquí las verdes praderas de las Highlands son simple cemento, con preciosos oasis de cristal.
Tu despertador suena, mitigando lo que podría ser una horripilante alarma convertida en música suave... Tal vez todos los adolescentes deberían escuchar rock, pero tú prefieres a los Corrs... Definitivamente deberías culpar a tu sangre irlandesa. Al menos sería una buena excusa.
Tu día comienza ahora, como siempre, sin sobresaltos, sin nada que cambie la rutina. Te vestirás, te asearás un poco, y comenzarás a correr por las calles hasta tomar el metro rezando sin rezar, para no llegar tarde.
Me preparo un tazón de cereales sin demasiado interés, mientras se me escapan algunos bostezos. Esta noche ha sido movida y me he levantado somnoliento y dolorido.