... triste camino has escogido, hijastro...
¿o no, oh Oráculos?
El aspecto de Turulë era fluctuante. En la distancia parecía un efecto visual producido por el calor, como los oasis en la frontera del desierto, pero al aproximarse el efecto era tornasolado, distintos aspectos se turnaban en su interior dependiendo de sus movimientos y en cómo incidía el ángulo de luz sobre estos: una superficie goteante de alquitrán con brillos de arco iris, un ceniciento y marfileño laberinto de cráneos de las más variadas dimensiones (si, el monstruo portaba un reflejo de los retos de todas sus víctimas, ya fuesen otros gigantes o insectos), y otra dimensión que parecía cambiar de tanto en tanto.
Ahora era el Jardín de las Delicias, después unas catacumbas iluminada por los vivos fuegos fuegos del infierno, más tarde el interior de una vivienda en el que una madre amamanta a su retoño mientras habla animadamente con otra mujer y una pareja de hombres, más tarde un espacio sideral incrustado de navíos, con destellos de rubíes y esmeraldas que actuaban como cañonazos en aquella noche eterna, dos minutos después una galería de pinturas vigilada por un par de lanceros adormilados.
Pero todas aquellas facetas se veían interrumpidas por los movimientos de mandíbula de Turulë y el pestañeo de sus ojos, tres heridas blancas horizontales en las que sólo se podían reconocer colmillos.
La tormenta era parte de su digestión. No le asustaba en absoluto. De la misma forma en que era capaz de contener un museo de memorabilia mortuoria con fragmentos de todas sus víctimas, su cuerpo parecía carecer de órganos internos tal y como los comprendemos. Los rayos eran sus dentelladas, los truenos sus sonidos gástricos y los oscuros nubarrones la promesa de un anhelado descanso para continuar su digestión.
Familias enteras habían perecido como víctimas colaterales de los tifones y tsunamis que Turulë podía ocasionar por el mero hecho de saciar sus apetitos. No quieras saber, peregrino, dónde se encuentran o qué efectos pueden causar sus órganos genitales.
Ambas preguntas contestadas, perdón si las preferías en distintos posts, peor como no son muy largas...
Buen domingo a todos.
Paisajes de otros mundos, unos horribles e incomprensibles, otros humanos y felices, me muestra el Mascaniños... ¿Todo eso ha vivido? ¿Alguno de ellos ha sido real, o sólo fueron las fantasmagorías tejidas por los naümitas? ¿Queda algo en él que no sea el reflejo de los mundos que ha consumido?
La pena que podría haber sentido desaparece de un plumazo al verle acumular la fuerza de la tormenta en su palma. Apenas me da tiempo a volverme y echarme sobre el catre de telas de mi hijo: a mi espalda un estallido de viento, sal, polvo y cristal infla y arranca las paredes de la tienda. Durante unos instantes todo son silbantes aullidos a nuestro alrededor y el castigo de los infinitos cortes y pinchazos de las afiladas arenas contra la piel.
A duras penas logro echar un vistazo entre mis dedos: el círculo ha volado, las sacas de provisiones se han volcado y buena parte de su contendido rueda o vuela desperdigado por el viento. Y un velo tiñe de roja y ardiente agonía mi vista: debo ocultar los ojos antes de las esquirlas los destrocen y me los arranquen de las órbitas.
Empuño con fuerza el cuchillo y me incorporo, zarandeado salvajemente mientras protejo mi rostro con el brazo. A través de la carne y de la sangre, de los párpados, los músculos y los huesos, los ojos de los muertos me muestran la sombra de Turulë, más oscura aún que la negrura de mi ceguera, y doy un paso hacia él. Es tentativo, temeroso de acabar por los suelos, de tropezar con los restos del campamento, de terminar hundido entre los recoldos abrasadores de la hoguera... pero es el primero.
El viento arrecia con furor y soy incapaz de sentir nada que no sea su rugido, su golpes, sus bofetadas, que me arrancan jirones de tela, cabello y piel... y doy un segundo paso. Y un tercero. Y el cuarto, cada uno más rápido, más largo y más feroz que el anterior. He empezado una carrera a ciegas en la que nos va la vida contra la figura inmensa del Conquistador y, al fin, salto contra él, añadiendo mi bramido al de la tormenta.
El cuchillo de piedra, hueso y madera, atraviesa el viento, demasiado grueso como para haberle dado un buen filo alguna vez, pero con una punta, peso y contundencia capaz de tronchar costillas y aplastar cuanto arrolle a su paso... sea humano o espectro.
Decidme, oh Oráculos, ¿saboreará la sangre del Llenatumbas como tantas veces ha saboreado la mía?
Y ¿qué se llevará él de mí, "tornándolo en su reflejo" como cuenta su leyenda?
¡Monedas para Ezath y Aenidë! ¡Bon profit!
Tu sangre saborea, Turulë
el cuchillo de rama, piedra y hueso
y tu sangre fantasma encierra un beso,
una sombra, un abismo y un por qué.
Tu beso es un suspiro de lamé
que su alma ha atrapado con su peso
y la sombra fugaz le lleva preso
a su pecho en que escribe su koiné
de rojas líneas que su sangre traza
y libera a su sangre y tú le centras
donde antes se encontraba el de su raza.
Y, Peregrino, en tu pecho te adentras
y él mira al hermanastro y te desplaza
a aquella soledad que te encuentras.
Mmmmh. Espero que se entienda. Me ha salido un poco traído por los pelos :S
Hundes el filo en un fluido denso que lo encierra en un beso limpio al que sigue el derramamiento de sangre, una sangre añeja, pesada, lenta, que se desliza sobre tu herramienta de destrucción a medida que comienza a devorar tu brazo. El niño, en tu interior, comienza a tararear una de las muchas nanas con las que su madre le solía apaciguar, y el cuerpo contra el que luchas parece responder, uniéndose en mil ecos, buscando el ritmo y la cadencia que le hace vibrar en una frecuencia que recorre todo su cuerpo, desde su anticorazón, hasta el centro de tu pecho, donde el coro de hermanos emplea tu cuerpo a modo de diapasón enloquecido.
Su esencia, densa y combustible va cubriendo tu cuerpo, palmo a palmo, hasta que toda tu piel deja de respirar por unos segundos, entonces se resquebraja, sorbiéndote hacia el interior de su herida, escupiéndote a un fulgor anestesiante en el que notas el empuje de dos pequeños brazos a tu espalda. Todo se vuelve a resquebrajar y eres expulsado de esa nada fulgurante, rodeado por los residuos que tu empuje a causado en las entrañas de Turulë, en un suelo de extrañas baldosas, cada una con un sello místico único.
Tus ojos aún no pueden enfocar este nuevo lugar pero escuchas el murmullo de varias voces a tu alrededor. Figuras oscuras, con rostros (o máscaras) de ave y túnicas hasta el suelo, dejan de mover los engranajes de la maquinaria que te ha escupido mientras otro par de figuras, con rostros de roedor, comienzan a limpiar la mugre blanquecina de tus ojos y el resto de tu cuerpo.
Cuando tu torso queda limpio te das cuenta de que aquello que portabas con toda la fuerza de tu alma ha sido arrancado de tu cuerpo, pero has arrastrado su mortecino cuerpo hasta este lado. El alma de tu hijo es una pluma capturada en su reflejo.
- Bienvenido a Morent, peregrino.- Sonríe un rostro humano, desde le interior del pico de un descomunal búho, sobrevolando la estancia en una órbita cuyo destino es tu vera.
La oscuridad me rodea, pesada y asfixiante, y boqueo en busca de un aire que no existe. Grito de espanto y ni un ápice del alarido llega mis oídos, que tampoco existen en esa negrura espesa. Corro sin control buscando a tientas una pared que me apoye, que me esconda y me cobije, y ni ella ni mis manos ni mis piernas existen tampoco: solo mi horror en las tieneblas como faro.
Allí abandonado el tiempo se congela y lleno el vacío con mil charlas, mil recuerdos, mil llantos y mil visiones. Llega un punto en que incluso olvido que fui yo quien les dio comienzo, quien los anima, y escucho voces y veo gente y lugares y corro hacia ellos, enloquecido y hambriento, como si fueran reales... y entonce se desvanecen, el espejismo de un oasis.
Súbitamente llega el dolor: un hilo profundo, insistente e insoportable, pues en este mundo no hay nada más. Me aferro a él y lo uso para escalar, una cuerda de esparto, espinas y dientes de sierra, pues es un sufrimiento familiar. Durante los mil años en que pugno en mi subida saboreo una y otra vez una culpa aún más amarga que la agonía: a esto es a lo que he condenado a mi hijo...
Y al fin llego al balcón de mis ojos.
Turulë se encuentra ante mí, imponente y majestuoso en mitad de la tormenta desatada a nuestro alrededor, pues solo han pasado unos instantes. Escucho a mis labios pronunciar palabras que no he pensado.
- ¿Cómo lo has hecho?-, dice mi hijo, a quien siento lejano como una estrella moribunda.
- Cree tu padre que sus trucos son máyores que lo que son-, retumba Turulë, su sonrisa como un trueno mientras acaricia brevemente la herida de su torso y saborea la sangre-. Pero él no importa: tú eres el que comparte mi casta.
No sé cuanto tiempo llevan hablando, pero sí percibo el frescor de las lágrimas en el rostro que fue mío. Un miedo cerval se apodera de mí, pues sé que se han referido a mí, sé que mi hijo ve mi temor y mi vergüenza como yo veía su terror y confusión cuando estaba atrapado, y sé que él sabe que estoy ahí en ese momento, mudo tras sus ojos. Él para mí, sin embargo, es tan inaccesible como una persona a un mundo de distancia.
- Dime entonces, hermanastro, pues se hará cómo tú digas-, concluye el fantasma solemne, y nos dirige su mirada.
****
Oh, Oráculos, ¿qué planteó el muerto y qué decide mi hijo? Pero, más importante aún: ¿me perdona?
¡Dos Monedas para Aenidë!
La sombra ha planteado lo que es
pues su conversación y su presencia
son ambas coincidentes: son violencia
desatada que promete una kermés:
Agonía que dicta cuanto ves,
y ofrece disfrutarse con urgencia
pues quiere Turulë con impaciencia
compartir, con la carne de través,
cuanto fuera antaño, y buscar venganza
y hacer daño, y el niño casi acepta
pues con él comparte una añoranza.
Engaña asintiendo mientras repta
la mano del cuchillo, se afianza
y el filo a Llenatumbas intercepta.
La tercera pregunta, espero, está implícita en la acción :)
El portador del cuerpo responderá: - Quiero ver a madre. Quiero quemar el nido de cuervos.
Cuando escuches esas palabras recordarás una historia que le narraste para tratar de suavizar la pérdida de su madre.
Tu madre era... ES una buena mujer, pero como madre que es...- Te recuerdas sorbiendo los mocos y casi deshaciendote en lágrimas.-...Ha oído de un nido de cuervos que se habían quedado sin madre. Nos ha tenido que dejar para apaciguar, alimentar y cuidar a esas crías. Pero...- Dolía tanto.- Pero si las crías prosperan, desplegarán sus alas y recorrerán las más largas distancias hasta dejarla a nuestro lado.
Fue una historia que sólo le consoló una noche. Él había visto y él sabía, pero necesitaba esa mentira para poder ganar un poco de descanso, como también tú la necesitabas.
Aún así, de vez en cuando te volvía a preguntar por el libro de cuervos.
- ¿Y cuantos eran?
- Eran 4
- ¿Y cómo se llamaban?
- Azur, Millet, Ravon y Beak
-¿Y con qué los alimentará?
-Con los gusanos de su cuerpo, (pero esa respuesta no habías llegado a darla...)
Tu hijo había perdonado la mentira, pero quería seguir alimentándose de ella, y parecía que el Llenatumbas se iba a aprovechar de ello.
- Iremos al nido de cuervos, pero antes he de darte la antorcha con que le prenderás fuego...- Le responderá su hermano, empleando una modulación de truenos.
Turulë se vuelve y su tocado de pluma de pavo real estalla en llamas, iluminando el espacio a nuestro alrededor. La tormenta de polvo, nuestra piel, el espejo a nuestros pies: todos refulgen dorados a la luz fantasmagórica con la que el Gran Conquistador abre el camino.
Escucho la respiración agitada de mi hijo al verse conducido a lo que siempre había sido un cuento, una fantasía: el nido de cuervos donde perdió a su madre... ¡Diablos! Yo mismo apenas puedo creerlo... no quiero creerlo ni albergar esperanza alguna que el espectro enloquecido pueda traicionar. Sin embargo, la locura toma forma real cuando el espejo mismo se comba y abre ante nosotros, un túnel de cristal que nos engulle a medida que nos adentramos hacia los infiernos.
Las paredes, circulares, cristalinas, dibujan nuestro reflejo. Al principio sólo el de mi cuerpo rodeado por la oscuridad de la noche; después, el reflejo del Llenatumbas y su luz, el de mi hijo en la plenitud de su vida, que lleva de la mano a su inocencia bajo la forma de él mismo cuando era niño y ,finalmente, el mío, cerrando la comitiva a la distancia de un brazo que bien podría ser un universo, con una mueca compuesta a partes iguales de tristeza, crueldad y determinación.
- ¿Voy a verla entonces?- dice el niño, reverberando ecos de alegría.
- La veremos-, anuncia sin dudar el fantasma.
¡Vamos a verla, papá! susurra para sí su voz de hombre, olvidado de que ya estoy ahí, en sus cuencas. Y, de pronto, el cambio: vuelvo a ver con mis ojos y siento el pavor de mi hijo, de nuevo encerrado en la cárcel de mi cuerpo. Turulë es poderoso, un dios solitario, mezquino y loco, pero no conoce las artes de la pimienta, la sangre, la ceniza y la luna, ni tampoco mi hijo. Cada noche trazo heridas sobre mi torso, dibujando un hechizo de amor y agonía para que su alma arrancada de no siga su camino; cada día mi cuerpo se cura, oradando el conjuro hasta destruirlo... como ahora: mi alma escapa por entre las grietas del sortilegio y busca le hogar, que es la carne viva y radiante como un faro que siempre la ha albergado; la de mi hijo es rechazada y flota, perdida sin un hogar propio, en los limbos, hasta que el cuchillo vuelve a abrir mi piel para tejer la red con la que capturarla.
Hago caso omiso a su llanto, a su grito horrorizado y busco entre mis ropas las sales de plata y el carbón: pequeñas perlas resecas y oscuras que dejo caer al suelo. Su tintineo resuena por el cristal y Turulë se vuelve: sus ojos de muerto perciben el cambio, me reconocen. Con espanto en su rostro tiende una mano hacia mí, pero es tarde: con un vigoso movimiento golpeo eslabón contra pedernal, dejando caer una lluvia de pequeñas chispas sobre las perlas y le sonrío antes de salir corriendo.
La explosión retumba y el cristal se resquebraja.
*****
El peregrino aseguró la guía del trineo en el surco del cristal poco antes de que el infierno del amanecer se desatara a su alrededor. Volvió a embozarse y, con un suspiro ahogado se puso a los mandos.
- Solo un par de días más- masculló entre dientes, fingiendo una satisfacción que no sentía. El Desierto de Cristal terminaría pronto solo para dar paso otros lugares, con sus propios horrores y peligros.
El peregrino se escupió en las manos: que vinieran a por él; los dejaría atrás, como a la tumba de cristal repleta de espectros. Y volvió a empujar el trineo.
¡Dos Monedas para Ezath! ¡Viva el nuevo Peregrino!