El viento parecía querer hacer que echara a volar todo lo que no estuviera clavado al suelo. Y aun así...
- Buenos animales, buenos animales, si, si, monina -. La vieja tocaba y palpaba los cuerpos satisfecha. A sus manos eran carne, no más.
Serinamalva, prudente, le iba detrás, asintiendo a todo. Llovía desde hacía horas ya. El agua caía casi horizontal en los peores arreones, pero los niños, abundantes como las pulgas, seguían a lo suyo desnudos, manchados de barro, con el cabello hecho un puro nudo. Las mujeres les vigilaban con la indiferencia que da la familiaridad, pero sin perder detalle.
- Si, si... -,repetía la vieja. Tenía pocos Hombres el campamento. Los que estaban a la vista hacían las tareas, como de costumbre: ahora reforzaban las tiendas de cuero, miraban por los animales asustados y vigilaban el Fuego del Hogar, y guisaban a sus Hembras la única comida que harían en todo el día. Se acercaba la hora de la cena. El Océano Esmeralda era una masa gris en derredor.
Caminaban los Hombres con las piernas ligeramente abiertas, pero eso ya no era ningún misterio para el Peregrino. Sanaban sus heridas, y le volvía poco a poco la memoria, más no podía evitar volver al presente una y otra vez para enfrentar la indignidad.
- Trabajarán bien -, se alegraba la vieja, arrugada como una pasa. De tanto en tanto toqueteaba sus nuevas adquisiciones, dudando cuando lo hacía en el cuerpo inane del joven. ¿Despertaría? No había remedio que le hubiera valido para curar el mal que le aquejaba. Quizá había sido una mala inversión. La dueña del Peregrino, como era tradición, había sido la primera en poner las manos sobre él, una vez negociado el rescate por Serina para, con mano experta, atar sus genitales con una larva de Alegría. - Bichito, bichito, jis, jis. Drogada con esencia de amapola, mi bien, mi monina. Mientras siga así, no le comerá las pelotas. -, explicaba la vieja. - Pero no está muerta, no, no, no, mi niña. ¡Aprieta duro si se la empuja!
El bicho reaccionaba rápido si se hacían gestos prohibidos, constriñendo salvaje. Así, permanecía aquello, los genitales, en un permanente estado de semi erección, y resultaba un método admirable para contener y guiar a los Hombres de la tribu.
Y los Hombres, acostumbrados a su destino, se ocupaban en resistir los elementos. Quién sabe qué turbulencia había provocado el vendaval, los nubarrones oscuros que descargaban agua y agua, que tenía en jaque a personas y animales. El Peregrino permanecía en su catre, so pena de sufrir todavía, a la vera del cuerpo de su hijo. Aún le hacían temblar los embates de las fiebres. Pero estaba consciente.
¿Cómo habían llegado a esto?
Ale, al currelo, jajaja.
Cuando recobraste el conocimiento estabais en una costa desconocida. Era extraño pues Kalisia estaba junto al desierto y había muchos cientos de kilómetros hasta alcanzar el horizonte azul. Eras incapaz de precisar por cuánto tiempo fuisteis uno, Serina, tu hijo y tú, en aquel flujo que se propagó, impermeabilizado del barro y los restos de la ciudad caída, desde el foso en la estancia del bebé dorado.
En sus entrañas había una bestia mecanizada, la que emitía el zumbido aterrador, con la que os habríais enfrentado si Turulë no hubiese desencadenado aquél tifón. La pasasteis de largo, deslizándoos bajo otras ciudades, de vivos y de muertos. Cráneos y tuberías formaron las paredes del reducto por donde goteabais. Las letrinas y regadíos también formaron parte de vuestro recorrido, pero al tercer día despertasteis cubiertos de lodo blanco en una zona rocosa.
Ni tú ni Serina reconocíais aquellas tierras, así que precisar la dirección de la ciudad de las gaviotas, por mucho que increpases que era vuestro destino, era imposible. Mientras tú te recuperabas y atendías el mazado cuerpo de tu hijo, la mujer se ofreció a servir como avanzadilla, tratando de encontrar algún asentamiento cercano, ya que aparentemente no había altos edificios hasta donde alcazaba la vista.
Podías tomar alimento de las rocas, en estas florecían lapas y percebes, así que juntabas una cantidad decente para la futura cena mientras decidías cómo tratar de hacer un fuego. El cielo se tornaba violáceo y varias antorchas avanzaron en vuestra dirección, pero antes de que pudieses precisar si los caminantes que os abordaban eran amigos o enemigos, una flecha de extraña forma fue disparada a tus pies. En ella respiraba un animal desagradable que nunca habías visto que tan pronto como giró su único ojo hacia ti comenzó a emitir un sonido ensordecedor que tras unos segundos paralizó todo tu cuerpo.
Mientras reposabas en la postura de un guiñapo, sobre las rocas, Serina alcanzó el campamento, acompañada por una figura de más de dos metros, embozada en telas blancas. Esta descubrió su rostro, femenino, de piel rojiza y ojos grises, que se giró hacia la habitante del espejo.
- Ahora son nuestros.- Le comentó refiriéndose a vosotros.- Y tú eres libre.
Serina miró al suelo apesadumbrada justo antes de que oyeses otra vez su vos, peor con el mismo eco con que la habías oído cuando ella hablaba dentro de tu cabeza, al suplicarte salir de su cautiverio. Lo siento. Es la única manera.
Las fiebres... Acosado por el hambre, la sed, el sol y el manoseo de su dueña, lo único que importaba era extender el brazo,asegurar la presencia del hijo y volver a desvanecerse entre las nieblas febriles...
****
El frescor en los labios despertó al peregrino. Una esponja se aplastaba contra ellos para darle agua mientras una mano acunaba su cabeza. Él se aferró a ella.
- No... nos dejes...
- No lo hago-, susurró Serina-. Tú rompiste el espejo.
- No te... creo
- No hace falta. Duerme otra vez
****
- Trabajará bien, sí, sí-, aseguro la voz de la anciana brotando de ninguna parte.
- La casa de Porcio ya tiene quien are y quien limpie-, respondió un hombre con manifiesto desdén-. Lo que buscamos es a alguien luche por ella en la arena gladiatorii
- Habla claro, buscacarnes-, respondió molesta-. Lo que busca es alguien que muera a manos de vuestro campeón, mi monino, y para eso ¡bien os sirven estos dos, jis, jis!
- ¿Y qué hago con éste que ni caminar puede, viejucha?
- Será un rico sacrificio para vuestros espíritus, sí, sí. Animará los corazones del público, y correrá más vino y más apuestas, mi bien. ¡Ay, cuando pienso en todo lo que ganaréis, y lo poco que me quedo yo! ¡Ten pelotas, monino! ¡Llevátelos!
- Bien, mujeruca, tendrás tu dinero si eres capaz de traerlos sanos a la casa. No quiero ni pensar que tus cochinas fiebres se llevaran por delante a ninguno de nuestros gladiatori
- Tengo quien me ayude con este par de dos, ¿verdad, mi linda, mi monina?
- Así es-, dijo Serina.
Gladiadores cogidos por (los bichos de) las pelotas... Nunca pensé en jugar algo así :P
El circo era un área con la hierba corta. En él se habían guardado los animales, que ahora vagaban por otro gran recinto, algo más alejado.
Habían montado unas gradas para las Mujeres más importantes. Gentes de gran tamaño y fuerza, comparados con Serina que, como invitada especial de la Casa de Porcio, tenía permiso para servir golosinas (las golosinas se retorcían en una gran bandeja, y podían picar si no se andaba uno con cuidado) a las espectadoras a quien la vieja quería engatusar.
Tú sígueme la corriente, monina, y sirve bien. Llegaremos pronto en nuestro curioso deambular, si, si. Ya se acerca el Lugar del Verano. Sirve bien, si, si. Por fin, la vieja había declarado al hijo del Peregrino como precio no pagado, y ahora requería los servicios de Serina, más para salvaguardar su dignidad que por otra cosa, pues había otros dos hombres en su casa, y su riqueza era grande, en estos tiempos de escasez.
El circo estaba sembrado con las asquerosas deposiciones de los animales, grandes masas verdosas y aromáticas sembradas de pequeños gusanos morados, muy nerviosos y agresivos.
Donde el Océano Esmeralda se encontraba con el Mar Interior, el Pueblo de Mujeres se había parado para proveerse de algunos de los muchos artículos que utilizarían para el comercio en el Lugar del Verano.
Quién sabe por qué, el Ara de los Sacrificios había rechazado al Huero, como llamaban ahora al hijo del peregrino. Algunos niños (los niños de esta raza medían lo menos seis pies ya a corta edad) le habían atado hilos por todo el cuerpo y lo usaban como una marioneta. Le alimentaban con lapas recién sacadas del mar, y era su mascota. También le hacían comer barro y algas, y algunas cosas peores, porque querían ver si reaccionaba, pero nada venenoso, porque la vieja les había dicho que no rompieran el juguete.
¿Por qué misteriosos conductos habían llegado el Peregrino, Serinamalva, el Huero y Antietam, transformados en fluido a estas tierras desconocidas? (de Antietam nada se sabía). Cañerías antiguas todavía en funcionamiento. Drenando cada gota de humedad para desecar el Desierto Espejo, diría la imaginación, que todo lo cuaja. Pero no era esta la pradera que se abría a las puertas de Kalisia, ni el clima. Muy lejano estaba. ¿Quién habría construido semejantes canales?
Al Peregrino, por fin decididos a ello, le habían llevado al circo para pelear. Pero no contra el campeón.
Habían sido llenados los odres con lapas secadas al sol, y con sal, y con algas, que servirían de medicamento para los animales, y con muchos peces ahumados, todo ello preparado y empaquetado para comerciar en el Lugar del Verano. Todo ese cuero lleno hasta rebosar, y endurecido tras ser humedecido y secado al sol, servía de parapeto para impedir que escaparan los luchadores.
Las luchas se hacían a golpe de Alegría. No se dejaba a los contendientes alejarse el uno del otro, so pena de castigos dolorosos. De pura desesperación, acababan agarrándose a mordiscos y arañazos o, si eran más listos, cogían el juego y peleaban con toda la frialdad posible. El Peregrino acabó pronto con el suyo, en un gesto casi indiferente y cruel. Ya lo iba a rematar, cuando el dolor hizo que se convirtiera en un ovillo de carne sufriente y anudada. Todo el gentío (los niños, los Visitantes del Mar, las Mujeres) se había quedado en silencio ante la rapidez con que -un pellizco, una muñeca retorcida, un pie pisando la punta de otro pie y un golpe seco- el Peregrino había terminado su trabajo.
Por fin, llegó el día en que se reunieron los grandes animales, y se les uncieron los grandes aparejos de carga, y toda la mercancía estuvo bien estibada en sus grandes chepas. Se subían los niños a los paquetes y guiaban a las bestias más viejas. Las Mujeres más importantes viajaban en palanquines, también sobre la carga, y los demás guiaban las bestias a pie, o caminaban sin tareas aparentes. Las Oteadoras, mujeres jóvenes con largos arcos y frascas llenas de Alegrías se adelantaron para marcar el camino y evitar emboscadas. Los Visitantes del Mar se despidieron desde las olas.
Al Peregrino le fueron concedidas algunas comodidades, y su cuerpo se vendió muy caro por las noches, enriqueciendo a la vieja (pronto la tribu se vería agraciada con niños, quizá no muy grandes, pero listos y rápidos). Le fue destinado un entrenador, y se le permitieron conservar algunas propiedades. Él, poco a poco, iba reuniendo sus ingredientes. En estas tierras, desconocía qué especias podían serle de utilidad. En su saquito de cuero, poco a poco, iba juntando lo que podía, remotamente, ser de ayuda para sus conjuros.
¿Qué especias podían serle útiles para qué conjuros que tenía planeado preparar?
El Ocenano Esmeralda es, por si no lo habíais adivinado, una inmensa pradera. Tal y como relata Ezath, se encuentra limitado por el mar (el Mar Interior, para más señas). Una moneda para Ezath.
La vieja es la Dueña de la Casa de Porcio, tal y como nos señala Séptimo pero, debido a su escuálido mirar, creo que solamente merece media moneda. ¡Que su Vista llegue lejos! ¡Queremos más detalles!
Si el peregrino tenía que depositar sus esperanzas en aquello de lo que pudiese hacer acopio para usar sus abandonadas artes de Sombra, en las circunstancias en que se encontraba su huida se planteaba más que difícil, o so pensó las primeras noches, cuando su cuerpo y mente dejaban de estar mazados o mermados por aquellas mujeres o sus compañeros de batalla, eso fue antes de comenzar a ser reclamado como semental, labor más degradante y odiosa que sus raciones de lucha forzada en el circo, mientras observaba como el cuerpo de su hijo era usado como mero guiñapo por todos os niños.
Pero como te decía, eso fue los primeros días, pues tras estos encontrará su riqueza en el acopio de pequeños milagros: la peculiar tela de un insecto similar a una araña, pero con menos patas, mas ojos y mayor tamaño; un poco de pimienta rezagada en el extremo de su cuenco de comida, sin mezclarse con el resto de mejunjes y grasas; una arcilla que había reaccionado a un mero ejercicio de calentamiento de dedos (más que aquella cantidad de arcilla, lo que llamó la atención fue la reacción magnética de esta a sus manipulaciones); un desgarrón de piel fresca, con una muestra de sangre de un animal que nunca había visto; una lágrima de una de sus parejas nocturnas, robada furtivamente en un fragmento de gasa deshilachada; las secreciones de la propia Alegría; los humores de un tipo concreto de lapa que no abundaba demasiado...
Esta pequeña colección era difícil de ocultar siendo su vida vigilada constantemente, ya fuese en la arena, en el lecho y en los espacios existentes entre ambas cosas, pero precisamente su propia sangre mezclada con los humores de lapa le permitían fijar y ocultar su pequeño compendio sobre su propio cuerpo.
Le faltaban materiales o cantidades mayores de estos para poder conseguir según qué efectos, pero con lo que iba acumulando se podía plantear o la elaboración de un homúnculo de dimensiones bastante reducidas, o una pequeña cantidad de veneno casi letal (para la que precisaría seguir acumulando gotas de sangre de otras personas) o una ilusión de corta duración con la que podría distraer a un grupo reducido durante tres minutos (con un poco de suerte). Cualquiera de estos tres caminos podía ser decisivo para tratar de huir pero el secreto estaba en la coordinación y esperar al momento exacto para desencadenar una serie de sincronías que se desplegasen a su favor. Lo que no sabía era si podría contar con la cautiva del espejo en su posible huida o si más que desaparecer, debía actuar como mano ejecutora... Tantas dudas y tan poco tiempo...
Puede que no le dé unas opciones muy apabullantes, pero no tiene a su disposición demasiado mostaza, vinagre o sal, a no ser que seduzca a quien se encargue de la cocina ;P
A medida que pasaban los días el peregrino se sentía más aislado y desvalido.¿De qué le vaían todos los viejos secretos y maneras que había acumulado en mitad de aquel Océano Esmeralda? Las inmensas praderas estaban llenas y ricas de hierba y plantas fragantes, pero todas eran extrañas y alienígenas.
¿Dónde estaban las campanulas púrpuras, cuyo polen abre los ojos a las señales del deseo?
¿Las tártaras crujientes, cuyo néctar afloja las riendas que la mente impone sobre la lengua?
¿Los guisantes albos, que al caer al ritmo de una música nupcial trazan el camino hasta lugar donde establecer un hogar feliz?
Aquellas eran las formas del poder que conocía el peregrino, la natural convivencia entre las aldeas de los hombres y los prados de las plantas: milagros menores y mayores surgidos de la comprensión entre seres diferentes. Sin embargo aquellas extrañas y feroces mujeres no los conocían y no era de extrañar: ¿no plantaban sus yurtas cada noche en un lugar distinto? ¿No habían abandonado el contacto con el suelo, padre fiable, ubicuo y siempre generoso para ir siempre encaramadas en sus obtusas monturas?
- No sé si son sólo ignorantes o también profundamente imbéciles-, sentenció una mañana. Serina le había traído la leche cuajada del desayuno que las Mujeres proporcionaban a los esclavos y lo ayudaba a hacérselo tragar a Cararrota. La hechicera levantó la vista y sonrió con sorna alegre.
- Creo que eso habla más de ti que de ellas. Olvida que alguna vez fuiste un maestro y mira con ojos de niño.
Por supuesto, el peregrino dejó que un grave y ofendido silencio se instalara entre ellos, y repondió con un bufido desdeñoso al guiño de despedida de su compañera. Pero hasta la más dura y áspera de las rocas se agrieta con la suave caricia del agua.
Un día su vieja dueña se hirió la palma de la mano al contener a una montura nerviosa por su cuerda: ella rompió a reir y las otras Mujeres se acercaron y rieron y bailaron con ella, los pies y las rodillas elevándose desordenadamente entre ellas mientras se tomaban por las manos y los hombros.
También danzaron y palmearon al final de una tarde distinta, cuando la lluvia volvía a caer de lado arrastrada por el viento. No reían, pero ofrecían sonrisas de deleite mientras cantaban en su vieja lengua. Serina, que tarareaba las canciones, las observó junto al peregrino.
- "La lluvia solo es problema si no quieres mojarte"...
- ¿Qué dices?
- Es lo que cantan: "la lluvia solo es problema si no quieres mojarte"-, y lo dejó atrás para sumarse a la danza de las Mujeres.
Y entonces lo vio.
Quizá fuera el ritmo, el sudor, la camaradería...
Quizá fuesen las miradas, los gestos, los pasos...
Quizá fuera tribal, femenino y no para él...
... pero allí había poder.
Parecían vagar por un mar de ensueño, de mil tonos de verde. Las colinas, suaves, parecían olas petrificadas, cubiertas de ondas de cientos de texturas. Estaban, por ejemplo, los cardos, de los que había bosques enteros. Acababa la primavera y todavía mantenían el color, que luego sería pardo. Florecían en las cimas, en los altos y en las llanuras sin agua, luchando contra la omnipresente hierba esmeralda.
Había en las zonas bajas lugares peligrosos, donde las bestias podían hundirse en simas de compost de siglos, que formaba un barro espeso ahí donde, quizá, hubiera habido una garganta con un río hace incontables eones.
En ocasiones se veían piedras erguidas en las zonas altas. Había en ellas, medio borradas, ciertas marcas que el Peregrino casi conseguía leer.
El oenani, el camule, el obricoto y el supuz eran los reyes de la velocidad, persiguiéndose unos a otros. Unos solitarios, acechadores veloces, otros en manadas que, de pronto, entraban en gloriosas estampidas, haciendo brillar al cielo los colores que mostraban su excelente salud. Quizá así convencían a los carnívoros de que no eran ellos la presa adecuada para ser cazada.
Las Oteadoras a veces se adelantaban mucho. Algunos grupos podían estar días sin volver a la caravana y, cuando por fin aparecían, podían traer raíces de bolote o magano, o quizá venían con carne fresca para amamantar con su sangre a las hijas de la raza y dar el resto a hombres y animales.
Los pájaros, en grandes bandadas, anidaban en los humedales de las tierras bajas, y cubrían el cielo con sus siluetas al atardecer.
El peregrino tomó su decisión: debía aprender el nuevo arte. Le vino la inspiración cuando, revolviendo en las basuras (solía curiosear por todas partes, cuando le dejaban) encontró el tocado de una niña que se había roto y lo reparó, y se lo puso en la cabeza.
Los insectos se hacían verdaderamente omnipresentes, ahora que percibían la llegada del verano. Quiso la Fortuna que apareciera en medio de una discusión entre mujeres con su tocado. Copió entonces unos gestos que había visto en circunstancias parecidas, y a las mujeres les hizo mucha gracia. Algunas mariposas se habían posado en la especie de sombrero que llevaba puesto, y salieron espantadas con los visajes que hacían sus brazos. Todas se divirtieron mucho y tomaron la cosa como un juego: una nueva niña en el campamento, hija de todos.
Los hombres se burlaron, cómo no, celosos, pero para entonces ya había dado un par de revolcones al campeón, y la vieja se estaba haciendo rica, y le protegía. Y no se atrevieron a atacarle.
Claro está, no se libró del trasiego nocturno.
Cararrota había aparecido hacía unas semanas: agonizando de fiebres, la mitad de la cara comida por los gusanos, arrastrándose por el camino hacia el Lugar del Verano. Ahora, como una inversión quizá demasiado arriesgada, un desafío, las sacerdotisas intentaban que volviera a la vida. El Peregrino supo que le quedaba poco tiempo para reaccionar.
Todas enseñaban a la nueva niña, aprovechando para así enseñar a sus verdaderas hijas por el ejemplo (y dando al Peregrino los guantazos que no gustaban de dar a sus pequeñas cuando se portaban mal). Eran gestos sencillos los que subrayaban las palabras. El peregrino les divertía haciéndose el tonto, malinterpretando sus palabras, repitiendo los gestos equivocados, provocando el escándalo, quizá, y aguantando las palizas cuando se propasaba en exceso.
Pareciera todo esto indigno de su casta y de su pasado pero, un buen día, se encontró disfrutando de su papel de payaso, haciendo reír a las niñas y a los niños.
Se encontraban en el descanso del medio día, cuando las bestias tenían que parar por culpa del calor. Todos los que no estaban preparando la comida o cuidando de la carga que se hubiera desplazado, o ajustando los arneses, tenían que dedicarse a espantar a los insectos. Eran peligrosos los insectos: las bestias obedecían a un cruel instinto si se veían en exceso atormentadas por sus picotazos, y podían entrar en estampida. La tarea de espantar a los insectos se consideraba sagrada. La realizaban las ancianas, las niñas, las más inútiles, guiadas siempre por alguna sacerdotisa.
Así que el Peregrino tomó una vara de zarám y, haciendo gorgoritos en do menor, se unió a las bailarinas en torno de una bestia especialmente vieja y caprichosa. La sacerdotisa no se atrevió a interrumpir la danza (su mirada de acero prometió venganza). El día era pesado, y la bestia podía ser peligrosa.
Levantar el pie derecho, media vuelta, gesto con la mano izquierda (giro de muñeca, dedos hacia el sol), puntera, acariciar con el zarám, grito agudo, vuelta a comenzar.
Hacía todo justo del revés. Cuando acabó la danza, la bestia gruñó de satisfacción -un ruido profundo directo desde sus entrañas malolientes- y cerró los ojos para echar una cabezadita.
Sorprendidas por la reacción de la bestia, y acabada la danza, las mujeres miraron en silencio a ese extraño payaso.
De pronto, al Peregrino se le pusieron de punta todos los pelos del cuerpo.
¿Que terrible e inesperado peligro le acechaba?
Pues moneda para Séptimo :) Ha estimulado mejor mi imaginación.
El peligro que te acecha, o peregrino, es la memoria de aquellas de quienes te has burlado. No buscan una disculpa o el perdón, buscan tu cuerpo para darle nuevo uso, ni el que se le da por las noches, ni el del circo ni el de la princesa torpe de las letrinas.
Tus manipulaciones, gracias y pruebas han abierto un canal entre las mujeres, una corriente de energías etéreas que hasta ahora sólo se propagaban a través de los consejos de abuelas y madres, pero te has mostrado desnudo ante estas añejas entidades y ven en tus carnes una superación a la barrera impuesta por sus descendientes.
La treta del insecto y la bestia eran una puesta en escena para mejor abordar al intruso/intrusa, habían visto en ti cosas que no habían podido definir hasta ahora, las brabuconadas o debilidades de sus hombres tomaban otras formas, no las de la mímica, la apropiación o un humor extrañamente enfocado en la búsqueda de tus propósitos.
Ahora se dividían entre las bienintencionadas, que se mecían en el ronquido de la bestia, y las que te odiaban, tornadas en una nube de insectos que se relamían oteando la superficie de tu lacerada piel y el cobijo de tus orificios. Tu propio hijo pugnaba contra tu pecho reclamando la caricia de aquellas madres, por ver si allí encontraba el tacto de la que había perdido.
Las mujeres del poblado notaban las vibraciones pero eran incapaces de enfocar su causa, sólo podía mirar esta nueva forma de circo en la que lo que se jugaba era el que te relegasen a la prisión del pecho ocupada por tu hijo, puede que condenándolo a la definitiva desintegración, con la promesa de una nana y mil caricias. Está calro que no había lugar para ellas, tu hijo y tú mismo en tus apretadas carnes.
Algo bajo los barros y el compost formaba una cresta coronada por la espiral de un millón de insectos que repetían sus nombres, largamente olvidados, con una cadencia hipnótica mientras las mecedoras fallecidas se ocultaban tímidas tras el animal.
- ¿Quién o qué eres, desgraciada, para usar nuestros pasos entre la burla y su depuración creadora?
Perdón por la tardanza...
Algo enturbió el sol.
Hubo un leve murmullo. Un rumor lejano.
Una nube semoviente cubríó el campamento.
La pregunta todavía resonaba en la mente del Peregrino, pero el mundo exterior reclamaba su atención.
El ojo podía distinguir de cuando en cuando las partículas que componían aquella nube ya encima de las mujeres paralizadas por el asombro: mosquitos, avispas, escarabajos, moscas, tábanos, polillas, libélulas, caballitos del diablo, áfidos, pulgones... Insectos e insectos y más insectos.
El suelo de hierba machacada comenzó a bullir de gusanos, ciempiés, escolopendras, saltamontes, arañas... La tierra se hizo blanda. Se inquietaban las bestias. El olor del miedo, el de los aromáticos aceites nupciales que emitía aquella miriada de sabandijas. Primero gemidos y luego gritos de terror. Excepto la bestia anciana y caprichosa, que dormía resoplando, todo el campamento se alzó en un paroxismo de histeria: mujeres, niños, bestias. Si, las bestias comenzaron a sacudir sus cargas, se alzaron de patas, pisotearon: al barro se unió la sangre derramada, a la turbamulta el crujir de huesos y los alaridos de pavor.
El cuerpo del peregrino desaparecía en el centro de una masa pulsante que se apareaba sin control. Su mente, en contacto con aquella infinidad de la más pura emoción, se dilató hasta lo indecible, casi hasta desaparecer.
Las Alegrias, todas en sus cómodas gónadas masculinas, apretaron al unísono. El Peregrino ni siquiera lo notó: la suya estaba siendo devorada, como se devoraba entre si la masa pulsante. Una nueva algarabía de alaridos se vino a unir a todo lo demás.
En el vacío en que se encontró su mente, el Peregrino encontró a su hijo. Por fin, después de tanto tiempo. Percibían, de entre todas las pequeñas consciencias que todo lo cubrían, como una nevada, las mentes más complicadas de los seres superiores, pulsando de terror.
- Hijo... ¡Hijo mío!
La comunicación no era ya puramente emocional. La culpa asomó a lo que se debería interpretar como una representación de su rostro.
Se encontraban en una fortaleza de hueso y piedra. O así interpretaba su mente la situación en la que se encontraban. Era un fuerte en lo alto de una colina herbosa: costillas de algún animal prehistórico, de unos tres cuerpos de alto, clavadas al suelo, atadas entre si por medio de tendones y reforzadas por un murete de granito gris. Era la sustancia de los hechizos que ataban al pecho el alma de su hijo. Fuera, en la llanura, había como un mar de formas que se perdía en el horizonte. Todo lo iluminaba un sol rojo en un cielo violeta. Las formas venían a la carrera de todas las maneras posibles para asaltar el débil parapeto. Pronto llegarían, pronto estarían ahí...
Una pregunta sencilla. Muy sencilla: ¿cómo narices iban a salir de esta?
Peregrino, verás la que se te viene encima como si fueses la mosca que ahora mismo recorre tu sudorosa frente.
De alguna extraña manera estás en el ojo del huracán, en el centro de un conflicto tan viejo como la vida que has desencadenado inconscientemente: tu 'insulto' a las madres ha hecho creer a la Muerte que puede aprovechar una fisura para reclamar la llegada del último acto a este mundo. Eres la última madre, la falsa madre, la que abraza a su hijo inútil conformado por un cuerpo lánguido y hueco y abraza al alma de este por encima de su cuerpo, dentro de tu pecho.
La magia de los demonios caídos no deja de ser un embuste a lo que es conocido como definitivo en tu mundo, así que has añadido insulto a la injuria. Cuando cerréis los ojos será para despediros para siempre de la realidad a la que llamáis vida. Todo lo que una vez ha estado vivo para dejar de estarlo, está retornando del más allá para reclamar su pulgada de tierra hasta que ya no quede superficie libre de putrefacción y capas de necrófagos, últimos testigos del fin último de la creación.
Pero con este retorno, las nubes de detrito están cargadas de esencias perdidas, pequeños retazos de magia esperando a ser manipulados si eres capaz de extraerlos de entre la escoria y el hueso al que esta se pega.
Las criaturas muertas den la cuna del tiempo no son capaces de visualizar al pueblo que te esclavizaba, sus cuencas vacías no saben de rostros o personas, sólo saben de aplastar, asfixiar, devorar y viciar a las carnes del propio mal que les da vida: la muerte es un virus codificado en su escoria que infecta y deja sin aliento a todo aquel al que alcanza. Ninguna otra plaga o masacre puede medirse con el deseo último que da razón a la parca. Ha estado por toda la eternidad condenada a quedarse a las puertas del jardín, pudiendo reclamar sólo a los vivos de uno en uno, todos los nombres engrosarán la oscuridad del tatuaje que es toda su piel, pero ahora inicia un festín que saciará su apetito del banquete de los dioses al que nunca fue invitada.
Las mujeres danzan, cantan y entrecruzan sus dedos, tratando de recuperar una razón de ser que se ha escurrido bajo tus pies, entre las grietas por las que comenzó a respirar el submundo que todo lo cubre, con ojos desorbitados e increpando a sus hijas para que aprendan en escasos segundos lo que ellas han tardado una vida en asimilar. Los hombres poco más pueden hacer más que morir desangrados cuando las alegrías obedecen a su naturaleza y cortan sus miembros de cuajo.
La imagen que presencias no está teniendo lugar solo en este emplazamiento, eres consciente de que las tierras que son bañadas por cada mar, en este mundo (y puede que en muchos otros), reciben monstruosidades similares y desencadenan el mismo volumen, imposible de asimilar, de caos y muerte, no es una guerra lo que matará al último hombre, si no el simple olor de la putrefacción en una densidad tal que al cerebro y corazón no les queda más remedio que sucumbir a la certeza de que ya no pueden cumplir ninguna función.
¿Habrá otro como tú que hayan engañado a la oscuridad ganando algo de tiempo al lado de las mujeres? No lo puedes saber ¿Sabrán ellos cómo manipular las últimas raspas de magia que flotan en vuestros últimos minutos? Ni tu hijo ni las viejas te lo saben decir. Serina te mira desde una colina, hilando plegarias junto a sus compañeras, tratando de fabricar una suerte de lamento con el que engañar a la muerte, peor esta otea sonriente desde las sombras, sabiendo que su reino ya no encontrará más trabas.
¿Crees que en un momento así, el de máximo de terror nunca registrado en la historia, podemos nosotros, simples oráculos, decirte cómo salvarte de lo que te es inherente?
El coro adivinatorio al que pertenecí ha sido consumido hasta el tuétano, ese destello que viste en el cielo fue el último reflejo que mi ojo captó, y estas palabras son un eco arrastrado por las patas de los insectos desde el otro lado del velo, también los oráculos conocimos nuestro fin, y no seremos nosotros quienes podamos ofrecerte otro final que no esté sólo al alcance de tus dedos y tu ingenio...
Adios, desolado peregrino... Ad...
Serinamalva caminaba por el Océano Esmeralda con una pequeña Bestia que las supervivientes le habían regalado. La Bestia portaba sus provisiones, y arrastraba una camilla donde todavía convalecía el mutilado Antietam. Los restos de la tragedia se veían por todas partes, mas la vegetación se recuperaba, naciendo de millones de semillas enterradas en la tierra revuelta.
El ojo del huracán siempre es un lugar tranquilo. Al menos con respecto al resto de su área de influencia. Quizá por eso había sobrevivido una parte de la tribu. No solamente por esa razón, todavía queda mucho que explicar, pero el hecho de que la violencia desatada fuera menor justo en el lugar de origen, también lo explica.
¿Qué habrá sido del resto del mundo? Así pensaban ambos, Serina y Antietam, con la actitud y con el silencio. Era una pregunta que había sido formulada poco después de aliviarse el aturdimiento de la lucha por sobrevivir, y ahora gravitaba como si fuera una prenda usada, en todas las conversaciones, en todos los actos sencillos, en su destino, fuera cual fuere. Tanto más lejos, peores eran los signos del cataclismo.
Finalmente avistaron a alguien que venía por entre unas colinas torturadas, al final del Océano Esmeralda. Mostró su silueta y se sentó a esperarles ahí, en el confín de la pradera.
Recordando...
Todavía queda una pequeña luz.
No sabemos qué ocurre al Peregrino en su simbólico mundo interior, dentro de su propio pecho, defendiendo el último reducto junto a su hijo. Pero vemos la furia desatada de la vida en un frenesí de actividad en contra de todo lo viviente. Vemos cómo las mujeres de la tribu son completamente incapaces de sobrevivir: sus bailes están ahora sellados y gafados. Hacen tímidos intentos, pero las ondas de poder son usadas en su contra, pues el Peregrino ha desvelado los misterios, y la naturaleza masculina es siempre pujante y visible.
Y, sin embargo, todavía nos quedan esperanzas. No son ellas las únicas las que luchan por sobrevivir, y ahora algunos de sus machos, cansados, resignados, tornan a poner manos a la obra, pues no es el de sus mujeres el único poder aquí.
Sangran por su entrepierna, más es una zona ya hace mucho tiempo insensibilizada por la costumbre. ¿Cuánto tenía su mansedumbre de mentira? Quizá decir "mentira" es demasiado fuerte, pues quizá fuera un secreto a voces entre la gente. Algo olvidado de puro sabido. Quizá sea la palabra "ritual".
Oh, Peregrino, que te creías tan astuto y has pasado por alto lo evidente. Resuelto el primer paso del misterio, has olvidado que siempre queda el postre en todos los banquetes, pues los hombres tienen su propio poder, que es el de la muerte. No la de otros, no la que puedan provocar, sino la suya propia: este es el secreto de la guerra. Conocen bien los movimientos necesarios para hacer lo que hacían las mujeres, mas no hacían nada por razones evidentes. Quizá han sido estúpidos también, pues dieron por supuesto que no harías lo impensable, y sobreestimaron tu inteligencia.
"Las mujeres y los niños primero" se ha dicho siempre. Y es algo puramente ritual, de tan sabido. Así que, poco a poco, los insectos van centrándose en los machos de la tribu, y los devoran mientras ellos hacen durar cuanto pueden sus lamentos sagrados pues, ¿no tienen en sus vientres las mujeres la sangre de la tribu?
Y con sus gestos atraen la ira de las Bestias. Y pronto solo queda un campo lleno de barro con cuerpos poco a poco recuperando cierta vida.
Quizá han conseguido su victoria por un pequeño margen. Y ese pequeño margen quizá tuviera que ver con los gestos que, casi un cadáver, hace Antietam respaldando sus esfuerzos. Antietam, Señor de las Sombras, conocedor de muchos de los secretos del mundo.
Es el único varón superviviente, y las mujeres que han quedado también toman su semilla, con paciencia, para añadirla a la riqueza de la tribu, y escuchan sus historias sobre dioses y hombres, sabiendo que en ellas está la semilla de la sabiduría. Pronto se añadirán también las historias que les cuenta del Peregrino, como las hazañas de un Loki o un Dios Mono, y la tribu retendrá así toda su fuerza, a poco que sobreviva a los rigores del próximo invierno en el Océano Esmeralda.
"Mi presencia lo garantiza" dijo Turulë. Había esperado a Serina y a Antietam en el paso a lo que ahora era, más allá del Océano Esmeralda, un fárrago de muerte y podredumbre, encima de una roca. Su silueta, las plumas de pavo real naciendo de los hombros, había estado vigilando su llegada. Ahora miraba comprensivo el, para él, inútil fuego con el inútil alimento que daba la vida a los dos viajeros. "No es esto una mixtificación creada por los Cófrades de Naüm, malditos sean". Antietam asintió, agradecido. Y bien sabía en su fuero interno que aquella presencia era imposible de reproducir, aunque había necesitado la palabra del primer Señor de las Sombras para calmar su alocado corazón. Miró a su antepasado, si no de sangre, sí en lo espiritual. Aquél que había surgido de la prehistoria de la humanidad. Aquél que en las leyendas de su gente simbolizaba la victoria sobre el destino. ¿Por qué misteriosos caminos había sido su madre amante del Peregrino, atravesando abismos de tiempo y memoria?
"Vosotros seréis la simiente de una nueva nación que, con el tiempo, se encontrará con las hijas del Océano Esmeralda" continuó Turulë. "Qué ocurrirá cuando vuestros nietos se encuentren con los suyos, no ha sido escrito todavía".
Antietam miró a Serina. Por un acuerdo tácito, ella se colocaba de manera que solamente la parte sana de su rostro estuviera a la vista. Cuando, de nuevo, quiso volver la mirada hacia Turulë, para hacer una última pregunta, él se había ido.
Fin :)