Tras los viajes y exploraciones del padre Lorenzo Panduro, misionero jesuita con el encargo de la corona para la exploración de las tierras del Cipango y la China (1575-1579), publica en Lima sus observaciones contenidas en un extenso documento llamado "Observaciones e instrucciones para la gente cristiana en las islas del Cipango". Éste documento es leído en la corte, y el Consejo de Indias reclamaa al padre Panduro a Madrid para preparar la empresa de castigo y conquista de las islas. Las "Instrucciones del padre Panduro", como son conocidas entre los capitanes, se convierten en un documento que, por instrucción del propio monarca, deben poseer y leer todos los capitanes de la expedición.
Dotado de unas excepcionales dotes de observación y don de lenguas, el padre Panduro recorrió durante tres años las tierras de Japón, siendo frecuente en su corte como consejero para asuntos occidentales. Sus observaciones contienen gran cantidad de datos eminentemente prácticos para aquellas cuestiones de choque cultural, diferencia y semejanzas entre los nipones y el resto de los europeos, especialmente los españoles.
Sobre el Cipango y aquellos que lo mandan
Habéis de saber que el hombre del Cipango es de naturaleza obediente y educado. Todo en su vida, desde la forma en que trabaja la tierra a como recibe una visita en su casa, se ajusta a un protocolo. Además, aunque en el fondo de su corazón sea una persona arrojada y sanguínea, tanto o más que cualquier castellano, en relación con sus semejantes se muestra prudente, pronto a la hospitalidad y correcto hasta el extremo de parecer servil.
De todo ésto se aprovechan sus gobernantes, que les rigen con mano de hierro. Comunmente vengo observando en éstas islas una obediencia y fe ciega en sus mejores, que ya la quisiera el emperador de Alemania. Cada región del Cipango la gobierna una familia o clan, que lleva un apellido, a la manera de la nobleza de Castilla. Y cada familia tiene su casa, a la manera que tienen casa los nobles del rey nuestro señor, y la forman como en ésta, gentes de armas que se llaman samurai, similares a nuestros hidalgos, de los que ya hablaremos mejor, y bajo ellos la infantería, llamada ashigaru, más numerosa y valiente a maravilla.
Éstos señores, que normalmente poseen el título de daimyo, ésto es, como los antiguos condes y marqueses, son gente refinada, ávida de poder y peligrosa. Y como tienen éstas gentes tan inculcada la obediencia a sus señores, puede ocurrir en un extremo, que un daimyo diga públicamente que el que antes era amigo ahora es enemigo, y le crean a pies juntillas. De hecho, es tal la obediencia que si un señor dijera a sus súbitos que el sol sale por la otra parte, y no por la que habitualmente lo hace, ellos se vieran forzardos a decirlo públicamente y convencerse de ésto, aunque sea gran mentira.
Gobiernan la tierra, como he dicho, éstos grandes señores daimyo, que se hacen muy fragosa guerra entre ellos, agrupados en varios bandos o facciones. Luchan por títulos de la corte imperial, pues a pesar de que los extranjeros creen erróneamente que a los japoneses los gobierna el shogún, en último término obedecen todos al emperador, al que idolatran como un Dios. El emperador vive en la ciudad de Kioto, y nunca sale de su palacio, y hace mucho tiempo que ni siquiera se muestra por la gran puerta de palacio al pueblo, que llaman el mikado. Deja el gobierno en manos del shogún, que es como su valido, y él se ocupa de todas las cosas terrenas, reservándose el emperador las costas celestes de su culto y religión, aunque se suponga que siempre tiene en todo la última palabra. Es a éste emperador, figura casi mítica, al que todos deben obediencia, y por el que todos morirían sin pestañear.
De un tiempo a ésta parte, el shogún ha perdido el poder, y gobierna como títere en manos de un daimyo poderoso, que se llama Nobunaga. Éste conde derrotó al shogún, y lo tiene ahora viviendo en jaula dorada, mientras él rige los destinos del país. Y es éste Nobunaga hombre muy astuto, con gran curiosidad por las cosas de occidente, comandante muy capaz en el campo de batalla, que ambiciona para el Cipango grandes cosas. Lo primero, es unirlo todo bajo un mismo mandato, que obviamente espera sea el suyo, cosa que si Dios quiere conseguirá por sus muchos logros. Lo segundo, es expandir al Cipango como un imperio a la manera de Castilla, por Oriente y otras partes del mundo, dado que siendo los del Cipango gentes muy hábiles y acostumbradas a la guerra, se dan buena maña en éstos menesteres.
Sobre la gente de guerra del Cipango
Como he dicho antes, manda a la gente de guerra el daimyo, en calidad de conde que a la misma vez es general y señor de una gran casa. Sobre él, teóricamente mandare el general u oficial, comunmente otro daimyo o noble, que el shogún o el emperador mandaren. Bajo él sirven oficiales de la nobleza samurai, a modo de capitanes, maestres de campo y sargentos mayores, dividiendo sus fuerzas en agrupaciones similares a las compañías y tercios castellanos.
Tiene mucha importancia entre las gentes del Cipango, el ejercicio de la caballería, como lo tenía en los viejos tiempos en Castilla y otras partes de Occidente, cosa que nosotros solo conservamos poco más que en el nombre y el rango honorífico. Ésta caballería noble la forman los samurai, que son guerreros juramentados que viven mediante un código del guerrero. Éste código les impide rendirse jamás, pues creen que el que se rinde deja de ser persona y se convierte en una cosa, más parecida a un ínfimo esclavo, por lo cual prefieren antes dar la vida que verse ultrajados por la derrota. Tienen, asimismo, un gran sentido de la lealtad y fe ciega en su señor, de modo que si éste muriera y la casa quedara vacante, ellos se convierten en "ronin", samurai sin señor cuyo objetivo último es el de vengar la muerte y ultraje de su antigua casa.
Éstos samurai combaten, bien a pie o a caballo, con mucha diversidad de armas. Cuando no van a la guerra, visten con grandes kimonos y batines sin mangas a la manera de gonelas, cargando en el cinto la espada que llaman uchigatana o ganata, que nosotros traducimos como katana, que es de hoja curva y larga semejante a las espadas que yo he visto a los esguízaros de los alpes, que llaman "gran cuchillo de guerra". Y éstas katanas cortan a maravilla, e son muy afiladas, pero comunmente las usan cuando van en ropa de calle, pues el samurai es como el castellano, muy celoso de su honra y propenso al duelo y el lance de cuchilladas. La katana ésta hecha a manera de acero damasquino, que en haciéndola la pliegan muchas veces. Pero comunmente he observado que ésto hacen por ser el acero del Cipango generalmente de peor calidad que el castellano, de forma que necesitan trabajarlo más. Y comparado con espada de Toledo, ésta iguala a la katana en buena factura, sin tenerla que trabajar tanto, de modo que si se hace damasquino a una toledana, supere ésta y por lo común a las espadas del Cipango.
El samurai lleva siempre el pelo recogido en una coleta o moño, que ésto consideran símbolo de su nobleza y pertenencia a ésta hidalguía, y no hay mayor deshonor para ellos que, venciéndoles, cortarles la coleta, de modo que quedan deshonrados y creen que se deben suicidar.
En la guerra, el samurai viste con una armadura que ésta hecha de cuero y una madera muy ligera y resistente que es el bambú, abundante en ésta parte de oriente, que tratan y lacan con muy buena industria, pues son gentes de mucha inventiva y desarrollo en las cosas de la mecánica y la armería. Ésta armadura tiene en el casco y la coraza faldón, a la manera de los morriones o los faldones de las armaduras de justar, que sirve como en los cristianos para quitar los golpes y estocadas. En ellas, que son muy complicadas, hechas a láminas y pintadas muy a maravilla de ver, lucen los emblemas de su casa, llevando en ocasiones una banderola atada a la espalda en un palo, de forma muy semejante a como hacían los indios de la Nueva España que combatió Cortés. En los cascos llevan en ocasiones máscaras muy feas que les asemejan a demonios, y cimeras muy altas y de varias clases, todas hechas para espantar al enemigo, a la manera que hacían los lansquenetes con sus plumas y grandes sombreros.
Son éstos samurai guerreros muy fieros y leales, y normalmente combaten a caballo con un arco, con el que no suelen hacer puntería, si no disparar a donde la flecha dicen que les lleva. También usan unas armas de asta similares a nuestras picas y archas. Éstas últimas, que llaman naginatas, son las preferidas de sus mujeres, que a algunas entrenan en las artes del combate, que llaman bugeishas. Combate el samurai principalmente con éstas armas, archa y arco, reservando la espada, como hacemos los cristianos, a la última defensa, considerándola ellos también el arma más noble de cuantas el guerrero puede portar.
Si son deshonrados, derrotados o su honra puesta en entredicho de tal manera que no la pudieren reparar, éstos samurai, como hacen también los grandes señores, se suicidan a la manera que llaman seppuku. En éste acto, visten con una bata blanca, que llaman kimono, y desnudos por debajo, se arrodillan sobre el suelo o un cogín, y con una mano cogen la hoja de una daga a su manera, que es curva, con un paño para agarrarla por la espiga. Luego se abren la bata, descubriendo el vientre, mientras un guerrero de su compañía o casa aguarda por detrás, con una espada desenvainada, de las que llaman katanas. El samurai se clava luego la daga en el vientre, y él mismo se lo abre de derecha a izquierda y de abajo a arriba, cosa que es muy dolorosa. Y para evitarle ésta muerte dolorosa, que es la de ser destripado, por honra y lástima el guerrero que tienen detrás usa la katana para decapitar a su señor de un tajo, haciéndole luego reverencia, por que en ésto consideran los hombres del Cipango haber alcanzado muerte nobilísima y reparado totalmente la honra de su apellido y casa. Viven en ésta idolatría, sin saber que el suicidio es cosa aborrecida por Dios, y motivo de ingreso en el purgatorio. Dios les confunda, y alcancen la luz de la verdadera religión.
Los samurai son los oficiales y mandos de la tropa, más numerosa, que se llama ashigaru. Son éstos campesinos levantados en leva, que son escogidos y entrenados por su señor para que se dediquen al oficio de las armas, en lo que se dan buena maña y son leales y fieros, más impresionables como gente llana que son. Éstos hombres forman en compañías de lanzas, picas, archas de las que llaman naginatas y otras armas. De un tiempo a ésta parte, los portugueses han vendido a los del Cipango arcabuces, que aquí llaman tanegashima, por el lugar donde los fabrican. Como copiaron un arcabuz portugués de los años cuarenta de éste siglo, desmontado sin culata, tiran con arcabuces que no tienen culata a nuestra manera, si solo el muñón donde ésta va apoyada, de modo que la ajustan bajo el sobaco como las antiguas escopetas de Castilla, y además valen habitualmente de usar horquillas o apoyar el arma, a la manera de nuestros mosquetes. Tienen mucha arcabucería, pues les ha resultado útil para enfrentar a la caballería samurai, y la juegan escondiendo a los arcabuceros de modo que atan a su cuerpo haces de paja y otras artimañas para confundirse con el paisaje, usando también, que lo he visto, unos entramados de madera semejantes a una celosía o enjaretado de un galeón, escondiéndose detrás de él para impedir al jinete o al infante atacarles fácilmente, disparando por detrás y entre las rejas de manera que se turnan, e mientras uno dispara el otro recarga y le prepara el arcabuz. Éstos arcabuces disparan balas de mayor tamaño, a la manera de balas de mosquete, y en las mechas llevan un salitre especial, que hace que no se apague con la lluvia. Ésta es cosa que españoles deben tener cuidado, y procurar averiguar e imitar, pues es asunto muy provechoso para las armas del rey nuestro señor.
Ésta gente de guerra, como he dicho, actúa a la órdenes de su general o señor. Entre ellos hay guerra de la buena, y no florida como en las Indias, y se hacen escaramuzas, golpes de mano y fragosos asedios, para lo cual los portugueses les han vendido artillería, de la cual ellos han copiado la hechura, pero es su mayor parte piezas pequeñas, como culebrinas de bronce, falconetes o bombardas para tirar a los castillos, que aquí tienen una basamenta de piedra muy dura y no se pueden rendir a cañonazos, si no haciendo zapa y mina, e tomándolos al asalto, que en ésto se pierden muchas vidas.
Es la gente del Cipango como en Castilla, orgullosa y sufrida en el pelear, valiente y esforzada en los hechos de armas. No obstante, he observado que éstas partes del mundo, en la China y el Cipango, no se observa una disciplina tan rígida en las formaciones, pues ellos entienden que la gloria se gana en la refriega del combate personal, por lo que en ocasiones tienden a romper la formación para buscar éste combate de uno contra el otro. Y en ésto aventaja mucho la infantería española, pues es bien conocido que en el negocio de la guerra renta más la disciplina y el buen orden, que el arrojo y el ansia de gloria que comúnmente tienen los bisoños en las armas.
Sobre la vida de éstas gentes y sus costumbres
En el campo, la vida es muy semejante a la de Castilla. Los campesinos trabajan la tierra, cultivando principalmente arroz a la manera de la China, para lo que inundan un bancal con unos pocos dedos de agua, que es lo que el tallo de arroz necesita para crecer. Se ayudan en ésto de muchos ingenios de bombas, norias y otras máquinas para subir el agua a sitios donde no puede fluir acequia, de modo que irrigan grandes zonas del país y es éste productivo y rico a maravilla. Gustan mucho de la cereza, y gozan especialmente de la contemplación del cerezo cuando está florecido, que siempre es cosa bonita de ver.
Éstos campesinos usan pocos burros y tiros para ayudarse, más que un animal semejante al buey que aquí llaman búfalo de agua, para arar las tierras, y unos pocos mulos y borricos para transportar sus cosas. El resto, lo llevan ellos encima con mucho trabajo e industria, de modo que en un palo ponen dos cubos, uno en cada extremo, y el palo se lo echan por los hombros, pudiendo llevar más peso. Tampoco es infrecuente ver a éstas gentes tirando ellos mismos de sus carros, pues los caballos son caros y se reservan a la gente de guerra y la clase samurai. Pero como son carros hechos a maravilla, muy ligeros y de buena factura, no cuesta mucho tirar de ellos, aunque estén cargados hasta lo alto.
En el campo se vive mejor que en el del Castilla, pues aunque el señor pide dineros y réditos, no les exprime tanto con impuestos, y llevan una vida más relajada y alegre, pues a veces hacen sus verbenas, jolgorios y festivales, para los cuales usan fuegos de artificio a la manera de la china, y beben vino de arroz muy rico, que aquí llaman sake. Cuando brindan, dicen "campai" y alzan la tacita, pues aquí se bebe en taza y no en vaso, antes de beber de un trago, como si fuera licor de letuario o aguardiante.
Tanto en el campo como en la ciudad, la mujer es modesta y de su casa, honrada y fiel al esposo que es cosa a maravilla de ver. La mujer es dueña de la casa, y aunque el hombre tiene más potestad sobre ella, entre las cuatro paredes del hogar ella manda más que valido en la corte del rey. Se ocupan las mujeres, como en Castilla, de muchas tareas, y en el campo trabajan también como las cuadrillas de los hombres, a la manera de las espigadoras en las Españas, haciendo los remates, recogiendo tallos, almendras, llevando agua y sacando leche a las vacas. Son mujeres muy industriosas, pero más vergonzosas que el varón, que ya es decir. Rehusan normalmente hablar con el extranjero, aunque si su marido te invita a su casa, tratan al invitado con mucha deferencia, aunque no sirven de su mano el té, si no que dejan ésto a las criadas u otras mujeres, pues ellos entienden que servir el té mujer a hombre es cosa de mucha confianza y propia de prometidos, y de esposo y su mujer.
En sus casas, en el campo y la ciudad, andan descalzos, pues todo el suelo ésta hecho de tarima de madera, y lo mantienen muy limpio las mujeres, de forma que llegando calzado de la calle, se estropea enseguida. Los pobres van descalzos en su casa, y los ricos llevan calzas a la manera nuestra, que no es deshonroso andar con eso en casa.
Incluso en el hogar, observan cosas de gran protocolo. No se puede entrar en los aposentos privados del matrimonio, si no es por invitación suya, recibiéndose a las visitas en salones que al efecto tienen. Se sientan y duermen en el suelo, los pobres en pequeños cogines o sobre sus propias piernas, y los ricos en cogines de buena factura a la manera de los de los moros, teniendo sillas y pequeños tronos solo los señores de la tierra, pues los samurai son como los hidalgos, frugales en su modo de vivir.
Los señores gustan de tener en sus casas jardines de recreo, a la manera de los de chinos, donde imitan a la natura con estanques, plantas y árboles muy bonitos. Y es éste el lugar donde los hijos de los señores juegan, se crían y conversan. Y para el ejercicio de las armas, en las grandes casas tienen unas salas a modo de palestras de esgrima, hechas de una tarima muy buena y que no resbala, que llaman tatami. En ella aprenden de maestros de armas, tal y como hacemos nosotros, las artes de la palestra, que son combatir con armas o sin ellas, a modo de pugilismo y lucha de los griegos. Cuando entrenan el uso de las armas, utilizan unas espadas de madera a imitación de gatanas que se llaman bokken, e los hijos de los samurai no pueden usar espada de verdad si no cuando se hacen mayores y pasan unas pruebas, que llaman el genpuku, para demostrar que son samurai y guerreros dignos de portar las armas.
Tienen en la tierra caminos muy bien labrados, que llevan a todas las partes del país, y los vigilan los ashigaru de los señores, por mandato del shogún. Llevan éstos caminos a puertos y ciudades, que son pobladas de muchas gentes, como si fueran ciudades de Italia. Pero resulta que viven todos tan ordenados, educados y en armonía que sus ciudades, aún más pobladas, son reinadas por el silencio, la limpieza y el orden.
En ellas viven en casas de no más de dos plantas, mayormente casas bajas y anchas, con un pequeño porche delantero. Las puertas de las casas son de bambú y se corren hacia el lado, y para que entren la luz usan papeles muy sutiles, de modo que si uno quiere violentar o robar una casa, es en extremo fácil. Pero como las tropas del señor persiguen con dureza a los ladrones, y es gente tan educada, lo tienen por mucha osadía, y no reparan en más defensas de sus hogares.
En sus ciudades tienen de todo lo necesario, desde mercados donde se vende al peso y con dineros que se usan en éstas tierras, unos de metal y otros de papel, que son como pagarés que se apoyan en los taeles de plata que tienen las gentes de la administración. Tienen puertos muy bulliciosos, donde entran gran cantidad de mercancías, aún de occidente. De nosotros aprecian mucho la plata, el azúcar (cosa tenida por muy cara aquí), los cañones y el acero sin trabajar, que luego moldean ellos. Por su parte, tienen muchísimos géneros de cosas que vender, desde productos de la tierra a otros que les llegan de la China y la Chochinchina, con la que tienen mucha relación.
En sus ciudades hay también tascas y mancebías, aunque como en Castilla haya mancebas de varias especies. Las más comunes son como acechonas, que viven comunmente en los lupanares y son abiertas en el trato y conversación. Hay otras, a modo de daifas, mucho más educadas y sutiles, que se pintan la cara de blanco y tienen muy buenos modales. Las llaman geishas, y aquí es profesión muy bien valorada. Muchos señores pagan simplemente por el placer de su compañía y educación, pues son educadas y bienquisitas que allí donde van, armonizan perfectamente y causan orgullo. De hecho, si sobre ellas pregúntase sobre si comercian o no con la carne, la misma pregunta causa rechazo y enfado entre las buenas gentes.
Tienen en el Cipango una religión muy sencilla, que en parte viene de las enseñanzas de Buda, y de la otra es propia y muy antigua, a modo de páganos que adoran a las cosas de la natura. Pero su dios principal y supremo, que se llama Shinto, tiene en el emperador su delegado en la tierra, que es parecido a la creencia cristiana de que el rey gobierna por la gracia de Dios, pero en su caso creen que dicho emperador es un dios.
Sus templos son silenciosos, muy limpios y ordenados, y los sacerdotes trabajan en ellos, más no dedican su vida al completo a éste culto, pues es una cosa de todos. Comunmente, la gente va al templo y deposita en él una ofrenda, toca una campana y luego pide una merced a la divinidad correspondiente, o al shinto, metiendo unos papeles con sus caracteres en unos armarios.
En otros templos, sin embargo, viven monjes de cabeza rapada, que dedican su vida al dios Buda, a la manera que sucede también en China. Además de las devociones al dios, dedicarse a ayudar al prójimo y vivir frugalmente, éstos monjes tienen fama de ser muy duchos en las artes del combate, especialmente aquellas que se hacen con la mano desnuda a manera de lucha de los griegos. Es curioso ésto, pues solo he visto entre los jesuitas cosa semejante, pues es sabido en la Compañía de Jesús el juego de la esgrima es entretenimiento muy acostumbrado.
Escriben en el Cipango como en la China, con caracteres diferentes que escriben con un pincel. Se leen sus textos de izquierda a derecha y de arriba a abajo, para lo cual organizan el texto en unas columnas separadas a tal efecto. Tienen poetas, escritores, historiadores y funcionarios de todas las clases, a la manera de occidente, y son gente muy organizada en el modo del saber. Sin embargo, he visto que es entre ellos común que cuando cambia la familia del shogún, se destruyen muchos documentos y se encarga a los historiadores escribir nuevas crónicas para ensalzar a su casa, que es cosa harto aborrecible para los que estudiar su historia queremos. Mezclan también el mito con la realidad, pues es gente supersticiosa, que cree realmente que existen demonios y otras criaturas extrañas, como los espíritus que llaman tengu.
Ésto resulta curioso, pues la gente del Cipango, a diferencia de los chinos, es muy buena analizando las cosas mundanas y de la realidad, que no explican mediante mitos o acuden a asuntos de su cultura ancestral, como hacen chinos y hacían los indios de la Nueva España. Por ello, al igual que españoles, acogen palabras y cosas de otras naciones, si no las han conocido antes, y las analizan y describen con gran verismo.
Es importante con el hombre del Cipango ser educado, a la manera que somos en Castilla. Pero ellos entienden como educación sus modales, y por eso a los extranjeros nos llaman "namban" o bárbaros del sur, pues creen que todos venimos de las Filipinas. Se saludan con respeto habitualmente, inclinando el torso y el rostro, más o menos dependiendo de su condición. A los señores les saludan a la manera china, arrodillados y dando con la frente en el suelo, y no se mueven si no lo ordena el señor. Habitualmente, sus consejeros se sientan en torno a él, en cogines, y no tienen permiso para retirerse, ni aún si se están orinando, si el asunto que se trata es importante.
Comen diferente a nosotros, y a la manera china. En vez de comer filetes o grandes trozos de carne, la parten ésta en trozos muy pequeños, o la mechan, y la comen mezclándola con verduras y salsas muy sabrosas. Comunmente he observado que ésta práctica es beneficiosa si se tienen dificultades en hacer de vientre, pues los campesinos de Castilla saben bien que las verduras sirven para purgar. Comen con unos palillos la mayoría de los platos, que toman entre dedo índice y grueso de la mano derecha, ayudándose un poco del corazón, como si fuera el pico de un ave. Cuesta acostumbrarse a ésto, y es casi imposible comer nuestras viandas con éstos palos, pero como ellos gustan de los fideos, arroces y como he dicho, carnes troceadas, es muy fácil con éstos palillos ir cogiendo los bocados que se desean.
También comen muchas sopas, fideos y arroz. Y para las sopas beben directamente del tazón, o usan las mujeres y los nobles una cucharilla que he visto en la China, que es pequeña y honda como cuchara sopera, aunque ésto lo tienen más refinamiento y extravagancia, comiendo la mayoría de su bol, y si la sopa tiene fideos, se ayudan de los palillos para meterlos en la boca y cortarlos de un mordisco.
Instrucciones del rey para el capitán general y almirante de la escuadra, don Álvaro de Bazán. AGI, 158509, Fóls. 13r a 16v.
Habiendo debatido mucho y bueno con los reverendos padres jesuitas, el Consejo de Portugal, el de Castilla, Guerra e Indias, resolvemos matizar una serie de cuestiones que, en provecho a lo tocante a la victoria de nuestras armas y provisión de hombres y navíos para la empresa del Cipango, debemos transmitiros.
Primeramente. Que en todas las cosas de la empresa confiéis en el criterio de gente con experiencia en aquellas aguas y de trato con los que en el Cipango habitan. He mandado que se junten libros, cartas y crónicas que de españoles y portugueses han hecho sobre aquellas tierras, así como traducciones de sus textos y libros, en lo que se han dedicado los jesuitas por mandato de nuestra persona.
En toda la empresa, habéis de contar con el apoyo y asesoramiento del almirante Duarte, plático en aquellas aguas, y las experiencias que sobre el Cipango tienen los portugueses, que son muchas y muy buenas. Asimismo, procurad que en cada tercio o trozo de desembarco haya persona ducha en la plática de la lengua del Cipango, para lo cual aprovechad que se enseñe durante el viaje los rudimentos de ésta parla, con ayuda de los lenguas que embarquéis, y a los que he proveído juntar en Acapulco y Manila.
Asimismo, procurad que las naves sean buenas, y que se carguen bastimentos de buena hechura, para que no falte de nada, como en Flota de Indias. Que se compre fruta, carne y otros bastimentos en los puertos, para lo cual la corona derrama buenos dineros. Para las pagas de los hombres, la contratación de mercenarios en las Filipinas, la China y la Chochinchina, si lo juzgáis necesario, he mandado al virrey del Perú que éste año se saque el doble de plata de las minas, destinando para ello más mitas y explotando vetas nuevas. Con ésta plata, que es bien sabido que es lo que los chinos quieren de nuestra nación, comprad además voluntades y asegurad que de la parte de la China os venga más ayuda que perjuicio. Aunque ésto sea cosa hecha, por el mucho odio que se tienen japoneses con chinos, y las ambiciones del Nobunaga de conquistar la China, y las incursiones en la Corea, asuntos todos que debéis aprovechar muy a vuestro favor.
Otrosí, sabed que he mandado que se levanten en Acapulco armerías a la manera que hay en Toledo, Vizcaya o Milán, para que en ellas se hagan las armas, armaduras y pertrechos de los tercios que hubieren de embarcar de aquella parte, y para que tengáis puesto más cercano donde reponer éstos bastimentos, que se han de enviar a Manila en lo sucesivo, mediante galeones con su escolta.
Cosa muy nueva es ésto de tercios de Indias, y habéis de tener gran cuidado, al ser tropas más bisoñas y menos fogueadas. Además, ha de esperarse que las compañías de indios, mandadas por sus caciques y señores, tengan mucho ánimo en el pelear, para demostrar su valía frente a los criollos, y en ésto hay que tener cuidado de tenerlos más sujetos a disciplina. Otrosí, procurad que los criollos, que del natural ven al indio como inferior, así como los españoles que vengan de la parte de las Españas, no traten mal a éstos indios, ni a tropas tagalas ni a otros mercenarios ni gastadores que juzguéis oportuno contratar para ésta campaña. Soldados son todos y al rey sirven.
Además, deberéis tener gran cuidado de que hidalgos, capitanes y maestres de campo aprendan de los padres jesuitas las costumbres del Cipango, en lo tocante a la lengua, el comer y los agasajos. Hemos leído que en éste punto estriba que los del Cipango nos consideren bárbaros, y por lo tanto es nuestro deseo que los capitanes y gente principal demuestren que los españoles somos gente de razón y civilización, e de ésta manera os podáis atraer a los caciques y señores de ésta tierra, que estén en guerra contra los otros, de modos que se vuelvan los unos y los otros, se hagan la guerra a nuestro favor y se agoten.
Recordad en todo el ejemplo de Cortés, que en llegando a Mésico tomó al emperador y con él al imperio. Pero en ésto dejo vuestro criterio al mando, pues cuando lleguéis al Cipango nos separará el mundo entero, y como las noticias de Filipinas tardan por lo común más de seis meses en arribar a Madrid desde que podemos usar los puertos y naves de Portugal, no podré dar instrucciones ni ser de utilidad en lo continuo y mundano.
Asimismo, proveed que los hombres tengan buenas armas y estén bien entrenados. Todos dicen que los soldados del Cipango son cosa dura, y pláticos en las artes de la palestra, así como de esgrima, lanza, el abrazar de los italianos y el tiro con sus arcos y arcabuces. Como dicen que tienen muchos, he mandado que para mejor aprovechar de nuestra fuerza, se hagan para ésta campaña más mosquetes que arcabuces, y que éstos tengan buenas llaves de rueda, e aún de miquelete, aunque sean más caras, para lo cual he mandado que se embarquen repuestos de llaves, piritas y pedernarles si hace falta tenerlos de respeto.
Hemos mandado que se contraten para la expedición mucha copia de maestros de esgrima e de armas, tanto de aquellos con maestría acreditada, como de los de vulgares que les llaman los otros, por no despoblar Castilla de los primeros. Las tropas han de practicar el juego de las armas, y el pelear a mano desnuda a la manera de los alamanes y los italianos, de modo que ganen en ésto confianza y no se espanten por la mucha habilidad que dicen que los del Cipango tienen en éstos menesteres.
Usad bien los tiros de artillería, que se embarcan muchos y muy buenos, algunos de grueso calibre de mis fábricas en Milán, o comprados al obispo de Lieja, que hacen allí muy buena artillería de la que en Flandes se usa. Dicen los jesuitas que los japoneses usan tiros pequeños, así que tomad en ésto ventaja. Además, parece que allí es desconocida la bala de metralla, la encadenada e de palanqueta, así que usadla a discreción para pavor de aquellos, así como los perros de los que se usan en las indias para espantar, alanos grandes que habéis de embarcar, pues nada debe faltar para asegurar el triunfo.
Las armaduras han de ser buenas, y que los capitanes y maestres las lleven que paren balas, así mucha copia de rodelas, que contra los del Cipango dicen que son de mucho uso, buenas y recias, que paren balas también, aunque pesen algo más, para quitar los fuegos de su arcabucería sobre los piqueros. Armaduras que sean todas a la hechura de Milán, de buena factura, que hemos comprado muchas y buenas. Y que de ordinario procuréis que no haya muchos hombres sin armadura, más que mosquetes, gastadores y los pífanos, ya que dicen que todos los piqueros de ésta nación son como coseletes, y no llevan pica seca más que unos pocos hombres que se levantan como a leva, de los que no hay que temer mucho más allá del ánimo que tengan en el pelear.
Por último, recordad que las tropas han de comportarse con arreglo a la situación. Que no sean crueles en desmedida, si el enemigo se comporta bien y hace la guerra con honor, pero que no tengan misericordia si los del Cipango os hacen mala guerra. También procurad que se extienda la única y verdadera religión, que ésto es mandato del santo padre y condición para la ayuda que nos prestan la Orden de Cristo y los de Malta, que no es poca. A tal efecto, que no se violente ni se haga pillaje entre los japoneses conversos, y que se premien las misiones que los jesuitas tienen en aquella parte, dando mensaje de que más conviene a los de éstas islas pasarse a la nuestra religión que permanecer firmes en sus idolatrías.
Redactado por mandato de su católica majestad, el rey. Don Juan de Idiáquez y Olazábal, secretario del.
Listado de navíos y tropas que se han de embarcar en Sevilla y Acapulco, así como de las de Portugal en Goa que se unirán en Manila, redactada por el licenciado Francisco de Quiroga, contador mayor de ésta expedición.
De las naves
Escuadra portuguesa, de Lisboa y Faro
São Martinho (San Martín) — 48 cañones (primer navío de escuadra, al mando del almirante don Felipe Duarte)
São João (San Juan) — 50 cañones (segundo navío de escuadra)
São Marcos (San Marcos) — 33 cañones (al mando de López de Mendoza)
São Filipe (San Felipe) — 40 cañones (al mando de Francisco de Toledo)
São Luís (San Luis) — 38 cañones (al mando de Agustín Mexía)
São Mateus (San Mateo) — 34 cañones (al mando de Diego Pimentel)
Santiago (Santiago) — 24 cañones
San Francesco (San Francisco) — 52 cañones (al mando de Niccolo Bartoli, galeón florentino incluido en la escuadra portuguesa)
São Cristóvão (San Cristóbal) — 20 cañones
São Bernardo (San Bernardo) — 21 cañones
Augusta (Augusta) — 13 cañones
Júlia (Julia) — 14 cañones.
Escuadra castellana, desde Sevilla
San Cristóbal — 36 cañones (primer navío de escuadra, al mando de Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz)
San Juan Bautista — 24 cañones (segundo navío de escuadra)
San Pedro — 24 cañones
San Juan — 24 cañones
Santiago el Mayor — 24 cañones
San Felipe y Santiago — 24 cañones
La Asunción — 24 cañones
Nuestra Señora del Barrio — 24 cañones
San Linda y Celedón — 24 cañones
Santa Ana — 24 cañones
Nuestra Señora de Begoña — 24 cañones
La Trinidad Bogitar — 24 cañones
Santa Catalina — 24 cañones
San Juan Bautista — 24 cañones
Nuestra Señora del Rosario — 24 cañones
San Antonio de Padua — 12 cañones.
Escuadra de Vizcaya
Santa Ana — 30 cañones (al mando de Juan Martínez de Recalde y Alejandro Gómez de Segura)
El Gran Grin — 28 cañones (segundo navío de escuadra)
Santiago — 25 cañones
La Concepción de Zubelzu — 16 cañones
La Concepción de Juan del Cano — 18 cañones
La Magdalena — 18 cañones
San Juan — 21 cañones
La María Juan — 24 cañones
La Manuela — 12 cañones
Santa María de Montemayor — 18 cañones
María de Aguirre — 6 cañones
Isabela — 10 cañones
Patache de Miguel de Suso — 6 cañones
San Esteban — 6 cañones.
Escuadra de Indias para Sotavento.
Mandada por Miguel de Oquendo, compuesta por trece naves.
Escuadra andaluza
Mandada por Pedro de Valdés, compuesta por diez naves.
Escuadra de Aragón y Cataluña
Mandada por Martín de Bertendona, compuesta por nueve naves.
Escuadra de las órdenes
Tres navíos de Santiago, uno de Alcántara, seis galeones de la Órden de Cristo y tres galeones y dos urcas de la Órden de Malta, todos al mando del maestre Piero de Gaeta, del hábito de Malta.
Escuadra portuguesa de Goa
Doce navíos, de los cuales ocho son galeones, tres urcas y el resto carracas.
Escuadra de urcas
Mandada por Juan López de Medina, compuesta de 23 unidades.
Naves napolitanas y gente de fortuna que se embarca en Messina.
Tres galones de Nápoles al mando de Ezio de Spínola.
La Girona mandada por Hugo de Moncada.
Swiftsure, 20 cañones, mandada por sir George Pembroke.
Le Renne, 14 cañones, capitán Jean Pierre Lamoral.
Le Terrible, 17 cañones, de Flandes, capitán Jaan de Smet.
Vierny, galeón de 30 cañones de mercenarios rusos y polacos, mandados por el atamán Fabian.
De la gente de mar y de guerra
Suman 43.520 almas, de los cuales: