Partida Rol por web

Rodrigo:

Los tres te miran extrañado. Los dos asaltantes, uno sujetándose la herida como si se le fuera a escapar por allí el alma, y el otro no sabiendo si rezar un padre nuestro o un ave maría. Del tercero, el guardia, todavía tiene sus reservas de aceptar la ayuda de un desconocido. Al final, tras unos segundos que parecieron minutos, los dos rufianes se lanzan contra ti cerrando salidas por laterales a la velocidad del rayo.. 

Intento esquivar las estocadas que me tiran sin piedad los rufianes a los que creía haber intimidado... Maldiciendo, me muevo tan rápido como puedo, pero no consigo actuar lo suficientemente rápido. Tras notar el acero penetrar en mi carne ahogo un grito mezcla de dolor y sorpresa.

-¡Los hideputas! ¡Parece que tenéis hígados después de todo!

Isabel:

Consigues acercarte lo suficiente como para ver el espectáculo. Otro guardia del séquito inquisitorial a caído y a pesar de los refuerzos los asaltantes no se ven amedrentados. 

Hernando luchaba con el que parecía ser el jefe de la banda y el único que llevaba tapada la cara. Rodrigo se las veía con dos a la vez en la margen derecha del camino. Al parecer nadie reparaba en tu presencia. Pero entonces oyes una voz familiar entre el alboroto, sin duda la vuestro tío que sigue en el coche metido.

Notas el frío acero como penetra en la carne y el correr de la sangre por la sien. El coleto de cuero ha parado la mojada directa al corazón pero la cabeza quedó descubierta preparada para recibir el corte...

Mis ojos no sabían hacia dónde mirar. Se detenían durante una fracción de segundo en el destello de las hojas de acero al chocar, en los rápidos movimientos de los enfrentados, en los combatientes heridos. No sabía qué hacer sino pensar en que sería un estorbo si bajaba y me metía yo también en la refriega.

Me mordí el labio, sopesando la idea de bajar y ayudar a Rodrigo o a Hernando en su contienda. Cuando me decidí y atravesé un par de arbustos para bajar hacia el camino, fue cuando me percaté de la voz.

Fruncí el entrecejo y busqué con la mirada de dónde provenía. Emití un grito ahogado y, tratando de correr, me dirigí hacia el coche, recogiéndome el vestido para no tropezar.

-¡Tío!- grité, sintiendo los latidos de mi corazón en la garganta, desbocados-. ¡Tío! ¡Soy Isabel!

Viendo que el tunante se me resiste, manteniendo el estoque trabado, saco rápidamente mi cuchillo con el fin de ayudarme en el lance.

Saco mi Vizcaína y la empuño con la siniestra, y antes de que puedan llegar a reaccionar me lanzo, o al menos lo intento, contra ellos con las dos hojas por delante, con toda la fuerza de que dispongo y casi a ciegas, lleno de ira por el dolor y la humillación que me supone el haber sido herido de una forma tan desastrosa e imprevista. En el arranque intento alcanzar al que más cerca se encuentre de mí.

Rodrigo:

No sin cierta ironía, desembarazas el lance. Pues aquél que os hirió en la cabeza, cae a vuestros pies mortalmente herido en la misma. Recuerdas, "Ojo por ojo" dice el señor.

Hernando:

Al ver el movimiento de tanteo de vuestra mano en busca de más acero, y teniendo las de perder, el embozado os desembaraza del ligue, empujándoos hacia atrás y dejando espacio entre ambos. Oís una risa.-Jajaja, de modo que os lo tomáis en serio. Entonces he sido descortés al no presentar mis respetos.- Educadamente, alza la ropera delante de su cara a modo de saludo formalizando así, el duelo entre caballeros.

Isabel:

A medida que te acercas hay mas sangre en el suelo. Ha caído otro guardia pero también dos de los asaltantes. El ruido del acero a veces es tal que os taladra los tímpanos. Veis como un cabeza, con el gorro morado de la orden eclesiástica, asoma por la ventana del carruaje. Vuestro tío está aterrorizado y le veis con el crucifijo de oro entre las manos.-I..Isabel!?.-Grita entrecortadamente. Pero al oír su voz os dais cuenta que no es la que reconocisteis.-¡Isabel!.-Grita otra vez vuestro tío. Y de repente alcanzáis a oír entre el estruendo aquella voz que os produce un escalofrío.-...al no presentar mis respetos.-La oyes decir. A vuestra derecha, Don Hernando parece que se bate con su dueño.  

—No jodáis, haced lo que os plazca, pero no jodáis —digo enfurecido mientras le asesto otra estocada con bastante inquina.

Habrase visto, no he presenciado tamaña desvergüenza en mucho tiempo.

Al ver el cadáver a mis pies miro al que queda en pie y le espeto:

-¿No os da pena dejar solo a vuestro rufián amigo ante las barbas del demonio? ¡Id a hacerle compañía!

Tiro de nuevo con toda la fuerza de que soy capaz, pero es tal mi ímpetu que la hoja pasa a medio palmmo de la carne de mi oponente. Al comprender que he fallado, intento apresuradamente dar un par de pasos hacia adelante para no quedarme tan cerca de el.

Mi respiración se agitaba más a medida que mis ojos recorrían la sangre que había por el suelo. Mi corazón late desbocado y mi mente gira en torno a todo lo que sucede allí. Los gritos, los aceros entrechocar, y mis propios latidos eran lo único que escuchaba en ese momento.

Fue en ese momento cuando vi el gorro morado y el corazón me dio un vuelvo.

-¡Tío!- grité, avanzando cómo podía por el engorroso vestido-. ¡Tío!

Me acerqué a la ventana del carruaje y comprobé que estuviera bien, que se encontrara en buenas condiciones, sobre todo, de que no le hubieran golpeado o hecho daño.

-No os  preocupéis, tío- dije, entrecortadamente, nerviosa-. Todo irá bien. No pas…

Me corté de inmediato al escuchar aquella voz. Un escalofrío me recorrió entera y sentí que el mundo desaparecía. Me giré y pude verlo. Aquel tipo tan desagradable se batía con Hernando sin pausa y piedad.

Fruncí el entrecejo y miré a mi alrededor, buscando una piedra o algo con lo que golpearle para que dejara en paz al médico.

-¡Eh!- grité, tratando de llamar su atención-. ¡Rufián! Déjale en paz- inquirí, poniéndome al lado de Hernando, sin apartar la mirada del hombre-. ¡Estate quieto si no quieres salir mal parado de aquí y visitar a Dios Nuestro Señor en apenas unos segundos!

Me subí las faldas para poder alcanzar el pistolete que siempre llevaba conmigo agarrado en la pierna(regalo de mi hermano Carlos), cargado y apunto de ser disparado, y encañoné a aquel hombre, alzando una ceja, advirtiéndole que se estuviera quieto.

Hernando:

Te apresuras a entrar el estoque al ver un hueco en la defensa del rufo y mire usted por donde que el estoque entra entre costillares. Un gemido de dolor sale desde detrás de su embozo. Antes de que retroceda te lleva el impulso de acercarle la daga de la mano izquierda a la cara para que de cuenta de su desfachatez. Pero antes de poder llevarla a cabo una damisela, con vestido raído y sucio, despeinada y con mal genio se coloca a tu lado interponiéndose en el camino de la izquierda.

Rodrigo: El canalla se envalentona al oir vuestras palabras y arremete contra vos como si de salvar su alma dependiera este duelo.

Isabel:

El rufián da unos pasos hacia atrás al veros interponeros delante de su combate. Parece que el arma tiene el efecto deseado, pues el hombre, encañonado a escasos dos metros, no mueve ni un músculo. Sus ojos, te fijas en sus ojos. Oscuros y rasgados, ligeramente abiertos de sorpresa. Te tiembla el pulso. Por un momento...te pareció...

Sin embargo las sospechas se hacen patentes cuando el enmascarado se quita el pañuelo que cubría su cara. Un ahogado grito sale de tu boca:-Felipe.

Felipe Díaz de Noboa se sujeta la herida recibida mientras observa atónito a su hermanastra apuntarle con un arma.-Que?..-comienza a decir pero rápidamente su mente encaja las piezas.-¿Como te libraste?.-Dijo furioso.-Deberías estar MUERTA!!.- El grito hizo que le saliera un arranque de tos de la herida.

A la desesperada, y al ver que el rufián sigue en su empeño de alcanzarme, intento entrecruzar mi acero ccon el suyo para detener la hoja. Por menos que un suspiro su hoja traspasa mi defensa y la veo acercarse peligrosamente. En el último momento, antes de ganarme otra linda cicatriz, hago un giro y alzo mi capa, protegiéndome con ella, desvío la peligrosa punta de su hoja.

Tomo aire un segundo antes de la próxima acometida, porque ya no hay duda, vamos a muerte.

-¡Por los clavos de Cristo! -dígome.

Deteniendo mi impulso de degollar al cretino hermano de la dama con el cuchillo, pues sobran explicaciones respecto a sus intenciones, me echo hacia atrás con el estoque preparado para atravesar lo que sea.
A ella y no a mí corresponde acabar con su vida si le place, además de la misma forma en la que el tal Felipe mandó matarla a través de aquel canalla que goza del agujero que cortésmente le hice.