No se movió de donde estaba, con los brazos al cuello y el aliento de Marcos rozándole las mejillas coloradas. Se le antojaba como el lugar más seguro al que podía aspirar en ese momento. Entendía la razón de su temor, pues toda aquella aventura, todo el sentimiento que se les agolpaba preso bajo el pecho, pocas esperanzas tenía de alcanzar buen puerto. Era inapropiado y absolutamente flagrante. Y era plenamente consciente de ello.
Puso una mano, pequeña y delicada, a un lado de su rostro. Pareció querer compartir un pensamiento, pero nuevamente este se perdió en la nada.
-Podéis compartir vuestros temores conmigo -susurró, casi esperando que no lo hiciera.
- Prefiero seguir besándoos.
El soldado volvió a fundir sus labios con los de Inés, contento de escapar de todo lo vivido, y que demonios, de todo lo que podría estar por venir, que no había nada como el más dulce de los besos para crear una burbuja de paz en el mundo, cosa harto rara en la desdichada España. No se atrevió a nada más ni a nada menos, pensando que quizás no sería mal destino permanecer así para siempre.
Asintió brevemente con un despunte amargo, dejándose hacer después en el roce de sus labios que traía consigo un gozo mucho más deleitable, cálido y embriagador. No encontraba razón alguna en abatirse ahora, desquitándose de lo bueno que tenía por una posibilidad que a cada instante parecía querer volverse más real. ¿Y qué importaba? Aferró sus manos al jubón para alzarse sobre la punta de los pies, queriendo retenerle a su lado en un arrebato egoísta salvando cuanto espacio hubiese de por medio. En algún rincón de su mente fue consciente de cuán caprichoso resultaba amor, y poco agradecido al disponer a dos personas tan diferentes en carácter y posición ligadas por emociones tan poderosas sin esperanza de fortuna cercana en aquella empresa. Y eso no hizo sino que deseara con más fuerza volver aquel momento interminable, colmada de cariño en unos brazos firmes, y envuelta por besos y caricias tantas veces soñadas.
Si habría de llegar el desengaño, como parecía intuir en su mirada, que fuese lo más tarde posible cuando no quedasen más palabras que ofrecer o amor que entregar. Cuando el recuerdo ajado de todo aquello no fuese capaz de herirles nunca más.