Pasará lo que pasara siempre se podrá recordar que Marcos reaccionó valiente y como un lince, pues ya tenía la toledana empuñada en la mano derecha y sacaba la daga larga y asesina para responder a cualquier cosa con tal de proteger a Inés, que parecía que le daba bravura alcanzar a luchar contra lo desconocido y lo hereje con tal de dar su vida por ella.
El corsario fantasma que apunto había estado a punto de agarrar a Inés ya tenía en la habitación más de la mitad de su cuerpo, incluido una pistola en su mano izquierda. Marcos fue rápido y tiro a matar, como una víbora, sobre el pecho del inglés hideputa. El corsario también lo fue. Instantes después de que la espada empezara a atravesar la fría y muerta piel del enemigo, para alivio de Inés que vio como la hoja se llenaba de pútrida sangre, el inglés disparo su arma contra Marcos. A quemarropa.
Era extraño, porque la detonación, aunque terrible y sonora, se escuchó débil en la cabeza de Inés, que veía como ese instante se arrastraba con unos segundos que más bien parecían detenerse. Pero cuando su amado se giró no pudo captar signos de herida ni de disparó en él, ni el menor rastro de sangre. Pero vio cómo su aguerrido soldado se tambaleaba, su piel perdía todo el color, su boca se secaba y sus ojos se inyectaban en sangre, mirando sin ver en la dirección de Inés. Marcos empezó a respirar fuertemente, como en un ataque de asma, y sus movimientos se volvieron espasmódicos y nerviosos. No parecía tener muy claro donde se encontraba. O quizás si, por todos los santos, que quizás ese fuese el problema: que había entendido exactamente donde se hallaba y contra que se medían los pobres soldados, humanos al fin y al cabo, echándole cojones para proteger la patria y el amor. Que a veces era lo mismo y a veces no.
Fuera de ese dificultoso instante, los cuatro soldados respondieron con presteza, aun cuando sus corazones estaban profundamente turbados, y se encaminaron a cruzar los aceros contra los asaltantes. Cuatro contra cuatro, a ellos les valía ,da igual que fueran esas bestias impías que venían a amargarles la guarda. Marcos ya había demostrado que podían sangrar.
Anabela, menos convencida, al menos en su papel de doncella inocente, grito mientras tiraba levemente de la manga de Inés.
- ¡Debemos correr mi señora! ¡Corred que nos avían!
No le cupo duda alguna: el infierno acababa de ascender a ellos en un alarde de putrefacción y magnificencia mal compaginados, regresando de algún modo anti natura las almas de quienes debían descansar bajo tierra o mar. Diablos, pensaba mientras estos se alzaban desde lugares imposibles. Los que tiempo a habían domaban las mareas salvajes volvían, como exigiendo cuentas pendientes, pronunciando juramentos que sonaban a invocación. Y aun así, valientes ellos, tan fieros como leones, se arrojaron con las espadas en ristre a abatir al enemigo. E Inés vio luz por brevísimo instante en todo aquello, un atisbo de victoria que duró lo que el diablo en disparar.
Sintió morir contemplando la imagen, sabiendo sin miedo a errar que aquel disparo se acababa de cobrar la vida más preciada. Se le fue el aliento y prácticamente las fuerzas, y aunque al instante siguiente contempló cómo los milagros podían ocurrir, la angustia no la quiso abandonar. Marcos estaba vivo de un modo inexplicable, y no sabía cuán bueno era eso. Poco tardó en descubrir el efecto, y el rostro de Inés se congestionó en una mueca de horror, y de no ser por el sobrecogimiento de la situación habría echado a correr tal y como aconsejaba sabiamente la confesora. Pero vive Dios lo poderoso que resultaba el sentimiento de amor, que le daba a uno las fuerzas para mantenerse en pie, todavía dudando entre salvar la vida propia o la ajena. Inés no era soldado ni estaba forjada del mismo metal que estos. Nunca había empuñado acero contra hombres vivos –ni muertos-, y aunque el sentido racional rugía que huyese, lo que en verdad quería era sacar arrestos para sostenerlo en brazos y aliviar el mal que aquellas almas endemoniadas le causaban. ¿Y si era la última vez que podía mirarle? ¿Y si acababa muriendo allí también?
-No… -balbuceó, incapaz de desviar la mirada como si fuese a desaparecer si lo hacía.
Pero al final lo hizo.
Inés bajó del baúl casi cayendo encima de la confesora y echó a correr hacia la salida sin mirar atrás, sintiéndose repulsivamente cobarde. Y por un instante deseó haber nacido hombre para poder guerrear como Dios manda en vez de padecer inseguridades y miedos. Corrió, y cuando cruzó el umbral de salida buscó aterrada los ojos de la confesora queriendo explicaciones.
-¡Decidme qué diablos ha sido eso!
T____T Me siento horriblemente mal.
El pasillo se extendía hasta llegar a los camarotes, el de Inés y el de Capitán, teniendo una bifurcación que llegaba a cubierta (la cual se presuponía bloqueada). En el pasillo los sonidos de la batalla en la cubierta se escuchan con más intensidad, rivalizando con el sonido de los filos chocar junto a un pistoletazo aislado que les llegaba de la sala que habían dejado con todas las prestezas posibles.
Anabela no pareció escuchar a Inés, solo corrió hacia el camarote del capitán mientras dos afiladas dagas habían aparecido en sus manos. Sus movimientos eran felinos y sus ojos volvían a ser fríos y calculadores.
Al llegar a la puerta se giró para ver a Inés. Su rostro arrojaba una sonrisa flemática y divertida.
- ¿Quién sois vos Raggaza? ¿Acaso habéis enfado a toda la cristiandad? Vuestros enemigos dan miedo, si me permitís el atrevimiento.
Inés acusó el golpe con ligero estupor, que parecía estar riéndose ante la adversidad ajena la muy malnacida.
-Alguien debe considerarme merecedora de tales precauciones. Quien sabe lo que una dama esconde, ¿eh? -alzó las cejas echándole un vistazo a los filos que relucían en las manos de Anabela, y que ahora también lo hacían en sus manos-. ¿Qué buscáis aquí?
Le temblaba la voz, que tenía otras preocupaciones en la mente, pero supo responder con agudeza.
A pesar de la urgencia de la situación, que no estaba para nada para perder tiempo en formas sociales, se permitió esperar unos segundos mirando su rostro. Que se iba a hacer, le gustaba el peligro.
- Mia cara, sois un rubí precioso en este mar de políticos ineptos. No me extraña que unos quieran acabar con vos al no tener el vuestro favor.- Su sonrisa se mantuvo en el aire.- Y otros quieran serviros para ganárselo.
La doña retrocedió un paso, cauta y queriendo pecar de precavida, que tanta dulzura y sermoneo no podían venir sin nada detrás. Fijó la mirada, azul y turbia como la mar revuelta, desconfiada. Ni entre galanteos con varones le habían llovido tantos piropos juntos y elegantemente engarzados.
-¿A qué estáis jugando? -quiso saber haciendo uso de su mezquindad, abrumada por lo contradictorio de tales circunstancias-. ¡Por Dios, que se está muriendo gente que me importa ahí fuera! ¿Qué diablos hacemos aquí?
Estaba irritada, por si no se notaba, pero también al borde del llanto. Que sólo de pensar en el destino de unos cuantos se le juntaba un nosequé en la gorja que apenas le dejaba respirar.
Se trocó la sonrisa en una mirada amarga, de que me vas a decir a mi hija mía, con lo que yo he pasado.
- En este negocio siempre muere gente que importa, cara. Mis disculpas, se que todavía no os habéis acostumbrado. Pero pasará siempre, queráis o no. É la vita nada más.
Hizo un ademán para que pasara al camarote, buscando refugio.
Aún la miro un poco más con gesto grave, desterrando todo y más a lo más profundo de su ser. No debía, bajo ninguna circunstancia, dar más señas de debilidad, y menos ante aquella mujer que tanto parecía saber sobre cuanto le rodeaba, incluida ella, y que se daba demasiados aires. Echó un vistazo atrás, más por romper el contacto que por seguridad, y cruzó el umbral todavía arma en mano. La fórmula de miedo y curiosidad que desprendía la confesora la tenía absolutamente contrariada.
-Gracias -dijo al pasar a su lado, no supo ni por qué.
Entró en el lugar con una falsa sensación de seguridad, vigilando hasta las esquinas por si les daba a los fantasmas por cruzar paredes. Que ya no se fiaba ni del aire que tenía que respirar. Aprovechó el instante de calma para recargar la pistola a la que se había aferrado como salvavidas. Mientras, en un resquicio de su mente no dejaba de resonar la voz de Anabela, con eso de 'É la vita nada más' y lo de acostumbrarse. Sonaba extraño e iluso que llegase el punto en que uno saludase a la Cierta con familiaridad, y le tembló la mano en el proceso al recordar la horrible expresión de Marcos, que a saber si no era la última imagen en vida de su amado. O la sujeción firme de las manos de Elvira. O cuando abandonó por última vez, muy tiesa, el despacho de su padre dejándolo con un vino entre las manos y la preocupación haciendo hincapié en la frente. O su madre, de la cual apenas guardaba ya un recuerdo, ni difuso ni nítido. Eran pocos, pero se le antojaban cientos y le pesaban como miles...
-¿Vais a darle uso a esa otra pistola? -preguntó mientras hacía, algo más relajada en el tono pero sin perder el nervio y la autoridad.
- No me gustan las armas de fuego, muy ruidosas, muy predecibles. Yo prefiero algo que corte.
Su voz era tranquila y serena. Curiosamente Inés no podría decir donde estaban sus cuchillos ahora mismo, dado que al parecer los había guardado sin que lo notare. Anabela bostezo y se crujió el cuello lánguidamente.
- Es lo malo de batirse en un barco, hay pocas rutas de escape, no podemos hacer mucho más que esperar. Pero este sito me gusta, tienen que hacerse paso por la tropa española, lo que es asunto difícil, y si al final somos derrotaros al menos os encuentran en lugar digno, donde aparentaréis entereza, que por mi tierra lo hacéis bien.- Dirigió mirada ligera a Inés.- ¿Cuál es el plan si perdemos? ¿Rendición honrosa o muerte a lo vive dios?
Tenía que ser horrible este tipo de esperas xD.
-Algo me defiendo con armas de filo -explicó, por matar el tiempo y olvidarse de cuanto le rondaba la mente-, pero no se ha dado ocasión en la que entablar enfrentamiento directo. Prefiero guardar distancia, como rige mi posición.
Y esto último lo dijo alzando la pistola encañonando la puerta, que al primero que cruzara sin parlar castellano del bueno le iba a volar la sesera sin miramientos. No había lugar para vacilaciones. No después de semejante espectáculo. Y aun así, estaba tensa ante la perspectiva de tener que arremeter de tal forma contra alguien vivo.
Miró de reojo a Anabela, con cautela, atreviéndose a esbozar una trémula sonrisa mientras buscaba las palabras exactas con las que expresar su parecer.
-Mi persona vale más con sangre en las venas que sin ella. Que decidan ellos si les ajusta -comentó bastante serena-, pero los españoles no conocemos lo que otros entiendes por ‘rendición’.
Y a morir se había dicho.
Motivo: We have business, betch!
Tirada: 3d6
Resultado: 11
Motivo: Puntería
Tirada: 1d6
Resultado: 6
Motivo: Daño
Tirada: 2d6
Resultado: 3(+1)=4, 5(+1)=6
Motivo: Resistir el impacto
Tirada: 3d6
Dificultad: 12-
Resultado: 3, 6, 5
Exitos: 3
Le vas a meter un tiro directo en la cara que le va a estrellar contra el suelo y le va a dejar inconsciente oO. ¡Mierda! xD
Cualquiera frase que fuera a decir a Anabela, con menos o más ingenio cargado en ella, fue interrumpida por el brusco y lento aparecer de una de esas criaturas que tan mal viaje le estaban dando a Inés. Era el soldado viejo, con aspecto de jefe, que sonrió al ver que su presa ya se encontraba a su alcance.
Pero no se encontraba ante francesa, tudesca o napolitana, si no con una Grande de España, la cual todavía seguía siendo, ahora bien para después mal, muy grande y muy España. Así que en cuanto terminó de atravesar la puerta por la que había entrado, Inés, con cuajo y mala intención, le metió un disparo certero y de mala uva, que el plomo fue a aterrizar directamente su mentón, penetrando por los dientes y saliendo expulsado por una de las quijadas. Que suerte tuvo el hideputa que la bala no rebotase en mal sitio y fuese a parar al cerebro, por otro lado. Aunque caer estrellado e inconsciente contra el suelo tampoco era algo que se desease a un amigo en tal situación.
Verdes las había segado el muy cabrón.
Contando con la sorpresa de su condición de confesora Anabela calculó que tenía tiempo de sobra para clavarle tres veces el acero en el cuello antes de que diera un paso más, y eso sin ser imaginativa. Pero en esa empresa poco iban a hacer falta sus servicios, pues con todo el pulso frío del mundo Inés le cascó al inglés un balazo de los dejar inconscientes, así, como quien no quiere la cosa. A lo rutinario.
Nadie podía decir que no era versada en ocultar sus emociones, pero que se vaya el diablo al cielo si entonces no abrió mucho los ojos y dejó la boca ligeramente abierta, de lo sorprendente que había sido el certero disparo. Tardó más de lo digno en recomponerse, y aun así había una sonrisa feliz y extraña en su rostro.
- Eso ha sido… a… mia cara ¿de qué pasta está hecha vuestra merced? ¿Del oro de las Indias y el acero de Vizcaya?
Anabela se mordió el pulgar, juguetona, mirando a Inés.
Inés apretó el gatillo, sí, tal y como la habían adiestrado. Y lo demás fue lo que fue; azar, destino, buenaventura, o como quieran llamarlo vuestras mercedes, porque aun cuando el muerto parecía más muerto yaciendo en el suelo, la Grande continuaba presionando el percutor como si esperase que salieran más balas. Le habían robado el aliento, pero ya estaba hecho, la gloria ganada y la faena lista para dar fin, pues tras el capitán no esperaba que apareciesen más. Con buen talante y nervios de acero mal fingidos Inés acababa de darle finibusterre al muy hideputa inglés, a ver si se atrevía a levantar de la tumba otra vez. Acababa de despedir a un fantasma, ni más ni menos, para que luego digan que por qué España se bate en mil contiendas.
Cuando Anabela se recompuso la dama todavía sostenía la pistola firmemente con los nudillos blancos de hacer fuerza y los ojos bien abiertos, sin creerlo. Poco a poco se relajó, dejando caer el arma que pesada como era causó notable estruendo contra la madera, y a tientas buscó apoyo en un mueble cercano. Necesitaba algo firme para sostenerse. Pasaron los segundos, lentos como siglos. Su pecho mantenía un movimiento constante y acelerado, el color había huido del todo en su piel, y sus ojos zarcos relucían como joyas. Escuchó de refilón los halagos que de Anabela llegaron, no queriendo prestarles oído y enrojeciendo levemente a la vez. Volvió el rostro hacia ella con una expresión que emulaba el más inocente desconcierto.
-¿Por qué? –murmuró con un hilo de voz tembloroso al cabo, confusa y sin dejar claro a qué hacía referencia la cuestión. Quizá ni ella misma lo sabía de seguro.
Post editado!!
Si escuchó su pregunta la italiana la ignoró completamente. Anabela caminó con pasos gráciles hacia el antiguo inglés, levantándole la cara para ver el desperdicio con la punta de su zapato. Chasqueo la lengua.
- Suerte ha tenido este mozo de no salir peor, sigue vivo, aunque no le agradará recuperar la consciencia y sentir el apaño que le habéis hecho en la boca.
Inés parpadeó todavía con cierta angustia por el cuerpo, pero al escuchar las palabras de la confesora le entró un repentino brío que la levantó del sitio rápidamente.
-Despachadlo -ordenó, que ella no se iba a acercar al diablo-. Y larguémonos de vuelta.
No se movió ni un solo musculo de la confesora mientras le pasaba el filo de su daga por el desgraciado cuello del inglés, que se desangró como un cochino en apenas un minuto (vive dios que el olor de su sangre era nauseabundo). Inmediatamente después de su muerte su carne y hueso fue haciéndose más translucida, menos consistente. Segaría así hasta que no quedase nada de él, el infierno reclamaba a sus hijos de perra.
“¡Piden parlamento” “¡Piden parlamento!”. Se escuchó decir en gritos por toda la nave, que se había quedado en silencio desde hace unos minutos sin que Inés, seguramente por la tensión del momento, lo advirtiera.
Anabela sonrió a Inés y le guiñó el ojo. Así que en inglés presente no era el único que había intentado tragar más de lo conveniente.
Inés aspiró cuanto aire le cupo en los pulmones, como queriendo reunir fuerzas para campear la difícil tarea que se le venía encima. La cruzada había tocado fin, por suerte favoreciéndoles, pero todavía les quedaba por solventar ciertos temas más espinosos y, aunque era por derecho su deber, que sobrellevar tanto poder en una sola persona era lo que tenía, lo que en realidad más ansiaba era cerciorarse del estado de Marcos y Elvira. No se le ocurrió forma de hacerlo inmediatamente y en persona sin evidencias lo obvio, quizá por el aprieto de las circunstancias. De modo que con el temple heredado de su progenitor, el cuál podía sentirse bien orgulloso de la estirpe que había dejado en vida, salió del camarote con paso tranquilo, la mirada revestida de soberbia y una pasmosa serenidad por máscara. Por Dios que parecía otra al pasar por encima del muerto tan dignamente, alzando ligeramente el vuelo para no mancharlo.
-Anabela –llamó ya en el pasillo. Dejó de andar un instante que dedicó en recoger los mechones que se habían desprendido del recogido. Debía mostrar buena presencia-. Si fuerais tan amable agradecería que verificaseis si alguno de mis guardaespaldas queda en pie, y si tal fuera el caso llevad al francés y a mi dueña de inmediato con ellos. –Hizo silencio un momento, dudando sobre si mentar el penoso estado de su amado o no. Finalmente se animó, tratando de enmascarar su verdadero interés-. Uno de ellos, el señor de Tolosa, recibió cañonazo de los fantasmas sin herida visible. Averiguad qué demonios fue eso.
Y sin esperar respuesta reanudó el paso con firmeza.
Edito: Inés va a pasar primero por su camarote, que no quedará muy lejos, a coger una túnica. Que llevará e vestido perdido de sangre y eso no puede ser. Además el vestido es ligero y eso no abriga, que estamos en la mar y en Marzo.