Paladeo el francés un regusto amargo en su boca, como siendo reacio a pronunciar lo que iba a salir de sus labios.
- Os estimamos mal, ya por dos veces, y no sería juicioso volver a hacerlo. Vos sois inteligente y ambiciosa, atributos difíciles de encontrar en su verdadera pureza. – Se giró el francés para mirarla y había en sus ojos venganza y sorna .- Ahora nos odiáis porque somos enemigos, pero entonces llegaréis a España, a la capital del mundo, y descubriréis que os quieren mal aquellos que dicen ser vuestros aliados. Vuestra inteligencia será una losa y os obligarán a humillaros y a sacrificar sin recibir nada a cambio, sólo porque no sois mediocre. Y seréis uno de más de todos aquellos españoles que sangre y sudor dieron a su patria, nada más que para recibir desprecio de quienes no han perdido nada y lo ganan todo.
Espero un momento antes de seguir hablando.
- Entonces descubriréis que todos son intereses y agradeceréis mil veces la maldad de los enemigos ante la hipocresía de los amigos. Será allí cuando podamos hacer negocios.
Su semblante ante tales dichos se asemejó al de una estatua romana; seria e inescrutable. En mayor o menor medida sabía de que hablaba, y que no había mentira en sus palabras.
-Erráis en vuestro parecer si creéis que no estoy ya prevenida de esos males, que desconozco la hipocresía y las falsas alianzas que se pretenden con mi persona. No cometáis el error de calibrarme erroneamente de nuevo, Tomás. Sé hacia donde camino y el peso de la verdad que recae en vuestras palabras, y lo ingrato de la gran España, y los puñales que se esconderán tras cada sombra, y que todo aquel que atisbe a verme en realidad intentará ponerme trabas. -Y diciendo todo aquello Inés se movió hasta la puerta donde dio varios golpecitos muy seguidos. Se enfundó el anillo volviéndose hacia el francés con mirada resuelta y una seguridad más propia de reyes que de cortesanos-. Y os aseguro, señor mío, que no ha nacido todavía hombre o mujer que me vaya a doblegar. Y no habrá misericordia para los que mal me procuren. Ni ahora ni nunca.
Hecho el juramento se hizo Inés con el filo de su daga que sonrió mordaz en la ahogada oscuridad de la celda. Y con un impulso mezquino y visceral, y la venganza grabada a fuego en sus pupilas, alargó la mano sujetándole la cabeza por el pelo y le pasó el filo hundiéndolo en su mejilla como le habían hecho a ella.
El acero pasó por su rostro dejando su marca, fea herida que tardaría en dejar de verse. El francés se revolvió y mascullo, reprimiendo un grito de frustración y dolor. Que en sus planes nunca salía que se atrevieran a tocarle y mucho menos a herirle. Pero con todo dejó pasar la ofensa, dejándose llevar por los beneficios de un trato bien avenido, y contentándose nada más que con mirar con odio a Inés, de esas formas que si la vista matara habría un muerto más al que tirar por la borda.
- Sea así, pues.
Y no dijo nada más. Ni acepto prebenda, comida ni charla a cambio de otra cosa que no fuera un silencio hosco y una mueca entintada en sangre.
Motivo: Gravedad de la herida.
Tirada: 1d3
Resultado: 1
Se irguió con mucha dignidad y petulancia, escondiendo bajo los revestimientos el terror a una pronta refriega con hechizos aunque esta no llegó a acontecer, por fortuna. De igual modo, se obligó a mantenerle la mirada con una profunda mueca de asco y desprecio en ella mientras estiraba la manga del vestido y limpiaba el filo de dos firmes pasadas. Lo enfundó de nuevo bajo la túnica diciendo:
-Que disfrutéis de la travesía -con una molesta tranquilidad.
Cruzó los ojos helados con los del medio inglés formulando ya para sus adentro planes futuros que le incluían, y caminó hacia él sin volver el rostro deteniéndose a breves distancia. Puso la mano un instante sobre su antebrazo y susurró 'No falléis el tiro', y casi sonaba a advertencia de las que se tienen en cuenta. Después miró a su galán como si no fuera tal y cabeceó para que la siguiera fuera, y abandonó el lugar con la misma seguridad con la que entró deteniéndose un segundo a respirar tras el sonado disparo. Se santiguó emulando unas palabras que venían a decir algo similar a 'Que Dios lo tenga en su gloria', o eso pudo intuir Marcos de su comportamiento.
-Necesito que hagáis algo por mi -murmuró de forma comprometida deshaciéndose de la perla que ahora lucía en su mano. La puso en su palma cerrándole los dedos en un gesto delicado, queriendo ocultarla de la vista, y le miró con fijeza y seriedad-. Deshaceros de esto inmediatamente. Sospecho que está embrujado...
Asintió el bravo y no necesito nada más. E Inés no vio, pero se pudo imaginar lo silencioso del asunto, pues porque antes del tiró que resonó por todo el barco, alarmando a soldadesca y sirvientes hasta que salió el Lindo a tranquilizar, no se escucho ruido de queja ninguno. Que seguramente entraría a la habitación, preguntaría por quitarle los grilletes y, sin mudar el gesto, a medio camino le desencajaría el tiro en medio de la cabeza. Simple, directo y sin sonrisas anticipadas; que de eso gustaban las otras naciones (y tenían tiempo de arrepentirse por cierto, al dar de vez en cuando diez segundos de comprensión de más a un español que ya nada tenía que perder).
Y por si acaso su puñal se quedó trabado en su corazón, atascado entre las costillas.