El sol se reflejaba en el South River, haciendo que los paquebotes y las gabarras que navegaban bajo el puente de Brooklyn dejasen estelas luminosas a su paso. En lo alto del edificio de la policía, el Comisario leía el informe de los agentes sobre el Caso Hirt. El puro que colgaba de su boca formaba una nube cerca del techo, donde el ventilador batía el aire estancado y húmedo.
Lentamente, dejó sobre la mesa la última página del informe. Apagó el puro, mirando a los hombres y mujeres que esperaban, en pie, en el amplio despacho.
- Entonces, el asunto está resuelto. La señorita Hirt se hará cargo de su hermano mientras esté... internado en la clínica de reposo. Me ha pedido personalmente que les de las gracias por su actuación. Hemos detenido a unos cuantos de esos... degenerados. La mayoría están ilegalmente en el país, así que Inmigración se hará cargo de ellos y los devolverá al agujero del que salieron. Tuvieron suerte de escapar del edificio antes del derrumbe. Respecto a la mujer de la que hablan, las comisarías de la zona ya tienen su descripción, aunque no creo que la encontremos... - Señaló vagamente a su espalda, más allá de la estrecha ventana, hacia la franja de edificios del otro lado del río visible tras el cristal. - ...esos barrios están plagados de inmigrantes, morenos, hispanos. Ni hablan el idioma ni quieren hacerlo. Son un cáncer que crece en nuestro País, con sus ritos degenerados y sus mafias. Dios sabe lo que les habría ocurrido a los Hirt de no ser por ustedes.
Con gesto tranquilo, saco otro puro de la caja sobre la mesa, le cortó la punta y lo encendió.
- ¿Algo que añadir?
No se como tiene los huevos de decir que si hay algo que añadir con lo que le hemos contado.
Niego mientra le miro, si no lo dice nadie menos voy a decirselo yo.
Creo que deberiamos tener mas cuidado y la proxima .... ¿esa cosa nos habra perseguido?
El comisario lanzó un gruñido, chupó el puro y se relajó en su silla.
- Bueno, pueden volver a sus asuntos.
Con un gesto intrascendente, los despidió de su despacho. Lentamente, el sol se acercaba al horizonte, el cielo poco a poco se oscurecía, mostrando las profundidades insondables que acechaban frías tras las estrellas. Y apenas un arco rojo sangre se alzaba desde el mar, contemplando la ciudad que había crecido en menos de 500 años en la isla de Manhattan, como un ojo rojo sin párpado, que seguiría contemplando el planeta cuando fuera sólo una bala de barro requemada por el sol inmisericorde, olvidada en el vacío del cosmos.
FIN