Por suerte Roxy tuvo a bien llamarle muermo y no le había montado un Cristo. Casi había esperado que le cruzase la cara o se fuese por donde había venido y se tuvieran que buscar las garrofas ellos mismos.
Edmund suspiró aliviado, no hubiera sabido cómo explicarle a Greg que le había dado calabazas a su ex-ligue-de-una-noche y se había cabreado con él, después de advertirle de lo frágil que era. Por suerte parecía que Greg no conocía muy bien a Roxy, porque a ella le había dado más bien lo mismo que él la rechazara.
Luego llegó Greg y preguntó si todo andaba bien. ¿Bien? Sí, claro, su amiguita no se andaba con rodeos y era más directa de lo que cabría imaginarse.
- Sí, todo bien. ¿Vamos?
Poco después llegaron al restaurante y pidieron. Roxy comió una ensalada, poco vampirismo en opinión del aspirante a bombero, guardándose el hambre para comer otras cosas luego en el antro al que se dirigían, y no sabía si se refería a comer algo literal o figuradamente, y no sabía si quería adivinarlo. Greg pidió pescado y Edmund no sabía qué pedir, así que simplemente por llevarle la contraria a Roxy, se pidió escalopes de lomo rebozado con guarnición que se comió con calma y acompañado de una cerveza.
También se fijó que no conocía a ninguno de los trabajadores de aquella noche. Era extraño porque aunque no sabía el nombre de ninguna camarera, al menos sí que de vista las conocía. Era extraño pero no le dio muchas vueltas. Podrían haber mil razones para ello y pensar que tenía algo que ver consigo mismo rayaba la paranoia y el egocentrismo extremo.
La otra chica, la tal Rune, todavía no aparecía, pero Roxy empezó a explicarles cosas. En teoría había una fiesta en una fábrica abandonada a la que su amiga asistiría. Edmund le respondió, ignorando la velada puya hacia su integridad moral, o falta de libertinaje.
- Si, supongo que sí que iremos - le dirigió una mirada a Greg. Todavía dependía del dinero de su amigo para moverse por cualquier sitio y aunque prefería contar con su aprobación, forzaría el asunto de ser necesario - ¿Y cómo es que tu no vas?
- Ese- respondió el pandillero, señalando el fin de un combate, palmeando a Iain con la otra mano para que se pusiese en camino.
El círculo de combate, formado únicamente por personas rodeando a los combatientes a modo de ring, se abrió, dejando caer de espaldas a un hombre bastante amoratado, de complexión media, ligeramente atlética. No era Iain, ni de lejos. En pie, en medio del escenario de combate, había un hombre ligeramente más corpulento, pero que tampoco era el repartidor y sus puños de acero.
- Ya ha ganado un combate, así que no te costará demasiado- dijo el pandillero, retrocediendo para que Iain avanzase.
Una vez dentro del improvisado escenario, el ganador invicto se cambió el vendaje de los nudillos, con relativa paciencia, mirando de vez en cuando a Iain de soslayo, evaluando la situación. Era obvio que el grandullón era más fuerte, y eso sin tener en cuenta su Potencia ultraterrena. Si Iain también demostraba hábil, su contrincante, cansado y magullado tras un combate bien podía acabar en urgencias.
El público empezó a corear, pidiendo pelea. Por ahora Iain no había visto ni rastro de la droga que buscaba, aunque quizá si de alguna otra, ahí fuera. Según las palabras de su "patrocinador", si ganaba bien podía acabar llevando a término un segundo combate, y contra alguien a su altura. Para los pandilleros era fácil temer combates salvajes en una fábrica abandonada, pero ese tío a efectos reales no tenía mucho que hacer contra Iain. Otra cosa es por qué margen ganase el combate, y si la suerte o las drogas estaban de su lado.
- Vamos, princesa, ¡estoy esperando!- dijo el rival, poniéndose en guardia tan pronto acabó de ponerse las vendas.
No había protección dental, ni árbitro más allá del suelo, pero estaba el público, cada vez más exaltado al ver el toro pardo que acababa de entrar en juego. Cómo acababa aquello dependía de Iain. Era su oportunidad para brillar tras todo un día aguantando al mundo, y no hacía falta tener un doctorado para saber que había no sólo había quien vendía droga, sino quien la distribuía y fabricaba. No en vano ahí se juntaba toda la chusma.
El hombre de complexión media se acercó un par de pasos a Iain, puños en alto, dispuesto a lanzar sus primeras descargas contra el hombre. Creyendo que no lo tenía tan crudo para ganar.
Greg parpadeó, encogiéndose de hombros y tragando pescado.
- Me da...- comenzó a decir, como si verdaderamente le importase poco aquella situación y fuese a dejar a Edmund decidirlo, como ya se había hecho costumbre-. Sí, vamos- corrigió por alguna razón, recapacitando.
En teoría Greg no pintaba nada ahí, y no parecía estar nada interesado en aquel mundo, pero parecía querer o necesitar ir, y no se andó con muchos rodeos, aunque bien quiso restarle importancia.
- No me gusta- respondió Roxy, con sencillez, mordisqueando un trozo de lechuga en lugar de tragarlo. En aquel momento parecía más interesada en jugar con la comida que en tragársela-. Es un ambiente más violento que sexual, y no me gusta la violencia. Pero Rune, no me preguntéis por qué, pierde las bragas cuando ve un combate. Yo no os he dicho nada.
El móvil de Roxy sonó, marcando un SMS o algún otro tipo de mensajería instantánea, con una pequeña melodía de un segundo que parecía más un orgasmo que un tono. La chica sonrió, divertida al reconocer el tono asignado.
No se preocupó por ello, y abrió el teléfono, leyendo el texto. Al parecer la chica se estaba tomando demasiadas confianzas, y todo rastro de la vergüenza de anoche se estaba perdiendo. No en vano no estaba trabajando en una discoteca, sino en viaje de placer a su hábitat natural, y tenía a dos pequeños pupilos delante. Era su salsa.
- Rune irá directamente al local- se limitó a responder, sin aclarar si el mensaje venía o no de su amiga.
A veinticinco minutos de distancia Edmund al fin estaba frente al local. Y vaya local. La fachada era pésima, con una pequeña puerta para una persona y dos verjas bajadas, ocultando el interior del local. Desde aquel punto, mirando en dirección contrario, se podía ver el Big Ben, en plena noche, al fin.
Los armarios de dos metros de ese club chocaban con su fachada. De porte musculado y profesional, rozando lo bobino y militar en cada ámbito. El izquierdo lucía rubia, a juego con la melena, y el segundo llevaba el cabello rapado al dos. Ambos tenían el torso de un miura capaz de destrozar a quien les tocase las anillas, que existían. Perforación labial para el izquierdo, con su anilla, y unas homólogas en la nariz y ceja del derecho. Dos camisas y cazadoras negras, a juego con los pantalones, marcando traseros de anuncio por detrás y lo que debía de ser buena genética o relleno por delante. Minotauros protegiendo el laberinto.
No dieron muestra alguna de extrañez cuando Roxy se acercó, pero sí que se quedaron mirando a los dos chicos. Si esos dos no les dejaban pasar, no pasarían. Eran demasiado fuertes y cuadriculados como para convencerles, fuese a las buenas o a las malas.
- Cena- respondió Roxy con sencillez, esbozando un gesto de lo más pícaro. Pasaron todos, como si aquello fuese una palabra clave o una declaración de intenciones.
El interior... la ruina del devoto. Jaulas de acero, relevando a través de los barrotes al séquito bastante más que ropa interior teniendo en cuenta la cinta aislante en la intimidad superior femenina. Al menos había hombres y mujeres ahí dentro encerrados por igual, contoneándose al ritmo de la música, bastante sugerente.
Una barra se alzaba al fondo, a la izquierda, revelando dos puertas a cada lado. "Privado" a la izquierda" y "Reservados" a la derecha. En el interior de aquella dicha de alcohol se escondía una mujer de mediana edad, con un collar al cuello y expresión de cabreo notorio. Bebía algo rojo en un vaso de cristal.
A la derecha sofás rojos rodeando las jaulas, ocupados por gente vestida tanto de ejecutiva como de arreglado o informal, si bien no faltaban los enfundados en látex. Duro era ver aquella masa heterogénea.
- Rune estará en una de esas dos- dijo Roxy señalando las dos puertas de rótulo a ambos lados de la barra-. Yo tengo que ir momento ahí dentro- señaló "Privado", como si tuviese acceso-, pero saldré en cuanto pueda. ¿Qué plan tenéis?
¿Qué debía hacer? No había muchas opciones: o entraba y habiéndoles pillado discutiendo les obligaba a contarles lo que había ocurrido, o seguía aprovechando que no la habían visto e intentaba averiguar qué estaba ocurriendo. A pesar de que la mejor solución y la más lógica fuese la segunda, a Emma no se le daba bien esperar. No tardó ni dos segundos en abrir la puerta. La abrió de golpe y tras entrar y cerrarla tras de ella, se quedó bloqueando el camino, para que nadie pudiese salir sin su permiso.
¿Se puede saber qué ocurre aquí? De aquí no sale nadie hasta que no me contéis que os traéis. Su mirada era decisiva y no tenia intención de cambiar de opinión.
Emma abrió la puerta y atravesó el umbral, cerrándose tras de si. El frío hay dentro era de lo más notorio. ¿diez grados? ¿cinco? y sólo el ambiente. Que Trevor estuviese ahí dentro sin camisa de manga larga era todo un logro, aunque podía estar muriéndose de frío perfectamente, ya que al estar depilado, no había vello erizado para delatarlo. Matt llevaba algo más de ropa, pero no lo bastante para no tener frío, y parecía mejor que Emma, que empezaba a congelarse, pese a llevar más tiempo. El por qué, como tantas otras cosas, era un misterio.
Tanto Matt como Trevor se quedaron boquiabiertos, congelados en el sitio de puro nerviosismo, cuando Emma habló. Ninguno de los dos se esperaba que nadie les fuese a molestar en ese momento y lugar, pero menos todavía que ese alguien fuese Emma, pues entonces explicar por qué el cocinero estaba ahí era mucho más difícil todavía.
- Nada- respondió Trevor, dejando caer la bolsa de sangre el congelador y cerrándolo como si ahí, efectivamente, no hubiese pasado nada-. Le decía a Matt que la sangre se iba a... caducar.
Matt rebuznó, pasándose una mano por la cara y apoyándose sobre uno de los congeladores.
- Muy ingenioso, Trevor- replicó con tono irónico, pues había sido una mentira improvisada bastante patética-. De acuerdo Emma, tú ganas- se sentó sobre uno de las cámaras, poniendo el trasero sobre frío en estado puro, sin dar muestras de que fuese en absoluto incómodo-. Están desapareciendo bolsas de sangre del hospital- aseguró, abriendo la cámara a su lado y sacando una al azar-. Discutíamos por eso. Estamos intentando averiguar quien ha sido.
Mentira, según el sexto sentido de Emma. Una mentira lógica y creíble, pero una mentira al fin y al cabo.
Trevor, al oír aquello, arrugó el ceño, negando con la cabeza.
- ¿En serio? ¿No es creíble lo mío y lo tuyo sí?- preguntó incrédulo y molesto, pues ciertamente, pese a ser más creíble, también tenía sus fallos, como por qué eso no lo hacía la policía-. La realidad es que ayer Matt tenía...
Matt carraspeó.
- Matt y yo, teníamos- rectificó- dos bolsas de sangre en el congelador del Clarence. Iain las encontró, pero fingimos no saber nada al respecto, considerándolo algún tipo de chantaje por parte de alguien, para una inexistente inspección de sanidad que tendría lugar hoy- vamos, que no sólo le habían mentido a Iain, sino a Emma-. Tuvimos que poner a otra gente a trabajar hoy ahí, para que no hubiese problemas si hablabas más adelante con el repartidor. Lo siento.
Al menos todo aquello sí que era verdad. Una verdad bastante abominable, pero una verdad. Acorralados no podían hacer nada, así que no les quedaba otra más que confiar en la sinceridad de Emma.
- ¿Podemos seguir discutiendo esto fuera?- preguntó Matt, alzando las manos con las palmas hacia abajo, diplomático y conciliador-. Si has entrado tú puede entrar cualquiera, y no necesitamos más problemas.
No era mala idea. Emma tenía frío. Bastante frío. Mucho frío.
El rostro de Tona se turnó en una mezcla de sorpresa y vergüenza que no se hubiera podido ocultar ni detrás del Himalaya cuando su interlocutor le avisó de la cámara. La estratégicamente colocada para revelar bragas. Seguro que el cabrón había disfrutado con aquella mueca...No con las bragas, no. Con la satisfacción de saber que le había pillado con la guardia baja y tenía el poder. La vagabunda, consciente, se esforzó en eliminarla con rapidez. Por una parte para que no quedase constancia en el vídeo. Por otra, por su simple y puro orgullo.
Tona se giró con fingida tranquilidad para que su rostro no quedase grabado con ninguna de las cámaras al hablar por el teléfono. Al misterioso hombre no le convenía, pero tenía la sensación de que a ella tampoco. Y es que la cueva llena de predadores se había convertido en una compleja telaraña en la que joven estaba completamente adherida.
Lo irónico es que parecía que para salir de ahí lo que hacía falta era tirar de las cuerdas correctas para llamar la atención de la araña...
- Te has tomado muchas molestias en informarte sobre mí y traerme hasta aquí. Comentó la chica, mientras cogía el bolígrafo de la mesa, jugueteando con él sin mucho ademán de firmar todavía. Si El Hombre jugaba a ser contratista ante unas cámaras sordas, Tona bien podía estar pidiendo alguna mejora en el supuesto contrato. Si el contrato sobre la mesa no tiene validez, como has dicho, mi firma en él tampoco. Y bien podrías haberte tomado la libertad de cogerla de cualquier sitio si fuese eso lo que te hace falta. Era consciente de que El Hombre sabía bien todo aquello, pero también tenía la sensación de que era mejor decirlo en voz alta que crear un silencio en el teléfono. La voz de Tona fue adquiriendo algo de carrerilla, como si poco a poco su cerebro se fuese recuperando de la sorpresa e incertidumbre inicial. Si hubieras querido chantajearme ya lo hubieras hecho, aunque poco se puede sacar de una vagabunda. Tampoco es mi aparición en el periódico ni Lestrade lo que te interesa de mí.
Casi como un acertijo, Tona iba soltando aquella retahíla, mientras miraba con el ceño algo fruncido la mesa del despacho. Solo había un tipo de acertijos que no le gustaba: los que no tenían respuesta.
- No soy un juguete sexual, no es mi firma y no es la fama pasajera de una vagabunda. No es eso lo que quieres.
El problema es que no qué es...Con tensión la joven se mordió el labio, pensativa, alzando la vista como si en el desconchado del techo fuese a aparecer la respuesta de alguna manera milagrosa.
Obviamente no fue así.
- Pero supongo que no lo sabré hasta que no firme. acabó con un suspiro de resignación, admitiendo que estaba completamente enrollada en aquella maraña de hilos. El titiritero jugaba en casa y con bastantes más medios a su favor que una vagabunda con ropa sacada de un cubo de basura. Sin embargo el bolígrafo aún no estaba sobre el contrato.
No hasta oír la reacción de El Hombre a sus cábalas.
Por que podría haber dicho que cogía la puerta y se iba pero no era su estilo. El Hombre la había traído hasta allí y podía volver a hacerlo. Y no sería tan agradable la siguiente vez. Era lo bastante inteligente para no dejar prueba alguna y aunque lo hiciera...¿Que vas a denunciar? ¿A quién? ¿Una vagabunda? Tona estaba jugando contra un profesional. Era precisamente eso lo que la mantenía allí, entretenida, buscando la solución a un puzzle especialmente complicado. Ella era así: entre inconsciente y puramente sensata.
Además, la curiosidad la estaba matando.
Tirada oculta
Motivo: Manipulación + Subterfugio
Dificultad: 7
Tirada (2 dados): 8, 3
Éxitos: 1
Al menos la primera pelea no parecía presentarse demasiado complicada.
Aquel combate no hubiera sido justo ni aunque el tipo estuviera fresco. Iain supuso que era una prueba para ver si era un tipo con potencial, y estaba dispuesto a demostrarlo.
Se quedó en la arena parado, mientras la gente gritaba y se emocionaba. El otro muchacho le gritó, y se puso a moverse co los puños en alto. Por su técnica, parecía que el otro hombre también sabía boxear, pero su categoría no era la misma que la de Iain.
El muchacho debió pensar que Iain se había quedado paralizado por el miedo, por que con gesto burlesco se acercó hacia el su oponente. Nada más lejos de la realidad, Iain no era muy amigo del espectáculo por el espectáculo, y simplemente esperaba su momento. El pobre chaval ni siquiera vio venir el primer puñetazo. El puño de Iain se hundió en su estómago y el boxeador se quedó sin aire un instante, sin embargo no parecía dispuesto a rendirse y rápidamente volvió a por más.
Iain comenzó entonces a moverse, no era el boxeador más agil, pero su tamaño y técnica compensaban de sobra sus carencias.
Los dos púgiles empezaron entonces a lanzar y esquivar puñetazos. Estaba claro que los dos eran buenos, y el otro tipo incluso llegó a golpear a Iain en alguna ocasión, pero no fueron más que arañazos en comparación a los derechazos que estaba propinando el novato.
La gente alrededor lo jaleaba e Iain se vino arriba, hacía mucho tiempo que su cerebro no procesaba tanta adrenalina, precisamente se había estado medicando para lo contrario. Pero esta noche no, esta noche Iain estaba dispuesto a dejar suelta la bestia que tenía en el interior y que tantos dolores de cabeza le daba en el día a día.
Soltó un derechazo que impactó en la nariz del contrincante, que produjo un crujido, y salpicó de sangre la camiseta de Iain de lado a lado. El público gimió de dolor, en empatía con el golpe. Durante unos segundos los púgiles se separaron, e Iain se pasó el antebrazo por la boca, limpiándose la sangre, la cual no estaba seguro si era suya o de su contrincante, y escupió a a la arena, mientras miraba amenazante a su contrincante.
Frunció el ceño. ¿Un problema? ¿Emma era un problema? ¿Eso era para Matt? Si ella era un problema, él era un problemón. ¿Qué se había creído? Después de todo lo que había pasado por él...La cara de Emma mostraba claro enfado, aunque estaba bastante reñido el enfado que sentía a el frío que estaba sintiendo en ese momento. Sus brazos se abrazaban a si misma en señal de que no estaba muy cómoda y si la charla iba para largo como creía, acabaría muerta. Al menos ella, porque ellos parecían estar muy cómodos ahí. Fuese lo que fuese, esperaba que no intentasen engañarla de nuevo y que todo quedase aclarado de una buena vez. No quería volver a hacer de acosadora.
Está bien. Acabó cediendo. Pero no os creáis que voy a dejar pasar esto. Y pobre de vosotros que intentéis colarme alguna otra mentira. Ni siquiera miró a Matt. Abrió la puerta y salió esperando ver dónde la llevaban que creyesen que era seguro.
Bastaba con salir al pasillo. Era una zona pública, no privada, y allí daba igual quien estuviese o dejase de estar. Era muy distinto a que un cocinero y una camarera se hubiesen colado en la cámara frigorífica.
Matt cerró tras de si la mentada estancia, siendo el último en salir. Su rostro mostraba cierto derrotismo, aunque el deje ceñudo del mismo gesto indicaba que quizás si considerase a Emma, en cierto modo, un problema. Y grave. No porque fuese un problema en si misma, sino por la situación en la que le ponía. Contra las cuerdas. Iain no era nada en comparación con la metedura de pata que acababa de cometer en ese sitio. Definitivamente tendría que borrar mejor su rastro, pues ese día había sido Emma, pero esa noche podía ser cualquier otra persona bastante más indeseable.
- Claro que no, reina- respondió el cocinero, frotándose las manos para entrar en calor-. Sabrás hasta el color de mi ropa interior- aseguró el cocinero con su lenguaje habitual, aunque esperemos que no se lo tomase de forma literal sino como un recurso literario.
- Te lo has tomado bastante bien- aseguró Matt, con un tono que pretendía ser despreocupado-, gracias- como si a Emma le supusiese un esfuerzo, vaya.
Fuera, en el pasillo, las cosas se veían con otro cáliz. Las luces verdes de emergencia se fundían al fondo, en contraste con el blanco nuclear de las luces comunes y las paredes, salpicadas con una franja gris a media altura. De vez en cuando, salvando las puertas y algún extintor, aquel lugar era un cementerio. Y casi literal, pues aquel lugar estaba bastante cerca de la sala que hacía la función práctica de morgue. Un depósito era un depósito, en el sótano del hospital, como todos.
- Por cierto...- comenzó nuevamente el camarero, con voz más baja y confidencial, acercándose a Emma un par de pasos y salvando la distancia- ha llamado...- el hombre atinó a rozar a Emma sobre los hombros, seguramente en un gesto que pretendía ser conciliador, como respuesta a la comprensible actitud ofendida y molesta de la joven.
Frenarle podía hacerle detener su discurso, y ciertamente parecía ser algo privado, pues no parecía incumbir a Trevor, de cuerpo presente esperando la misericordia de la camarera. Sin embargo, dejarle hacer podía considerarse una muestra de aceptación, como si ciertamente Matt estuviese libre del castigo de no poder tocarla hasta que le perdonase. Quizá la chica necesitase su espacio, o quizá no, pero ambas opciones tenían su pro y su contra.
Había que destacar en todo aquello dos cosas. La primera que aún no había vuelto a hablar con Claire desde su llamada, habiéndola dejado un poco colgada, y quizás cabreada por los modales con que la había colgado a su amiga. No es que no se le fuese a pasar en tres minutos, pero seguía siendo algo que pudiera haberla molestado. Otra cosa no, pero Claire no estaba nada acostumbrada a que la dejasen con la palabra en la boca, aunque no tuviese nada importante que decir.
El segundo punto era que Matt seguía haciendo cosas raras. Ni aquello explicaba por qué había sangre en el Clarence, ni por qué le querían pegar unos matones, algo a lo que por supuesto no había respondido verdaderamente la noche anterior. Eso sí, el chico parecía bastante más sano que anoche. Sorprendentemente más sano.
Tanto así que, pese a estar Emma aún tiritando, los dedos del camarero eran el vivo reflejo de un baño termal. No sólo había aguantado estoicamente el frío, sino que para llevar medio minuto fuera de una sala, y haber estado dentro bastante más tiempo que Emma, podía decirse que estaba bastante más caliente, y no había sentido sexual en aquello. Simplemente, Matt debía de tener una fiebre de 41º grados, o algo. Porque Matt no solía vivir a tanta temperatura. Y Emma sabía de sobra cuan caliente estaba de normal la piel del chico, pese a que nunca había llegado a deslizar los labios sobre la misma.
Los pasos de la joven eran rápidos, pero se le hacían increíblemente pesados. Tras aquella noche se sentía abatida, le dolía la espalda, y aún le quedaba por delante un día muy importante. Si aquello hubiera sido un paseo casual se habría entretenido con el encanto de Londres, su Londres. La había visto crecer, aprender, e incluso enamorarse. Pero tras el incidente de la noche anterior su ciudad ya no parecía tan segura. Tenía miedo de que un asesino tan peligroso campase a sus anchas. Ni siquiera durante el día podría sentirse completamente a salvo.
Iba de brazos cruzados, protegiéndose del frío. Miraba al suelo continuamente, como si fuera un ser diminuto que vagaba en un lugar en el que no debía estar. Pero al fin la encontró, la puerta que buscaba. Tuvo que detenerse y relajarse antes de hacer nada. Y hasta que no llamó tres veces al timbre no pudo escuchar aquellas rutinarias palabras que incluso podrían tener grabadas para reproducir a cualquier visitante.
- Espere... un momento... - alcanzó a decir con la voz ahogada justo cuando dejó de escucharse la voz de la mujer. Demasiado tarde, ya había colgado. Apoyó la cabeza contra la puerta y se sintió perdida. Quería llorar, pero no debía. No allí en medio.
Y es que habría sido tan fácil ponerse a llorar, como si las cosas fueran a solucionarse solas. En aquel momento, Candice no sabía de dónde sacar fuerzas para continuar. La única certeza que tenía era que no podía dejar a Sophie a su suerte. Quizá aquello era lo único que la impulsaba en ese momento. Estaba a punto de volver a llamar al timbre cuando vibró el móvil en su bolsillo.
Dudó antes de cogerlo, aquel aparato no había sido fuente de buenas noticias en las últimas horas. Sacó el teléfono y encendió la pantalla, buscando leer el mensaje que le acababa de llegar.
- Espero que sean buenas noticias - dijo, para sí misma. Había sufrido tanto que ya no podía guardarse para ella sus diálogos interiores.
Emma no sabía ni por dónde empezar. La cercanía de Matt siempre la ponía nerviosa, pero ahora debía mantener la calma, pues se supone que estaba enfadada por todo esto, por lo que, no se alejó de Matt cuando se acercó, pero le interrumpió poniendo la mano en el pecho de él en señal de espera y miró a Trevor. Él quería decirle algo que no incumbia a Trevor, pero para poder hablar tranquilos, antes tenía que interrogar al cocinero.
Vamos por partes. Intentó decir sin parecer muy borde. Trevor, cuéntame todo lo que sepas. TODO. Hizo incapié. Qué te traes con Matt y por qué tuvisteis bolsas de sangre en el Clarence. Esto último también se lo preguntó a Matt.
La verdad, a Edmund le costó decidir si el lugar era como se esperaba que sería, o era toda una sorpresa. Se había pasado toda la noche entre la opinión de que Hollywood exageraba mucho con ese tipo de gente y que al final sería un garito normal con gente bebiendo vino como si fuera sangre y tratándose entre ellos con una mezcla de respeto y comportamiento salvaje, y la opinión de que se iba a encontrar orgías, gente atada a cruces mientras un montón de salidos bebía su sangre - supuestamente ficticia - y lamía y mordía su cuerpo, látigos, sexo desenfrenado, sangre, violencia y una extraña jerarquía.
El lugar parecía estar más cercano a la segunda opinión, y tan abstraído se quedó Edmund que relegó a un segundo plano el hecho de que le hubieran llamado "Cena". Bajó un puesto en la lista de prioridad, pero no lo olvidó. ¿Cómo olvidar que una secta de ninfómanos que creen ser vampiros le conozcan a uno como "cena"? ¿Qué clase de trato debía esperar en aquel lugar? Forzosamente alguno de aquellos debía estar tan loco como para creer cierta su fantasía y intentar comerse a dentelladas al pobre aprendiz de bombero.
Pero había hombres y mujeres en pelotas contorsionándose en sensuales bailes dentro de unas jaulas. ¿Cómo no darle el primer puesto en la lista de prioridades a eso? Su sangre hervía con el pensamiento, pero se obligó a sí mismo a contentarse con mirar e incluso logró que su cuerpo no reaccionara por su propia cuenta. Después de todo tenía a Dawn, tal y como le había explicado a Roxy.
¿Que qué plan tenían? La verdad es que Edmund no había pensado mucho en ello. Casi había esperado encontrarse a la asesina de morros nada más empezar... En realidad había contado con que las pruebas incriminatorias saldrían solas a su encuentro. Que iluso, ¿verdad?
Se le ocurrió que lo mejor que podría hacer sería preguntarle a Roxy si collares como el suyo (con lágrimas de cristal rojo) eran muy comunes, y si conocía a alguien que tuviera otro...
- Te esperaremos aquí - le gritó, para que se le oyera por encima de la música - Estaremos aquí un rato contigo, a ver si nos enseñas el lugar. Luego a lo mejor nos vamos con esa tal Rune... O a lo mejor no. Puedo ver por qué te gusta más este "rollo". - Dijo, a la par que dejó que se le fuera la vista - y la cabeza y medio cuerpo, y no salió andando porque tenía la bastante fuerza de voluntad - cuando pasó una mujer joven vestida de dominatrix, con un pantalón-tanga de cuero, sostenes del mismo material que tapaban poco más que los pezones, tacones más largos que un día sin pan y una gorra enorme. La mujer llevaba en una mano un látigo de cintas de cuero y en la otra una cadena, al final de la cual había un hombre algo mayor, medio desnudo y atado por el cuello.
Cuando la chica se fue, le señaló a Greg la barra, sugiriéndole que fueran a pedir algo. Cuando llegó apoyó los codos en ella y la cabeza en sus manos, esperando a que le hicieran caso y cuando así fue pidió una Soda. En la lata, sin abrir, y sin vaso. No hacía ni veinticuatro horas que le habían drogado, no quería que volviera a suceder. Además, le pareció el lugar correcto para pedir cosas raras de forma excéntrica.