Partida Rol por web

Edorta se afanaba sin éxito en remendar al sepulturero mientras Manuel y Estrela esperaban.

Pensé en la palabras de Edorta. Carraspeé por dentro y rechiné los dientes. Tenía razón, y dejar que muriera alguien, dada mi profesión, no era propio de mí. Pero en mi interior tenía la rabia acumulada de los insufribles latigazos, y tal vez quería que alguien pagara por ellos en estas tierras de zozobra. Pensándolo mejor, corrí hasta donde mi fiel siervo y Manuel tenían al sepulturero. En éstas que intenté remendarle la vida a base de taponamiento y vendas con sus propias ropas. Ya habría tiempo de inspeccionar las tumbas luego.

¡Apartad! -les dije a mis compañeros, empujándolos un poco-. Y me puse manos a la obra, arremangada.

Las hábiles manos de Estrela contienen en poco tiempo la hemorragia y estabilizan el estado de un Gregorio al que Manuel y Edorta ya daban por muerto.

Lo dejáis inconsciente sobre el jergón de su cabaña mientras examináis las tumbas.

La tierra ha sido removida recientemente en todas ellas y resulta muy fácil de extraer. Escavando una de las tumbas, no encontráis nada extraño en la tierra a parte del hecho en sí de haber sido removida recientemente.

Con cierta premura por si aparece alguien, escaváis examinando la tierra y pronto llegáis al ataúd. El ataúd tampoco tiene nada extraño. Desde luego no está carcomido por la humedad que según el sepulturero hacía necesario remover la tierra.

Pero cuando abrís el ataúd, véis que está vacío. Al igual que el de la siguiente tumba, y el de la siguiente... ¿Dónde están los cadaveres?

Al colocar a Gregorio sobre el jergón, este se mueve y crees ver un brillo metálico. Parece que ni Edorta ni Estrela se han dado cuenta.

Buscas cualquier pretexto para entretenerte un poco más en el interior de la cabaña cuando ellos salen y buscas el origen de aquel brillo.

Resulta ser un anillo de oro con las iniciales "F. F.", que bien pudieran corresponder a Fernando Fernández, el hijo asesinado de Don Pedro, tu señor.

Húbeme de sonreir al ver aquel anillo, pues en verdad señalaba al sepulturero como causante de los males del señor. Y no sólo esto, sino que los nichos vacíos parecieran indicar que aquel malnacido era en verdad un profano, y quién sabe en qué tratos estaría metido. Que una cosa era ir a la buena de Dios (como un servidor) y otra pactar directamente con el Maligno.

Por otro lado, ¿qué me importaba a mi todo aquel asunto? Podría dar nueva al señor del lugar, pero en verdad tanto me daba que siguiere torturando desgraciados y matando gente. Tanta ira me hacía disfrutar, y dar con el auténtico culpable saciaría sin duda las ansias del señor, y acabaría con la sangría que tanto habría de entretenerme. Y me colmaría, desde luego, de grandes fortunas, aunque eso no era algo que me importare demasiado. Yo era hombre de mundo, y no pensaba quedar largo en aquel sitio. Empero, aún pensé que pudiere sacarle algo a todo aquello...

Pensé también en el rumor que había escuchado en el castillo, sobre la llamada cueva de los murciélagos. ¿Tendría eso algo que ver con toda la historia? Aún no lo sabía.

Guardé el anillo, por el momento, esperando al momento de sacarlo. Aunque sin duda no convendría conservarlo demasiado tiempo.

Volviendo con los otros dos, alcé la voz

- ¡Eh, muxer! - dije - ¿Cuánto apreciades en verdad a ese Tobías?

Sonreí, esperando respuesta.

- Porque pudiere ayudarvos, et non pensades que el omne me importa lo más mínimo. Pero si habedes algo que ofrescer - miré fíjamente su cuerpo - pronta será mi ajuda. Acepto dineros, claro. - abrí la sonrisa aún más - Empero non son baratos los míos servizios.

Arrea!!! digo sorprendido al ver las tumbas vacias. - Los muertos han escapado de sus tumbas!!!- exclamo con gran sorpresa*

Tras observar las miradas de desaprobación de Manuel y Estrela rectifico -O acaso el sepulturero esta sacando los muertos para negociar con ello. Sin duda es hombre vil et obscuro

Porque pudiere ayudarvos, et non pensades que el omne me importa lo más mínimo. Pero si habedes algo que ofrescer - miré fíjamente su cuerpo - pronta será mi ajuda. Acepto dineros, claro. - abrí la sonrisa aún más - Empero non son baratos los míos servizios.

Ante la oferta que Manuel hace a Estrela quedo pensando mas no respondo para dejar a la señora que lo haga de la forma que considere mas oportuna. Sin embargo me planteo si de verdad Manuel solo intenta aprovechar la situacion o no es realmente consciente de lo que aqui acontece. Acaso no ve que si Tobias es encontrado culpable de la muerte del hijo del señor del castillo cualquier persona relacionada con el, como su familia o incluso nosotros que pasamos noche en su hogar, podemos ser considerados complices del crimen?. Non creo que les sirvan de mucho nuestras explicaciones pues ya hemos visto como se las gasta el señor del castillo

No querrías un cuerpo lleno de latigazos, te lo aseguro -le respondí a Manuel mientras pensaba porqué las tumbas estaban vacías-. Me refiero al tuyo: antes me las ingeniaría para que te dieran los mismos que a mí... -le dije con cierta sorna, rechazando su preposición-. A ese Tobías le aprecio de la misma manera que él nos dió cobijo. Sólo intento devolvérselo.

Luego miré a Edorta.

Hay quien pagaría por los humores de un muerto, y de todo aquello que hay bajo su piel y huesos, y que ya no necesita -bien lo sabía yo por profesión-. Quien sacara los cuerpos de aquí lo hubo de hacer a escondidas, tapados con alguna sábana o manta, cubiertos; nadie pasea cuerpos por ahí. ¿Alguien los habrá visto trasladarlos?

-Hemos registrado bien la casa de este omne? Quiza se trata de algun nigromante que gusta de hacer maldades con los cuerpos de los finados?. Quiza tenga algun laboratorio oculto bajo alguna trampilla en su casa donde oculta los cuerpos et experimenta con ellos?-

Yo la estuve registrando, Edorta -respondí a mi acompañante-. Claro que, con las prisas, quizá no encontré algo de valor. Quizá deberíamos volver a mirar: algún bolsa de monedas que comprara a ese malnacido o algún rica prenda en pago de tal traición...

Viendo el menosprecio de la mujer, a punto estuve de enviarla junto con el sepulturero. En verdad aquella impertinente que no parecía conocer su lugar me irritaba, a la par que suscitaba en mi otro tipo de sensaciones. La idea de ver los latigazos, e, incluso, de practicarlos yo mismo en su piel, me producía una gran excitación. Quizá tuviere aquella suerte, si entregaba a la moza, causante de la muerte del hijo del señor del lugar, a este mismo.

Me entretuve viendo la ingenua desesperación de aquellos dos, que no habían de encontrar lo que buscaran, por más que insistieran. Pensé en segar la vida de aquella hija de babilonia por sus palabras, pero decidí que no valía la pena. Rameras de ese porte las había a patadas, y de tanto frecuentar burdeles, los males de las putas debían campar a sus anchas por mi cuerpo. Lo que necesitaba yo eran dineros, y seguro que aquella tenía algunos. Que si no, menos ínfulas habría de darse.

- Lo que buscades, non hallaréislo ahí, pues ciegos sodes. - dije con menos precio - Empero, si pagaisme cien maravedíes, vos diré cómo hallarlo.

Sonreí ampliamente. No querría yacer conmigo aquella hija de una yegua, empero habría de pagarme.

- D'otro modo, el senyor del llugar non sabrá nunca la verdad, et será ahorcado ese Tobías. Et non creades que impórtame lo más mínimo, o temo por la mía vida, pues tal como vine, puedo irme.

Esperé con tranquilidad a la respuesta de la mujer. Si se negaba, pues asi habría de quedarse.

De nuevo el cabeza hueca non dase cuenta de que lo que intentamos salvar aquí es el pescuezo nuestro mas que el de Tobias. Bies paresce que a el poco le importa el suyo si lo quiere vender por tan solo 100 maravedies. 100 maravedies que dificilmente puede que tenga mi señora pues non es que vivieramos en la opulencia antes de llegar a este castillo. Menos aun cuan ha sido casi desnudada et cosida a latigazos tan solo por malsanar a un caballo

Pero guárdome los mios pensamientos para alguien a quien le interese et dejaré a la señora que responda et despida a este hombre que seguro se encamina hacia la muerte mas tarde que temprano, et en estando a su lado non hariamos mas que llamar la atencion de la temida parca hacia las nuestras personas

¿Cien maravedíes? Con tal dinero continuaría mi camino, y a Tobías habría de dejarle a su suerte -respondí levantando una ceja-. Tendréis una parte de mis ganancias si todo esto sale bien, y se halla al culpable. Y también tratamiento médico, si lo requerís de algún modo -una servidora era médico-. Mas no pidáis a quien trata de ayudar, sino al ayudado -le espeté-.

En estos regateos estaban enfracado Manonegra con Medeiros cuando vieron aproximarse al galope a media docena de guardias del señor de Zuheros. Cabalgaban directos hacia vosotros, pertrechados para el combate, con el semblante enjuto y con Gonzalo, el mayordomo de Pedro, a la cabeza.

-Teneos presos en nombre del señor de Zuheros.

De nada sirve correr pues ellos llegan con las cabalgaduras frescas y pocas opciones tenéis si desenvaináis las armas. Cuando están ante vosotros, Gonzalo se dirige a Estrella.

-Alguien os vió junto a la muxer de Tobías y yo recordé vuestra poca pericia en curar. No fué dificil atar cabos. Poco sabéis de medecinas y queríais entrar al servicio de mi señor para envenenarlo. Sin duda este omne que tan mal finje ser idiota no es vuestro sirviente sino vuestro cómplice. Así que cuando me avisaron decidí partir a buscaros et prenderos para que seáis ajusticiados junto al despreciable Tobías. A quien no esperaba hallar entre fosotros era a Manuel, más bien pensado tampoco me sorprende.  - a lo que añade con convencimiento- Doy gracias al cielo por no haberos contratado aquel día muxer diabólica, pues de haberlo hecho seguro que ya habriáis envenenado a mi buen señor.

Os conduce al castillo junto al sepulturero y una vez allí, sometido a tormento, este confiesa que desde hace un par de meses desentierra periódicamente un cadáver y lo lleva a la Cueva de los Murciélagos donde una bella mujer le da a cambio unas monedas de oro. Al saber que ya no quedaban cadáveres que desenterrar, la muxer le dió la daga et le ordenó que la colocara en casa de algún campesino para inculparle del asesinato de Fernando y que lo ajusticiaran. Teniendo así un nuevo cadáver que llevar.

La confesión del sepulturero aplaza vuestra ejecución, pues aunque el señor de Zuheros es severo, es temerosos de Dios y evita cometer injusticias. Al amanecer, tres hombres parten a la cueva de los murciélagos pero ninguno vuelve.

A la mañana siguiente, consternado y furioso, el propio señor de Zuheros parte con el resto de los guardias, pero tampoco regresa ni vuelve a saberse de él.

En el castillo transcurren algunos días de desconcierto hasta que entre la confusión y el no saber qué hacer, la mujer de Tobías aprovecha y convence a alguien para que os libere. Tobías con su mujer y sus hijos deciden tomar camino sin mirar atrás y os recomienda hacer lo mismo, no sea que cambién de idea y a alguien se le ocurra inculparos. 

Y aquí se acaba la historia, una mañana brumosa con el castillo y la sierra a la espalda y por delante un camino por recorrer.