Los chicos exploraban la casa y elegían sus habitaciones mientras que su esposa hacía la cena. Era el momento perfecto para tan deseada ducha y es que la necesitaba como el respirar. Gracias a ella, Eber comprobó el estado de las cañerias, así como el calentador, que funcionó para su sorpresa, a las mil maravillas. Mientras se duchaba, procuraba no pensar demasiado en su coche ni en como recuperarlo. Lo importante ahora era hacer de aquella casa algo digno de él y sin duda el horno de leña y la barbacoa le iban a dar un toque especial a aquel desastroso jardín.
Salió del baño, después de secarse y ponerse su batín rojo, para reunirse con los demás en la mesa. Era más que evidente, que no tenía intención alguna de ir a ningún sitio ya y menos aún de hacer nada en lo que quedaba de día, salvo ayudar a colocar alguna cosa menor. El viaje, el paseo por el pueblo, la compra... no entendía como aún la pequeña tenía fuerzas para corretear por la casa.
- Gracias, querida. - Dijo a mi esposa al servirle la cena, para luego clavar su mirada en el primogénito de la familia tras sus palabras. - ¿Ropa vieja? - Preguntó a Edward para luego mirarle extrañado al decir lo de aquella maleta a medio hacer. - Quizás este magnífico sistema socialista que tanto le gusta a tu madre, premió a la anterior familia con algo mucho mejor y les diesen poco tiempo para irse.
» ¿Qué opinas, querida? ¿Eso o una desgracia como un familiar enfermo? - Iba a decir muerto, pero estando la pequeña Hilda delante, no le gustaba hablar ni usar ciertas palabras. No tan cerca de la hora de acostarse, donde la niña podría acabar teniendo pesadillas, lo que la llevaría a despertarles y... necesitaba dormir después de aquel día tan pesado.
- Mañana por la mañana le daré un repaso al jardín, para ver que opciones tenemos en él y que se puede usar y que tirar. - Dijo cambiando por completo de tema. - Quizás, pero solo quizás, si veo que el árbol tiene una rama fuerte y robusta, lo primero que haga sea un columpio para alguien... - Añadió mirando de soslayo a Hilda y tratando de ocultar una sonrisa en su cansado rostro.
Arabella decidió ignorar las puyas de su marido. Confiaba en que se le irían bajando los humos con las manualidades del jardín, por lo que solo le dio importancia al tema que preocupaba sus hijos.
—La gente puede ser muy despistada. Los hay que pierden la ropa, los modales, el coche… Aunque es posible que tuviesen que mudarse a última hora o que hayan decidido dejar la ropa porque se les había quedado pequeña. ¿Te fijaste si estaba en buen estado? Quizá haya que tener cuidado con las polillas o los ratones.
»Yo no recuerdo haber visto nada en el dormitorio, pero me fijaré mejor en cuanto terminemos. ¿Qué os va pareciendo la casa? Sé que puede hacerse algo extraña al principio, pero seguro que terminamos acostumbrándonos.
Edward carraspeó para disimular la sonrisa que no pudo evitar con la puya del coche.
Papa, quizá deberíamos dejar de hablar de lo que hemos dejado atrás. dijo con prudencia Ed Esto es un inicio nuevo, no parece buena idea arrastrar problemas del pasado a este nuevo comienzo. razonó Los que nos dieron la espalda, nos so juzgaron o nos insultaron ya son historia, podemos hacer de lo que tiene que venir algo mejor. sugirió Además la casa es genial, salvo por el vecino autista. Deberíamos invitarle a una barbacoa una vez acabes en ese jardín a ver si así se vuelve mas amistoso y menos siniestro.
Tras una breve caminata por el pueblo, donde al parecer todos eran “muy amables”, Hilda se dio cuenta de que cerca de su casa no había niños ni niñas de su edad. La pequeña no sabia que iba a hacer por las tardes, tenía la opción de jugar con su hermano o la de jugar con su amado padre, pero la realidad era que ella iba a jugar sola en el descuidado jardín que se encontraba en la parte de detrás, con la esperanza de que los ojos indiscretos del cotilla vecino no la vigilasen. Durante el paseo por el pueblo, a Hilda le extrañó que la gente saludase con tanta amabilidad, algo a lo que no estaba acostumbrada dada la facilidad de pasar desapercibida que existía en la gran ciudad. A menos que fueses tan importante como Papá, que conocía a todo el mundo y siempre le saludaba la gente.
Hilda era una niña que se guiaba por sus emociones, y si intuía algo positivo o negativo encontraría la forma de justificar ese sentimiento y convertirlo en su manera de pensar sobre el tema en cuestión. Por ello no le gustaba la idea de vivir en la nueva casa, incluso después de ventilarla, abrir las ventanas y correr las cortinas, seguía pareciéndole un lugar sombrío y oscuro. Al regresar del paseo, su hermano se dio prisa en ir a elegir habitación y Hilda debió echar a correr para no quedarse atrás y elegir ella antes. Edward se adjudicó la mejor habitación y acto seguido fue a chinchar a su hermana para darle celos de su elección, que obviamente era mejor, pero Hilda conocía tan bien a su hermano que sabía que si simulaba que le daba igual acabaría dejándola en paz. Además, la habitación de la pequeña daba directamente a la casa del vecino mirón; como ella sabía lo protector que era su hermano, estaba segura de que si en la cena sacaba el tema resultaría probable que Ed propusiera por su propia cuenta cambiar de habitación.
-Sí, en mi cuarto he encontrado ropa de una señora mayor, y en la mesita de noche hay una dentadura como la del abuelo Clauss. - dijo respondiendo a la pregunta de su hermano. Aquel descubrimiento había inquietado a Hilda, así que giró la cabeza hacia su amado padre y con voz tierna le pidió que quitara la ropa y la asquerosa dentadura. Sabía que él se ocuparía de que su pequeña estuviera cómoda. -¿Quitarás esas cosas feas de mi cuarto, verdad papi? - Dijo acompañando la petición de una caricia en la mano para ablandarle el corazón. Hilda después se dirigió a su madre.
- La ventana de mi habitación da a la casa del vecino que nos ha estado observando. Sigue mirando desde detrás de sus cortinas. - Añadió al tema sacado por su hermano. Acto seguido puso cara de preocupación y le dijo: -Espero que no me observe mientras duermo.
Un rato después se dirigió a su madre para agradecerle por la rica cena.
-Espero que todas las cenas sean así, en familia. - Comentó esperanzada recordando que en Berlín las cenas eran bien distintas por el horario dispar de los miembros de la familia.
Todo era felicidad y amor en aquella casa. Sobre todo en aquella mesa. Eber se sentía realmente bendecido por tener una familia tan unida y estupenda como aquella. Donde podían hablar de cualquier problema sin tapujos. Eso hacía en aquel momento su hijo mayor. - Lo sé hijo mío. Por eso eres la alegría de la casa... - Y ahí lo dejó caer, atendiendo enseguida a las palabras de quien sin duda era su ojito derecho. Si es que Eber tenía un ojito derecho que no fuese el mismo.
- Claro que sí, cariño. - Respondió con calma a su hija pequeña. ¿Cómo iba a negarle aquello por mucho asco que le diese coger una dentadura postiza, de a saber quien y con cuantos gérmenes tendría que enfrentarse al tocarla? Eso le dejaría en su status de héroe a los ojos de su hija y él se seguiría sintiendo el centro de atención de la pequeña.
- O mientras se cambia. - Pensó al escuchar a donde daba la ventana de la habitación de Hilda. Con preocupación en sus ojos, miró a su amada y fier esposa. - Creo que mañana tendré que tener una charla con el vecino mirón y deberíamos asegurarnos de tener unas buenas y bonitas cortinas para la habitación de nuestra pequeña. - Explicó con calma, omitiendo los datos que no quería que la pequeña supiese. Era demasiado joven e inocente y a su padre le encantaba que fuese así. - ¿No crees, cariño? - Consultó a su amada esposa, mientras seguían cenando en calma.
Cortinas, un arma y el número de las autoridades junto al teléfono, pensó, si se atreven a hacerle algo a mi pequeña…
Arabella apretó el tenedor con fuerza. Tenía el ceño fruncido, los hombros tensos, y le dirigía una mirada furibunda a su ensalada de patatas. La vena del cuello le palpitaba furiosamente.
En la facultad de medicina, antes de conocer a Eberhard, había tenido que visitar algunas morgues. El recuerdo de aquellos cuerpos magullados acudió a su mente como un agrio destello. Eso, sumado a los temas de medicina forense y los casos que había tenido que estudiar, le hicieron querer dejar su plato y correr a abrazar a sus hijos. Si algún bastardo se atrevía a tocarlos…
Tras unos instantes de incómodo silencio, trató de serenarse y dirigirle una sonrisa a su marido.
—No estaría de más asegurarnos de que la casa está bien protegida. Lo de las cortinas es una buena idea, y conocer a los vecinos también debería ser una prioridad. En caso de que haya algún problema en el barrio, ellos podrían avisarnos y echarnos una mano. De hecho, podríamos preguntarles si saben algo de los antiguos inquilinos. Podríamos matar dos pájaros de un tiro.
Muy cierto... dijo Ed tragando el bocado que se acababa de llevar a la boca. ¿Ya sabemos algo de donde o que vamos a hacer mañana? pregunto llevandose más comida a la boca.
Sin duda la casa vendría con una asignación de tareas o deberes, pero hasta ahora no se había preocupado de ello. Cuanto antes empezaran a reconstruir su vida antes se olvidarían de la vieja....al acordarse perdió el apetito de golpe
"¿Por que no había venido a despedirlo? ... ¿Por que no fui yo a despedirme?" se volvió a preguntar a medio camino entre el enfado y la decepción consigo mismo.
Tras terminar de instalarse, y de explorar un poco la nueva casa y adjudicarse las habitaciones, la familia se reunió para cenar en la cocina con la ensalada de patatas que Arabella había preparado con los pocos ingredientes que habían comprado en la tienda del pequeño pueblo durante su paseo. Todavía quedaba mucho por hacer, y les llevaría un tiempo acomodarse a la casa y hacerla suya, pero el primer paso ya estaba dado. Durante la cena estuvieron charlando animadamente sobre los arreglos que quedaban por hacer en el jardín hasta que Edward les contó lo que había descubierto en el armario de su cuarto nuevo: los anteriores inquilinos parecían haberse ido tan apresuradamente que habían olvidado llevarse su maleta. También Hilda había descubierto algo igualmente extraño, ropa en el armario que parecía pertenecer a una señora mayor y una dentadura postiza, también olvidadas.
Pero lo que más inquietó a los Weigel fue el hecho de que la ventana de la pequeña de la familia daba a la casa del vecino mirón, y que éste había estado mirando desde allí creyendo erróneamente que las cortinas eran suficientemente gruesas como para ocultar su presencia. Tanto Arabella como Eberhard sintieron una punzada de angustiosa preocupación paternal al escuchar aquello y resolvieron colocar unas cortinas para proteger la intimidad de la niña, aunque Eberhard ya estaba planificando como tapiar aquella ventana y venderle a su hija la idea de que aquello era una magnífica idea. Por el momento las cortinas y la persiana cerrada a cal y canto tendrían que bastar.
También acordaron pasar a la mañana siguiente a hablar con el vecino, y de paso conocer a otros miembros del vecindario y presentarse. A fin de cuentas, aquello no era Berlín y sus edificios residenciales repletos de vecinos, sino un pequeño y tranquilo pueblo donde todos se conocían. Seguramente su llegada ya sería conocida por la mayoría, pues aquellas noticias corrían como la pólvora, y ya estarían preguntándose qué les habría llevado a mudarse allí. En esos casos era mejor resultar amistoso y presentarse antes de que los rumores comenzaran a surgir incontroladamente.
Tras la cena, se sintieron cansados tras el largo día: el viaje, la mudanza, el paseo, las emociones... Así que pronto una ola contagiosa de bostezos se propagó entre los miembros de la familia. Era hora de preparar las camas y caer sobre ellas hasta sumergirse en un reparador sueño.
Lamento la tardanza, estuve de exámenes y trabajos y rollos de estos.
- La cena estaba deliciosa, querida. Como siempre. - Dijo Eber a su esposa al terminar de cenar, mientras se levantaba de la mesa. Luego cogió su plato y cubiertos y los llevó a la pila. - Chicos, recordad recoger la mesa antes de marcharos a dormir. - Indicó a sus hijos, para luego darle un dulce beso en el cabello a su mujer.
- Necesito un par de bolsas de basura, para retirar lo que sea de la estupenda habitación de Hilda. - Dijo a continuación, con un tono de voz bastante ameno aunque cansado. La verdad es que lo único que quería en aquel momento era cama y descanso. Aunque si Arabella le proponía un poco de guerra, no se iba a negar a ello. Abrió algunos cajones de la cocina, al igual que algún mueble, hasta que dio con ellas. - Listo princesa. - Dijo mirando a su hija con las bolsas de plástico en la mano. - ¿Vamos a retirar los restos de la bruja malvada que vivía en tu cuarto? - Bromeó al respecto, poniendo una voz grave.
En el fondo Eberhard era un niño grande que no había madurado nada a lo largo de los años y que el exceso de dinero le convirtió en alguien caprichoso y egoísta. Y aunque añoraba su coche y su estilo de vida, en algún lugar de su corazón había cabida para su familia. - Los platos. - Dijo serio al ver que la pequeña de la casa se levantaba de la mesa dispuesto a seguirle e indicarle donde estaba todo.
Una vez en la habitación de Hilda, Eber usó una de las bolsas a modo de guante para recoger la dentadura postiza. - ¿Seguro que no la quieres para disfrazarte? - preguntó a su hija mientras la miraba. - La podemos lavar bien... - Miró serio a la pequeña, para luego sonreirla. La estaba tomando el pelo. Tras recoger lo que la niña le indicó, miró por la ventana. - Esta claro que necesitamos unas bonitas cortinas para tu cuarto. Así no verás al feo del vecino. Venga, ponte el pijama y a la cama. - Dijo a Hilda con ternura y calma en su voz, conteniendo a continuación un bostezo.
Tras bajar la basura y aprovechar y sacar toda al cubo de fuera, Eber se fue a su dormitorio. Allí dejó colgada su bata roja y se metió en la cama, esperando a su mujer en ella. Estaba decidido a pedirla estrenar aquel colchón... y bostezó de nuevo, esperando a que Arabella apareciese. Acurrucó su cabeza en la almohada, mirando hacia la puerta...
... y Morfeo se encargó del resto.
Aquella primera cena en casa no estuvo mal, era un nuevo comienzo y por un instante Ed tuvo la osadía de ensoñarse con que habían dejado todo lo malo detrás.
Acabaron con los quehaceres post cena, aprovechó para ver donde estaban todos los enseres domésticos y guardar los pocos que ellos se habían traído. Y tras darle un abrazo a su madre y desearle las buenas noches a todos los demás se encaminó a la habitación llena de ropa de desconocidos que se había adjudicado.
Se hecho en la cama con la luz todavía encendida, cuando el armario a medio abrir captó su atención, tras desechar una primera vez la idea, esta volvió a presentarse en su cabeza con mas fuerza, al final no pudo sino sucumbir a ella y abrió el armario de par en par y comenzó a rebuscar entre las cosas abandonadas que había en el armario, lo hizo de forma ordenada, poniendo en un montón cada una de las cosas que había revisado antes de coger la siguiente.
Quizá encontrara documentos, fotos, algún indicio de su anterior propietario o de por que lo habían abandonado, antes de empezar pensó que quizá estuviera rota toda la ropa que había allí.
Fuera por la ventana la luz del día se había esfumado, la oscuridad de fuera y la luz de dentro convertía los cristales en un espejo casi perfecto y solo se podía ver por su ventana el reflejo de si mismo hurgando en el armario.
Tras ayudar a recoger los platos y fregar toda la loza, Arabella despidió a sus hijos —incluido el beso de buenas noches de rigor de Hilda—. Después, se dedicó a rebuscar con curiosidad por las estanterías del salón y la habitación para ver qué libros habían dejado los anteriores inquilinos.
"¿Habrá alguna enciclopedia?", pensó mientras ojeaba, con la esperanza de encontrar algún viejo libro de medicina o alguna novela de melancólicos autores rusos. Ya le echaría un buen vistazo a la casa al día siguiente. Se había pasado buena parte de la tarde ayudando a levantar los ánimos, recogiendo maletas y preparando la cena. ¿Acaso no se merecía un pequeño momento para leer? Eberhard parecía estar haciendo de padrazo, y ya que parecía ser el que más había sufrido con la mudanza, no quería robarle el protagonismo.
Con una gran alegría dibujaba en el rostro sonríe a Arabella por haber preparado esa deliciosa cena, se levantó de la mesa para abrazar y agradecerle por el esfuerzo que estaba haciendo para evitar cualquier tipo de pelea con su padre. Todos habían acabado de cenar y su hermano y ella se dispusieron a levantar la mesa y fregar mientras Eberhard buscaba una bolsa para poder tirar las cosas de la vieja inquilina.
Mientras subía las escalera con Eberhard, Hilda muerta de sueño, esperaba que su papá hiciera la limpieza con rapidez para poder tirarse a la cama y descansar. Pero de repente su querido papá empezó con las típicas bromas que el solía hacer, Hilda adoraba el sentido del humor de su padre y deseaba que no cambiase nunca, aunque el sueño se apoderaba de ella en esos momentos por lo que no estuvo muy viva para poder contestarle con ingenio.
-Podrías regalárselo al vecino como muestra de simpatía.- dijo Hilda conteniendo un bostezo y con los parpados de los ojos cayendo pesadamente.
-Las cortinas me gustaría que fuesen de color verde.- dijo ya metiéndose en la cama, casi más dormida que despierta. -Buenas noches, papi. ¿Mañana me llevaras a dar una vuelta y a comprarme lo que me prometiste?- dijo Hilda para ver si colaba.
Arabella echó un vistazo a la escasa colección de libros que había en el salón antes de irse a la cama mientras Eberhard se encargaba de quitar algunas cosas de la habitación de Hilda que la incomodaban un poco, como la dentadura vieja que su anterior inquilina había dejado o la ropa olvidada de los armarios. Arabella encontró libros bastante clásicos como El Capital de Marx o Guerra y Paz de Tolstói. También encontró un libro de pedagogía llamado Banderas en las Torres, de Makarenko entre algún que otro clásico de Gorki y autores rusos semejantes siendo Marx el único compatriota de la bibliografía.
A pesar del evidente cansancio que sentían todos por el viaje, la mudanza y las emociones diversas provocadas por el hecho de tener que afrontar la nueva situación, el sueño les resultó esquivo durante la primera parte de la noche debido a encontrarse en unas camas que les eran ajenas y bajo un techo y entre unas paredes desconocidas hasta aquel entonces. Era una situación curiosa, pues el mismo cansancio que les tenía agotados y soñolientos les impedía dormir. La excepción a ello fue Eberhard que cayó rendido en cuanto tocó el colchón y para cuando Arabella llegó a la cama, él ya se encontraba en un remoto sueño.
Edward se sentía tan intrigado por el hallazgo de su nuevo dormitorio que no pudo dejar de dar vueltas en su cabeza de a quién pertenecían los ropajes y finalmente fue al armario para separar la ropa que allí se encontraba y echarle un vistazo. No encontró nada en los bolsillos que fuera relevante, salvo alguna moneda o algún sobre de azucarillo olvidado entre otras cosas. La ropa era muy tradicional, de corte soviético diseñada con el patrón de no destacar, es decir, monótona y aburrida a más no poder. La única excepción fue una chaqueta de cuero marrón, que parecía más antigua que el resto de la ropa pero que sin duda era mucho más chula.
Finalmente el esquivo y reacio sueño terminó encontrándoles a todos en medio de la noche. Fue una noche extraña y fugaz que les pasó demasiado rápido a todos. Hasta que el nuevo día baño de luz el bello campo de Vergessen.