Partida Rol por web

—No, Eber.

Arabella trató de serenarse. Todavía le costaba procesar todo lo que acababa de ocurrir, y su instinto le decía que debían huir de allí cuanto antes. Aunque también le decía otra cosa.

—Tienes que sacar a los niños y a Rosenberg de aquí, aunque tengamos que echar la puerta abajo. Pero yo… Yo tengo que quedarme. Hay algo que necesito intentar.

-No... - Dijo el señor Rosenberg, su cara se había vuelto roja como un tomate y mostraba un profundo gesto de dolor. -No esperéis por mí. - Dijo con esfuerzo.

Le costaba respirar, daba bocanadas como un pez al que han sacado del agua. Pronto dejó de poder hablar, cuando le sentaron en el sofá les indicaba con la mirada que se marcharan cuanto antes. Cuando Eber sugirió matar a los niños el hombre se agitó de nuevo, negó con la cabeza, intentó decirles algo, pero ya no pudo. La vida se le escapó en ese último esfuerzo.

Ara... - le dijo a su mujer en un suspiro. La muerte del vecino en su salón no era algo que le agradara ni que le gustara, pero ahora necesitaba pensar con la cabeza para sacar a sus hijos de ahí. Intentó una vez más golpear la puerta aunque estaba convencido de que aquello no funcionaría. Tendrían que subir al desván si aquello no funcionaba. - No quiero dejarte sola, pero confío en ti. Tenemos que cuidar de nuestros hijos, no hay otra forma de salir de aquí, nos han encerrado.

Eber volvió a golpear la puerta pero ésta no sucumbió a sus intentos por echarla abajo y terminó haciéndose daño en el hombro por las desesperadas acometidas contra la madera de la puerta que más bien parecía un sólido muro. El señor Rosenberg había terminado por fallecer en su salón tras la aparición del espectro, el antipático y gruñón vecino había terminado por ser su única posibilidad de salvación ante la información revelada sobre lo acontecido en aquella casa tiempo atrás.

De pronto, ante la indecisión de la familia por actuar y moverse hacia el salón, los espectros de los niños aparecieron de nuevo. Pero en esta ocasión eran seis y les rodeaban, cerrando el círculo a su alrededor lentamente mientras susurraban unas palabras en voz baja, en un macabro coro que les puso inmediatamente los pelos de punta.

-Vais a morir...

- ¿Qué es eso? - De repente no parecía tan descabellada la historia del viejo vecino que le había parecido que estaba mas gaga que otra cosa.

- Las puertas y ventanas parecen cerradas a cal y canto - Recalcó Ed que había tratado de abrir primero la puerta y luego una ventana. A continuación había cogido una silla y se disponía a lanzarla contra el cristal cuando aparecieron los demás niños.

- ¡¡¡Nosotros no os hemos hecho nada!!! - Gritó nervioso sin darse cuenta que gritaba.  - ¡¿QUE QUERÉIS?! 

- Al desván. Corred. - insistió a sus hijos y les movió con sus manos. - Allí hay una ventana sin persiana, por ahí escaparemos. - dijo y buscó una cuerda. Necesitaba su caja de herramientas. 

El espectro con forma de niño le atemorizó el alma. De pronto pensó que no había forma de salir de ahí vivos... lo prioritario eran los niños, si él moría... bueno, al menos que fuera salvando a su familia.

Los espectros rodearon a la familia, formaron un círculo a su alrededor que se fue estrechando cada vez más. Eber trató de escapar antes de que la pequeña escapatoria que había hacía el sótano se cerrase entorno a ellos pero fue tarde. Dudó un segundo y las piernas no le respondieron cuando debían hacerlo. El miedo cayó sobre todos como una losa pero fue peor para Hilda, aquella vivencia fue demasiado fuerte para ella y quedó completamente paralizada. Había sufrido una catatonia, pero ya nunca lo sabrían.

La sola mirada de los niños causaba completo pavor. Intentaron golpearles, alejaros de ellos, pero eran incapaz de tocarlos. Los atravesaban como si fueran aire. Unos brazos fantasmales apretaron sus cuellos con una fuerza que no podían detener. El aire les fue faltando lentamente hasta que cayeron al suelo asfixiados uno tras otro. Lo último que los miembros de la familia Weigel pudieron escuchar fueron unos susurros terribles, y las risas infantiles de unos niños que se fueron apagando poco a poco hasta convertirse en un completo silencio.

Los cadáveres de la familia fueron encontrados varios días después. Ni la policía ni los vecinos pudieron encontrar una explicación razonable que explicara lo que les había ocurrido. Los Ulbricht comentaron que la casa tenía muchos problemas y que a Eber se le veía muy estresado con ellos y con la actitud del señor Rosenberg y eso avivó el rumor entre el resto de vecinos del pueblo de que algún tipo de conflicto entre ellos se había salido de madre y había terminado en una matanza. Que encontraran el cuerpo del señor Rosenberg en la casa, y que la familia fuera practicamente desconocida en la zona, ayudó a que las malas lenguas crearan todo tipo de historias y explicaciones cada vez más alejadas de la verdad.

Meses después, una nueva familia llena de esperanza e ilusiones llegó a la casa deseosos de empezar una nueva vida allí. La luz se fue el primer día al sonar las ocho en el reloj, pero no le dieron mayor importancia...