El rubor en la cara de sorpresa de Arabella se perdió en la oscuridad de la cocina como lágrimas en la lluvia. Había oído propuestas de Eberhard que no creeríais, pero notarle tan apasionado después de haber perdido su trabajo y su coche suponía un cambio para mejor.
No obstante, se impuso la cabeza fría y germánica de Arabella. Sus últimas compras no iban a aguantar toda una noche en un refrigerador sin luz. Había prioridades. Además, ¿qué problema habría con darle rienda suelta a ambas cosas?
—Está bien —suspiró—. Pero voy contigo, que necesitarás la luz. Quédate cuidando de tu hermana, Edward. Buscad una vela y esperadnos en la cocina, no tardaremos.
Y, aprovechando la oscuridad, una suave palmadita hizo entender a Eberhard que aquella iba a ser su noche de suerte*.
*Cosa que en toda película de terror anuncia la entrada de un señor con motosierra.
Eberhard y Arabella salieron de la cocina guiándose en la oscuridad con la tenue luz de una vela en busca del cuadro eléctrico. No sabían muy bien dónde estaba, pero se imaginaban que, como en todas las casas, estaría cerca de la puerta de entrada. Las sombras danzaban en las paredes de maneras extrañas a su paso al mismo tiempo que la llama de la vela oscilaba por el movimiento del caminar de la pareja, haciendo que las figuras que se proyectaban se hicieran más pequeñas y justo a continuación más grandes.
No andaban desencaminados en su suposición, el cuadro de los plomos estaba junto a la puerta de entrada, en una pared perpendicular a ésta. Eberhard abrió la puertecilla mientras Arabella alzaba la vela para iluminarle. Para sorpresa de ambos, todo el cuadro eléctrico se encontraba perfectamente y no había que lamentar la baja de ningún fusible ni nada por el estilo. Extrañado, Eberhard desconectó y volvió a conectar cada fusible que había en el cuadro eléctrico pero la cosa seguía igual. Sin saber muy bien qué más podía hacer a esas horas, ni dónde podía estar la avería, tocó un par de veces un interruptor cercano y de pronto la luz volvió a encenderse.
Hilda y Edward, que se habían quedado con otra pequeña vela esperando en la cocina, vieron que se hacía la luz y fue toda una alegría para la pequeña, ya que quería disfrutar de un rato de televisión y del postre de Arabella antes de irse a dormir. Las felicitaciones hacía Eber llovieron por parte de su hija pequeña, aunque él realmente no había hecho nada ni tampoco sabía qué había podido pasar. Pero después de que volviera la luz no importó mucho. Tendría que revisar que los cables estuviesen en buen estado, aunque lo que por lo que había podido ver en el cuadro eléctrico la instalación parecía haber sido renovada recientemente.
Pudieron comer el delicioso strudel de Arabella, que sabía tan bien como olía, mientras veían un ratito de televisión donde pasaban una antigua película familiar que ya habrían visto varias veces pero que a todos les encantaba. Hilda no tardó en quedarse dormida en el sofá tras terminarse el postre y pronto el sueño los alcanzó a todos. Acostaron a la pequeña y se dirigieron a sus propias camas para descansar. O al menos esa era la versión oficial, porque al parecer Arabella y Eber tenían una tarea pendiente en el dormitorio antes de dormir.
Cuando parecía que Eber se iba a quedar sin postre, en el amplio sentido de lo que aquella palabra significaba en su curiosa mente, resultó llevarse dos tazas. El cambio parecía haberle venido bien a la familia, pues el matrimonio estrenaba el lecho conyugal tras varias semanas de sequía motivada por la errática deriva que había tomado la familia en los últimos meses en Berlín. El nuevo hogar, el hecho de tener un propósito nuevo, y el ir encajando en aquel idílico pueblo les había llevado a recuperar la pasión de cuando eran un par de adolescentes que apenas se conocían y se escapaban juntos por las noches a espaldas de los estrictos padres de Arabella. Eberhard incluso parecía especialmente apasionado, como si hubiera redescubierto el amor. Y es que no había nada como un buen postre alemán para levantar pasiones.
Al finalizar, Arabella incluso se ruborizó al pensar que podían haberles escuchado los niños. Edward ya era mayorcito, pero Hilda todavía estaba en esa edad inocente en la que no entendía qué era aquello. Y ninguno de los dos progenitores quería que lo averiguara por el momento. La pareja quedó abrazada, desnudos bajo las sábanas y la gruesa manta que les protegía de la fría noche. Se mantuvieron en silencio y, salvo el suave crepitar de las vigas de madera de la casa, no se escuchó nada más.
Eber fue el primero en dormirse, la faena de aquel día y el ejercicio de última hora le habían dejado completamente exhausto. Arabella aún tardó un poco, divagando con su mente mientras la vigilia se mezclaba con los sueños que comenzaban a aflorar. En aquel estado de duermevela, una voz en el umbral de la puerta la sacó de aquel estado. Fue un ligero susurro apenas perceptible que se coló entre los ronquidos de Eberhard, pero que Arabella logró entender.
-Mami.
Cuando regresó la luz Hilda fue corriendo a lanzarse sobre el sofá y devoró con ansia el delicioso postre que su madre había preparado. Hilda adoraba la cocina casera de su madre, y había que reconocer que el strudel era uno de los platos que mejor le quedaban, pues sabía cogerle el punto justo a la manzana para que quedara deliciosa en el hojaldre. Había salido todo a su gusto, en lugar de irse a la cama cuando su madre lo había dicho, había podido disfrutar del postre y de un poco de televisión en el salón junto a su papá, que había logrado arreglar la luz.
Hilda se repanchigó en el sofá y disfrutó de la película, pero no pasó mucho tiempo hasta que los párpados le empezaron a pesar y para cuando quiso darse cuenta se encontraba en su propia cama. No tenía ni idea de como había llegado hasta allí, pero se acomodó a su gusto y se dispuso a dormir. Sin embargo, antes de que volviera a cerrar los ojos escuchó una voz suave que susurraba desde el quicio de la puerta.
-Buenas noches.
Eber no supo bien como, pero parecía que había solucionado el problema de la luz. - Quizás un fusible mal conectado. - Le dijo a su esposa, apagando la vela de un leve soplido. - Mañana los revisaré bien, con la luz del sol. - Indicó a su esposa con una dulce sonrisa. - Volvamos con los chicos, no quiero que me dejen sin mi parte del strudel. - Entonces hizo algo que hacía demasiado tiempo que había dejado de lado, le dió un sencillo beso en los labios a Arabella, para luego sonreírla de nuevo antes de encaminarse a la cocina.
La velada fue bastante tranquila y pudieron ver la televisión todos juntos, aunque Eber no hiciese demasiado caso a la película a juzgar por la mirada y la sonrisa que tenía en el rostro, seguramente pensando en lo que ocurriría en su nuevo dormitorio.
Y así fue como un renovado Eberhard, se sintió más fogoso que nunca y se demostró así mismo que aún podía entregarse a una mujer como cuando era joven. Pero lo que también le quedó claro era que no tenía las mismas fuerzas que de adolescente y aquel maravilloso y libidinoso acto, junto con la paliza en el jardín, le dejaron fuera de juego enseguida. Abrazado a su esposa, acariciando su piel con suavidad, el hombre pronto se quedó profundamente dormido.
Y así los dos hermanos se quedaron a solas en aquella casa tétrica y a oscuras.
Aún no sabía dónde estaban las cosas así que era fácil tropezarse con las cosas y además algún que otro trasto de la mudanza estaba en medio estorbando, por lo que las cosas iban a peor.
-Quitando el quedarnos a oscuras, la casa no está mal y el pueblo es tranquilo, no parece para nada un mal sitio. - Comentó Ed a su hermana por no centrarse en que estaban allí a oscuras. -¿Te ha gustado el pueblo?- Quiso saber preguntándole su opinión.
Arabella, cansada de todo un día de mudanzas y tratando de adaptar a toda la familia a su nuevo hogar, se dejó mecer en los brazos de Morfeo.
No obstante, un sonido extraño perturbó su sueño y la obligó a despertarse. ¿Era una voz eso que había escuchado?
Se incorporó en la cama para buscar a tientas la lámpara de la mesilla y lo escuchó claramente: parecía la voz de una niña pequeña.
—¿Hilda? ¿Mi amor?
No, no sabía decir si se trataba de la voz de su hija. ¿Pero de quién podía ser entonces?
—Ebery —dijo, tratando de despertar a su esposo—. Creo que he oído una voz.
¿Sé de dónde viene la voz?
La voz no contestó a Arabella, tampoco volvió a decir nada. Le había dado la impresión que la voz venía de la puerta del dormitorio, pero no estaba segura de que no hubiese sido un sueño. Eber continuaba dormido, roncando alegremente hasta que Arabella lo sacudió para comunicarle que creía haber escuchado una voz.
Te respondo a través de este breve post y así le dejo al nuevo Eber la oportunidad de estrenar su personaje antes de la resolución.
—Ebery…—continuó Arabella, zarandeando suavemente a su marido—. ¡Despierta!
Eber dormía como un lirón. El día había sido agotador... y la noche también. Se había entregado a Arabella con pasión y había caído rendido en los brazos de Morfeo.
No sabía exactamente que era lo que estaba soñando pero empezó a moverse todo. Tardó unos segundos en comprender que estaba dormido y era su mujer la que lo reclamaba.
- Esto... - dijo despertándose de golpe sin entender qué era lo que pasaba.- ¿Qué? - preguntó y cuando comprendió a lo que se refería su mujer se puso en alerta.
- ¿Dónde? - atinó a preguntar mientras miraba a su alrededor en busca de algo que pudiera llamarle la atención.
La habitación, sin embargo, parecía en calma y tranquilidad, a excepción de la alerta con la que Arabella había despertado a su marido. Cuando los ojos de ambos al fin lograron adaptarse a la oscuridad no parecía haber nadie en el umbral de la puerta, que era donde Arabella había escuchado aquello. Encendieron la luz de la mesita de noche, pero la habitación estaba vacía y la puerta del cuarto cerrada. Parecía que el sueño y la imaginación de Arabella le habían jugado una mala pasada.
Una vez sus ojos se acostumbran a la oscuridad Eber abraza a su mujer, le da un beso en la mejilla y se levanta de la cama.
- ¿qué has oído? - pregunta.- Cariño es posible que estuvieras medio dormida.- le dice atendiendo a la explicación más lógica.
- Mira, aquí no hay nada .- dice convencido de que ha sido algo fácilmente explicable.
Va a la puerta y se para a unos pasos de la puerta. La abre despacio.
—Te-ten cuidado, cielo.
¿Medio dormida? ¿Era posible que lo que le habían contado aquella tarde le hubiese provocado alguna clase de pesadilla? No, no era así. Estaba segura de que estaba despierta cuando escuchó aquella voz. Aunque la explicación que ofrecía su marido era mucho más cómoda y fácil de aceptar.
Eberhard abrió la puerta y se asomó al pasillo, mirando a un lado y a otro, pero tampoco había nadie allí. Todo en la casa seguía con la calma habitual de las noches: el silencio gobernando el lugar y las respiraciones regulares de sus hijos en las habitaciones contiguas. Eber hizo un gesto para tranquilizar a Arabella y fue a comprobar que todo estuviera bien con Edward y Hilda. La pequeña dormía plácidamente con pequeños ronquiditos y su hijo mayor tenía el sueño fuerte y profundo de un adolescente.
Algo le llevó a mirar por la ventana, hacía la casa del incómodo vecino, el señor Rosenberg. Pudo ver que había luz en una de las ventanas de su casa, y un televisor encendido a un lado de la estancia. Al menos, con su rabieta de aquella mañana, le había enseñado a no mirar hacía ellos.
Eber sonrió satisfecho, ese vecino no volvería a mirarles, sino, ya sabría lo que le vendría.
Respiró hondo varias veces y se volvió a mirar a sus hijos dormir. Sonrió. Estuvo un par de minutos observandolos antes de volver con su esposa.
Cuando salió al pasillo volvió a mirar con calma para asegurarse de que no había nada raro y volvió al lado de su esposa.
- Ves cariño? Ha sido un mal sueño.. - le dijo convencido.
Arabella cubría su cuerpo con la sábana, con el mismo oportuno pudor que uno podría encontrarse en de la actriz en una película. Todavía no estaba del todo convencida. Estaba segura de que había oído algo y de que estaba completamente despierta, no había sido un sueño.
Sin embargo, tampoco quería preocupar a Eberhard. Tal vez había sido un gato o cualquier otra cosa. Quizá era su imaginación jugándole una mala pasada.
—Supongo —contestó Arabella—. Muchas gracias por asegurarte de todas formas, mi amor.
¡Ups! Se me pasó. Ya está corregido. Mil perdones -_-
La pareja regresó a la cama y no tuvo dificultades en encontrar de nuevo el sueño. Especialmente Eber, quien volvió a amenizar la habitación con sus ronquidos prácticamente en cuanto su cabeza se posó en la almohada. Arabella se quedó un poco más despierta, intentando aprovechar los momentos de silencio entre ronquido y ronquido de su marido para escuchar hacía el lugar de donde creía que había venido el susurro. Pero entre espera y espera terminó también dormida.