Partida Rol por web

El doctor Santalo sigue observando vuestra conversación a pesar de la orden de Frantisek de marcharse. Sin embargo, agarra el pomo de la puerta como si este le quemase.En realidad, más bien parece estar resistiendo algo.

-Sí... tenés razón, Diego. Reglas. Tiene que haber normas. Este mundo cambia, pero no de cualquier manera. Vien acá cuando quise ver a mi esposa. Despertaron ustedes cuando quise hablar con alguien más. Es eso, ¿verdad, Doctor Frantisek? El mundo se plega a la voluntad y la de usted...-

-¡Fuera!- grita Frantisek de nuevo y esta vez Santalo desaparece de golpe, como si nunca hubiera estado allí. El sudor perla la frente del anciano que otrora fuese vuestro compañero, como si el grito le hubiera costado un gran esfuerzo. De seguido, el mundo pareciera crugir. La puerta cambir por un muro, las ventanas soldarse, el suelo palpitar. -¡Volved a dormir! ¡Morid!-

-No.- dice Diego, más calmado que anteriormente, incluso en mitad de la transformación antinatural. Facundo, que le va conociendo ya lo suficiente, se da cuenta de que es una sobredosis de actuación, la misma que se imagina un tipo como el cámara habrá tenido que desplegar en su infancia en su antiguo barrio para evitar que le quitasen el dinero del almuerzo.

- Vamos a ver ahora si nosotros también podemos cambiar las cosas, viejo. -  El cámara cierra los ojos y su propio cuerpo es el que cambia ahora. Diego parece más grande, como un palmo más anto. En la mano le aparece un bate de baseball, de aluminio. Y en la cara, una sonrisa de tigre, recordando la decisión que tomó no hace mucho; al final las cosas es mejor resolverlas así.

El joven se adelanta, bate en ristre y lo balancea buscando el cráneo de Frantisek, sin medias tintas. El anciano parece asustado por un momento; la jugada sin duda le ha tomado por sorpresa. Pero muestra fiera determinación cuando alza un brazo y Diego estrella en él el bate. Para pasmo de ambos, incluso Frantisek parece sorprendido de lo que ha logrado, el bate suena como si golpease otra barra de metal y casi se le suelta a Diego de las manos. Frantisek se adelanta y comienza a forcejear con Diego, intentando quitarle el bate de las manos.

Facundo observa inquieto la situación, intentando en los tres o cuatro segundos que han pasado, buscar una solución. Desde luego, está de acuerdo con Diego en una cosa; es necesario hacer algo maś directo, pero ¿qué? Parece recordar vagamente algo que hubiera olvidado. Esa sensación de que últimamente se siente cercano a los animales. Le asalta el impulso de saltar adelante, extender las manos y desgarrar con ellas a Frantisek, morderle la yugular... Son pensamientos voraces que parecen querer dominarle y le resultan familiares. Un alma primitiva oculta parece querer poseer al locutor, luchando con su intelecto de pusilánime. Por fin, una de las dos partes vence y Facundo hace lo que mejor sabe hacer en el mundo.

Usar a otros en su favor.

De golpe, por influencia del fuerte deseo de Facundo, Diego comienza a a transformarse en un enorme licántropo.

El monstruo en el que se ha convertido Diego y el profesor Frantisek se enzarzan en un abrazo fiero, tenso como maromas de acero. El golpe de su impulso golpea la pared tras del escritorio del anciano y una nube de polvo y ladrillo estalla, oscureciendo la sala. De la nube, segundos después, habiendo perdido la forma del lobo pero no su sonrisa, el cámara salta al lado de su compañero.

- ¡Vamos Facundo, que este no se va a morir otra vez!-

Ámbos abandonan la sala a toda prisa, acceden al pasillo sin pensar en dónde estará Santalo. Se han dado cuenta de que pueden manipular este espacio y lo aprovechan. Pronto el pasillo del hospital se comienza a parecer al de un aeropuerto y este al finger de embarque de un avión. Ya están allí de nuevo, embarcando en el mismo vuelo donde encontraron por primera vez a Frantisek. La puerta de acceso por la que llegaron aquí debe andar al principio del avión...

El aparato se mueve. Lo imaginaron quieto, pero ahora está en el aire. Los pasajeros parecen dormir, también Facundo, Raúl, todos. Por las ventanas se adivina la noche y la luz de las estrellas, que se van moviendo en el horizonte con los baibenes del avión. Facundo y Diego hacen unos intentos rápidos de despertar a los suyos pero ni ellos ni otros pasajeros abren un sólo ojo por más que los sacudan y Diego lo hace con fuerza.

-Acá ha metido la mano Frantisek. Aún tiene influencia sobre el lugar, sobre esta especie de Infierno.- comenta Facundo mirando a un lado y a otro.

-Aparecerá de un momento a otro. ¿Tenés idea de qué hacer?- le responde el compañero.

-Irnos. Volver al complejo rural por la puerta que nos trajo al avión, ¿no?- el locutor acompaña las palabras con un gesto de urgencia.

-Pero los compañeros se quedarían acá. ¿Y si despertamos nosotros y ellos se quedan en el purgatorio del viejo?-

-Mala suerte. No podemos salvarnos a nosotros y a ellos, Diego. Mucho riesgo.-

-Sí, pero ¿y la satisfacción de restregárselo por la cara a Ernesto?- apostilla Diego, sonriente.

Hay muchas cosas que les separan, pero el desprecio que el jefe parece sentir por ambos, tratándolos cada poco como menores de edad es algo que les une a pesar del peligro y, después de todo lo ocurrido, por encima de él.

-Está bien. No puede ser casualidad que encontrásemos un camino al avión. Algo debió pasar con el aparato durante el vuelo. Creo que nuestra cabezota nos indicó que debíamos venir a la cabina y movió el mundo sin darnos cuenta. Ahora sabemos que podemos manejar este mundo un poco; si ahora despertamos habrá de ser verdad. La idea de estrellar el auto fué buena pero el viejo nos engañó dándole coherencia, trasladándonos a un falso hospital.- Facundo resume así sus conclusiones y ambos se ponen de acuerdo rápido. Saben que de morir no les va, así que cualquier locura les vale. Momentos después aporrean la cabina de los pilotos y acceden a ella imaginando tener fuerza suficiente. Tal y como habían supuesto e imaginado, no hay nadie a los mandos del avión, una suerte de sublimación de lo que debe haber pasado en la realidad.

Estrellar un avión debería ser más fácil en la realidad, pero en este sueño en el que Frantisek constantemente intenta transformar el aparato en otra cosa, lleva un rato a piloto y copiloto, Diego y Facundo, lanzarlo contra una montaña. De un accidente de ambulanbcia se puede sobrevivir. De un aterrizaje forzoso también. De embestir contra una montaña, llendo en una cabina, imposible.

-De esta despertamos, boludo.-

-Más te vale, pelotudo.-

Por muy largo que sea un sueño, incluso si despiertas muchas veces en falso dentro de él, cuando despiertas de verdad la diferencia con la realidad es tan clara que lo que en el sueño creías verdad incontestable lo diferencias sin duda a los pocos minutos de abrir los ojos. La memoria tiene fallos, pero tan grandes son más bien demencia.

O eso quiere pensar Ernesto Crocce cuando despierta en la cama del hospital, lleno el cuerpo de un dolor sordo que supone los opiáceos le están ocultando. Debe tener varios miembros rotos a tenor de la inmovilidad y las piezas de cuerpo en alto que tiene.

Recuerda vagamente al piloto anunciando la necesidad del aterrizaje forzoso y las instrucciones para colocarse en posición. No recuerda bien si llegaron los más lentos del grupo, Facundo, Diego, Raúl, en despertarse, aunque supone que la azafata algo haría al respecto. Al menos lo espera, pero sólo pasó un minuto desde el fallo de motor hasta el golpe con el suelo. Es el último recuerdo que tiene, debió darse en la cabeza.

Intenta alzar un poco la mirada por el cuarto y otra preocupación le asalta. Hay dos sombras de pie frente a él en la cama. No se mueven.

-¿Hola? ¿Quénes son?-

Unas risillas preceden a la aparición al alcance de la luz de Facundo y Diego, que parecen de una pieza, el uno con un brazo escayolado, el otro con una ceja partida en dos que sin duda usará como excusa para hablarle a las minas a partir de hoy.

-¿Serán...? Me asustaron. ¿Están bien? ¿Los demás?-

-Un poco de todo, jefe.- dice Diego - Ahora le contamos. Pero antes...- y se vuelve a Facundo como apremiándole a algo, a decir alguna cosa que ya hubieran hablado y le hubiera tocado al locutor decir.

-Teneme un poco de fe, Diego. O de paciencia, al menos. Ah, está bien. Jefe, verá...-

La sonrisa de Facundo esta vez le delata. No le molesta decir lo que va a decir. No es un acto de presión de Diego, ahora se da cuenta Ernesto, sino de camaradería socarrona.

-Antes de contar nada, queremos un aumento.-