-Pequeño –Gritó el gigante-, coge mi escudo y prrotégete. Los hombrres deben afrrontarr su muerrte, perro los niños deberrían esperrarr hasta serr hombrres..
El agotado niño obedeció al gigante sin cuestionarse nada, no tenía la cabeza para protestar. En un alarde de protección filial se fue a tumbar junto a Sheogorath, intentando descansar junto a él.
-Maestro, Tinpinqualix tiene miedo, pero como solo sabe saltar te hace creer que esta feliz-le dijo mientras se tumbaba junto a él-Nunca lo has entendido maestro,a veces pienso que solo quieres vernos saltar sin importarte lo que pensemos-añadió melancólicamente el niño.
Rhiannon ant iora se desprendió de la remendada y mojada capa de lana y la arrojó con fuerza sobre la vieja madera del Giselle, como si la prenda fuese un animal salvaje que acabara de saltar sobre ella y la joven pugnara con furia por quitársela de encima. Y es que la pobre ladrona estaba completamente empapada por las gélidas aguas de Cornualles e intentaba infructuosamente entrar en calor frotando las manos. Para colmo de males la túnica sin mangas que vestía debajo del manto no ayudaba, desde luego, a aliviar el frío intenso que sentía.
Pero la atención de la ardilla se centró pronto en su salvadora, pues el rostro de ésta se había tornado al color blanquecino propio de los cuerpos seriamente debilitados. Rhiannon se inclinó sobre la joven y dijo:
“Tranquila, no es real”, pero al mismo tiempo que estas palabras salían de su boca la ardilla no podía evitar pensar que el malestar de Nenúfar podía estar motivado por la muerte del sucio normando…otra casualidad, una más, que parecía unir, cual burla del destino, la vida de ambas en un momento tan delicado.
Eh, Arrdilla…¿Serrás capaz de ponerr un parr de tus flechas en sus timoneles? O al menos entrre los rremerros…
Rhiannon suspiró, ella era una ladrona, sí, pero no una asesina. No había matado nunca a nadie y por ello, precisamente, se había ganado la simpatía de los aldeanos, que se resistían por el momento a delatarla a ella y a su banda. El secreto estaba en la sorpresa y en la rapidez de la acción. Así dificultaban el trabajo de los normandos y de los recaudadores de barón y, además, repartían el botín obtenido en sus correrías entre los más necesitados…pero la situación era ahora muy complicada. No podía valerse del engaño, de la sorpresa y de la astucia en aquella destartalada barcaza y, además, la vida de su hermano, la de Nenúfar y las del resto del grupo dependían de su habilidad con el arco. La Guardiana de Cornualles había demostrado valentía y espíritu de sacrificio al tensar su arco contra aquel soldado ¿Sería Rhiannon ant iora más cobarde? ¿No devolvería favor por favor?
La ardilla cogió nuevamente una delgada y larga flecha y decidió tomarse la pregunta del gigante rubio como si de un desafío personal se tratara, pues quizás apelando al orgullo pudiera soltar sus flechas sobre aquellos hombres.
“Ahora verás lo que soy capaz de hacer, hombre del norte. Y será tan solo una pequeña muestra de la habilidad y grandeza de mi gente…vuela negra y funesta flecha y haz derramar el rocío de los muertos”.
Adrien y Harald se movían con soltura por la cubierta del Giselle. Tras las primeras instrucciones aquellos lobos de mar ni siquiera necesitaban hablarse para saber qué era necesario, y pronto se vieron envueltos por el resto de los barcos del muelle.
Los botes normandos se separaron. Uno de ellos alcanzó el embarcadero (quizá aún tenían esperanza de ayudar a los suyos) y el otro se precipitó tras los aventureros. Algunos soldados cayeron bajo las flechas de Rhiannon.
El Giselle era mucho más rápido. Aunque pequeño, era un barco, mientras que los normandos se movían en un bote de remos. Alcanzaron sin dificultad el gran navío normando. Sólo una cuerda los separaba de la cubierta; pero Sheogorath, Nenúfar y Tuann Oig a penas podían tenerse en pie.
Rhiannon escaló lentamente. La superficie pulida del barco era muy distinta a la rugosa corteza por la que estaba acostumbrada a trepar. Sus ropas, además, pesaban tanto como el muerto que Harald había lanzado por la borda. Jadeó y tensó su arco para cubrir la escalada de Harald, que subió en segundo lugar.
Una lluvia de flechas más tarde, los tres normandos alcanzaron el barco de Adrien. A pesar de la puntería de Rhiannon, el enorme hombre del norte fue alcanzado en un hombro. Pero no se detuvo: lanzó algunos cabos más con los que Adrien se apresuró a atar al niño. No sin esfuerzo, Harald consiguió izarlo.
Las flechas de la ardilla silbaron de nuevo. La mujer pelirroja consiguió derribar un hombre más antes de que subieran al barco de su hermano. Sólo quedaban dos... pero su carcaj estaba vacío.
Los soldados desenvainaron sus espadas. Adrien se interpuso entre Sheogorath y Nenúfar.
- Olvida el barco, pescador, y entréganos a la ardilla. Quizá entonces no te matemos.
-Una vez conocí a una ardilla -dijo de repente Sheogorath, mirando a los invasores como si fueran amigos de toda la vida-. Era alta, esbelta... tenía un cuerpo de escándalo, si te interesan esas cosas, claro. Hacía la mejor compota de manzana del este de las Islas Afortunadas. Aunque de afortunadas tenían poco, realmente -el mago dio una palmada, y luego otra-. ¿Oís? ¿El sonido? Pues por eso mismo eran poco afortunadas... Las islas, me refiero. No la ardilla -Sheogorath soltó una repentina risa, y miró a Adrien-. ¡Eh!, ¿te acuerdas de Lisa, la ardilla? Ah, no, claro, no habías nacido aún... creo. ¿Qué edad tienes? ¡Oh!, ¿eso que tienes en la cabeza es una cana? -de repente, arrancó un pelo de la oscura cabellera del hombre-. ¡Magia! ¡Ahora el filamento es negro! ¿Tienes más? -dijo, arrancando otro cabello-. ¡Jajajajajajajaja, fantástico, fantástico! -empezó a saltar, alegre como solo él podía estarlo en esa situación-. ¡Glamuroso! ¡Gla-mu-ro-so! ¡Tú, el de la espada con esa nariz que parece que has robado a un troll de las cavernas! Si me das un pelo de esa cabeza tuya, te contaré el secreto de la ardilla. ¡Serás rico! ¡RICOOOOOOOOO!
Harald se miraba el astil de la flecha que sobresalía de su hombro como un mastín la cadena que le impide moverse libremente. La sangre manaba, pero era más la rabia que el dolor. Desde la borda del knorr(1) vio cómo los dos últimos normandos saltaban al Giselle, y cómo Adrien les hacía frente, protegiendo al mago y a la mujer.
-Olvida el barco, pescador, y entréganos a la ardilla. Quizá entonces no te matemos.
El vikingo dirigió una mirada a Rhiannon, que buscaba una inexistente flecha en su aljaba. Su mano encontró una vez más el mango de su hacha Vendel.
-¡Tú, perrro norrmando! La Arrdilla está aquí arrriba –llamó al guerrero, señalando a la mujer a su lado-. Sube a porr ella. Si me vences, te la entrregarré.
Y haciendo un gesto de dolor, dejó caer una cuerda hasta el Giselle.
(1)Dadas las características del barco, Harald ha determinado que no es un drakkar (más bajos, más largos, de menos calado y peor travesía marinera), sino un knorr.
El cuerpo de la joven muchacha tiritaba de manera rítmica, la punzada en su pecho habían paralizado sus sentidos, su estado no le permitía apenas levantarse y mucho menos quitarse sus ropajes mojados.
Abrió los ojos. La cabeza le daba vueltas. Durante unos segundos no sabía dónde estaba, hasta que escuchó la voz amenazante de un hombre.
- Olvida el barco, pescador, y entréganos a la ardilla. Quizá entonces no te matemos. - “La ardilla”, que demonios habrá hecho… pensó.
Intentó levantarse pero semejante esfuerzo era imposible. Sin desistir, apoyó su peso sobre su rodilla derecha. Adrien estaba ante los asaltantes que desenvainaban sus espadas. Concentrando todos sus esfuerzos en no desfallecerse, Nenúfar habló:
- ¿Quién la reclama? –
Aunque la inestabilidad física era patente en Nenúfar, sus ideas seguían siendo claras. No permitiría que le ocurriera nada malo al amado de su querida amiga y princesa Giselle. Si era necesario se interpondría entre el normando y Adrien.
El niño, ya un poco mas seguro tras ser izado por Harald, se puso a buscar en la cubierta algo que fuese útil para tamaña empresa: Sobrevivir a los Normandos y ayudar a su maestro a subir.
Demasiado para un niño-murmuró decepcionado Tuann.
“Esos soldados pueden ser topes y algo estúpidos… pero no se puede negar que sean perseverantes ¿No es así, gigante?”, le dijo la joven a Harald al tiempo que echaba mano a su aljaba buscando nuevas flechas con la que atravesar a los normandos. Fue entonces cuando la sonrisa burlona de Rhiannon se tornó en una mueca de preocupación y terror: no le quedaban flechas y su hermano, Nenúfar y el extraño mago se encontraban a merced de los soldados.
¡Tú, perrro norrmando! La Arrdilla está aquí arrriba. Sube a porr ella. Si me vences, te la entrregarré.
La ardilla había oído alguna vez que la gente del norte dirimía sus querellas a través de duelos, pero hasta este momento la joven había pensado que se trataba de una simple habladuría que tenía como finalidad desprestigiar al invasor.
“¿Cómo pueden ser tan bárbaros?”, pensó. Sin embargo, decidió sacar partido de la situación y animar al soldado a aceptar el duelo. Sabía por experiencia que lo que más molestaba a un normando era que lo insultasen. Podías robarles, engañarles o vencerles en una pelea y no se cabrearía tanto como si lo comparabas con un animal o con una mujer.
“Eh, lobo carroñero ¿Acaso huirás como una mujer del ofrecimiento de mi amigo? Eres un cobarde al que le pesan las bellas armas ¡Sube y pelea! Yo misma me entregaré si demuestras tu hombría venciendo a un auténtico guerrero”, Al tiempo que decía estas palabras Rhiannon desenfundaba la pequeña daga que llevaba bien escondida, dispuesta a cortar la cuerda en el momento en el que el soldado ascendiera por ella. La joven no se entregaría fácilmente y nunca por voluntad propia.
Harald, no es que no confíe en tu fuerza y habilidad…solo comprende que a Rhiannon no le apetece pasar a manos de los normandos xD
Rhiannon cortará la cuerda con la intención de hacer caer al soldado al agua...o al menos procurará que éste se de un buen golpe contra el Giselle
Adrien escucho la voz con un acento que hacía que su lenguaje natal pareciera feo y carente de gusto. Esa voz amenazadora le pedía lo imposible pues no podía cederles a su hermana. Sin embargo ellos no lo sabían y podía jugar eso a su favor. Un tirón en su cabeza por parte del loco le devolvió a la realidad.
¡NORMANDO! Esta mujer me ha ofrecido una buena paga por llevarla a su destino pero si te la entrego no cobraré nada. ¿Que me ofreces tú.
Entonces adrien se acerco a la cuerda que sujetaba la vela. Con ella en su poder podría hacer girar la vela y derribarlos.
No me ha quedado claro si habían subido al barco ya o si estaban muy, muy cerca.
¬_¬
Los normandos, a bordo del Giselle, se miraron entre sí y sonrieron con complicidad.
- No es asunto de una mujer, señora - respondió el primero a Nenúfar. Arrastró la S "señora" , burlesco y despectivo. Mientras sujetaba el cabo con un ojo puesto en el pescador, el segundo se libró de parte de su armadura y comenzó a trepar. Parecía haberse tomado muy en serio el reto de Harald y Rhiannon. O quizá la recompensa que habían ofrecido era muy grande.
- ¿Oro? - continuó con ironía, esta vez respondiendo a Adrien - Te di la oportunidad de seguir con vida, pescador. Os la di a todos. Yo no habría dudado ni un segundo si hubiera tenido que elegir entre yo y un demonio rojo.
Rhiannon cortó el cabo con rapidez y el hombre cayó al agua. El hombre que hablaba apartó las manos del cabo, pero no a tiempo para evitar que la cuerda, que había estado tensa mientras su compañero subía, le quemara las palmas. Un instante de distracción que Adrien aprovechó para soltar la vela del Giselle mientras Harald soltaba algunos cabos más.
- ¡¡Vannlilge!! - rugió
El normando burlón aterrizó también en las aguas oscuras de Cornualles. La pesada armadura lo arrastró hacia el fondo. Sin ayuda y sin alcanzar ninguno de los cabos, el osado hombre que había caído en la treta de Rhiannon trató de llegar hasta el muelle a nado.
Despacio, muy despacio, Nenúfar trepó hasta la cubierta del knorr. La cabeza le daba vueltas y perdió el pie en un par de ocasiones; por fortuna la cuerda estaba hecha de algún tipo de fibra vegetal. Respiró profundamente y pronto sintió las manazas de Harald que la alzaban con facilidad. Una vez en cubierta, Nenúfar se dio cuenta de que el hombretón tenía una flecha clavada. La sangre le goteaba hasta el brazo.
- ¡Escapa! - Advirtió Sheogorath, señalando al normando.
Daría la alarma. Todos lo sabían, pero especialmente Nenúfar de Cornualles. Si aquellos hombres campaban con tanta ligereza y tan cerca del castillo, es que Philiph había perdido el juicio por completo. ¡Cuánto deseaba estar equivocada! Cruzó una mirada mareada con la ardilla. Aún estaba al alcance de una flecha. La muchacha descolgó su arco y su carcaj, y se lo tendió a Rhiannon.
Harald recorrió la cubierta. Se topó con unas pieles y un barril de cerveza antes de encontrar el ancla. Comenzó a izarla cuando Adrien llegó a bordo. Cierto brillo recorrió su mirada al ver al muchacho. En la posada era más fisker que jarl, pero había plantado cara valientemente para defender a su capitana. En aquel barco, era más jarl que fisker.
Adrien vio a Harald izar el ancla y dio una ojeada a la cubierta. Aquel barco no era como el Giselle, ni se parecía a ningún otro en el que hubiera subido nunca. Luego pensó que en realidad eso solo era verdad a medias. Tenía cubierta, timó, vela, casco... como cualquier barco. Se fijó en el brazo del gigante del norte y lo ayudó a levantar el ancla.
El arco de Nenúfar era flexible y equilibrado. Rhiannon hubiera jurado que era de tejo, pero la madera estaba tan pulida que por un instante pensó que siempre había sido un arco. Lo mismo podía decirse de las flechas. Sin duda el artesano que lo había fabricado sabía como hacer un buen arma. La mujer entendió perfectamente lo que le estaba pidiendo, y, aunque no le hacía gracia, Nenúfar, que se aferraba a la barandilla con la palidez de un muerto, no habría podido disparar. Cogió una flecha, tensó el arco... y el normando abandonó el mundo. Luego, le devolvió el arma a su dueña y se apartó del borde. No quería mirar hacia el muelle. Las almas aún relampagueaban en su memoria.
Tuann se había sentado con la espada apoyada en el mastil y parecía terriblemente cansado. Todo aquello era demasiado para un niño. Estaba esperando a su maestro, pero Sheogorath no subía. En la cubierta del Giselle, el mago observaba la mano que le había mordido el goblin, completamente ajeno. Tuann sintió que ambos barcos empezaban a separarse, y se dio cuenta de que, sin proponérselo (o quizá sí) habían olvidado al Jerbitón. O el Jerbitón a ellos. Nunca podría estar seguro. Lo llamó a gritos.
A la luz del amanecer, Sheogorath se percató de que su mano estaba cada vez menos verde. En su lugar, resplandecía levemente violeta. Pero el efecto no era hermoso, sino todo lo contrario. Aquel extraño brillo le daba a su mano el desagradable aspecto de un cadáver o de un espectro. Parecía haberse olvidado del normando, al que momentos antes había gritado un inconexo cuento sobre una ardilla para después acusar su huida. No le había gustado que lo mataran. Aquel hombre parecía civilizado, ¡le había caído tan bien! Hubiera querido que lo subieran al barco y lo llevaran con ellos. Pero ahora su mano había acaparado toda su atención. Ya no era verde, y así se lo hizo saber a Tuann en cuanto se asomó a la barandilla.
Al final el chico consiguió convencerlo para que subiera y así poder estudiar detenidamente la piel. Adrien asió el timón con firmeza y le pidió a Harald que descansase y se vendase las heridas. Aquello sonó entre un ruego y una orden, pero incluso el vikingo sabía que necesitaba tomarse un respiro. La flecha se le clavaba como la mordedura de un perro rabioso y, una vez se sentó en las pieles, sintió que las fuerzas lo abandonaban. Recordó el barril de cerveza, pero estaba demasiado cansado. Notó que alguien extraía la flecha, partiendo la punta. Notó que le limpiaban la herida con agua de mar y se la vendaban. Ardía, pero no abrió los ojos. Notó la brisa marina en su rostro.
Estaban a salvo... por el momento.
FIN DE LA ESCENA I