Dentro del camarote la princesa Giselle se aferraba con fuerza allá donde podía. Sus ropas, hermosas, parecían ahora mojadas y sucias, oscuras, al igual que sus cabellos dorados. Pero eso no eclipsaba su belleza. Los ojos verde mar encontraron su reflejo de preocupación en la mirada parda de Nenúfar, su guardiana, su confidente, su amiga, que también se asía con toda su energía a pequeño tablón anclado en el casco del zarandeado navío.
A pesar de la agitación de Giselle, Nenúfar reflejaba algo más de calma. Era lógico; estaba más confiada en ese espíritu de la naturaleza del que hablaban en Escocia. Fuera, el ruido de la ventisca se hacía ensordecedor y la oscuridad de la noche, como un fantasma, parecía querer engullir el pequeño barco. Giselle recordó su hogar; el blanco castillo de Cornualles, donde volvía tras la extraña carta de su padre. Recordó también el castillo dorado de la pequeña y verde isla de Lunga y a su anciano marido. Realmente, cualquier otro lugar en el mundo era mejor que aquel camarote.
Una ola empujó el barco, ladeándolo. Giselle cayó encima de Nenúfar, que la sostuvo como pudo. La princesa lamentaba que la arquera pelirroja tuviera que pasar por esto. Solo era una muchacha. Fuerte, pero una muchacha.
- Me alegro de que estés aquí - Le dijo. Hubiera querido decirle muchas cosas más; decirle que era la única amiga que tenía, que jamás podría pagarle todo lo que había hecho por ella. Giselle cerró los ojos e intentó incorporarse. E hizo una promesa: "Señor todopoderoso, que habitas en lo alto del cielo: Mi vida a cambio de que salves la de Nenúfar. Quizá ella no crea en nuestro Señor Jesucristo pero es noble y pura..."
Un golpe seco zarandeó el barco. Giselle salió despedida por el camarote, golpeándose la cabeza en el asidero al que Nenúfar se sujetaba momentos antes. La sangre cálida resbaló por su sien...
...Giselle abrió los ojos despacio. Le escocía la herida de la cabeza por el agua salada. Hacía frío, a pesar de los rayos del incipiente amanecer. Miró a su alrededor. Estaba atada a una tabla, mecida por las olas. A su lado, el largo pelo rojo de su amiga dejaba ver su mirada cansada. Estaba viva. Giselle cerró los ojos de nuevo.
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-¡En nombre de Jesucristo! ¡Sujétala bien!
-¿Está viva?
-La pelirroja sí...
-¡Hay subirlas! Por el amor de Dios, ¡está llena de sangre!
-¡Vamos! Por las barbas de Gwydion, ¡LA HIJA DE PHILIPH!!
Giselle despertó entre alborotos en la cubierta de una pequeña barca pesquera. Estaba mareada y débil, y la luz del sol la cegaba. Notó como vendaban sus heridas, como la llevaban en brazos, como la acostaban entre las redes. Aunque oía voces, no conseguía entenderlas. Poco a poco fue recuperando la conciencia. Despacio, un brazo le ayudó a incorporarse con suavidad, le retiró el pelo de la cara y le ofreció agua y una fruta. Giselle miró a quien la trataba así, y vio el rostro joven pero curtido de un pescador. Balbuceó algo y él, con la misma suavidad, respondió:
-Señora, está en una barca de pescadores, muy cerca de la costa de Cornualles. Ella está bien, está en la otra barca. Por la tarde llegaremos a tierra. Mi nombre es Adrien. Coma. Lamento no poder ofrecerle algo mejor.
Giselle respondió con lo que intentaba ser una sonrisa, y mordió la fruta con avidez. Pasó todo el día hablando con el pescador, que, además de atractivo, era agradable y educado. Le contó como la habían prometido con un anciano de una isla de Escocia, como, aunque amable, había muerto después de la boda sin llegar a tocarla (omitió que el anciano era el rey y que ahora ella era la única heredera de la isla, herencia que pasaría a manos de su padre) y cómo su padre la había hecho regresar con una extraña carta, cómo había conocido a Nenúfar y lo ocurrido en el barco. Miraba de vez en cuando a la otra barca, donde Nenúfar saludaba en ocasiones. Gracias a Dios, estaba bien. Al atardecer divisaron la costa de Cornualles, pero Giselle, para su sorpresa, descubrió que no quería separarse de Adrien nunca más.
El pescador la ayudó a bajarse de la barca. En el puerto se armó un gran revuelo al ver aparecer a Giselle, algunas mujeres golpeaban a los pescadores “más que brutos, por qué no las trajisteis nada más encontrarlas” La melena roja de Nenúfar llamaba la atención de todos, pero ninguno se atrevió a tocarlas a ninguna de las dos, salvo Adrien, que besó la mano de Giselle antes de que esta desapareciera en el carro enviado por su padre. Giselle sintió que el pescador tampoco quería separarse de ella. Con las primeras estrellas divisaron el castillo blanco.
En la puerta, toda la servidumbre esperaba la llegada de Giselle, que algo sorprendida, echó en falta la presencia de su padre. Entre susurros, confesó a Nenúfar que jamás había sido recibida así, a lo que su amiga respondió:
-Olvidas que ahora eres la princesa de Cornualles
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Giselle pasó el otoño paseando sola por el castillo. Apenas hablaba con su padre, que se había vuelto hosco y desagradable. Echaba en falta el cariño de éste, y sobre todo, a Adrien. Le había visto desde las ventanas alguna vez, esperando a la puerta de su castillo, y a veces (casualmente?) lo encontraba las pocas veces que salía de la muralla. Un día escribió una carta para él y se la dio a Nenúfar para que la llevara. Adrien respondió y así pudo comprobar que sus sentimientos eran correspondidos.
Pasó el invierno (el más crudo que recordaba). Para la Epifanía Philiph anunció que entregaría la mano de su hija, y con ella todo su reinado, a quien, príncipe o mendigo, le trajese un Diente de Dragón. Giselle se sintió ofendida pero Nenúfar le hizo notar que Adrien podría conseguirlo. Hablaría con su hermano, Gwalch. Se abría paso entre magos y druidas, y era aventurero. Él podría ayudarles. Ella también acompañaría a Adrien en la empresa. Saldría bien.
Por la noche, el caballo negro con el que habían obsequiado a Nenúfar surcó el brillo de la luna en dirección al muelle. Nadie vio cómo se marchaba, pues la arquera sabía pasar desapercibida y conocía bien el camino. Nadie vio, tampoco, la figura de alguien que, como una sombra, se escondía en la oscuridad para entrar al castillo. Cada pieza estaba en su lugar.
- ¡¡Ni hablar!! - respondió Rhiannon, bajando de un salto del árbol donde estaba haciendo guardia. A nivel del suelo, la muchacha parecía mucho más bajita. Sin embargo, se enfrentó a Adrien con la mirada endurecida.
- ¿Cuánto tiempo hace que no vives en la frontera? ¿Ocho años? Oh, no sabes lo que es esto. Las cosas están muy feas por aquí. No puedo irme.
- Pero Rhiannon... ¡la amo!
- ¡JA! Y yo amo... - titubeó. Algún tiempo atrás habría dicho " los unicornios", pero ya había visto uno así que aquella expresión dejaba de tener gracia - ¡yo amo la cerveza!! ¿Tiene ella cerveza para mi?? - Contuvo la risa. Acababa de decir una auténtica estupidez.
- Pues... sí, supongo. ¡Digo yo! - Rió Adrien. Su hermana hablaba como un bandido.
- No te rías - respondió ella - No es divertido. Los normandos entran en nuestro pueblo como si fueran animales. Hay que esconder a las mujeres... y últimamente también a los niños. Se llevan lo que quieren, destrozan cuanto les place. Cada vez es peor. ¡¿Y sabes qué ha hecho Philiph?! ¡Subir el diezmo!
Adrien esquivó la mirada de su hermana. Cuando las cosas empezaron a ponerse feas, él había huido a la costa, más cerca de la fortaleza, para estar a salvo. Su hermana era mucho más valiente y se había quedado para defender a los suyos. Pero Adrien sentía que ahora tenía una oportunidad de hacer que todo mejorara, para todos. No se lo estaba pidiendo solo por Giselle. Si lograba casarse con ella, tendría capacidad de devolverle a aquellas tierras todo su esplendor. Ni bandidos ni normandos se atreverían a entrar en ellas.
- Tienes razón - dijo - pero no lo lograremos sin ti. Además, aquí solo puedes aguantar, pero no resolverás nada. ¿Cuántos sois? ¿Veinte?
- Seis.
- ¡Solo seis!! ¿Cuánto más esperas resistir así? Rhiannon... te lo suplico. No te llevará mucho tiempo.
El pescador tenía razón, y ella lo sabía. Tras los últimos ataques se habían dedicado más a evacuar que a defender las aldeas. Y el fin de todo aquel sufrimiento estaba al alcance de su mano, en aquel diente de dragón.
Reorganizarían las guardias. Si era rápido, podrían resistir sin ella. Luego, no habría que resistir más.
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Una mujer pelirroja, con un arco, se adentra en la bruma, y desaparece de la vista. Entonces, un rugido terrible atraviesa el cielo. La tierra tiembla y el mundo se dobla sobre si mismo para hundirse en la nada.
A la mañana siguiente Rhiannon se despertó bañada en sudor. La pesadilla, la misma pesadilla, había golpeado sus sueños con más viveza que nunca. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Había reconocido el rugido. Era el rugido de un dragón.
Adrien se tumbó en su sencillo lecho y sonrió, aún con la carta de Giselle en las manos.
Desde que la rescató del naufragio ambos muchachos habían mantenido una estrecha correspondencia. Cierto es que al principio Adrien no sabía leer, pero finalmente podía también escribir sin demasiados errores.
Esa carta era diferente a las demás. Por primera vez, además de amor, la carta de Giselle estaba cargada de esperanza. Ella le pedía que se uniera a la búsqueda del diente de dragón del que tanto se hablaba en la aldea. Y no era una idea que no hubiera pasado antes por la mente del pescador.
No era solo por Giselle. Rhiannon, su hermana, estaba defendiendo las aldeas más alejadas de la fortaleza de las incursiones de bandidos y normandos. Los rumores de la debilidad de Philiph se habían extendido y, ya que no había respuesta por su parte, los ataques se habían multiplicado. Había mucho en juego. Philiph, al ofrecer así la mano de su hija, había dejado mucho al azar... pero también a la esperanza. Tras el diente de dragón, Adrien sería barón de Cornualles y rey de Lunga. Y los suyos jamás volverían a sufrir.
Debía ponerse en camino. Tenía que avisar a su hermana. Cualquier empresa de este tipo tendría muchas más posibilidades de éxito si ella los acompañaba.
- No es buena idea - susurró Nenúfar bajando con Giselle la estancia de los soldados.
Las oscuras escaleras de caracol parecían internarse en el mismo corazón de la tierra. Giselle se llevó un pañuelo a la boca. El olor era insoportable.
- ¿Cómo voy a dejarte sola? - continuó la arquera - Si voy yo, es mejor que Harald se quede contigo.
- ¿Y cómo voy a dejarte sola yo a ti? - rió Giselle - Mi padre no me hará daño. Como mucho, me mandará a un convento si se entera de lo de las cartas. Tú lo necesitas más.
Nenúfar no pareció convencerse, pero dejó de discutir. Philiph de Cornualles se comportaba de manera muy extraña, tanto, que había empezado a temer por la seguridad de Giselle. El vikingo, si bien algo rudo, no dudaría en defenderla.
Al llegar a la cámara de la guardia, el ruido era ensordecedor. Los soldados de Philiph que no estaban de guardia acostumbraban a montar una fiesta cada noche cuya estridencia hacía temblar los cimientos de la fortaleza. Nenúfar apagó la antorcha y e inspiró profundamente. Giselle se mantuvo tras su amiga, y cruzaron la puerta.
- ¡¡Somos el hazmereir de los normandos! - gritó Nenúfar, a modo de saludo. La algarabía se detuvo en seco. Ya no lideraba esas tropas pero aún le guardaban respeto. - ¿No sabéis que podrían atacarnos esta misma noche? - Sacudió la cabeza. El nuevo capitán no conseguía imponer orden, y empezaba a ser peligroso. - Harald, acompáñanos.
Quizá ese no fuera el mejor momento para hablar con el vikingo. O quizá sí, como apuntó Giselle. Estaba borracho, pero no tanto como para no recordar aquella conversación.
- Harald - comenzó la princesa - No sé si has oído la última locura de mi padre. Ha decidido que quiere un Diente de Dragón, y entregará mi mano a quien lo consiga. Me gustaría tener algo que opinar al respecto, y hay un muchacho que... - la princesa se sonrojó levemente, y bajó la mirada. Nenúfar retomó el hilo
- ... hay un muchacho que creemos que podría ser un gran jarl para esta región- Nenúfar usaba a veces palabras nórdicas para darle las instrucciones a Harald. Así era mucho más fácil. - La princesa Giselle desea que lo ayudemos a conseguir el Diente. Será una gran aventura.
- Pero, pequeña vannlilje - dijo Harald - Si ambos vamos...
Nenúfar mantuvo silencio. Llamar vannlilje a Nenúfar demostraba una extraña mezcla de respeto y cariño que solo él terminaba de entender. Nenúfar encaró una ceja y miró a Giselle. "Te lo dije".
- ...si ambos vamos, Harald, Giselle se quedará aquí sola, en efecto. Pero podemos hacer más bien buscando el Diente que quedándonos aquí. ¿Vendrás conmigo?
- Por favor, Harald - dijo Giselle. A veces era una niña, a veces una reina.
La princesa ordenaba, la arquera disponía... y a Harald le aburría la vida en el castillo. Cazar un dragón... ¿Cómo decir que no?
Nenúfar hablaba con Gwalch por los pasillos de la fortaleza. Lo había invitado para explicarle el plan de Giselle, pero había temido que alguien pudiera escucharlos en alguna de las salas, y se habían decidido a dar un paseo. Las murallas estaban repletas de guardias y Nenúfar pensó en el pasillo de los trofeos, que recorría el castillo casi circularmente.
- Pues claro que sé que es peligroso - djo en susurros - Pero, ¿qué más podemos hacer? ¿Has estado en la aldea últimamente? ¿Sabes cómo están las cosas?
Gwalch la miró con seriedad y frunció el entrecejo. Era evidente que sabía algo más que dudaba en decirle.
- ¿Y tú? ¿Sabes cómo podrían estar? - respondió, disgustado.
Gwalch tocó suavemente la frente de la muchacha. Ni siquiera fue un segundo. *
La arquera perdió el equilibrio pero su hermano la abrazó antes de que cayera.
- Eso solo sucederá si fracasamos - dijo, recomponiéndose. - Correré el riesgo. Hay mucho que ganar.
-¿El riesgo? - dijo Gwalch, sorprendido - ¿Crees de veras que hay alguna posibilidad? ¡¡PRETENDES CAZAR UN DRAGÓN!!!
* Nenúfar tiene una visión:
La fortaleza de Philiph está en ruinas, cubierta por una gruesa capa de nieve bajo una perpetua ventisca.
No ve ningún cadáver, pero lo sabe. Todos están muertos.
- ¡¡PRETENDES CAZAR UN DRAGÓN!!
Sheogorath abrió inmediatamente la puerta y vio en el pasillo a la arquera pelirroja que solía acompañar a Giselle hablando con un muchacho con el que guardaba un espectacular parecido. Primero se fijó en el colgante de este, luego, en su túnica blanca. Después, en la capa negro azabache. Un druida, o un aprendiz, por la edad y las ropas. Él había mencionado al dragón.
Nenúfar se mordió el labio. De todas las puertas en las que Gwalch podía haber perdido los nervios, había sido en la de Sheogorath. Maldijo para si y buscó la ayuda de su hermano con la mirada.
- ¿He oído bien? - dijo Sheogorath, saliendo de su sancta - ¿Un dragón, pequeña? ¿Es por la mano de Giselle? Pero... no es este muchacho taaaaaan.... pelirrojo quien la desea. ¡Oh! No me lo puedo creer. ¿Es tu amigo vikingo? ¿Por eso tienes esa cara taaaan seria? ¡¡No te preocupes!! Es solo por las tierras. ¿O crees que no he visto cómo te mira?
Gwalch se interpuso instintivamente entre su hermana y aquel extraño personaje, sin saber bien cómo reaccionar. Por una parte le costaba aguantar la risa, pero por otra, aquel hombre lo estaba poniendo todo en peligro con sus gritos.
- Sí - dijo finalmente, llevándose un dedo a los labios - Y ahora que lo sabes, tendrás que guardarnos el secreto.
- ¡¡Oh!! - respondió el mago, bajando automáticamente la voz - Pero... si queréis que guarde el secreto, ¡tenéis que dejarme ir con vosotros!!
Nenúfar asintió. ¿Qué más podía hacer?
- ¡Qué gran día es este día!!! ¿Es mi cumpleaños? ¡Bah! No lo recuerdo. ¡¡TUANNNNNNN!!! Despierta gandul, ¡Nos vamos de viaje!!
- Está bien - susurró Gwalch, sin perder de vista a Sheogorath - tendrás mi ayuda. La vas a necesitar.
¡¡TUANNNNNNN!!! Despierta gandul, ¡Nos vamos de viaje!!
Los gritos de Sheogorath sacaron a Tuann de su pesadilla. A penas tuvo tiempo de incorporarse cuando su maestro entró en su habitación con una extraña danza. Tuann, medio dormido, no supo si estaba imitando un baile tradicional o sufriendo un ataque epiléptico. ¿Qué había hecho él para terminar en aquel lío?
- Sí, parens - atinó a decir. Sheogorath abrió las cortinas, y la luz de la mañana entró de lleno en el rostro de Tuann, que buscó a ciegas su ropa.
- ¡¡Vamos!! - insistió, y cerró la puerta con aire misterioso - Tengo un regalo para ti. ¡Vas a cazar un dragón!
- ¿QUE VOY A QUÉ?
El mago se deshizo en algo que era entre una explicación y una reprimenda. Él, aseguraba, jamás había puesto en duda a su maestro mientras Tuann lo hacía constantemente. Un dragón era una criatura que albergaba inigualables dones y debía estar entusiasmado con la idea. Tuann sintió su cabeza a punto de estallar. Aún no había logrado vestirse.
- Sí, parens - dijo, confiando en hacerle callar.
- ¡¡Estupendo!! - respondió Sheogorath, y siguió con sus extraños saltitos. Un segundo más tarde lo miró extrañado - ¿Pero qué haces despierto a estas horas? ¿No sabes que tienes que descansar para el viaje? ¡Oh, mi pobre aprendiz!! ¿Otra vez esas pesadillas? No te preocupes. Mandaré una doncella con una infusión de hierbas que te ayuden a dormir. ¡¡Quién cuidaría de ti sin tu parens, eh?!!
Y, cerrando con cuidado las cortinas y la puerta, dejó a Tuann en la habitación, a solas con sus pensamientos.
Un dragón. Aún había alguien más loco que su parens.