Adrien dejó de forcejear, impotente. Aun abrazado por su hermana se encontraba sobrepasado por los acontecimientos; las largas noches en duerme-vela, la magia, la lluvia, la muerte. El sueño de amor de Giselle se hacía cada vez más lejano, a medida que renuncias y elecciones se abrían a su paso. Rhiannon había decidido que el precio a pagar por la ayuda de Lasiam era demasiado alto; pero el precio de no aceptar su ayuda era terriblemente alto también para Adrien. Y para Cornualles.
Rendidos, solo vieron el relampagueo del hacha de Harald. El noruego había tomado su propia decisión: Giselle no necesitaba a nadie como Lasiam, y desde luego, tampoco a nadie como Adrien a su lado. La muchacha se merecía un hombre bondadoso; Cornualles se merecía un hombre valiente... y tanto la sangre de Sheogorath como la de Gwalch valían al menos un héroe.
El impacto provocó un terrible aullido, como si la tierra hubiera gritado. Bennen se llevó las manos a la cabeza y Nenúfar sintió que se le nublaba la vista, como si aquel libro fuera una criatura viva. No era lo que ninguno se habría esperado del choque entre una espada y un libro; aun así, el estruendo provocó que Lasiam lo dejara caer.
Luego, todo ocurrió muy deprisa.
Handalaia parecía haber estado esperando esa oportunidad. No había respondido ni centrado su atención en nada que no fuera Lasiam y en el instante en que el libro tocó el suelo, fuertes enredaderas brotaron del suelo enfangado, cubriendo el libro por completo y manteniéndolo cerrado. La cicatriz en la cara de Lasiam se hizo más visible, su pelo dorado se hizo rubio pajizo y su cuerpo menos estilizado, más común. . Las lenguas de hielo que sujetaban a Mornath se deshicieron y el mago, entre jadeos, pronunció un segundo hechizo.
La tierra se abrió bajo las enredaderas de Handalaia y el libro quedó sepultado en la grieta.
Lasiam a penas pudo reaccionar: antes de que pudiera recuperar su libro sintió el fuerte impacto de Harald y su escudo contra ella. Ambos cayeron al suelo, aunque Lasiam se llevó la peor parte.
Mientras tanto, ajeno a todo, Tuann levantó el armiño a la altura de sus ojos. El animal, de expresión inteligente, pareció entender a la perfección su pregunta: levantó la nariz y olió el aire fresco de la noche, cerrando los ojos.
Y, por toda respuesta, empezó a nevar.
En el mismo momento en el que el libro de Lasiam quedó sepultado, el trozo de papel que Lasiam había guardado en la ropa de Adrien empezó a latir. Vivo, cálido, y haciéndose notar. El fragmento sollozó y Adrien sintió aquella criatura (¿había llamado criatura a un trozo de papel?) estaba preocupado por Lasiam, y por Adrien; tanto como un padre o un maestro, y que albergaba terribles deseos de venganza hacia Handalaia, Mornath y Harald.
- El papel quiere a Adrien, eso está claro.
- Si Adrien quiere "seguir" lo que diga el papel o sus propios pensamientos es libre de hacerlo.
- ¡Qué gran día es este día!!! ¿Es mi cumpleaños? ¡Bah! No lo recuerdo. ¡¡TUANNNNNNN!!! Despierta gandul, ¡Nos vamos de viaje!!-
Nenúfar recordó el instante en el que aceptaba a Shegorath y a su aprendiz en la aventura que se habían embarcado.
El pobre Tuann, huérfano, no asimilaba la muerte de su maestro hasta que brotaron las lágrimas. Fue entonces cuando una enorme pena invadió a la joven.
Ya no había ninguna aventura, aquel viaje había terminado para ella. Cornualles no vería a Adrien como nuevo rey, Nenúfar decepcionada maldijo el deshonor del muchacho. Ni su querida amiga Giselle lo aceptaría.
Con el golpe de Harald contra el libro, su vista se nubló, casi desmayándose se sujetó sobe las tierra con sus manos. Fue entonces cuando notó los fríos copos de nieve derretirse sobre su piel. Miró el blanquecino cielo y dijo:– La profecía, vámonos ya no hay nada que hacer.-
Aclaración: Tuann se ha dado cuenta de que el armiño tiene (al menos) la capacidad de hacer que nieve. No es un armiño normal.
Nota: Aunque no es mago al 100%, sabe que algunos magos de la casa Flambeau tienen afinidad por la forma "Perdo Ignem". Son magos de hielo; fríos y calculadores. Por la forma en que ha atrapado a Mornath, aunque Lasiam no pertenezca a la orden de Hermes el hielo se le da bastante bien.
Un níveo copo rozó la mejilla de la joven quemándola con su fuego helado, trasmitiendo al resto de su grácil cuerpo un frío abrasador que paralizó a “la ardilla”. Rhiannon se sentía morir, se sentía derrotada y sin fuerza para continuar luchando. Su mente continuaba bombardeándola con la imagen de un mundo helado, con un mundo de muerte…y también recordó el rugido del dragón. La pelirroja se abrazó llorando a su hermano. Le vino a la memoria su infancia, cuando se metía en problemas e iba corriendo en busca de su hermano, cuando necesitaba una mano amiga, un abrazo o unas palabras de ánimo. Para ella Adrien siempre sería un auténtico Jarl.
El ulfsark rodó jadeando, incorporándose apenas. Junto a él Lasiam, milagrosamente transfigurada, se quejó débilmente e intentó también levantarse con torpeza. El lobo dominaba a Harald, aullaba rabioso en su interior exigiendo sangre, y el noruego se plegó a sus deseos. Con los dientes apretados en una horrible mueca y la barba salpicada de espumarajos, aún de rodillas en el barro, Harald alzó de nuevo el escudo y lo hizo caer con terrible violencia sobre el ajado rostro de la bruja. Repitió el golpe entre maldiciones.
-¡Condenada norn, muerre! ¡Nilfheim te esperra!
¡¡¡FURIA VIKINGAAA!!!
Si hacen falta tiradas, no hay más que pedirlas.
Adrien se lanza rápidamente sobre harald mientras grita como a cámara lenta con la intención de salvar la vida de Lasiam
- N0000000OOOOOOOOOOOoooooooooooooooo
Rhiannon corrió tras su hermano. El joven pescador se había mostrado insensible ante sus lágrimas y ahora pretendía ayudar a Lasiam, “Así nunca serás rey…así nunca obtendrás el amor de tu amada…”. La pelirroja solo esperaba poder alcanzar a Adrien y detenerlo antes de que fuera demasiado tarde.
Lo siento, Adrien, pero a Rhiannon le da escalofríos Lasiam
Si hace falta alguna tirada de dados solo tienes que pedirla, generosa Master
No hace falta, Rhiannon es bastante más rápida que Adrien. Puedes escribir qué haces cuando lo alcanzas.
Rhiannon se abalanzó sobre la espalda de su hermano. Su intención era lanzarlo al suelo e inmovilizarlo: debía impedir que Adrien se interpusiera entre el vikingo y la bruja.
“Hermano, por lo que más quieras…depón tu actitud…piensa en Giselle”, le dijo, aun con lágrimas en los ojos, al oído.
Sangre, rabia y violencia. Una cortina de roja cólera cubría los ojos de Harald. No sentía la fatiga ni el dolor, ni mucho menos el miedo. Fenris le poseía mordiendo su corazón y ya sólo la muerte detendría el trance guerrero del vikingo. La bruja a sus pies no se movía. Presintió, más que ver, a un hombre que se precipitaba gritando sobre él. Un nuevo enemigo. Asió el escudo con ambas manos, pero en lugar de intentar desviar su acometida y olvidando toda prevención, lo hizo girar para golpearle con toda su furia.
Se ve que con las metáforas no nos enteramos... Cuando Harald empieza a repartir leña lo único que puede pararlo es un muro. ¿Es que no sabéis lo que es un guerrero berserker (en este caso ulfhednar)?
Arrodillada en el frio suelo, Nenúfar veía como la furia nórdica se desataba sobre Lasiam, aquel rostro que alguna vez fue bello desapareció en cada estocada. Cerró los ojos y la empatía desapareció, ningún sentimiento de pena o dolor la invadía.
Se concentró en como las pequeñas virutas de hielo se derretían sobre la piel, dejando gotas de agua por su piel descubierta.
- N0000000OOOOOOOOOOOoooooooooooooooo-
Fue el grito de Adrien, lo que llamó su atención, todo transcurría muy rápido, Harald desatado de ira, se volvía contra el muchacho. Nenúfar se levantó de un salto y corrió hasta Harald, ahora de espaldas, y se agarró de su cuello. No quería hacerle daño, solo refrenar aquellos deseos. – ¡Atrás! ¡Te ordeno que te detengas!- La joven sabía que aquello no sería suficiente para el gigante…
Así pues apuntó con su daga en la espalda de Harald para detenerlo – Si continuas nos harás daño a los dos – le susurró al oído, él conocía bien la empatía de la joven. - Harald soy yo, tu Vannlilje.- Si la daga la clavaba en él, ella misma padecería su dolor.
Motivo: Calmar al nórdico.
Tirada: 1d10
Dificultad: 9+
Resultado: 8 (Fracaso)
Adrien solo vio que algo le golpeaba en la cabeza. Después de eso no sintió nada de nada, ni siquiera tuvo tiempo de decir... pio.
Motivo: No se
Tirada: 1d10
Resultado: 5
Motivo: Pupa
Tirada: 1d10
Resultado: 9
Tuann no soltó en ningún momento al armiño, toda la caótica escena que estaban desarrollando sus compañeros le era ajena al desdichado niño. Con paso decidido fue hacía su maestro, a través de sus ojos llenos de lagrimas pudo verlo.
Un pensamiento volvió a la cabeza del chico, una idea que ya había tenido antes y siempre se había escapado como si de un copo de nieve se tratase. Pero ahora ante tal macabra escena la idea se había convertido en enseñanza, si se quería decir así.
Lo que Tuann Oig aprendió ese día es que no el mundo es demasiado cruel para personas como su maestro, que no acatan sus crueles reglas y deciden, por el bien del ser humano, que poner una sonrisa en la boca de un niño es mas importante que el oro y el poder.
Lo último que oyó Lasiam fueron las armas que su normando dejó caer en el suelo en su huida.
Handalaia se permitió esbozar una sonrisa de aprobación y se apartó un par de pasos del vikingo, dejándole hacer. Una ovación de voces diminutas pareció surgir de la oscuridad; en la posada se oían de nuevo risas y gritos propios de la vida normal de los soldados, completamente ajenos a lo que ocurría en la calle. Bennen, discretamente, buscó refugio allí y se ocultó en el jaleo. El olor a sangre, a frío y a hierbabuena quedaron ocultos bajo el del sudor, del guiso sabroso y del orin de gato. Y esperó.
Tuann corrió al lado de su maestro muerto y recibió un silencioso y cálido abrazo de Mornath. El armiño cruzó de unos brazos a otros y bajó al lado de cuerpo de Sheogorath; olió sus heridas y bajó la mirada, apesadumbrado. Segundos más tarde Handalaia se reunió con ellos y cubrió con su capa de oso al niño; más reacia a las muestras de afecto que Mornath, la mujer acarició el pelo de Tuann tímidamente.
- Lo siento mucho, pequeño - susurró.
Los golpes del escudo de Harald resonaron contra la carne inerte del rostro de Lasiam; primero, el sonido fue similar al de un hacha cortando leña. Después, cuando del hueso no quedaba más que una papilla, no fue distinto de un chapoteo en el lodo. Olía a sangre, y a muerte. El calor de Fenris quemaba en el pecho del noruego, cada vez más exaltado a medida que su escudo se cubría de sangre. Nenúfar saltó sobre sus hombros e intentó calmarlo. Las palabras a penas llegaron a sus oídos y la daga de la Guardiana de Cornualles no llegó a rozar su piel. Harald estaba fuera de si y ni siquiera sintió el peso de Nenúfar en su espalda, ni el grito de Adrien: solo vio otro enemigo más.
Rhiannon también corrió y se abalanzó sobre Adrien, sujetándole. La ardilla lo inmovilizó con habilidad tratando de evitar que su hermano hiciera una locura, pero su abrazo solo sirvió para que Harald acertara a lanzarle el escudo con más facilidad. Un golpe seco en el cráneo, y Rhiannon sintió que las fuerzas de Adrien abandonaban el cuerpo que ella aún tenía abrazado. Cayó de rodillas y comprobó su herida, su pulso, su aliento. Nenúfar se soltó inmediatamente del vikingo y se arrodilló a su lado, mirando espantada a Harald. También ella revisó el estado del pescador. No había nada que hacer.
Harald se irguió amenazador, y buscó con los ojos inyectados en sangre nuevos enemigos. Las dos mujeres estaban a unos pocos pasos de sus manos cubiertas de sangre, pero Harald no tenía nada más que arrojarles. Caminó hacia ellas...
- ¡Mornath, llévatelos!! ¡Al lago, deprisa!
Tardaron unos segundos en reconocer la voz de Handalaia.
La luz los cegó, y lo único tangible por un instante fue el abrazo de Mornath.
Rhiannon, Nenúfar y el cuerpo inerte de Adrien estaban de vuelta en el lago. No había ni rastro de Mornath, pero el tiempo había pasado: estaba amaneciendo. Solo el cuerpo de Adrien les recordaba que lo que había ocurrido no había sido una pesadilla. Un latido de corazón más tarde, Tuann, aún envuelto con la capa de Handalaia, y Sheogorath. Por último, como surgiendo de la tierra, Bennen y Mornath. Este último miró aliviado los primeros rayos de luz. El armiño saltó de sus brazos y caracoleó a los pies de Tuann. Mornath volvió a abrazarle.
- Pequeño, no puedo agradecerte lo que has hecho esta noche.
Un par de minutos más tarde, Handalaia, y un Harald mucho más calmado, se unieron a ellos.
En segundos, Harald se encontró completamente solo en la calle, salvo por el cadáver de Lasiam.
Rugió. Sus enemigos habían desaparecido.
Caminó arriba y abajo de la calle con los ojos inyectados en sangre.
Rayó el alba y la furia de Fenris aún latía en sus sienes.
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Era bien entrado el medio día cuando, aún completa (y milagrosamente solo en la calle) con un suspiro de agotamiento y tristeza, cayó de rodillas. Sus manos estaban manchadas de sangre, y, como en una nube, recordó que había lanzado el escudo contra Adrien, que Nenúfar había intentado calmarle, que sus amigos habían huido de él. Había matado al prometido de Giselle, de su Giselle...
Antes de caer presa de la desesperación, Handalaia surgió de la nada. Algo en su mirada le decía que había estado esperando allí todo el tiempo.
- Vamos Harald - dijo con suavidad - No te preocupes, un lobo no tiene nada que temer de un oso. Te llevaré con los demás.
La oscuridad lo engulló y por un instante lo único tangible fueron las manos de Handalaia en su brazo. Sin saber como un instante más tarde ambos estaban de vuelta en el lago, y amanecía de nuevo el mismo día. Harald sintió un extraño hormigueo al darse cuenta de que aquella mujer lo había hecho volver atrás unas horas. Pero allí estaban los que habían sido sus amigos, aquellos cuya sangre aún manchaba sus manos.
Cuando los primeros hombres llegaron a Irlanda, estaba cubierta de nieve. El invierno no parecía tener fin, las lágrimas se helaban en las mejillas y los hombres lloraban y rezaban. Al fin, se reunieron varios poderosos hechiceros. Después de semanas de cánticos y conjuros el grito del dragón surcó el cielo y los duendes pintaron de verde la primavera de Erin: habían derrotado al demonio del hielo.
Años más tarde, pero aún demasiado pronto, los hombres olvidaron de dónde surgía el poder de los dragones y lo ansiaron para si. Lentamente fueron destruyéndolos; a medida que desaparecían, los poderes en la tierra aumentaban. Nacieron algunos niños con dones especiales: Handalaia y Mornath fueron separados al nacer y enfrentados el uno al otro en la eterna lucha de Arcadia. Lasiam nació en Cornualles, deformada, y el barón la encerró en una torre donde sólo los libros y una anciana le hacían compañía.
También se debilitaban las cadenas que mantenían atado al demonio allá donde no podía hacer daño; tanto, que las visiones de un pasado que amenazaba con volverse presente llegaron a unos pocos elegidos. Solo uno, sin embargo, entendió la profecía. El anciano Ywen, y su aprendiz Bennen detuvieron la ceremonia que habría de acabar con el último dragón. En lugar de esto lo hicieron dormir.
En Tomregan, allá donde el dragón yacía, se construyó después una ermita que lo protegería para siempre.
No fue suficiente.
El velo que separaba al espíritu del hielo se hizo transparente, y consiguió comunicarse con Lasiam a través de un libro; le explicó cómo la sangre de los seres mágicos guardaba el poder que cumpliría sus deseos, como haría que el hielo destruyera a los que la despreciaron. La pobre niña fue un blanco fácil...
Habían pasado algunas semanas después de la fatídica noche.
Adrien y Sheogorath habían quedado enterrados en el lago de los hijos de Lir, del mismo modo que Gwalch descansaría para siempre en el bosque de Wexford. Bennen se separó del grupo tan pronto como le fue posible y tomó los hábitos en la abadía de Brendan, solo para descubrir que los condes de Rosse habían dejado bajo la custodia de los monjes la espada de los enamorados, aquella que se empuñaría para acabar con el último dragón.
Tuann también se separó del grupo tras conocer que tanto Mornath como Handalaia también formaban parte de la Orden de Hermes, como su maestro. Los hermanos habían pasado mucho tiempo en el mundo de las hadas y su magia se había vuelto imprecisa y caótica, pero mucho más poderosa. Finalmente aceptó su invitación y pasó a ser su alumno. Desde entonces la guerra en el mundo faérico se hizo menos cruenta, y la sonrisa volvió a los labios del niño.
Un muro de silencio separaba a Rhiannon y Nenúfar de Harald. El vikingo las llevó sanas y salvas de vuelta a Cornualles, pero no mediaron palabra en todo el camino. A su llegada no había ni rastro de Philiph, la fortaleza de Cornualles estaba arrasada y gobernaba un pelele normando. El rey Harold había tomado el trono de Inglaterra. Harald pasó en tierra a penas un día. Recogió algunas provisiones y se hizo al mar, hacia el norte. No se atrevió a ver a Giselle. Algo en él sabía cual sería la reacción de la princesa.
Rhiannon volvió al bosque. Nenúfar buscó a su amiga Giselle y le contó lo ocurrido. Tras el suicidio de ésta, la que había sido la Guardiana de Cornualles se unió a la ardilla. Un extraño vínculo, más allá del parecido físico y las profecías, las unía. La tristeza en sus ojos, también.
FIN