Es una primaveral noche de viernes en la caribeña isla de Trópico. Con una temperatura agradable, los personajes más influyentes de la vida social, política y militar de la isla se encuentran en el gran Hall de la embajada de Colombia en Trópico. El embajador organizó esta importante recepción con motivo del nuevo aniversario de la independiencia colombiana. Allí está el Brigadier Osvaldo Ramos Tampayo jefazo máximo de la pequeña pero tristemente célebre Fuerza Aérea de Trópico cuyos aviones bombardearan la plaza central matando 200 personas durante la toma del Palacio Presidencial hace nueve años. El General de División Rodríguez Orejuela, jefe de los temibles escuadrones de la muerte, que matan y desaparecen a los enemigos del estado con una eficacia asombrosa. Su mujer la Sra. Laura Ortíz de Mendizábal es la heredera de la familia más antigua y aristocrática de Trópico, descendienta directa del Ramón de Mendizabal el último gobernador español de la isla. Sentados a una mesa se encuentran los Sres Frank Hammond, abogado de la United Fruit Company; Harold Bartington gerente de la sucursal local del City Bank y John Cliff director general de la Bananas Central America Corporation quienes departen socialmente en companía de sus esposas.
Muchas otras caras conocidas se encuentran entre los más de 200 invitados que se reparten a lo largo y ancho del Hall en cuyo centro se ha formado una pista de baile y a cuyos lados se extienden las mesas que son rapidamente reaprovisionadas de manjares y bebidas por un auténtico ejército de mozos y camareras. Zack se encuentra embutido en su inmaculado traje de etiqueta en el centro de la pista de baile junto a una hermosa dama con intenciones de convertirse en una importante cantante en Trópico.
Mientras Zack bebe champagne y pasa el tiempo en companía de agradables y sensuales damas, Kraig Lahm y Alejandro Ruiz se encuentran en el interior de una camioneta a 150 metros de la embajada tomando un café frío y pasado mientras escuchan lo que sucede en el interior del edificio. Zack no puede dejar de sonreirse ante los improperios que cada tanto le suelta Lahm por el micro que lleva enganchado a su oído izquierdo. Ruiz tiene desplegados ante si los dos planos de la embajada que la oficina del Ayuntamiento le consiguió rápidamente y sin protestar cuando él les ordenó entregárselos.
Pero es Enrique Pozo quien se lo está pasando peor que todos, algo a lo que lamentablemente está acostumbrado. A cubierto entre unos árboles, se encuentra en la parte posterior del edificio vigilando y acechando en el parking de la embajada. Hace más de una hora que se encuentra en el lugar y todavía ni rastros del alemán Frankz Willstätter. Ni siquiera puede encender un maldito cigarrillo sin arriesgarse a quedar al descubierto. Por la zona circula cada tanto un sereno acompañado de un guardia colombiano armado. Mientras los valet parking llevan a cabo su trabajo con extremo cuidado, evitando cualquier accidente con alguno de los caros e importados vehículos que deben estacionar.
Frankz Willstätter, un ciudadano alemán de profesión químico, dejó su país hace tres días llevándose consigo únicamente una maleta color canela ampliamente codiciada por “picana”. La inteligencia recibida apunta a que Willstätter acudirá esta noche a la recepció en la embajada de Colombia en Trópico. En la embajada lo espera Carlos Alvarez Orejuela, diplomático colombiano al cual se cree interesado en comprar la maleta. Alvarez tampoco se ha dejado ver de momento por el Hall de la embajada y a Ruiz se le está acabando la paciencia. En ese momento en el auricular de Alejandro repica la voz metálica de Enrique
- El objetivo está llegando, acaba de bajar de un auto alquilado y se dirige hacia el edificio escoltado por el guardia armado.
-Confirmo, positivo respondió Ruiz y acto seguido le pide a Kraig que se lo diga a su vez a Zack en el interior de la embajada.
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