Izzy yacía en el sucio y polvoriento almacén, sobre un charco de su propia sangre. Su brazo había sido reducido a jirones de carne y hueso, una pulpa difícil de precisar por lo homogéneo. Se estaba desangrando. No tardaría en morir. ¿Por qué? ¿Cómo podía ser? ¿Por qué hacía sólo doce horas se sentía tan dichosa y ahora todo se había acabado?
Levantó el brazo sano y miró su pistola. Ahí seguía ella, la bala de Quinn. La bala que tendría que haber vengado a Laurie. ¿Por qué? ¿Por qué no había conseguido hacerlo?
Cerró los ojos, mareada. Le dolía tanto el cuerpo que apenas podía respirar. Pero al menos pronto se iría con Laurie, al mundo oscuro. Y eso la hizo sonreír.
Aquella madrugada, la bala que más tarde llevaría el nombre de Laurie gravado a punta de cuchillo, se quedó en el cargador sin cumplir su venganza.
La poca esperanza que le quedaba a Izzy se desvaneció junto al difuso sonido de las sirenas segundos antes de quedarse inconsciente. El dolor remetió poco a poco, relevado por un inconstante sueño plagado de incoherencias. Voces familiares y desconocidas resonaban a ratos en su mente, a veces le parecía ver figuras mientras otras sólo la veía a ella, tan nítida y clara que parecía de verdad; Su rostro suave y angelical, su sonrisa pícara, sus ojos multicolor y el roce de sus labios. Todo parecía estar tal y como lo recordaba, incluso su voz…
En algún momento de aquel extraño viaje, Izzy halló la paz, una sensación de ingravidez acompañada de mil mariposas revoloteando en su pecho. Se parecía tanto a aquellos momentos de felicidad plena que había compartido con Laurie que pensó que si existía un cuelo debía ser aquello, aunque en vida no hubiese hecho nada realmente importante para ganárselo. Sólo amar de forma tan genuina y apasionada a alguien como para perder la cabeza cuando esta se fue. Y eso era lo que le había ocurrido.
Un molesto pitido hizo que abriese los ojos horas más tarde apenas unos segundos. La fuerte luz que emitía la lámpara del techo le obligó a cerrarlos de nuevo. Apenas notaba sus extremidades por el efecto de la anestesia, pero poco a poco iba recuperando el sentido. Tenía la boca pastosa y los pensamientos aún más, pero le bastó para comprender que no había muerto, que Laurie no era real. Que seguía viva y con una venganza pendiente.
Izzy entornó los ojos y miró hacia el cristal al otro lado de la habitación. Allí estaba su familia. Bueno, lo que le quedaba de ella. Y los odió con toda su alma. Seguro que ellos habían llamado a la ambulancia. Para ella sí, ¿eh? Y no para Laurie. Y allí estaba, tendida en la cama de un mugriento hospital donde no se hacen muchas preguntas, conectada a tubos que la permitían vivir y que se habría arrancado de poder hacerlo. Podía distinguir, bajo las vendas, el brillo metálico de su miembro cibernético. Había perdido el brazo. Eso hizo que se sintiera una extraña en su propia piel, como si nada de aquello pudiera ser real.
No podía hablar, pero tampoco lo necesitaba. Los miraría a todos con los ojos llenos de rabia. La habían arrancado de su sueño, de Laurie. La habían traído de nuevo al mundo sucio y dolorosamente real.
Pero al menos tenía un poco de tiempo. Porque sabía lo que iba a hacer.
Saldaría cuentas.
Izzy inspiró y abrió los ojos. Los había cerrado un instante para percibir la ingravidez propia de la carrera a toda velocidad. El asfalto olía a tierra húmeda y a plástico quemado, y por un momento eso la hizo sentir feliz. Un poco como en casa.
Sacó la pistola de su sobaquera.
No sabía a dónde le estaba llevando su moto, pero confiaba en ella. Nunca la había traicionado y tampoco lo haría esta vez. Allá donde acabase Laurie seguiría al otro lado del espejo, en el mundo oscuro. Pero, en cierto modo, había logrado admitirlo.
Miró el arma y sonrió.
Paul lo había hecho. Iba a salir de Night City y a continuar con su vida, cerrando el ciclo. Teniendo hijos. Trayendo al mundo a los sobrinos de Laurie, y también suyos. Quizá debiera hacer lo mismo. Si conseguía aguantar un día más, una semana, un mes... el resto sería un poco más fácil. Estaba segura de ello.
-Hasta pronto, amor -murmuró, y besó el cañón de la pistola.
Luego levantó el brazo y disparó. El sonido se mezcló con el del motor antes de extenderse por las llanuras de lo que antes se llamaba California.
La moto de Izzy se alejaba en el horizonte mientras un casquillo en el asfalto se balanceaba con la suave brisa.
Donde termina una historia, emergen muchas más de sus despojos. Digamos que esto sólo ha sido un punto y aparte.