[Lucky Roger, Ring de combate : Alan, Meyer, Pierre & Frank vs Machacasaurio]
Round 3.
- Parece que nuestro espontáneo no quiere precisamente un autógrafo, damas y caballeros, ¡pero aquí vienen los amigos de Machacasaurio para dar buena cuenta de esta intromisión!- explicó alegremente el comentarista.
Efectivamente, por el pasillo que iba de los vestuarios al ring se aproximaban rápidamente más problemas. Un gorila klark de las junglas pantanosas de Marais III cargado de implantes y con un ridículo traje verde se acercaba con cara de pocos amigos acompañado de un enorme, peludo y bigotudo urso cuya barriga estaba apenas cubierta por un traje rojo con una palabra escrita en el extraño alfabeto de su sistema.
El enorme lagarto kiwiaano, al ver que acuden refuerzos en su ayuda, se sacude a Meyer de encima de un coletazo y levanta a Pierre por encima de su cabeza al tiempo que lanza un poderoso rugido reptiliano que hace enloquecer al público. La béstia sigue sangrando por mil heridas pero le queda fuerza suficiente para arrojar al desdichado solenita contra el recien llegado Frank con una puntería asombrosa. Los dos hombres acaban por los suelos, algo magullados pero sin lesiones importantes. A Pierre le dolían las costillas como si le hubieran apuñalado con un atizador al rojo vivo, sin embargo. El monstruo, después de apartar a sus atacantes más inmediatos, saltó hasta la verja metálica que conformaba la caja y empezó a corretear a una velocidad endiablada hasta quedarse quieto en el techo, mirandolos con sus siniestros ojos de pupila rasgada que no parpadeaban.
Por el otro lado de la caja, el ruido que provocó el klark al saltar desde ocho metros, colgarse contra la valla de la caja y zarandearla de forma violenta les hizo prestarle atención. Pesaría unos cuatrocientos kilos sin todo el metal que llevaba encima y, si su único y solitario ojo malevolo no era suficiente, el piloto rojo de su ojo implantado no paraba de parpadear de forma siniestra. El gorila les gritó abriendo mucho su boca simiesca y mostrando sus afilados colmillos, que parecían capaces de arrancar cualquiera de sus extremidades con facilidad. El urso, por su parte, estaba subiendo una escalera de mano de servicio junto a la puerta por la que habían entrado que, de un rápido vistazo, vieron que daba al cable que subía y bajaba la jaula que cubiría el ring. Para su edad avanzada (o eso imaginaron al ver su pelo canoso), el viejo se movía muy rápido, y pronto estuvo en la cima de la escalera y se encaramó al cable de acero. Con unos movimientos que hicieron que Frank y Alan se dieron cuenta de que el hombre había servido en una nave como astronauta, recorrió el cable hasta llegar a la polea que lo hacía descender con facilidad y allí, gritó algo en urso que no pudieron entender pero que hizo que el público gritara aun más, enloquecido.
- Su majestad el rey Kong XVII de los Klarks, que como saben se ha tomado un año de excedencia de sus funciones reales en Marais III para competir en nuestro pequeño espectáculo, y Zankroff, el famoso luchador urso veterano de la guerra contra las máquinas, han decidido unir fuerzas para ayudar a un camarada contra esta injusticia y abuso. ¡Animemosles, damas y caballeros, se aceptan apuestas!
Pierre: Me llevé la mano al costado y tuve que reprimir la mueca de dolor. Aquello no era bueno. No. Nada bueno. Me había llevado leches otras veces, pero nunca me habían estrujado tanto. Intenté respirar hondo para ver la gravedad de la situación. Y sí, dolía. Pero no creía que la costilla rota hubiese tocado ningún órgano importante.
Intenté hacerme una idea de la situación. Si ya nos estaba costando derribar a aquel lagarto gigante… ahora íbamos bastante peor. Si aquellos dos entraban en el ring, la cosa iba a estar mucho más desnivelada. Vale, había entrado el espontáneo este raro de nuestro lado. Pero de momento había hecho más bien poco. Así que decidido a intentar derribar al lagarto antes de que el resto aparezcan, me lanzo sable en mano contra el kiwiaano intentando hacer brocheta de lagarto de una vez por todas.
Master: El solenita pegó un salto y alargó el brazo intentando dañar al reptil llegando a causar un pequeño corte superficial sobre el muslo de la béstia. Que siseó enfadada en su dirección.
Alandrian: Todo se estaba complicando y tenía que terminarse en breve, si conseguían acabar con el lagarto podrían hacer frente a los otros dos que habían entrado al combate porque alguien que me conocía se había metido en la jaula. Seguro que no quería que me lleve toda la diversión. Cogí la espada y me lancé a darle un tajo descendente al kiwiano para, con suerte, provocarle una herida que le hiciera replantearse su situación, pero rápidamente y, ayudándome del impulso del primer golpe, lancé un segundo, en el que puse todo mi peso.
Una cosa había que reconocerle, y es que era un buen campeón. Otros muchos habrían caído ante el primer mandoble que le lancé.
Master: Alan intentó atravesar el lagarto con todas sus fuerzas, pero su primer golpe no consiguió alcanzarlo, y el segundo, mucho más poderoso, ni siquiera atravesó sus escamas. Parecía que el reptil era imposible de matar.
Pierre: Viendo el énfasis de Alandrian, me decidí a seguir ensartando al bicho sin descanso. No iba a darle un respiro. Estaba claro que el midgardiano había entendido la situación como yo. Quitarnos del medio al contrincante antes de que llegasen sus refuerzos era clave para poder sobrevivir al encuentro. Así que decidido, volví a arremeter contra él.
Master: El lagarto esquivó el golpe del solenita con un siseo enfadado. Estaba claro que estaba a la defensiva, pero parecía muy difícil acertarle mientras colgara del techo.
Frank: Demasiado rapido. Cuando veo al tipo volando hacia mi, al menos no he de lamentar el llevar una copa en la mano.
Pues hubiera sido un desperdicio sin duda.
Ruedo por el suelo amortiguando el golpe y aprovecho el impulso para acabar, naturalmente, en pie y en guardia.
Me atuso el bigote, sonrió de reojo a una camarera que en primera fila contempla el espectáculo con cara de asombro y centrándose de nuevo en el combate, digo al individuo que ha sido usado como obús.
¿Y conoces desde hace mucho a mi compinche?. Parece ser que tiene tendencia a liarla. Lo cual no es malo. Lo que resulta fastidioso, es que no avisa.
Y entretanto, Alan le suelta un tajo, con su arma recuperada, a mister escamoso.
No parece hacer demasiada mella en el fulano escamoso. Lo cual hace que me cabree un poco a causa de que, después de todo, estamos alli por trabajo.
Me adelanto entonces mientras digo.
Mantened controlados al otro par de pipiolos, vamos a ver si a este lagarto con pretensiones, le gusta mi atencion.
Guardia alta. Aprovechando que el filo de mi leal acero refleja la luces del octogono de combate, cargo contra mister lizzardman
Y mientras cargo, mi zurda cambia. Vaya si cambia.
De pronto mi mano se abre se abre y se retrae. Mi cañon laser asoma, conservando el equilibrio bajando mi acero a media altura, alzo mi cañon justamente ante el morro del señor lagarto. Y rio mientras le suelto cara a cara.
Sonrie. Hay señoritas mirando.
La descarga es a quemarropa sobre el rostro de nuestro amiguito escamoso.
Ruge mister lizzardman de dolor posiblemente
Salto hacia atrás tratando de evitar que me manche la salpicadura.
Ruge el publico al borde del paroxismo
Y ya que estoy, mantengo controlada a la camarera que sirve en la primera fila de asientos pues tantas emociones, me estan dando sed.
Eso por no mencionar el par de piernas que muestra en su uniforme de conejita.
Master: La transformación del brazo de Fank hace enloquecer al público y, aunque su disparo es poco más de un metro, la frenética forma de moverse colgando de la jaula del lagarto kiwiaano le hace errar el tiro, rozandolo a penas. Una marca negra de escamas calcinadas recorre el costado del morro de la béstia, pero no parece que le vaya a detener.
Sin embargo, el láser ha dado de pleno en el punto de anclaje de la jaula con el cable de subida, desactivando la corriente del electroimán con un sonoro chispazo. Inmediatamente, todo lo que estaba pegado al techo cae al suelo. Bueno, todo salvo el Machacasaurio, claro. Los cuchillos de Meyer llueven sobre los cuatro hombres, que los esquivan como buenamente pueden, el extraño botón de Alan cae justo en su mano por pura casualidad, las placas del ejército de Meyer se enrollan en la espada de Pierre de modo significativo y la anilla de Pierre cae y rebota varias veces sobre el ring antes de quedar justo en el centro de la lona. Frank la reconoce, es lo que han venido a buscar, es la Santa Maria.
Pierre: Viendo cómo la anilla cae sobre le suelo, no lo dudo ni un instante, y salgo corriendo hacia el centro del ring para recogerla del suelo y guardarla como buenamente puedo en el traje. En ese momento, mi seguridad no importaba. Primero y ante todo iba aquello, que podría salvar nuestra vida… y sin duda, ganarnos un pasaje fuera de aquí.
No me paro ni a responder al extraño individuo que ha convertido su brazo en un arma de fuego. ¿Qué más dará de hace cuánto conozco a Alan? ¿Y por qué si están compinchados, el midgardiano parece ignorarle?
Meyer: “¿Furia?” Me levante como pude, notando como llovia a mi alrededor de mis propios cuchillos y las accion se desbordaba, pero todo era ruido y caos sinsentido para mi. “¿Miedo?” Desde que me habia sido despertado en esa maldita nave, habia sido engañado, humillado y derrotado, y perdido mi trabajo y mi pasion, pero aun asi, cuando creia que no podia caer mas bajo, cuando solo notaba la sangre templada corriendome por el rostro y nublando mi vista, solo podia sentir una cosa.
Con un rapido movimiento de caderas, salte con una voltereta sobre el ring cogiendo mi espada y uno de mis cuchillos, levantandome e irguiendome de un pisotazo, haciendo tintinear mis emblemas mientras esgrimia al frente la espada de Pierre. Estaba usando la derecha.
-Agradecimiento, eso lo que siento por ti y tus golpes.- Confese al Kiwiano, con el rostro terso y mi unico ojo manchado en sangre.- Por que fin me has hecho recordar la clase de hombre que soy, un asesino.
Me fui andando hacia el, manteniendo el paso firme y la mirada al frente, hasta estar a unos pasos delante del reptil. “Esto es un espectaculo, por una vez, aqui sobreactuar no era una desventaja, era supervivencia.”
-Mi proximo ataque sera el fin de este ridiculo combate.- Dije tomando una pose ofensiva y de doble filo, juntando ambas armas en una pose similar a un talon de una ave de presa.- Te recomiendo, que si quieres sobrevivir, me golpees con tu mejor golpe y envies tus matones a mi, antes de que pueda ejecutarlo.- Y ahora, es cuando soltaba la puñalada que clavaria en su orgullo.- Es humano tener miedo, incluso para razas inferiores como la tuya.
Le estaba lanzando un desafio al campeon, estaba llenando el ring de expectacion, y por las reglas de este juego, estaba obligado a tomarlo o rechazarlo y perder su cara ante los demas. “Solo necesito dos golpes, dos nada mas, y terminare con esto de una maldita vez.”
Master: Ante el enfrentamiento de Meyer, el gigantesco lagarto siseo respondiendo a su amenaza. Abrió su enorme boca y emitió un terrible rugido que desató el furor del público y soltó sus manos mientras se sujetaba en el techo metálico con las afiladas garras de sus patas traseras. De un poderoso salto, se abalanzó sobre Meyer dispuesto a arracarle la cabeza, pero gracias a una maniobra con una grácil floritura Meyer desvió el golpe de garra del réptil con su cuchillo al tiempo que, con la zurda, descargaba su estoque clavandolo en el cuello del lagarto al tiempo que lo giraba para agrandar la herida. El monstruo chilló malherido, pero por algún tipo de milagro alienigena, seguía en pie, frente a un Meyer que se iba quedando sin opciones.
El gigantesco simio de Marais III seguía aullando de furia mientras, con su monstruosa fuerza, doblaba los barrotes creando una apertura en la pared de la jaula. El implante de su ojo brilló con un destello rojo a causa de la sed de sangre...
- ¡El puto mono!- Gritó Frank, viendo el avance del bicho a través del acero,- ¡Hay que salir de aquí!- añadió, al tiempo que disparaba el cañón de su brazo hacia el primate, fallando por unos centímetros. Era mucho más rápido de lo que su tamaño y la cantidad de metal que llevaba encima dejaban intuir. En respuesta, el cyborg peludo le mostró los colmillos mientras aullaba amenazador y, con un pitido poco tranquilizador que hizo emerger de encima de su hombro una batería de micromisiles, descargó una andanada contra el pirata, que saltó a un lado para salvar la vida. Dónde había estado Frank, sólo quedó un agujero humeante que daba a un sótano vacío debajo de la lona.
Mientras tanto, el enorme urso que seguía en la cima de la escalera, empezó a crujir y a convulsionar mientras una sustáncia negra y viscosa emergía por sus poros y le recubría la piel. En pocos segundos, dobló su tamaño y se convirtió en un ser de aspecto alienigena y feroz con unos largos brazos hipertrofiados terminados en unas más que amenazantes garrras. Meyer, por su parte, seguía enfrascado en su combate con el lagarto y no se dió cuenta de nada de eso. El gigantesco monstruo malherido se mantenía en pie de forma tozuda y parecía que nada podría tumbarle, pero el ario no había estado estudiando en esa poco profesional escuela vodaccia durante todo ese tiempo sin aprender nada así que, dando un falso paso a su derecha para provocar la reacción del reptil, lanzó un gancho con la mano de su daga directo al mentón de la béstia, desorientandolo por un segundo.
Pierre, sincronizandose en preocupante perfección coreográfica con el amago de Meyer, saltó a por el escamoso enemigo lanzando una estocada al cuello de este. El maltrecho gigante emitió un graznido entrecortado antes de, por fin, caer a la lona completamente tieso.
-¡Increible damas y caballeros!- gritó el comentarista ante un público perplejo que contuvo el aliento al mismo tiempo.- ¡Machacasaurio ha caído! ¡Repito, Machacasaurio, el Kiwiiano Invicto, ha caído!
- Joder, ¿habéis visto eso?- murmuró Alan, que miraba el techo de cristal del coliseo fijando su vista en un punto que no dejaba de crecer y crecer.- Este culo me suena...
-Tsk, estupido reptil ¿Quien demonios se juega la vida en un show?
Reprendi al, sino muerto, moribundo campeon mientras con un gesto limpiaba la sangre de mis armas y luego las enfundaba. No iba a mentir, me sentia... Completo. Era raro de definir, pero hasta ahora me habia manejado por todas estas ridiculas situaciones sin plan o razon, como un reloj estropeado intentanto marcar en punto el tiempo. Pero en aquellos ultimos segundos de la pelea, me habia sentido como si entre golpe y golpe, mi reloj se hubiera puesto en marcha y marcara el 13 maligno al dinosaurio con una precision asombrosa.
Quizas ese era mi problema, pense, no es que todo lo que hago esta destinado a fallar, sino mas bien, es que lo unico que estoy destinado hacer bien es asesinar. Despues de todo, mis logros como guardaespaldas eran nulos, y hablando de trabajo. Levante sin aviso el top del traje rojo de Pierre, echando un vistazo a su pecho lleno de sudor y sangre.
-Estas herido, debes tener como minimo un par de costillas rotas, es un milagro que no tengas algun hueso saliendote del plexo.- Comente, bajandole la prenda y mirandole con cara de circunstancias, antes de volverme y señalarle el agujero en la lona.- Coge todo lo que tengas que coger, y vayamonos de aqui antes de que traigamos mas atencion de la deseada, con suerte, encontraremos un medico que te cure afuera, uno que no nos deje inconscientes y nos venda a un ring de la muerte, otra vez.
Y esta a punto de hacer caso mi propio consejo, recogiendo todas mi pertenencias del ring, cuando oi el comentario de Alan y señalaba el techo a un punto purpura creciente, un breve vistazo al urso sobremutado con babas negras como el petroleo, similar a la langosta de la pajareria, me lo dijeron todo.
-Estupida bruja ¿Es que nunca se cansa de hacerse la idiota?
Gruñendo por lo bajo, empece a trepar por el enorme Midgardiano que era Alan, e impulsandome sobre sus hombros, trepe hasta el techo por el agujero. Con suerte, alcanzaría la cima de la jaula para rescatar a esa cerda dama antes de que se convirtiera en una mancha en el suelo.
Pisé el suelo exhausto por el esfuerzo un segundo antes que el cuerpo del enorme reptil. Respiré hondo varias veces para recuperar el resuello. Lo cierto es que me dolía todo el cuerpo. Acepté gustoso la atención de Meyer. Era agradable que alguien se preocupase por mí. Y más después de aquella tanda de hostias. Sonreí a sus palabras.
- Sí, algo roto tengo, eso seguro. Habrá que ver si lo podemos arreglar.
Envainé el arma y aseguré de llevar la anilla.
- Venga, larguémonos.
Y luego miré hacia el punto que señalaba Alan. No sabía muy bien a qué se referían. Pero por las palabras de uno y otro...
- Joder. ¿Qué pasa ahora?
[Lucky Roger: entre los restos del Ring]
Drake se precipitaba al vacío. Era una sensación curiosa, en un momento una estaba saltando preocupada por la loca cyborg que le perseguía para hacerse unas botas con su preciosa, tersa y suave pielecita y, al siguiente, todo esto pasaba rápidamente a un segundo plano al resbalar un agarre en su loca carrera saltando de balcón en balcón como si fuera un fontanero italiano puesto de ácido y caía hacía un muy, muy, muy lejano suelo. Era preocupantemente relajante. Derpy no parecía tampoco muy angustiado, y el modo en que sus rastas flotaban en la ingravidez relativa de caer desde gran altura, le hizo sonreír como una idiota.
Todo esto antes del impacto, claro. El sonido de un millar de fragmentos de cristal al formarse a partir de una gran ventana no le era desconocido, por supuesto, pero nunca lo había generado arrojando contra la ventana en cuestión su respingón culito a gran velocidad (había que cuidarlo, al fin y al cabo era cómo una se ganaba el pan). Dolía. Y mucho.
- ¿Drake?- exclamó un perplejo Alan, mientras el público entraba en pánico ante la lluvia de cristales y maldiciones en comercial desde gran altura.
- ¡Mierda novato, nos largamos!- gritó Frank, mientras se ponía a cubierto metiendose de un salto en el agujero que había abierto el simio con implantes en el suelo de lona del ring con la ayuda de años de experiencia a bordo de una nave.
- Es un buen momento para huir- confirmó Pierre, que también era experto en huidas precipitadas. Tiró de la manga de Meyer antes de que este terminara de saltar a ninguna parte y lo arrastró, pese a sus reticencias, hasta el agujero.
Alan no pudo entrar en el sótano, porque una segunda andanada de misiles hizo colapsar la ya de por si maltrecha estructura del ring y los tres hombres se precipitaron entre los escombros hasta una especie de hangar de mantenimiento subterraneo.
[Lucky Roger - Calles de La Perla]
Alan & Drake: Reencuentros bruscos y huídas apresuradas
El midgardiano, por su lado, se parapetó detrás del inerte Machacasaurio para cubrirse de la explosión de cascotes y acero retorcido que había provocado el Rey Mono y fue capaz de, apartando algunos cascotes con su fuerza descomunal, salir del montón de ruinas que era ahora la jaula. Drake se había quedado enredada entre la miriada de cables de focos, audio y fuentes de alimentación que pueblan las alturas de cualquier escenario dejándola en una posición más bien poco digna para ser observada desde abajo, pero la mar de entretenida, si es que alguien del público no hubiera estado más preocupado por los chispazos, los cascotes, vidrios y demás mandangas de un follón de ese calibre.
Cuando Alan emergió, el coliseo estaba prácticamente vacío, había huido hasta el pesado del comentarista. Sólo quedaban él, Drake, el gigantesco mono con implantes y el ruso poseido por el enorme simbionte negro que se acercaba peligrosamente a la comercial balanceandose entre las alturas de la bóbeda.
- ¡Los simbiontes no me gustaaaaan!- lloriqueó Derpy,- huelen fatal y son viscosos, mocosos y asquerosos!
- ¡Drake!- Exclamó el midgardiano, recuperando su enorme espada de entre las ruinas de la jaula.
- ¿Alan?- respondió esta, tratando todavía de ubicarse.
- ¿Mio?- añadió Derpy, ayudando mucho a disminuir la confusión.
Y entonces, cuando parecía que todo iba a desenbocar en una lucha épica digna de ser relatada en las más vibrantes epopeyas (eso si, más bien cortita), la estructura metálica de la bóbeda del coliseo, diseño del afamado arquitecto cruzado CAL-4-TR4va y ejecutado por una cuadrilla de trabajadores de la República del Loto con materiales baratos en pleno boom inmobiliario, se vino abajo como un castillo de naipes de baja calidad, cumpliendo con las fantasías publicitarias más exageradas que prometían “una noche en la que el coliseo se rendiría ante el combate del siglo”.
Sin saber muy bien como, y tampoco con muchas ganas de exigir explicaciones al respecto, Drake, Alan y Derpy aparecieron relativamente indemnes en la cima de cascotes resultante y, antes de que diera tiempo a que se depositara el polvo y empezaran a acercarse curiosos, autoridades competentes, peritos de seguros, cazarrecompensas, paparazzis o su profesora de primaria a mirarles con gesto reprobador y negar con la cabeza, decidieron en una discusión sin palabras que lo mejor que podían hacer era escabullirse y perderse en las atestadas calles de la Perla. Por si empezaban a flotar por el aire los conceptos “reclamación”, “daños y perjuicios” o “ojo por ojo” o “si lo rompes lo pagas” en general.
Continuará...
[Lucky Roger: Partida privada de Benedict]
- Para mi esta claro- exclamó el profesor, tozudo.- O Benedict nos enseña la anilla al volver, o no solo ya puede ir olvidándose de que mi organización participe en esta charada… sino que habrá consecuencias.
- Bueno, bueno- respondió la Yaya,- la impaciencia es cosa de los jovenes. En los negocios, como en la alcoba, hay que saber hacer durar las cosas, no se si me entiendes ¿eh?- insinuó, dándo un codazo a Garibaldi.
- Algunas cosas duran demasiado- respondió este, con un brillo acerado en la mirada.
- Ah, pego a veces la anticipación hace todo mucho mejog- confirmó Mirage, mordiendose el labio. Sigfried estaba seguro que, si tubiera visión de rayos X, podría ver como el pie sinuoso de Mirage se deslizaba debajo de su Quipao buscándo sin ningun pudor las piernas del galán con sombrero.
- Di cualque forma, estoy seguro de que todos sabemos que pinta tiene la anilla, ¿vero?- expuso Vito,- no creo que niente de nosotros fuera tan gañán como para ser engañado por una falsificachione ¿cherto?
- Pues clago, habgía que seg un vegdadego paleto paga no sabeg distingig la buena agtesanía de la falsa- respuso Mirage, mirando a Garibaldi con ojos felinos y dejando un silencio en forma de “groarrr” en el aire.
- Si, cuando algo es sólo una fachada completamente falsa se nota en seguida- confirmó Garibaldi
- ¡Di que si hijo!- exclamó la Yaya con entusiasmo.- Las auténticas reliquias son mucho más interesantes que cualquier copia moderna sin ni la mitad de grácia que la original, ¡Je!
- ¿Cuando va a volver Benedict?- preguntó el profesor.- Ya ni siquiera recuerdo quién iba…
En ese momento, unas fuertes vibraciones y un ruidoso estruendo sacudieron la habitación. Cayó algo de yeso del techo y empezó a sonar una alarma lejana.
- ¿Que ha sido eso?- preguntó alarmado el ario, al tiempo que tanto Mirage como Garibaldi se levantaban súbitamente de sus sillas. El venectti incluso agarró el delicado bastón de ébano con empuñadura de plata que llevaba. A Sigfried tampoco se le pasó el hecho de que el jefe de segurdiad del casino se llevó una mano al oído, como si estuviera escuchando una transmisión.
- Suena como un enorme pleito de seguros- opinó la yaya, que ni siquiera se había movido de su asiento más que para sujetar su tacita de te y que no se derramara nada.
- Voy a bajar- dijo Garibaldi, guardando su tarjeta y haciendo desaparecer todas sus holofichas.- Demasiadas irregularidades esta noche- sentenció a modo de excusa.
- Voy contigo- repuso Mirage, guardando también su tarjeta y retirándose de la partida.- Queda clargo que la seguguidad de este casino deja mucho que deseag- añadió, arrugando su perfecta nariz.
- ¿Ma que cosa?- preguntó Vito,- Si todo el mundo va a retirarse de nuestro giocco, yo no voi a quedarme solo esperando a questo impresentable- añadió, retirando su tarjeta.- La Familia se enterará de esto- añadió, en dirección al cyborg, antes de levantarse y salir por la puerta.
- Entonces, se acabó- sentenció el profesor, recogiendo también sus holofichas.- Ya estoy harto de esperar a este hombre, mi organización no tiene porque tolerar esto.
Sigfried miró el montón de holofichas que quedaban en el centro de la mesa. Puesto que todos los demás jugadores se habían retirado, si la Yaya abandonaba el dinero era suyo. Podía no ser mucho dinero para alguién cómo Ángela, pero él tenía que cazar a muchos fugitivos para conseguir una suma similar. Pero un solo vistazo a la cara de la abuelita le dijo que no sería tan facil. La mujer sabía lo que estaba pensando, es más, lo había sabido todo el rato. Sabía que no era quien decía y probablemente supiera quien era en realidad. Con una lentitud exasperante, encendió un maltrecho cigarrillo que se apoyaba en una boquilla de latón antigua con una cerilla y se lo quedó mirando, esperando a ver que hacía.
A su alrededor, el profesor, Garibaldi y Mirage se habían ido, y el jefe de seguridad mascullaba órdenes en un rincón. No había nada que hacer, tenía que asegurarse de que no les había pasado nada a los demás, no había lugar para la codicia. Se levantó retirando su tarjeta y, mientras la Yaya recogía ganancias exhibiendo una sonrisa que no habría cabido en una calabaza, salió de la habitación.
[Lucky Roger: Area de seguridad - Salón de juego]
El oficial Trastamara abrió la puerta con autoridad al tiempo que sus hombres se cuadraban. Eran cuatro soldados de aspecto profesional. Uniformes negros como el del propio Trastámara, fusiles listos y cara de pocos amigos.
- Cubrid ese pasillo, llevaremos a la señorita hasta el ascensor- ordenó el oficial, desde la puerta. En ese momento, un poderoso estruendo se adueñó del lugar haciendo temblar las paredes y precipitando algo de yeso del techo. Trastámara cubrió a Ángela con gesto protector.
- Parece que el ataque es de más envergadura de lo que pensaba- masculló,- Gómez, enterate de que está pasando. Los demás, escoltaremos a la señorita hasta la zona de seguridad 2
El grupo se dirigió hasta un segundo bunker. Allí los pasillos eran de color amarillo y las puertas parecían más resistentes, Ángela había visto al contable pasar por allí cuando llevaba su caja a la cámara de seguridad, asumió que se trataría de una zona más segura del complejo.
- Al parecer ha habido una pelea en el coliseo, la cosa se ha descontrolado y lo han derribado- informó el soldado Gómez,- no ha habido bajas, sólo algunas contusiones, en cualquier caso el lugar está asegurado, falsa alarma.
- De acuerdo- aceptó Trastámara.- Señorita, la acompañaremos a la sala de juego, lamento profundamente las irregularidades de esta noche
Ángela cerró el ordenador con el que había estado “comprobando su correo” después de que un “desafortunado accidente” dejara inutilizado su terminal móvil. Al menos había podido instalar el virus sin problema en el caos de seguridad que representaba el derrumbe de parte del edificio. No sabía quien había sido, pero le había hecho un favor. Acompañó al oficial interpretando su papel de dama en apuros hasta que estuvo de nuevo en el salón de juego.
Por extraño que pareciera, el que uno de los luchadores hubiera enloquecido y sus misiles hubieran derribado parte del edificio no parecía que fuera a hacer que la gente dejara de jugar. Obviamente todas las conversaciones giraban alrededor de este tema, pero Ángela no tuvo problemas para enterase de que, al parecer, Eva Love se había retirado de la pista de baile con un apuesto desconocido después de un visiblemente apasionado baile.
[Lucky Roger: Bóveda de seguridad]
León hizo memoria una vez más. Los conductos de ventilación de aquel lugar eran un infierno y, para colmo, el mapa que habían consultado era obsoleto. Al parecer Benedict había añadido algunas plantas más a su hotel, un jardín botánico y algunos sótanos más que hacían que hubiera tramos que él desconocía por completo. Además de esto, usando la forma de su simbionte apenas tenía espacio para moverse dentro del conducto, pero aun así fue capaz de arrastrarse hasta la sección de seguridad 3. Allí, cómo una sombra y rezando para que Ángela hubiera desconectado las cámaras, se deslizó por los pasillos vacíos pintados de rojo hasta llegar al ascensor de seguridad que descendía hasta las bóvedas.
Era una caja blindada cuyas puertas resultaban imposibles de abrir por la fuerza sin la potencia suficiente cómo para derribar el régimen de un pequeño país, pero, como de costumbre, las placas de yeso del techo junto al aparato eran igual de endebles que las del resto del complejo. De un puñetazo y un salto, estaba frente al respiradero del hueco del ascensor. Sonrió para si mismo y esperó.
No pasó mucho rato antes de que, con paso altivo, el propio Benedict llegara acompañado de un soldado. Los dos iban con trajes estancos preparados para el vacío de la bóveda, y ninguno reparó en León, que los vió por la rendija del techo del ascensor.
La cabina descendió a toda velocidad mientras el urso se agarraba con fuerza al metal y procuraba mantenerse lejos de las paredes que le limarían la carne hasta los huesos si las rozaba. Al cabo de un descenso de unos quinientos metros, León sintió que la atmósfera se debilitaba hasta estar en un vacío casi completo, pero grácias a su simbionte, no necesitaba preocuparse por ello. Vió cómo Benedict y su guardaespaldas se adentraban en la sala y empezaban a revisar algo fuera de su visión. Esperaba que no se fuera a llevar la anilla, porque todavía no era la hora. Después de un par de minutos agónicos, El magnate y su guardaespaldas volvieron al ascensor, momento que aprovechó el urso para deslizarse a un costado y, mientras la cabina blindada se elevaba de nuevo, se deslizó como una sombra en el interior de la bóbeda de seguridad.
Para su alivio, la anilla seguía en sus sitio, así que la cambió por la que había en la caja de Ángela, sin embargo cuando iba a depositar la buena en la caja, algo le hizo pensárselo mejor. ¿Que le había dicho Waltz antes de irse? “Las anillas son más importantes de lo que parecen”, rememoró, “los invernales las quieren para enfrentarse a lo que está por venir”. Miró el trozo de metal entre sus dedos. A primera vista no tenía nada de especial, tan sólo una superficie pulida de metal con varias muescas y marcas indescifrables, pero nunca se sabía, así que la guardó en su bolsillo, pensando en buscarle un escondite mejor más tarde. Tampoco les debía nada a esos ricachones, pensó mientras se escabullía por el hueco del ascensor de nuevo, le esperaba un largo ascenso hasta arriba, pero si todo salía bien habría valido la pena.
[Lucky Roger: Hotel, piso 15]
Vale, aquel era el momento. Benedcit estaba frente a él y, si el Piraña no mentía, que era escoria pero tenía tanto interés en joder a La Família como él mismo, ya llevaría la anilla encima. Con el corazón a mil por hora como le ocurría siempre antes de las grandes ocasiones, extendió el brazo para estrecharle la mano al magnate del juego y, en el momento en el que el hombre le correspondió el gesto, fingió un oportuno tropiezo para chocar con él. Increiblemente, casi como si Sofi cuidara de él desde el cielo cómo un ángel de la guarda, un gran temblor sacudió el hotel en aquel mismo momento, acompañado de un poderoso estruendo. Cayó algo de yeso del techo y la señorita Love soltó un grito, asustada.
- ¿Que demonios...?- se quejó Benedict, apartandole para girarse hacia sus subordinados. - ¿Que mierdas está pasando?- exigió saber. Esteban se guardó discretamente la anilla en el bolsillo interior de su chaqueta sin poder evitar darse cuenta del brillo de decepción en la mirada de Eva, al ver que su marido no tenía ojos más que para su casino. Si de verdad hubiera sido un caballero, desde luego aquel habría sido el momento de decir algo, sin embargo para él, no era otra cosa que el momento de huir. Si todo iba cómo le había asegurado el Piraña, aquel pequeño pedazo de metal era la llave para hacer caer a toda la Família de un solo golpe.
[Lucky Roger: Salón de juego]
Andanzas de Diego de La Vega
Su plan tenía más grietas a cada minuto. Desde el momento en que habían entrado en el casino a Alpharius le había pintado mal. Demasiados cabos sueltos, demasiadas cosas que podían salir mal. Además no dejaban de presentarse imprevistos con los que no habían contado que lo hacían todo más y más difícil. Cómo aquel desconocido que le había robado la idea de seducir a Eva Love. Al final, el resultado era el mismo, ¿pero quién era? ¿cuales eran sus intenciones? Se negaba a creer que fuera un galán aleatorio que había venido a probar suerte precisamente ese día. Era demasiada casualidad.
Luego estaba Solís. Sabía que la detective no era trigo limpio, pero no tenía ni idea de cual era su objetivo. ¿Serían las anillas? Y si era así, ¿Para quién trabajaba? ¿Y para que diablos quería la memoria de Minerva? Encima ahora había desaparecido.
Se paseó por la sala de juego observando desde una posición más discreta. El desconocido le había hecho imposible ejecutar su parte del plan, así que podía permitirse investigar el escenario con tranquilidad. Había varios personajes sospechosos intentando pasar desaprecibidos cómo él, pero resultaban más que evidentes.
Un enorme atlante con apariencia de cangrejo esperaba en el bar disimulando de forma pésima. Se había puesto un ridículo disfraz de lo que él supondría que sería un tipo rico que va al casino, que consisitía en un frac de director de orquesta con un sombrero de copa a juego, ¡Si incluso llevaba un monóculo, por el amor de dios! El tipo no había tocado su bebida en toda la noche.
Además estaba ese individuo, Piraña. Se habían encontrado con él en la Luna Ecarlata. ¿Acaso les había seguido? No parecía del tipo que trabajaban por su cuenta ¿Estaba con alguien más? ¿Para quién trabajaba? Demasiadas preguntas.
De repente la habitación fue sacudida por un terrible temblor que hizo caer yeso del techo, que tintineara la pesada lámpara de araña en su soporte magnético amenazando con caer y que la gente se pusiera histérica. Algo acababa de derrumbarse, y no tardó en saber que era. La puerta del coliseo empezó a vomitar gente en pánico en una marea incesante. En pocos minutos, habían pasado por allí la ingente multitud que formaba el público del combate. Al parecer, segun averiguó Alpharius, un espontáneo había saltado al ring y uno de los luchadores había enloquecido y se había puesto a lanzar misiles en mitad del combate, derribando la estructura. También le hablaron de una misteriosa chica voladora, de luchadores enmascarados capaces de derrotar a dragones y algunas incoherencias más que seguro eran producto del pánico y la histéria colectiva. En cualquier caso, el coliseo fue clausurado y las víctimas recibieron fichas de casino gratis por las molestias, así que, en cosa de media hora, nadie parecía molesto con el incidente.
Aprovechando el caos, Alpharius echó un vistazo al interior de la sala de la exposición, y le extrañó mucho ver que había cuatro guardias de seguridad vigilando el lugar dónde reposaría la anilla. ¿Porque tanta vigilancia para un pedestal vacío? Pero entonces lo vió. El pedestal no estaba vacío… ¡La anilla ya estaba allí! Benedict les había hecho creer a todos que haría un arriesgado movimiento en público para transportar su preciado tesoro, pero el muy cabrón ya lo tenía todo pensado. Sabía que habría mil y un bastardos intentando robarle y, adelantándose, había guardado la anilla en el único sitio que nadie miraría, su sitio.
[Lucky Roger: Parking]
Doloridos, los tres hombres se levantaron del montón de escombros que se había formado al derribarse el ring. Estaban en una especie de parking subterráneo lleno de vehículos.
- Vamos, vamos, mamá ha dicho que la esperemos junto al coche- dijo una voz preocupada, que resonó en el eco del aparcamiento y que les era bastante familiar.
- Chssst, a cubierto- adviritó Meyer, indicando a los otros dos que se escondieran tras una astro-ranchera - reconocería esa voz en cualqueir parte. Bastardos.
Frank y Pierre le siguieron, confusos, y se escondieron con él tras el vehículo. No tardaron en ver la comitiva encabezada por Crank, el atlante con apariencia de cangrejo, grotescamente disfrazado como el hombrecillo del monopoly, solo que más grande y más cangrejo, seguido de los restantes hijos de la Yaya.
- ¡Mamá ha dicho que nos apresuremos!- adivirtió otro.- Como no estemos listos nos va a caer una buena.
- ¡Ya lo sé!- se quejó Crank,- al parecer ha conseguido algo importante, así que no la podemos cagar. Va por ti, Fred.
- ¡No fue culpa mía!- se lamentó el tal Fred.- ¡Yo no sabía que se iba a presentar la poli de aduanas!
- ¡Era tu puto trabajo saberlo, Fred!- le espetó uno de sus hermanos- para una jodida cosa que tenías que hacer, vas y la cagas, es que no se te puede encargar nada joder. Mierda de tío
- Pero, pero…- balbuceó Fred.
- ¡Silencio!- ordenó Crank,- esperaremos a mamá y no se hable más. Arranca el coche, por si hay que salir por patas.
- No hace falta que esperéis más- sentenció la Yaya, que acababa de aparecer por la puerta del ascensor del párking.- Ya nos podemos ir, queridos.
Era una señora mayor. Muy mayor. Tanto que toda ella parecía una gigantesca arruga andante. Se había vestido como si tubiera que asistir a una cena de gala… si esta se hubiera celebrado hacía 100 años por lo menos. Cómo si fuera un personaje de una de esas peliculas en 2D tan antiguas, donde la gente bebía champagne y bailaban el charlestón como si no hubiera problemas en la galaxia. Le acompañaba otro de sus hijos, que Meyer y Pierre conocían como Bill, para un total de cinco, que no parecía tener nada que decir.
Tanta alegría fue más de lo que Meyer podía soportar y, espada en mano, saltó de detrás de la astro-ranchera antes de que Pierre, quien ya veía a venir lo que iba a pasar, pudiera impedirselo.
- ¡Venganza!- exclamó, como si fuera un personaje literario, a lo que Pierre cubrió su cara con la mano en un gesto de pura verguenza agena.- ¡Justicia!- añadió,- ¡El destino me sirve en bandeja una justa retribución so ... -hizo una pequeña pausa como si meditara cual sería el insulto más adecuado para la ocasión -...so vieja!
- ¡Es el tipo del perchero!- exclamó Fred.- ¡Sabe lo de la anilla!
- ¡Fred, no seas idiota!- le reprendió la Yaya, con mirada severa, pero ya era tarde, los cerebros de los tres compañeros de lucha hicieron ¡cling! al mismo tiempo. La Yaya tenía la anilla.
- Que interesante…- comentó Frank, saliendo de detrás de la ranchera.- Puesto que las armas no estan permitidas en el casino, parece que soy el único con una ligera… ventaja- expuso, desplegando el cañón de su brazo.
- ¡Mamá, tiene un cañón!- exclamó Fred.
- Gracias por la observación, cariño, ahora ¡Porque no cierras la puta boca un rato!- le espetó la Yaya,- que cruz de niño…- añadió macullando entre dientes.
Pierre, que seguía escondido tras la ranchera, trató de rodearla sin que le vieran. Por su parte, Crank y el tal Bill se adelantaron, formando delante de la Yaya como si fueran un escudo humano (o cangrejil, según se mire).
- Conmovedor- exclamó Frank,- pero bastante inutil. Este trasto puede atravesar el casco de un acorazado ario de clase 3- mintió con todo el descaro del mundo.- No os servirá de mucho, y ahora, ¡Entregadme la anilla!
La Yaya escrutó al hombre durante un instante eterno con mirada calculadora, pero Frank mantuvo su cara de poker. Se adelantó a sus hijos con sorprendente dignidad y, con sus diminutos pasitos de vieja, caminó hasta dónde se encontraba el pirata. Sacó la anilla de su pequeño bolso de piel de algún reptil, cogió la mano de Frank y la depositó en ella, para a continuación cerrarsela con gesto ceremonial.
- Lo que has ganado con tu codicia, lo pagaras con sufrimiento. Lo que has cosechado de manos ajenas, te costará mucho más de lo que piensas. Lo que arrebatas a los más débiles, te saldrá más caro que el oro. Escucha mis palabras y escucha bien, Frank Muller, pues a partir de hoy son tan ciertas como que el espacio es vasto, frio y profundo.
- ¿Que demonios crees que estás haciendo vieja loca?- preguntó Frank con gesto confundio, mientras apartaba rapidamente la mano y se guardaba la anilla.
- Echarte una maldición- respondió la Yaya tan campante exhibiendo una gran sonrisa de brillantes encías. -Que tengas un buen dia. -Terminó educadamente, dando media vuelta con toda la dignidad que la artritis le permitía y regresando de vuelta con sus boquiabiertos hijos.
[Lucky Roger: Salón de Juego]
El momento se acercaba. Ángela ya estaba harta de todo aquel paripé del casino. No sólo era peligroso y apresurado, sino que tenía la sensación de que sus enemigos, fueran quienes fueran, iban muchos pasos por delante de ella. Al menos había podido inutilizar las cámaras, ahora sólo quedaba reservar el virus de las tragaperras para el momento justo, por si era necesario escapar. Fue entonces cuando Sookie se le acercó con su apariencia de felicidad completamente mecánica.
- Modelo a su disposición- expuso, usando la frase por defecto,- en ausencia de directrices he ejecutado un programa de análisis para determinar cómo satisfacer sus deseos de forma más eficiente y he conseguido esto- explicó, depositando un pequeño objeto en la mano de Ángela.- Mis cálculos han determinado que era la acción más efectiva, eficiente y eficaz.
Era la anilla. La Santa María. En su mano. Sookie había, no sabía muy bien cómo, conseguido por su cuenta una de las damas de la trinidad. Se la guardó discretamente en el bolsillo mientras su mente calculaba sin parar. Esperaba que ahora no descubrieran que la anilla que había en la cámara era falsa. ¿Habría llegado León a tiempo? ¿Sookie había robado su propia anilla falsa y ahora no había ninguna en la cámara? Se mordió el labio con ansiedad. En cualquier caso no podía hacer mucho más que esperar… esperar y confiar… como odiaba aquello.
[Lucky Roger: Hotel, planta 35]
Sigfried salió de la habitación de Benedict con la sensación de haber esquivado una bala. Por algún motivo, aquella panda de tiburones habían estado demasiado ocupados midiendose las fuerzas como para destriparle sin piedad, pero el peligro aún no había pasado. Todos los jugadores querían la anilla de la trinidad y dudaba que ni uno sólo de ellos fuera a jugar limpio. Su codicia momentánea le había hecho perder algo de tiempo, pero apresurando sus viejas piernas de soldado, fue capaz de alcanzar el ascensor para ver que Garibaldi se bajaba en el piso 35. Sin perder un segundo, bajó él también hasta esa planta y, con todo el sigilo del que fue capaz, echo un vistazo al pasillo.
Le vió al final del pasillo andando a grandes zancadas y se apresuró a seguirlo. El hombre trazó un recorrido extraño por escaleras de servicio y cruzando algunas habitaciones, pero Siegfried no le perdió. Si se dio cuenta de que le estaba siguiendo, no dio muestras de ello.
Al final, el ario escuchó ruidos de pelea más adelante y aminoró el paso, buscando un sitio desde dónde observar sin ser visto.
- Sabía que eras una puta, querida, pero no sabía que también eras una ladrona- le oyó decir a Garibaldi.
- Oh, pog favog- respondió Mirage, acompañado del sonido de un abanico al abrirse,- lo dices como si no te encantagan ambas cosas- dijo, soltando una risotada. Siegfried se arriesgó a espiar por la rendija que le permitía el biombo tras el que se había escondido.
- En una cosa te doy la razón…- respondió Garibaldi, desenfundado una fina hoja de su bastón-espada.- Voy a disfrutar con un encuentro íntimo contigo.
- Ah, pog mucho que me gustagia sabeg cuan pgofundo puedes clavag esa espada…- repuso la solenita,- me temo que ya tengo compagnía hoy, mon amoug.
Con un gesto de su abanico, trazó un arco en el aire que dejó una delgada línea roja. Se escuchó el ruido de la carne al abrirse y el aire se llenó con el aroma metálico de la sangre. Siegfried ya había olido eso antes, en los portales a la zona negativa. Estaba abriendo el universo.
- Bruja, tu mágia podrida no te salvará- sentenció Garibaldi.
- Ni falta que hace- repuso Mirage abanicándose, al tiempo que un hombre emergía del portal espada en mano.
Era un hombre alto y delgado, vestido a la última moda solenita. Llevaba una hermosa máscara que se quitó nada más entrar, lanzándola lejos, y mostrando un rostro atractivo, con facciones angulosas y un bigote cuidado. Se puso en guardia frente al venecti. Este soltó un bufido despectivo.
- Tus esbirros no te servirán de nada- dijo, antes de embestir al desconocido.
Se enzarzaron en un breve pero intenso combate, dónde básicamente el espadachín solenita se defendía cómo podía de los rápidos y furiosos golpes de Garibaldi, que con su espada en la mano y el bastón que le servía de funda en la otra, le hacía retroceder a cada estocada.
Finalmente la hoja del venecti atravesó la garganta del otro hombre, dejándolo caer inerte, y una pequeña pieza de metal rodó hasta detrás del biombo donde se encontraba Siegfried. Allí estaba, la Santa maría, reluciente salvo por una pequeña mancha de sangre. Garibaldi y Mirage seguían discutiendo y el ario no se lo pensó. Agarró la anilla y salió corriendo sin preocuparse de mirar atrás. Que buscaran a Tony, le daba igual. Tony habría desaparecido por la mañana.
[Lucky Roger: Salón de juego]
Correr para luchar (o robar) otro día.
Por fin había llegado el gran momento. Por diferentes caminos, todos habían conseguido volver al gran salón dónde, con gran pompa y ceremonia (sobretodo con el objetivo de hacer olvidar el bochornoso incidente del coliseo) se iba a inaugurar la exposición. Los habituales del casino de, digamos, menor nivel social, habían sido amablemente evacuados de modo que sólo la “clientela más exquisita” asistía a aquella inauguración.
León, que había vuelto tan discretamente cómo se había ido, había regresado a su apariencia de rico y excéntrico urso y se había encontrado con Alpharius que, bajo el alias de Diego de la Vega, seguía atento esperando el momento de rematar el trabajo. Ángela, acompañada por Sookie, también estaba de nuevo en la sala y se reunió con ellos y un recién llegado Siegfried.
En un rincón, tras un ficus decorativo al lado de una columna, se escondían Pierre, Meyer y Frank, los dos primeros todavía con sus trajes de gladiador y todos buscados por los guardias del casino. Se las habían apañado para llegar hasta aquí sin levantar sospechas por una combinación de suerte e incompetencia de sus perseguidores, pero no podían salir del casino, así que estaban esperando a una gran distracción que les permitiera escabullirse. Frank les había contado a los otros dos que estaban en La Perla, para su sorpresa, en el casino de un gran magnate del juego, Carlisle Benedict, que iba a inaugurar una exposición de reliquias esa misma noche cuya principal atracción era la Santa Maria, la anilla de la trinidad que la Yaya y sus hijos habían robado y que ahora tenía él.
Esteban, por su parte, estaba tan cerca de la puerta como se atrevía, intentando no levantar sospechas. Necesitaba salir de ese lugar cuanto antes, pero, a diferencia de los demás, tenía una ventaja. Conocía el futuro.
Y entonces ocurrió. El ascensor se abrió y de él salieron ocho guardias de seguridad y un empleado del casino que, con gran pompa y ceremonia, llevaba una urna de cristal con un cojin dentro sobre el que descansaba la brillante anilla. Cruzaron la sala entre cuchicheos y “oh” de admiración hasta que, a mitad de trayecto, justo en mitad del gran salón de juegos, se fue la luz.
El pánico fue instantáneo. Se oyeron golpes, gritos y el sonido del cristal al romperse y la gente se puso histérica, sobretodo porque, antes de que se encendieran las luces de seguridad, un potente zumbido de audio desacoplado inundó el casino. En todas las pantallas, tanto de móviles, como de máquinas, como de los holoproyectores, emitieron la misma imagen de una chica alta y esbelta con una gran sonrisa que vestía unos ropajes corporativos de azafata.
- ¡Evento patrocinado por PEPSI! ¡Que tengan un buen día PEPSI!- exclamó, con un entusiasmo exagerado, antes de desaparecer en un parpadeo. Seguidamente, una gran explosion sacudió la sala del casino y el pánico, que había quedado en suspenso debido a lo surrealsita de la aparición de Pepsi, reinó de nuevo. La luz entró por un nuevo agujero en el techo que sustituyó la lampara de araña (que por cierto estaba en el suelo aplastando el equipo de seguridad que custodiaba la anilla) y el zumbar de unos potentes motores inundó la habitación. Ante un atónito público y un más atónito aun Benedict, un cable cayó por el agujero y un hombre descendió por él dejándose caer con gracia, agarró sin pudor alguno la caja con la anilla dentro y, guiñándole un ojo a una estupefacta Eva Love, tiró del cable y este se replegó a una velocidad de vértigo. Algunos de los viajeros conocian tanto a Pepsi, la ciber-azafata corportaiva, como a Johnny Walker, una especie de contrabandista caradura, pero para la mayoría de ricos amigos y clientes de Benedict, aquello era una pesadilla sorpresa que llevó el nivel de horror más allá. Pronto el casino estubo sumergido en una vorágine de gente que pugnaba por salir arrastrando a cualquiera y llevándoselo por delante si hiciera falta. Ninguno de los presentes tuvo que hacer malabarismos para verse fuera sin que los guardias le preguntaran nada, bastante ocupados estaban. Antes de salir, lo último que alcanzaron a ver fue a un enfurecido Benedict intentando hacerse oír con las venas de la frente hinchadas como si fueran a estallar.
Fuera del casino la cosa no estaba mucho mejor, varias unidades de la policía presididas por el Investigador Deltoro les estaban esperando. Sin embargo la marea humana fue tan impetuosa que los agentes tardaron un rato en controlarla, por lo que nuestros intrépidos aventureros hicieron lo único que podían hacer en esos momentos, separarse y huir entre las bulliciosas calles de la perla para poder seguir luchando (o robando)… otro día.
Continuará...
[Calles de La Perla]
En un callejón de la Perla, Alpharius se apoyó detrás de un contenedor, dolorido. La máscara de Diego de la Vega estaba prácticamente destrozada, igual que sus ropas, pero todo aquel embrollo había valido la pena. Abrió la mano y miró la anilla. El maldito Benedict pensaba que así estaría segura, pero le había podido la codicia. No había cerrado el cristal blindado hermético porque estaba seguro de que los guardias serían suficiente, que nadie miraría allí, pero él había aprovechado la confusión del tumulto para dejar inconsciente al único hombre leal que quedaba de guardia y llevarse la anilla.
Le había costado algunas contusiones abrirse paso entre la marabunta de gente y había perdido a los demás, pero había cumplido el objetivo. Se puso de pie con esfuerzo y se caló su máscara arrojando la baratija de Diego de la vega. No necesitaba más personalidad que la suya. No le hacía falta más máscara que la que ya llevaba.