Nos encontramos en una aldea del temprano Japón feudal, en una, en la que antaño la tierra era productiva y estaba llena de vida, ahora la desgracia se cierne sobre ella. El hambre por las malas cosechas y varias epidemias están extinguiendo a la población. Poco a poco, los habitantes van muriendo o emigrando para labrarse un futuro mejor. El señor de la tierra, lejos de ser consciente de la situación, mantiene una fuerte carga impositiva, asfixiando a los lugareños con impuestos y cercenando cualquier esperanza de mejoría.
Hace cinco años una fuerte epidemia asoló la aldea, llevándose a los campesinos, sin hacer distinción de edad. Muchas familias quedaron mermadas, mientras que las más desafortunadas desaparecieron. El olor a carne quemada persistió varias semanas desde la última cremación, y algunos supervivientes abandonaron el lugar.
La enfermedad pasó, pero las secuelas los marcaron de por vida.
Cinco años seguidos de malas cosechas desde la epidemia, apenas tienen para comer y el trabajo sigue siendo de sol a sol. Agotados al no tener nada que llevarse a la boca, los cuerpos malnutridos se mueven más por rutina que por la voluntad de sus dueños, pues si no trabajan llegará el invierno, y tanto ellos como sus familias morirán. Todos los años la blanca nieve acaba dando descanso a aquellos que se rinden, liberándolos del frío y del hambre, dejando un vacío que nunca desaparecerá, no hasta que los que lo conocieron hayan muerto.
Parece ser, que pronto lo harán.
Fiebres, sudores y vómitos, los cuerpos tiritan. Una nueva epidemia empieza a azotar la aldea… los primeros aldeanos van cayendo enfermos quedando al resguardo de sus hogares, pero el campo sigue necesitando mano de obra...
… y se acerca el invierno….
… se siente la blanca nieve.