Observáis, como Shinta pasa a vuestra vera, veloz hacia su casa tras hablar con el sirviente del samurái. En la de la familia de Mai escucháis los murmuros de su hermano y su respectiva mujer, viéndolo sacar cachibaches y un polvoriento bulto a la entrada de su casa.
Mai corrio rapidamente por dentro de la casa, para llegar hasta la de el, reteniendo a su hermano del brazo, con firmeza. Al ver que tenia las pocas cosas de batalla encima, se temio lo peor. De nuevo necesitaban soldados entre sus filas. De nuevo usaban mas vidas de quienes tenian gente a su cargo, gente no cualificada, debil. Negó energicamente, apretando a su hermano.
- No vayas, di que estas enfermo, que les puedes contagiar. Tienes que cuidar de madre y padre. Y de tus hijos. Ire yo.- no queria que su esposa sufriera lo mismo que habia sufrido ella cuando la muerte de su marido la alcanzó, cuando perdio todo aquello que recordaba, todo aquello que la hacia sentir viva. - No marches, te necesitan, finge enfermedad, te rompere la pierna ahora mismo si hace falta.- apretó tambien la mano de su esposa, que practicamente habia pasado a ser una segunda hermana para ella, intentando infundirle animos.
- Por favor, hermano. Di que ire en tu lugar, desde que el fallecio no me queda nada mas, quizas asi pueda vengarlo. Diles que se tirar con el arco.- apreto los dientes, con la mirada endurecida, ese tipo de mirada que no aceptaba un no por respuesta.
Absorto y cabizbajo, oye sin escuchar las súplicas de las dos mujeres. No puede ni miraros. La mujer te aprieta levemente la mano, sudorosa por los nervios. Cuando dices de ir en su lugar, queda con la boca entreabierta, intenta replicar, pero no puede. Por más apego que os tengáis, sabes que no puede. Se aferra al pecho de su esposo, y tú al brazo de tu hermano. Se deja abrazar y alza la vista a la luna, disfruta observándola avanzando casi imperceptiblemente en lo alto. Os aparta con brusquedad a las dos y se cubre la boca con el dorso de la mano al toser. Al retirarla, frunce levemente el ceño y se limpia con el antebrazo. De nuevo agacha la cabeza, siente haberos empujado, pero prefiere dejar las cosas así sin llegar a dirigiros una mirada. Vuelve a caminar hacia el anciano.
La cuñada acaba de rodillas en el suelo, desconsolada.
Mai opta por una situacion mas silenciosa, que es coger un cuchillo de dentro de la casa de su hermano y andar de nuevo hacia el, por la espalda, clavandoselo en la parte trasera del muslo. Una herida que curase en poco tiempo, que no le impidiese trabajar. Pero una herida que le salvase la vida, a el y a ella, asi como a sus hijos.
- Hazlo por la familia, necesitan manos aqui.- lo susurro a sus espaldas, ocultando de nuevo el cuchillo en la manga. Tras eso, echo a correr de nuevo a su casa, para poder prepararse, con sus kimono, las sandalias y el pelo recogido. Tambien tomaria el Yumi y el carcaj de flechas, junto a aquel cuchillo manchado, temblorosa. Estaba pensando que estaba loca, que todo iba a salir mal, que no era una buena idea. Pero no salio a ver que pasaba con su hermano, ni con los demas, hasta que no estuvo enteramente arreglada, abandonando la casa al vestirse ya, observando el panorama.
Jiro estaba intrigado... ¿qué podía haber dicho el joven samurai para inquietar tanto al anciano?
Siguió a Nobu hacia la casa de Mai, a paso relajado, y cuando finalmente entraron preguntó, intrigado:
¿Qué sucede Ojii-san?
El viejo os espera a varios metros de casa de Mai. La veis acudir rápidamente hacia su hermano y tomarlo por el brazo mientras que su mujer lo abraza por el pecho. Algo no va bien. El anciano se muestra visiblemente preocupado, no sabe muy bien cómo decíroslo. De fondo, Shinta anda montando estruendo moviendo y sacando cosas.
- Jiro-kun... anda... ve a por las cosas de tu padre...
Esas cosas... esas cosas que no deberían sacarse nunca. Esas cosas que solo los sedientos de poder, sangre y riquezas desean empuñar...
- Nobu-san...
Inclina levemente la cabeza, como queriendo comenzar a hablar, sin conseguirlo. Aquella mirada era cristalina como el agua... no era capaz de encontrar palabras para decirle que tenía que volver a abandonar su hogar.
Quedando atrás su mujer, escucháis un quejido reprimido. Yari en mano, Kei, el hermano de Mai, hinca una rodilla en el suelo y se muerde una mano para no gritar de dolor. Busca con la mirada a su hermana, que sale corriendo a su casa y, como Shinta, empieza a moverse por esta cogiéndo unas cosas y otras.
La esposa sale corriendo a por su marido, abrazándolo por la espalda y llorando tanto disgustada como aliviada sobre su hombro.
Ante la puerta de la casa de tus padres, algo apartada a un lado, se encuentra aquella vieja reliquia: la armadura de Otoru. Antigua, demacrada, algo oxidada y cubierta de polvo... pero es mejor que nada.
Mai intentaba no ver la sangre en las manos, no oir su quejido. Pero era lo mejor para la familia, para sus hijos. Sentia que hizo lo correcto. Acaricio la polvorienta armadura, casi recordando su olor en ella, ido hace ya mucho. La tomo con sumo cuidado, jurando que lograria su venganza hacia aquellos que le habian mandado al suicidio. Hilo a hilo se la pudo, anudando bien cada correa pese a que le iba grande. Salio, encarandose con Nobu, con la armadura de su esposo y un arco a la espalda.
¿De verdad era posible aquello? A duras penas había sobrevivido a una guerra años atrás, y en ese preciso instante se acababa de renovar su sentencia de muerte. Quiso quejarse, alzar la voz y protestar pese a que sabía que ni era lo correcto ni tenía ninguna opción, pero se le hizo un nudo en la garganta. Su destino y el del resto de aldeanos estaba sellado. Su desdicha, como siempre, sólo podía compararse con el descaro de los samurai.
Nobu observó al joven forastero y su daisho. ¡Por todos los Kami, si no era más que un crío! Tenían más probabilidades de sobrevivir siguiendo a Shinta a la batalla. Entonces le vio a él, abandonando su casa con la mochila y el yari a la espalda, y no pudo evitar verse a sí mismo años atrás. Corriendo con toda la fuerza de su juventud de cabeza a un abismo.
¿Quién iba a cuidar de su madre ahora? Pensó en Jiro, pero él también había sido llamado. Le recorrió un escalofrío no sólo porque no volvería a verla, sino porque sabía que tendría que pedírselo a Mai. No tenía nada en contra de ella, pero sabía que le recarcomía por dentro que hubiera sido él quien sobreviviera, y no su marido. Al menos tenían algo en común.
Para su sorpresa, Mai apareció como lo había hecho Shinta, preparada para partir y armada con lo que había podido encontrar. La miró a ella, con los ojos bien abiertos, llenos de incredulidad, y después al anciano.
—¿Qué es esto, Ojii-san? ¿Como se han acabado los niños ahora tienen que combatir las mujeres? —apreciaba al anciano, pero esto era el colmo. Le ardían las tripas, y todo su rostro se contrajo por la furia— ¿Quién va a cuidar ahora de los enfermos?
Parece un mal sueño, el anciano mira a sus espaldas y ve que Mai acaba de lesionar a su propio hermano. Reacciona con apatía e incredulidad. En un ataque de tos, niega con la cabeza a la pregunta de Nobu. Mirando al suelo, pensativo, no puede darle una respuesta.
El sirviente se acerca hacia el grupo, y comenta al viejo sin darle demasiada importancia a la conversación.
“Que los hombres se den prisa, debemos salir ya.”
Luego observa por un instante a Nobu y a Jiro antes de reparar en Kei y en su esposa, y finalmente en Mai. Cruzándose de brazos, se cubre la boca con una mano. ¿De verdad ha apuñalado a su hermano para que no pueda marchar con ellos? No comenta nada, se limita a observarla con detenimiento.
El viejo asiente ante la observación del hombre. Aletargado, se planta ante Mai y le agarra con ambas manos la armadura, le da un par de leves golpes y tira con fuerza, comprobando que se la ha puesto correctamente. Luego se acerca a Kei y le posa una mano en el hombro y mira de reojo hacia Nobu. Ahorra en palabras, en ánimos y en despedidas, no tiene razón de ser dramatizar más la situación. Dándola por concluida, encorvado, agacha la cabeza y se dirige a paso lento hacia su propia casa apoyándose en su bastón.
Damos margen a que postee Jiro y chapamos escena.
Mai tenia lagrimas en los ojos, apenas perceptibles. No habia hecho bien hiriendo a su hermano, pero sentia que era su unica oportunidad. Observo de soslayo al hombre y a su esposa, finalmente sonriendo. Sus hijos podrian seguir abrazando a su padre, no tendrian que dejarlo atras como un recuerdo, y sus padres tambien estarian bien. Su herida sanaria pronto. Les observo aun en la puerta, murmurando un ''Lo siento'' y despues encaró a Nobu, con la barbilla alta y un gesto duro, no ofendiendose ante sus palabras, pero si tomando una posicion defensiva.
- El tiene hijos y enfermos a quienes cuidar. Yo ya lo perdi todo, por tu culpa.- sus palabras fueron susurradas, mordaces y aun con viejos rencores tiñendo cada una de ellas, atravesandole con la mirada. No dijo nada mas ante aquellos que cuchicheaban al ver una mujer en la fila, manteniendo el porte estirado. No se hacia a la idea de lo dura que se le iba a hacer esa impulsiva decision en un futuro no demasiado lejano.
Nobu encajó aquellas palabras como si de una puñalada se tratara. Frunció el ceño, visiblemente ofendido, pero se guardó de insultar a Mai en su propia casa. Aquella mujer era una serpiente. Incluso él, que era tratado no mucho mejor que un eta1, tenía mejores modales. Sin añadir nada más, se dio la vuelta y caminó hasta su casa, preguntándose como iba a despedirse de su madre otra vez.
1. Eta: chusma
No hay tiempo para despedidas, mientras Jiro y Nobu se avituallan, el samurái y el resto del grupo retoma la marcha. Salen aún pertrechándose la armadura, y les toca recuperar distancia yendo al trote. Con muchas preguntas y pocas respuestas, la aldea poco a poco va quedando atrás. Un Kei impotente se yergue ayudado por su esposa, y observa al grupo marchar.
Os adentráis en el bosque y finalmente Numatori desaparece de la vista. Un segundo sirviente aparece de entre los matorrales y prende una antorcha, encabezando el grupo, os guía en la oscuridad. La caminata transcurre en silencio, sumidos en vuestros pensamientos. Os ahoga la ansiedad, una cruel sensación que os advierte de que no volveréis a ver ni a vuestra gente ni vuestro hogar.
Viendo la inactividad, damos la escena por concluida. Sentíos libres de hacer sugerencias y comentarios por sus respectivos hilos, tanto en público como en privado. Este fin de semana prepararé la nueva escena y el domingo/lunes empezaremos.