Tu vida en San Francisco ha sido tranquila; mas después de asentarse un nuevo príncipe y sabes de criaturas sobrenaturales y demoníacas, se te ha reclamado para un asunto en la sede Kue-jin
Este edificio es un hermoso Hotel en La pequeña china. "El Tigre de oro"
El nuevo príncipe, el nuevo príncipe... Todavía no he visto ni una foto de su puta cara y ya estoy harto de ese capullo. Estaba claro que los movimientos de la política no sentaban bien a Qian Wang. Y no era necesario poseer el don de la telepatía: hubiera bastado con observar la dureza con la que acababa de desalojar de la habitación a esa bonita muchacha que tenía en mente pasar toda la noche junto a él.
No había nada más exasperante que tener que posponer un encuentro como aquél por culpa de las pajas mentales de algún mandarín amargado. Así es que el causante de que la ropa y el bolso de la fogosa Betty salieran disparados por la ventana no era Qian Wang, sino esos desgraciados de El Tigre de Oro. En realidad no quería despachar de una manera tan grosera a la pobre Elizabeth (Joder, al fin y al cabo fue bonito mietras duró), pero a la muy estúpida se le había metido en la cabeza que le debía una explicación, y que no pensaba marcharse de allí. Qian Wang no estaba preparado para afrontar una segunda contrariedad en la misma noche, así que la echó a ella por la puerta y a sus cosas por la ventana. ¡Tenía que haber echado sus cosas al rellano y a ella por la ventana! Efectivamente, estaba cabreado.
Pero la experiencia no había resultado un fiasco total: aquellos zapatos eran preciosos. Se habían salvado de saltar al vacío sin paracaídas de milagro, sólo porque Qian Wang recordó de súbito una nota mental en la que se comprometía a quedarse con ellos una vez se separase de la muchacha. Como suponía, no eran de su talla... Pero se consoló pensando que ya encontraría a alguien con más suerte. Alguna Cenicienta de la que poder disfrutar con más calma, porque quedarse con el chi y largar a la chavala definitivamente no era su estilo. También le quedaban unas fotos, aunque tras una pasada rápida todo parecía indicar que muy poco iban a durar en la memoria de su novísima y flamante Cyber-Shot DSC-T77 verde pistacho. Ni siquiera es fotogénica... Esa peca me fascinó mientras le lamía las mejillas, pero en esta foto parece un jodido pozo negro. La idea le agradó: se imaginó a una legión de ratas microscópicas dándose un baño en aquella marca facial, sin importarles el no ser capaces de sortear ninguna de las vomitonas ni de los enormes pedazos de mierda que vagaban a la deriva por ese océano de porquería. Rió su desvarío con la ligereza superficial del adolescente que todavía era (y que no tenía visos de dejar de ser).
Se apuró en ir al cuarto de baño para acicalarse a conciencia antes de partir hacia la pequeña china. No era mala idea aquélla de hacer rabiar a esos muertos de hambre con el atractivo que destilaba su peinado más reciente. No hacía más que un par de noches que había cambiado de look por última vez, pero aquel afeitado de la zona sobre su oreja derecha (Mi lado bueno, de siempre) era ya un clásico. Además, tenía como ventaja supletoria dejar al descubierto el pendiente de azabache, coronado por un pequeño rubí y rematado en una afilada forma de aguijón, con el que acostumbraba a abrirse paso entre la piel de sus víctimas para alimentarse de ellas.
Una vez listo, no se demoró en encaminarse hacia El Tigre de Oro. Hacía una noche lo suficientemente agradable como para acercarse tranquilamente dando un paseo, pero tenía prisa por acabar con todo aquello, así que decidió coger un taxi. La velada apenas acababa de empezar, así que con un poco de suerte todo aquel estúpido asunto terminaría con tiempo para dejarle al menos un par de horas libres en las que disfrutar de aquella noche como se merecía.
Después de pasar por delante de unos guardaespaldas acedes a un gran despacho en el centro una dama y en los sillones 4 personas mas sentadas.
-Buenas noches, se te a reclamado por un favor. Y esperamos que sepas cumplir.
Baja la mirada y rebusca en sus notas es una dama morena y de rasgos orientales.
-Bien tienes que ir a la calle fantasma. A ver al maestro y servirle en un encargo después la deuda estará saldada. ¿Alguna pregunta?
Levanta la mirada y espera espectante tu respuesta.
Jo-der... Qian Wang arrastró con reposada repulsión las sílabas mientras elevaba la mirada al techo, sin importarle dar a los presentes muestras palpables de su desgana. ¿Por qué tengo que estar de pie? Será por sillones... Había reparado en los piececillos de la dama, pero no le pareció un momento adecuado para conversar sobre fetichismos. El lugar apestaba a aburrimiento, tanto que tuvo que esforzarse en reprimir un pequeño bostezo, llevando su mano derecha a la boca en un intento de disimular la fealdad de la mueca, y aprovechando para mordisquearse el anverso del dedo índice; después se pasó coquetamente los dedos entre el flequillo. Esperaba un discurso de los largos, pero al parecer el sentimiento era mutuo y también aquella panda de dinosaurios quería dar por terminada cuanto antes la reunión.
Al escuchar la última frase se permitió sonreír estúpidamente.
-¿Los favores no se piden por favor?
De inmediato mostró las palmas de las manos en actitud conciliadora, procurando añadir el resto de su intervención antes de que nadie tuviera tiempo de recriminarle la insolencia.
-De acuerdo, de acuerdo, ya entiendo, y que me place. Ir y saldar la deuda, OK. Me vendría bien el número exacto del hogar del maestro, la de tiempo que hace ya que no paro por allí. Y, bueno, dejé un taxi esperando en la puerta, lo mismo el dueño quiere que le "salde" la carrera, ¿no hay un poquito de generosidad para el chico más guapo de la ciudad?
Quizás ni siquiera era consciente de estar extralimitándose, pero la situación llegó a resultarle graciosa de alguna perversa manera. Y, después de todo, ¿cuándo volvería a tener la dudosa oportunidad de andar de palique con líderes de ese calibre? Seguro que después de todo no eran tan estirados...
-El taxi esta pagado y sobre el numero. Tu instinto te dirá cuando as llegado.
Siguió mirando su papeles. Sin levantar la mirada de su escritorio
-A y no nos avergonzares.
Mi instinto dice, menuda papeleta.
-No tema vuesa merced, que faré con gusto la vuesa encomienda. Qian Wang replicó de manera hiperbólicamente extemporánea ante la enrevesada forma verbal empleada por su altiva interlocutora, celebrando su ocurrencia con una sonrisa amistosa y acompañándola con una estrafalaria reverencia. Casi empezaba a agradarle aquel ambiente tan apelmazado por la severidad de la etiqueta. A punto estuvo de sacar la Cyber, pero antes de precipitarse a ello tuvo la fortuna de vaticinar que tirar de flash allí no podría traerle más que desgracias.
Salió de la habitación dándole una confiada palmadita en el brazo a los guardaesaldas. "Maestro". Eso huele a coñazo lo mires por donde lo mires. Lo mismo va y me pide que le friegue el sótano. Así soy yo de imprescindible para esos mamones... Arrancó un manojo de flores de uno de las fastuosas macetas de la entrada del hotel, y se despidió de aquel encuentro con un portazo vengativo que provocó un alarmado respingo en uno de los porteros, para comenzar a andar a paso ligero hacia la Calle Fantasma. Instinto, instinto, instinto...
Despues de media hora de taxi llegas delante de un templo en el cual nunca te abias fijado y eso que has pasado por aquí muchas veces.
Enfrente un Maravilloso Templo con un jardín en la entrada; A la izquierda un maravilloso estanque, con nenúfares y ese caño de bambú que se llena de agua y cae al lago; a la derecha un jardín de arena zen cuidado y ondulado.
Mucha gente pasa por delante sin prestarle atención como si no estuviera ahí pero, mira que trozo de paraíso.
La madre de... El habitual escepticismo de Qian Wang se iba esta vez por el desagüe ante la inesperada belleza que sus ojos descubrían por vez primera en aquella aburrida calle por la que nunca hubiera imaginado que podría encontrar una visión tan atractiva y estimulante como aquella con la que estaba acertando a deleitarse mientras el conductor permanecía totalmente ajeno al espectáculo de magnificencia que se desplegaba en las puertas del misterioso templo.
-¡Adónde vas! ¡Para, para! ¡Que está ahí, mamón! -se desgañitaba el muchacho, pretendiendo en vano llamar la atención del taxista sobre el edificio que acababan ya de rebasar. Había dado instrucciones de que transitara por la Calle Fantasma a la mínima velocidad de la que pudiera resistir el cacharro que conducía, pero toda aquella magnificencia se podría haber divisado con absoluta claridad a cualquier velocidad. Ahora... Porque mira que no tengo pateado yo este barrio, y jamás me pillé los ojos con esa mierda. ¿Qué coño pasa, se la sacaron del culo este fin de semana los cabrones de El Tigre de Oro?
El taxi se detuvo de manera abrupta, siguiendo los designios de los chillidos de Qian Wang, a varios metros del templo. Casi estuvo a punto de pagar la carrera de su bolsillo, estupefacto como estaba por el increíble descubrimiento, y embelesado como no podía evitar en su contemplación; pero rápidamente sopesó que si a los jefes no les había importado pagar su taxi por él una vez, tampoco les debería importar hacerlo una segunda. Sí, mira, campeón, te vuelves al hotel y les dices a los que te pagaron antes que te paguen esto otro. Y, si te acuerdas, les das recuerdos de parte de Qian Wang, y les dices que muy bien lo del instinto, chapó. El taxista no parecía muy decidido a actuar de mensajero para un mocoso estrafalario, pero desde luego la llamada del dinero provocaría que al menos molestase un poco a los jefes en nombre de Qian Wang. Toda la contrariedad de aquel asunto se venía abajo ante la unión de ese malicioso pensamiento con la hermosura del templo. Menuda choza se gasta el Maestro. Espérate, que aún le he de pedir el teléfono de su decorador.
Qian Wang recorrió con parsimonia la pequeña distancia que le separaba de la entrada del edificio principal, acariciando entre sus manos la recién adquirida cámara fotográfica y sonriendo ostensiblemente. Al llegar a la entrada, fusiló el cuadro sin piedad con una desquiciada ráfaga de 'clicks' procedentes de la Cyber-Shot, capturando en varias docenas de instantáneas -de dudosa calidad- cada uno de los rincones de la entrada del templo. Más deseoso de comprobar qué otras maravillas se escondían en el interior de la estructura que de cumplir el encargo recibido en El Tigre de Oro, se dispuso a cruzar el umbral de entrada y penetrar en aquel oasis secreto.
Mientras te acercas a al puerta se escucha una voz.
-Buenas noches Qian. Veo que tienes aficiones curiosas; ¿Espero que también una gran curiosidad?
Se habré la puerta y da a un salón donde solo hay una mesa y cojines.
-Bien espera a que llegue mi amigo y sigue le
No han pasado ni 2 minutos y se habré otra puerta donde apare un tipo grande y con pintas de motero.
-Sígueme.
Recorréis un pasillo y se para de una puerta.
-Este es tu cuarto el mio esta al final del pasillo si necesitas algo.
Cuando abras la puerta el interior sera lo que para ti sea un paraíso emocional tranquilo y alegre. da igual estará ahí dentro desde una cabaña en el tibet a una playa del caribe. pero solo tu persona.
Esperar no se contaba entre las aficiones de Qian Wang, a quien el desconocido -a pesar de su pronta entrada en escena- sorprendió lanzando al aire aquellos preciosos cojines en un intento infructuoso pero divertido de hacer malabares con ellos; lo más seguro es que si hubiese tenido que estar allí solo durante otro par de minutos lo hubiera encontrado ya subido a la mesa, tratando de colgarse de la elegante lámpara de araña, o maquinando algún perverso plan que incluyera para su puesta en práctica el empleo irrespetuoso del vidrio de la multitud de bombillas que colmaban sus brazos. Le reconfortó la compañía, aunque siempre le picaba en algún extraño lugar de su cerebro cada vez que alguien lo llamaba utilizando únicamente la primera parte de su nombre. El escozor no fue a más, aliviado por la curiosa apariencia del lacayo que lo habría de guiar en el interior del templo. No me esperaba estas pintas en un lugar así... Cada vez me gusta más el gusto del maestro: muy ecléctico, moderno pero sin renunciar a lo clásico, mira qué bien.
El jovenzuelo demostraba seguramente su curiosidad con las miradas que dedicaba a cada pedazo de ornamentación distribuido por los distintos espacios del edificio, ajeno a su estrafalario cicerone. La asignación de unas dependencias privadas supuso un pequeño sobresalto para Qian Wang, pues dedujo por ello que el 'trabajito' no iba a ser cosa de cinco minutos, como había esperado en un principio. Sin embargo la corta estancia en el templo le había hecho abandonar casi por completo su reluctancia inicial...
-Pues nada, buen mozo, voy a ver qué me tenéis aquí montado. Ya si eso luego te pego un grito, ¡que no me quiero marchar sin ver tu Harley! -rio Qian Wang de espaldas a su acompañante mientras abría las puertas de la habitación.
Una vez se hubo encarado el alojamiento de ensueño hasta el que el bigardo vestido de cuero le había conducido, todas sus prisas por terminar con aquel encargo se desvanecieron al instante. Penetró en la cámara sin tan siquiera molestarse en cerrar la puerta, fascinado por la paz que desprendía aquel lugar, dirigiendo su vista embobado hacia los distintos rincones, intentando descubrir cuál era el secreto de aquella maravilla. Se sentó en la cama, sin dejar de hallarse fascinado por la atmósfera que le trasmitía el lugar, y así estuvo varios minutos, sin acordarse ni siquiera de su Cyber-Shot para tratar de inmortalizar la inusual estampa. Realmente no se trataba de una belleza material, como la del resto de la construcción; era más una sensación de plenitud que inundaba el alma de Qian Wang, en quien no era nada frecuente sentirse mecido por una tranquilidad auténtica, indiferente a cualquiera de las preocupaciones psicológicas que le asaltaban -sin que pudiera evitarlo- cuando se hallaba en soledad.
El tiempo pasaba sin que Qian Wang sintiera urgencia alguna por abandonar aquel lugar por ninguna razón. Suponía que debía conocer al Maestro de marras.... Pero estaba sumido en un peculiar misticismo, embargado hasta el punto de que lo terrenal se le antojaba meramente accesorio.
Aún tuvo que transcurrir un buen rato para que Qian Wang descendiera de las elevadas sensaciones a las que la atmósfera que envolvía aquella habitación. El repentino subidón de espiritualidad había ido remitiendo paulatinamente, volviendo a quedar el joven singapurense a merced de la desasosegante inquietud que gobernaba su ánimo cuando se detenía a cavilar, como si el corazón que reposaba inerte dentro de su pecho quisiera vengarse desde ultratumba por haber sido dejado de lado en la nueva existencia sobrenatural del joven.
La mueca de contrariedad que afluyó al rostro de Qian Wang en cuanto aquel platónico regocijo se hubo extinguido se había convertido ya en una sonrisa pícara a bordo de la cual sus labios surcaban la mandíbula para cuando se encontró en el pasillo exterior, caminando en la dirección en la cual había ubicado el esbirro sus propias dependencias. Estaba ansioso por conocer al dichoso maestro, convencido de que debía de tratarse de un ser totalmente fuera de lo corriente, y con unas inclinaciones que se antojaban de lo más estimulantes. Así, Qian Wang llegó al final del pasillo y abrió la puerta que se cernía ante él sin tan siquiera molestarse en anunciar su presencia de modo alguno, dispuesto a darle un poco más de trabajo a su guía.