Partida Rol por web

Edmund tenía sujeto a Gary por los hombros cuando la música se detuvo. Quien fuera el músico, ahora embadurnado en alcohol, se alzó centrando sobre él la atención de aquellos que aún se mantenían en pie. Era un hombre elegante, bastante alto, muy pálido. Sus ojos eran extraños, muy brillantes. Tenía el cabello oscuro. Llevaba guantes de piel.

La súbita revelación dejó al bardo en un estado catatónico. Incluso Gary, intuyendo la naturaleza de aquel siniestro personaje, quiso alejarse de allí, pero los dedos de Edmund le aferraban firmemente. El joven historiador no era capaz de apartar la mirada del antinatural ojo que parpadeaba en la mano de aquel extranjero. Extranjero en aquel mundo, cabe mencionar. Lo que vio a continuación no difería de las escenas de las que ya había sido testigo con anterioridad. Salvo por un pequeño detalle. Era su propia muerte la que veía. No era una profecía. Era una amenaza. Una promesa. El peso de Gary le hizo perder pie y ambos cayeron sobre el suelo de madera de Stone Hill Inn. Al parecer no sólo él había sido testigo de aquella horrenda visión y la mente del menudo guardia no había podido soportar la presión.

Cuando Edmund recobró el sentido no había mucho que hacer. Las piezas estaban en movimiento. Si tan sólo hubiera estado un poco más cerca... Si tan sólo hubiera sabido qué hacer... Si tan sólo...

Oscuridad.

El señor Wolf tornó su cetrino rostro hacia Thárivol, Primero entre los Rebeldes de Phandalin.

—Juuu…—Al demonio con piel de yuppie le resultó enternecedor aquel acto de osadía en forma de dedito alzado.

El fulgor radiante que destilaba aquel muchacho rubicundo le causó una inmediata fascinación. El cabello sedoso y dorado, la apostura artúrica, el mentón varonil y la mirada algo petulante y justiciera… Oh, sí. Aquel chaval bien podría ser una Resonancia… La reencarnación de uno de los Héroes de Antaño. Al señor Wolf le cansaban un poco los antihéroes y los personajes grisáceos que estaban engendrando las nuevas generaciones heroicas. Él era un villano de la Antigua Escuela. Frío, meticuloso, malvado hasta el tuétano… y carente de rémoras emocionales. El señor Wolf era ajeno a toda forma de redención. Su única pasión sincera era destruirrrr… ¿Cómo había dicho aquella devoradora de consonantes? Ah, sí… Destruir lenta, agónicamente. Y precisaba de Héroes de Antaño para estimular su malévola imaginación.

Aaaaah, los Héroes de Antaño… Aquellos pequeños bastardos eran como un vino de una añada antiquísima. Degustar un enfrentamiento contra uno de ellos era uno de los más exquisitos placeres de un villano decimonónico y moderno tan elitista como el señor Wolf.

—Vaya, vaya, vaya… Qué agradable revelación. The Righteous Finger of Tyr. Aquí, en persona.

El señor Wolf se ajustó con exquisito celo la tira de tela negra que pendía del cuello de su camisa desafiando cualquier tendencia de moda medieval.

—Te he estado observando con detenimiento, boy’o. Tu corazón es comparable con un diamante solar bien pulido. En lugar de desquitarte con tus vecinos aprovechándote de su estado de enajenación mental transitoria, has elegido protegerles de sí mismos y reducirles empleando un nivel de violencia inusualmente bajo para un héroe actual…

Entrelazó sus dedos enguantados al tiempo que ensanchaba su sonrisa lo suficiente para dejar admirar a Thárivol una dentadura sembrada de afiladísimos caninos.

—No creo que seas consciente de lo insólito de la situación, muchacho. Dime, ¿crees en el Destino?

La Negrura que lo impregnaba todo a su alrededor, consumiendo a sus vecinos, a sus amigos y a toda la condenada aldea de Phandalin.

—Deberías. Lo tienes delante de ti. Un día, y ese día llegará, tú y yo nos batiremos en duelo singular en algún escenario dramáticamente apropiado. De un modo u otro, haré de ti una leyenda. Y tú serás el broche de oro de una larga y deliciosa lista de Héroes de Antaño que mordieron el polvo ante la viva imagen del Mal... Yo.

>> Pero hoy no... Hoy, no.

El señor Wolf alzó su dedo corazón forrado en cuero negro hacia Thárivol.

—Mi nombre es Tom. Es un sincero placer conocerte. Seré tu némesis hasta el día en que uno de los dos arrebate el aliento para siempre al otro. Buen viaje, Thárivol… Cuidaré de Thycis en tu ausencia.

Su resplandeciente dentadura rezumaba una malicia genuina.

—Nunca olvido una cara… Y, desde hoy, tú tampoco lo harás.

Thomas Wolf rió con ganas.

Ese fue el último recuerdo de Thárivol antes de ser consumido por la Negrura Más Absoluta.

De su forcejeo dependía no perder más sangre y hacerse con aquella espada. Así lo hizo como si la vida le fuera en ello. Que le iba, pero lo importante es que el espíritu acompañaba a la situación. El totalmente despreciable se le acabó escurriendo. En un intento de amortiguar el daño tensó sus músculos, con la esperanza de minimizar daños. Aunque cierto muerto que caminaba entre los vivos tenía otros planes. La imagen podría ser aterradora para cualquiera pero para ella era un momento de esperanza.

Aprovechando la confusión puso su mano sobre el arma de Arthur. Y esperó su momento. Ver a Edward ser posiblemente privado de la mitad de sus capacidades motoras fue, francamente, satisfactorio. No podría hacer más daño, o al menos le seria más difícil. Si es que sobrevivía. Aunque no se regocijo demasiado en su sufrimiento, demasiado que no nada. No quería nada que ver con los pensamientos enfermizos que rondaban su mente cuando estaba su otro yo. Sin perder más tiempo tiro fuerte y consiguió librarse del agarre ahora débil.

— Todos podemos hacer truquitos, Arthur —no mentiría, estaba satisfecha con su reacción.

Ahora. Había muchas posibilidades, entre ellas: acabar con esas amenazas potenciales, tal vez ir a la taberna ahora que estaba algo armada, ayudar a Larry con sus heridas. Podría acabar dolorosamente con esos dos, ignorar a Larry y buscar el arma de Lizette al acabar. Eso último era más un pensamiento intrusivo y seguramente favorecido por su lado más oscuro y con nombre propio. Ella tenía claro lo que quería hacer y no era eso. Se acercó lentamente a Larry. — Arthur, te voy a dar una advertencia, lárgate, no te daré otra oportunidad, me da igual si es para lárgate o ayudar al pueblo —sus ojos se clavaron en los de él— pero no creas que el Capitán no sabrá sobre lo ocurrido aquí, no os vais a salir con la vuestra, no en esto así sea lo último que haga como parte del cuerpo —así es que se le seguía considerando. Del psicópata tirado en el suelo no comentó nada, no le importaba.

— ¿Larry? —debía ser todo un esfuerzo mantenerse en pie, ella misma tenía que lidiar con sus propias heridas— no hablamos mucho y definitivamente se que tendría motivos para andar con precaución o tu si has escuchado algo de los últimos sucesos —entendería que cualquiera cuestionase sus acciones— pero déjame ayudarte —además por lo que entendió de los otros dos había intentado ayudar a Waldo, eso era una cosa que le ganaba su apoyo. Si este le dejaba y Arthur no molestaba trataría de mantener la herida estable con lo que tuviera a mano. Incluso si debía hacer trozos de su propia ropa. No hagan eso en casa sin antes higienizar el material. Hasta que este se fuera y Edward se desmayase o algo permanecería atenta. Mientras estaba en eso recordó la galleta que se había guardado— ¿Quieres? —le ofreció la galleta a Larry una vez la saco.

Tiempo después volvió a abrir la boca inesperadamente— No. Me. Jodas —soltó al sentir otra influencia externa nacer en su mente. ¿No podían dejarle unos días de descanso?.

Arthur se incorpora, su rostro perlado de sudor tras el forcejeo.

A escasos metros, Edward emite quejidos lastimeros mientras se arrastra de modo patético, tratando inútilmente de ponerse en pie. Larry, no hay duda, le ha quebrado la espalda.

—Has cometido dos errores—dijo Arthur, ajeno al dolor de su compinche—. Como no tardarás en comprobar. Mírate. Defendiendo a un asesino—Lanzó un esputo, devolviendo una mirada fría y lupina a Victoria y al semiorco moribundo—. La Verdad la esculpen los vencedores. No importa cómo, hallaré el modo...

Para absoluto desconcierto de Victoria, una insondable marea de oscuridad estaba anegando todo a su alrededor.

—...de que Phandalin prevalezca.

Arthur no pareció consciente de su preciada aldea desaparecía consumida por una negrura infinita hasta que su propio rostro pareció difuminarse en el éter.

—Esto... no ha acabado... Victoria... Griiiiiimeeeeees...

Fundido a Negrísimo.