Dejando atrás todo aquel jaleo que se había formado en la recepción cuando todo el mundo pareció dispuesto a ir a ayudar a alguien, Melissa siguió con gesto serio y cansado a la jovencita que la llevaría hasta su habitación. El camino desde la recepción hasta el lugar donde se encontraban las suites le pareció un engorro, hacía frío, estaba lejos y tenían que atravesar una zona peligrosa, según la muchacha por culpa de una piscina sin protección, además de la mierda de nieve y hielo que había en el exterior.
El cambio de temperatura hizo que Melissa se estremeciera, arrebujándose bien en su abrigo mientras atravesaba aquella zona a la intemperie sin fijarse en nada a su alrededor, a excepción de procurar no meter el pie donde no debía. Sólo fue capaz de llamar su atención un cartel al que le fallaban varias luces que indicaba el lugar que tanto había deseado pisar desde que había empezado aquel desastre de noche y donde pensaba acudir nada más echara un vistazo a su habitación.
—Me imagino que el bar estará abierto ¿verdad? —Preguntó a la chica, esperando no recibir una negativa si no quería que su padre tuviera mil reclamaciones sobre la mesa.
Cuando por fin se abrió la puerta de la suite que había elegido, Melissa no pudo evitar arrugar un poco el ceño mientras inspeccionaba el lugar. Se veía limpia, y eso era un punto a agradecer, y era espaciosa aunque la decoración dejaba bastante que desear, dejando bastante claro que las parejas debían ser quienes elegían más asiduamente aquella habitación.
—Me parece aceptable —dijo por fin, dejando la maleta al lado de la cama y cogiendo su bolso rebuscó en su interior hasta que sacó un billete de veinte francos y se lo tendió a la joven—. Gracias jovencita, lo tendré en cuenta. Si necesitase algo ya llamaría... Aunque lo que necesito ahora mismo es una buena copa así que, creo que me iré al bar ahora mismo —terminó de decir pero, antes de llegar de vuelta a la puerta, se detuvo para mirar a la muchacha cuya expresión era de auténtica preocupación—. Tranquila, seguro que tu padre estará bien.
-¿El FBI de América? Joder, éste trabajo cada vez me sorprende más. -Respondió Vera, recostándose, un poco más relajada. -Debe ser un infierno. Por cómo te conozco, sé que odias los informes ¿Sabes qué sería genial ahora mismo? Que para evitar que te pegues un tiro, estuviéramos juntas bebiendo eso que bebes en algún bar del centro, ¿verdad? Ja, ja, ja. -Hizo una pausa. -Mi madre, pues como...
"Aviso general a todas las habitaciones, se aconseja no salir hasta que solucionemos un percance. Es peligroso."
Se oyó tras la puerta de la habitación, tras un par de golpes apresurados, interrumpiendo la conversación de las mujeres.
-...No sé si acabas de oír eso, Ursula, pero algo está pasando aquí ¿Sabes cuando tienes esa sensación de que en el entorno se cuece algo? Lo sabes por las miradas de la gente, por la tensión en general. Este sitio da mal rollo, te lo aseguro. Pensaba dormir y estar tranquila, no involucrarme, pero no voy a estar tranquila... te dejo, ¿vale? Voy a ver qué narices está pasando. Eh, que te sea leve. Nos vemos pronto, te debo una borrachera. Un... beso. -Dijo apresuradamente antes de que respondiera Ursula. Tras la respuesta de su amiga, Cortó la comunicación.
Seguidamente, se dirigió a la puerta tras dejar el móvil encima de la cama. Abrió, se asomó buscando con la mirada al tipo de los avisos. -¡Eh!, ¿qué ocurre? Soy policía. -No le gustaba ir diciendo por ahí en su tiempo libre que era policía, pero en aquella ocasión estaba claro que podía resultar beneficioso. En el fondo, a Vera le preocupaba la gente y aún quedaba en su interior gran parte de la joven con ideales que se instruyó en la academia de Ginebra.
El reverendo no sabía bien qué estaba pasando, virando entre el conducto y Felony sin saber qué debía hacer. Como acto reflejo al escuchar algún que otro quejido y algo de peso arrastrarse, sin dejar de mirar el conducto cambió de rumbo para caminar hacia la mesita, donde descansaba la botella casi vacía de la que habían estado bebiendo, queriendo usarla de arma en caso de ser necesario.
Ay…da
Era la voz distorsionada por el conducto, un quejido que se repetía cada vez más cercano a medida que se arrastraba.
Berto retrocedió mientras tragaba saliva, aunque al cuarto sollozo bajó la botella ganando la curiosidad al miedo, terminando por situar una silla bajo el conducto y mirar a través de las oscuras rendijas. Entrecerró los ojos intentando vislumbrar algo entre el polvo y la oscuridad, intentando incluso levantar la pequeña puerta metálica disimulada con tal de tener mejor perspectiva.
No necesitó alzarlo mucho, sólo un par de centímetros para ver una pequeña mano caer y al cura bajarse rápidamente de la silla.
Dios bendito, ¡es una niña! – Se usó del hombro para levantar la puerta y meter ambos brazos, sujetando el cuerpo de la pequeña para tirar de él y sostenerla en sus brazos.
La niña apenas tendría 10 años. Llevaba el cabello rubio largo y liso suelto, un tanto enredado y con algunas pelusas de polvo que le hacían parecer desaliñada. Llevaba un vestido blanco de manga larga que le daba un aspecto puro e inocente, parecido a un traje de comunión, donde podían verse algunas rozaduras en las rodillas y bases manchadas posiblemente por el lugar en el que se encontraba.
La chica estaba consciente, sollozando mientras se agarraba al cuello de Berto dejando que su cuerpo temblara.
No dejes que me encuentren. Quieren matarnos, a todos.- Al terminar la frase pudieron escuchar un único disparo en la distancia.
Con una destreza propia de un felino y agarrándose a las columnas que separaban los pasillos de las habitaciones de la zona central corrió rumbo a la cocina de la cafetería al saber que era el último lugar que sabía que su “hermano” postizo Luca se había dirigido.
Paró frente a la puerta, chocándose contra un lateral para frenar su resbaladizo paso antes de abrirla de un fuerte manotazo para internarse en el local.
El interior era cálido, y no sólo por la calefacción que se notaba sino por los vapores que salían de la cocina con un especiado olor de guiso casero, una pequeña habitación anexa tras la barra. En cierta medida podía decirse que el restaurante tenía su encanto aunque claramente estaba desubicado en época por la decoración, algo que llamaba la atención y dependiendo el ojo clínico que tuviera cada uno podría resultar cutre.
Sin embargo no era el estilo decorativo lo que más destacaba.
Las mesas de los laterales habían sido movidas para crear una central que pudiera albergar varios comensales, como si de un banquete se tratase, uniendo unas 6 mesas en vertical con sus respectivas sillas. Rodeando las mesas había hasta 4 personas de distinto tamaño vestidas con unas capuchas marrones oscuro con detalles dorados en los bordes, ocultando su rostro. Dos de ellas, las que estaban en el lado derecho, parecían estar sollozando en silencio haciendo que su cuerpo se moviera lentamente en pequeños espasmos.
En el centro de la mesa había un manto grueso azul con detalles de delfines blancos dibujados, representando un mar y, sobre el, un bebé de apenas unos meses moviendo sus manitas intentando alcanzar a la persona que tenía frente a él.
Y no era para menos. Frente al bebé un encapuchado sostenía una estaca de madera pulida con grabados en los laterales entre su diestra alzada dispuesta a clavarla en la infante piel, deteniendo su paso al escuchar la puerta abrirse para alzar el rostro y, con la mano libre, quitarse la capucha.
Has venido antes de tiempo.- Era un hombre que no superaría por demasiado la treintena, de tez pálida y apariencia cuidada. Sus ojos oscuros se clavaron en las pupilas asustadizas de Cat, dibujando una sonrisa en sus labios que podría haber sido encantadora, aunque ahora sólo dejaba un rastro siniestro en sus mejillas.- Siéntate, hermana. La cena casi está servida.- Extendió los brazos invitando a Cat a unirse cuando, en la distancia, se escuchó un único disparo.
Apoyó el arma en la pared unos momentos para frotarse las manos al notar que tenía los dedos congelados, doliéndole con el simple movimiento de doblarlos mientras miraba la pared trasera del edificio, pensativo.
Sótano no… pero sí una entrada trasera.- Fue Marco quien se adelantó, acercándose a la zona para comprobar que la nieve había sido removida y las gotas de sangre terminaban en algún punto de la pared.- Clausuré esta entrada, no sabía que estaba todavía operativa. Sólo el personal la conoce.- Prácticamente estaba oculta, un pequeño resquicio en la pared simulando ser un pomo, metiendo los dedos dentro para tirar con fuerza provocando gran ruido y que algunos restos de nieve que tenían sobre ellos cayeran sobre sus cabezas con el burdo movimiento.
Echaron un vistazo rápido al interior para ver un amplio pasillo oscuro vertical con un par de puertas a cada lado con carteles de números ilegibles por la evidente falta de luz. No había ninguna luz encendida y la noche tampoco ayudaba a ver nada, al igual que no había ningún tipo de ruido quitando el eco de sus propias voces rebotando contra las paredes.
Esai, ¿sabes si alguien estaba descansando hoy? – Preguntó cogiendo su escopeta y adelantándose un par de pasos al interior y achinando los ojos para intentar descifrar las figuras en la penumbra.- No veo un carajo.
El interruptor está en la entrada, lado contrario.- El hombre vigiló las espaldas empezando a temer que alguien hubiera usado esa puerta trasera, sintiéndose visiblemente observado.- Que sepa, todos estaban en sus puestos hoy. Hay demasiada gente hospedada, el trabajo se acumula y la tormenta sólo nos dificulta el trabajo.- Pensaba en todos sus compañeros alojados en esas instalaciones.- Sólo duermen aquí Mamma, Tatiana, Akiko y Will.
Deberían estar en sus puestos, para algo les pago una mierda.- Esai levantó una ceja afirmativa ante sus palabras, queriendo dedicarle unas palabras burdas a su jefe si tuviera la oportunidad, aunque parecía que poco le importaría. Calvin no parecía una persona especialmente entrañable y mucho menos generoso con sus empleados.- ¿¡Hola!?
Caminó un par de pasos mirando a las puertas e intentando averiguar algo tras ellas cuando un paso en falso le hizo resbalar, haciendo que cayera de culo en el suelo y el arma se disparara sola apuntando al techo, dejando un estruendoso ruido y una abolladura que posiblemente no pudieran tapar.
Esai se acercó a él para quitarle el arma y que no hubiera un accidente, palideciendo cuando comprobó con qué se había resbalado Calvin. A sus pies, pegado a la pared, había un gran charco de sangre todavía caliente.
El baño estaba completamente vacío y limpio, aunque había rastro de que alguien lo había usado recientemente.
La ducha estaba vacía, tal cual la vio la última vez que entró, con sus botes de baño varios cerrados y casi sin usar a renovarlos cada mañana en recepción. El plato del fregadero estaba con algunas gotas de agua a pesar de que los grifos estaban cerrados, demostrando que lo habían usado hace no demasiado tiempo. Además, la tapa del inodoro estaba bajada, viendo los lápices de colores y una pequeña libreta de colorear encima, donde uno de los lápices se había caído, el de color naranja.
A su lado, una pequeña ventana entreabierta con una ranura lo suficientemente grande como para que alguien de menor tamaño cupiera, dejando entrar una brisa helada a la habitación con varios copos de nieve. Esa ventana daba al exterior, justo a un lateral del edificio, con una caída de dos pisos de altura sobre la nieve, la cual se acumulaba en esa zona de manera proporcional al resto del paisaje.
Desolada sin saber dónde estaba la pequeña, gritó su nombre varias veces sin recibir más respuesta que un único golpe de nudillos en la puerta seguido de un único disparo en la distancia.
Tirada en el suelo con la espalda pegada a las barandillas que protegían a los huéspedes con una caída libre, había una joven rubia de cabello suelto y vestida con el uniforme de limpiadora, alzando su mano temblorosa hacia la habitación que tenía enfrente, Nero, la misma que no había dejado de hacer ruido prácticamente desde que ambos llegaron a la suite.
E-está… está….!!
Movidos por la curiosidad, salieron de la suite Lucrecia para toparse con el frío y la oscuridad del exterior, pero no fue lo que más le golpeó. La puerta abierta dejaba paso a un desagradable olor tan fuerte que se colaba en las fosas nasales y creían saborearlo, notando cómo arcadas subían por sus gargantas.
No necesitaron entrar para saber de dónde provenía. Lo que debía ser una suite de ambientación romana con columnas rodeando la cama y un pequeño jacuzzi en un lateral simulando ser una terma antigua, ahora era un escenario completamente diferente: Las paredes estaban cubiertas de cruces de todos los tamaños sin dejar ningún espacio vacío, pudiendo contar en una sola pared más de cincuenta. En una esquina, donde debía estar un busto, había una imagen religiosa que ambos conocían, la misma estampita que habían visto en el botiquín de primeros auxilios idolatrada con una docena de cirios blancos encendidos, dejando que su pequeña llama moviera con el rugir del viento. Pero lo que más destacaba sin duda era una gran cruz justo en el centro de la habitación, sobre la cama, donde un hombre desnudo yacía crucificado por manos y pies simulando ser cristo en la cruz.
Su piel estaba cubierta de cortes y heridas sangrantes, dejando un recorrido por su cuerpo de sangre que caía en el suelo en pequeñas gotas. Algunas partes de sus extremidades estaban cortadas, faltándole piezas de carne como en los costados y antebrazos, dejando a la vista trozos de músculo y blanco hueso. En su estómago había un amplio corte que dejaba caer parte de los intestinos, luchando el resto de órganos por no precipitarse a las sábanas ensangrentadas. Por último, tenía sobre su cabeza una corona de espinas de hierro clavadas directamente en su cráneo.
En el silencio de la noche, entre sollozos de la joven trabajadora, ambos pudieron escuchar un único disparo en la distancia.
No lo sé, no esperaba que todo se torciera de esta manera.- La mujer estaba estresada, ya no sólo era por tener que esconderse ellos de las preguntas y las pruebas que tenían en su contra, sino ocultar a un herido que dormía en su habitación.- Tal vez lo mejor sea decir que murió antes de que pudieras hacer nada y lo enterramos, no lo…- Calló al escuchar algo, pidiendo silencio a Matt para acercarse a la puerta con disimulo mientras apagaba la luz de la habitación, dejándola levemente a oscuras si no fuera por alguna lamparita de baja resolución.
Ambos escucharon la puerta trasera, la misma por la que había cruzado Matt para entrar y que estaba oculta a la vista entre la nieve, resonando el quejido por toda la estancia. Akiko incluso dejó de respirar con tal de no hacer ningún ruido, temiendo que aquellos que estaban buscando al policía le hubieran seguido hasta ahí.
¡¡MATT!! ¿¡DONDE COJONES ESTÁS!?
La voz de Lars siguió poco después, notando el enfado y preocupación en su grito. No se distinguía mucho más, murmullos inaudibles y varios pasos, imaginándose que no estaría solo.
¿¡Hola!?
Siguió la voz de Calvin, el dueño del hotel, un grito más extendido que el anterior que heló a la japonesa, alejándose momentáneamente de la puerta.
Tienes que salir de aquí. Por la ventana.- Mientras hablaba, Akiko se quitó la camiseta manchada de sangre para tirarla a través de la puerta del baño, quedando suspendida en el fregadero. Anduvo en sujetador por la casa para dirigirse al armario y coger una camisa cualquiera, terminando por una verde oscura con botones, abrochándosela al tiempo que miraba por la única ventana que había, tapada por una cortina.- Intentaré distraerlo, pero debes irte. Ponte a sal…- Al otro lado se escuchó un disparo de escopeta tan cercano que creyeron tenerlo al lado, teniendo que taparse los labios para no emitir un grito.
Después de eso, sólo un extenso silencio.
Sí, el bar está abierto 24 horas. Lo atiende Will.- Sonrió con sorpresa al ver el dinero que le tendía, una paga que no había tenido hasta ahora y que tampoco sabía en qué gastarse.- Gracias.- Dijo tanto por el dinero como los por ánimos sobre su padre, mirando la puerta de salida cuando un hedor desagradable traído por el viento inundaba las fosas nasales de ambas, haciendo que la pequeña arrugara el entrecejo mientras buscaba la dirección de salida.
No hizo falta encontrarlo, porque un grito desesperado de una chica fue suficiente para que ambas alzaran la cabeza justamente al piso superior, donde podían ver a la joven que la había acompañado en el coche, Annette, temblando y sentada en el suelo con la espalda apoyada en la barandilla mientras miraba con horror la puerta que tenía enfrente cuando dos chicos, justamente los que estaban en la suite que estaba sobre la suya, salieron de la habitación alarmados por el ruido y miraban con horror la causa del olor.
Jenna fue corriendo hacia las escaleras queriendo saber qué había pasado cuando, en la distancia, el fuerte sonido de un único disparo calló al resto.
Al salir de la habitación se encontró con un joven que apenas llegaría a la treintena vestido con unos vaqueros negros, un delantal atado a la cintura blanco y una chaqueta gruesa verde oscura para mantener un poco de calor en su cuerpo, aunque era imposible.
Mantenía las manos en los bolsillos todo lo que podía, sacándolas únicamente para pegar a cada una de las puertas al igual que había hecho con la de Vera, avisando al huésped con la misma frase. Se giró al escuchar a la policía, cambiando el peso de un pie a otro mientras negaba con la cabeza, extrañado.
Tenía entendido que no pudieron llamar a los servicios de emergencia, agente.- Se giró para ver el pasillo que le quedaba y calcular las puertas restantes, además de mirar el camino que tendría que hacer.- No sé qué ha pasado. Una compañera dijo que Calvin ha dado el aviso de que nadie salga de las habitaciones. La pobre Gina estaba asustada, dice que han encontrado a un tipo muerto o algo así, creen que hay alguien pegando tiros en sus ratos libres.- Se encogió de hombros, sin estar demasiado convencido de lo realmente sucedido.- Fueron a ver qué pasaba, mientras tanto es mejor no salir.- Pegó a la puerta que tenía enfrente para dar el mismo mensaje sin recibir respuesta. En realidad no sabía siquiera qué habitación estaba ocupada, así que optó por pegar en todas.- ¡Aviso general a todas las hab…! – Antes de que pudiera terminar de hablar, ambos escucharon un único y fuerte disparo proveniente en la lejanía, haciendo que el joven mirara en la dirección mientras retrocedía, tragando saliva.- Jo-joder, hay un puto asesino suelto.
La noche caía sobre el cielo de Ginebra, dejando un cielo estrellado cubierto de nubes y nieve, sepultando todo rastro que pudiera evidenciar el terror en el que lentamente Riverside Motel se había sumergido.
El aroma del guiso cubría la parte de la cocina, la sangre se camuflaba en el entorno de algunas habitaciones y el disparo de un arma resonaba por todos lados, haciendo que cada uno de los huéspedes o trabajadores alarmados supieran que algo estaba pasando y que sólo sería el principio de una serie de desdichas que no sabrían cómo iba a acabar.
En algún lugar de Riverside Motel, en una pequeña habitación escondida en las entrañas del lugar, donde la luz natural no podía entrar y las sombras abrazaban el lugar, había una única mesa de madera antigua cubierta en algunas zonas de una masa viscosa, haciendo un recorrido circular que en algunos puntos viraba. Sobre ella una mano movía con un único dedo un ojo, haciéndolo rodar por la mesa como si fuera una pelota de juguete en un macabro juego.
¿Crees que estarán listos? – Una voz femenina asomó por un lateral, oculta por las sombras. Las sombras dibujaban una esbelta silueta de marcadas curvas y largo cabello recogido en un peinado alto.- No confío en esos extremistas. Ya fallaron una vez, capaz son de dejar que sus creencias les ciegue por completo.- Sacó de las sombras una tersa mano de piel blanquecina y largas uñas rojizas para situarse sobre la mano que no dejaba de jugar con el ojo, deteniendo el improvisado circuito.
La mente humana es un juego de mecanismos con poleas. Debes saber de qué cuerda tirar para hacer que la pirámide caiga, mi querida Charlotte.- La otra voz era grave y apacible, casi parecía melódica, de un hombre que cogía con dos dedos el ojo para sostenerlo sobre la mesa.- Juana de Arco tenía sólo trece años cuando escuchó la voz de dios, y sus hazañas fueron sonadas en cientos de escritos. Se convirtió en un punto de referencia para muchos.- Volteó el ojo como si de un maravilloso objeto se tratara, admirando cada nervio que la componía.- La hoguera sólo fue el principio del fin.- Su sonrisa se ensanchó, dejando ver una hilera de blancos dientes y dos colmillos a cada lado.- Larga vida a Juana de Arco.- Sostuvo el ojo entre sus dientes antes de apretar, haciendo que la masa se desparramara por el interior de su boca como si de un chicle se tratara, masticando lentamente.
Amén.