Partida Rol por web

La lluvia caía incesante sobre la ciudad condal. No parecía ninguna novedad excepto para los supersticiosos y los poetas. La última semana el tiempo había sido de lo más deprimente. Pero aquella noche, por alguna razón te sentías especialmente intranquilo. Era como si los relámpagos iluminando las negras nubes predijeran una inminente catástrofe.

No solo eso, para colmo tu planta de interior había perdido dos hojas secas durante el día, una en cada rama; ahora el número de hojas en cada una de las ramas era impar y los impares eran malos. Muy malos en tu controlado ambiente donde todo obedecía a rígidas normas geométricas.

A la vez, el teléfono de tu apartamento parpadeaba: un mensaje en su buzón de voz. Uno. Impar.

"Hola, sí, soy Toni Robira. Le llamaba de Forex para informarle de una pequeña bajada en las acciones de su fondo de riesgo que compramos a su nombre hace un mes y medio. No es nada grave, pero necesitamos su autorización para vender. Llamenos a cualquier hora para confirmar la orden o conocer los detalles de los últimos movimientos. Gracias."

Con lentitud abro la tapa del ataúd y seguidamente la del congelador. Parece que ser que hoy sí que he descansado bien. Una pequeña revisión a mis bolsillos. Sí, parece que todo está bien. Cierro el ataúd y después cierro el congelador. Con las primeras cosas comprobadas, me dispongo a echar un vistazo por el sótano. Las cajas de munición están bien, todas ordenadas, con los cargadores ordenados por parejas. Los útiles de limpieza de las estanterías están bien, todos en números correctos. Subamos arriba pues.

Saco las llaves y busco entre ellas la llave del sótano. Le doy dos vueltas, y el cerrojo se abre. Vuelvo a cerrar con dos vueltas cuando cruzo el umbral. Lo primero que hago en el primer piso es dirigirme a la puerta principal, y me asomo por la ventana. Otra vez lluvia. Lleva toda la semana lloviendo. Tampoco tengo que regar el jardín hoy. Antes de irme de la ventana, cuento. 4 árboles, 2 macetas. Todo está bien.

No puedo evitar esbozar una sonrisa triste cuando me aparto de la ventana y me interno en la casa. - ¿A quién pretendo engañar? No está bien. Nada está bien. - pienso.

Es en el salón donde veo la fuente de mis inquietudes. Mi planta ha perdido dos hojas, quedando un horrible número de ellas distribuidas por su tallo. Rápidamente arranco las 2 hojas menos sanas de cada lateral del tallo, y tiro las 4 hojas desprendidas a la vez en una de las papeleras de la casa. Pero no noto mejoría. Vuelvo a contar las hojas, una vez, dos, tres, hasta cuatro veces, pero sigo intranquilo. Un vistazo al resto del salón no indica ningún problema. Cuento los cuadros, los sillones, los cojines del sofá...Todo está correcto, pero no me tranquiliza.

Un funesto pensamiento me asalta. Debido al temporal, el cristal de mi despacho se ha roto y el viento ha tumbado la estantería de los libros. Sí, eso ha sido, seguro.

Subo a grandes zancadas sin darme cuenta de que los cristales son reforzados, y con una mezcla de alivio y angustia veo que los libros están perfectos. Pero es el contestador instalado en el teléfono del despacho lo que me inquieta. Un sólo mensaje. Pulso el botón de reproducir, y cuando escucho el mensaje, le vuelvo a dar. Después de dos reproducciones, pulso el botón de borrado, y casi destrozo de un puñetazo el jodido teléfono porque sigo sintiendo esta sensación. Me acerco a la estantería y cuento los libros, dos veces. 100 libros. Reviso los cajones, el ordenador, pero todo está correcto, todo es par, pero sigo sin calmarme. Me dirijo sistemáticamente a todas las habitaciones, contando rápidamente los objetos, sin pararme a tocarlos. Todo está bien, pero no me calmo.

El jardinero. Seguro que ha sido el jardinero. Casi corriendo voy al terminal de la alarma de la puerta principal, marco el código par de desactivación y salgo bajo la lluvia hacia la habitación de mantenimiento. Me cuesta trabajo encontrar la llave correcta bajo la lluvia, pero estoy seguro de que aquí está el problema. Una vez dentro de la habitación, veo que los números son correctos, pero no así su distribución. Coloco las herramientas formando diagonales pares, pero sigo sin calmarme. Salgo de la habitación cerrando con llave, y vuelvo a entrar en casa, cerrando la puerta principal y volviendo a activar la alarma.

Cabreado, subo al despacho, me siento en mi silla giratoria y descuelgo el teléfono, marcando el número de Toni Robira, que tengo apuntado en una agenda de papel al lado del aparato. En cuanto Toni responda, contesto:

- Hola Toni, soy yo, Gabriel. Por favor, si me llama y no contesto, intente dejarme dos mensajes, no uno. Si veo sólo un mensaje, me altero, y seguro que termino pagándolo con usted, y no quiero. Bueno, vamos a lo que vamos. ¿Puede detallarme lo que ha pasado con el fondo de riesgo?

Te pasaste más de una hora al teléfono. Los problemas bursátiles no eran nada del otro mundo y probablemente se arreglarían con unas cuantas llamadas por parte de Toni y unos ligeros movimientos, pero tus ansias de perfeccionismo te llevaron a discutir aquellos detalles largo y tendido. Tenías margen de sobra y las inversiones demasiado bien distribuidas como para que se diera un altibajo verdaderamente importante que repercutiera en tu economía. Al menos, en este aspecto, le sacabas partido a tu TOC.

Sin embargo, cuando colgaste el teléfono, el malestar no se había desvanecido aún. Tenías la certeza de que algo iba mal. Si, tenía que ser algo relacionado con el campo. ¿Se habrían movido las piedras otra vez? De hecho, ya hacia un tiempo que no ibas a comprobarlo y con aquellas lluvias que habían azotado la zona últimamente no sería raro que el lodo las hubiese separado o algo peor.

Me relajaba. Realmente me relajaba todo el trasiego de lo bursátil. Revisar índices de mercado, hacer predicciones teniendo en cuenta los últimos eventos empresariales...Me gustaba. Y en este caso, estaba seguro de que reordenaría el universo. Era lo único que faltaba por resolver.

Pero una vez más, en esta noche de mierda, la sensación no se fue. Después de más de una hora de arreglar mi situación económica, todo seguía estando mal. Mirando por la ventana del despacho, veo un sólo rayo. Tiene que ser el campo. Seguro que es el campo. ¿Tengo que ir? Es que seguro que es el campo. Sí, tengo que ir.

Miro en el móvil mis mensajes y mi email. No tengo noticias de Jordi, esta noche no requiere mi presencia. Tenía pensado quedar con él, pero tendrá que esperar de momento.

Voy a mi habitación principal, y del armario saco la ropa que voy a ponerme. Un chándal oscuro, con camiseta de manga larga debajo. Algo cómodo. Lo acompaño de unos calcetines gruesos y unas botas camperas (que soy incapaz de atar bien, y termino atando una por abajo, y la otra hasta arriba). Encima llevo un chubasquero tipo gabardina con capucha.

Me aseguro de llevar encima mi escopeta, la semiautomática, que oculto con la gabardina, y me hecho un buen puñado de munición en los dos bolsillos de la gabardina. Cojo la bolsa de mi cámara, con la cámara y todos los útiles de fotografía dentro, y una linterna.

Echo una última ojeada al piso, y todo parece estar bien, salvo esa sensación. Me dirijo a la puerta, donde activo la alarma completamente, y cojo un paraguas. Cierro la puerta de casa con 4 vueltas de llave, y me dirijo hacia mi coche. Me quito la gabardina y dejo la escopeta cargada y con el seguro puesto en la zona entre los asientos de delante y de atrás, con la culata mirando para el parabrisas delantero, y tapada con la gabardina. Doy un último vistazo a la casa, corroboro que todo está bien, y empiezo a conducir hasta el campo.

El coche empieza a recorrer el asfalto mojado, te sabes el camino de memoria: bajar hasta la diagonal y cruzar toda la calle Numancia hasta llegar a Montjuic. Finalmente dejas las luces de la recientemente reformada plaza de toros de las Arenas y el bullicio de plaza España para adentrarte en la estrecha carretera de montaña llena de curvas que se enfilan poco a poco cada una pisando la anterior. No parece haber tráfico alguno, así que el único sonido que se escucha entre el silencio es el motor del coche y el repiqueteo de la lluvia en el cristal que los parabrisas apartan constantemente. 

A un lado queda la hermosa panorámica del distrito portuario, mientras la vegetación crece oscura en la otra.

Tu campo estaba tan solo a 3 curvas más, las habías estado contando inconscientemente, claro. Sabías que por la parte sur de la montaña verías pronto el solar, uno como cualquier otro vallado con esas rejas altas que ponen cuando hacen obras, pero que hacía mucho tiempo que estaba abandonado y nadie pisaba. Excepto tu.

La última curva y cuando los parabrisas apartan la cortina de agua, tus catastróficos presentimientos se hicieron realidad. Los cuatro intermitentes de un Rolls Royce negro brillaban entre la lluvia, aparcado justo en frente del campo, pero al otro lado de la carretera (el derecho); muy cerca de donde solías aparcar tu propio coche durante tus visitas.  

Tragar saliva 2 veces. Eso es lo que habría hecho al ver el oscuro Rolls Royce aparcado. Si todavía fuera humano, claro.

- ¿Qué hace ese coche ahí? ¿Qué tiene que ver con el campo? ¿Será otro pobre diablo como yo? Igual puede ayudarme a controlar a las Bestias. Si está aquí seguro que las ha visto, o ha notado algo, así que ya está metido en el ajo, y no le quedará más remedio que ayudarme a contenerlas. Pero no... - una pequeña sonrisa triste se esboza en mi cara - No es ayuda. Algo va mal, y si tuviera ayuda las cosas no irían tan mal.

Dejo el coche apartado en el lado derecho, sin acercarme ni un metro más a la zona del Rolls, y apago las luces. Me meto las manos en los bolsillos y apago mis dos móviles. No quiero que una algarabía de luces y sonidos me delate en la oscuridad. Cojo todos los bártulos, me cuelgo al hombro la escopeta y me pongo la gabardina-chubasquero, cubriendo el arma con la prenda. Me encasqueto el gorro del chubasquero, salgo del coche y lo cierro. Es ya estando fuera del coche cuando me fijo concienzudamente en el Rolls Royce, aunque realmente no he dejado de mirarlo desde que lo he visto por primera vez. Mientras miro el coche, me voy moviendo muy lentamente hacia las sombras, hasta encontrar una zona oscura desde la que pueda ver bien el Rolls. Normalmente las sombras me protegen bastante bien si me quedo totalmente quieto.

Cuando pasas conduciendo al lado del coche de los intermitentes, este te parece estar vacío. Sin embargo, por precaución y para no levantar sospechas aparcas un poco más arriba. De modo que si había alguien en las cercanías vigilando el lujoso automóvil, no habrías llamado la atención y parecería que habías pasado de largo.

No había tránsito en aquella carretera secundaria que subía a Montjuic; ya de por sí había poco. Pero el temporal hacía de lo más improbable que alguien quisiera subir a la montaña, más que algún coche muy eventual que decidía cruzar hacia el barrio del Carmelo evitando las congestiones de la ciudad.

La lluvia ladeada no parecía dar con tanta fuerza en aquel lado de la carretera cubierto por los arboles y la vegetación de la colina a tu derecha; y aún así tu chubasquero chorreaba con cada paso que dabas hacia el siniestro Rolls tratando de adivinar los motivos que lo habrían llevado a estar allí aparcado aquella noche en particular.

Ni un paso más. Te quedas inmóvil al percibir una silueta en el interior del coche. No se ve muy bien puesto que la lluvia empaña el cristal y hace reflejos engañosos, pero quieto casi encima de la canal de la cuneta agudizas la mirada. Efectivamente, te habías equivocado con el primer vistazo y si que había alguien dentro: una figura estática en el asiento del conductor, de pelo corto a juzgar por como se perfilaba su cabeza.

No alcanzas a distinguir más a no ser que decidas asomarte directamente frente el cristal.

- Por un pelo. Maldita sea, por un pelo.

Me quedo totalmente inmóvil, mirando hacia la silueta de dentro del coche, esperando a que haga algún movimiento. Echo un vistazo sin moverme del sitio a la matrícula del coche, por si puedo verla con la luz de los intermitentes, y luego vuelvo a fijarme en la silueta. Una de las muchas cosas que hacen bien los vampiros es quedarse quietos. Para estos menesteres, el que tu cuerpo no se canse tengas la postura que tengas es una gran ventaja. Aprovecho esta característica de mi actual anatomía para vigilar durante un rato a la silueta que hay dentro del coche. De vez en cuando miro también hacia el camino que sigue hacia el campo, para ver si veo a alguien o algo en esa dirección.

A los pocos minutos de estar allí en frente te percatas de que la figura se mueve eventualmente en el asiento del conductor, como manipulando algo entre sus manos que no alcanzas a ver.

No parece tener prisa alguna ni intenciones de moverse. Los alrededores están todo lo silenciosos que pueden estar bajo el temporal que cae. Se escuchan multitud de ruidos por la lluvia golpeando las hojas y el viento, y el olor a humedad lo empaña todo, por lo que es difícil saber verdaderamente si hay alguien o no en las cercanías.

El carril de la carretera que sube a la montaña (derecho mirando hacia la cima) es donde se encuentra aparcado el Rolls, mientras que el campo se encuentra al lado opuesto, junto al carril de bajada.

El campo es un solar amplio y aparentemente desierto que se puede ver perfectamente a través de la reja que lo separa de la intrusión de curiosos cuando uno pasa a su lado en coche por la carretera. La ya descrita reja que lo delimita se encuentra a menos de dos metros del arcén de la carretera. Por lo tanto a unos 10 metros de donde te encuentras ahora.

No te es complejo cruzar la carretera sin ser visto, en parte gracias a tus dotes de ocultación, pero también porque en ningún momento te sitúas en frente del coche, por lo que a no ser que el hombre que allí está sentado se voltee (por lo cual no debería tener ningún motivo), te encuentras siempre fuera de su rango de visión.

Des de la reja el campo no presenta ninguna perturbación; es un basto terreno de tierra con varias malas hierbas y arbustos aquí y allí. Las piedras no se pueden ver des de donde estás, quedan escondidas detrás de un leve desnivel, pero sabes perfectamente que están allí.

Si quisieras entrar en el descampado, deberías dirigirte a la parte de la reja que no está anclada en el cemento y abrir los dos candados que se esconden tras la vegetación para mover un poco la verja y meterte dentro.

- ¿Pero qué hace aquí? ¿Qué espera? ¿Será el chófer de alguien que ahora mismo está en el campo? Tengo que asomarme. - pienso después de un rato mirando al ocupante del Rolls, y me encamino hacia la verja, para comprobar que está cerrada con dos candados, que intento abrir.

Sigilosamente pasas al interior del campo. Te fijas en el suelo a tu alrededor, buscas algún signo de alguien hallanando tu santuario, pero la absoluta oscuridad te impide ver cualquier tipo de detalle que pudiera haber delatado ese tipo de cosas; quizás la linterna habría sido útil. Demasiado tarde, te pudo la precaución y quizás eso fue lo mejor.

Todo parece estar en calma allí adentro. Aparentemente no hay rastro de nadie más en estos momentos.

No puedes evitar contar los pasos mientras avanzas hacia el círculo de piedras e incluso te desvías un poco para conseguir detenerte en un buen número.

Bien bien, las piedras no se habían movido ni un centímetro. Todas en su exacta y precisa situación a una distancia perfecta las unas de las otras. Recordabas haberlas dejado así. Aquello te tranquiliza por unos momentos. Pero sigue habiendo tu presentimiento y el coche extraño.

- No puede ser...¡Pero si están en su sitio! ¡Las ocho!

Miro la bolsa de la cámara que llevo encima, y la saco, con la mosca detrás de la oreja. Tengo que ver las piedras a través del visor, a ver cómo se ven. Normalmente es al revés, cuando sólo hay 7 malditas piedras es cuando hay que verlas a través de algo, para fijarlas y que se convierten en 8 perfectas rocas. ¿Pero y si están bien y yo sigo sintiéndome mal?

- Esto no...no puede pasar...no entiendo nada. - pensaba mientras estaba oculto, bajo la fuerte lluvia y con la cámara en la mano. Un vistazo a través del visor y...nada. Todo bien. 8 piedras que cerraban el círculo sin fisuras. Y ahí seguía la maldita sensación.

Me doy la vuelta desde donde estoy, mirando en la dirección en la que dejé el Rolls. - Tiene que ser el coche. Tiene que ser el jodido coche el que esté creando el problema.

Guardé la cámara en la bolsa, y volví a comprobar que mis dos móviles estuvieran apagados. Tenía que hacer algo. Salí del campo sin esconderme, andando normal, cerré la verja con los dos candados, y con la mejor de mis sonrisas me acerqué a la ventana del conductor del Rolls, y golpeé suavemente la ventana con los nudillos.

- Perdone, ¿podría usar su teléfono móvil? Necesito hacer una llamada y el mío acaba de quedarse sin batería.