- Como les he dicho, los Krause se encuentran en un trance muy doloroso y no desean ser molestados hasta que consigan recomponerse, lo que pasará, muy posiblemente, meses después del entierro de difunto señor Krause.- Mientras decía esto, el mayordomo se asomó por encima de la borda del yate, con los brazos cargados con los tuppers con los que Bella y las otras le habían ido cargando, y soltó su carga sin mediar palabra, dejando que los manjares preparados por nuestra repostera favorita y sus amigas se convirtiesen en el nuevo foco de atención de las gaviotas que sobrevolaban a la Dama Regia. 

Andrew se iba a retirar sin decir nada más, esperando que las expertas hubiesen captado el mensaje (Muy especialmente que no tendría miramientos en mandarlas de una patada en el culo a recuperar sus tuppers), pero quiso la la suerte (?) que tras él asomase la señora del barco: alta y delgada como un hatillo de palos de escoba bajo un vestido que posiblemente era innecesariamente caro, de encaje negro con transparencias hábilmente disimuladas, puede que un poco osado para una viuda reciente, con rostro severo y ademanes nerviosos.

- Andrew ¿Qué diablos estás haciendo? Como si no tuviese suficiente con todo el estrés que la esta espera me está causando. ¿Ese no sería el cattering para esta noche ¿No?- Miraba incrédula a su asistente sin prestar mucha más atención a lo que realmente flotaba junto al yate.

- No sssssseñora Krause. En media hora bajaré a por las viandas que ha solicitado. Eso... Se me ha caído, eran unos paquetes que amablemente habían traído estas señoras que... Ya se retiraban.- El mayordomo fijó su mirada en los ojos de Bella, esperando que tras su teatral gesto, las señora supiesen que no eran bienvenidas (Por él), esperando que diesen media vuelta. Poco importaría a aquella gente cualquier número que pudiesen montar en unos momentos tan dolorosos.

- Diablos, Andrew, está claro que con la edad estás perdiendo reflejos, viejo zorro. Vete a preparar el comedor, por favor. Yo me necargo de... ¿Ustedes son?- Amanda Krause había logrado desembarazarse del mayordomo, que se alejaba, ligeramente azorado, hacia las entrañas de la nave.

—Somos representantes del comité de vecinos de Brindlewwod Bay señora Kraus ¿verdad? Yo soy Muriel. Muriel Lanterman— Muriel se adelantó sobrepasando al mayordomo a la vez que aprovechaba para atropellar sus impolutos zapatos de charol con las ruedas de su pipeta de oxigeno.

—Venimos por aquí para extenderle oficialmente las condolencias en nombre... de... .del.... aaaaaggggghhh ... del prueblo..... aaaaggghhh de .... Brindle..... aaaaggghhhhh Brin.... Agghhhh brindle woood— respirando cada vez peor Murtiel fingía tener uno de esos ataques respiratorios que la dejaban hecha polvo. O a lo mejor no lo fingía.

- Vaya... Señora... ¿Se encuentra usted bien?- Amanda se movió rauda hacia Muriel, tratando de asirla por el brazo y pasando un brazo a su espalda. - Pase, pase, por favor... Ustedes también, no dejen sola a... ¿Muriel Lenssman?- Emily miraba a la teatral experta, con cara de tratar de recordar si ya la podía haber visto alguna otra vez en el pueblo, no creía que pudiese haber visitado el yate con anterioridad. - Andrew, por favor.- Recriminó al mayordomo, quien se vio obligado a ayudar a Muriel, sirviendo también como punto de apoyo, mientras trataba de alcanzar el carrito de oxígeno de la resollante entrometida. 

Muriel fue la primera en acceder oficialmente a la Dama Regia, seguida por su carrito y sus tres compañeras. La señora Karuse la hizo caminar un poco aceleradamente hacia su interior, donde alcanzaron una estancia en la que una joven morena, de gafas de pasta negra, luchaba furibunda contra el teclado y el ratón de un ordenador portátil, sin apartar la vista del monitor aun quedando claro que había escuchado perfectamente cómo su estudio había sido invadido.

Amanda depositó a Muriel en la silla más cercana y se giró, irritada, hacia la joven. - Emily ¿Podrías ponerle un vaso de agua a la señora Lenssman por favor?

- Lo haría... Si me quedase agua.- Comentó Emily, la pequeña de los Krause, a su madre, levantando una jarra transparente de agua, claramente vacía, sin dar muestras de que fuese a levantarse para rellenarla hasta que su madre la miró furibunda. - Estoy muy liada ¿Vale? Es una conversación importante.

Terminó siendo Andrew quien se retiró con la jarra hacia las entrañas del yate, en busca de un vaso limpio y agua.

- Oh, Muriel, sabes que necesitas descansar cada poco- dijo Agatha entrando en el yate, acompañando a Muriel hasta un sillón, sin esperar a que se les ofreciera asiento.

- Mi más sentido pésame, señora y señorita Krause. El pueblo está conmocionado con la noticia- iba diciendo según iba mirando disimuladamente a su alrededor, especialmente a la conversación en el ordenador que estaba teniendo la joven a la que veía bastante alterada. Aunque ya tenía sus años, su vista no dejaba de ser buena... alguna cosa podría llegar a leer...

-Tú descansa tranquila ahí sentada, cariño-le dijo Bella a Muriel, mientras le frotaba la espalda. Y de paso, aprovechaba para echarle un vistazo a la habitación. Todo era casi como lo había visto en la revista. Suelos de maderas nobles. Alfombras que parecían de las buenas. Arte en paredes y estanterías. Bella podría haber pagado su casa con un par de los cuadros. En cambio, ellos estaban usando como plato de caramelos lo que según la revista era un antiguo plato de cerámica de la dinastía Song que costaba varios millones de dólares.

Se volvió hacia la señora Krause.

-Nuestras condolencias, señora Krause. Como le ha dicho Agatha, se las estamos dando en nombre de todo el pueblo. Estoy segura de que ya sabe el cariño que sienten por ustedes en Brindlewood Bay. Ya sé que sólo vienen en verano, pero todos los sentimos como vecinos nuestros y el pueblo entero está de luto por lo que ha pasado.

Agatha no entendía muy bien qué estaba viendo en la pantalla, pero algo terminó por hacerle tilín: era algún tipo de mensaje cifrado mediante números y letras que podían parecer azarosos en un primer momento, pero Ema presionó la tecla enter de su ordenador y un cursor blanco comenzó a cruzar aquel galimatías, traduciéndolo a medida que avanzaba. Por desgracia, la pequeña de los Krause podía tener problemas de vista, según indicaban sus gafas de pasta de cristal grueso, pero tenía un ojo muy sensible en el cogote y terminó por cerrar el portátil al notar en los pelillos de la nuca que alguien la estaba observando.

- ¿Le importa?- Se giró hacia Agatha, mirándola inqusitivamente, antes de volver a separar la pantalla del dispositivo, pero cerrando la ventana que tenía abierta rápidamente.

Aun así, Agatha había conseguido leer las siguientes líneas muy claramente:  

8/1/2021
No puedo soportarlo más.

En la cabecera de esas líneas se leía un código numérico que con toda seguridad hacía referencia a la terminal de ordenador que la joven estaba desencriptando.

Cuando la joven cerró su ordenador, Agatha intentó disimular paseando su vista por la habitación. No pudo evitar reparar en que en una zona en la que el techo era acristalado, permitiendo ver el cielo y entrar la luz natural. El tragaluz estaba enmarcado por un ancho ribete dorado simulando dos cabos marineros , sujeto por sus un lado  por una sirena de exhuberantes pechos y por otro lado por una figura Neptuno que bien podría servir de imagen al anuncio de un gimnasio.

- Oh, bonito tragaluz- dijo intentado simular que su atención había estado en todo momento en ese cristal del techo y aquel espanto que lo rodeaba- Da una luz magnífica a la estancia. 

- Si tan solo pudiese encontrar una galería con la mitad de luz en Boston.- Respondió inesperadamente alguien a Agatha: un joven de cabello oscuro, revuelto, y unas aceradas gafas que reflejaban los rayos procedentes de las alturas. David Krause, el único hijo varón de la familia, había entrado con paso decidido en la estancia, sin prestar la más mínima atención a la comitiva de investigadoras. Caminó hasta una mesa supletoria junto a la que usaba su hermana, a la que dio una ligera colleja, tomó de un frutero una manzana y sin decir nada más, paso de largo, dejando a su madre con la palabra en la boca mientras tomaba una toalla de un armario empotrado antes de subir por una escalera a la cubierta superior del yate, dando un mordisco a su captura antes de percibir que se trataba de una reproducción de cera, arrojándola de vuelta escaleras abajo. 

Fue su madre, Amanda, la que se tuvo que agachar con un suspiro a recuperar aquella pieza decorativa, que volvió a dejar en el frutero, dejando bien a la vista la zona en la que destacaban las marcas de los dientes de su distraído hijo.

Muriel se encontraba en su salsa haciendo el papel de pobre ancianita que se ha quedado sin aliento. Sobre todo por que realmente era anciana decrepita que se había quedado sin aliento. Ajustó el flujo de oxigeno de su pipeta y empezó a normalizar la respiración tratando de aguantar el uso del ventolin. Aún así su estado no le impidió darse cuenta de la mirada que Bella le echo a la cerámica. 

—Perdona querida...— continuó dirigiéndose a su anfitriona —¿Tenéis algo pensado ahora? ¿sabíais la voluntad de vuestro difunto marido?

-Niños, ¿verdad?-Dijo, Bella, tras la aparición (y desaparición) de David, con la expresión de la abuela que acaba de ver a su nieto haciendo alguna pillería por la que debería regañarle, pero por la que no puede evitar reírse. Luego escuchó la pregunta de Muriel y asintió, con un suspiro-. Tienes razón Muriel, espero que lo sepan. Los testamentos siempre hacen las cosas más fáciles. Cuando enterré a mi primer marido...Bueno, eramos unos niños, y tampoco había mucho que repartir. Y cuando enterré al segundo, sólo teníamos una hija, pero tuve algunas discusiones con su familia por ciertas cosas. Y luego estaba mi Mary. Le puedo decir que los artistas son de lo peor para pensar en el futuro. Ahí ya me dí por vencida. Por suerte, con el tercero, ya lo teníamos todo atado cuando murió. Y aún así, fue dificil repartir sus objetos entre mis hijos. Todos querían las cosas que les recordaban a su padre, pero no se puede repartir una pipa o un reloj entre tres.-Bella agitó tristemente la cabeza, pensando en todas las complicaciones burocráticas que traía la muerte- Yo pongo mi testamento al día siempre que hay algo que pueda cambiar. Que no es mucho, claro. Pero teniendo el señor Krause, Que En Paz Descanse, tanto gusto para su colección de arte y habiéndola cultivado durante años, imagino que habrá muchas piezas que tendrán valor sentimental para todos los miembros de la familia y les será complicado poder decidir quien se queda con cada cosa si el señor Krause, Que En Paz Descanse, no dictó voluntad. Bueno, yo de esto no entiendo mucho, pero el Señor Thomas es aficionado a las antigüedades chinas y siempre habla de lo mucho que admira la colección de su difunto marido, Que En Paz Descanse, y cómo era un auténtico entendido. Puede hablar y hablar de todas las cosas que tiene. Su porcelana Song.-dijo señalando el plato sobre la mesa-. Las figuras de marfil de los emperadores.-Señaló algunas de las figuras en la estantería-Y el...-Bella empezó a señalar el lugar donde estaba el jarrón que habían visto en la revista, y que ahora estaba vacío.-Ah, veo que ya han puesto el jarrón "Luoxuan" en otro lugar. Imagino que una pieza tan frágil y valiosa, prefirieron ponerla donde estuviera menos en el medio, no fuera que se tropezaran.

Amanda Krause se mostró un poco sobrepasada por el lanzamiento y derribo de aquellas dos desconocidas. En primer lugar trató de contestar a Muriel peor se preguntó mentalmente por qué debía de entrar en unos detalles tan personales con aquella criatura más muerta que viva.

- Mire, los... Planes de Albert solo los conoce su abogado...- Mintió, palideciendo, antes de volver al ruedo tratando de desviar la conversación. - Lo cierto es que yo estoy hasta los topes organizando el cuarto baile benéfico para los Warriors, un grupo de supervivientes de cáncer testicular, y Albert tiene que morir justo ahora, cualquier cosa con tal de no ayudarme ¿Saben?- Es entonces cuanto una furtiva lágrima, pero parecía que era más por ella y sus circunstancias que por la suerte del señor Karuse. - Oh, el jarrón Luxán. Si, bueno, hubo un... pequeño percance con él, pero Andrew se está encargando de ello.

Justo cuando terminó de hablar y se limpiaba una minúscula marca de rimel de la mejilla con una servilleta, todos los presentes repararon en que otra persona había llegado silenciosamente a la sala. Aquella figura si que rompió a llorar ante los comentarios de Amanda.

- Madre ¿Cómo puedes ser tan jodidamente insensible... Albert... Pap.. Papá ha muerto... HA MUERTO... QUE LE DEN A TUS SUPERVIVIENTES DEL uh... buh... DEL CÁNCER TESTICULAR.- Sara Krause salió a la carrera de vuelta a la cubierta del yate, por donde había venido.

- Oh, pobrecita, se ve que ha sentido mucho la pérdida de su padre...- dijo Agatha en tono meloso, mirando a unos y otros, por si atisbaba algún gesto revelador en alguno de los presentes.

La experta no había pasado por alto la forma de Sara de referirse al señor Krause como "Albert" en un primer momento, para después corregirse y llamarlo "papá". Si alguno de los retoños Krause "no había salido de los huevos" del Albert Krause, bien podría ser Sara, aunque... ¿ es posible que ella lo supiera? 

- Y... ¿ qué le pasó al jarrón?- soltó la vieja cartera a bocajarro, mirando inquisitivamente a Amanda. La estrategia de la experta, generalmente consistía más obtener respuestas al analizar las reacciones de sus "sospechosos" que en esperar obtener respuestas verdaderas a sus preguntas.