Desconfiado como buen castellano que se precie, miro con inquietud la escena que se presenta ante mi, los indigenas regalando oro.- Hay algo que no cuadra, no me creo que nadie regale nada tan facil. A lo mejor no es oro, es el falso oro ese que hablan que hay en estas tierras, o a lo mejor quieren que vayamos con ellos y que les sirvamos de almuerzo. Ummm... esto no me gusta.- Pienso.
Con la boca abierta ante la dorada visión te susurra
- ¿estáis seguro de que dicen eso ? ¡ un templo lleno de oro ! pardiez que volvemos riquísimos... tal vez lo mejor sea llevar pocos hombres en una pequeña expedición.
También susurra.
- De pequeña expedición nada. No perderé hombres en esa selva atestada de salvajes, quién sabe qué peligros nos deparará el templo. Llevaremos el grueso del ejército. De eso estoy seguro. No me fío de nada, sólo dejaremos una pequeña guarnición en el barco.
Véis como Queitano , Pizarro y Almagro hablan entre ellos en susurros.
....como deseen mis se..señores, pu..pues mi deber es sólo informarles, aunque re..repito que parecen temer lo qu..que allí dentro mora....
Escuché la palabras de Claudio. Dudé.
Claudio, ¿y un par de indígenas se arriesgarían a traer un falso presente a un líder rodeado de una expedición armada? No sabemos sus intenciones, pero apuesto a que ese oro es tan cierto y en tan bruta calidad como que hemos superado una tormenta endiablada.
Heriberto no alcanzaba a ver la magnitud del valor de aquella pieza tan suculenta traída por los indios, ya que apenas había habido valores materiales en su vida, y de tan gran cantidad. Intenté escuchar, además, sin moverme de mi sitio, aquello de lo que hablaban los tres, que nos dejaban en ascuas. Sin embargo, nada pude oir.
Motivo: Escuchar
Tirada: 1d100
Dificultad: 20-
Resultado: 64 (Fracaso)
Tras ofrecer los regalos a Pizarro, éste saca de su cinturón una daga de buena presencia y mejor acero y se la ofrece a los dos indios en señal de amistad, los dos indios parecen no saber lo qué es la daga, y uno de ellos pasa el dedo por el filo y al cortarse lanza un chillido agudo de sorpresa. Parece como si no conocieran el metal...
Tras ésto, los indios hacen gestos tan claros que no hace falta ser muy listo para darse cuenta de que pretenden que les acompañéis ... seguramente a su casa o su pueblo o su ciudad o donde Dios quiera que vivan estos salvajes. Pizarro y Almagro se miran cómplicemente y asienten a los indios, les hacen gestos para que esperen mientras departen entre ellos entre susurros.
Tras intercambiar varias frases Pizarro se dirige a todos vosotros,
Levantando los brazos
- ¡ Preparad vuestros equipos ! - señala a los indios - vamos a seguir a estos indios selva adentro. Pere tú y diez hombres quedáos aquí. El resto nos vamos en seguida.- dice zanjando el tema.
Rápidamente me acerqué a Pere, cuando lo vi "pululando" por alli.
Saludos capitán -le dije. Como ve Pizarro necesita hombres para esta marcha... pero yo necesito mi lanza que alguien me la robó, jeje -esperaba hacer una pequeña gracia con el incidente del felino. Bueno, señor, de parte de don Diego, ofreciéndole toda mi gratitud al igual que esta expedición, necesito que me "rearme". El maestro escriba Queitano también está al tanto. Si vos podéis ofrecerme un escudo y una espada agradecido queda. A lo sumo, una ballesta, que también soy preciso con tal cuestión.
Heriberto cruza corriendo por mi lado y se para a hablar con Pere. Yo por mi parte voy armado con mi ballesta y mi hacha, y me dirijo cojeando hacia Pizarro para partir con él.
me acerco a por el burro que en esta expedición había traído, y en los zurrones pongo mis útiles de trabajo, una hogaza de pan seco y algo de comida macerada y con una daga en mi faldón listo y presto estoy para la salida.
A todas luces al hombre no le hacía ninguna gracia hacer un favor a aquel hombre de antepasados oscuros pero al escuchar el nombre de Don Diego no pudo evitar dar su brazo a torcer
- Creo que han quedado armas sin dueño tras el naufragio, veré que puedo conseguirte. Quédate ahí y no te muevas - dice categórico.
Se acerca a uno de sus subordinados y empieza a darle órdenes a voces, el hombre en cuestión corre de aquí para allá hablando con terceros.
Pere está de un humor de perros por tener que permanecer en la playa,este hombre será un déspota, pero nadie podrá decir que es un cobarde.
Mientras Queitano y Claudio preparan sus enseres y pertrechos, un hombre se acerca a Heriberto y tiende una ballesta con un carcaj con virotes y una espada en no muy buenas condiciones - no hemos encontrado ningún escudo, tendrás que apañarte con ésto - dice el hombre
al coger la espada te das cuenta de que con ella no podrías ni cortar ramas, pues la hoja está mellada y la empuñadura de cuero huele apestosamente y parece corroída.
Tras algo menos de una hora, todos los hombres están preparados, algo más de cincuenta en total, armados con arcabuces, espadas, rodelas, hachas, lanzas, picas...
A todas luces estos hombres serían insignificantes en cualquier país civilizado y no podría denominárseles ejército, pero en estas tierras... ¿quién sabe?
Además los hombres lucen en sus miradas una determinación nunca antes vista, sin duda motivada por la dorada visión.
Pizarro da la orden de partir y el pequeño contingente se pone en marcha, internándose en la espesura de la selva.
Heriberto anótate
Espada Normal
Ballesta y 9 virotes.
Escena cerrada, cambio de escena.