—No se equivoca. Sospecho que lo quemó el propio Ambroise antes de suicidarse, aunque no tengo ninguna prueba que lo sustente. Cuando vi los restos chamuscados, los reconocí al instante. No me atreví ni a tocarlos. Y si no sabe por qué alguien quemaría ese libro, es porque todavía no sospechan cual es la magnitud del asunto.
Los presentes habrían jurado que la imponente silueta del inspector tembló de arriba a bajo antes de volver a abrir la boca.
—Supongo que ya habrán oído hablar de un libro llamado El rey de amarillo, ¿no?
Esperé unos días para ver si se animaba alguien más a preguntar, pero vamos moviendo esto.
Aquí os dejo libertad total para interpretarlo como queráis. En los relatos de Robert W. Chambers, El rey de amarillo es relativamente conocido. Es como una leyenda urbana sobre la que corren todo tipo de rumores. Vosotros podéis conocerlo o no, puede que os suene, o que incluso conozcáis a alguien que asegura haberlo leído. Lo que sí voy a prohibir —por motivos de la trama, a menos que alguien lo argumente y justifique muy bien— es que cualquiera de vosotros lo haya leído previamente. Como mucho, puedo dejaros haberlo "ojeado" muy por encima.
Antanas ya no hacía caso de los desvaríos de Tanka, o de las quejas de Pointcarde. Curiosamente el profesor Desmond, que en un principio era el que parecía una persona más perdida era quien mejor sobrellevaba la situación. Y ahora aparecía este inspector...
—¿El libro que se menciona en el relato de Chambers es real? Entonces sería cualquier cosa menos sensato leerlo.
Lo dijo medio en serio, medio en broma. Era obvio que conocía la obra de Chambers, un escritor Neoyorquino, pero siempre creyó que el libro maldito que el protagonista de la obra encontraba era solamente un recurso literario, que nunca había existido.
—Esas palabras que recitas, creo que las he oído en alguna parte… ¡Sí! ¡Lo recuerdo! Fue en sueños, antes de la muerte de Ambroise. Poco después de leer ese condenado libro.
—Claro que sí!!, Por supuesto que....que..... la reconoce y que las recuerda. Todos somos parte de un como se dice....¿sistema?..no... rama..... granja...sí, ¡¡engranaje!! de una maquinaria compleja. Todos somos actores en esta obra, todos somos peones en la partida de damas más oscura y terrible jamás jugada. Pero dígame algo , LeGrille. ¿Qué más recuerda de ese sueño?...espera.. ¿Damas? no...era...¡¡Ajedrez!! A menudo nos preguntamos si lo que vemos es real, pero después de lo que acabo de presenciar me temo que es todo mucho más tangible, terrible y verdadero de lo que estamos dispuestos a creer, o permitir....nuestra mente es tan...delicada. Estoy seguro de que mis palabras...esas conjuraciones han despertado algo en usted, una...cosa..un...cierto...eso...¡¡ya sabe!!, aunque sea solamente interés por llegar al final del asunto. Desconozco al autor del libro que menciona, y desconozco aún más su compendio de obras, pero sospecho que los tratados de los que haya escrito estarán relacionados con el problema que nos acaece. ¡¡¡Camille está en peligro!!! Y yo .....yo...¡¡¡hice una promesa!!! que espero ser capaz de cumplir antes de....de....el terrible final que espero no se cumpla.
- ¡Tenga cuidado con lo que dice, Inspector! ¡No es sensato hablar de un relato maldito!
Tristán mostró una mueca de desaprobación ante lo dicho por LeGrille. Todo aquel relato de quemas de libros y reyes amarillos hacía que al subastador, hombre supersticioso a la vez que profundamente católico, se le removieran las tripas. Tuvo que persignarse un par de veces antes de poder hablar de aquel tema nuevamente.
- ¿Realmente estas son las cosas a las que nos estamos enfrentando? ¡Dicen que los que leen el relato completo caen en la más completa locura! ¡Esas maldiciones son lo más pagano que he escuchado en mi vida!
Nuevamente se persigna, aunque ya lo hacía tan mecánicamente que parecía un espasmo del brazo.
Como diría el padre Regnard, es un libro pecaminoso, pero mayor pecado se cometió al imbuir tanta decadencia y cautivadora fascinación entre sus páginas. Un anciano profesor, al que sustituí al entrar en la universidad, me habló del libro y de lo mucho que había influido en su vida la tragedia de la familia real de la que se habla en sus páginas. Otros profesores bromeaban una vez se hubo marchado para no volver. Creo que su obsesión con el libro fue el motivo de su sustitución. No comprendo cómo una editorial pudo llegar jamás a publicar semejante obra. Una lectura tan persuasiva sería imposible de resistir.
Un brillo curioso en la mirada de Desmond evidenciaba que el libro le suscitaba un interés casi malsano, como casi cualquier otra cosa peligrosa con la que se cruzase.
¿Lo ha leído usted, inspector?
Antanas se giró, sin decir nada pero antento, esperando la respuesta del inspector. Si había leído la obra, era claro que estaba ante otro loco. ¿Qué contestaría?
El inspector asintió lentamente.
—Ambroise, Camille y yo. La curiosidad morbosa nos impidió ser tan sensatos como usted, señor Vytauras. Recuerdo cómo lo leímos por turnos en su estudio, borrachos. Ellos ansiosos por experimentar algo nuevo y chocante. Yo, más escéptico, solo quería desmentir los rumores. Ella fue la última en leer. Declamó el segundo acto del tirón. Pero lo curioso es que, a pesar de poder evocar con claridad su voz, no logro recordar ni una sola estrofa.
Parecía algo nervioso al tratar de recordarlo. Volvió a apoyarse en el marco de la puerta, luchando contra el impulso de servirse una copa de alguna de las botellas que todavía quedaban intactas en el despacho.
—Lo lamento, señor Poincarde, pero el libro es importante. Ambroise se obsesionó con su historia. Después de leerlo se encerró en su estudio durante semanas, saliendo solo a ese antro en el barrio de Montparnasse. Es bien sabido que no es más que un sucio fumadero.
- No es solo un sucio fumadero, inspector.
El profesor adquiere un semblante grave y se aparta del centro de la habitación, huyendo de proscenio.
- Hay algo más. Alguien me habló en susurros, sin hablarme en realidad. La muchacha que toca el instrumento de cuerda. Me dijo que ese lugar estaba protegido. El profesor se apoya sobre el mobiliario y mira al suelo, dejando un par de segundos de pausa antes de dirigirse de nuevo al inspector. - Se protegen de alguien llamado "Dentpourrie". ¿Le suena, inspector?
Desmond recorre la habitación con la mirada, asintiendo hacia sus compañeros. Seguro que recuerdan la nota en casa de Allamand.
—¿Dentpourrie? Pues claro, es un vagabundo. Creo que es el que le pasó esa mierda amarilla a Ambroise. Un pobre diablo, sin duda. Cuando Ambroise empezó a tomarla me dijo que había logrado visitar Carcosa y toda clase de sandeces.
LeGrille sacó una libreta de su gabardina. Parecía buscar una página en concreto.
—¡Aquí está! Según decía, la "miel de Delfos" le permitía "trascender las barreras del espacio y el tiempo para conocer a los mismísimos dioses". También que el Rey de amarillo hablaba a través del tal Dentpourrie. Al principio no le hice caso, e incluso llegué a alejarme de ellos por un tiempo. Ya tenía bastante con las pesadillas que me estaba causando el libro, ¿saben?
—Ahora, sin embargo, todo es distinto. He repasado todo lo que me dijo Ambroise antes de morir. ¡E incluso tengo al desgraciado de Toulouse reuniendo información de Dentpourrie! Vosotros ya conocisteis a Toulouse. El señor Tanka, aquí presente y perjudicado, le hizo pegarse una buena carrerita.
»Pero si dices que el Tse Yang tiene algo que ver, quizá valga la pena echarle otro vistazo.
Tristàn intentaba diferenciarse de todo lo que tuviera que ver con las maldiciones y los textos que "hacían viajar a la gente". Esa parte de la aventura no le interesaba. Le molestaba, realmente., Chocaba contra muchas de sus creencias. Sin embargo, estuvo atento a la conversación cuando se hablo sobre el Tse Yang como un posible próximo destino.
- ¿Entonces volveremos a aquel bar turco? El olor era medio extraño, pero parecía un lugar con gente muy misteriosa... si hay alguien que debe saber de estas cosas raras, debe estar ahí. Incluso un camarero del lugar me había dicho que los artistas que frecuentaban ese lugar solían hablar con la dueña. Una tal Madame Yao... Ambroise solía hablar con ella por negocios y otras cosas que el camarero no pudo especificar. Tal vez porque no sabe o porque no le dí más que un franco...
El subastador se rascaba la calva pensando en si la información que había recogido en aquel bar de mala muerte realmente podía tener injerencia e la investigación y si realmente esta Madame jugaba algún rol importante en su investigación. Parecía demasiado extraño para ser verdad. Pero uno no podría estar seguro de estas cuestiones a menos que las revisara por si mismo.
Era creer o reventar. Y a Tristán le gustaba estar entero.
Rascandose la cabeza y tratando de colocar alguno de los miles de pensamientos que le venían a su mente en su sitio, Tanka se acercó a Legrille.
—Eso, es, es.....es lo que llevo un rato....un instante o un lugar entero trantando de decir. Ambroise me lo contó, con imagenes y algún sonido....la miel...la cosa esa...la ....amarilla, es cierto...permite viajar, yo lo hice y le hice una promesa....a ¡¡¡Camille!!!! y otra a ¡¡¡Ambroise!!!. Es mágico, pero a la vez real, es un sitio y una secta a la vez. Si, eso es....sí, se que me tratarán de loco....pero los locos a menudo no dicen falsas acusaciones ni medias verdades.......¡¡¡Falacias?!!! No.....no me sale.....Aseveraciones....sí, eso es. Asevero que lo que dice el sabueso es real.....y....es....factible.....y.....las palabras.....otra vez.....debo...sentarme...—
Nadie sería nunca testigo de la batalla interior que se estaba librando en la mente de Tanka, que poco a poco parecía estar perdiendo todo uso de razón y que además no tenía pinta de que fuera a ganar esa contienda.
El padre Regnard se había mantenido en silencio sepulcral todo ese tiempo, notaba que había fuerzas ocultas que se escapaban a su conocimiento y cada vez estaba más convencido de que todo aquello era obra del Maligno. Había intentado cuidar de Gaiscogne tendido en el suelo e inconsciente durante aquel tiempo, hasta que la llegada del inspector alteró la situación. Ahora hablaban de un libro extraño, que por lo que se podía deducir de las palabras de Desmond debía haber sido escrito por el propio Lucifer. El padre buscó su biblia en el bolsillo de su abrigo y la aferró con fuerza como si aquel libro pudiera contrarrestar el mal que intuía se escondía en aquella otra obra.
Cuando mencionaron que debían volver al Tse Yang a continuar sus pesquisas se santiguó rápidamente y hizo una mueca con la cara. -Sabía que aquel antro de perversión era el origen de todo este mal. - Comentó recordando las palabras que el mismo había pronunciado justo antes de entrar a aquel supuesto salón de té.
Vio que Tanka, que parecía más allá que aquí, se mareaba y le ofreció una silla. Después posó su mano sobre su hombro para tratar de darle algo de paz a aquel hombre tan perturbado por los últimos acontecimientos vividos.
Ahora lo sensato sería volver al hotel y descansar, tratar de olvidar todo este asunto, pero sabía que no podría. Aunque bizarra, la situación era extrañamente estimulante. Ni siquiera había tenido tiempo de aburrirse.
—Nos estamos jugando un navajazo o algo peor al volver a ese lugar, pero si no queda otra opción...
Propongo que nos preparemos debidamente antes de volver allí.
El profesor tenía un concepto de preparación bastante particular que consistía básicamente en empacar su revólver y beber hasta que las orejas se le pusiesen un poco rojas.
Tanka una vez sentado e intentado ser apaciguado por el Padre, que hasta ahora se había sumido en un preocupante silencio, parece que empeiza a retomar el control de su mente. Por fín y tras una tras una terrible lucha interior en el que los pensamientos viajaban más rápido que su capacidad de raciocinio, Tanka respira hondo. Se queda bastante engatusado viendo cómo el muñón de su mano parece palpitar con cada latido del corazón. Al haber quemado prácticamente todas sus terminaciones nerviosas junto con tendones y resto de carne y músculo, no terminaba de sentir demasiado dolor.
—Monsieur Desmond. Puede que no sea de mucha ayuda, pero pueden contar con....con....yo, mi persona....capaz de asimilar.....lo que está pero no, ya me entiende. Dejarme de lado sería....algo...¿como es la palabra?...perspicaz....no, ¿llamativo?...me temo que no. Sería....sería....no conveniente. Eso es. Si alguien encuentra un sinónimo mejor, que me lo recuerde si son tan amables. Además, por muy....eh...peligroso, sí, que sea el lugar, el asiatico, ¿mongol?, el bar, me vendrá bien una copa para....ya saben.....pasar el mal trago de....esto...la....cosa. Si, la cosa de mi brazo. Ya saben, donde hay....había dedos y uñas.—
Tanka parece más motivado que nunca y sobre todo decidido.
—Pues entonces no hay más que hablar. Preparen lo que necesiten y nos vemos en una hora en el Tse Yang. Llamaré a Gaspar para que se encargue de este merluzo de Gascoigne, y que se lo lleve al hospital o a donde sea.
El inspector miró de reojo a Tanka y a Vytauras.
—Señor Tanka, no le veo en condiciones de resolver nada en su estado. Procure relajarse antes de reunirse con nosotros. Beba algo, fúmese algo… me trae sin cuidado. Y usted, señor Vytauras, si considera que todo este asunto es demasiado arriesgado para usted, puede rajarse. Pero si decide unirse a nosotros, le sugiero que se prepare bien para lo que pueda ocurrir.
»¿Está todo dicho, entonces? ¿Alguien quiere añadir algo?
Tristán comprendía el peligro que significaba volver a ese lugar. Si bien él había intentado no levantar demasiadas sospechas, sus caras ya eran conocidas en aquel antro y regresar allí podría ponerlos en una mira negativa. Aunque poco preocupaba lo que pudieran hacer los matones de aquel lugar en comparación con el gran esquema de las cosas: aquel grupo de "deseseperados románticos" (como a Tristán le gustaba considerarlos) se estaban enfrentando a cosas que superaban su comprensión y derivaban en la locura o en el paganismo.
Cosas a las cuales el subastador no le gustaría encontrar. Más el deseo de encontrar a Camille era irritantemente pertinente. Como si se fuera a producir un vacío en él si dejaba la investigación. Un vacío más grande del que le había dejado su difunta esposa Rose.
- Nada más... que agregar. Vayamos al Tse Yang...
Ese inspector engreído y sabelotodo no le cayó bien desde el primer momento. En parte porque fingía ser algo que no era, ya que hace mucho tiempo que lo habían alejado del caso, y en parte porque trataba de usar su posición, que no era tal, para intimidarlos.
—No se confunda conmigo, inspector, no soy un pusilánime. —Dino Antanas, abriéndose la chaqueta y revelando una pistolera. Es solo que a diferencia de algunas personas no me gusta jugar con cosas que apenas comprendo. No es cobardía, es solo buen juicio. Nada de esto me interesaba hace dos semanas.
-Sosiego, muchachos. - Intervino al ver el cruce de palabras entre Antanas y el inspector. -El Enemigo quiere que nos peleemos, vernos a unos contra otros le hará más fuerte.
El Padre Mathieu continuaba con una mano sobre el hombro de Tanka para transmitirle algo de sosiego a aquel pobre hombre perturbado. Con la mano que le quedaba libre tomó de pronto a Tristán de la mano y alzó la vista hacia el inspector LeGrille, que había abierto el diálogo al resto para ver si alguien tenía algo que añadir a la conversación.
-Yo sí tengo algo que añadir, -Declaró el padre sin soltar el hombro de Tanka ni la mano de Tristán. -Tomémonos de la mano y recemos para suplicarle al Todopoderoso su protección. Si vamos a enfrentar los terribles peligros que el Maligno nos ha colocado en ese antro de mala muerte, que sospecho que es una de sus moradas, necesitaremos contar con toda la ayuda posible.
Despegó la mano del hombro de Tanka e hizo un gesto a aquellos que consideró más reticentes a su propuesta, especialmente a Desmond, a quien invitó a colocarse junto al marchante de arte y tomar su mano buena. El gesto serio y la mirada del Padre Regnard daban a entender que aquello no era ni negociable ni opcional. Como si estuviese dirigiendo la catequesis de una muchachada, el padre comenzó a recitar esperando que el resto le siguiera.
-Padre nuestro que estás en los cielos...
Desde el otro lado de la calle, el viejo Gaspar vio como parpadeaba una luz cerca de la galería. Era la señal que había pactado con LeGrille. El guardia de seguridad se detuvo unos segundos para disfrutar del momento, de la tensión. Era como en los viejos tiempos. No aprobaba los métodos del inspector, y en general le parecía un tipo algo excéntrico.
Hace años, LeGrille era un hombre mucho más jovial. Tenía esposa, un gato persa monísimo y un olfato de sabueso que le convertía en uno de los mejores miembros del cuerpo. No obstante, tras el fallecimiento de Dora, LeGrille se volió mucho más irritable. Pasó a referirse a su mascota simplemente como "Gato", la cual empezó a adquirir un carácter tan agrio como el de su dueño. Y luego llegaron las malas compañías.
No era extraño que se relacionase con criminales de poca monta o con mendigos para obtener contactos. Había adquirido un equipo tan fiel, que ya casi se parecían a sus propios irregulares de Baker Street —pero bastante más entrados en años y apestando a vino barato—. Lo peor, sin embargo, fueron los artistas. Para Gaspar fue toda una sorpresa descubrir que LeGrille y Gascoigne tuviesen amistades en común. Ahora, para más inri, compartían una obsesión.
* * *
Cuando entró en la galería y vio los cristales rotos, se temió lo peor. Por suerte, el pánico no duró mucho cuando el curioso grupo de investigadores salió a aclarar lo sucedido y a ayudarle con el cuerpo de Gascoigne. Otro desmayo, vaya por Dios, pensó. Todo por ese maldito hidromiel que toma.
Gaspar se acomodó en el asiento del conductor y miró por el retrovisor al pobre Gerard. Rumbo al hospital, supongo.