—¿C-Camille? —preguntó, ruborizándose todavía más de lo que ya estaba—. Yo… Yo procuré seguir mi intuición, ¿saben? Algo me dijo que podría encontrar algo sobre ella en los barrios más oscuros de la ciudad de las luces.
El coleccionista se rascó la cabeza. Todavía parecía algo confuso, y era evidente que trataba de recordar algo importante que se le escapaba. Patrick le interrumpió con una acertada pregunta:
—Monsieur D'Alembert , disculpe que le importunemos con tantas preguntas, pero es necesario que entienda que su situación era cuánto menos extraña, aunque podría decirse que la nuestra, viendo cómo hemos llegado a encontrarlo a usted, tampoco es que sea de lo más habitual. Si no le importa que le haga una pregunta más, de carácter extraño,¿ por casualidad no habrá sido usted vigilado por digamos, un sin techo o un mendigo verdad?—
—¿Un mendigo? ¡Ah! ¡Ustedes se refieren a Dentpourrie!
A lo mejor es tontería, pero por preguntar no se pierde nada. Está bajo los efectos del opio? O sea, estaba allí consumiendo, o está bajo la influencia farmacológica de otra sustancia?
¡Una muy buena pregunta!
Lo habitual es que lo consumidores de opio experimenten una sensación de placidez y relajación cuando comienza a hacerles efecto el narcótico. D'Alembert actúa de un modo confuso, como si hubiese despertado de un largo suelo (cosa que encajaría con la droga), pero también temblequea y reacciona como si estuviese nervioso. Es posible que el efecto se le haya pasado de golpe, pero no deja de resultar extraño.
Una sonrisa se dibuja en el rostro del camarero cuando el franco y se apresura a guardárselo en uno de los bolsillos de su chaleco. Antes de empezar a hablar, se inclina hacia Tristán.
—Le he visto entrar en el despacho de Madame Yao, pero no sé por qué. A veces, algunos clientes suelen tener permiso para visitarla. Yo solo sé que es por negocios. Si, te sirve de algo más, alguna vez lo he visto hablar con un extraño vagabundo que frecuentaba los callejones del barrio. Creo que se hacía llamar Muelarota o algo así.
Acabo de quitarte un punto de Crédito, Tristán. Te explico: el camarero parece confiar en ti debido a tu comportamiento. Le resulta obvio que no eres un policía ni nadie que busque gresca o que pueda enmarronarle (hablando en plata). Es por ello que te ha confiado esta información.
La cosa es que el Crédito habla de tu reconocimiento. También influye el hecho de que pareces bastante desubicado en este local y estás acompañado por un sacerdote.
Tristán escucha con la oreja bien atenta todo lo que le decía el servicial camarero; con una sonrisa cómplice en su rostro (como si de robar un caramelo se tratase el asunto). Luego de obtener la información, se gira alegre hacía el Padre Regnard.
- Madame Yao... ¿escucho eso, padre? Debe ser la esposa del dueño de este peculiar antro... propongo que usted vaya a hablar con el vagabundo Rompemuelas y yo con esa mujer. Después de todo, parece que soy bueno dando primeras impresiones... y todavía no me han visto hablar con las damas...
El subastador, analizando lo que dijo, se ruboriza un poco ante la desfachatez con la que dejo en claro que quería hablar con Madama Yao. No podía evitar admitirlo, pero le provocaba una cierta curiosidad aquella persona, a pesar de escuchar de su existencia hace unos pocos minutos. Rascándose la nuca, se disculpa avergonzado con el Padre.
- O... o tal vez podríamos esperar a los demás... je je...
¡Que bien! Veo que esta rindiendo frutos nuestra inocente apariencia. Aunque me están sacando frutos por otro lado...
¿La cantidad de crédito determina la forma en la que soy tratado por la gente de la alta sociedad?
El camarero no pudo reprimir una carcajada ante la ocurrencia de Poincarde.
—¿La señora del dueño? No, amigo, se equivoca. Madame Yao es la propietaria del salón. Y me temo que no podrá hablar con ella así como así.
"¿Qué sería necesario para hablar con ella?", pregunta el sacerdote con el ceño fruncido, inseguro de si está dispuesto a verse a sí mismo en compañía de una... Madame del tipo que sospecha que podría ser.
La opción planteada por su compañero le parece más viable. "Si está seguro de querer quedarse aquí a solas, puedo salir a echar un vistazo en busca de ese vagabundo. Tal vez pueda sonsacarle algo."
En principio iré a buscar a Muelasrotas o como se llame, pero si no hay forma sencilla de hablar con la reina de las geishas, a lo mejor me puede acompañar Tristán.
Desmond, casi activado por un resorte, escupe una pregunta a Nicolas, agarrándole del brazo.
- ¿Quién es este Dentpourrie? También Allamand lo mencionó.
Antes de esperar una respuesta a supregunta, Desmond no puede evitar que las palabras se le agolpen, como si la sobriedad le estuviese volviendo hiperactivo y la emoción de avanzar en la investigación le revigorizase.
- ¿Qué hay de esa miel de Delfos? ¿Es una droga nueva? No parece haber estado usted consumiendo opio ahí dentro. ¿A qué ha venido aquí?
El profesor se muestra algo impaciente y lleva del brazo a Nicolas con firmeza, tratando de sacarlo de allí lo antes posible para reunirse con el resto del grupo. Había que buscar un sitio para hablar lejos de miradas indiscretas.
—Monsieur Desmond, calma, de nada sirve agitarse en un lugar así, vayamos fuera— Patrick coloca una mano en el hombro de su colega y hace un ademán para que todos vayan fuera sin levantar demasiadas sospechas.
Desmond, Tanka y Vytauras aparecieron por el pasillo acompañando a al desorientado D'Alembert. Los cuatro se dirigieron a la salida del salón de té bajo la atenta mirada de los guardias trajeados, los clientes y las camareras. Tristán y el padre Regnard estaban charlando en la barra con el barman.
D'Alembert trataba de balbucear palabras inconexas mientras una de las camareras les abría la puerta y dejaba que la fría noche otoñal se colase entre el humo y las especias. Mientras atravesaba el umbral, fue capaz de articular frases medianamente comprensibles.
—No es más que un mendigo…, creo. Él me dio la miel que buscaba Ambroise. La miel de Delfos. El néctar especial que los oráculos de la antigüedad usaban para comunicarse con los dioses.
Viendo que sus compañeros salían de la parte más profunda de aquel antro, llevando con ellos al que parecía ser un confundido D'Alembert, Tristán levanta la mirada y los saluda con un movimiento de manos algo exagerado; mientras le pegaba ligeramente con el codo al Padre Regnard para que se volteara.
- ¡Allí están! ¡Y tienen a D'Alembert! No nos ven... se están yendo... ¡vamos!
Sin mayores precauciones o discreción, el subastador se levanta de la barra y se acerca al grupo que estaba en dirección a la salida. Saluda con una sonrisa amena al grupo e intenta darle un apretón de manos a D'Alembert, aunque parecía que el hombre no estaba con las capacidades motoras en su máximo funcionamiento. Ante la mención de un vagabundo, sin embargo, Tristán chasquea los dedos y le habla al resto del grupo.
- ¡Ese vagabundo! Esta en... déjenme que recuerde... uhm... ¡en los callejones del barrio! Por aquí cerca... su nombre es Rompemuelas o Muelamala... ¿Padre, usted recuerda?
—Dentpourrie, sí, hemos oído de él, y no creo que convenga buscarlo, al menos no inmediatamente, Nicolas. Le conviene descansar. Después se dirigió a sus compañeros con un tono calmado:
— Por favor caballeros, por el momento no atosiguen a Monsieur D'Alembert con preguntas. Por el momento ya tenemos bastantes enigmas sobre los que reflexionar. Tal vez lo más conveniente sería llevarlo a su casa para que se tranquilice y ponga en orden sus pensamientos. Un ambiente familiar siempre es beneficioso en estos casos.
El Padre Regnard mira a D'Alembert primero con preocupación y pronto con cierta reprobación, al imaginarse al verdadera causa de su actual estado. Consigue sin embargo dejar que la compasión guíe sus pasos, da un profundo suspiro y acompaña al resto de sus compañeros al exterior.
"Sí, creo que será mejor llevarle a un lugar cómodo y tranquilo donde pueda recuperarse. Tal vez sea apropiado acompañarle hasta que se encuentre mejor", coincide con Vytauras. "Espero que nos pongáis al día si habéis descubierto algo interesante, más allá de recuperar a esta pobre alma perdida."
Vytauras condujo al desorientado D'Alembert hasta su coche, seguido de cerca por el resto de caballeros que le acompañaban. El coleccionista le susurró la dirección de la casa de Nicolas a su chofer y no tardaron en poner rumbo hasta las afueras de París.
No obstante, ninguno de ellos pudo evitar la sensación de que, mientras se perdían de nuevo en la noche, alguien les estaba observando entre las sombras.
En el interior del Tse Yang, varias camareras se preguntaban entre sí a qué había venido aquel revuelo. Cuando le preguntaron al barman, este se encogió de hombros.
FIN DE LA ESCENA