El camino fue silencioso para Sviatoslav. No se justificó cuando llegaron sus compañeros. Podía ver el desprecio en la cara de Gerdie. La entendía, pero desde luego no tenía cargo de conciencia alguna. Bajo sus estándares había actuado bien. Rufus lo hubiese matado igual, ya había clavado el cuchillo en su garganta.
Asumiría, como hombre de palabra y honor, la responsabilidad, que no la culpa, y hablaría la verdad cuando llegase junto al Barón, y así se lo hizo saber a los demás.
-No voy intentar explicarme, Gerdie, pues te dará igual lo que diga. Asumo toda la responsabilidad de la muerte de Arnold, podéis acompañarme y probar suerte o escapar del cadalso. Yo os excusare a ambos con la verdad.
Reinmar, buena suerte hallá donde viajes. Te digo lo mismo que a Gerdie. Asumo la responsabilidad y hablaré nada más que la verdad con el Barón.
Es un trayecto largo y silencioso. Durante dos días no decís palabra, y solo se escuchan los cuerpos de Rufus y Arnold mecerse sobre las monturas. Los muertos tampoco hablan, no con palabras, por lo menos, y el fin de viaje se hace desear. Cuando por fin llegáis a la baronía, es como si nada hubiera sucedido. Todo sigue igual. El pequeño castillo de Hartland está medio derruido, producto de la falta de dinero para mantenerlo. Los pocos sirvientes y guardias de la dinastía trepan a las almenas para veros llegar. Es de día, el sol está en su cénit y les impide ver con certeza que Arnold es un cadáver.
Cuando cruzáis el portón de la fortaleza, escucháis los gritos contenidos, los suspiros de asombro y las invocaciones a Dios.
—¡Válgame Fenre!
—¿Es ese... es el heredero? ¿Es Arnold?
—Han regresado. Sviatoslav y Gerdie han regresado, pero...
—¡Llamad al Barón! ¡Que venga el Barón!
—¡Es el sargento Rufus! ¡Por Fenre! ¡Está muerto!
—¡Arnold! ¡Arnold! ¿Me escuchas? ¡Arnold?
El corrillo de personas que se ha formado en torno a vosotros dos no se anima a acercarse demasiado. Poco a poco, el gentío se abre para dejar paso al Barón Erwin von Hart.
(1/3, sigue...)
Es un hombre duro, sí, y ya le ha tocado vivir la muerte de un hijo. Pero ver a su segundo hijo inerte es demasiado. Erwin von Hart se acerca con paso plomizo, su único ojo fijo en Arnold. Toma el cuerpo en sus brazos y cae de rodillas. Durante unos minutos el Barón se queda así, catatónico, sin decir palabra, sin llorar lágrimas, vivo en su dolor pero muerto en vida.
—Teníais que protegerlo.
Habla tan bajo que es un susurro. Pero no hay que hacer ningún esfuerzo para escucharlo: todo el castillo está en silencio.
—Teníais que protegerlo.
No os mira. Tampoco os escucha. No le importa nada de lo que digáis en este momento. Solo tiene ojos y oídos para su hijo, que está sumido en el silencio de los caídos.
—Llevadles al calabozo —dice a sus guardias—. Y preparad las mejores ropas de Arnold. El jubón azul, sí. Y el pañuelo esmeralda. Eran sus prendas favoritas.
El Barón se aleja cargando a Arnold en brazos. Sois escoltados por los guardias a la pequeña mazmorra que hay debajo del castillo, un sitio sin ventilación y sin ventanas. Hay una celda para cada uno de vosotros. El moho carcome las paredes y lo único que se oye son las ratas deambulando de aquí para allá. Ni siquiera se toman la molestia de encender una antorcha. Vuestros ojos tienen que convivir con la oscuridad. Pasáis un día entero sumidos en las tinieblas. Cuando la puerta de entrada se abre, escucháis los pasos firmes de Erwin von Hart.
(2/3, sigue...)
El Barón se acerca a tu celda. No sabes si ha hablado con Gerdie antes. Coloca una farola en el suelo, justo frente a los barrotes que te separan de él. Le notas ido, ojeroso y demacrado.
—¿Cómo, Sviatoslav? ¿Cómo habéis llegado a esto? Confiaba en vosotros. En ti. Te puse al cuidado de la vida de mi hijo, ¡mi hijo! Toda mi vida me he guiado por la espada, y esta vez no será la excepción. Sabes bien qué es lo que sigue a continuación.
Supongo que este será tu último post en la partida. Ahora sí, puedes decirle todo lo que quieras al Barón, pero el destino de Sviatoslav está 99% sellado. Puedes aclararle si prefieres morir en la horca o decapitado, claro.
El Barón se acerca a tu celda. No sabes si ha hablado con Sviatoslav antes. Coloca una farola en el suelo, justo frente a los barrotes que te separan de él. Le notas ido, ojeroso y demacrado.
—He enterrado a Arnold. Es la segunda vez que entierro a un hijo. Ningún padre debería vivir algo así, y es por eso que os encargué protegerle. Me has fallado. ¿Cómo habéis llegado a esto, Gerdie? Y Reinmar... ¿Acaso Reinmar no dará la cara? Qué más da. La justicia le llegará tarde o temprano. Pero ahora es tu turno. Sabes bien qué es lo que sigue a continuación.
Y ahora toca lo que supongo será tu último post en la partida. Puedes comentarle lo que quieras al Barón, justificarte, darle consejos para cazar a Reinmar, o indicarle si prefieres morir en la horca o por decapitación.
Gerdie había estado llorando desde que la metieran en el calabozo. Seguro que su dolor no era tan grande como el del barón pero ella tampoco era tan fuerte y la muerte de su mejor amigo la había destrozado. Muerto a manos de aquellos que juraron protegerle.
Cuando vino von Hart a pedir explicaciones, ella rompió a llorar de nuevo. Tardó unos minutos hasta que consiguió articular palabra.
- Yo, yo, le dejé con los Karl para que lo protegieran, pero ese detestable de Sviatoslav solo quería sangre. Dejó escapar al traidor de Rufus solo porque quería acabar con los soldados del Baron von Kaske, todo para cubrir el asesinato de Magnus. Yo había llegado a un acuerdo; mi vida porque dejaran las tierras de los Metzger y a Arnold en paz. Pero no, Reinmar y el mercenario querían más sangre. Ellos son los verdaderos asesinos de Arnold.
No quiero justificarme señor porque yo también le he fallado. Debía haberme quedado con él y los Karl, pero en vez de eso intenté que no mataran a más gente. Y ahora él está muerto. El ser más dulce que he conocido en mi vida.- Volvió a perder la voz y se quedó hecha un ovillo, temblorosa.
Motivo: comunicacion
Tirada: 1d20
Resultado: 13(+3)=16 [13]
Te he tirado comunicación por si eso ayuda a que la perdone.
—Ellos son los asesinos de Arnold —repite el Barón—. Pero todos me habéis fallado. Todos. Tú también, Gerdie.
A la luz de las antorchas, te parece ver una lágrima rodando por la mejilla de Erwin.
—Era un muchacho dulce, ¿verdad? Pero yo quería un guerrero. No supe valorarle por lo que era.
Sin más palabas, abandona el calabozo.
(sigue...)
Erwin fija vuestro último momento para el atardecer del día siguiente. La noticia prende como chispa sobre paja seca y, pronto, todos los campesinos de Hartland se enteran de ella. El Barón es un hombre puntual: en el calabozo no hay forma de medir el paso del tiempo, pero cuando las puertas se abren, entran los guardias y os conducen al exterior, veis que el cielo está amoratado. El sol está cayendo. El día termina y con él se irán vuestras vidas.
En el patio de armas de la pequeña fortaleza se ha levantado un cadalso de madera. Han colocado un tocón para que apoyéis la cabeza. El hacha que será utilizada para tal fin es enorme y afilada. Doscientos campesinos han asistido al evento, y en sus caras hay una mezcla de asombro, temor, morbosidad y, cómo no, diversión. En otras ocasiones habéis presenciado una ejecución conducida por el Barón: aquellas veces, Erwin no permitió que nadie lo contemplara. Esto no es un espectáculo, decía, es la muerte de alguien. Sin embargo, esta vez el Barón está ausente. Algo ha cambiado en él. Le notáis vacío: una sombra de lo que era. Ojeroso y macilento, no dice palabra, no da órdenes a sus guardias, no os dirige una mirada. En la mano izquierda aferra un pañuelo de seda que había pertenecido a Arnold.
Erwin von Hart sigue el camino del sol con los ojos. El astro se posa detrás del horizonte y finalmente se hace de noche. Los guardias prenden antorchas y las posan alrededor de la estructura de madera. En ese momento, el Barón se pone de pie junto a vosotros.
—Todo terminará rápido. Os lo prometo. No soy un hombre cruel. Pero… pero se lo debo. A él. A Arnold. Es mi deber.
La primera en ser llevada a su final es Gerdie. Entre el campesinado se eleva una ola de murmullos cuando la pelirroja apoya la cabeza en el tocón. El gentío hace silencio cuando el Barón sube los tres escalones del cadalso y toma el hacha con las manos. Con delicadeza, aparta el cabello de la hechicera y deja al descubierto su nuca. El fuego de las antorchas arranca destellos de la melena rojiza, que brilla como nunca lo ha hecho. Erwin levanta el hacha. No mentía: todo termina rápido.
A continuación, Sviatoslav sigue el mismo trayecto, pasando por al lado de la cabeza de Gerdie, que ha rodado hasta quedar situada frente al cadalso. El mercenario apoya la cabeza allí donde la sangre de la hechicera tiñó la madera de rojo. Otra vez, doscientos pares de ojos se abren como platos y contemplan el ritual sin perderse un solo detalle. El acero sube y baja, y cercena la testa de Sviatoslav de un tajo limpio y certero. No hay sufrimiento.
El hacha se resbala de los dedos de Erwin von Hart. El Barón se marcha a sus aposentos sin decir palabras. El entierro de los cuerpos queda a cargo de los guardias. Los campesinos se dispersan. El castillo queda sumido en un silencio espectral. Los sirvientes no se animan a hablar y su dueño es poco más que un fantasma.
Pasan dos meses. Una obsesión carcome a Erwin: Reinmar de Wint sigue suelto. Es el único que no pagó el precio de haber descuidado a su hijo. Para añadirle sal a la herida, llega la noticia de que el cetrero contrajo matrimonio con Elsa Metzger, la mujer con quien debía casarse su hijo. El Barón arde en deseos de venganza, pero su odio está mezclado con la depresión: no tiene hambre, tampoco sueño, y fuerzas cada vez menos. Anda despierto a horas estrafalarias, recorre sin rumbo su fortaleza, a veces visita las tumbas de sus hijos, pero no tiene palabras para decirles. Escribe cartas a Wilda Metzger exigiendo que entregue a Reinmar, pero no recibe respuesta. Hace una solicitud formal al Rey, pidiendo al monarca que dirima la disputa siendo el árbitro de un juicio. Pero los procedimientos burocráticos de la monarquía son lentos, y nadie responde sus misivas.
Cierto día, el Barón escucha de boca de unos comerciantes rumores sobre una tal bruja del pantano. Se dice que es una mujer oscura y tenebrosa que vive a pocos kilómetros de la baronía. Hay quien dice que prepara pócimas del amor, pero también de odio, brebajes para atraer la fortuna, pero también la desgracia. Todos afirman que el precio a pagar por sus servicios es alto. A veces, no es más que oro contante y sonante. Otras, el cobro se realiza en sangre.
Pero a Erwin no le importa. Se sube a su corcel y pica espuelas. Visitará a la bruja. Tiene algo que pedirle. Un hombre ha escapado a la justicia de Fenre. Se trata de un traidor que ha salido ileso precisamente porque es un mundo de traidores. ¿Qué dirá la bruja? ¿Existe? ¿Es tan poderosa como dicen? Erwin no lo sabe, pero es capaz de ofrecerlo todo a cambio de la retribución. Mientras su caballo galopa a lo largo del camino real, el Barón de Hartland repite las mismas palabras una y otra vez:
—Reinmar de Wint. Reinmar de Wint. Reinmar de Wint…
Fin del capítulo UN MUNDO DE TRAIDORES
&
Fin de la partida CORAZONES Y PUÑALES
El cuerpo de Arnold, el de Rufus, Gerdie, Sviatoslav… todo queda atrás, enterrado en el pasado, junto a tu vida anterior como servidor del Barón Erwin von Hart. Regresas al pueblo de Altenberg, y en la mansión Metzger te reencuentras con Elsa y Wilda. Las mujeres se han recompuesto del shock vivido hace poco, aunque Wilda sigue con mala cara. Elsa, en cambio, está peinando su cabellera rubia con una sonrisa. Se acerca y te besa en los labios, sin importarle que su madre os vea.
—Tranquilo. Ya le he contado. La conozco: este era un buen momento para hacerlo. Las malas noticias hay que darlas cuando a tu alrededor suceden cosas peores. Así, no parecen tan malas en perspectiva, ¿verdad?
Se ríe y pasa una mano por tu mejilla. Wilda, en cambio, no ríe.
(1/3, sigue...)
Cuatro días después, Wilda te trae noticias de la baronía de Hartland. Todavía mantiene un trato distante: no se acostumbra a que seas su yerno y es probable que jamás llegue a confiar en ti, precisamente porque te casaste en secreto y como un fugitivo.
—Sviatoslav y Gerdie eran los nombres de tus compañeros, ¿no? Lo siento.
Fueron ajusticiados por Erwin von Hart. El Barón en persona blandió el hacha que los decapitó, frente a doscientas personas que asistieron a contemplar las ejecuciones. Tú lo sabes y Wilda también: te has escapado de ese destino por poco. Si hubieras vuelto a la baronía junto con el mercenario y la pelirroja, tu testa estaría separada del resto de tu cuerpo. Y si el Barón pone sus manos sobre ti, será tu fin.
—No te entregaré —dice Wilda—. Ahora eres mi familia. Mal que me pese, mi hija te ha elegido… y espero que ese error no nos cueste la cabeza a todos.
(2/3, sigue...)
Pasan dos meses. El resto de tu familia, la que vivía en la fortaleza de Erwin von Hart, tuvo el buen tino de huir apenas vieron el cuerpo de Arnold. Te informan de ello a través de una carta, y te aseguran que, apenas pongan orden a ciertos asuntos pendientes, se reunirán contigo en la mansión Metzger, donde planean quedarse a vivir permanentemente. Otra noticia que agradará a Wilda.
Elsa se muestra feliz de tenerte a su lado. Ahora que está casada contigo, se hace llamar Elsa de Wint, y proclama a todo quien se le acerque que su esposo es un noble, por lo que ahora su sangre es azul, y debe tratársele con el respeto correspondiente. A veces, en las calles de Altenberg te cruzas con los hermanos pelirrojos Lukas y Adelaide, pero siempre es a la distancia, pues Elsa te recuerda que semejantes plebeyos están por debajo de tu estación y que es mejor no hablarles.
—¿Es que acaso no les has olido? Huelen a pobre. Diug.
Entretanto, Erwin von Hart no se ha estado quieto. Ha escrito a Wilda Metzger solicitándole que te entregue para ser ajusticiado. Tu suegra se ha negado en rotundo. Los mercaderes que visitan Hartland dicen que el Barón se comporta como un fantasma: no come, no duerme, camina sin rumbo por las estancias de su pequeña fortaleza y habla con su hijo muerto cuando cree que nadie le oye. Se dice que está ojeroso y macilento, que es una ruina de lo que fue. Lo único que le mantiene vivo son los deseos de venganza: un buen día te enteras de que ha solicitado al Rey que conduzca un juicio en tu contra. El cargo es dudoso: te acusa de no haber protegido a su hijo y de haberte casado con la mujer a la que él debía cortejar.
—No hagas caso —dice Elsa, bostezando—. Mi madre dice que la acusación es una patraña. El Rey tiene problemas más importantes que atender. Todo esto quedará en nada, ya verás.
Sin embargo, no solo Erwin von Hart es un problema. Los herederos de Magnus von Kaskel están haciendo preguntas sobre el paradero de su señor. La última vez que se le vio fue en Altenberg, acompañado de una comitiva de casi diez hombres, cuando fue a cortejar a la joven Elsa Metzger. Desapareció sin dejar rastro: ni él ni su séquito volvieron a aparecer. Claro que los únicos que saben que están muertos son los hermanos pelirrojos, Elsa, y los guardias de Wilda. Uno de estos guardias fue el encargado de deshacerse de los cuerpos. Es un tipo con la cara llena de cicatrices, con pinta de criminal, que te asegura que nadie encontrará los cadáveres, y que no te preocupes, que nadie sabrá de vuestro secreto.
En este momento Elsa está tendida sobre la cama, que también es tuya, ya que ahora eres parte de la familia Metzger. ¿O acaso los Metzger son ahora los Wint? Has dado el primer paso para reconstruir tu dinastía y sacarla del barro de la historia. Medio desnuda, Elsa se estira y se tapa con la sábana. Sobre la ventana de la estancia está Notte, vigilante como siempre.
—Los Kaskel, los Hart, el Rey… blah, blah, blah. ¿A quién le importa? Que ardan. Nadie tiene pruebas de nada. Nadie puede hacer nada contra nosotros. ¿Vienes a la cama, Reinmar? Tenemos una vida por delante, esposo mío. Tenemos el oro de mi familia y el nombre de la tuya. Podemos hacer lo que queramos. ¡Lo que queramos! ¿Qué sigue ahora?
(3/3)
Y ahora sí: te pido un último post y cerramos la partida. ¡Al final, el gran ganador de esta aventura fue Reinmar!
Sviatoslav llegó al feudo de Erwin en completo silencio. Había, unos kilómetros atrás, insistido a Gerdie para que rehiciera su vida en otro lado, el cargaría con la condena que les esperaba, pero la muchacha era orgullosa en ese sentido, cosa que admiraba de ella.
Nada más llegar, su idea era dar un reporte de lo ocurrido al Barón, pero vista la reacción y el contexto, supo que era mejor callar. Fue justo antes de su ejecución, cuando el Barón Erwin lo visitó en su celda para encontrar explicaciones y reprocharle su fracaso. Fue entonces cuando Sviatoslav le habló.
-He vuelto aquí precisamente para cumplir mi penitencia. Al igual que vos, toda mi vida me he regido por la espada, y era lo único que podía hacer. No obstante, no quiero morir sin relatar lo ocurrido, y os pido que me concedáis ahora esa audiencia, que creo también os hará bien a vos.
Sviatoslav quedó en silencio, esperando la aprobación. Solo continuó cuando el Barón se la concedió.
-Cuando llegamos allí, todo se torció rápidamente, el varón Von Kaskel estaba allí cortejando a la señorita Metzger, y Rufus nos traicionó, poniendo a Von Kaskel en contra nuestra y erigiéndose como campeón del mismo contra vuestro hijo. Quisimos resolver todo con un duelo, del cual no pude ser campeón, pues el cetrero se adelantó. Ganamos el duelo, pero Rufus, no respetando las reglas, atacó con su hacha al cetrero, casi matándolo, e hirió en el ojo a vuestro hijo con la espada de Reinmar. Solo la pronta respuesta de Gerdi le salvó la vida en aquel momento.
Me juré a mi mismo que mataría a Rufus, pues lo veía un peligro tanto para la misión como para vuestro hijo. Esa noche no dormí, y me dediqué a espiar a Von Kaskel y sus hombres, incluido Rufus, que Fenre lo maldiga. En medio de la investigación, me vi acorralado por ellos en la cabaña de unos plebeyos locales. Me enfrenté a los hombres de Von kaskel, matándolos a todos, y dejando malherido a Rufus y capturando a von Kaskel con vida. Le cedí la custodia a Reinmar, y este mató al noble. Gerdie intentó negociar en todo momento, pero Von kaskel estaba loco. No atendía a razones.
En medio de toda esta trifulca, vuestro hijo apareció con los hombres de los Metzger. Entre todos conseguimos quemar y enterrar los cadáveres allí acumulados para que nadie pudiese presentar quejas contra vos. Vuestro hijo volvió con los Metzger y yo me dediqué a rastrear a Rufus. El muy cabrón había escapado y le había tendido una trampa a vuestro hijo en la mansión Metzger. Cuando llegué, Rufus había matado a los guardias Metger y estaba a punto de degollar a Arnold. Si os fijáis en su cadáver tiene una marca de un cuchillo en el cuello. No tuve tiempo a pensar, lancé mis dos franciscas, intentando evitar el asesinato de Arnold por parte de Rufus y...y...acabé, sin quererlo, siendo yo el asesino. Rufus se escudó detrás de Arnold, una de mis hachas impactó en Rufus...la otra en Arnold.
No vi otra solución Erwin, de verdad que no la vi. Era la certeza de que Rufus lo matase, o la posibilidad de que yo acertase a matar a Rufus sin herir a Arnold. Nunca quise este final, pero es el que ha sido, y acepto mi pena. Solo os pido que no me ahorquéis, no es un final digno para un guerrero, vos lo sabéis. Decapitadme vos mismo, y me iré en paz.
Si me es posible, quisiera pediros que el cadáver de Rudus no recibiera sepultura, que se pudra en un camino de mala muerte, por todo el mal que ha traído ese sucio traidor.
Una vez terminado su alegato. Sviatoslav se quedó callado.
Llega un poco tarde, pero no quería cerrar la partida sin mi último post. De nuevo, lamento mi torpeza al no haber dejado el aviso de mi ausencia en esta partida.
Cuando Reinmar se despidió de Gerdie y Sviatoslav, Reinmar ya contaba con que no volvería a verlos. El momento dejó un sabor agridulce. En ningún caso había deseado que Arnold muriera, y aunque lo que había unido a los tres no había sido amistad, sí que había llegado a sentir aprecio por el dúo. Pero en ningún caso iba a acompañarlos. Sabía lo que esperaba a final del camino, y él apreciaba demasiado su vida, y más todavía ahora que el destino lo había sonreído de esa manera. No, él prefería verlos marchar, y quedarse con la culpa.
Pero lo que lo mantuvo despierto aquellas cuatro noches que siguieron no fueron los remordimientos, por más que él pretendiera convencerse de que era así. Eran los cabos sueltos los que le daban pesadillas. ¿Hablarían sobre lo que había ocurrido, hasta el último detalle? ¿Harían saber a Hart que el cadáver de Magnus debía estar podrido en algún foso, o quizá en el estómago de algún cerdo? ¿Contarían, sin faltar a la verdad, que había sido él quien había apretado el gatillo? ¿Más todavía, que quizá no habría muerto si él no lo hubiera instigado?
Aquel terror insidioso se disipó por arte de magia cuando cuando, a los cuatro días, Wilda lo informó sobre el gran espectáculo que habían sido las ejecuciones, y los movimientos del barón desde entonces. Que en su denuncia Hart no hubiera blandido ese arma significaba que seguramente no tenía la más remota idea de lo que había ocurrido, y si no lo sabía, todo lo demás que pudiera reunir en su contra no lo preocupaba más de la cuenta. Se convenció a si mismo de que Rufus habría actuado de la misma manera, con su intervención o no, y de que por lo tanto no debía cargar con esa culpa.
Habría sido difícil hacerlo.
Uno se acostumbra con facilidad a la buena vida. El pasado es, al fin y al cabo, el pasado. Pensar en él y atormentarse con lo que podría haber sido nunca ha ayudado a nadie y, en cualquier caso, sabía que no habría actuado de forma diferente. Magnus había merecido la muerte, y su familia se merecía esa oportunidad. No pudo evitar sonreir ligeramente cuando recibió la carta de su familia. Agradeció que hubieran sido lo bastante avispados como para actuar al ver los cuervos llegar.
Tenía ganas de plantarse frente a ellos y sopesar sus reacciones. De él se había esperado poco, y ahí había llegado, terminando por sacar a los Wint de la más pobre de las miserias. El mundo tiene un humor extraño. Se preguntaba si primero llegarían los reproches o los agradecimientos, pero apenas vieran las habitaciones de la mansión estaba convencido de que se decantarían por lo segundo.
Por otro lado, ahora era un hombre casado. Se le hacía extraño pensar en ello a veces. La primera impresión que se había llevado de Elsa fácilmente habría hecho que la catalogara de incompatible y quizá hasta insoportable, pero aquella primera aventura había permitido que la viera con otros ojos. La deslumbrante fortuna de su familia había ayudado a formar esa imagen, pero eso era lo de menos. Quizá con el tiempo conseguiría que ella fuera menos estirada... o quizá con el tiempo ella conseguiría que fuera más estirado él. A veces le parecía que lo segundo era más probable.
El caso era que, en días como aquel, donde podía verla recostada sobre la cama, no habría deseado estar en ninguna otra parte. Cuando uno sumaba que los Wint estaban encaminados a volver a ser una familia respetable, todo sacrificio parecía poco. No era tan iluso como para pensar que el camino a partir de ese momento era fácil, pero tampoco tan amargado como para que eso le impidiera disfrutarlo.
—Quien hubiera nacido con tu despreocupación, esposa mía. Eres la mejor cura para un corazón afligido —Le dijo con tono burlón, una sonrisa divertida marcada en sus labios. Basta decir que aceptó la invitación, acercándose, y tampoco se cortó a la hora de rodearla con un brazo—. Ah, yo no me lo tomaría tan a la ligera, pero qué más da. Tienes razón, Elsa. Tenemos toda la vida por delante. ¿Y lo que sigue? Lo que sigue es todo. Solo acabamos de empezar.
En cuanto a lo que significaban esas palabras, en lo más inmediato no eran más que una excusa para darse al hedonismo. Pero a él mismo le sorprendió discubrir la intención y sinceridad que había tras ellas. Puede que fuera un traidor y un hombre sin honor... pero había llegado hasta allí. Y si había llegado hasta allí, y acompañado de la mujer ambiciosa que tenía entre sus brazos, ¿por qué iba a ser ese el final?