Partida Rol por web

-¿Que desaparezca?-. Preguntó el feo orco. Fue entonces cuando Francine lo vio. La cara de aquél tipejo se contraía y tensaba, sonreía y apretaba los dientes de rabia contenida todo a la vez. Pero el rasgo inconfundible eran sus ojos, aquellos ojos vidriosos amarillentos y carentes de emoción. Solo había una droga que pudiera provocar semejante estado, Frankie lo sabía muy bien.
Ella alucinaba con estar al lado de cierta persona añorada. Tal vez el orco, estaba soñando con que ella fuese su persona añorada, la cual le había dicho que se esfumara.

Pero el amargo recuerdo de sus tristes y patéticos días pasados también la recordaron lo que había sufrido y vivido en aquél infierno. Un infierno sin fuego ni demonios, pero si muchos fantasmas.

-¡¿Que desaparezca?!-. Repitió el orco casi gritando.
-¡¡¿QUE DESAPAREZCA?!!-. Su cara desencajada no dejaba lugar a dudas.
-¡¡TE MATARÉ Y TE POSEERÉ UNA Y OTRA VEZ PORQUE SERÁS MÍA, SOLO MÍA PUTA DE MIERDA!!-. Una risa desencajada por la locura se apoderó de él en la última frase, mientras se abalanzaba sobre la orca.

-<<Yo... no puedo decirle para quién trabajo, por favor perdóneme si le he importunado>>-. El señor Ryu hizo el amago de cabecear para disculparse, pero se contuvo. Siempre sería una oveja fiel al lobo. -<<Se me ordenó darle esto cuando el grupo estuviera reunido>>,- el japo sacó una tarjeta blanca del bolsillo interior de su traje y la puso encima de la mesa...

 -¡¡¿QUE DESAPAREZCA?!!-.
-¡¡TE MATARÉ Y TE POSEERÉ UNA Y OTRA VEZ PORQUE SERÁS MÍA, SOLO MÍA PUTA DE MIERDA!!-.

-<<AAhhhh...>>- La cara de alucine mezclado con terror del Señor Ryu ante la visión de los dos orcos a punto de comenzar una pelea hizo que de un saltito se subiera al mullido acolchado del sillón en forma de U, y dejara de prestar atención a su interlocutor.

La tarjeta mostraba un código QR, solamente, por uno de sus lados.

Frankie observó con gesto cansado al tipo. Reconoció la mirada vidriosa y vacía. Sabía por lo que estaba pasando en ese mismo instante y lo examinó con cierta curiosidad. Como quien frena un poco ante la visión de un accidente de tráfico. Joder, ¿esa pinta tenía ella cuando se metía Remember? Fue como si mirara su reflejo en un espejo y fuera el abismo quien le devolviera la mirada. Aquel tipo estaba bien jodido. Y a pesar de ello Frankie no podía sentir compasión de él. Tan solo asco. Aquel orco era un cabrón y, fuera quien fuera la tía que lo tenía enganchado a su recuerdo, estaba mejor sin él. Si es que seguía viva. 

— Que mates o te folles a alguien no lo convierte en parte de tu propiedad, capullo de mierda. Aunque sospecho que no me vas a dar el gusto de irte a dar por culo a otra parte... — susurró mientras se preparaba para la pelea. Nada de lo que dijera podría convencer a aquel tipo de que la dejara en paz. Estaba segura de que no se iba a dar por vencido por las buenas y lo del control de la ira y esas mierdas estaba muy bien para no arrancarle la cara de un mordisco al hijoputa que le hiciera una rozadura al Bentley, pero aquello era otra cosa. Por un momento, Frankie dirigió una mirada inquisidora hacia el Doctor J, esperando encontrar ¿qué? ¿Aprobación para partirle las piernas al orco? Tal vez. Un par de segundos de lo más valiosos cuando tratabas con un puto yonqui en pleno subidón. 

Jamal miró de soslayo la escenita que estaba teniendo lugar fuera del reservado. Sus lentes circulares se encontraron con los ojos de Francine y reflejaron la duda que la asaltaba en el momento. El Doctor J. se limitó a mostrarle el cronómetro por toda respuesta mientras el japonés, aterrado, dejaba claro como el agua que era el recadero del patrón.

Mientras los orcos se partían la cara -otro día en la oficina-, Jamal, como si de un halcón se tratase, dejó caer dos dedos sobre la tarjeta que le había alcanzado el señor Ryu y le echó un cauteloso vistazo.

—<< Señor Ryu, parece que usted tiene un jefe bastante celoso de su intimidad. Hablaré con mi gente.>> —Jamal se alisó la corbata y se puso en pie. —<< Deme la dirección o número asociado a su commlink. Le llamaré cuando estemos listos. Supondré que esto es todo por el momento.>> —dijo guardándose la tarjeta en el bolsillo interior de su chaqueta y tomándole una foto de primer plano al japonés con un sutil toque de sus lentes.

No lo evidenciaba -¿Qué evidenciaba Jamal?-, pero la falta de profesionalidad del nipón le estaba incordiando de un modo considerable, así que el Doctor se levantó, hizo una cordial, si bien tibia, reverencia y se dispuso a salir del reservado.

Algo le hizo detenerse antes de abandonar el cubículo.

—<< Ah, una última cosa, señor Ryu... ¿Fue usted quien eligió este sitio?>>—dijo sin sonreír lo más mínimo. —<menos hostil y no habrá riesgo de que sus zapatos caros se pringuen de sangre. >>

Por no mencionar la pésima música que resonaba, atronadora, por el maldito antro.

Frío como un escalpelo hendiendo la línea ventral de un cadáver en la morgue, el doctor fulminó una última vez con su rasgada mirada de azabache al japonés en el umbral del cubículo.

Jodidos aficionados.

Accionó el crono.

Mientras la acción física se localizaba fuera del reservado, la acción mental se localizaba dentro.

Doc. J dejó las cosas claras al señor Ryu. Cuando se levantó del reservado, el japo, aún subido encima del sofá, tan solo pudo balbucear unas palabras salidas de su mente amaestrada mientras admiraba la pelea que discurría al lado.

-<<La tarjeta tiene doble función, como dirección y como pase de entrada>>-.

Jamal sale del reservado mientras el señor Ryu le grita algo que se pierde entre el estruendo y los fuegos de la música. Una cuenta atrás se enciende en varias pantallas mientras murciélagos, zombis y esqueletos muerden, destripan y engullen los números del diez al uno que aparecen en las pantallas.

La medianoche va a comenzar, la noche de los difuntos.

Los ojos de Francine se cruzaron un instante con los del Doctor J. Eso fue suficiente. Todo tiene un límite y aquel orco lo había cruzado en el mismo instante en que fijó su mirada en ella y decidió que era una buena idea acercarse a molestar. Sintió que el asco y la ira tomaban el control. A Frankie le importaba una mierda que aquel tipo fuera de drogas hasta el culo. Le importaba una mierda que no pudiera ni ver venir la hostia. Le importaba una mierda que se ahogara en su propio vómito y le hiciera el favor al mundo de SÍ, JODER, DESAPARECER DE UNA PUTA VEZ. Nadie jodía a Frankie y mucho menos aquel capullo. Por un momento, Frankie fue capaz de imaginar el aliento con olor a mierda del orco en su oreja. Con la mala leche reflejada en el rostro, se giró con una rapidez sorprendente mientras su puño retrocedía cargando el golpe. Sus nudillos salieron propulsados hacia delante, directos a la nuez de aquel capullo. — A ver cómo sigues diciendo gilipolleces sin aire en los pulmones, gilipollas —. 

Frankie clavó a su rival en el sitio con un solo golpe directo a su garganta. El puño de la orca impactó contra la nuez de aquél capullo hundiéndose unos centímetros mientras los ojos amarillos del feo orco salieron de sus órbitas al encajar el golpe.

El orco cayó de rodillas delante de las pesadas botas de Frankie, con sus manos sujetándose la garganta, pugnando por conseguir una inhalación del rancio, ácido y recalentado aire que circulaba en la sala cuando de pronto...

-¡¡CEROOO!!-. La cuenta regresiva había llegado a cero en ese instante. Jamal estaba de pie, abandonando el reservado aunque sus ojos todavía estaban fijos en aquél tipo japonés subido al sofá que gritaba algo a través del ensordecedor estruendo de la fiesta.

-¡¡FELIZ HALLOWEEN A TODOS!!-. Decía una voz por los altavoces. -Y ahora... ¡a bailar la danza de los muertos!.-

La música subió de volumen más si cabía. Los parroquianos congregados en la pista de baile ignoraban o les daba igual que sus oídos acabaran destrozados y sangrando al final de la noche.

Frankie miró al orco, jadeaba intentando aferrarse a la vida de mierda que llevaba. Él si que bailaba la danza de los muertos. Un flashback la recordó los suburbios de londres, en aquella madriguera donde soñaba, intentando aferrarse a una vida que no era vida. Puta mierda.  

Lees los labios del japo como si lo oyeras sin el estruendo de la música. -<<Necesitará alguien con usted que comprenda las artes mágicas>>-.

Asi que hay magia de por medio. Un shadowrunner que se precie de montar un grupo, sabe perfectamente que siempre debe contar con la ayuda de un mago. De lo contrario las cosas podrían ponerse muy feas.

Frankie ya acabó con su presa. Maldito japo, no te ha dejado cronometrarlo. 

Un tenue gesto de cabeza del Dr. J es suficiente para que Francine Devereaux sepa que el tiempo de asueto ha concluido. Hay que ser un especialista en comunicación verbal para entender qué quiere decir Jamal con sus gestos, pero la orca ha aprendido rápido a leer a su patrón, mentor y consejero espiritual. El negro ni se detiene a mirar al desecho balbuceante que se retuerce en el suelo buscando un último hálito. A juzgar por la violencia del golpe de su guardaespaldas, el infeliz podría tener la tráquea rota y terminar asfixiándose en mitad de la barahúnda que reina en el antro. Es una baja aceptable. Molesta, pero aceptable.

Francine, Jamal lo sabe bien, debe trabajar mucho más su autocontrol. El Dr. J sabe bien que existe un trastorno de estrés postraumático relacionado con alguna agresión o abuso sexual. A juzgar por la violencia de las respuestas naturales de Francine ante cualquier insinuación, Jamal deduce que pueden datar de la infancia, nada raro tratándose de una orca que procede de las toperas. Al menos, se dice a sí mismo, por el momento controla el avance de los fantasmas de la potente droga que la tenía enganchada con una dependencia psíquica en apariencia irreversible.

—Vamos a Touristville. —dice Jamal al entrar en el Bentley negro eclipse mientras extrae el Calibán al que se pasa conectado gran parte de su día a día. —Francine. No tenías opción. Has resuelto con rapidez. Y eficacia. No pretendas vivir la vida sin que te deje cicatrices. 

El negro hace un silencio dramática mientras sus lentes reflejan los ojos de la orca mirándole por el retrovisor.

—¿Hace cuánto no ves a Miyagami-Kun? —pregunta mientras marca varios números en el Calibán. Llamada múltiple. El Dr. J convoca a la manada. Marca el número de un joven chamán llamado Bleidd, uno que le resulta de confianza por su discreción y prudencia. Marca también el número de su contemplador, su atalaya móvil en las operaciones de vigilancia urbana, Diesel, otro orco duro como el acero cuyas venas palpitan con carburante de alto octanaje. Y, finalmente, llama a Waveman, un japonés frío de turbio pasado, maestro de artes marciales con un rígido sentido del honor.

Todos ellos comparten con el Dr. J el Credo.

Nada de civiles.

Solo negocios.

—Buenas noches, caballeros. —saluda activando la holollamada. —Cluster me ha pasado un cliente. Sin nombres, por el momento. Un trabajo de investigación. Necesito un arcanista, un vigía y algo de músculo. ¿Queréis trabajar? Si os interesa, cita en media hora en el distrito de Touristville. Envío la ubicación.

Cuelga.

Sucinto. Conciso. Sin alharacas. 

No da nombres reales. Jamal jamás expone a los suyos.

Son sus sombras. Él, su rostro.