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La bola de púas de su mangual hizo que la cabeza del Kuo-Ta contra el que luchaba se abriera como un melón maduro, gracias a que pudo conectar el golpe por la distracción que le había supuesto a la criatura la llegada de la fiel Akta, tajo incluido.

Su compañera, no obstante, había gritado que capturaran a uno de esos seres con vida, y acto seguido empezó a hablar en su lengua. Crodos se preguntó para qué, pues dudaba que sus intenciones fueran otras que tenderles una emboscada para matarles y comérselos. Y dado lo escurridizos que eran, mejor eliminarlos, sin lugar a dudas. Ese mismo contra el que luchaba podría escapar y comerse un niño otro día, por ejemplo. Y no era algo con lo que su conciencia podría cargar.

Volvió a blandir el mangual y lo descargó sobre el pez con patas tras un par de vueltas de cadena.

— ¡Mi buena Akta, disculpad mi osadía, pero no podemos permitir que ninguno de estos seres escape con vida! — exclamó esperando que entrara en razón.

Llevábamos un par de minutos combatiendo y parecía que hubiera pasado una decena. El combate estaba casi terminado, solo había que rematarlo. El bacalao mago intentaba escapar, pero no le dejaríamos ir muy lejos, no señor. Y más, cuando ya me había mojado mis lindas mayas. Solo esperaba que las dos mujeres del grupo no se sintieran cohibidas al ver mi abultado equipaje. Por la noche tendría que quitarme la ropa y dejarla junto al fuego para que se secara, con cuidado de que no se quemara, dado que eran de muy buena factura.

La magia de mi canto seguía flotando por el inesperado campo de batalla, dando valentía a mis compañeros e inundando de coraje su espíritu, tal era el efecto de mi música. La sensación del agua congelada en mis partes íntimas, hizo que un escalofrío recorriera mi espina dorsal, endureciendo los músculos de todo mi cuerpo. Al darle ese espadazo por la espalada a la criatura, esperaba detenerla y que dejara de huir.

La bestia no iba a escaparse de mí. Comencé a caminar hacia ella, adentrándome en el agua a pesar de saber que seguramente, si lograba zambullirse y dado su aspecto, ella sería más hábil que yo. Pero estaba por ver si disponía de una oportunidad para demostrármelo porque la idea era acabar con ella antes de que pudiese decir de nuevo uno de sus gruñidos incomprensibles.

Sin duda alguna, el chapoteo me dificultaba mover las armas, sobre todo la más pesada, pero si quería escapar de mí, más le valía empezar a nadar hacia el mar más profundo porque yo no iba a detenerme.

Maldita bestia traidora.

Las amenazas de Akta no lograron convencer a los monstruos acuáticos para que depusieran sus armas. La respuesta no  fue la esperada y por ello, Crodos le golpeó con su mangual. El impacto en el pecho fue doloroso, pero no definitivo y aquel ser trato de golpearle también, sin demasiado éxito. La armadura del paladín era sin duda su mejor baza.

Mientras tanto, Lasar y Lerissa se lanzaron a por el lanzador de conjuros. Se encontraba en el centro del arroyo, pero si se acercaban a la orilla, podían intentar golpearle y eso hicieron. Lanzaron sendos ataques desde terreno firme, pero ninguno de ellos dio en el blanco y finalmente, aquel ser decidió sumergirse perdiéndose de la vista de sus dos adversarios.

- Me pide que le deje marchar. - Reí casi divertida mientras me movía, flanqueándolo junto con Crodos y viendo como recibía un buen golpe por parte del paladín. Lejos de volver a atacarle, le hablé de nuevo, puesto que parecía entenderme.

- Depón tus armas, ríndete y contesta a nuestras preguntas o el siguiente golpe que te de el caballero acabará con tu miserable existencia. - Le insistí. Pero aquella criatura era demasiado estúpida como para rendirse. Solo esperaba que el paladín fuese como todos: incapaz de golpear a una criatura desarmada, por muy fea que esta sea. - Ya no tienes huída al agua y si no te mata él, lo haré yo...

- ¡Gluup, blo gl plup blooop!* - Respondió el kou-ta, sin aparente intención de deponer las armas. Tan sólo Akta entendió lo que le acababa de decir, pero era evidente para todos que moriría matando.

Las palabras de la cosa fea me cabrean y me dispongo yo misma a sesgarle la cabeza de un solo tajo. Pero al alzar el espadón, la herida hecha por su amigo me genera un profundo dolor que hace que mi golpe se frene de golpe y tengo que bajar los brazos, completamente dolorida con mi arma cerca del cuerpo de aquella cosa.

Todo estaba ahora en mandos del paladín. - No se rendirá ni hablará, es mejor acabar con él. - Dije dolorida a Crodos, esperando que él si lograse hacer lo que mi cuerpo no me dejó completar.

La cadena de Crodos volvía a girar sobre su cabeza, con la bola pesada emitiendo un sonido sordo con cada vuelta al cortar el aire.

— ¡Mi buena y noble Akta, — dijo el paladín voz metálica bajo su yelmo — la única forma de razonar con estos seres,  semillas del mal, es esta! ¡Humpf! — descargó con fuerza la pesada bola de hierro con púas con un movimiento lateral que alcanzó de lleno a la rebelde criatura, y esperó que fuera suficiente para acabar con su vil existencia.

Viendo que el bacalao mago se había escapado zambulléndose en el agua, decidí ir en ayuda de los guerreros santos, que parecían tener dificultades con sus adversarios. Me desplacé hasta donde estaban e intenté trinchar al que quedaba, atacándole por el flanco. Esto se acababa de inmediato.

-"¡Para esto, sardinilla!"

Aquel maldito ser se había escapado. No sabía si sentía más impotencia que rabia, porque no me gustaba ser atacada pero tampoco perder y aquello se sentía como una derrota. Sin embargo, al menos estábamos vivos. Miré hacia arriba y vi que la pelea todavía proseguía, así que corrí por debajo del puente para atacar a la bestia que quedaba por la espalda y acabar de una maldita vez con ella.

Malditas bestias de río. Y ni siquiera sabía por qué demonios nos habían atacado, si había sido por pura territorialidad o simplemente porque estábamos allí en el peor momento.

Mientras todos llegaban en ayuda de Crodos y se posicionaban para rodead al enemigo, el kuo-ta lanzó un último y desesperado ataque contra Crodos, que no obstante, no le valió para nada, pues no logró superar la dureza de su armadura completa. Para ese entonces, el mandoble de Akta, la espada de Lasar y la maza de Lerissa, sumados al impacto previo de la bola armada de Crodos, acabaron por arrancarle la vida a aquel deforme ser subacútico.

Se les había escapado uno solo de los enemigos que habían tratado de emboscarles con poca suerte, pero cuatro de ellos habían caído casi sin luchar. De todos, Akta era quien había salido peor parada y sin embargo, la herida del brazo se le curaría sin demasiada dificultad. Entre todos conformaban un grupo bien organizado y cohesionado, que aprovechaba las virtudes de cada uno de sus miembros.

Lerissa se encargó de rebuscar entre los cadáveres cualquier objeto de interés que pudiera hallar o alguna pista del motivo real por el que habían recibido aquel ataque, pero salvo aquel bastón ganchudo y una lanza, ninguno de los cuatro caídos portaba consigo nada que les pudiera ser remotamente de interés. No obstante, carga con aquellas armas exóticas que difícilmente podrían vender y con cuatro lanzas de fabricación bastante tosca, no parecía que fuera a servir de mucho salvo para añadir peso a su carga.

Sin más siguieron su marcha. Pronto llegarían a la siguiente ciudad y lo cierto era que después de aquel camino tan pesado y tras aquel contratiempo, necesitaban un buen baño, comida caliente y una buena cama donde reposar.