Cuidado con el Santo Oficio y su función. Que aquí media España vive aterrada por el grito de “Tengase a la Inquisición”
Carmen la esperaba en una de las celdas del convento al lado de la Iglesia donde estaba la sede del Santo Oficio holandés (para alegría de todos menos de los holandeses). La habitación era de muro grueso para evitar indiscreciones y solo habían en ella una mesa y dos sillas, con vino y algún pastel de carne por si les entraba hambre.
Su amiga había cambiado bastante desde que entró a la Iglesia, y es que ese oficio era de los de cambiar, pero seguía mostrandole una mirada amable. Aunque siendo sinceros, ofenda a Dios o no lo ofenda, más allá de eso poco más amable se distinguía en tan imponente figura.
-Hola, Inés.
Inés respondió al saludo con una breve inclinación de cabeza antes de tomar asiento frente a la Santa Madre inquisidora. Examinó cautelosa la sala, más no había demasiado que mirar a excepción del susodicho crucifijo en la pared.
- Excelentísima Madre Carmen, me alegro de volver a veros.- respondió a su amiga con una grata sonrisa.
La escasa luz del crepúsculo, que iluminaba los grises y austeros muros de la sala, obligó a Inés a descubrirse la cara, dejando ver las vendas que cubrían las consecuencias de la penosa noche pasada hacía no mucho. Erguida en su asiento y con las manos cruzadas en el regazo, continuó:
Por supuesto que le era grato. ¿A quién no le es grato ver sus influencias adquirir poder? Más, lejos de todo aquello y las cordialidades oportunas, Inés siempre había encontrado armonía en la compañía de su debota amiga, siempre entregada a la casa de Cristo desde temprana edad y por propia voluntad. Tal vez sus enseñanzas tuvieran que ver también en la deboción de la futura Grande de España para con la Iglesia. Más quizás que cualquier palabra dicha de su Intutitríz.
-La voluntad del señor se realiza sobre la voluntad de los hombres.- sonrió Carmen, apoyando los codos en la mesa mientras cruzaba los dedos.- Decidme ¿qué asuntos os llevan a acudir ante mi? Supongo que no necesitareis confesión.
Aunque amable, su voz era más paternalista y dura que antes, pero nadie se dedica a decidir si las almas se queman en el infierno para el resto de la eternidad (empezando el fuego en esta vida) o no sin endurecerse en las maneras y en las formas.
Inés respiró hondo con los labios ligeramente curvados en una sonrisa.
Carmen arqueó una ceja, sorprendida y quizás un poco escéptica.
-Inés ¿me estáis diciendo que tenéis alguna prueba contra Robledo? ¿Aquel por el cual mal llaman el apelativo de cristiano?
Inés se relajó y mostró una faz amable y complacida.
Carmen frunció un poco gesto.
-La Inquisición no está para limpiar las honras de este mundo, señora, si no las del siguiente.- La madre inquisitorial dio un trago al vino sobre la mesa, cavilando.- El sujeto del que hablamos tal vez sea el usurero más importante de toda la zona, con posibles contactos incluso entre los magos herejes. La Inquisición estaría en gran deuda con vos si formulases una acusación contra él.
- Tanto vos como yo sabemos que el anonimato es relativo, Excelentísima Madre Carmen. Todo acaba sabiéndose, y yo ya tengo suficiente con lidiar con lo mío. Mas debéis tener en cuenta una cosa, ya que tan tamaño favor voy a haceros.- Inés sirvióse también algo de vino y bebió para refrescarse - Sabemos como andan estas cosas, y por índole tienden a extenderse como la peste entre conocidos y no tan conocidos. Acabará pues afectando a la familia Reyes, bien conocidos y amigos míos, y no me preocupa tanto la honra de Emilia y Tomás como que por culpa de malentendidos acaben purificándose innecesariamente en llamas. Mas de la Dama holandesa que por mujer tiene no se nada. Lo que os plazca.
La mirada de Carmen se endureció, que nunca tratar con la Iglesia había sido un buen trance, de esos que pasan rápido y con sabor dulce en la boca.
- ¿Favor? Antigua amiga ¿No pretenderéis canjear un hereje por otro?
Inés arrugó el entrecejo, contrariada, y alzó una mano posándola en la mesa.
- ¡Por Dios Santo! ¿Cómo se os ocurre pensar que quiero tal cosa, Madre Carmen? Todo hereje merece ir a la hoguera, por supuesto. Por ello estoy aquí sentada frente a su Excelentísima Santidad, en la casa de Cristo, nuestro Señor. Sería una ofensa imperdonable por mi parte.
La muchacha pasó la mano por la sudorosa frente y volvió a recuperar la compostura antes de seguir hablando, más calmada y recobrando la serenidad de su juvenil rostro.
- Digo, Madre, que la familia Reyes lleva a mi vera desde que puse los pies en tierra extranjera, y los conozco como si fueran mis hermanos. Nada tienen que ver con las tramas ocultas de la supuesta adúltera que va a mancillar su buen nombre. Suficiente me pesa ya que no me escucharan cuando les hable de la dudosa honra de esa mujer, antes de desposarse, como para que acabaran injustamente quemados. Os pido, con todo el respeto que al Santo Oficio tengo, precaución en las acusaciones que puedan hacerse contra ellos.
-Comprendo.
Carmen parecía más satisfecha.
-Pero ¿cual es la acusación que daréis? ¿y cual será vuestra aportación?
- Quisiera pues, acusar pues a Adela Reyes de adulterio, presuntamente, con Don Pedro Robledo, supuesto judaizante.- pronunció bien tranquila.- Y, en cuanto a la aportación, volveré cuando tenga algo más que contaros, si no necesitáis mas nada por ahora.
Inés tuvo que esperar mientras Carmen preparaba papel, tinta y pluma, para escribir dos cartas a la luz de un candelabro encendido. La luz la hacía más siniestra, iluminándola mientras el sonido de la pluma rasgaba el silencio, amagando en su rostro una sonrisa satisfactoria y el tarareo de un salmo. Cuando las terminó selló una con la cera y la marca de la Inquisición y le dio ambas.
-La sellada contiene una carta autorizada para utilizar a los familiares de la Inquisición y a su brazo armado durante dure el proceso en cualquier ámbito relacionado. La segunda es la declaración que has de firmar.
Carmen sonreía.
Inés suspiró con cierta inseguridad y trajo hacia sí la carta que había de firmar para leerla previamente. Tras comprobar que todo estaba en orden tomó la pluma mojada en tinta y con precisas florituras escribió su nombre acompañado de otros garabatos bien ensayados. Al terminar apartó la pluma y contempló con ojos críticos aquél papel que dictaba el próximo rumbo de su futuro. No sin cierto reparo, devolvióselo a su amiga para después dejar la otra carta a buen resguardo en el bolsillo interior de la capa que aguardaba en el respaldo. Con ello debían darse por finalizadas las transacciones.
- Gracias por su tiempo, Madre Carmen.
- Para su merced, siempre.- Dijo amable Carmén mientras la acompañaba a la salida.- ¿Y como anda vuestra hermana? Esa gentil dama con tan prometedor futuro.
Inés se bajó el velo de nuevo y levantose de la silla poniéndose la capa de nuevo sobre los hombros.
- Testaruda como bien se conoce en el carácter de nuestra familia. Pero no causa más problemas que los propios de su edad.- Inés sonrió de manera natural. – Por fortuna no estoy desposada todavía, así que puedo prestar especial atención a su educación.
La grande adoraba a su hermana menor, la cual estaba destinada al Santo Oficio cuando cumpliera la edad necesaria. Su padre podía estar orgulloso de sus tres hijos, su primogénita destinada a un buen casamiento. El segundogénito en el ejército Español, a buen servicio del Rey. Y la menor dispuesta en la casa de Dios. Si la fortuna se dignaba a sonreírles las cosas podrían irles muy bien.
Carmen asintió, satisfecha.